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LOURDES TALAVERA

  LA FUGA DE LOS COLORES - Cuento de LOURDES TALAVERA


LA FUGA DE LOS COLORES - Cuento de LOURDES TALAVERA

LA FUGA DE LOS COLORES

Cuento de LOURDES TALAVERA

 


La decisión estaba tomada, sin embargo, sentía un sabor amargo en la boca. El periodista la increpaba con sus preguntas acerca de las obras de su difunto marido. La incitaba a declarar que era ella, la que pintaba sus cuadros. Lo dejó con sus preguntas al aire. Todo me parece un caos, pensó. Quisiera morir y no sentir nada. Las lágrimas humedecieron sus mejillas. Iban cantando canciones en el auto, riendo, cantando entre risas. Allí, se quedaron. Desapareció la ruta y fue la oscuridad. Cuando recuperó la conciencia, Ariel y Bruna no estaban con ella.

El lecho era muy blanco, las paredes asépticas y en su brazo una vía goteaba medicamentos. De pronto la puerta se abrió y la figura de Marcelo apareció en el umbral. La realidad era cruel, Ariel y Bruna ya no estaban con ella. Le explicó que no podría asistir al funeral y le dejaba un ordenador con una webcam para que siguiera la ceremonia del funeral. Ella se sentía extraña a todo lo que iba aconteciendo: ¡Me duele mucho! Se dijo, despacito. Marcelo, se había ocupado de todos los detalles. El algún momento recordó que había dicho que a las tres de la tarde se realizaría el sepelio. Extendió el brazo y tomó el ordenador, las imágenes de la gente las flores y los féretros. ¡Qué horrible pesadilla! Grito y tiró al suelo el ordenador.

Se irguió y se retiró la vía venosa con sus conexiones. Caminó por el pasillo, encontró la sala de enfermería y se metió adentro. Buscó el estante de las medicinas, tomó un frasco de hipnóticos. Lo miró, puso en la palma de su mano todo el contenido y se lo llevo a la boca.

La vio detrás del vidrio de la ventana y escupió las pastillas: ¡No puedo! gritó y la enfermera la abrazó. Rompí el vidrio. No te preocupes, nosotros nos ocuparemos.

La casa la recibió intacta, recorrió sus rincones y cuando entró en el estudio de Ariel, vio sobre el caballete, su pintura inconclusa. Tomó un estilete y lo rasgó varias veces. Revisó sus papeles y encontró una fotografía que le llamó la atención. ¿Era la misma persona que estaba al lado del féretro de Ariel, durante el sepelio? Quizás, los recuerdos se mezclaban de manera confusa en su mente. Sonó el timbre y apareció el periodista. Buenos días, ¿cómo está? ¿Cómo quiere que esté? Vengo a verla porque estamos trabajando la trayectoria de su marido y la obra que le había encomendado el museo, en homenaje a la fundación de la ciudad. ¡Váyase, no tengo ganas de aparecer en un programa de televisión, he perdido a mi marido y a mi hija! Habló con el notario para vender la casa y junto a los otros bienes, el monto colocar en una sola cuenta. Y garantizar la pensión del jardinero y de la cocinera. El la inquirió: ¿Está segura? Hágalo.

La dueña de la galería de arte, le comentó que Ariel había estado trabajando una obra alternativa, en el atelier de Marcelo. Eso la molestó, ella ignoraba esta situación. Decidió que buscaría a Marcelo. Lo llamó al teléfono celular, él le respondió que pasaría por su casa. La encontró en el estudio de Ariel, estaba tumbada en el diván, en la penumbra distinguió su silueta. Lo invitó a sentarse a su lado. ¿Podrías ayudarme a terminar el cuadro de Ariel? ¿Por qué habría de hacerlo? Para que la obra tenga alma. Entonces, el la rodeó con su brazos y ella se abandonó al momento con ansiedad y deseo. Marcelo decía que siempre la había amado. Ella fue fiel a Ariel como una amante esposa. Pero, la fotografía la inquietaba. Apartó de su mente esa idea y siguió con la vida. Bruna, tenía cinco años y fue el centro de su mundo con sus travesuras y encanto. Nada fue igual, desde su partida, Ariel se llevó la alegría y todo se tornó gris. Las aves dejaron de cantar en su jardín. Los colores se fugaron de su existencia.

Tenía en sus manos la cadena con el dije de una mándala, que le había obsequiado Ariel. Recordaba sus caricias, su voz ronca, su perfume en la ropa. Sentía que su vida se había detenido en ese viaje, allí en la ruta. La noche de la celebración de la fundación de la ciudad, congregaba a una multitud de personas. De lejos la divisó en la puerta del sanitario, se acercó y la abordó en el lavabo, ambas se reflejaban en el espejo. Era rubia, de buen porte y se notaba que estaba embarazada. Sin dar rodeos, le preguntó: ¿Desde cuándo eras la amante de mi marido? Desde que nació tu hija. ¿Lo amabas? Si, y él me amaba como te amaba a vos. Ya lo veo, le respondió Amalia, señalando la cadena con el dije de mándala que portaba la mujer. Él no se enteró que estaba embarazada. Lo supe después del accidente. Decía siempre, que no podría dejarte, porque sos buena y generosa.

Recordó que cuando ellos iban camino a la granja, el día estaba precioso y los colores desbordaban en el paisaje, cantaban una bella canción y Bruna reía. Miró a Ariel y pensó que era el mejor marido del mundo. Eran compañeros, muy cómplices y la acercaba a su mundo de colores en cada obra, ella evaluaba las aristas y las dimensiones de lo oscuro e iluminado de sus creaciones. ¿Acaso fue así, o solamente imaginó esa situación? No había vuelto a la casa desde que se compró el departamento, el jardinero que se había encargado de organizar la mudanza y vaciar la casa para la venta, le comentó que el diván de Ariel, se lo había vendido a Marcelo porque consideró que era mejor eso, que tirarlo a la basura. Está bien. Señora, tanto insistió el señor Marcelo, que tuve que venderle, me comentó que le traía entrañables recuerdos. Está bien, repitió pensativa. La decisión ya había sido tomada, no habría una vuelta atrás, aunque los colores se habían fugado, inventaría otros, a partir de ahora. Cuando, sonó el timbre abrió la puerta, se encontró con ella y el niño pequeño en sus brazos. Le sonrió: Lo he pensado, está casa es para vos y el niño. Eso es más justo.

 

 

 

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REVISTA DEL PEN CLUB DEL PARAGUAY

IV ÉPOCA – N° 25 JUNIO 2013

Editorial SERVILIBRO

Dirección Editorial: VIDALIA SÁNCHEZ

Diseño de tapa: CAROLINA FALCONE ROA

Asunción – Paraguay

Noviembre 2013 (165 páginas)


 

 

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