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THOMAS L. WHIGHAM

  UN CUENTO DE HADAS CHINO, CON ESCENARIO PARAGUAYO - Por THOMAS L. WHIGHAM - Domingo, 12 de Diciembre de 2021


UN CUENTO DE HADAS CHINO, CON ESCENARIO PARAGUAYO - Por THOMAS L. WHIGHAM - Domingo, 12 de Diciembre de 2021

UN CUENTO DE HADAS CHINO, CON ESCENARIO PARAGUAYO

 

Por THOMAS L. WHIGHAM

 

Profesor emérito de la Universidad de Georgia

¿Cómo sería la versión paraguaya de los cuentos chinos traducidos en 1937 por Wolfram Eberhard?

En las páginas 34 y 35 de la traducción de 1937 de Wolfram Eberhard de los cuentos de hadas chinos se recoge una historia (evidentemente de origen hunanés) que me parece que huele a realidades –o, más probablemente, a irrealidades– paraguayas. Pensé en compartir esta historia con mis lectores. He cambiado los detalles a propósito para proporcionar un escenario alejado de China, en algún lugar cerca de la cabecera del Tebicuary, tal vez en las afueras de Caaguazú, tal vez no. Lo estoy situando en la época del coronel Albino Jara, «el varón meteórico», pero tampoco hay nada particularmente relevante en esa elección.

Puesto que lo que sigue es un cuento de hadas, todo en él es posible, o quizás imposible, dependiendo de si se cree en los pora, o no. También agregué algunos detalles que el renombrado etnógrafo prusiano omitió, presumiblemente porque no estaba interesado en Paraguay, y también porque no tenía una caja llena de papeles amarillentos sobre la tierra de los guaraníes.

«La hija mayor y la vaca»

Un campesino se había casado dos veces; la primera esposa había muerto al nacer una hija, y la segunda también tuvo una niña. Poco después, el campesino murió mientras dormía y dejó a su esposa y sus dos hijas en herencia unas veinte o treinta hectáreas de buena tierra de maíz y una buena vaca lechera.

La viuda era una mujer malvada. Al ver que la hija mayor era hermosa, mientras el rostro de su propia hija estaba tan marcado por la viruela que parecía el Cerro de Acahay, sintió celos. Solía maltratar a la mayor por la envidia que sentía, maldiciéndola y abofeteándola como si fuera el animal más bajo.

Un día, antes de ir con su hija a visitar a unos parientes en el pueblo, la madrastra le entregó a la niña mayor una gran olla de barro llena de plumas de gallina, mandioca y porotos, diciéndole: «Cuida la casa, y separa y prepara las plumas, la mandioca y los porotos. No seas perezosa. Si no están listos esta noche, te daré una paliza y te irás a la cama sin cenar».

La niña sabía que era imposible terminar la tarea para la noche. Así que se sentó en el suelo de barro del patio llorando por la paliza que recibiría. El sol caía sobre ella y no podía dejar de llorar. «Oh, Dios, ¿cómo dividir y preparar las plumas, la mandioca y los frijoles con el poco tiempo que me ha dado? ¡Oh, madre!» se lamentó, dirigiéndose a su madre muerta, «de la paliza me arderá la carne».

Al escucharla, un cuervo bajó volando del techo de paja y la miró. Dentro de ese pájaro, evidentemente, residía el espíritu de la diosa lunar Yasy junto con el de la madre muerta. El pájaro agitó las alas, miró fijamente a la niña y, sin quedar claro quién hablaba, si el pora o la madre desaparecida, graznó: «Hija mía, no llores. Tráeme la olla y veremos qué podemos hacer». La hija llevó todo al patio, y grandes bandadas de cuervos, caranchos, chochíes y pitogües llegaron volando y se pusieron todos a trabajar. Era como si las campesinas de una docena de aldeas hubieran venido a lavar juntas su ropa en el río. Mucho antes del anochecer, las plumas, los porotos y la mandioca formaban tres pilas prolijamente separadas, las dos últimas cortadas y listas para cocinar.

Cuando la madrastra vio que su hija había logrado cumplir la difícil tarea, se puso nerviosa e hizo una nueva demanda. Ordenó a la kuñataí que fuera al cerro al día siguiente con la vaca lechera. Indicó ásperamente: «No vuelvas hasta que la vaca produzca excrementos de plata». La niña fue al cerro, pasando junto a una docena de lapachos y jacarandas cuyas ramas sostenían muchas tribus de pájaros, todas llamándola a coro. Dejó que la vaca pastara contenta por el camino. Pero al ponerse el sol, la vaca no había producido nada de plata. El animal mugió contento, pero no hizo nada más.

La niña se sentó sobre una tumba solitaria que encontró en un punto alto y volvió a llorar. «¡Oh, madre! Debo mantener a la vaca pastando hasta que produzca plata. Pero no lo hará. Ayúdame, madre». Al oír su llanto, el cuervo voló desde un árbol gritando: «Aicheyaranga. No llores, pequeña. Saca la plata de la vaca. ¡Sácala!» La hija extendió su abrigo debajo del animal, que procedió a defecar pequeños montones redonditos de plata. La niña se los llevó a la malvada madrastra, que no podía creer lo que veía. Los enterró como si fueran plata yvyguy (aunque estas historias de tesoros escondidos pueden esperar otro momento).

Al día siguiente, la malvada madrastra no dejó que la mayor llevara a pastar a la vaca lechera. En cambio, ella y su propia hija se pusieron ropa nueva y elegante como una forma de honrar al pora. Se vistieron con typois decorados con el más fino ao po’i, se pusieron flores en el pelo y cuando el sol estuvo alto subieron por el sendero verde y se internaron en las colinas con la vaca lechera, golpeándola con un látigo de cuero.

Cuando llegaron al punto alto, hicieron exactamente lo mismo que había hecho la hija mayor, llorando y gritando al cuervo: «Oh, mamá, tengo que pastorear a la bestia hasta que defeque plata; ayúdame, madre, ay, ayúdame». El cuervo salió de entre las ramas de un árbol. Esta vez definitivamente hablaba con la voz de Yasy: «No lloren», les gritó. «Saquen la plata del animal. Es una recompensa fina y hermosa. ¡Sáquenla! ¡Sáquenla!»

La segunda hija extendió su vestido nuevo bajo la vaca para atrapar el metal precioso. La madre aplaudió con felicidad anticipada y la vaca pareció sonreír. Levantó la cola y soltó una ruidosa y repugnante flatulencia mientras dejaba caer en el vestido una gran cantidad de vakáre kaka que salpicó las manos y rostros de las dos mujeres, que huyeron disgustadas y confundidas. El cuervo graznó y voló hacia el este, en dirección a la luna. Todos los que vieron pasar al pájaro ese día pensaron que se estaba riendo de lo que había hecho la vaca.

Mientras tanto, la hija mayor encontró y desenterró la plata que su malvada madrastra había escondido. Con ella en los bolsillos, partió y cruzó la Cordillera y la llanura hasta llegar a Asunción. Vendió mosto en las calles por un tiempo y luego se casó con el presidente de la República y ambos vivieron felices para siempre, o al menos hasta 1936.

En cuanto a la vaca, por lo que sé, llevó una vida larga y feliz en los pastos de Caaguazú y no volvió a tener más experiencias con excrementos de plata.

 

 

Primera edición de los cuentos chinos traducidos por Wolfram Eberhard: "Chinese Fairy Tales and Folk Tales", Londres, Routledge, 1937.

 

 

Fuente: Suplemento Cultural del diario ABC COLOR

Domingo, 12 de Diciembre de 2021

Página 3

www.abc.com.py

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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