PRÓLOGO
Esta obra refiere las circunstancias que rodearon la muerte por tortura de un joven estudiante de la secundaria en Asunción, como también las derivaciones que tuvo la prolongada labor de sus familiares por encontrar justicia. Ellos, pese al dolor por la pérdida y las agresiones subsiguientes, no callaron. Persistieron, movidos por esa ley de la naturaleza humana que de la debilidad extrae fortaleza. El mensaje implícito es que toda lucha contra la tiranía es muy dura, ocasiona traumas y produce bajas, pero sirve para mantener encendida la antorcha de la libertad que es guía e ideal de los pueblos.
Las heridas infligidas por el régimen militar paraguayo al tejido social han dejado profundas secuelas: miedo, hundimiento de la jerarquía de valores y ruptura de la solidaridad familiar y grupal. Ante la represión, la sociedad reaccionó por lo general adaptándose -términos como resignación y complicidad son utilizados en tal sentido- o rechazando lo que se le impuso a la fuerza. Cuando ese rechazo se manifestó cual acción política, devino en resistencia. Este fenómeno se operó desde el nivel de denuncias sobre tortura hasta la conspiración dirigida al recambio de las autoridades y, como solución maximalista, el alzamiento en armas de rebeldes.
Sobre la resistencia paraguaya hay más desinformación que- conocimiento veraz. La opinión de que aquí existió complicidad negligente con el stronismo precisa matizarse: hubo asimismo rebelión. Este trabajo expone precisamente sobre una forma de resistencia y su notable resultado en el tiempo. El caso Filártiga es significativo porque a partir de él, las violaciones a los derechos humanos son pasibles de juicio por encima de la territorialidad de la ley. Este dramático avance está siendo incorporado a la jurisprudencia en el campo del derecho internacional. Representa un alejamiento del principio de la soberanía irrestricta bajo el que no pocos dictadores cometieron y ampararon crímenes contra la humanidad.
El extraordinario mérito de los Filártiga radica en que no se rindieron, incluso cuando parecía que ya toda esperanza les había abandonado. Llevaron el caso a los tribunales nacionales, a los de EE.UU. y lo expusieron a la prensa internacional. Pero ellos no estuvieron solos en tan monumental tarea. Aquí en Paraguay algunos sobrevivientes de la dictadura, entre ellos Abelardo Cárdenas, Gladys de Sanneman, Hilario Ortellado, Martín Almada, hicieron significativo aporte con obras testimoniales acerca de sus propias experiencias. Esta literatura, con ser escasa en número, es reveladora acerca de los desenfrenos del poder. Una película rodada en México, LA GUERRA DE UN SOLO HOMBRE (One man's war, protagonistas estelares Anthony Hopkins, Norma Aleandro y Rubén Blades), es cinema-verdad a la vez que homenaje a la dedicación de un luchador obsesionado por traer justicia a esta tierra. Richard Alan White, académico e investigador que publicara una historia sobre el gobierno Francia bajo el título LA PRIMERA REVOLUCION RADICAL DE AMÉRICA, ha escrito últimamente acerca del caso que nos ocupa. Su libro, JUSTICIA PARCIAL (Partial Justice), tiene marcada edición para 1992.
Hoy los Filártiga pueden gratificarse con la certeza del deber cumplido. El pater-familias continúa haciendo medicina comunitaria entre los suyos. Stroessner está derrumbándose en el exilio. Una reivindicación muy pequeña. ¿Qué se merece el déspota por toda la sangre que derramó y el sufrimiento que ocasionó? La justicia de los hombres no le ha condenado, pues se sabe que las brutalidades tan horrendas de las que es responsable no han llegado a producir una sola sentencia. Stroessner ha sido querellado ante la instancia criminal en Paraguay, entre otros por la muerte de Mario Schaerer Prono y Celestina de Almada. En contrapartida, un tribunal de EE.UU. ha sentado significativo precedente condenando a Américo Peña al pago de US$ 10 millones por la muerte de Joelito Filártiga, sentencia que obliga legalmente al Estado Paraguayo como empleador de Peña en su carácter de comisario de policía. La sentencia no ha sido cumplida, todavía.
La opinión pública, pese al meticuloso lavado de cerebro de masas realizado a lo largo de toda la dictadura, ha emitido dictamen. Poemas, ensayos, composiciones musicales, denuncias, artículos de prensa, libros, hablan a las claras de que no habrá olvido y, mientras no se haga justicia, el caso Filártiga seguirá abierto.
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Obra: LA ANATOMÍA DEL GRITO
"Mi prójimo no es ajeno mío"
Autor: JOEL HUGO FILÁRTIGA
Fecha: 20 de febrero de 1976
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PORQUÉ CONTAMOS ESTA HISTORIA
** En Paraguay hay ciudadanos ejemplares por su trabajo y el legado que han dejado en los diferentes campos de las ciencias, las artes, la política, los negocios y la religión. El homenaje no alcanza a todos por igual y, en verdad, tampoco son todos los homenajeados merecedores de mucha estima pública. Otros que han, contribuido grandemente con sus conocimientos o liderazgo a promover el bienestar de la nación, apenas tienen cabida en la memoria colectiva. No hay mucha difusión de las obras de científicos notables cómo Moisés Bertoni o Pablo Max Ynsfrán. Artistas talentosos y prolíficos como José Asunción Flores y Herminio Giménez tuvieron que soportar exilio antes que reconocimiento, por imposición de regímenes de fuerza que no consultaban para nada el sentir popular. Un médico militar de mucho prestigio, servidor de prójimos humildes durante más de cincuenta años, fue Pedro De Felice. Como él, muchos compatriotas de valía son para nosotros grandes desconocidos.
** Luchadores, reformadores sociales y educadores obtienen discutido mérito o sencillamente no aparecen en nuestros libros. Algunos de ellos han sido mirados y castigados como enemigos por los que mandaban. Todavía hay desconocimiento e ingratitud hacia Serafina Dávalos, pionera de los derechos de la mujer, José de la Cruz Ayala, político precursor de la práctica de la libertad, Celsa Speratti, maestra y guía de educadores, Juan José Rotela y Agapito Valiente, combatientes antidictatoriales. Ellos son referencias significativas del cambio social en Paraguay.
** Nuestros héroes son todos militares. Independientemente de que hayan hecho algún aporte a la patria o de que más bien se hubiesen servido de ella, a la honra de los más ruines se han dedicado monumentos, calles, plazas, estadios, escuelas, hospitales, puentes, buques, pueblos y ciudades. De que hubo uniformados honestos y capaces, los hubo. Recién estamos comenzando a saber acerca de ellos, pasados indefectiblemente a retiro por oponerse a los dictadores de turno que asolaron el país desde la década del 40 en adelante. No hay un estadista civil, siquiera entre los que se distinguieron como conductores de la victoriosa guerra del Chaco, que sea considerado a la altura de Francisco Solano López. Según lo que se lee en la literatura oficial, el patriota máximo después del mariscal López fue el Centauro de Ybycuí, general Bernardino Caballero. Y en línea recta, unido por el cordón del heroísmo elevado a la categoría de mito, el aun más glorioso Segundo Reconstructor-Presidente-General de Ejército Alfredo Stroessner.
** ¿Qué lugar ocupa Joelito Filártiga en este panorama? El era un adolescente apenas, estudiante regular cuyos pasatiempos iban del dibujo a los deportes. No creó o produjo nada que pudiera merecer alguna atención particular. La atracción que suscitó no fue su vida, sino las circunstancias que rodearon su horrible asesinato. Más importante aún, su caso levantó una discusión que evolucionó de lo policial a lo jurídico, de lo local a lo internacional y de la prensa sensacionalista a la investigación seria. En última instancia, la demanda presentada por los Filártiga contra el policía Américo Peña ante la justicia norteamericana dio pie a un fallo que estableció jurisprudencia mundial.
** En perspectiva, el martirio de Joelito sirvió para que los derechos humanos, pisoteados por un régimen viciosamente criminal aquí, tomaran una nueva dimensión. A partir de la sentencia en Filártiga vs Peña ya no hubo un solo torturador que pudiera sentirse impune al realizar su deleznable trabajo. Ni en Paraguay ni en cualquier otro lugar del planeta.
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Obra: LA AGONÍA DEL TIRANO.
CASO 2158
"Joelito Filártiga, de 17 años de edad, fue secuestrado el 29 de marzo de 1976 de su casa en Asunción. Cuatro horas más tarde apareció su cadáver, brutalmente torturado".
"Su padre expuso el cuerpo de su hijo para que todas las personas que fuesen a ofrecer sus condolencias pudiesen ver las heridas de las torturas. (En manos de la CIDH obran varias fotografías del cuerpo de Joelito Filártiga, en las cuales se notan huellas de maltrato físico)".
"Se señala al oficial de la policía Américo Peña como el organizador del secuestro y responsable de las torturas".
"Con referencia al presente caso, el Gobierno del Paraguay manifestó lo siguiente en sus observaciones del 17 de agosto de 1977".
"Joel Filártiga, asesinado en un episodio sentimental por el esposo de una mujer infiel descubierta en flagrante delito de adulterio con el finado. El homicida, Duarte Arredondo, ha confesado en el proceso judicial que se ventila en los Tribunales Ordinarios, su culpabilidad. Todos los antecedentes de este caso son de público conocimiento y el proceso es seguido a través de los periódicos por la ciudadanía, en razón de la lógica atracción que este tipo de cosas representa para el gran público. Es absolutamente falso que la Policía haya participado en este crimen, cuyo esclarecimiento por otra parte, se halla a cargo de los jueces del Poder Judicial".
Tal el resumen del informe del año 1977 emitido por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) de la Organización de Estados Americanos, respecto del asesinato del joven Filártiga. El caso 2158 había tomado notoriedad no solamente por la crueldad con que habían procedido los directamente responsables varios profesionales en el ramo del tormento a presos políticos. También por el encubrimiento con que las autoridades del régimen militar paraguayo trataron de lavarse las manos, haciéndolo aparecer como un vulgar suceso pasional. El trasfondo se enmarcaba en la campaña de represión salvaje que permitía a Stroessner continuar mandando sobre una aterrorizada población.
Joelito fue otra más entre las tantas víctimas de la tristemente famosa policía política de Stroessner. Hijo de Joel Filártiga y Nidia Speratti, él fue uno de los integrantes de la resistencia paraguaya. Este es un dato poco conocido y nunca hasta ahora registrado por escrito. De hecho, no fue mencionado en ninguno de los partes policiales y tampoco en la querella presentada por sus padres ante los tribunales de Paraguay o en la demanda en EE.UU.
Es que muchas verdades fueron calladas durante esa prolongada como tenebrosa noche que fue el régimen militar paraguayo, uno de los más sanguinarios y probablemente el más corrupto en toda la historia del continente. En ese ambiente de terror y degradación que fue marca institucional del stronismo, cientos de miles de ciudadanos fueron obligados a un injusto exilio. Ellos se dispersaron por los países vecinos, principalmente Argentina. Un número indeterminado -entre 1.000 y 1.200- fue masacrado o desapareció y los prontuarios sobre ellos fueron en su mayoría destruidos o adulterados groseramente. "Pasó por Moscú y su paradero actual se desconoce", "viajó a La Habana", o "su último domicilio conocido es en Buenos Aires", rezaban los legajos remitidos desde Asunción a requerimiento de organizaciones internacionales de derechos humanos. La lista completa de los desaparecidos no podrá reconstruirse jamás debido al cerrado secreto que rodeó los operativos 'anti-subversivos' que fueron realizados a lo largo de los 34 años de guerra sucia que el régimen militar desató en Paraguay -contra grupos y comunidades enteras básicamente indefensos. Algunas fosas comunes y restos NN han sido descubiertos en los departamentos Central, Cordillera y Caaguazú. El manto de silencio impuesto por la resignación y el conformismo hicieron el resto: solamente los muy persistentes buscaron justicia después que sus seres queridos hubieran sido muertos. A esos que hicieron denuncias para pedir justicia la prensa oficialista les calificó de traidores, legionarios y vendepatria.
La juventud tuvo un papel destacado en proseguir la lucha, dentro y fuera del país, organizándose precariamente alrededor de los partidos de oposición, el sindicalismo independiente, las universidades o bajo los resquicios abiertos por la Iglesia Católica. Desigual, peligrosa y con más entusiasmo que planificación, esa lucha no tuvo tregua ni ley. Entre las bajas se cuentan miembros de todos los estratos y condición económica o social, principalmente jóvenes cuyo 'delito' había sido expresar su disconformidad con el estado de cosas impuesto por la camarilla corrupta que a sangre y fuego se consolidó en el poder.
Joelito era un muchacho joven, lleno de vida, cuando se lo asesinó. El crimen fue obra de uno de los comandos de la muerte salidos del Cuartel Central de la Policía de la Capital, cuyo Departamento de Investigaciones coordinaba el tema secuestro-tortura-asesinato de opositores y disidentes. Esos comandos actuaban en colaboración con las comisarías policiales ubicadas en las distintas zonas y barrios periféricos, y cumplían su trabajo preferentemente al amparo de la noche.
En la Comisaría Primera del barrio Sajonia el principal era el comisario Domingo Galeano. Fue él quien firmó el parte policial con los detalles fraguados del crimen, atribuyendo la autoría del mismo a Hugo Duarte Arredondo, en realidad un chivo expiatorio. (A cambio de su colaboración, declarándose culpable como le instruyó la policía, Duarte Arredondo fue a parar a la cárcel y allá quedó por varios años). El certificado médico del occiso fue firmado por el Dr. Oscar Gómez, director del Policlínico Policial. El magistrado que intervino para el levantamiento del cadáver fue Diógenes Martínez (nombrado años después Fiscal General del Estado). El médico forense que dictaminó sobre la causa de la muerte fue el Dr. Arnulfo René Molina. Una artera conspiración policial-judicial se montó para encubrir a los verdaderos autores del homicidio y bajo instrucciones de quién o quiénes actuaron.
Joelito fue integrante de la Organización 1°- de Marzo (OPM), grupo insurreccional que por entonces todavía se hallaba en la fase de formación de cuadros. A decir de Constantino Coronel, uno de los líderes de OPM y de las Ligas Agrarias Cristianas, Joelito fue "el primer mártir de OPM". Esto es cierto. Sin embargo, la policía no estaba en condiciones de saber que Joelito perteneciera a OPM, sin siquiera tener conocimiento de que existiera un grupo organizado de insurrectos en el país. El asesinato de Joelito ocurrió el 30 de marzo de 1976, pero el que por primera vez confesó sobre OPM, Carlos Guillermo Brañas, recién fue detenido el 3 de abril de aquel año. Sobre esto se volverá al final del capítulo 4.
El verdadero motivo por el que la policía secuestró y torturó a Joelito hasta la muerte fue para saber acerca de las actividades de su padre, el Dr. Joel Filártiga. Este se había granjeado la ira del régimen por sus constantes denuncias, su activismo político y la labor desarrollada en el medio rural como médico que atendía a todo aquél que solicitara su servicio, tuviese dinero para pagar o no. Eso era más que suficiente para ser calificado de comunista. Y para recibir el trato correspondiente.
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