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JOSÉ MANUEL SILVERO ARÉVALOS
  Nosotros y ellos - Por JOSÉ MANUEL SILVERO A. - Sábado, 5 de Diciembre de 2009


Nosotros y ellos - Por JOSÉ MANUEL SILVERO A. - Sábado, 5 de Diciembre de 2009

Nosotros y ellos


Por JOSÉ MANUEL SILVERO A.

 




Docente investigador de la UNA

jmsilvero@intersophia.org



Nosotros y ellos

Desaprovechar espermatozoides es un privilegio del linaje humano - aunque Severino Antinori nos demuestre lo contrario- ; la mayoría de los animales machos recurren a las hembras en función a los ciclos que la naturaleza sabiamente ha programado en cada especie.

Pero, ¿será que es posible pillar al perro del vecino enamorado y herido? Inquieto hasta más no poder cuando la llamada de la naturaleza así lo exige, sí. En contrapartida, es patente en el caso de la especie humana observar los efectos de ese "algo" que la mayoría experimentamos y generalmente llamamos "amor". No obstante, salvo Schopenhauer, evitamos llamarlo "instinto" y estamos seguros de que las convenciones culturales, las normas, la religión, etc., han apaciguado esa fuerza innata, hasta al punto de trocarla en una expresión carente de lo animalesco e irracional.

Por ello, aquel que no pueda controlar sus instintos estará muy cerca del ideal perruno y muy lejos del canon de ser humano que cada época moldea e impone.

Se han impuesto frenos morales y culturales, pero, paradójicamente, la provocación que ejercen las señales visuales forma parte del acervo comunicativo que interviene en las interacciones entre los sexos.

Como ejemplo se puede citar la delicadeza del maquillaje de las mujeres egipcias y de la estética durante el Imperio Antiguo. Los párpados se pintaban con una sombra de tonos diversos, extraídas de polvos de la naturaleza. Asimismo, existen representaciones que constatan que se pintaban bellamente los labios.

En la actualidad abundan los senos protuberantes, sin que ello signifique amamantamiento. Los maquillajes resaltan labios y contornean ojos. Las siliconas ayudan a dar forma y tamaño a lo que Natura no ha proveído. Asimismo, la toxina botulínica tipo A rejuvenece eludiendo la cirugía. En fin, una serie de químicos, estrategias y tecnologías a disposición de aquellas/os que deseen verse bien.

Pero, ¿por qué la evolución ha privado a Pupy - el perro del vecino- de tanto disfrute estético? ¿Podrá acaso algún día la hembra de Pupy disfrutar de senos protuberantes en ausencia de lactancia?

O lo que es peor - o mejor- : ¿Podrá Pupy copular después de un baile provocador, tipo reggaetón, saltándose los ciclos impuestos por Natura?

Según el antropólogo Owen Lovejoy (Kent State University), el origen de estos comportamientos tan ajenos a Pupy se remonta al día en que nuestros ancestros descendieron de los árboles y empezaron a caminar erguidos. Con las manos libres pudieron recolectar y transportar alimentos a las hembras, quienes permanecían junto a las crías en los árboles. Esto permitió - dice Lovejoy- que más crías sobrevivieran y que el grupo creciera de manera considerable. La cooperación entre los machos se acrecentó y en las copas de los árboles reinaba una cierta paz. Paz que contribuyó a que los colmillos se redujeran.

Esta nueva condición propició que los machos se convirtiesen en proveedores de alimentos - y con más vehemencia- en época de ovulación. Las hembras respondieron facilitando la cópula en las fases no fértiles del ciclo reproductivo. Más comida, más cópula. Más cópula, más comida.

La hipótesis de Lovejoy ayudaría a entender por qué entre otras especies prefieren machos fuertes y dominantes - ¿eugenesia?- , asegurando las posibilidades de que las crías tengan salud. Por su parte, en el linaje humano las hembras prefieren a los proveedores.

Después del éxito del paso anterior, la evolución tuvo que dar unos retoques mínimos en los circuitos que regulan las hormonas del afecto, para culminar en ese gran invento que al parecer es exclusivo del linaje humano: el enamoramiento.

Lovejoy cree encontrar en sus investigaciones una explicación válida - pero parcial- para esa conducta que Pupy simplemente desconoce; a saber, el amor.

Al final, parece ser que el amor, entonces, es producto de la comida y de la diligencia que implica buscarse la vida.

La evolución imprimió en nosotros y en ellos su marca indeleble; no obstante, sólo es válida para los primeros la frase: Cuando el hambre entra por la puerta, el amor sale por la ventana.

La provocación que ejercen las señales visuales forma parte del acervo comunicativo que interviene en las interacciones entre los sexos.



Fuente:  ULTIMA HORA Digital

Publicado en la edición impresa

Sábado, 5 de Diciembre de 2009

http://www.ultimahora.com/nosotros-y-ellos-n280209.html

 

 



 

 

 

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