JUAN SILVANO GODOI.-
Fue el primer vindicador del soldado paraguayo. Con su imaginación creadora y su pasión ardiente, levantó la figura epónima del General Díaz. Pero, no es sólo un historiógrafo documentado y seco; es también un cultor de la belleza, en sus diversas manifestaciones. Después de haber viajado por Florencia, París, Madrid, Rio de Janeiro, empleó su fortuna y su tiempo en crear un museo de bellas artes, una biblioteca americana y en la organización del Archivo Nacional.
Juansilvano Godoi fue un hombre del Renacimiento, apasionado, violento, señorial y generoso. Su vida tuvo contornos un tanto inverosímiles, pero seductores, de una novela de Alejandro Dumas. Como hombre público, ganó una ejecutoria digna del recuerdo de sus conciudadanos: fue uno de los redactores de la Constitución de 1870, marco jurídico en que se reconstruyó el Paraguay moderno.
Se formó en el Colegio de Concepción del Uruguay, y fue condiscípulo del poeta Juan Zorrilla de San Martín. Vio a la patria en sus dos fases: la de tranquilidad y riqueza, en 1862, cuando marchó al extranjero para estudiar, y luego, el 70, devastada por la guerra. Por eso la amó con fiera pasión vengadora y la quiso reedificar fuerte y culta. El tribuno de 1870, afinó su espíritu en veinte años de proscripción. Fue revolucionario, escritor, duelista y cómplice de sangrientas conspiraciones. Usaba levita y pistola. En Buenos Aires con versó de estética con Aristóbulo del Valle y Ramón Cárcano.
En Rio de Janeiro cultivó la amistad del Barón de Rio Branco, con quien acariciaba pensamientos de conciliación de los pueblos; pero, su intransigencia patriótica, no guardó las fórmulas del protocolo y tuvo que abandonar el cargo, al que aportaba las credenciales de los que pueden representar, a la vez, la política de los Gobiernos y las aspiraciones nacionales. Juansilvano Godoi, en su vida azarosa, no contó con la suerte, compañera necesaria de héroes y de políticos. Su temperamento caballeroso y extremista, le creó enemistades, que estorbaron su carrera pública. Terminó arrinconado en las trincheras de sus veinte mil volúmenes, evocando la figura de Díaz, contemplando los cuadros del Tintoretto y dudando del éxito de la Constitución de 1870, en cuya redacción colaboró. Su queja tenía la forma de ira.
Nació en la Asunción el 22 de noviembre de 1851.
Murió en 1926.
Sus principales obras son:
*. MONOGRAFÍAS HISTÓRICAS, Buenos Aires, 1893,
*. ÚLTIMAS OPERACIONES DE GUERRA, Buenos Aires, 1897,
*. MI MISIÓN A RÍO DE JANEIRO, Buenos Aires, 1897,
*. EL CONCEPTO DE LA PATRIA, Buenos Aires, 1897,
*. BIBLIOGRAFÍA, Asunción - Setiembre, 1903,
*. EL CORONEL JUAN ANTONIO ESCURRA, Asunción - Octubre, 1903,
*. LA MUERTE DEL MARISCAL LÓPEZ, Asunción 1905,
*. COMENTARIO CRÍTICO, Asunción, 1906,
*. EL TRIUNVIRATO, Asunción, 1911,
*. EL BARÓN DE RÍO BRANCO, Asunción, 1912,
*. DOCUMENTOS HISTÓRICOS, Asunción, 1916. (JUSTO PASTOR BENÍTEZ)
Fuente: MUERTE DEL MARISCAL LÓPEZ. Por JUANSILVANO GODOI. Prólogo de JUSTO PASTOR BENÍTEZ. Tapa: Óleo del pintor GUILLERMO DA RÉ Ediciones Comuneros, Asunción-Paraguay 1993 (2ª Edición-50 páginas)
JUAN SILVANO GODOY
Este gran señor descendiente de patricios, de cultura refinada y espíritu volteriano, fue uno de los más brillantes intelectuales en la reconstrucción nacional de 1870 y el último sobreviviente de esa generación. Nacido en Asunción, en 1850, Juan Silvano Godoy se educó en el colegio jesuítico de Santa Fe y cursó Derecho en la Universidad de Buenos Aires, circunstancia que lo sustrajo, como a otros estudiantes paraguayos en el extranjero, a la cruenta inmolación de la guerra.
Interrumpió sus estudios en 1869 para regresar al Paraguay inmediatamente después de la ocupación de su ciudad natal por las fuerzas brasileñas y, con ardoroso y romántico brío juvenil, se lanzó a la lucha en la incipiente política democrática denotándose por su entereza turbulenta. Fue uno de los fundadores del Gran Club del Pueblo, primera agrupación partidaria de la posguerra, con Facundo Machaín, y los hermanos José Segundo y Juan José Decoud. Electo convencional por el distrito de la Catedral, integró la comisión redactora del proyecto constitucional.
La renuncia de Carlos Loizaga y el retiro de José Díaz de Bedoya habían desintegrado el Triunvirato dejando en el poder a su único miembro restante, Cirilo Antonio Rivarola. Juan Silvano Godoy arrastró a la Asamblea Convencional a declarar la caducidad de ese mandato y designar presidente provisorio a Facundo Machaín. Pero, como al día siguiente el depuesto triunviro recuperó el gobierno con un contragolpe, el tribuno y su grupo pasaron a la oposición y organizaron el sector liberal, deshecho poco después en sangrienta anarquía. "En ese ambiente dramático se mueve apasionadamente -dice Benítez-, con la cimera orgullosa de su juventud y el riesgo de la espontaneidad violenta. No mide el peligro ni atisba el precipicio. La tragedia flota en el ambiente: mueren asesinados Fulgencio Miltos, el diputado Concha, el general Serrano y después el presidente Rivarola. Los héroes de la guerra chocan y se deshacen entre sí, predominan momentáneamente algunos civiles como Jovellanos, el ladino Bareiro y un hombre de arrastre popular; Juan Bautista Gill. El país se resiste a adaptarse a la democracia institucional...". El revolucionario ideológico sufre sus primeras amarguras y desilusiones.
Su espíritu liberal y culto, con asco al agravio confirmado por el asesinato de su hermano Marcos, lo lleva a una violenta oposición al gobierno de Juan Bautista Gill, de tendencia reaccionaria y conservadora. Así fue como Juan Silvano Godoy se convirtió, en 1877, en jefe del complot urdido con su hermano Nicanor, José Dolores Molas y Matías Goiburú para eliminar al enérgico mandatario personalista. Por su serenidad y condición de diestro tirador, Juan Silvano Godoy era el elegido entre los cuatro complotados para la ejecución del plan; pero su hermano Nicanor reclamó para sí esa responsabilidad. "No conviene que Silvano sea el matador del presidente -dijo, según relato de Silvano Mosqueira-. Él, además, de diputado a la Convención Constituyente, ha ocupado ya otros cargos públicos de importancia; y su intervención en un hecho de tal naturaleza podría perjudicar su carrera política...". Se dispuso entonces que una semana antes del 12 de abril de 1877, día señalado para matar al presidente Gill, Juan Silvano Godoy partiera para Buenos Aires en espera de los acontecimientos.
Desde ese momento el antiguo convencional vivió un largo exilio que debía durar dieciocho años. Fue el jefe virtual de la revolución de 1889, para la cual contribuyó con su propia fortuna, alentándola desde el extranjero. Viajó mucho por Europa, reuniendo una valiosa pinacoteca que más tarde pasaría al Estado con sus libros para base de la Biblioteca Nacional y el Museo que lleva su nombre.
Después de prolongado extrañamiento, el gobierno del coronel Escurra creó para él, en 1902, el cargo de director general de la Biblioteca, Museo y Archivo de la Nación, donde Godoy puso al servicio del país los beneficios eficaces de su cultura. En el año 1910 representó al Paraguay en el XVII Congreso de Americanistas, reunido en Buenos Aires, y un año más tarde fue nombrado plenipotenciario ante el gobierno del Brasil. "Su alma era brillante pero tenía zonas oscuras -lo juzga Justo Pastor Benítez-; era demasiado violento para ser consecuente. Era fuerte pero no estoico". Juan Silvano Godoy falleció en Asunción el 27 de enero de 1926. Estaba casado con doña Bienvenida Rivarola.
De su copiosa actividad literaria deben citarse Monografías históricas, libro publicado en 1893; Últimas operaciones de guerra del general José Eduvigis Díaz, en 1897; El concepto de patria, en 1898; El coronel Escurra y Bibliografía, en 1903; El Triunvirato, en 1911; Documentos históricos, en 1916; y El asalto de los acorazados, evocación biográfica prometida a José Dolores Molas, el héroe de aquella jornada. En Buenos Aires había fundado los periódicos La Discusión y Las Provincias.
BIBLIOGRAFÍA
Juan Silvano Godoy: El Triunvirato.
Gómez Freire Esteves: Historia contemporánea del Paraguay.
Justo Pastor Benítez: El solar guaraní.
Carlos R. Centurión: Historia de las letras paraguayas.
Juan Silvano Mosqueira: Semblanzas paraguayas.
Fuente: CIEN VIDAS PARAGUAYAS Por CARLOS ZUBIZARRETA. Prólogo a esta edición CARLOS VILLAGRA MARSAL. Prólogo a la 2ª edición de 1985 ALFREDO M. SEIFERHELD. Comisión Nacional de Conmemoración del Bicentenario de la Independencia del Paraguay. Biblioteca Bicentenario Nº 6. EDITORIAL SERVILIBRO. Asunción – Paraguay. 2011 (240 páginas)
JUAN SILVANO GODOY : Hijo de Vicente Godoy y María Petrona Echagüe; según referencia proporcionada por R. Amaral, nació en Asunción en 1846. Salió del país en víspera de la guerra para estudiar; lo hizo en el Colegio de la Inmaculada Concepción, de Santa Fé. Su salida del país, ya en vísperas de la guerra, fue una notoria deferencia del general López; ello no fue óbice para en la post-guerra enjuiciar sus actos con singular virulencia, que extendió a varios de sus colaboradores; el P. Fidel Maíz, por ej. Con los demás jóvenes reincorporados a partir de 1869, prepararon activamente la vida cívica del país. Desde entonces JS Godoy gravitó desde las páginas de La Regeneración, el primer periódico de la nueva época.
Convocada la Asamblea Constituyente, JSG no obstante su juventud, fue convencional, integrante de la comisión redactora de la nueva Constitución, y su miembro informante. La elección del Dr. Facundo Machaín para Presidente de la República, fue su trabajo; pero su triunfo duró poco, pues esa misma noche CA Rivarola, JB Gill y otros, con el apoyo brasileño, lo ubicaba en posición de opositor, endurecida durante la hegemonía de JB Gill, Ministro de Hacienda primero y Presidente de la República, luego.
JS Godoy fue la cabeza de la oposición que materializó la violenta muerte del Presidente JB Gill, víctima de un escopetazo, por manos de Rolando Godoy, su hermano. El grave suceso envolvió a heroicos ex combatientes como el Coronel Matías Goiburú y el Tte. Cnel. José Dolores Molas y de él derivó la matanza de los detenidos en la cárcel pública, y con ellos su abogado defensor, el Dr. Facundo Machaín. Radicado en Buenos Aires, JS Godoy se dedicó con notable éxito a lucrativas transacciones mercantiles. Viajó por Europa y fue formando su patrimonio cultural constantemente acrecido, la biblioteca y la pinacoteca, que integraron la Biblioteca Americana y (Museo Godoy, en su magnífica residencia de Pte. Franco y O'Leary. Este riquísimo repositorio cultural fue adquirido por el Estado durante la presidencia del Dr. Félix Paiva, y constituyó, la base del Museo Nacional de Bellas Artes y Biblioteca Nacional.
JS Godoy volvió al país al amparo de una amnistía decretada por el presidente JB Egusquiza, y trajo consigo sus bienes culturales. Desempeñó importantes funciones diplomáticas y dejó una copiosa producción; artículos periodísticos en Asunción y Buenos Aires, libros y folletos. MONOGRAFÍAS HISTÓRICAS, EL ASALTO A LOS ACORAZADOS, DOCUMENTOS HISTÓRICOS, ÚLTIMAS OPERACIONES DE GUERRA DEL GENERAL DÍAZ, MI MISIÓN EN RÍO DE JANEIRO y otros.
JSG falleció en 1926; estaba casado con Bienvenida Rivarola y dejó descendencia.
Fuente: BREVE HISTORIA DE GRANDES HOMBRES. Obra de LUIS G. BENÍTEZ. Ilustraciones de LUIS MENDOZA, RAÚL BECKELMANN, MIRIAM LEZCANO, SATURNINO SOTELO, PEDRO ARMOA. Industrial Gráfica Comuneros, Asunción – Paraguay. 1986 (390 páginas)
JUANSILVANO GODOI, EL ÚLTIMO ROMÁNTICO: Había nacido el 12 de noviembre de 1846; falleció el 27 de enero de 1926. Asunción fue su cuna y su sepulcro. Se alejó del Paraguay en los comienzos de la adolescencia cuando se incubaba la tragedia de la guerra; alumno del Colegio de la Inmaculada Concepción de Santa Fe -regido por los jesuitas- y condiscípulo allí de JUAN ZORRILLA DE SAN MARTÍN, pasó más tarde a estudiar Derecho en Buenos Aires, no finalizando la carrera.
Regresa a su país e integra la Constituyente de 1870; el 25 de noviembre siguiente participa como secretario del comité ejecutivo de la revolución de Tacuaral y tres días después pasa a la Argentina por Villa Occidental; dirige desde Corrientes dos movimientos armados que fracasan: el de 1877 y el de 1879, y desde entonces reside en Buenos Aires hasta que el decreto de amnistía del Presidente Egusquiza lo devuelve a su tierra el 7 de abril de 1895, a bordo del vapor “SATURNO”. En el puerto lo esperan, entre otros, CECILIO BÁEZ, MANUEL DOMÍNGUEZ Y MANUEL GONDRA.
Casi veinte años de residencia en la Argentina, especialmente en Buenos Aires, donde hizo fortuna y adquirió selectas y perdurables amistades (alguna de ellas casi fraterna, como la de Aristóbulo del Valle), no amenguaron su espíritu patriótico.
Era, en verdad, un hombre fuera de época en aquella ciudad que iniciaba su ascensión babélica y su “crisis de progreso”. Su misma presencia, su vestimenta pulcra y severa, su aspecto d’artagnanesco, el discurrir desinteresado de su existencia, todo conferíale un aspecto romántico. Bien sabía él que su órbita no era esa, que se hallaba de paso, que las señales de su corazón estaban imantadas hacia un rumbo preciso. “Entre la opulencia de un lujo oriental, allí en la mansión Godoi, flotaba como un ideal superior, a quien todos rendían culto, la imagen querida de la patria lejana”. Brillantes perspectivas se presentaban para que Sila, su primogénito, ingresara “en envidiables condiciones” en el Colegio Militar argentino. Godoi, por el contrario, lo envió a la Asunción para que la influencia poderosa del medio lo connaturalizara con el alma de su patria. Mientras él vivió en la capital porteña todos sus hijos nacieron en el Paraguay. Esa fidelidad formaba parte no sólo de su naturaleza sino de su propia concepción de la vida y del sentido de sus ideas, consustanciadas plenamente con un romanticismo de espíritu que no logró ser abatido, distinta ya en Buenos Aires y en Asunción, si bien aquí se mantenían intactos los imponderables de un existir romántico, terrígena y temperamental, modificado parcialmente, muy luego, con el auge del positivismo.
La expresión romántica se insinúa en el pensamiento de Godoi desde las aulas del colegio secundario; allí leía a hurtadillas, queremos creer que más como acto de rebeldía, a Voltaire, Dumas padre y en especial la “VIDA DE JESÚS” de Renán; el primero y el último dos extremos tendidos hacia el racionalismo. “Nunca pudo emanciparse de sus primeras lecturas:
Petrarca, Bernardino de Saint Pierre (el de Pablo y Virginia), Chateaubriand, Lamartine, Víctor Hugo, Lamennais, Gautier, Houssaye”. Tenía, sí, algunas predilecciones que se patentizaron a lo largo de su obra: “DIARIO ÍNTIMO” de Amiel; “ENSAYO SOBRE LAS REVOLUCIONES” y “EL GENIO DEL CRISTIANISMO” de Chateaubriand; “CONTRATO SOCIAL” de Rousseau; “PALABRAS DE UN CREYENTE” de Lamennais; Taine, Fustel de Coulanges, Donoso Cortés, Carlyle y para completar: “CRÍTICA DE LA RAZÓN PRÁCTICA” de Kant; las Obras completas de Maquiavelo; el “DICCIONARIO DE LA LENGUA FRANCESA” de Littré; “EL MUNDO MARCHA” de Pelletán. Pero quien se constituyó en su modelo fue sin duda Macaulay, cuyas huellas se hallan patentizadas en sus escritos animados de páginas descriptivas y donde la explicación de los sucesos queda supeditada a aquella concepción, tomada del escritor inglés.
El Dr. ENRIQUE PARODI, al comenzar la semblanza dedicada a Sienra Carranza, incluida en “MONOGRAFÍAS HISTÓRICAS” (1897), expresa: “Es un estudio de seso, a lo Macaulay”. Su maestro, el Dr. Hernández de Padilla, había anticipado en 1888 análogo juicio: “Me siento no del todo torpe para presentir el talento, y me prometo que perseverando usted en escribir y en analizar lo que escribe, formará Ud. como aventajado discípulo de Macaulay”.
El drama de Godoi ha sido el de tener que cultivar un romanticismo a destiempo, puesto que no le cabía otra alternativa. Pasó así “cual un Lord Byron de estas sociedades en formación”; tenía de Lord George Gordon la pasión de la aventura, la exaltación de héroes paradigmáticos; su gesto abierto a causas de violencia y de lucha, todo menos su ademán galante, su desprecio por las normas convencionales, su ausencia de la moral cotidiana y burguesa. No supo, o no quiso, penetrar en el alma humana, imperfectamente conformada (el romanticismo es después de todo un ideal superior, éticamente considerado) y por eso fue víctima de muchas incomprensiones que lo llevaron a extremar el gesto. “Se llamaba romántico”, es decir, habitante de un ámbito espiritual propio, ajeno las más de las veces a la realidad circundante.
Amaba el misterio, los tonos oscuros, el espectáculo de la tristeza, la mediavoz; podría comparárselo con el uruguayo Juan Carlos Gómez aunque sin sus ilusiones cívicas y sus desmayos literarios. “Fluyen a nuestro rededor - escribe Godoi- rumores vagos, presentimientos misteriosos, semejantes a los que se experimentan ante la vasta inmensidad del océano o el miraje de las montañas andinas con sus conos plateados perdidos entre las brumas del espacio”. Los “temores supersticiosos” que agitan su espíritu hallarán cauce en su propio pensamiento y se expandirán a sus escritos. En el centro de esa niebla, tal vez como una compensación a tan doloroso modo de concebir el mundo y las cosas del mundo (esto tiene, más bien, su indudable raíz volteriana) surgen los héroes-dioses y los semidioses mitológicos, incorporados a la historia más allá de su carne humana y mortal. Es de las honduras de la tradición -de acuerdo a la enseñanza del romanticismo- que nacen los juglares peregrinos que van diciendo los cantares de gesta de la patria en armas: “El inválido de la primera hora -imposibilitado ya de morir por la patria- entonaba solitario, allá por los lejanos valles, en endechas llenas de sentimiento, las acciones prodigiosas del General Díaz, como el trovador antiguo cantaba las acciones inmortales de los héroes-dioses”.
Exaltar aquello que conduzca a un orden superior de vida, trascendiendo las contingencias temporales y terrenales, fue su principio cardinal: “...La muerte en el campo del honor es un beneficio de los dioses. El valor es un deber imperativo, y continuará siendo en todos los tiempos la primera cualidad entre los hombres”. El valor como impulso o como instinto, no a manera de concepto ético, aunque el fin sea una actitud caballeresca. A pesar de haber ascendido el General Díaz a la categoría de semidiós olímpico, o de héroe-dios, el afán que lo guía es el de acercar al arte de la guerra una predisposición de caballerosidad. “Hubiera deseado él -afirma Godoi- mayor equidad en sus condiciones de lucha. Que el combate, rigiéndose por leyes de lealtad, se impusiera con armas aproximadamente iguales, los beligerantes frente a frente, en campo abierto, a la luz del día, para que las acciones heroicas, colectivas o personales, el valor, la serenidad y el esfuerzo abnegado, merecieran resonancia duradera e inmarcesible fama”. Esta concepción netamente romántica se traducirá también en la elección de paralelos de talla mayor: López y Mitre, López y Díaz, Sarmiento y Portales. (Dice acertadamente que “Sarmiento poseía la energía despiadada e inflexible de Portales”).
Pese a que uno de sus biógrafos manifiesta que “los estudios anímicos son su especialidad”, a Godoi no le preocupa en verdad la pura sicología de los personajes históricos sino en función de los hechos que ellos mismos producen. Todo nace de fuerzas incontrolables, profundas; Díaz de nuevo en escena: “Estaba ajitado de presentimientos vagos de fama y lustre americanos, esos delirios anímicos de mero dominio de la fantasía, que escapan al cálculo de las ideas positivas, y que las imajinaciones meridionales y ricas en ilusiones, son capaces de revelar a un alma soñadora y viril por misteriosa sujestión psíquica en las nebulosas lontananzas del futuro”. Es decir que el hombre, agente de hechos y hazañas, no domina, no crece, sino mediante la orientación de esas espontáneas radiaciones psíquicas, de las que parecer ser, asimismo, simple reflejo. Y esta otra descripción en claro oscuro, retrato en modo alguno romántico, sino más bien de un realismo impresionante, muestra cómo subsistía en Godoi, por sobre su propia convicción romántica, la antítesis, visto en hondura, sin los arabescos de una prosa poblada de artificios: “Más que una religión y una tradición de las cavilosidades del pasado, el Vizconde de Cabo Frío es un centinela perdido, que el Imperio ha dejado colocado a manera de punto interrogante en el límite de su naufrajio. Ha sido él testigo importante del derrumbe de la antigua sociabilidad heráldica y de la perpetración del moderno réjimen, cuyas atrevidas innovaciones le causan vértigo. En su semblante abatido y su mirada incierta, lleva la revelación de la dolorosa e indefinible nostaljia que tortura a su alma acongojada”.
Su estilo, el sentido estético de su prosa, marchan acordes con su concepto imaginativo de la historia. En ausencia de fuentes -muy escasas son las citadas y casi nunca originales había que acudir a la versión de la naturaleza, según Rousseau, al destino natural de la historia, bien que la presencia del hombre en sociedad difiera raigalmente de sus principios. Su español “retórico y decorativo” estaba, sin embargo, a la altura de la empresa épica de la que no parecía, ni quería, ser espectador sino actor muy visible. “Penetramos -son sus palabras dentro del maravilloso arte de la literatura pura, como clasificamos esa sección de las letras humanas que haciendo caso omiso de los atavíos científicos, busca tan sólo su prestijio en la elocuencia y brillo del estilo”. No entran en su consecución la voluntad ni el esfuerzo; “únicamente tienen libre acceso a sus dominios -finaliza Godoi- aquellos que viniendo al mundo recojen su ventura de las valquirias aladas, heraldos de la fama”. Por encima de esto surgen “aquellos pestilentes esteros inhóspitos”, los “abruptos bosques del Chaco” y las “densas brumas, más oscuras que la noche (que) se ajitan a su rededor en lontananza, sobre crespones funerarios”.
Puente entre dos épocas -la que termina en RAMÓN ZUBIZARRETA y empieza en Cecilio Báez- pudo asistir sin embargo a la preminencia del novecentismo y a la iniciación de un nuevo sentido de la historia, al margen de cuya polémica con O’Leary (1902) le vemos ubicado, pero puesta en favor de su pueblo la mano sobre el pomo de la espada, o mejor, de su pluma, caballero siempre, aunque de ella surgieran de tanto en tanto, como repulsa de la realidad, adjetivos tremendos e implacables, uniendo así la reverencia a la estocada. (1963)
JUANSILVANO GODOI : Incursionar en el mundo anímico, literario o histórico de don Juansilvano Godoi (así dio en firmar, aunque se le conociera comúnmente por “Don Silvano”) no es tarea fácil. Tampoco en los términos apenas asequibles de su biografía. La medias tintas, las sombras, el toque dramático, la pasión polémica -en relación con lo anterior- configuran su perfil romántico. Pero, a pesar de apresurados juicios de la posteridad, no fue en modo alguno una “vida novelesca”, ni en la Argentina, donde trascurrieron, discontinuamente, veintitrés años de su existencia, ni aquí desde 1895 y hasta el resto de sus días.
Según el más acucioso -y hasta ahora único- de sus biógrafos, don SILVANO MOSQUEIRA (1875-1954), nuestro escritor se ausentó del país con sus hermanos, en 1864, de acuerdo al pedido que hiciera al Presidente de la República, el entonces Brigadier General don Francisco Solano López, su madre, doña PETRONA ECHAGÜE, emparentada con notorias familias argentinas. (El parecer del padre no ha trascendido).
Si alguna novela cabe registrar ella no será otra que la del mismo joven Silvano, quien nacido en la Asunción el 12 de noviembre de 1846 (no 1850) tenía ya, al estallar la guerra contra la Triple Alianza, entre los 18 y los 19 años de su edad. ¿Por qué no regresó -sería la obligada pregunta- para sumar sus esfuerzos a la defensa de la patria en llamas? Nadie lo sabe; ni él se dignó conceder la menor aclaración: Sus contemporáneos, incluido el Padre Maíz -de quien fuera severo y a veces injusto adversario- tampoco se lo exigieron.
Apenas si se conoce el dato de que cursó estudios en el Colegio de la Inmaculada Concepción de Santa Fe (Argentina), regido por los jesuitas, y que uno de sus condiscípulos fue el poeta oriental Juan Zorrilla de San Martín.
Lo cierto es que don Silvano retornó a esta capital luego de su ocupación por tropas extranjeras el 5 de enero de 1869. Su actuación comienza a cumplirse a partir de esa fecha, prolongándose por espacio de ocho años. En 1877, el 12 de abril, tiene lugar el movimiento armado del que era artífice principal y que tuvo por consecuencia el asesinato del Presidente de la República, don JUAN BAUTISTA GILL, en pleno centro de la ciudad, y el posterior e inexcusable, cinco meses después, de los presos políticos detenidos por esos motivos en la cárcel pública y que costó la vida a su denodado defensor, el Dr. FACUNDO MACHAÍN. Poco más tarde don Silvano insistía en sus aportaciones bélicas, las que, al fracasar, lo retuvieron en Buenos Aires, donde sus inquietudes canalizarían por caminos menos violentos y donde pudo desarrollar una vocación intelectual que todavía no se había manifestado en plenitud.
Desde aquellos tiempos no fueron muchas las noticias que se tuvieron sobre él. En la “cosmópolis” porteña trabó amistosos vínculos, que se columpiaron entre los bienquistos del círculo áulico del Presidente JUÁREZ CELMAN (allá por el 1889), como RAMÓN J. CÁRCANO, que le dedicara una colorida e interesante estampa, hasta el Dr. ARISTÓBULO DEL VALLE –aficionado también a las artes- enérgico opositor a los desmanes institucionales y financieros que culminaron en la denominada “Revolución del 90”.
La verdad es que don Silvano supo capitalizar aquella residencia gracias a hábiles especulaciones, que le valdrían una sólida posición económica. Eso le permitió abrir un salón de recepciones y codearse con la mejor sociedad de aquella época. Una de sus hijas, Leticia - después señora de Díaz-Pérez- nació en el palacete de la Avenida Santa Fe, en tanto sus hermanos varones veían la luz en el Paraguay por disposición del progenitor, reducido a obligado exilio.
Volvió a su tierra el 7 de abril de 1895, acogiéndose a la amnistía decretada por el PRESIDENTE EGUZQUIZA. Y lo hizo con algunos cuadros y esculturas -adquiridos por mediación del pintor argentino don EDUARDO SCHIAFFINO- y con muchos libros, que formaban su “Biblioteca Americana”, de la que nunca quiso desprenderse y que sus herederos donaron al gobierno en ocasión de la venta de su Museo de Bellas Artes en 1940. El Estado pagó la primera cuota y del resto -hasta ahora- se ocupó el olvido.
Tenido por polemista temible -no deben soslayarse sus dardos contra don JOSÉ SEGUNDO DECOUD (1897), el Dr. CECILIO BÁEZ (1910) y el PADRE FIDEL MAÍZ (1916)- contemporizó, sin embargo, desde el reducto personal y cultural de su romanticismo, con los jóvenes novecentistas que a pesar de todo insinuaban el modernismo y pudo así constituirse en el símbolo de aquella cena con que el grupo de La Colmena iniciara sus actividades literarias y gastronómicas el 19 de octubre de 1907.
Don Silvano, que en tan extenso bregar no dejó escritos más de cinco libros e igual cantidad de folletos, murió en la Asunción el 27 de enero de 1926. Desde 1903 desempeñaba la Dirección General de Archivos, Bibliotecas y Museos de la Nación, organismo creado dos años antes y no expresamente para él, como se sigue diciendo. Intentó ser el promotor de la gloria única del GENERAL DÍAZ, excitación histórica que hoy pocos recuerdan. (1983)
Fuente: ESCRITOS PARAGUAYOS – 1- INTRODUCCIÓN A LA CULTURA NACIONAL. Ensayos de RAÚL AMARAL. Esta es una edición digital corregida y aumentada por la BVP, basada en las ediciones Mediterráneo (1984), la edición de Distribuidora Quevedo (2003), así como de fuentes del autor. Edición digital: BIBLIOTECA VIRTUAL DEL PARAGUAY