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FERNANDO RIVAROLA (nacido en Quyquyhó el 30 de mayo de 1898 y fallecido en Asunción el 28 de junio de 1985), volvía, como conscripto, a su tierra en octubre de 1918. Después de no poco ejercicio de paciencia, había conseguido el permiso que tanto había deseado obtener. Por eso, aplacando ese techaga’u que le acosaba en Asunción, disfrutaba cada minuto de su libertad en la crecida primavera de su pueblo.
-Mba’éicha piko héra pe kuñataî ipôrâitéva-, le preguntó Fernando a un amigo cuando, sorpresivamente, sus ojos se incrustaron en los de aquella encantadora mujer que él no conocía.
-Ha péa ko hína Florinda Velázquez-, le respondió.
Desde entonces, el corazón de aquel soldado con permiso solo latió a nombre de aquella joven que, por entonces, pasaba sus vacaciones en aquel lugar. El fervor del muchacho aumentó mucho más luego del primer intercambio de palabras y la amistad que, de manera natural, nacía entre ellos. LUTY -como la llamó, quién sabe por qué extraña razón, porque el apodo real de la joven era CHUCHÚ-, cautivó al joven poeta con su sonrisa de apacible ko’êmbota.
El romance pudo no haber llegado más alla del beso. "Tuvo que Haber sido más bien su musa inspiradora", conjetura GILBERTO RIVAROLA, hijo de Fernando, al hablar acerca de esta obra de su padre. Lo cierto es que el 13 de octubre de 1918, Fernando Rivarola se despedía con unos versos de FLORINDA. KO’ÊMBOTA es el título original de su poema.
Al regresar a la capital, uno de los diarios de la época lo da a conocer. El que luego sería un periodista de fuste, escribiendo en varios órganos de prensa durante muchos años, encuentra un espacio para hacer pública la historia que se había cruzado en su camino.
Cuando la obra sale del dominio de su autor -divulgación mediante-, éste no sabe lo que puede ocurrir con el fruto de su inspiración. Podrá morir acaso sin pena pero también ajeno a la gloria. Una vida efímera le puede bendecir antes del silencio perpetuo. A veces, sus alas se robustecen y su destino es permanecer en la memoria de la gente. Esto último fue lo que ocurrió con Ko’êmbota.
Los músicos populares, para poder cantarla, le pusieron una melodía sin letra que era del gusto popular. MAURICIO CARDOZO OCAMPO le atribuye a ELOY MARTÍN PÉREZ. Un tal PEDRO PÉREZ (Choperú), de Acahay, también pudo haber sido su autor, según consigna LUIS SZARÁN en su Diccionario de la música paraguaya.
MANUEL GIMÉNEZ, músico, tío de HERMINIO GIMÉNEZ, le dijo una vez a FERNANDO RIVAROLA -según rememora éste-, que la melodía era muy antigua y que a comienzos del siglo XX él ya incluía en el repertorio de su orquesta, en Coronel Oviedo.
En cuanto a la letra, pronto los intérpretes le agregaron FLORIPAMI -guaranizando de esta manera FLORINDA-, en los versos donde la melodía reclama la adición de una palabra. Y con ese nombre se conoce hoy la composición. SAMUEL AGUAYO "contribuyó" modificando el texto en algunos pasajes, siendo el segundo en grabarla, en 1928, en Buenos Aires. El primero fue el dúo GIMÉNEZ-PUCHETA, en 1927.
Fuente: Gilberto Rivarola, hijo de Fernando Rivarola.
KO’ÊMBOTA (FLORIPAMI)
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(Cantiña para vihuela)
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Es tu rosada, fresca sonrisa,
un apacible ko’êmbota (Floripami)
y son tus labios y tus mejillas
un rozagante clavel pytá (Floripami).
Tu faz sedeña, Florinda mía,
es misterioso, triste jasy;
tus negros ojos hipnotizantes
tienen fulgores de kuarahy.
Yo te amo tanto, bien de mi vida,
mi inolvidable tupâsymi (Floripami).
Ven a mis brazos, sé compasiva,
que ya no puedo vivir sin ti (Floripami).
Sin ti la vida todo es tristeza...
ejo ko’ápe che consolá.
Me estoy muriendo, ven cariñosa,
chénte ko Luty ndéve guarâ.
Siempre te busco en vano empeño (*)
en esas horas del ka’aru (Floripami)
cuando mimoso te modulaba
la cantinela del rohayhu (Floripami).
Adiós Florinda, lejana mía,
pálida amada, triste yvoty.
Ay ya no puedo, bien de mi vida,
porque osyryma che resay.
Recuerda niña del pobre ausente
de este bohemio nde rayhuha (Floripami)
que te ha dejado, todo lloroso
en un temprano ko’êmbota.
(*) Esta estrofa no suele cantarse.
Letra: Fernando Rivarola