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CARLOS MARTINI
  HORTENSE, CUANDO SE CAEN LAS MÁSCARAS Y LOS DISFRACES - Por CARLOS MARTINI - Domingo, 15 de Marzo de 2020


HORTENSE, CUANDO SE CAEN LAS MÁSCARAS Y LOS DISFRACES - Por CARLOS MARTINI - Domingo, 15 de Marzo de 2020

HORTENSE, CUANDO SE CAEN LAS MÁSCARAS Y LOS DISFRACES


Por CARLOS MARTINI

 

carlosfmartini@gmail.com

La reconstrucción de una mujer en plena crisis de los cuarenta es el tema de la más reciente novela de la francesa Agnès Martin-Lugand. Carlos Martini ya la ha leído y nos la comenta.

En nada se parece este transitar incierto e imprevisible que es la vida a una línea recta. Nos encontramos con curvas, atajos, caminos que conducen a ninguna parte, giros inesperados, nos caemos, nos reinventamos. En pocas palabras, vivimos. Somos un trasiego que no sabemos adónde nos lleva. Imposible auscultar el futuro.

En esa estupenda novela de no ficción que es Santa Evita, del escritor argentino Tomás Eloy Martínez sobre las peripecias del cadáver de Eva Perón se lee que «un hombre… nunca es igual a sí mismo: se mezcla con los tiempos, con los espacios… y esos azares lo dibujan de nuevo. Un hombre es lo que es, y también lo que está por ser». Y más adelante agrega que «la realidad no es una línea recta sino un sistema de bifurcaciones».

En Misión Olvido, la española María Dueñas nos presenta a Blanca Perea, una mujer cuyo matrimonio se hizo pedazos, acepta un trabajo temporal en una universidad de California y se le abren nuevos paisajes.

De bifurcaciones, encrucijadas y segundas oportunidades nos habla la escritora francesa Agnès Martin-Lugand (Saint-Malo, 1979) en su más reciente novela, A la luz del amanecer (2018). Hortense es bailarina, copropietaria de una Academia en París. Tiene unos cuarenta años, soltera, sin hijos y amante desde hace tres años de Aymeric, casado y con dos hijos. Existencia sin sobresaltos, alma de docente, contenta en sus clases de danza. Intentando superar la muerte trágica de sus padres.

Hasta que un accidente doméstico menor, un esguince, la obliga a parar sus clases. Y decide pasar el tiempo de recuperación en la casa familiar, en el sur, en un pequeño pueblo.

No podía sospechar que su vida se acercaba a una encrucijada. Que ya nada sería igual. Que algo se estaba quebrando para siempre. Que se acercaba a bifurcaciones vivenciales radicales.

«¿Quién era yo? ¿Qué quería? ¿Dónde había pasado estos últimos años? Estaba con Aymeric, era la que él quería que fuese… Me había ido construyendo a su capricho, según sus gustos, para agradarlo, porque él colmaba el vacío de mi vida» (pp. 231-232). Hay momentos en la vida en que uno siente que ha llegado a una frontera. Y que ya solo queda traspasarla. En un pasaje, Hortense dice «como si llevase mintiéndome a mí misma desde hacía demasiado tiempo» (p. 175). Es cuando en el trayecto de la existencia, siguiendo a Mario Benedetti en su poema Pausa, llega la hora de «no llorarse las mentiras sino cantarse las verdades».

Hortense habilita como hostal la casa familiar. Y lo que al principio parece un paréntesis en su vida arropada en un paisaje rural bello deviene en grietas que se van abriendo en su historia personal. Señales de que Hortense estaba en un punto de no retorno. «Desde mi esguince me había ido librando de todas las máscaras y disfraces… nada ni nadie me impediría escucharme a partir de ahora» (p. 316). Se replantea su relación con sus socios en la Academia de París, si quiere seguir enseñando allí y si la relación con Aymeric tiene algo que se parezca a un futuro compartido.

Y llega el instante de una tremenda autoevaluación. Cuando no nos gusta nada de lo que vemos.

«–No he hecho nada, no he construido nada, no he hecho más que esperarte desde hace más de tres años.

–No tengo familia, no tengo hijos, nunca los tendré.

–Voy a intentar tomar decisiones sin pensar en ti, para mí, para mi futuro» (p. 238).

Salvando las enormes diferencias argumentales, A la luz del amanecer me recordó el inicio de aquella estremecedora película de Wim Wenders, Paris Texas, en que se ve al personaje principal, Travis, caminar desorientado y desmemoriado por el desierto. Buscando algo. Como Hortense. En cierto sentido, ambos huyen y, al mismo tiempo, desean llegar a algún sitio más allá de la frontera.

«Lloraba, reía. Las lágrimas eran por los adioses» (p. 339).

Es que hay partidas que anuncian futuras bienvenidas.

Escuchando Balada para una despedida en versión de José Luis Perales. «Estas últimas semanas había deconstruido mi vida. Ahora iba a construir. Construir mi futuro. Iba a vivir para mí» (p. 340).



Agnés Martin-Lugand

A la luz del amanecer

Barcelona, Alfaguara, 2019

352 pp.

 



Fuente: Suplemento Cultural del diario ABC COLOR

Edición Impresa del Domingo, 15 de Marzo de 2020

Página 2

www.abc.com.py

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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