VICTORIA TORRES J’ROSPIGLIOSI -VICKY TORRES-, limeña, vive en Paraguay desde 1991. Desde entonces se ha destacado entre nosotros por haber ejercido de manera constante y profesional la crítica de arte en diversos medios de prensa asuncenos y por haberse convertido en una de nuestras principales animadoras culturales. Presidente de la ONG ORBIS TERTIUS, bajo su dirección se han multiplicado en los últimos años actividades hoy tan conocidas como los cafés filosóficos y las charlas de café, los recitales poéticos popularizados bajo el nombre de “Vino, chipa y poesía”, los debates sobre los temas culturales más importantes o actuales o la presentación de nuevos valores en el espacio de las artes plásticas. Como crítica de arte se inició en Lima en 1975, ejercicio que no ha abandonado desde entonces.
ARS LONGA no reúne todos los escritos de Vicky Torres sobre arte publicados en nuestro medio, pero sí una gran parte -y, tal vez, la más significativa- de los mismos. Se trata, básicamente, de artículos, muchos de ellos publicados en ABC Color, y de textos especialmente preparados para catálogos. Comprende, no obstante, miradas que van más allá del arte paraguayo y que se internan en el que se ha hecho y se hace en otras partes del continente- y del mundo o se aventuran en reflexiones acerca del misterio siempre fascinante de la creación artística.
ARS TONGA, PERO NO TANTO
El dicho latino asegura que, si la vida es breve, el arte, en cambio, permanece. Ahí están para confirmarlo las pinturas de Lascaux o de Altamira con mayor antigüedad que la memoria histórica. Si algo sabemos de la vida de aquellos cazadores magdalenienses es, entre otras cosas, gracias al arte. El arte, en efecto, permanece. ARS TONGA.
El arte no es un simple dato. No es lo «dado» (datum, dato), sino lo creado, aquello que la persona a quien llamamos artista ha convertido en «algo» que no existía previamente y que, sin embargo y a todos los efectos, no sólo existe, sino que tiene una realidad que trasciende la materia con la que fue creado y la forma que el artista le ha impreso. Sólo a los especialistas puede interesar la materia geológica en las estatuas de mármol o la calidad de aceites y pigmentos en un cuadro o en un mural. En buena cuenta, sólo a ellos interesan realmente la disposición de los colores, la perspectiva y calidad del trazo, los ritmos y las técnicas usadas para lograr un efecto. También interesan al verdadero artista, que conoce estas cosas y las domina, pero no al espectador. Lo que al espectador del arte interesa, lo que afecta su sensibilidad, es única y exclusivamente el efecto que el artista haya logrado. De ahí que la interpretación del objeto artístico parta del efecto y no de las causas y que trate de encontrar en el efecto las razones que hacen de un objeto creado un objeto de arte, una obra artística. El camino de la interpretación artística es un camino de vuelta. Desde el momento en que lo creado existe y afecta la sensibilidad del espectador, el objeto artístico pasa a ser un «dato» y, como tal, puede ser interpretado.
La interpretación de la obra de arte es un punto de vista o trata de serlo. Como punto de vista, es una opinión de alguien sobre algo. El que ese «alguien», usualmente llamado crítico, se sitúe entre el espectador y el artista con el objeto de manifestar un parecer que puede o no afectar la comprensión que el primero tiene de la obra de arte y el segundo de su propio quehacer como artista es, ante todo, un fenómeno relativamente reciente en la historia del arte y, además, un reto asumido con muchos riesgos. El arte puede existir sin el crítico, puesto que cada espectadores o puede ser un intérprete, pero el crítico no puede existir sin el objeto de arte. ¿Qué utilidad tiene, entonces, la crítica de arte, si es que tiene alguna? Suele el así llamado «crítico» situarse en una posición especial: de riesgo y, al mismo tiempo, de poder. Hay poder, porque existe el riesgo y, si se vence, el poder aparece. No es, por cierto, el poder en sus manifestaciones más perversas, pero puede llegar a serlo, si el crítico lo ejerce para obtener de su autoridad (la manifestación primera del poder), potestad o dominio sobre las conciencias de los espectadores en beneficio de alguien o en su propio beneficio. El ejercicio de la crítica de arte es, en consecuencia, un ejercicio moralmente comprometido.
Lo es en todas partes, en todos los países y en todas las culturas, pero tal vez lo sea de manera especial en nuestros países y en nuestras culturas. Suele decirse -y es cierto- que el desarrollo económico, social o tecnológico nada o poco tienen que ver con el del arte y la cultura. Para probarlo, se cita al bisonte de Altamira, una de las expresiones más elevadas y logradas del arte con una antigüedad superior a los doce mil años. Aun cuando esto es cierto, desde que aparece el arte realmente moderno con las vanguardias, han existido -y siguen existiendo, pese a todo cuanto se diga en contrario- centros de desarrollo artístico normalmente coincidentes con los centros de poder económico y político. Hoy, esos centros se extienden especialmente por los países a los que solemos denominar desarrollados, desde Nueva York o San Francisco a París, Londres, Roma o Barcelona. Quienes estamos al otro lado de esa frontera divisoria podremos, sin duda, crear un gran arte, pero no cabe la menor duda de que siguen siendo los centros citados los que consagran a los artistas, los que establecen pautas y los que trazan los caminos por los que el arte discurre. Que en el futuro esto pueda ser cuestionado es un asunto de muy distinta naturaleza. Querámoslo o no, son esas pautas y esos caminos los que han de seguir -y siguen- con más o menos fortuna nuestros artistas, pues, aunque el arte tiene una trayectoria genésica que va de dentro hacia fuera, de la idea madurada en la mente del artista a la creación del objeto que la contiene y la expresa, hoy más que nunca esas ideas primeras están siendo modeladas en los centros de poder artístico de los que hablamos. La posibilidad de un arte particular, idiótico, no contaminado por las ideas dominantes, es remota y cada vez lo es más. La planetización, mundialización o, si se prefiere, globalización del arte, es un hecho. Las artes de fuertes rasgos nacionales o regionales o, simplemente, personales siguen constituyendo una maravillosa excepción no siempre bien comprendida. Al fin y al cabo, también las sensibilidades se han vuelto globales. Cada vez más -y pese a la calidad de muchos artistas- el mundo del arte se torna un popurrí (de pot pourri, adaptación francesa de la hispanísima «olla podrida» en el sentido de mezcolanza, batiburrillo, cajón de sastre) de corrientes y tendencias muy diversas, pero un popurrí, al fin, similar en las más diversas latitudes del planeta. Lo queramos o no, nuestros artistas bucean en estos tiempos de globalización en esa «olla podrida» planetaria, pues no les queda otro remedio. Se adecuan. Se ajustan a norma. Los verdaderamente originales, raros o fascinantes son cada vez más escasos.
No está mal la globalización del arte, siempre y cuando el espíritu cosmopolita que nos invade sea asumido con seriedad y desde una perspectiva que no impida al artista, ni la expresión más acabada de sus ideas, ni el mantenerse fiel a sí mismo. En otras palabras, siempre y cuando el artista sea capaz, en este maremágnum de corrientes encontradas, de producir arte: objetos capaces de trascender la materia y la forma que los constituye.
Esto no siempre es así, naturalmente. Cuando llegué a Paraguay, hacia finales del año 1991, el arte paraguayo, pese a todo, parecía mucho más claramente diferenciado que hoy de las corrientes que se han impuesto. No significa esto que la modernidad no se diera desde, al menos, los años cincuenta. Se daba y daba magníficos resultados. Eran muchos los que habían incursionado en corrientes en boga desde hacía varias décadas y con fortuna: de la abstracción al neofigurativismo, el impresionismo abstracto, el pop o las más recientes tendencias hiperrealistas. Muchos otros experimentaban con nuevos materiales y nuevas formas o incursionaban en la creación de objetos e instalaciones. Existía en esos primeros años noventa un entusiasmo que, pasados más de diez años, ha menguado. Los jóvenes artistas, recién salidos de sus escuelas, soñaban con cambios y con propuestas cada vez más novedosas. Los artistas ya consagrados esperaban, quizá con impaciencia, estas novedades y ellos mismos no dejaban de experimentar cuando la oportunidad se les Presentaba propicia. Hoy, unos y otros, parecen estar más atentos a lo que viene de fuera, a las novedades que los centros de poder artístico les ofrecen. Hoy más que nunca, la dynamis genésica del fenómeno artístico parece estar fuera del propio artista, fuera de su ser, ajena a él. Todos los objetos de arte comienzan a parecerse entre sí. Hay un peligroso aire de familia en el que la idea propia de cada artista parece que se pierde. Si este es un signo de los tiempos posmodernos que corren, la monotonía será uno de los signos de un futuro en el que el arte corre el peligro de ser canibalizado por el mercado y el gusto impuesto por el instrumental mediático manejado por los gurúes del marketing desde los centros de poder artístico.
Por fortuna creo -y confío- que no ocurrirá nada semejante. El «fin del arte» ha sido profetizado muchas veces a lo largo de las últimas décadas, y siempre los artistas han sabido responder al reto con nuevas formas de expresión para hablarnos de lo que siempre habla el arte: del hombre y del mundo, de las infinitas formas de entender la condición humana en tránsito hacia no se sabe dónde. Si el arte no desaparece es porque lo necesitamos para vivir, para sabernos seres humanos, pues vivir sin arte equivaldría a vivir sin la capacidad evocadora de mundos nuevos y siempre renovados y renovándose que el arte -y sólo el arte en sus diversas manifestaciones- nos ofrece. El que hoy los artistas de todo el mundo se vean sometidos a algunos imperativos ajenos al hecho artístico y condicionados por ideologías uniformadoras del mismo no significa que no sean capaces, como lo han demostrado siempre, de superar esos inconvenientes. En el Paraguay sigue habiendo artistas originales y apareciendo nuevas figuras que pretenden serlo y en ello se esfuerzan.
A lo largo de casi diez años hemos visto cómo se ha desarrollado este proceso. Vemos hoy algún desconcierto en los menos advertidos, servil imitación en los más ambiciosos y apresurados y molestia en cuantos, habiéndose formado en las técnicas y corrientes de décadas pretéritas, ven que los resultados que obtienen con su trabajo no son valorados como deberían serlo. Enfrentamos tal vez, una crisis, pero una crisis que, sin duda, será superada. La crisis se oculta tras los velos convencionales de las modas al uso que los centros de poder artístico nos imponen. Algunos sucumben a su encanto; otros hacen suyas las corrientes de moda y las ponen al servicio de su genio y sus ideas y muchos más no saben qué hacer en este mundo de desconcierto en el que todo vale y el objeto del arte se ha convertido en mercancía. Al fin y al cabo, el mundo del arte no está ajeno a cuanto sucede fuera de él. No puede estarlo.
En estos escasos diez años he conocido lo mejor de la producción artística plástica paraguaya y he tratado de dar cuenta de ella. Lo he hecho centrándome en los artistas y, con alguna frecuencia, también en los artistas no paraguayos que residían o residen en Paraguay y con artistas cuyas obras pudieron ser expuestas en el país, aunque ellos no siempre estuvieran presentes. También he dado cuenta de los hechos artísticos y de las remembranzas que consideré importantes. En conjunto, cuanto escribí no tiene la unidad que me hubiera gustado, pero creo que vale la pena contar con un registro como este y, por esta razón, he decidido publicar los artículos que a lo largo de los últimos diez años fueron apareciendo en ABC Color, La Nación, la revista jazmín y en diversos catálogos especialmente preparados para alguna exposición.
Nada de esto hubiera sido posible sin el apoyo de amables galeristas, periodistas que me cedieron gentilmente en sus medios el espacio que necesitaba, estudiosos dedicados, compañeros de crítica y artistas que aceptaron mis opiniones sobre sus obras. A todos ellos, muchísimas gracias. Mi agradecimiento especial para los directivos y periodistas de ABC Color, en cuyas páginas aparecieron muchos de los artículos aquí recogidos y sin cuya comprensión nada de ello habría sido posible. A los encargados de la página de Arte y Espectáculos de ABC Color, que confiaron en mí. A ellos, mi agradecimiento más sincero. Muchas han sido las satisfacciones alcanzadas en este trabajo, muchos también los encuentros con artistas magníficos y personas de gran calidad intelectual y humana con quienes hoy me unen lazos de amistad. Este, tal vez, es mi mayor logro.
Asunción, 25 de febrero de 2004
Fuente: ARS LONGA por VICKY TORRES. Arandura Editorial, Asunción-Paraguay, 2004
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