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THOMAS L. WHIGHAM

  AMOR Y ASESINATO EN EL CAMPO PARAGUAYO (1916) - Por THOMAS L. WHIGHAM - Domingo, 29 de Noviembre de 2020


AMOR Y ASESINATO EN EL CAMPO PARAGUAYO (1916) - Por THOMAS L. WHIGHAM - Domingo, 29 de Noviembre de 2020

AMOR Y ASESINATO EN EL CAMPO PARAGUAYO (1916)


Por THOMAS L. WHIGHAM

 

Profesor emérito de la Universidad de Georgia

Desde los archivos del profesor Whigham nos llega esta curiosa historia de pasión y venganza del interior paraguayo de principios del siglo XX.

Varios de mis lectores me han pedido más anécdotas humorísticas o instructivas sobre el pasado paraguayo, para su edificación. Estoy feliz de complacerlos. En estos tiempos problemáticos (y, sí, peligrosos) podemos encontrar un bálsamo y una educación en estas historias. Pero, como he señalado anteriormente, debemos tener cuidado. Estos cuentos pueden desaparecer tanto de la memoria colectiva como de los viejos estantes donde actualmente se desintegran en polvo y son roídos por polillas. Muy pocos son consultados como referencia, y es una pena. Espero, al relatar algunas de estas anécdotas, guardarlos un poco para la posteridad. También deseo demostrar a la generación más joven lo fascinante que puede ser la historia de antaño. Espero que mi esfuerzo valga la pena, y, en cualquier caso, dejemos que los lectores jóvenes decidan.

Hoy deseo ofrecer una mirada al romance en el campo paraguayo, que, como todos saben, puede ser peligroso y emocionante, y ciertamente era así en el pasado. El autor de esta anécdota fue J. O. P. Bland, un periodista británico que pasó muchos años en China y el lejano Oriente. Fue testigo del levantamiento de los bóxers de 1900 y siempre se pudo contar con él para observaciones detalladas y a veces picantes sobre los pueblos y la cultura de Asia. En 1920, después de jubilarse, hizo un viaje alrededor del mundo y pasó una o dos temporadas debajo del ecuador; con estas experiencias escribió un trabajo titulado Men, Manners, and Morals in South America, del cual extraigo el siguiente cuento:

«La sociedad y la ley [en Paraguay] reconocen tres clases de descendencia: hijos legítimos, ilegítimos y naturales. Los naturales son los nacidos del enlace de padres solteros; a menudo son llevados a la familia legítima adquirida posteriormente por el hombre, y criados como parte de ella, sin olvidar atender también a la madre. Los niños ilegítimos son aquellos que nacen de las conexiones irregulares de un hombre después del matrimonio; estos, por las leyes nacionales, tienen derecho a reclamar parte de los bienes de su padre después de su muerte, lo que proporciona mucho material escandaloso para los chismosos y trabajo rentable para los abogados. [El cariño por los niños] es muy marcado en ambos sexos, tanto que (como en el Oriente) la esterilidad en una mujer se considera comúnmente justificación para que su marido mantenga relaciones irregulares. Por la misma razón, la vida hogareña se ve mejor en las familias paraguayas cuando los niños son pequeños.

Sin embargo, la sangre española en sus venas a menudo tiñe las aventuras amorosas con un toque de aventura quijotesca y una cualidad romántica, en la que caballerosidad y despreocupación se mezclan, como entre los gauchos. Feroces celos casi homicidas corren en su sangre, y un ánimo negro de rápida venganza surge cuando alguien se opone al deseo del corazón. La mayoría de las tragedias que registran las cruces de madera en el camino son historias de intrigas apasionadas y venganzas, porque la vida es barata en el desierto de los yerbales, donde el brazo de la ley es corto para las memorias de los seres humanos. A menudo, de hecho, la ley está tan enmarcada y mal administrada, aquí como en otras repúblicas latinas, que sirve como incentivo directo para la ilegalidad.

Para citar un caso típico: en 1916, en una de las estancias yerbateras de la Industrial Paraguaya [¿en Caaguazú?], un carpintero mestizo se enamoró de la hermana de un capataz y, siguiendo la etiqueta habitual, pidió permiso para salir con ella, usando las palabras correctas. El capataz no solo negó su consentimiento, sino que persuadió al administrador de que trasladara al hombre a otra estancia. El carpintero rogó y protestó, prometiendo abandonar su afán, pero la orden fue confirmada: debía irse. Ocultando la furia vengativa a la que ahora dirigía su pasión, fingió conformidad, pero el día fijado para su partida sobornó a un pequeño niño indio de la casa del capataz para que pusiera arsénico en la comida del mediodía de la familia. El capataz murió, y su hermana y otras once personas apenas escaparon con vida. El asesino quedó impune, en ausencia de evidencia directa suficiente para el comisario local, que tenía su propio motivo de rencor contra el capataz. La venganza por la muerte de este último fue llevada a cabo por uno de los once, un argentino de ascendencia inglesa, que inmediatamente se lanzó en persecución persistente del envenenador. Ambos desaparecieron en los lugares silenciosos del desierto. El hermano del capataz tomó su lugar; su hermana recobró su inocente mirada alegre y su sonrisa asesina, y la corriente de la vida volvió a fluir, sin sombras de preocupación, sobre la escena de su devastador triunfo. Incidentes de este tipo, que podrían proveer titulares tres días en Nueva Inglaterra, apenas atraen comentarios editoriales en los periódicos de Asunción.

Y sin embargo, a pesar de sus pecados de omisión y comisión, los paraguayos, como la mayoría de los descendientes de antepasados hispano-indios, son un espécimen de humanidad adorable e interesante».

Bueno, eso es dice el Sr. Bland sobre el amor y el asesinato en el campo paraguayo a principios del siglo XX. ¿Los observadores actuales de la vida rural en Paraguay lo encontrarían creíble? ¿O es una exageración? Bland era un visitante casual de Sudamérica, pero había visto gran parte del mundo y podemos preguntarnos cuánto de su eso tuvo en cuenta en su evaluación del interior paraguayo. ¿La investigación paraguaya de estos eventos usaría los mismos términos y métodos de análisis? Bland no es tan crítico en su punto de vista como otros que escribieron en la misma época sobre los paraguayos (Constance Kent y Frank Carpenter vienen a mi mente), pero flota en su escrito la idea de que los británicos y los norteamericanos nunca harían cosas semejantes. Sin embargo, ¿no las harían? En la actualidad, en Estados Unidos dos programas de televisión muy populares, Betrayal y Web of Lies, documentan casos bastante similares en América del Norte. Quizás pasión y violencia sean universales, después de todo.

Entonces, si la anécdota de hoy encierra alguna lección para los lectores, es simplemente esta: no importa dónde se encuentre, el amor es peligroso. ¡Chake, amigos!

 

Fuente: Suplemento Cultural del diario ABC COLOR

Domingo, 29 de Noviembre de 2020

Página 1

www.abc.com.py

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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