Una canción forjada con los versos de Hérib Campo Cervera, la música de Agustín Barboza y un encuentro de ambos en los territorios de Morfeo.
AGUSTÍN BARBOZA y sus compañeros RAMÓN MENDOZA, LEONARDO FIGUEROA y CARLOS CENTURIÓN, a fines de 1959, habían hecho una gira al Medio Oriente. De Chipre iban a retornar a Europa, pero pensaron que no podían perder la oportunidad de conocer la tierra que había parido a SÓCRATES, PLATÓN y ARISTÓTELES: GRECIA.
Los cuatro músicos, una vez en Atenas, se maravillaron con la Acrópolis, el Partenón y el Pórtico de las Cariátides. Emocionados, sentían que una antigua historia –desde la expresiva mudez de las construcciones que derrotaron al tiempo- les contemplaba a orillas del mar Egeo.
En RUEGO Y CAMINO –página 316- Agustín Barboza relata que después del paseo volvieron al hotel. Enseguida, Morfeo –el dios del sueño- lo arrastró a su reino. Allí, en ese mundo de silencios poblados, se presentó ante él su amigo HÉRIB CAMPOS CERVERA (nacido el 30 de marzo de 1905 en Asunción y fallecido el 28 de agosto de 1953 en su exilio de Buenos Aires), preguntándole qué había pasado con CANTO DEL HACHERO, que él había musicalizado años antes en Buenos Aires, para su obra de teatro –nunca estrenada-JUAN HACHERO.
Barboza no atinó a responder en el sueño. Se despertó turbado e inquieto. Ramón Mendoza, que no dormía aún, fue testigo de esta escena. Le contó lo que acababa de ver.
A la noche siguiente, el que había sido agrimensor, recorriendo los vastos territorios de la patria –incluyendo los de los quebrachales de la taninera Carlos Casado en el Alto Paraguay, donde se inspiró para escribir CANTO DEL HACHERO-, volvió a la carga. Le preguntó por qué no cantaba esa composición, instándole a difundirla a los once vientos del orbe. Mendoza, otra vez, vio cómo su compañero se sentaba azorado al borde de su cama. Le contó de nuevo lo sucedido.
Lo que había ocurrido es que la partitura de esa obra había quedado en Buenos Aires y Agustín olvidó su segunda parte. Conservaba, sin embargo, la letra en un cuadernillo.
A Ramón le gusto la poesía. E instó a su compañero a que hiciera todo lo posible para recordar la melodía para que el cuarteto lo pudiera cantar. Pese al esfuerzo, la canción fugitiva no apareció en la memoria del compositor.
Por tercera vez retornó Hérib, con su mismo reclamo. Agustín se vio obligado a confesarle su olvido parcial, pidiéndole que le ayudara a recuperar lo perdido. El poeta prometió cooperar con él.
Al despertar, el confidente fue otra vez Ramón Mendoza. Éste tomó la guitarra y rescataron la primera parte, rápida, con ritmo de polca. La segunda, en tiempo de guarania, se fue plasmando en “una melodía mucho más vibrante, nítida y depurada”, según dice Barboza.
Para el mediodía, lo que parecía imposible estaba ya en el puerto de lo posible y logrado. A la tarde, la canción engrosaba ya el repertorio del conjunto. Cuando Carlos Centurión y Leonardo Figueroa preguntaron cómo habían alcanzado a rescatar la melodía entera, Ramón y Agustín contestaron que Campos Cervera la había dictado en sueños.
Esa noche, en Atenas, fue estrenada la canción. La “cerrada y prolongada ovación” que siguió a la música fue la evidencia rotunda de su aceptación. Tuvieron que repetirla tres veces más.
Desde entonces, Hérib ya no volvió a visitar a su amigo. Sólo le contemplaba desde alguna estrella que no estaba demorada en el firmamento.
CANTO DEL HACHERO
Hermanos hacheros de los quebrachales
escuchen el canto que surge del fondo de mi corazón,
un canto que quiere llevarles el grito de mis sentimientos
junto a los acordes sencillos y dulces de antigua canción.
Yo soy el hachero que muere en la selva
entre los mil brazos de la soledad,
yo vivo siguiendo la huella callada
de los que cayeron y están enterrados.
La sangre morena de los quebrachales se va por el río
cantando su roja y ardiente palabra que llega hasta el mar
y mientras se siente como una tormenta que pide justicia,
invita a los hombres de selvas y llanos a unirse y luchar.
Hermanos hacheros de torsos desnudos
tomemos el hacha y en golpe final
cortemos las duras cadenas del oprobio
y alcemos los brazos al aire glorioso de la libertad.