SUS PERSONAJES: DRÁCULA
© ROBIN WOOD
RESEÑA DE ARIEL AVILEZ
Podríamos decir que se trata de una serie spin-off de Dago, pero nos quedaríamos cortos en la definición. Drácula es la concreción de un viejo capricho de Wood: contar la fascinante verdadera historia del príncipe rumano que sirvió de punto de partida para las modernas historias de vampiros. El formato elegido fue el de miniserie (dos partes divididas en nueve episodios), pero quien la lee de un tirón sabe que se encuentra ante una novela gráfica que corre con fluidez y cuya división sólo responde a cuestiones editoriales. Lógicamente, el apartado gráfico corre por cuenta del magnífico Alberto Salinas, que se luce en la edición italiana (revista Skorpio, año 1991) al aplicar a su dibujo un soberbio coloreado directo… lujo que no puede apreciarse en la edición local (revista D’Artagnan, año 1992) que, todo hay que decirlo, no fue publicada íntegramente.
EL HOMBRE
A mediados de siglo XV, Vlad Drácula narra su historia a un temeroso escriba. Parece –y está- apurado y no es para menos: falta muy poco para librar la última batalla de su vida.
Sin embargo, se toma su tiempo para recordar su adolescencia en el destierro, su vida entre los turcos, en el corazón del Imperio Otomano al cual fue enviado por su propio padre –Vlad Dracul, príncipe de Valaquia- como rehén, como muestra de sumisión al Sultán Mohamed II; al escalofriante adolescente lo acompañaba Radú, su hermano, el llamado “El Hermoso”. Y allí los muchachos fueron forjando sus destinos: mientras Radú se convertía en el amante del buen Mohamed, Drácula aprendía el arte de la guerra de la mano de los jenízaros, el cuerpo de elite del ejército turco. También absorbía la exquisita cultura otomana, leía sus textos, asimilaba sus costumbres… allí fue donde aprendió la que en el futuro se convertiría en su práctica favorita, el empalamiento: se desnuda al enemigo capturado y se lo sienta sobre una estaca afiladísima que, poco a poco, va haciendo el camino inverso del aparato digestivo; es una muerte poco digna y, sobre todo, lenta; una muerte innecesariamente cruel.
Prisionero de lujo durante unos años, cambió su condición cuando su padre –que jamás perdió unos minutos leyendo artículos de la Ser Padres Hoy- decidió traicionar al sultán otomano desentendiéndose de la suerte de sus hijos; Drácula conoció, entonces, los sinsabores de la cárcel. Idas y vueltas de la política, algunos años después el desamorado padre volvió a aliarse con el Sultán y sus hijos recuperaron sus privilegios. Sin embargo, el viejo Vlad no pudo festejar demasiado, ya que los boyardos –la nobleza rumana-, aliados con los húngaros, lo asesinaron a traición.
Esa fue la oportunidad de Drácula: con el apoyo del Sultán y al frente de un ejército de bandoleros y criminales, el joven emprendedor recuperó para sí el trono que fuera de su padre, aunque por muy poco tiempo, ya que el enemigo se reorganizó y lo obligó a retirarse.
Exiliado en Transilvania, conoció y se hizo amigo del príncipe Esteban; y también del joven Matías Corvino, soberano de Moldavia. En compañía de esos dos próceres, concibió la idea que sería su obsesión: la unión de Rumania toda, que estaba dividida en tres reinos, el tercero de los cuales era su Valaquia. El objetivo: convertirse en una auténtica potencia capaz de resistir el asedio constantes de germanos y turcos.
Cuando por fin recuperó su Valaquia, su primera acción de gobierno fue exterminar a la nobleza a los boyardos; y la segunda, aliarse al mismo tiempo con húngaros y turcos, para luego traicionarlos según corrieran los vientos.
En este período conoció a la primera mujer que amó, la bellísima Helena Basarab, una dama con la cual compartía el odio hacia los turcos que habían exterminado a su familia y mancillado su honor.
Harto de la inestabilidad y la crueldad de Drácula –que comenzó a ser llamado Vlad Tepes, que significa “el empalador”-, Mohamed en persona decidió dirigir los ejércitos que depondrían al caudillo rumano. Muchos años y muertos después –no se salvó ni Helena, que se quitó la vida para no entorpecer la huida de su hombre-, el Sultán ocupó Valaquia y designó como gobernante al afeminado Radú.
EL DESTERRADO
Y una vez más, el exilio. Primero en condición de asilado en la Budapest de su viejo amigo Matías Corvino y luego como su prisionero –estadista al fin y al cabo, Matías no deseaba despertar la cólera de otomanos y teutones-, Drácula decidió esperar su oportunidad. Oportunidad que llegó cuando una deliciosa primita del rey se encaprichó con el salvaje rumano y, tras yacer con él, quedó embarazada.
Para salvar el honor de la dama, Drácula se casó con ella y, de golpe porrazo, se transformó en el niño mimado de la nobleza húngara. Valiéndose de esto, se puso al servicio de su ahora primo Matías y, como general de sus ejércitos, encabezó sus ejércitos en contra de los turcos para alegría del Papa, que veía en Drácula al paladín de la cristiandad.
Ya con dos hijos y una reputación fabulosa, el hombre de Valaquia decidió reconquistarla tras la muerte de su hermano, Radú, que había enfermado y envejecido malamente y que pasó sus últimos días lamentando su belleza y su buena vida en Constantinopla, cuando compartía el lecho con el Sultán.
EL FIN
Desoyendo mil y un augurios de que en Valaquia encontraría su fin, Drácula emprendió la exitosa campaña para recuperar su trono y enfrentar su destino, destino que sabía adverso y, por el cual, emprendió la narración de su vida, para que guarden testimonio de ella su mujer y sus hijos.
Tras una feroz y feliz batalla en la cual venció una vez más a los turcos, fue rodeado por una veintena de nobles que decían pelear a sus órdenes. Si bien se cargó a la mayoría, la superioridad numérica pudo más: su cabeza fue enviada en una bandeja al Sultán que tanto lo odiaba y temía. Aún hoy, Rumania llora y recuerda a su héroe.
UN PAR DE COSAS MÁS
El Drácula historietístico fue presentado en sociedad seis años antes de protagonizar su propia miniserie: con sólo seis episodios de “Dago” en su haber se convirtió en uno de los personajes secundaros más recordados de la serie.
Sin embargo, la presencia de Drácula en “Dago” constituye un fuerte anacronismo, ya que el rumano no fue contemporáneo de Solimán, el sultán en los tiempos de Dago, sino de Mohamed II, varias décadas atrás. Es por eso que –corrigiendo el error- Dago no aparece en Drácula ni para saludar.
La mitad del primer episodio (¡!) de la miniserie, además de en DÁrtagnan, fue publicada en un fallido intento de resurrección de la revista Skorpio. Luego se rumoreó que sería editada completa, en libro y en blanco y negro; seguimos esperando…
(Reseña de Ariel Avilez/ avilezavilez@yahoo.com.ar)
(Infinitas gracias a BladeScans y Juan Carlos Massa por el material)
Fuente digital: http://www.robinwoodcomics.org (Registro: Agosto 2011)