JOSÉ PATRICIO GUGGIARI
Por MARIANO LLANO
Asunción – Paraguay
125 páginas
INDICE
CAPITULO I - VILLARRICA
CAPITULO II - DIPUTADO, MINISTRO Y PRESIDENTE DEL PARTIDO LIBERAL.
CAPITULO III - PRESIDENTE CONSTITUCIONAL DE LA REPÚBLICA
CAPITULO IV - EXILIO Y SUS ÚLTIMOS AÑOS
CAPITULO I
VILLARRICA
Asunción, en 1880, a tan solo 10 años de la terminación de la guerra del 70, iba lentamente adquiriendo nueva fisonomía. Llegaban inmigrantes, la mayoría ganaderos de Corrientes y Goya, que se instalaron en el sur. Una inmigración alemana que se radicaba en San Bernardino.
Llegan también italianos que gustan de Asunción colonial, otros como los Rienzi, Alamani van al interior. El suizo-italiano Pedro Guggiari y su esposa Petrona Corniglione, instalan su negocio muy cerca del puerto. El 17 de marzo de 1884, nace José Patricio Guggiari, niño aún queda huérfano de padre y con doña Petrona y la familia se trasladan a Villarrica. Allí con su hermano Pedro Bruno, cursa sus estudios primarios, posteriormente la secundaria, en el Colegio Nacional, recientemente inaugurado.
Esa vida escolar, sumada a la familia franca, amena y cordial fue la integración de los Guggiari a las familias tradicionales, del Guairá, que le abrieron sus puertas, participaban en fiestas, tertulias, reuniones, e hizo que se sintieran como parte integrante de dicha colectividad. Se sentían guaireños y estaban orgullosos de ello, porque la amaban y habían cimentado sus conocimientos, el hablar con fluidez y el caminar pausadamente por sus calles, con olor de jazmines y azahares. Villarrica del Espíritu Santo, fue fundada por el capitán Ruy Díaz de Melgarejo, el 14 de mayo de 1570.
La población que moraban en dicho lugar eran indígenas, que provenían de la tribu del cacique Kuarahy Verá y se extendían hasta el estado de Paraná, Brasil.
Villarrica, tuvo que mudarse, más de siete veces por incursiones de los mamelucos y bandeirantes paulista. En 1642, el gobernador Ledesma, les autorizó a radicarse en las riberas del arroyo Curuguaty, esa fue la cuarta Villarrica, próspera especialmente por su gran producción yerbatera, pero en 1682, luego de un largo trajinar se instalan muy cerca de las cordilleras del Ybytyruzú. El rey de España, por Cédula Real del 12 de mayo de 1701, aprobó la fundación definitiva de Villarrica del Espíritu Santo, que queda definitivamente asentada a 15 km. al oeste de las sierras del Ybytyruzú y a 172 kms. al sureste de Asunción. Villarrica, es para José P. como su ciudad natal, que fue cuna de personalidades ilustres, artistas, poetas, músicos y políticos, como Manuel Ortiz Guerrero, Félix Pérez Cardozo, Indalecio Cardozo, Natalicio González, el maestro Fermín, por ello llamada la culta, pero también la nombran, como la hidalga, la romántica, andariega y bella del Ybytyruzú.
Tal vez los momentos más felices de José P., en su niñez y juventud, eran en sus vacaciones. Iba los fines de semana con sus compañeros del colegio, en excursión, época de verano y seguir, para descubrir las paradisiacas playas de arenas blancas, donde colocaban carpas, en el río Tebicuary-mi. Admiraban las campiñas, las verdes y tupidas hileras de caña dulce, los montes y la frondosa vegetación. A la tarde, a la pesca del dorado y surubí. Ya a la tarde preparar la carpa, buscar leña para hacer el fuego, colocar la olla de hierro y tomar la sopa de mandi-í en medio de relatos, cuentos y anécdotas del período escolar, luego a dormir, a la mañana la puesta del sol, el desayuno y tirarse a las azules aguas del Tebycuary-mí. En vacaciones de invierno, iban a escalar las sierras del Ybytyruzú, y preparaban su campamento donde estaba asentada, en alguna vez, la ciudad de Villarrica.
Esta infancia feliz, influyó en el carácter abierto, franco, sencillo y alegre de José P., que era asiduo comerciante del club social Porvenir Guaireño que fuera fundada en 1888, y cuando podía se desplazaba en karumbé. Con doña Petrona, con su hermano Pedro Bruno, planeaban el futuro, los planes de quedarse definitivamente en Villarrica, ya estaban en los primeros cursos de bachillerato, o desplazarse hasta Asunción. José P. quería ser abogado, mientras que Pedro Bruno, prefería la química, farmacia. Ambos eran los primeros alumnos en sus clases y sentían nostalgias de tener que dejar su ciudad. La elección fue difícil, pero había que seguir estudiando, por ello la determinación estaba tomada.
La partida, la despedida de familiares y amigos, con la promesa de volver para la fiesta de navidad y año nuevo. En Asunción, ingresó en el año 1902, en el Colegio Nacional, donde termina la carrera de bachiller. Ingresa en la Facultad de Derecho y tal como habían prometido con su hermano Pedro Bruno, vuelven a Villarrica para las fiestas.
El reencuentro con familiares y amigos, la charla, la fiesta del Club Porvenir, se sentía inmensamente feliz de estar en su muy querida Villarrica.
Agustín Rodríguez, obispo de Villarrica
Iglesia de Ybaroty de Villarrica
CAPITULO 2
DIPUTADO, MINISTRO Y PRESIDENTE DEL PARTIDO LIBERAL
De vuelta a su ciudad natal, ingresa en el Colegio Nacional y obtiene el título de bachiller en 1901. Ingresa en la Facultad de Derecho y se recibe de abogado. En 1910 obtuvo su título de Doctor en Derecho, de la Universidad Nacional de Asunción.
El 30 de abril de 1906, firma el acta de fundación de la Liga de la Juventud Independiente. Al año siguiente se afilia al Partido Liberal y forma parte del equipo periodístico del diario "El Liberal".
En 1912, durante la presidencia constitucional de Eduardo Schaerer, José P. es diputado y con motivo de la visita de una gran delegación del Uruguay, para rendir homenaje a el prócer José Gervasio Artigas, fue recibido en el Congreso Nacional, donde pronunció un discurso el diputado Guggiari, que con elocuentes y vibrantes palabras dio la bienvenida a los orientales e hizo mención del extracto del mensaje de José Enrique Rodó: "Única patria es América, pero dentro de esta unidad hay pueblos que con más singular fraternidad se atraen y que más eficaz y claramente perciben la armonía de sus destinos. Paraguayos y orientales forman sin duda, el más cabal ejemplo americano de aquella gran amistad, que Michelet soñaba ver consagrada en las relaciones de los pueblos. Reciprocidad de afectos y comunidad de intereses, los vínculos. El Uruguay es el Paraguay atlántico; el Paraguay es el Uruguay de los trópicos..."
En los primeros meses de 1920, surge una fuerte corriente para la nominación de Manuel Gondra, como candidato a presidente, que se hallaba en los EE.UU. El ofrecimiento fue aceptado y había esperanza y alegría en el pueblo. Se consagra la victoria de la fórmula: Manuel Gondra y Félix Paiva.
El advenimiento de Gondra, daba optimismo irradiando en todos los espíritus. No era solamente un candidato liberal, sino que era el hijo predilecto de la patria.
En los actos de transmisión de mando, que empezaron a las 10 de la mañana, con gran cantidad de hombres, mujeres, niños que impresionaron por los desbordes y alegría de la multitud, desde la calle Buenos Aires, la catedral a Colón y la plaza de la Constitución.
El carruaje tirado por los caballos negros conducía al Congreso a Manuel Gondra y millares de manos se agitaban lanzando flores. Una comisión de senadores y diputados. Los liberales Zubizarreta y Abente Haedo. Los colorados O'Leary y López Moreira, acompañaron al presidente en ejercicio Dr. José Montero, desde el Palacio de López al Congreso, donde se presta el juramento de ley.
LOS MINISTROS DE GONDRA
JOSE PATRICIO GUGGIARI
Ministro del Interior, asume a los 37 años, eminente joven, seleccionado y elegido entre los mejores. De brillante actuación en el Foro Parlamentario. Periodista, representante genuino de la democracia y de las fuerzas renovadoras que vienen fortaleciendo las instituciones.
EUSEBIO AYALA
Ministro de Relaciones Exteriores, experimentado diplomático, colaborador de todos los presidentes Liberales, Radicales, especialmente del extinto Manuel Franco. Ilustrado, intelectual, representó al Paraguay en diversos congresos en Sudamérica, EE.UU., Europa y representó al Paraguay en forma brillante en el "Congreso Financiero" reunido en Washington.
ELIGIO AYALA
Ministro de Hacienda, es también un hombre joven, que cuatro años antes había recibido el ofrecimiento para el mismo cargo de parte de Manuel Franco y reiterado por el presidente José P. Montero. Su designación llena la expectativa de la defensa de los caudales públicos. De ilustrada rectitud, imprimiendo normas modernas, estabilizadoras de la moneda, se propone evitar la emisión de más monedas, pagar al principal acreedor, el Banco de la República, equilibrar el presupuesto, fomentar y fiscalizar los créditos agrícolas, modernizar el Banco Agrícola.
Su personalidad es bien definida, pondrá toda su capacidad para sacar al país de la crisis. Nunca como ahora, el pueblo espera de su administración el milagro paraguayo. Se tiene fe en Eligio Ayala, porque propuso resolver concretando como válida la crisis financiera:
1- Atrasos del tesoro;
2- Presupuesto de gastos y cálculos de recursos;
3- Estabilidad de cambio;
4- Saneamiento administrativo.
Una de las primeras medidas fue nombrar como Director General de Aduanas al Dr. Eliseo Da Rosa.
Consiguió estabilizar el presupuesto y mantener la moneda invariable, a través de diez años. Logró pagar puntualmente los sueldos de la administración pública. Disminuyó la usura. No hizo uso de los empréstitos nacionales y extranjeros, pagó las deudas del Estado, evitó la emisión de monedas y dinero y fue especialmente un celoso guardián de las arcas del Estado.
No creía en el amigo bueno o fiel u honrado, controlaba diariamente a sus subordinados, escribía notas, resoluciones, indicaciones, era tenaz e incansable. Autoritario, era temido y respetado. Gustaba del orden, de la jerarquía, pero especialmente era un demócrata, compartía sus ideas y proyectos con los colorados. Era admirador de Manuel Domínguez y escuchaba a O'Leary sobre la reivindicación del Mariscal Francisco Solano López.
ROGELIO IBARRA
Ministro de Justicia, Culto e Instrucción Pública, es joven también. Secretario de la Cámara de Diputados a los 22 años; diputado a los 25; en el año 1925 fue nombrado Presidente de la Cámara de Diputados. Inteligente y brillante, fue director del diario "El Liberal". Como periodista fue sagaz, de solvencia moral y de una rectitud a toda prueba.
CORONEL ADOLFO CHIRIFE
Ministro de Guerra y Marina, ingresó a la Escuela Militar de Chile, el 11 de mayo de 1897. En 1898 fue Subteniente de Infantería del Ejército de Chile, llegando al grado de Teniente en 1898.
En 1904 fe enviado a Alemania, donde ingresó en el 68 Regimiento de Coblenza. Regresó al país en 1908 y se le designó comando de la III Zona Militar. Se retira en 1911, con la sublevación de Albino Jara y se encuentra entre los miembros militares de la Revolución Reivindicadora de 1912, con el Cnel. Escobar, entre otros.
Un año después en 1921 existía un malestar con las Fuerzas Armadas. Un grupo de militares, encabezado por el propio ministro de Guerra y Marina y sus coroneles Mendoza y Rojas, comienzan a inmiscuirse en política. En un banquete para ingresar al casino de oficiales del Batallón Escolta en Puerto Sajonia, ofrecido por el ministro de Guerra y Marina, éste se dirigió al ministro del Interior, Dr. Guggiari, acusándolo de "politiquero, débil e irrelevante", a lo que Guggiari contestó: "No, coronel, son fenómenos propios de la democracia, no habrá anarquía mientras ustedes los militares cumplan con su misión específica, no inmiscuyéndose en política y no desenvainen el sable, pero si lo hacen, entonces sí no respondo de las consecuencias...". Sobre la marcha, dijo Chirife: "Yo, personalmente mandaré ahorcar al oficial que se subleve".
El arzobispo de Asunción, que había cumplido la semana anterior sus bodas de plata, (25 años) al frente de la Iglesia paraguaya, monseñor Juan Sinforiano Bogarín, y asistente al banquete, dijo a continuación:... ¿Y si el sublevado es usted, coronel?..., sorprendido Chirife dijo: "Por favor Monseñor, eso no sucederá jamás". El día 29 de abril, a la mañana temprano llega y se encierra en la Escuela Militar al mando de Manlio Schenone, el jefe de la Guarnición de Paraguarí, Cnel. José Félix Estigarribia. A la tarde de ese día el Presidente hace llamar a su ministro, el Cnel. Chirife, quien informa al Presidente que todo está perdido, se han sublevado todas las fuerzas y exigen su renuncia. Luego Gondra acompañado solamente por el ministro Rogelio Ibarra, va a la Escuela Militar, donde el director le dice: "los ejércitos militares no están sublevados, obedecen sus órdenes, señor Presidente".
De allí pasan al Regimiento Escolta de Sajonia y a los barcos de la flota de la Marina, que tampoco estaba sublevada. Al volver al Palacio, se entera por el Cnel. Mendoza, jefe de la IV Zona, que estaban sublevados los jefes de Concepción. Ante la posibilidad de un enfrentamiento y a fin de evitar derramamiento de sangre, presenta su renuncia al Congreso. No le es aceptada al principio. Reitera y es indeclinable.
Ante la renuncia del Vicepresidente Paiva, en la segunda semana de noviembre, el Congreso debatió si llamaba a elecciones generales o elegir directamente entre sus pares; el Dr. Gualberto Cardús Huerta, senador de la Nación, pronunció un discurso, a fin de fundamentar el ascenso del Dr. Eusebio Ayala que fue elegido presidente provisional de la República.
Guggiari, participa activamente a favor del gobierno y colabora estrechamente con Eusebio Ayala y Eligio Ayala, en restaurar el orden, el respeto a las instituciones democráticas.
Un aspecto más trascendente de la actividad democrática de José P. es su aporte doctrinario al liberalismo. En los primeros años desde su fundación se había cumplido la primera misión histórica del Partido Liberal. Era el momento que se requería otro contenido espiritual y social que sirviera de base al liberalismo doctrinario y radical.
En la campiña, en la prensa, en el Parlamento y en las asambleas se declara tribuno del pueblo. El estado para el no puede ser neutro en los conflictos del capital y del trabajo; no puede abandonar a su suerte a las clases proletariadas agrícolas colocados en situación de inferioridad. Era un líder, amado por el pueblo porque su preocupación en materia agraria es la fundación y consolidación de la pequeña propiedad. Su preocupación era la salud. En materia partidaria combate el caudillaje personalista, necesario del pasado y quiere que los partidos justifiquen su existencia con un programa concreto y definido en el que se contemplen los problemas económicos, sociales y políticos con espíritus de reforma.
Dentro del directorio de su partido y en el Congreso promueve la necesidad de defender el proyecto de creación y fomento de la pequeña propiedad agropecuaria, la creación del departamento de trabajo, el arbitraje facultativo y la conciliación obligatoria en los conflictos de patronos y obreros de empresas de servicios públicos. José P., el tribuno popular, su voz alta y sonora era de las reivindicaciones de la justicia, el clarín de guerra de la democracia, el paladín ante la violencia y la fuerza que más de una vez ensayaron sustituir el libre juego de las instituciones, de la constitución, de las libertades, poniéndolo en vergonzosa derrota.
Su lucha era contra el personalismo, era un devoto ferviente de la democracia, José P. Guggiari, en la convención del Partido Liberal Radical, del 14 de mayo de 1922, decía:
"Señores Convencionales:
Os traigo el saludo de la Junta Directiva que, al resignar en vuestra alta autoridad la que a ella le cupo ejercer en los días terribles que ha vivido el partido después del crimen del 29 de octubre, quiere, por mi intermedio, expresaros la satisfacción que siente por veros reunidos y los votos que formula por el acierto de vuestras deliberaciones.
Sean, señores, propicias para los destinos del país y del partido las resoluciones de esta magna Convención, que reúne en su seno, en un bello consorcio de labor, a los más destacados intelectuales del partido, junto a los más representativos y genuinos exponentes de su fuerza y prestigio popular.
Y conceded, a este modesto compañero de vuestras tareas, un minuto, para deciros, en el lenguaje llano de la conversación, sus impresiones del momento político y algunas de las ideas que, a su juicio, deben orientar la organización y actividad futura del Partido.
Son estas horas de meditación, horas difíciles de la vida nacional en que la reflexión se impone al espíritu despojado de prejuicios y pasiones.
Estamos frente a una obra grande: la tarea de reorganizar nuestro partido, después de la crisis que el golpe aleve de la traición provocó en sus filas. Esta labor demanda de nosotros los esfuerzos aunados de una actividad constante y un pensamiento de acción sereno, noble y bien definido. Con la visión del futuro debemos abordar la obra del presente, tomando de la experiencia sus enseñanzas aleccionadoras.
Creo, señores, que la crisis partidaria ha de resolverse, naturalmente, con la lenta, si se quiere, pero firme reabsorción de los hombres por las ideas. Y que los correligionarios -me refiero especialmente a las masas partidarias- extraviados detrás de los efímeros triunfos de la fuerza, han de volver al seno de la asociación, cuando se haga en su conciencia la luz y comprendan que el deleznable prestigio de los hombres es transitorio siempre; y que nada vale frente a la fuerza inmanente y poderosa del ideal.
Tal aconteció hace diez años, en situación parecida a la actual. Bien recordáis la lucha que entonces, como ahora tuvo que sostener el partido contra los que traicionaron sus principios. El jarismo, triunfante por un golpe de cuartel, intentó apoderarse del partido, usando de su nombre y de su prestigio para sostener el gobierno de fuerza que había creado. Los halagos del poder, ofrecidos sin taza ni medida; los engaños de una propaganda interesada, lograron atraer a algunos correligionarios; pero bien pronto abandonaron a los apóstoles del éxito, despreciando los beneficios que se les brindaba, para tornar al partido y ocupar un puesto de sacrificio en los campamentos revolucionarios. El jarismo se disolvió y hoy no queda de él sino el recuerdo de sus depredaciones e inmoralidades.
El schaerismo -que es el jarismo reeditado- con sus mismos vicios, con su mismo afán de predominio, correrá igual suerte. Se disolverá cuando el pueblo liberal, que le da vida, comprenda su error y vea que en el fondo de ese grupo no hay ideales sino apetitos, y que no se mueve a impulsos de principios sino por egoísmos y persiguiendo fines utilitarios. Entonces los hombres que hoy lo encarnan quedarán solo y en nuestra historia política serán como jalones que marcan el camino por donde se ha ido al deshonor y el crimen.
En las democracias siempre vencen los partidos de principios, de tradición incorruptible, con programas definidos como el nuestro, sobre las facciones o grupos personales, sin más vínculo que el común de subalternos intereses.
No es, pues, la integridad partidaria lo que debe inquietarnos más por el momento. Ella ha de salvarse. La hemos de salvar, señores, con la eficacia de nuestra acción democrática, con la divulgación de nuestros ideales, con el prestigio de nuestra tradición tan llena de históricos recuerdos, y, sobre todo, con nuestra oral austera y el ejemplo de nuestro desinterés y abnegación. Lo que ha de preocuparnos, principalmente, en esta hora de labor, es preparar para el partido una sólida organización, que evite en el futuro la repetición de los hechos deshonrosos que, como el del 29 de octubre, manchan su prestigio y significan una negación del progreso institucional por el cual afanosamente viene luchando desde su fundación.
Y esa ha de ser la gran obra de nuestra educación política y de las reformas estatutarias.
El mal de las democracias y de los partidos, que son sus órganos naturales, no está en las tendencias opuestas que chocan en su seno; de los conflictos de las ideas encontradas y aún de los hombres que luchan por un legítimo predominio. Está en el peligro que ofrece la falta de educación política que los lleva al olvido de las ideas y conceptos fundamentales de la acción democrática y los arrastra a los excesos del desorden y de la libertad.
Hombres de principios son los que debemos formar en nuestras filas; hombres con fe en las ideas y no desencantados que ríen con sorna al hablarse de ellas y que fincan su éxito en las camandulerías de la política menuda, antes que en la lucha franca de los comicios.
Es, el nuestro, un partido poderoso pero mal organizado. Y esta mala organización viene de lejos, del período embrionario de nuestra formación política, y es la causa, además de otros factores, de las graves crisis que ha sufrido.
No he de entrar en el análisis minucioso de las deficiencias de esta organización. Quien más, quien menos, todos tenemos conciencia de ellas. Baste a mis propósitos del momento decir que falta en ella el sistema que asegure la independencia de las ideas y garantía el propio control, conceptos que son base y fundamento de la democracia.
Y esta falta es la que ha hecho posible el crecimiento de esos personalismos absorbentes y odiosos, audaces en sus pretensiones, que son, en definitiva, las causas de las escisiones partidarias.
La historia de las divisiones del Partido Liberal es la historia de esos personalismos. Vamos destruyendo nuestra unidad detrás de hombres y de hombres, que, muchos de ellos ni siquiera encarnan ideas, porque son caudillos vulgares, sin moral ni capacidad, sin otro mérito que la audacia.
El mal, pues, está en estas fuerzas prepotentes y desorbitadas, que son la negación de la democracia. ¿Cómo oponerse a ellas? Formando la conciencia cívica y armando al correligionario del voto, libremente expresado, dentro de normas legales.
La una es la obra de la prédica, de la educación política realizada como un verdadero apostolado. La otra puede ser la labor inmediata de las autoridades partidarias. Ambas son ineludibles si queremos hacer obra duradera, si queremos partido de principios, de altos y sanos postulados, en el los personalismos regresivos y disolventes no han de prosperas y menos peligrar el régimen de su vida libre.
La evolución reclama de nosotros el ensayo de nuevos procedimientos de acción, siquiera sea a costa de abandonar aquellos que hasta ahora hemos venido empleando porque fueron provechosos en otras circunstancias.
La organización partidaria debe basarse en nuevos principios y adoptar nuevos moldes, de acuerdo con la evolución de las ideas y la tendencia cada vez más popular de la democracia contemporánea. La opinión partidaria debe ser escuchada en las cuestiones políticas. Los candidatos deben surgir de puras fuentes populares; las convenciones han de ser reflejo verdadero de la conciencia liberal; los hombres no han de tener en el Partido sino el legitimo valor que le dan la virtud practicada, la elevación de la cultura y la verdad de las doctrinas que profesen.
Nuestro partido debe evolucionar hacia su verdadera democratización: hacer que el respeto a las ideas practicado siempre entre nosotros, sea cada día más firme y amplio; que en su seno no existan otros vínculos de sujeción que los creados por la comunidad de ideales ciudadanos, la identidad de aspiraciones progresivas y el recuerdo siempre vivo de las luchas y sacrificios comunes en aras de la causa liberal.
La disparidad de ideas puede llevarnos a la discusión que, mantenida dentro de normas respetuosas, no puede perjudicar la unidad partidaria; al paso que el personalismo, cualquiera fuese la causa de las preferencias, puede llegar a fraccionarnos en tanto grupos como hombres de influencia poderosa actúen en nuestro partido, con propósitos de preponderancia.
El personalismo sólo es posible al amparo del renunciamiento de los hombres y no ha de prosperar en los ambientes que se mantienen puros por la independencia de los caracteres y la altivez de las conciencias.
El Partido Radical no debe seguir apegándose a prácticas ya caducas. Eso significaría un retroceso. Su gobierno y dirección han de confiarse a la autoridad impersonal de una comisión compuesta de los hombres de mayor significación partidaria que, por sí solos, sean una garantía de orden y progreso para la República y de realización de su programa.
Sólo así con estas ideas realizadas, haremos de nuestro partido una fuerza democrática y encauzaremos su acción, definitivamente, dentro de la legalidad. Y haremos imposible ya las explosiones de la fuerza, esos golpes que, como el del 29 de octubre, constituyen un crimen inaudito, porque es la violencia injustificada, la inmoralidad triunfante, la dictadura cernida sobre el cielo de la patria".
Por consenso de todos los liberales, es ungido presidente del Partido Liberal Radical y el presidente constitucional del Paraguay, el doctor Eligio Ayala, que deseaba en lo político, de la participación de los partidos tradicionales, Partido Colorado y Liberal, para el bien de la patria, un jueves 28 de agosto de 1924, a tan solo día de su juramento como presidente, recibe en el Palacio de López al doctor José P. Guggiari, del Partido Liberal Radical y al doctor Isidro Ramírez y don Manuel Frutos, del Partido Colorado.
El Presidente de la república explicó a dichos jefes de partido sus propósitos de gobierno y pidió a los republicanos el levantamiento de la abstención, no solo para la vida parlamentaria sino para los cargos administrativos, pues, tenía resuelto, según declaró, no consultar otra condición para los puestos públicos que la idoneidad. Aludió también a la reforma electoral que ha sido ya presentada a la consideración de las cámaras.
El Dr. Guggiari manifestó que el directorio liberal estaba empeñado en una política de tolerancia y facilitaría todas las soluciones que tuvieran por objeto consolidar la paz y el regular funcionamiento de la vida democrática.
Los doctores Frutos y Ramírez, manifestaron que el Partido Colorado estaba resuelto a desenvolver su acción en el terreno de la legalidad, de las luchas pacíficas, del orden institucional y que llevarían al seno del colegiado los propósitos enunciados por el Presidente de la República.
La conferencia realizada ayer está llamada a tener simpática resonancia en la opinión pública que ansía la paz por encima de todas las cosas. No se ha perseguido ni conseguido seguramente con esa conferencia hallar una solución definitiva a las cuestiones políticas, pero ella es indicio firme de la política amplia que piensa poner en ejercicio el Presidente de la Nación.
Se nombra con cargos diplomáticos a Juan E. O'Leary, Manuel Domínguez, Fulgencio R. Moreno, todos colorados. Ve con simpatía la disertación de Juan Natalicio González sobre "El Mariscal y su influencia en el alma nacional", que tuvo lugar en el Teatro nacional con un público bastante numeroso, llenando los palcos, plateas y paraíso y en parte los pasillos.
A la hora fijada, ocupó la tribuna el señor González, siendo su presencia ovacionada por el público. Luego comenzó a hablar de la silueta moral del Mariscal. Hizo una rápida revista de los héroes sobrevivientes de la humanidad y estudió los personajes del teatro de Sófocles, Eurípides y Shakespeare. En este pasaje de su disertación tuvo el arte de engarzar bellas y armoniosas frases y de hacer atinadas observaciones. Luego dio a conocer a su auditorio un juicio del padre Maíz, contemporáneo del mariscal y uno de los hombres más cultos de su tiempo, sobre la personalidad del héroe epónimo de nuestra epopeya.
Hay que tener en cuenta la actuación del padre Maíz durante la guerra y después de ella, para apreciar en todo su valor aquel juicio que recogió la historia.
También leyó un párrafo de aquel panfletista formidable que se llamó Juansilvano Godoy, convencional en las Asambleas del 70 y hombre de culminante actuación después de la guerra, referente al Mariscal, párrafo en el que elogia la voluntad férrea, el patriotismo, la abnegación y la decisión inquebrantable de Solano López, ante la suerte adversa y el infortunio de su pueblo.
El señor González entró después a historiar el movimiento de reivindicación histórica que ahora va llegando a su culminación.
Recordó los artículos del doctor Báez en defensa del mariscal y sus ejércitos aparecidos en "El Combate", allá en 1892. Recordó también la vasta y formidable obra de O'Leary, haciendo un estudio comparativo entre lo sostenido por el doctor Báez y los "cretinistas", y lo sostenido por el cantor de nuestras glorias.
Afirmó que Solano López hizo milagros con su pueblo para defender la dignidad patricia y la integridad territorial, ofreciendo todos, como un solo hombre, el sacrificio de su vida, en holocausto de la independencia nacional.
El conferencista recitó después la hermosa poesía de Manuel del Castillo, en que se canta al héroe, el soneto de Pablo M. Insfrán y los versos de Leopoldo Ramos Giménez, intitulados "La cumbre del Titán".
El público, entonces, sintió resonar en su alma la emoción divina que solo agitan los recuerdos de gloria y de infortunio o la visión querida de la bandera tricolor.
Y esa emoción subió de punto cuando el señor González leyó su oración al héroe, pieza literaria digna de su atildada pluma. Al terminar la disertación, una distinguida dama, desde su palco, gritó ¡Viva el Mariscal López!, grito que fue ovacionado por el numeroso público.
Luego el señor González fue acompañado por los miembros del Comité de Homenaje a Solano López y un grupo de amigos íntimos, en tanto que en diversas calles, la muchedumbre que se retiraba del teatro iba vitoreando al héroe nacional.
Lo fundamental para don Eligio era y por ello les indica la necesidad de participar activamente con proyectos, aporte de ideas, voluntad y cooperar todos juntos para la grandeza de la patria.
Guggiari, cumple cabalmente la presidencia del partido. Recorre todas las localidades del territorio nacional. El presidente Eligio Ayala, podía abocarse a los problemas nacionales, porque Guggiari, dirigía al partido, ahora más fuerte, con mayor cantidad de afiliados y especialmente sin tener ningún tipo de problema con el partido opositor. Natalicio González, O'Leary eran recibidos periódicamente por don Eligio Ayala y les daba su apoyo para la reivindicación histórica de Francisco Solano López. Varios políticos colorados eran nombrados representante del Paraguay en el extranjero y por primera vez en la historia política del Paraguay, los dos partidos políticos, participan con sus candidatos para las elecciones presidenciales de 1928. El doctor Guggiari, por el Partido Liberal Radical y el doctor Eduardo Fleytas por el Partido Colorado.
Guggiari con don Emiliano González Navero, recorren toda la república, pero es en Villarrica, su ciudad amada donde recibe un recibimiento de miles de correligionarios que enfervorizados lo saludan y les brindan su apoyo.
La culminación de la campaña política del candidato del Partido Liberal, tuvo lugar en Asunción, el jueves 12 de abril de 1928, llevándose a cabo una manifestación que reunió a más de 10.000 liberales que presentaron su adhesión al doctor José P. Guggiari y Emiliano González Navero. La concentración de las distintas parroquias, comité de la Encarnación, la Catedral, y San Roque, y a ellas se sumaban las delegaciones de Trinidad, la Recoleta y San Lorenzo, todas ellas se reunieron en la plaza Uruguaya a las 20 horas, en medio del júbilo popular. El largo desfile comenzó y siguió por la calle 25 de mayo, Estrella, Colón y Palma. La manifestación llegó a la plaza Constitución por la calle Alberdi, estacionándose frente al edificio del Correo. El doctor Guggiari y González Navero aparecieron frente a la concurrencia, siendo largamente aplaudida su presencia. La organización estuvo activa y entusiasta, con una buena organización de los comités, presidido por Manuel Giménez y Cayetano Cassanello, por la Encarnación. El doctor Juan Colunga y Ramón Recalde, por la Catedral. El doctor Gregorio Achar y Leonardo López por San Roque. Hablaron el doctor Justo Pastor Benítez y don Manuel Giménez.
Las palabras elocuentes, la arenga vibrante, entusiasmaba a la multitud, con pañuelos azules, banderas, un cartel con la efigie de Adolfo Riquelme, respondían al unísono a los oradores. El doctor Benítez, dijo:
Un vago anhelo de grandeza ha movido a esta multitud que os contempla como depositarios de su fe y de sus esperanzas. No es ella una reunión ocasional y amorfa. No viene ante los triunfa dores en busca de prebendas ni a exigiros promesas ventajosas que el mando puede ofrecer.
Ella viene del fondo de nuestra historia como una afirmación de libertad y una fuerza del derecho. Prosigue una tradición y le alienta un ideal de mejoramiento colectivo; su fuerza no es sólo su número sino la justicia de su causa. Ella ha desafiado victoriosamente los rigores del tiempo y la persecución de los hombres en una constante renovación espiritual de adaptación y de impulso; y en una inquebrantable capacidad de lucha que les han permitido ganar experiencias de sus propios errores y realizar conquistas institucionales para la patria. Es la hueste vencedora de los atrios que se llama Partido Liberal que viene a saludaros en estas vísperas auspiciosas de un nuevo triunfo.
Es el liberalismo asunceno, fuerte en la adversidad y tolerante en su pujanza, que viene a recordaros el compromiso que habéis contraído de hacer una administración honesta, constructiva y orientadora de las energías nacionales.
Se ha dicho que no es posible concebir la democracia sin organización y que los únicos gobiernos dignos de nuestra época eran los que se apoyan en la fuerza de la opinión.
He aquí formuladas en síntesis las convicciones de esta masa ciudadana que quiere que hagáis un gobierno surgido de sus entrañas pero consagrado en todo a la nación paraguaya.
Como en la naturaleza, en la vida social, sólo los cuerpos compactos pueden servir de materiales constructivos. La opinión desorganizada sería impotente para la resistencia y una tentación para las usurpaciones. El mapa político del continente nos enseña que allí donde se han disuelto o corrompido las asociaciones políticas, la dictadura ha sentado sus reales; y a la aguda observación de Tocqueville no ha podido escapar que "sólo los grandes partidos transforman la sociedad, los pequeños no hacen más que agitarla: los primeros la salvan aunque para esto tengan que quebrantarla algunas veces; los segundos la perturban de continuo, sin provecho alguno".
Allí donde las opiniones no se nuclean en partidos, prosperan las facciones, que por la violencia o la perfidia buscan el poder para satisfacer sus patitos, en vez de buscarlo como aquellos con el voto para realizar sus ideales.
De ahí el deber del hombre de Estado de contemplar como un hecho necesario y útil la existencia de los partidos. Ellos son la opinión organizada sobre comunidad de convicciones, sus programas han de trasuntar las necesidades del pueblo y ser fórmulas de mejoramiento. Sólo ellos pueden ser los voceros eficientes de las multitudes desamparadas, sólo ellos pueden hacerse escuchar e imponer su voluntad en los comicios. No son fines pero son medios necesarios en la vida republicana. Existe un interés nacional en la organización adecuada de esas asociaciones sin las cuales en democracia sería casi imposible, carecería de forma, de órganos para su funcionamiento regular.
Si el pensador ha podido decir que la humanidad no vive para tener un gobierno, sino que crea un gobierno para poder vivir; nosotros, los hijos de la democracia americana, que hemos visto la ruda fiereza de los dictadores y la rojiza llamarada de decenas de revoluciones, podemos decir que si los gobiernos constitucionales no viven para servir a un partido, necesitan de los partidos para poder vivir. Tal es la enseñanza de los hechos, que son en definitiva los que interesan a la política.
Contaréis con esa adhesión en tanto vuestros actos se ciñan a la ley; esa fuerza moral os asistirá en vuestros afanes por el bien público, pero permitidme deciros, en lenguaje llano que esa colaboración no excluirá a la fiscalización porque el liberalismo está acostumbrado a seguir a sus hombres por su pensamiento y a juzgarlos por sus obras.
Ciudadanos candidatos:
Los liberales de la capital, que conocen en vosotros, dos de sus preclaros jefes, formulan por el éxito de vuestras gestiones futuras, porque continuéis la obra del actual gobierno que constituye el decoro del liberalismo y que cosechéis glorias que, al par que personales vuestras, se sumen el acervo de honra de nuestro gran partido".
Habló luego el doctor Guggiari, he aquí algunos conceptos de su discurso:
"El país reclama, imperativamente, el advenimiento de gobiernos constructivos como única manera de alcanzar su progreso. El Gobierno como campo exclusivo de especulaciones políticas, desvinculado de los verdaderos y reales intereses del país, ha dejado, debe dejar paso, al gobierno de labor y de administración, que por encima de esas tramas de intereses y pasiones, constantemente en pugna, edifique y afirme, impulse y construya inspirado siempre en el bien y el adelanto de la nación. Esta necesidad suprema, considerada en diversos puntos de mi programa, debemos atenderla con preferencia para hacerla una realidad fecunda y provechosa y puedo afirmar, señores, que este bello ideal político es el que venimos persiguiendo en nuestras constantes luchas por el bien público.
Refiriéndose a las aspiraciones del pueblo, auscultadas lea y generosamente en largas campañas dijo:
"Mi gobierno ha de ser un gobierno de trabajo, porqué de mis contactos frecuentes con el pueblo, he recogido su anhelo íntimo y grande, en su humildad sencilla, de que él no quiere, no exige de sus gobernantes, sino que le aseguren la paz para trabajar. Desahuciado por los tantos gobiernos que posponían los intereses generales a los manejos de la politiquería, reclama un Gobierno que le estimule y le acompañe en la labor".
Después de reclamar el apoyo continuado del partido para la obra de gobierno, exclamó:
"Con el espíritu sereno, tranquilo hasta donde puede estarlo, quien carga con las responsabilidades del poder, creo que mis actos en el Gobierno han de llevar siempre el sello de la más acendrada rectitud.
Me siento capaz de sobreponerme a todo lo que entrañe o signifique interés personal o de círculo, para dedicarme por completo al servicio del país y de sus sagrados intereses. Me siento más; me siento con la decisión de estimular desde el Gobierno toda obra destinada a un fin útil para la Nación, cualquiera fuese la bandera política que la prestigie, y cualquiera sea el compatriota que la haya iniciado".
Nos dice, Efraín Cardozo, lo siguiente:
"La candidatura de Guggiari subió como una marea que arrasó con todas las resistencias. Venía del campo, trayendo la fuerza de la tierra, como un hábito del pueblo campesino que cifraba en Guggiari tanto sus anhelos de libertad, como de mejoramiento material y espiritual y que depositaba en su persona la más grande confianza, casi ilimitada. Hasta entonces, las candidaturas presidenciales eran forjadas dentro de los ámbitos directivos, y no había motivos para lamentarlo pues ascendieron al poder hombres como Manuel Gondra, Manuel Franco, Luis A. Riart, Eusebio Ayala, Eligio Ayala, pero esta vez se estaba haciendo trizas del precedente. La democratización del Partido Liberal era una realidad: tocaba al pueblo, y nada más que al pueblo, elegir a su gobernante. No en los conciliábulos de la capital, sino en las entrañas más hondas de la masa campesina se gestó la fórmula presidencial que el Partido sostendría en las próximas elecciones. Cuando se reunió la Convención el 5 de enero de 1928, todos los convencionales traían mandatos expresos de sus comitentes de votar la candidatura de Guggiari para la primera magistratura. No hubo tiempo para componendas ni discusiones. La Convención, por unanimidad y en medio de atronadoras ovaciones proclamó la candidatura de Guggiari, integrándola con don Emiliano González Navero, figura venerable del partido.
La madurez democrática alcanzada por el país tuvo otra expresión en la resolución del Partido Colorado de concurrir a las elecciones, proclamando la candidatura de Eduardo Fleitas y Eduardo López Moreira, dos viejos y prestigiosos luchadores colorados, de larga y batalladora tradición y hondo arraigo en la agrupación opositora. Por primera vez en la historia del Paraguay hubo elecciones presidenciales con la concurrencia de otro partido que no fuera el oficialista. La campaña electoral se desarrolló sin violencias ni arbitrariedades, y el acto comicial no mereció serias objeciones por parte de los opositores. Las urnas arrojaron gran mayoría de votos en favor de los electores liberales, en cantidad suficiente para superar holgadamente los votos colorados y los depositados en blanco. El Partido Colorado se inclinó ante el fallo de las urnas. El candidato colorado Eduardo Fleitas felicitó públicamente a su triunfante rival".
Refiriéndose a José P. Guggiari, nos dice Efraín Cardozo:
"¿Quién era esa "mezcla de caudillo y de estadista" que suscitaba tanta simpatía y que llegaba al poder con un origen "tan directa y genuinamente popular" como pocos presidentes paraguayos podían reivindicar? ¿Se trataba de una personalidad magnética, de esas que solo de tanto en tanto aparecen en el escenario público para captar con su hechizo a las masas siempre dispuestas a endiosar las figuras extraordinarias? ¿Era acaso un demagogo que había sabido excitar los apetitos y las pasiones de las masas? Sin duda, a Guggiari le sobraban cualidades de simpatía y atracción popular. Conocía el secreto de ganar las voluntades. Y era gran orador, uno de los más elocuentes que naciera en tierra paraguaya, orador castizo en la tribuna parlamentaria, y más famoso por sus discursos en guaraní cuando se ponía en contacto con la masa campesina. Después del obispo Bogarín, jefe de la Iglesia paraguaya desde 1890, nadie dominaba tanto los secretos del plástico y musical lenguaje guaraní, sin igual para la persuasión y para suscitar emociones, José P. Guggiari había recorrido todo el territorio nacional; le conocían hasta en la última "compañía" y en todas partes dejaba amigos y compadres, y sobre todo, afectos y adhesiones. Su caudalosa correspondencia, su infatigable dinamismo, su enérgica y vibrante vitalidad, su generosidad y desinterés, su apuesta figura, todo cuanto dimanaba de su persona contribuían a mantener viva la llama de una popularidad que solamente el general Caballero, Antonio Taboada y Manuel Gondra lograran alcanzar, pero no superar.
¿Era entonces un caudillo? Si se medía el concepto con el cartabón antiguo, Guggiari no era un caudillo. No solo no lo era por su extracción universitaria y sus modalidades personales, sino que gran parte de su éxito popular se debió precisamente a sus campañas contra el caudillismo. ¿Era entonces un estadista? Salvo su breve actuación en el ministerio del Interior, durante la presidencia de Manuel Gondra, y su presencia continuada en el parlamento desde 1914, más su intervención en la conferencia paraguayo-boliviana de Buenos Aires desde 1926 a 1927, no se podía afirmar en 1928 que Guggiari poseyera un historial de servicios públicos que acreditara la experiencia necesaria para ser considerado estadista más completo que Eligio Ayala, Luis A. Riart, Eusebio Ayala, Manuel Gondra, Manuel Franco que le habían precedido en el mando después de foguear sus condiciones de gobernantes, en el continuado ejercicio de funciones administrativas de responsabilidad. Cultura no le faltaba y así lo había demostrado en el ejercicio de su profesión de abogado, juntamente con Gerónimo Zubizarreta, el jurisconsulto más notable de entonces; en el periodismo, desde las columnas de "El Liberal", de que fue director y propietario y en el parlamento, donde intervino con brillo en la preparación de importantes leyes, como la del Registro Cívico Permanente o de la Pequeña Propiedad Agropecuaria, pero le faltaba, para tener el derecho de llamarse estadista, aún antes de ejercer ninguna magistratura, la altura de un Manuel Gondra, el volumen de un Eusebio Ayala, o la energía de un Eligio Ayala.
¿Era entonces una mezcla de "caudillo y estadista", tal como lo definiera el escritor Gerchunoff? Tampoco. En su personalidad no había mezclas, porque toda ella era de compacta homogeneidad, sin facetas contradictorias: ni mediocre, ni muy brillante. Los ingredientes que alimentaban su enorme popularidad eran de una sola calidad, y nacían, no tanto de sus características humanas, como de las ideas que venía sosteniendo, con infatigable constancia, desde su iniciación en la vida pública, y que ahora, gracias principalmente a su tesón, estaban convirtiéndose en realidad.
Porque con Guggiari no triunfaban una persona, ni un grupo de hombres, sino un sistema de ideas, las ideas que el Partido Liberal quería representar en la historia del Paraguay, y que circunstancias adversas habían mantenido en su primera categoría de ideal no siempre cuajado en realidad. La ascensión de Guggiari a la presidencia representaba la culminación de un largo proceso, la justificación histórica del liberalismo que en 1904 se había apoderado violentamente del poder con un programa institucional que ahora, a un cuarto de siglo, iba a llegar a su plenitud.
Guggiari fue uno de sus redactores. "No pertenecemos - decía el número inicial de "Alón"- a ningún partido político, ni obedecemos a móviles extraños a nuestra voluntad: llevamos sí en nuestro espíritu la convicción de que la libertad vale más que todos los tesoros de la tierra y de que la verdad se debe decir a toda costa". Llamados también "constitucionalistas" porque enarbolaron como bandera la Constitución de 1870, volaron a los campamentos revolucionarios cuando en 1904 el Partido Liberal se lanzó a la conquista del poder sosteniendo los mismos principios que ellos venían sustentando en el estadio de la prensa.
"Los que encarnan sus aspiraciones políticas en un hombre -dijo un editorial de "Alón"-, y corren el peligro de hundirse tras el ídolo, en el vaivén de los acontecimientos políticos. Los que ven la encarnación de sus ideales en los principios reguladores de un gobierno libre, tienen el privilegio de afianzarse en lo que no es efímero, ni susceptible de errores, de que no están libres los hombres-ídolos. Los que en política no aceptan más que el principio institucional como norma de gobierno, aceptan a los hombres como instrumentos de la ley, y tan pronto éstos apartan su conducta de la vía legal, les retiran el contingente y el ayuda mediante las cuales se habían encumbrado hasta dejarlos en el más desesperante vacío" ("Alón", 4 de junio de 1906).
En estas palabras estaba el germen de una voluntad política aplicada fuerte y sistemáticamente a impulsar todas las etapas del posterior desenvolvimiento del Partido Liberal. Formando su módulo central, un grupo de hombres, entre los cuales sobresalía José P. Guggiari, dedicarían sus energías a la obra de hacer triunfar las permanentes categorías de los principios sobre las efímeras hegemonías personales. Estarían siempre frente a cualquiera tentativa de crear jefaturas de prestigio que no se basaran en las ideas y bregarían incansablemente porque el programa de libertad del Partido Liberal se realizara plenamente en conjunción con las aspiraciones nacionales y a costa de cualquier situación personal que pudiera crearse a espaldas de las doctrinas democráticas.
La designación del doctor José P. Guggiari, como ministro del Interior en el gabinete que se constituyó el 15 de agosto de 1920 era, en apariencia, una definición, porque ya para entonces su persona representaba, mejor que nadie, la conciencia democratizadora e institucionalista que estaba encarnándose en el Partido Liberal, bautizado también como Radical para especificar mejor su dinamismo tajante y renovador. "Representante genuino -decía "El Diario" con motivo del nombramiento del doctor Guggiari para la primera cartera del gabinete de Gondra de las fuerzas renovadoras que vienen revolucionando desde hace una década las instituciones que nos rigen, no hay apenas reforma de alguna importancia que no lleve su cuño o no le deba el impulso generoso de su poderosa influencia, moral e intelectual. El Partido Radical, su creación, su imagen, ha sido a la vez la tierra de ensayo de sus profundas y nuevas experimentaciones políticas, pudiéndose decir que la ciencia que ha introducido este partido en el arte de gobernar data cabalmente de la fecha de su participación con otros eminentes correligionarios, al frente de la dirección partidaria". ("El Diario", 17 de agosto de 1920).
Eligio Ayala, que después de un breve interinato de Luis A. Riart, fue electo para el período 1924-1928, se dedicó exclusivamente a la acción de gobernar.
No hubiera alcanzado el gran éxito que conquistó en todos los órdenes de su histórica administración, si paralelamente o detrás de él no se hubiera erguido Guggiari al frente del Partido Liberal con un claro y tajante concepto de la función que le correspondía a un partido gobernante. El presidente Eligio Ayala gozó de la más amplia libertad de acción y del más firme apoyo partidario que jamás gobernante alguno conociera en la vida constitucional del Paraguay. Libre de los menudos conflictos de la política, pudo consagrarse por entero a los problemas nacionales, aplicando a su solución conceptos técnicos depurados y una dedicación completa como pocos ejemplos se registraban en el país desde los tiempos de Carlos Antonio López. Para ello tuvo manos libres, gracias a la cooperación abnegada de Guggiari, quien en la presidencia del Partido Liberal absorbía los golpes que recibía de todos lados como resultado de esta total independización del gobierno de las influencias partidistas.
Porque si Eligio Ayala poseía en grado eminente condiciones de estadista, también su personalidad acusaba otras facetas que le habían menos proclive a la popularidad política. Huraño, casi misántropo, carecía, cuando quería, o sin querer, de urbanidad y muchas veces incurría en graves faltas de cortesía con hombres importantes del partido. Cáustico en grado superlativo, no vacilaba en hacer sangrar respetables reputaciones, con tal de plantar alguna de sus famosas y agudas banderillas; para él una frase ingeniosa valía más que la amistad. Pasaba las primeras horas de la mañana, en la soledad de su despacho, donde casi no recibía visitas, escribiendo esquelas epigramáticas que después esparcían por la ciudad sus punzantes dardos, algunos con mortal veneno e indistintamente dirigidos a amigos o a enemigos. Si la paciencia evangélica de Guggiari no se dedicara después a curar los pinchazos, cualquiera de éstos podían gangrenar y poner en peligro seriamente toda la situación. En cierto modo, la doctrina de José P. Guggiari, de total independencia del poder de la vida partidaria, fue el broquel detrás del cual Eligio Ayala pudo dedicarse a esos inocentes escarceos tanto como a su formidable labor de gobernante.
Semejante doctrina, no parecía la más indicada para crear' popularidad política y si Guggiari se proponía buscarla mediante la generosa utilización de los resortes y de los recursos del Estado, estaba desviado, mientras Eligio Ayala permaneciera al frente de la administración. Las famosas "siete llaves" volvieron impenetrables los recintos del Tesoro público a los manotazos del favoritismo y nunca hubo más escrupulosa, diligente y severa vigilancia de la percepción y utilización de las rentas fiscales. Los puestos públicos relacionados con el manejo de los fondos del Estado, tan apetecidos por el logrerismo político, en épocas pasadas, ya no fueron conferidos según los méritos partidarios, sino en atención a la idoneidad y a la honradez y los desvíos delictuosos comenzaron a ser severamente sancionados sin contemplaciones ni consideración alguna a fojas de servicios partidarios que pudieran alegrase. La corrupción, el nepotismo y otras excrecencias de las democracias incipientes quedaron extirpadas de la administración, que ya no pudo ser utilizada para premiar, como en el pasado, las "abnegaciones partidarias". Si Guggiari hubiera tenido el propósito de elevar su personalidad política sobre los tradicionales cimientos de las larguezas a costa del erario, hubiera tropezado con la valla infranqueable de la repulsa de Ayala. Pero nada estuvo más lejos de su pensamiento.
En realidad, la corriente que Guggiari encarnaba representaba precisamente el repudio de esos anacrónicos métodos, y Eligio Ayala, desde el gobierno, no hacía sino desarrollar doctrinas públicas y ardorosamente sustentadas por el grupo de liberales que le apoyaban en el Directorio del Partido y en el Parlamento, acerca de lo que el Estado debía ser dentro del orden democrático, como representación jurídica de todos los paraguayos, no como patrimonio de un solo sector, aunque fuera mayoritario.
La eliminación del concepto de la discrecionalidad implicaba para el partido gobernante muy serias consecuencias, de las cuales, la más importante, sin duda, era el derrumbamiento de su habitual base financiera: el Estado. Una de las primeras medidas de Guggiari, puesto al frente del Partido, fue resolver este problema, creando la Caja Partidaria, alimentada por las cuotas de los afiliados, sin aportes de las dependencias oficiales. Los empleados públicos quedaron en libertad de contribuir y muchos no lo hicieron, aun siendo liberales, sin ser por ello molestados y menos los numerosos colorados y neutrales que matizaban la administración pública. Fue tan eficiente la organización de la tesorería partidaria, que en todo tiempo el partido contó con suficientes recursos para su actuación independiente del apoyo oficial. Ya no corrieron los famosos pasajes, oficiales ni los trenes, expresos de otras épocas. El Partido costeaba sus propios gastos y lo hacía con la misma austeridad con que Ayala regía las finanzas públicas.
La autonomía económica del partido permitió a Guggiari asentar sobre bases sólidas su teoría de la desocialización partidaria. El Partido Liberal, aunque apoyaba al gobierno, dejó de ser un organismo dependiente del presidente de la República. Adquirió vida propia, autónoma y con suficiente libertad de acción frente al poder público. Con finalidades paralelas y concordantes, armonizando esfuerzos, pero sin ninguna relación de dependencia, partido y gobierno, cada uno por su parte, pudieron cumplir la misión que les correspondía en sus respectivas órbitas, dentro del Estado.
De tal suerte, el partido se convirtió en una institución, implícitamente contemplada en la Constitución, y cuya operancia normal y regular se hacía indispensable para el normal juego democrático. Pero ello hubiera sido quimérico si en su seno no se operara, simultáneamente, la gran transformación democrática que se venía propugnando desde hacía años. Era necesario que la soberanía partidaria radicara en el pueblo, y no en sectores o personas, que la dirección del Partido fuera expresión directa de la voluntad política del pueblo y no patrimonio de los directores. La institucionalización partidaria debía comenzar por sus raíces; a la preponderancia de los caudillos tenía que sustituir la gravitación de las masas orgánicas representadas por los comités, elegidos en asambleas libres, conforme a depuradas normas electorales y movidas por ideales antes que por apetitos. Se creó el Registro Partidario permanente y se aplicó a las votaciones de los dirigentes liberales del campo, las reglas de la ley nacional de elecciones. El ciudadano liberal de la más alejada "compañía" adquirió de tal suerte, conciencia de su importancia cívica y quedó preparado para las más elevadas contiendas de orden nacional. La revuelta contra los viejos caudillos no fue difícil; restaban en pie muy pocos de ellos, pues casi todos habían seguido a Schaerer en su desafortunada aventura y corrieron su suerte. Hubo a lo largo de la República, una renovación completa de elencos directivos y cualquiera tentativa de restauración de los métodos personalistas fue imposible en esta euforia de las concepciones democráticas y en el general descrédito de los caudillismos anacrónicos.
La estructuración formal del edificio institucional se completó dentro del partido con la vigorización de la autoridad de las convenciones, en cuyo seno fue a posar el centro de gravedad de la soberanía partidaria. Guggiari tentó su descentralización, mediante la reunión de convenciones regionales, pero la fuerte conformación unitaria del Paraguay resistió esa innovación y la Convención reunida cada dos años en Asunción continuó dominando como la máxima autoridad del partido, pero no para avalar con su voto decisiones adoptadas por los directores, sino para ejercer con independencia y autoridad los atributos de la soberanía partidaria. El directorio del Partido llegó a ser una emanación de las convenciones, aunque obrando siempre, una vez obtenido su mandato, con plena autoridad delegada en el presidente solamente para su ejercicio exterior y ciertas representaciones.
En ningún momento, Guggiari, pese a su gran, prestigio en la masa campesina y por ende en las convenciones constituidas en un noventa por ciento por liberales del interior, trató de moldear el directorio a su gusto, influyendo para que lo integraran, como lo hubiera logrado fácilmente, una mayoría de amigos probados de su generación y compañeros de lucha en quienes pudiera plenamente confiar.
Cuando el 13 de agosto de 1928, la Cámara de Diputados se reunió para despedir a su presidente que dos días después asumiría el poder ejecutivo de la Nación, Guggiari expresó vibrante júbilo por el triunfo de los ideales democráticos que representaba el pacífico cambio de gobierno por el voto de la mayoría del pueblo acatado lealmente por la oposición minoritaria. El diputado Justo Pastor Benítez subrayó los mismos conceptos en nombre de los representantes liberales y el diputado Tomás Salomoni, lo hizo, con su elocuencia habitual, como vocero del sector colorado. Dijo "que había escuchado la palabra cálida del doctor Guggiari, así como la del diputado Benítez, y en nombre del sector que representaba, solo podía agregar, que no obstante ser contrario político del doctor Guggiari, le reconocía condiciones de hombre de gobierno, inteligencia, honradez y dinamismo, pero que su partido esperaba la actuación del doctor Guggiari, en las nuevas funciones que le tocaba desempeñar en el gobierno, para abrir opinión y censurarlo en caso de que no la encuadrara en las normas de la Constitución y de las leyes". ("La Prensa", Buenos Aires, el 14 de agosto de 1928).
Otro hecho de extraordinaria significación fue que la asamblea legislativa que el 15 de agosto de 1928 recibió el juramento de Guggiari, estuvo presidida por uno de los candidatos sostenidos por el Partido Colorado en las elecciones presidenciales, el doctor Eduardo López Moreira. En sus manos Guggiari juró el cargo y entre los concurrentes figuraron todos los senadores y diputados colorados. De tal suerte, recibiendo su alta investidura con el espaldarazo de la oposición, José P. Guggiari avino al gobierno, como resultado de un proceso genuinamente democrático, representando la voluntad de la mayoría del pueblo paraguayo, legítimamente expresada. Su triunfo fue la victoria de los ideales de la generación de 1904. Llegaba a la alta cima, no porque la ambicionara, sino porque en ella el pueblo quería ver plantada la gran bandera de la democracia política, bautizada con la sangre del 18 de octubre, enaltecida por Gondra, honrada por Eligio Ayala y ahora triunfante después de un cuarto de siglo de muchos dolores y no pocas decepciones. El Paraguay quería mostrar al mundo que no necesitaba para su progreso de dictadura de mano de hierro o de caudillos personalistas y que sabría practicar el gobierno del pueblo sin caer en la anarquía, desembocar en el cesarismo ni menos peligrar su independencia. A Guggiari le competía la responsabilidad de probar la efectividad de la democracia en el Paraguay y justificar la existencia del Partido Liberal como órgano histórico de la grandeza nacional.
Su responsabilidad como ejecutor de las fórmulas de la democracia era grande. N le correspondería menos como depositario de las conquistas civiles del liberalismo doctrinario. Porque el Paraguay de 1928, mucho antes de haber madurado como democracia política, a través de todas las vicisitudes históricas y pese a las crisis más graves del orden público, era ya un típico Estado Liberal.
Discurso del programa del candidato del Partido Liberal a la presidencia de la República por el período 1928-1932, leído en el Teatro Nacional, por el doctor Guggiari, el 25 de enero de 1928:
"El país es testigo de los esfuerzos desplegados en todos los órdenes por el gobierno del doctor Eligio Ayala para afianzar la paz, preparar la defensa nacional, estimular el progreso económico, cultural y político de la Nación. La historia reconocerá la obra fecunda de este gobierno que al día siguiente de la anarquía civil y militar, y aún en medio de ella echó las bases de la organización financiera y administrativa de nuestro país; creó y fomentó servicios públicos hasta entonces descuidados; restauró el crédito externo de la república y supo realizar los postulados de la Constitución sin atentar una sola vez contra los fueros de la libertad.
Después de cincuenta años de vicisitudes democráticas va a cerrarse, por primera vez, un período presidencial sin que se haya clausurado un periódico, amordazado un periodista, deportado a un ciudadano, atropellado un derecho, desconocido un comicio, ni suspendidas por un solo instante las garantías constitucionales que son el orgullo de los pueblos libres.
En este período se han debatido pública y libremente las cuestiones más importantes que interesan el porvenir y a los destinos de la nación. Se han producido y manifestado los fenómenos propios de una democracia; se han abierto de par en par las puertas de los comicios, saltando por ellas, en anchuroso cauce las corrientes todas de la opinión: han chocado las ideas, han disputado los hombres y los partidos en el juego de sus intereses y a pesar de todo el gobierno ha sabido mantener su alta función reguladora del complejo mecanismo social cumpliendo estrictamente la ley y garantizando el goce y ejercicio de los derechos del ciudadano, afirmando así nuestra fe en la democracia y en que el progreso de la nación ha de salir del respeto, cada vez más profundo y sincero a las instituciones republicanas.
Ante esta obra de efectivo progreso cultural mi promesa de candidato no puede ser otra que la de que el nuevo Gobierno será la lógica prolongación del actual, cuya orientación en el orden político y financiero seguirá en sus lineamientos generales.
CAPITULO III
PRESIDENTE CONSTITUCIONAL DE LA REPÚBLICA
23 DE OCTUBRE DE 1931
Los antecedentes de esta calurosa y trágica mañana asuncena está debidamente fundamentado, en su libro 23 de octubre, del doctor Cardozo, que dice: "El antiliberalismo: comunistas y fascistas. El Paraguay que el doctor José P. Guggiari comenzó a gobernar el 15 de agosto de 1928, no era una isla perdida en medio del mundo, cerrada en impenetrable clausura a los efectos de los acontecimientos y de las doctrinas que agitaban a los pueblos más allá de sus fronteras. Formaba parte de la comunidad internacional.
Pero entre 1918 y 1928 se produjeron dos acontecimientos extraordinarios que habrían de poner en peligro mortal los triunfos del liberalismo. Uno fue la consolidación de la revolución comunista en Rusia y otro la revolución fascista iniciada en 1922 en Italia.
Ambas revoluciones fueron fundamentalmente antiliberales. A la noción liberal del Estado de derecho, que armoniza, equilibra y respeta todas las tendencias y corrientes de opinión y que hace del individuo el eje principal de la historia, antepusieron el concepto del Estado totalitario, en que prima lo colectivo o social, con una sola opinión, una sola voluntad y una sola conducción autoritaria.
Las construcciones del liberalismo se cimentaban sobre los derechos fundamentales, inalienables e inviolables del hombre. El totalitarismo comunista y fascista, negó la primacía del interés individual para sostener la hegemonía absoluta del Estado. "Todo por el Estado; nada fuera del Estado; nada contra el Estado", decía Mussolini. El Estado absorbe al individuo y lo convierte en una simple tuerca de la colosal maquinaria colectiva, sin autonomía ni pensamiento propio, sin otra voluntad que la del Estado, vale decir de los que lo encarnan.
Por eso, para el cumplimiento de sus fines, la Tercera Internacional del totalitarismo ruso solo veía el camino de la violencia. "La conquista del poder por el proletariado -proclamó el VI Congreso Comunista de 1928- no es una conquista pacífica preparada por la máquina estatal burguesa, mediante la obtención de la mayoría parlamentaria. La violencia burguesa solo puede ser destruida por la violencia severa del proletariado. La conquista del poder por el proletariado es el derrumbamiento violento del poder burgués, la destrucción violenta del aparato capitalista del Estado-ejército burgués, policía, jerarquía burocrática, tribunales de justicia, Parlamento, etc.- y su substitución por nuevos órganos del poder proletario, el cual es, ante todo, un arma para el aplastamiento de los explotadores". Y finalmente; "los comunistas no tienen por qué ocultar sus opiniones y sus propósitos: abiertamente declaran que su objetivo no puede ser alcanzado por otro medio que por el derrumbamiento violento del régimen social presente. ¡Que las clases dominantes tiemblen ante la revolución comunista!" Estas son también las propias palabras con que Marx y Engels terminaban su manifiesto comunista de 1848. (H. Senado de la Nación. Represión del Comunismo, Buenos Aires, 1938, t. I, pág. 28).
Cuando en 1928 asumió el doctor Guggiari la presidencia de la República, de las dos corrientes totalitarias, solamente la comunista irrigaba el suelo paraguayo. No faltaban admiradores de Mussolini pero la atracción de la ideología fascista no llegó hasta entonces a moldear ningún pensamiento político responsable, dentro o al margen de los partidos tradicionales, que se mantenían fieles en general al credo democrático. En cambio, el comunismo estaba organizado con adeptos no muy numerosos pero capaces y enérgicos, infiltrados en dos de los nervios más sensibles del organismo nacional: la masa obrera y la juventud estudiantil. El comunismo no había ganado por cierto a toda la masa proletaria ni a toda la juventud estudiantil, ni siquiera a su mayoría, pero su pequeño y capaz elenco había conseguido enquistarse en las posiciones de comando de algunas organizaciones obreras y estudiantiles desde donde estaba en condiciones de imprimir los rumbos convenientes para la causa de la Revolución marxista conforme a los cánones de la Tercera Internacional.
La penetración en los medios obreros encontró al principio serias dificultades en razón de la influencia que en ellos ejercían los luchadores de la guardia vieja, como Cayetano Raimundi, Rufino Recalde Milesi, Ignacio Núñez Soler, Alfonso Deilla, que respondían generalmente, antes que al credo comunista a un socialismo evolucionista o a la vaga doctrina anarquista y que muy poco dispuestos se hallaban a dejarse arrebatar la dirección del movimiento sindical por los jóvenes advenedizos que encabezaban el comunismo.
El binomio Creydt-Barthe se complementó eficazmente en la tarea de captación proselitista y en la agitación de las masas. Pronto ganaron popularidad antes que en el mundo obrero, en los medios estudiantiles donde alcanzaron sonados triunfos, cuando Creydt fue electo presidente de la Federación de Estudiantes y Barthe del Centro Estudiantil, que agrupaba a los alumnos del Colegio Nacional.
Desde 1925 hasta 1928 el Colegio Nacional fue baluarte del comunismo no por captación de la masa estudiosa sino por la conquista de posiciones de mando. En ese lapso se alternaron en la presidencia del Centro Estudiantil, Obdulio Barthe, Sinforiano Buzó Gómez, Francisco Sánchez Palacios y otros simpatizantes de los ideales extremistas. Algunos profesores se dejaron seducir por la aureola de popularidad que conferían las inclinaciones izquierdistas y otros resueltamente rompieron ligaduras con los partidos en que militaban para erguirse como mentores de la promisora juventud, revolucionaria".
Por ello es fundamental hacer mención al sumario instruido por el Juez del Crimen doctor Eusebio Ríos, de las declaraciones en el sumario judicial y en la encuesta efectuada por la Cámara de Diputados, por pedido de S.E., el Señor Presidente Dr. José P. Guggiari, el 23 de octubre de 1931, juicio político, haciendo mención a la investigación realizada por la comisión especial nombrada por la Cámara de Diputados, que fueron publicados en el mes de febrero de 1932, en un volumen de 142 páginas y al referirme a ella lo haré con la sigla J.P (juicio político), con el número de página respectivo del folleto y a fin de tener además una versión valedera, transcribo del libro "23 de Octubre" del doctor Efraín Cardozo, lo siguiente:
"Las vísperas: el 22 de octubre. El Centro Estudiantil resuelve organizar una manifestación.
"La manifestación popular que se proyecta para esta tarde, ha puesto en efervescencia a la gran masa estudiantil. En el Colegio Nacional, sobre todo, donde el Centro Estudiantil tiene su cuartel general, la agitación es intensa y unánime. Durante toda la semana, no se ha hablado de otras cosas en corrillos y reuniones. Oradores improvisados, actos preparatorios, todos los bulliciosos preliminares de los movimientos estudiantiles, han venido manteniendo la ebullición de los espíritus.
Pero los estudiantes ignoraban que detrás de las bambalinas actuaban los empresarios de la subversión y que estaban por ser convertidas sus nobles y generosas inquietudes patrióticas, en trampolín para un audaz asalto contra el orden público, los poderes constituidos y aun el régimen constitucional.
LOS MOVILES DE LA MANIFESTACION DEL 22
El presidente del Centro Estudiantil, Sr. Agustín Ávila, en la declaración formulada ante el Juez de Instrucción, el mismo día 23 explicó: "en cuanto al móvil no ha sido otro que el de protestar "por los hechos sangrientos de Samaklay" y al mismo tiempo para pedir "que la política internacional fuera encarada desde un punto más serio en lo que respecta a la defensa nacional", indicando también la necesidad "de que retornaran al país los altos jefes militares que se encuentran en el extranjero" JP, p. 1). Coinciden en esta manifestación los dirigentes estudiantiles Sr. Orlando Ottaviano (JP, p. 19); Sr. Marcos Fuster (JP, p. 28) y César Garay (JP p. 29), si bien estos dos últimos no hacen referencia a los sucesos de Samaklay, aludiendo sólo a "la mayor atención a la defensa del Chaco, dada la tirantez de las relaciones que venían ahondándose debido a los continuos choques de armas".
Por su parte, el Jefe de Policía, Sr. Luis Escobar, contestando el cuestionario de la Comisión Investigadora de la Cámara de Diputados, informa que, según la delegación que le visitó para recabar el permiso correspondiente, "la resolución tomada por el Centro Estudiantil era realizar una manifestación con el objeto de hacer saber al señor Presidente de la República, las conclusiones a que habían llegado los estudiantes pertenecientes a su centro, respecto a las medidas que, a su juicio, convendría adoptar a raíz de los acontecimientos de Samaklay, para la mejor defensa de nuestro Chaco, tales por ejemplo, como la reincorporación a la actividad de los militares retirados; el regreso de los jefes que se hallaban en el extranjero; el envío de todos ellos al frente de las tropas que guarnecen los fortines del Chaco, etc., etc., y oír la contestación que el señor Presidente de la República diera sobre estos puntos" (JP, p. 63).
El presidente del Centro Estudiantil, Sr. Agustín Ávila, confirmó, casi totalmente, en sus dos declaraciones conocidas, el relato del Presidente de la República. Ante el Juez de Instrucción declaró que el secretario de la Presidencia le pidió "el previo envío del original del discurso que tenía que pronunciarse ante el señor Presidente, a fin de que éste pudiera posesionarse de su contenido y redactar a su vez el discurso contestación, más, como el exponente, que era el autorizado a llevar la palabra ante el Presidente de la República, no había pensado en redactar discurso, sino que solo improvisaría su exposición una vez llegado a Palacio, informó asimismo al señor secretario, ofreciéndose no obstante a redactar su discurso".
La tarea de redactar el discurso terminó, sigue diciendo Ávila, a las cuatro y media de la tarde, "dirigiéndose al Palacio como para hacer entrega del original en cumplimiento de lo que se le había indicado esa mañana, como así lo hizo, pero que al cabo de un rato el secretario de la Presidencia devolvió al exponente el discurso diciéndole que el Presidente no tenía materialmente tiempo de contestar el discurso por envolver cuestiones que previamente deben ser consultadas con los ministros de Relaciones Exteriores y Guerra y Marina". No alude Ávila a su promesa de hacer postergar la manifestación, pero de sus palabras se deduce, que de ello procuró persuadir a sus compañeros ya reunidos en la Plaza Uruguaya, pues dice a continuación que una vez en el lugar de reunión, dada a conocer la respuesta del señor Presidente "se resolvió llevar a cabo, no obstante, dicha manifestación" (JE, p. 1).
En su declaración ante la Comisión parlamentaria, el señor Ávila se ratificó en sus precedentes palabras, agregando la siguiente información, que no figura en los otros relatos: "Que momentos después (de haberse retirado por la tarde del Palacio) habló personalmente por teléfono con el señor Presidente de la República, quien al contestar el pedido que le hiciera el declarante de recibir la manifestación, le expresó que no podría, en razón de que le era imposible improvisar la contestación al discurso sobre cuestiones internacionales" (JP., p. 53).
Según veremos a continuación, esta fue una tentativa de los dirigentes estudiantiles de suprimir el principal motivo de irritación esgrimido por quienes, en la Plaza Uruguaya, ausentes aquellos en gestiones ante la Policía y el Presidente de la República, se habían apoderado prácticamente del control de la manifestación.
LOS DIRIGENTES ESTUDIANTILES ADVIERTEN LAS MANIOBRAS
El Secretario de la Presidencia refiere en su declaración ante la Comisión Investigadora, los detalles de la visita que el presidente del Centro Estudiantil y otros dirigentes estudiantiles efectuaron en la tarde del 22 al despacho presidencial, para dar a conocer el texto del discurso a pronunciarse momentos después, en cuya oportunidad el Presidente de la República informó que ya no le sería posible recibir a la manifestación: "Preguntado este último (el presidente del Centro) sobre la decisión que tomarían para ponerla en conocimiento del señor Presidente de la República, expresó que resolverían postergar el acto para el próximo sábado. No deseaban limitarse a enviar una delegación, "porque la masa estudiantil deseaba conocer el pensamiento y escuchar las palabras del señor Presidente de la República". Invitado a dejar el discurso para que el señor Presidente pudiera preparar la contestación, se negó rotundamente alegando que el señor Presidente de la República tendría así suficiente tiempo "para aniquilar y reducir a polvo, uno por uno, todos los argumentos del discurso".
Agregó que lo traería en la mañana del sábado, diciendo finalmente, antes de retirarse: "yo no sé ni cómo va a ser recibida la noticia de la postergación por los muchachos que ya están reunidos en la plaza porque están bastante..." No terminó la frase" (JP, p.82).
Pero cuando Ávila y sus compañeros de delegación, que eran los estudiantes Vicente Espíndola, César Garay, Andrés Riquelme, Hilario Gómez y Marcos Fúster, se allegaron a la Plaza Uruguaya, impresionados por las revelaciones que les había hecho el Jefe de Policía, quisieron hacer valer el propósito de postergar la manifestación, según prometieran al presidente de la República, o por lo menos, de variar su itinerario, como sugirió el Jefe de policía, nada pudieron obtener. Ya no eran ellos los directores de la manifestación.
El único de los tres oradores que pudo hacer uso de la palabra fue Fúster, cuyo discurso, en la Plaza Uruguaya, pasó poco menos que inadvertido. Según el informe policial, su discurso rezaba así: "Que dada la gravedad de la hora, el Centro Estudiantil propicia esta manifestación para reavivar el sentimiento patriótico de la raza que parece aletargado ante el avance y la ocupación del territorio nacional por Bolivia. Este movimiento patriótico no es, como creen algunos, nacido a insinuación de ningún núcleo político sino nacido del seno de la juventud estudiosa que ve llegada la hora de hacer imponer sus inquietudes. No tiene relación con ningún núcleo político. Es puramente por nuestra propia y espontánea voluntad. Venimos para llevar a todos los ámbitos de la República nuestra voz para hacer despertar en todos los paraguayos sus sentimientos patrióticos. No venimos a pedir la guerra porque eso es contrario al sentimiento de la juventud. Eso es crimen. Pero es imposible cruzarse de brazos ante los mártires..." (JP., p. 71).
El doctor Juan Stefanich no estaba anunciado entre los oradores. Pero a pedido de algunos manifestantes pronunció un discurso que contrastó con el anterior y cuyo texto, pulcro y bien escrito, fue publicado ese mismo día en "La nación". La improvisación rezaba así:
"Ciudadanos: es la hora oportuna que se presenta para repudiar esta política claudicante que nos gobierna. No hay que ir, repito, a oír las falsas promesas de los que no tienen fe en las palabras del pueblo". ("La Nación", 23-X-31 y JP, p. 71).
Quien intentó pronunciar el discurso que tenía preparado fue el presidente del Centro Estudiantil, señor Agustín Ávila, pero no pudo cumplir su propósito. Dejemos al mismo señor Ávila la explicación, en su declaración ante el Juzgado de Instrucción:
"Vuelto (el declarante, que acababa de entrevistarse con el Jefe de Policía) a la Plaza Uruguaya y terminados los discursos iníciales, la manifestación se puso en movimiento y emprendiendo el trayecto anteriormente citado, se encaminó hasta el Palacio donde el exponente subió a la tribuna para explicar a los manifestantes la razón por la cual el Sr. Presidente no podía recibir a la manifestación, ofreciendo además leer el discurso que al efecto había redactado, pero como los manifestantes se opusieron a la lectura del discurso, tomó rumbo la manifestación en dirección a la Escuela Militar..." (JP, p. 17).
Confirman lo dicho varios estudiantes. César Garay: "no habiendo tampoco hecho uso de la palabra el orador oficial del centro por habérselo impedido una gran parte de los manifestantes" (JP, p. 29). Andrés Riquelme: "en el Palacio del Gobierno el señor Agustín Ávila, presidente del Centro Estudiantil ocupó la tribuna y dijo que a pesar de que el señor Presidente de la República no se hallaba en el Palacio, iba a leer el discurso que debía pronunciar ante el mismo, lo que no pudo realizarlo por el griterío de la manifestación que le obligó a abandonar la tribuna" (JP., p. 88). Carlos Riquelme: "En este sitio (el Palacio de Gobierno) el presidente del Centro Estudiantil, señor Agustín Ávila, pretendió pronunciar un discurso desde la terraza, no pudiendo hacerlo, pues los manifestantes se lo impidieron con gritos" (JP, p. 98-99).
Declara el Sr. Marcos Fuster: "...llevándose así a cabo la manifestación que fue al Palacio, después a la Escuela Militar, donde antes de llegar la masa estudiantil dio por terminada la manifestación retirando la bandera y disolviéndose, por consiguiente, el acto organizado, por los estudiantes, apoderándose desde este momento personas extrañas de la dirección del movimiento, inclusive algunos estudiantes pero que sí actuaban en carácter particular. Agrega que los estudiantes perdieron ya casi el control de la manifestación cuando frente al Palacio el grupo de manifestantes impidió al Presidente del Centro, señor Ávila, a que leyera el discurso; que una vez disuelta la manifestación organizada por los estudiantes con el retiro de la bandera, el grupo que se apoderó del movimiento encauzó la columna en dirección a la casa del Mayor Franco, donde hablaron los señores Pérez Garay, Jover Peralta, Natalicio González, Frutos Pane, pero todos en carácter de manifestantes y no en representación de la masa estudiantil que, desde luego, no tendría por qué llevar ninguna manifestación al referido militar" (JP, p. 28).
Esto, que consta en los partes policiales, es confirmado por el dirigente estudiantil señor Robustiano Valle, quien declaró que el doctor Joyer Peralta se expresó en la Plaza Independencia "en tono violentísimo habiendo expresado la necesidad de llegar a la revolución social", agregando que le sucedió en la tribuna "un tal Berni Arubi" quien dijo "que estaba cansado de escuchar discursos y que él creía que era llegado el momento de accionar" (JP p. 95).
Y, efectivamente, había llegado el momento de accionar, para cuyo efecto la columna se puso en marcha en dirección al domicilio particular del Presidente de la República, sito en la esquina de las calles Aquidabán (hoy Manuel Domínguez) y Yegros.
EL ASALTO DE LA CASA DEL PRESIDENTE
El propósito de pasar de las palabras a los hechos, se patentizó cuando la columna de manifestantes se dirigió hacia el domicilio particular del Presidente de la República, sito en la esquina mencionada más arriba.
Escuchemos ahora el relato del doctor Guggiari, en su declaración a la misma comisión parlamentaria: "Del Palacio me retiré esa tarde a las 18 horas; y me dirigí al domicilio de mi señora madre, a la razón gravemente enferma. Con ella demoré hasta las 20 horas, en que me trasladé a mi casa particular. Ratos después de mi llegada, sentí que una manifestación desembocaba en la bocacalle sobre la cual está mi domicilio, cuya vigilancia estaba a cargo del servicio habitual de agentes de policía. Nadie pidió ser recibido y desde que llegaron profirieron gritos manifiestamente hostiles contra mi persona. Se oían perfectamente desde la habitación en que yo estaba las voces de "muera", "abajo", etc. También pude percibir que varios oradores arengaban a la muchedumbre. Esta, según se me informó luego, estaba ya por retirarse, cuando uno de sus dirigentes, subido sobre una muralla en una fogosa arenga hizo notar a la muchedumbre que la guardia que custodiaba mi casa era numéricamente reducida y que los manifestantes estaban en condiciones de arrollarla. Todas las palabras de esté orador, que resultó ser el doctor Victorino Giménez Núñez, se dirigían a instar a la multitud a atropellar la guardia, siendo sus palabras finales: "Pasemos, cueste lo que cueste, esta bocacalle que es la única barrera que se nos opone para derribar al régimen". Con esta abierta incitación, los manifestantes se lanzaron contra los vigilantes, arrollándolos y llegando hasta mi casa, iniciándose, en este punto, los actos de violencia contra mi hogar. Llovieron las piedras sobre las persianas, hiriendo una de ellas a mi hijo. Grandes golpes sonaron en la puerta. Evidentemente se trataba de violentarla con palancas y otros instrumentos, como se puede comprobar hoy mismo, por los rastros que subsisten. A duras penas los vigilantes podían defender la puerta, por lo que avisamos, telefónicamente, al Jefe de Policía lo que sucedía. El ministro del Interior, enterado ya del hecho, había dado igual aviso al señor jefe. Minutos después llegaba un pelotón del Batallón de Seguridad. Venían los soldados sin armas de fuego, a mi especial pedido, y con sus yataganes comenzaron a dispersar a los atacantes de mi casa. Llegaron precisamente en el momento en que algunos de los manifestantes se cotizaban para comprar nafta y quemar la puerta. Este dato me la dio después el doctor Souza Lobos". (El doctor Souza Lobos confirmó a la Comisión Parlamentaria "que efectivamente, en una conversación habida en su domicilio particular, algunos estudiantes trajeron a colación esté dato") (JP p. 89).
Como se ve, el presidente del Centro Estudiantil, en documento judicial que lleva su firma y está autenticado, tanto por el juez de instrucción como por el secretario actuante señor G. Giménez, califica de "asaltos" los perpetrados contra el hogar del presidente de la República; hace expresa constancia de su no intervención en ese hecho y finalmente, en forma implícita aunque no menos categórica, sugiere no haber encontrado ningún estudiante entre los heridos hospitalizados en la Sala de Primeros Auxilios a raíz del atentado, ya que si lo hubiera sido, como es natural los hubiera conocido, y el señor Ávila no "individualizó" a ninguna de las víctimas del asalto.
Se posee otro testimonio estudiantil; del señor Robustiano Valle, quien proporcionó a la Comisión parlamentaria el siguiente relato: "Luego la manifestación se dirigió por la calle 25 de Noviembre hasta Aquidabán, y por esta hasta la casa del señor Presidente de la República, donde encontraron en la esquina de Yegros y Aquidabán, un cordón de caballería que impedía el paso de la manifestación. En estas circunstancias usó de la palabra el doctor Giménez Núñez, incitando a los manifestantes para pasar el cordón de vigilancia. Que después de cierta resistencia, se logró romperlo, pasando a cubrir la manifestación todas las bocacalles de la esquina de la casa del señor Presidente; una vez al pie de la casa del señor Presidente la multitud insistió en que el Presidente saliera a los balcones del edificio a objeto de dirigirles la palabra (aseveración no confirmada por ninguno de los otros testimonios, salvo Berní Sarubbi), no habiendo sido complacidos los manifestantes en este pedido. En estas circunstancias varios manifestantes arrojaron piedras contra las puertas y balcones de la casa del señor Presidente. Los manifestantes continuaron en la misma actitud de pedir la comparecencia del Presidente por espacio de media hora más o menos, hasta que, ya en tren de disolución, apareció un batallón de soldados de seguridad en la bocacalle de Independencia y Aquidabán, dirigiéndose hacia el sitio en que se encontraban los manifestantes, y una vez en la calle Yegros y Aquidabán, divididos en dos grupos se lanzaron sobre los manifestantes con el objeto de dispersarlos, sin mediar ningún incidente entre los manifestantes y los soldados. Que en este instante se trabó una lucha entre manifestantes y soldados, hasta que la manifestación quedó completamente disuelta" (JP., p. 95).
EL DIA 23
Dispersados los asaltantes del domicilio del Presidente de la República, la tranquilidad se restableció en la ciudad.
El día 23 se iniciaron las clases en el Colegio Nacional, a las 7 de la mañana, como todos los días, con absoluta regularidad y concurrencia normal de estudiantes. Es lo que se deduce de la declaración del dirigente estudiantil, Sr. Marcos Fuster, ante el Juez de Instrucción, según la cual "fueron los estudiantes del 4° año del Colegio quienes fueron los primeros en abandonar las aulas para incitar a los otros cursos a fin de organizar un mitin..." (JP, p. 28). Se verá luego que los alumnos del 4° curso tampoco lo hicieron espontáneamente, sino a instigación de personas ajenas a la casa y que lograron su propósito mintiendo un supuesto apaleamiento de estudiantes en la noche anterior.
Queda visto que lo ocurrido el 22 fue una tentativa de asalto del domicilio del Presidente de la República por una manifestación que no era estudiantil y que al ser dispersada por los agentes de seguridad fueron éstos y no los manifestantes quienes resultaron heridos. No obstante, las personas que se introdujeron en la mañana del 23, primero en el Colegio Nacional y luego en la Escuela Normal, adujeron que los estudiantes habían sido brutalmente apaleados frente al domicilio del Presidente de la República. Otro motivo no fue alegado, ni se necesitó, para que esa misma mañana parte del estudiantado se lanzara a la calle tumultuariamente, azuzados y dirigidos por quienes, conforme a los planes elaborados esa madrugada, estaban lanzando a la juventud al sacrificio y a la muerte.
NO SE PIDIO PERMISO POLICIAL
LA MANIFESTACION SE LANZA A LA CALLE PIDIENDO
LA DEPOSICIÓN DEL PRESIDENTE
GUGGIARI CONCURRE EL 23 A SU DESPACHO
En el relato circunstanciado que hizo el Presidente Guggiari a la Comisión especial de la Cámara de Diputados, se lee:
"Al día siguiente, viernes 23 de octubre, concurrí a mi despacho a la hora de costumbre, 7 a.m. En el camino, bajando por la calle General Díaz, pude notar frente a la Escuela Normal, nutridos grupos de estudiantes, lo que me hizo suponer que se estaría preparando una nueva manifestación. Por esta razón, al llegar a Palacio quise ponerme en comunicación telefónica con el Jefe de Policía, para preguntarle si contaban con el permiso policial los manifestantes, pero dicho funcionario aún no había llegado a su despacho. Estaba ocupado en atender a algunas personas que me esperaban y en dar órdenes para convocar enseguida un consejo de ministros, cuando el ministro de Guerra y Marina, Dr. Casal Ribeiro, me informó telefónicamente que una numerosa manifestación había irrumpido violentamente en el Ministerio del Interior, causando destrozos y dirigiéndose luego en dirección al Palacio. El Dr. Casal Ribeiro, me advirtió en esa oportunidad la conveniencia de abandonar el Palacio, dado el carácter netamente violento de la manifestación. Me sugirió la idea de trasladarme a la Escuela Militar o a la Policía, para lo cual dijo que vendría a buscarme, como lo hizo, en efecto, llegando minutos después. Yo, por mi parte, resolví permanecer en el despacho, pero ante las insistencias del Dr. Casal Ribeiro, apoyado por el ministro de Relaciones Exteriores, Dr. Zubizarreta, que había llegado momentos antes, decidí trasladarme a la Escuela Militar. Pero cuando estaba por hacerlo, desembocó la manifestación en la bocacalle de Buenos Aires y Convención. Así lo resolví, encargando al ministro de Guerra se trasladara a la Escuela Militar para tomar las disposiciones que pudieran ser necesarias. Quedé, pues, en mi despacho con el Dr. Zubizarreta" (JP., p. 46).
LAS INSTRUCCIONES
Para los vigilantes: Dice el Jefe de Policía: "Se le ordenó (al Comisario Ortiz que comandaba a los vigilantes) que tratase de conseguir que los manifestantes siguiesen de largo y para el caso de que no se consiguiera esto, estableciese un fuerte cordón de vigilancia, a lo largo de la vereda que limita el jardín sobre la calle Buenos Aires, de manera a evitar que los manifestantes intentasen llegar a Palacio, y si expresaban el interés de ser recibidos por el señor Presidente, designaran en todo caso una comisión encargada de transmitir ese pedido al Primer Magistrado" (JP, p. 67).
Dice el comisario Ortiz: "Este personal, cumpliendo instrucciones invariables en esta clase de servicios, pugnó denodadamente por apaciguar los ánimos de los exaltados, buscando persuadirlos para desistir de los actos violentos con que amenazaban abiertamente" (JP, p. 75).
Para el Batallón de Seguridad: dice el Jefe de Policía, "Constituirse en el Palacio de Gobierno lo más rápidamente posible a reforzar la guardia militar del mismo y recibir órdenes del Jefe de la Guardia Militar, de la Casa de Gobierno. Y para el caso de tener que ser empleada su tropa en el refuerzo de las fuerzas de Policía, le diese la consigna de siempre: agotar los procedimientos pacíficos, antes de hacer uso de las armas". (JP, p. 67).
El capitán Bozzano, a su vez, refirió que pidió autorización al ministro de Guerra y Marina "para ordenar al teniente Jara Román que si la dignidad y la vida de S.E. el señor Presidente de la República fuese peligrada por la actitud incontenible de los manifestantes; que si habiendo agotado todos los medios pacíficos a su alcance para imponer el respeto que se merece la persona del señor Presidente y los ministros del P.E., que al fin y al cabo es la misión de la Guardia de Palacio, habiendo extremado los recursos, le autorizaba a utilizar la fuerza de las armas y todos los medios posibles a su alcance para salvar la dignidad del recinto, la dignidad de la persona y vida de S.E. el Presidente de la República, cosa que hice por escrito y envié por intermedio del maquinista de 3ª. señor Enrique Vallovera al teniente 2° señor Norberto Jara Román".
La orden escrita: La copia autenticada de la orden escrito por el Director del Departamento de Marina y que éste elevó a la Comisión parlamentaria, rezaba:
"Asunción, 23 de octubre de 1931.
Del Director del Departamento de Marina Cap. de Corbeta don José Bozzano (h).
Al Tte. 2° de Marina don Norberto Jara Román.
De orden de S.E. el señor Ministro de Guerra y Marina usted se hace cargo de todos los hombres actualmente de guardia en el Palacio. Ud. no permitirá que nadie se acerque al Palacio, estableciendo una guardia reforzada para no permitir el acceso al mismo, estableciendo tiradores donde usted cree conveniente. Usted procurará por todos los medios posibles de evitar hacer fuego sobre la muchedumbre, pero si la persona de S.E. el señor presidente pudiera estar en peligro como asimismo miembros del Poder Ejecutivo, o los hombres a su mando fueran heridos por balas, o la población y las cosas públicas fueran atacadas por la muchedumbre de manera que peligraran la vida de personas indefensas y ajenas al conflicto y usted no crea que tenga otros medios de contrarrestar acciones de fuerza y desmanes inaceptables de parte de la muchedumbre exaltada, usted puede ordenar hacer fuego contra la masa con el fin único de atemorizarla y aun repeler a viva fuerza los ataques. Ud. recibirá órdenes y las cumplirá incondicionalmente de S.E. el señor Presidente.
(Firmado) José Bozzano (h)
Capitán de Corbeta y director
Es copia
Noe. Jara R.
Tte. 2° de Marina
Es copia fiel del original que obra en poder del señor Tte. 2° de Marina, don J. Jara Román
José Bozzano (h) (JP, pág. 55-56).
El guardiamarina Riveros agrega un detalle de importancia. "Que instruyó -declara ante la Comisión parlamentaria- a su tropa de no hacer fuego contra los manifestantes. Que a su vez el declarante recibió esa misma orden del teniente 2° señor Jara Román, quien a su vez recibió la misma orden de S.E. el señor presidente, Dr. José P. Guggiari, quien la transmitió por intermedio de su edecán el mayor señor Vargas" (JP, p. 43).
El edecán presidencial mayor Francisco Vargas, confirma que el presidente le ordenó "hacer colocar en la vereda del jardín del palacio que da sobre la calle Buenos Aires, un cordón de vigilantes, transmitiéndoles la expresa consigna de que procedieran con tolerancia y suavidad con los manifestantes" (JP, p. 101).
El estudiante y dirigente Orlando Ottaviano, que asegura haber estado casi al medio de la calzada que queda frente al jardín del Palacio en compañía de varios "estudiantes", dice en su declaración ante el Juez de Instrucción que "vio cuando los agentes eran apedreados por grupos de manifestantes que quedaban atrás de la primera línea, observando a los mismos agentes cuando procuraban defenderse y esquivar las pedradas que se les dirigían". (JP, p. 20).
El dirigente César Garay declara "que se plegó a la manifestación cuando ya sobre la calle Buenos Aires, frente al Palacio, habiendo llegado al tiempo en que la columna de manifestantes pugnaba por romper el cordón de agentes tendido a lo largo de la vereda que queda frente a los jardines del Palacio". También declaró que "ciertamente" oyó gritos hostiles al Presidente de la República y que "el cordón de agentes retrocedió ante el empuje de la masa de manifestantes" (JP, p. 29 y 30).
Lo que dicen jefes, oficiales y marineros. Veamos, en primer término, lo que informan los oficiales de marina a cuyo cargo estuvieron las fuerzas de marinería apostadas en el Palacio. En el parte que el 24 de octubre elevaron a la Dirección del Departamento de Marina, el Teniente 2°, D. Norberto Jara Román, el guardiamarina D. Heriberto Dos Santos y el maquinista de 3ª. D. Epifanio Vásquez Riveros, se lee: "A pesar del esfuerzo concienzudo desplegado por nuestra marinería y la policía que no pudo contener a los manifestantes, quienes con actitud bastante hostil avanzaron a pesar de la resistencia pacífica y benévola de la marinería, quienes además de ser agredidos a pedradas y a golpes de varas de hierro y otros instrumentos, se les vilipendió con palabras, llamándoles capangas, sirvientes, esclavos del gobierno, etc..." (JP, p. 56).
El teniente 2° Jara Román, ante la Comisión parlamentaria declaró que "los manifestantes observaban una actitud bastante hostil", "pugnaban por romper las filas de soldados y vigilantes" y "se hallaban armados de piedras, barrotes de hierro y pedazos de madera". (JP., p. 41).
El guardiamarina Dos Santos declaró: "Que la manifestación fue violenta y agresiva desde un comienzo. Que los vigilantes y marineros fueron víctimas de vejámenes de toda clase, estando los manifestantes armados de piedras, barrotes de hierro y garrotes, que empleaban contra los vigilantes y marineros, intentando muchos de los manifestantes despojar a los marineros de sus fusiles". (JP., p. 42).
El guardiamarina Silvio Riveros, declaró "que era una manifestación tumultuosa y agresiva" (JP., p. 43).
El oficial inspector Raúl Esteban Doldán, confirma que el comisario Ortiz propuso "a unos cuantos de los que encabezaban para que hiciera llegar al señor presidente el pedido de si podría recibir una delegación, pedido que al parecer fue aceptado, destacando al efecto al oficial Pereira, como para entrevistarse con el señor Presidente; que vuelto Pereira de la Presidencia con la contestación de que (el presidente) recibiría a cuatro delegados, comenzaron los manifestantes en coro a oponerse al envío de la delegación prorrumpiendo nuevamente en gritos de hostilidad, pidiendo siempre a voz que todos entrarían o no entraría nadie y que volviendo nuevamente a corear "que renuncie José P.", "que lo linchen, que lo saquen al jardín" y otras expresiones subversivas" (JP., p. 25).
Por su parte el presidente Guggiari, confirmó los asertos anteriores, en su declaración ante la Comisión Parlamentaria, ante la que se expidió, según hemos visto, en este sentido: "Mandé decirles (a los manifestantes), por intermedio del comisario Ortiz, quien me había hecho llegar una sugestión en ese sentido, que recibiría una delegación que me expusiera los motivos de esa manifestación. No fue tomada en cuenta la proposición y los manifestantes continuaron elevando el tono de su agresividad" (JP, p. 46).
En su declaración ante el Juez de Instrucción, doctor Ríos, el teniente López se ratificó en los términos de su parte del día 23, "aunque ha omitido algunos detalles que por vía de aclaración quiere exponer en esta actuación" y que consistían en lo siguiente: "Que cuando el exponente recibió orden de acudir al Palacio con una compañía de cincuenta y un soldados y dos oficiales tenía la consigna de presentarse ante el señor Presidente de la República, como para recibir instrucciones, acudiendo a ese efecto al Palacio de Gobierno, donde llegó con su columna penetrando por el portón que queda sobre la calle Convención y casi en dirección de la avenida República, dirigiéndose a ocupar los corredores del Palacio que queda sobre el río, donde dejó su tropa en formación, para de ahí cruzar el pasillo con un contingente de diez y seis soldados más o menos, dirigiéndose el exponente como para subir en la escalinata e ir hasta la presidencia como para ponerse a las órdenes del señor presidente; que a poco de subir la escalinata vio cuando los manifestantes hacían retroceder el cordón de agentes y marineros que se empeñaban en contener la columna de manifestantes, por lo que volvió a bajarse, dirigiéndose hacia la manifestación a objeto también de contenerla, gritando allí de que no pasaran, pero como arreciaba en ese instante una lluvia de pedradas, el exponente blandió su espada, gritando nuevamente a los manifestantes para que se contuvieran. Estos, sin embargo, lejos de escucharle, seguían con su vociferación, gritando al exponente "bandido", "cosaco", "vendido" y otros epítetos denigrantes, acentuándose de más en más el desorden y la gritería, al punto que llegó a castigar con su sable a uno de los más exaltados..." (JP, p. 26).
A CONTINUACION DE LOS DISPAROS LA MULTITUD IRRUMPE HACIA LA ESCALERA Y EN ESE MOMENTO SUENAN LAS PRIMERAS DESCARGAS
Los primeros disparos, que partieron de la multitud en dirección a las fuerzas de custodia, alentaron a los asaltantes a romper toda resistencia y a precipitarse ya inconteniblemente hacia la escalinata que conduce al despacho presidencial. Escuchemos el relato del arquitecto Miguel Mujica Gómez: "al momento de contenerse de nuevo al grueso de manifestantes ya en el jardín, cesó por un breve instante la avalancha, seguramente porque en ese momento se desplegaba también un cordón de soldados de la guardia cárcel (batallón de seguridad), pero al reaccionar de nuevo los manifestantes como para llevar otro asalto, sintió unas detonaciones de armas de fuego, al parecer de revólver o pistola, detonaciones que alentó a la masa de manifestantes, rompiendo así el cordón, infiltrándose por entre los agentes para precipitarse hacia los pilares del Palacio, acto en que sonó una descarga de fusilería, tirándose al suelo los manifestantes, en tanto que otros volvían atrás como para correr" (JP., p. 33).
El señor Reinerio Pérez declara que "al sonar el tiro vio cuando cedía el cordón de agentes y que al precipitarse la masa hacia los pilares del edificio ya se produjo la descarga..." (JP, p. 34).
El teniente Norberto Jara Román ratificó que el tiroteo se produjo "ya cuando los manifestantes habían roto la fila de vigilantes y se acercaban al peristilo del Palacio" (JP, p. 41). La declaración del guardiamarina Heriberto Dos Santos corroboró que el tiroteo sobrevino cuando los manifestantes llegaban a los corredores hasta donde el declarante había sido "empujado" (JP, p. 42).
Finalmente la declaración del estudiante Modesto Muñoz es en sumo grado instructiva y concluyente acerca de este momento trágico de los sucesos. Dice Muñoz que el grupo central de que formaba parte atropelló el cordón y continuó hacia los corredores hasta unos pasos de las columnas del peristilo del Palacio, "llegando el declarante hasta colocarse bajo la terraza".
"SON BALAS DE FOGUEO", SE DICE A LOS MANIFESTANTES
QUE REANUDAN SU AVANCE TRAS BREVE VACILACION
Las primeras descargas, que fueron al aire, lejos de atemorizar a los manifestantes, los incitaron en sus agresivos propósitos, al cundir la voz de que eran balas de fogueo, lo que equivalía a dar por descontada la complicidad de las tropas encargadas de defender la seguridad del edificio gubernamental.
No pocos oyeron las voces que surgieron de la multitud, incitando a los tumultuarios a persistir en sus violentos objetivos. El marinero Daniel Peña que, según queda visto, estaba en el cordón que contenía a la multitud, dice que a la primera descarga "los manifestantes se tiraron al suelo, y un grupo alentado por las expresiones de "adelante, no son proyectiles, sino balas de fogueo", atropellaron el peristilo del Palacio" (JP. p. 100).
LOS ESTUDIANTES SON FUSTIGADOS DE "COBARDES" POR LOS INSTIGADORES
El doctor Ricardo Torres, que presenciaba los hechos desde muy cerca de la entrada principal, declaró que los manifestantes "a los primeros disparos se echaron a tierra, siendo luego alentados por una voz de atrás que les gritaba: "No sean cobardes, muchachos, son balas de fogueo, adelante". (JP., p. 91).
Había llegado el momento fatal. Producidas las primeras descargas, los manifestantes se arrojaron al suelo, pero persuadidos por las voces que partieron de su seno, de que no se les tiraba con proyectiles sino con inofensivas balas de fogueo, prosiguieron su impetuoso avance en dirección a la escalinata que conduce al despacho presidencial. En ese momento comenzó el tiroteo, de fusilería y de ametralladora, esta vez ya directamente sobre la multitud. La avalancha fue contenida pero al costo de numerosas víctimas. He aquí como relatan los actores testigos ese instante supremo de los sucesos del 23 de octubre.
SE HACE FUEGO GRANEADO DE FUSILERIA Y DE AMETRALLADORA
El teniente José F. López: "En la parte alta y baja del edificio sonaron también los disparos, pudiendo decirse que ellos se produjeron como reacción natural e incontenible de la tropa ante la agresión armada. Además, la primera, intención era solo la de intimidar, pero dada la insistencia violenta, la tropa tuvo que apelar al recurso de hacer fuego, causando bajas, ocasionadas más por la confusión de la multitud que por la puntería directa. Esto es tan cierto, puesto que en ella habían oficiales y agentes de seguridad y marineros que quedaron mezclados con los manifestantes cuando fue roto el último cordón de vigilancia. La acción del populacho fue tan violenta como rápida, al punto de no permitirnos el dominio pleno de la tropa a nuestro mando" (JP., p. 11-12). Esto consta en el parte elevado a la superioridad policial ese mismo día. En su declaración judicial, el teniente López refiere que los tiros disparados desde la columna de manifestantes "fueron contestados al parecer con algunos disparos de fusil seguido al instante con una carga de ametralladora que estaba emplazada en los altos del edificio; ante esta descarga la columna de manifestantes se tiró al suelo pero al momento de cesar la detonación, volvieron a incorporarse comenzando de nuevo a gritar e intentando seguidamente forzar la entrada por ambos costados, produciéndose allí una confusión al punto que los soldados hicieron uso de sus armas sin que el exponente haya ordenado para que hicieran fuego pues, en ese momento ya estaba confundido entre los manifestante..." (JP, pág. 26).
El guardiamarina Heriberto Dos Santos, relata que inmediatamente después de la primera descarga de fusilería "los manifestantes se tendieron en el suelo, pasando como un minuto más o menos de silencio para luego levantarse nuevamente y avanzar sobre el peristilo del Palacio e intentar penetrar en el él, en cuyo momento la tropa de guardia cárceles volvió a hacer fuego ya contra la multitud" (JP, p. 42).
El señor Guillermo Gatti, que estaba entre los manifestantes, explica que "cuando se produjo la primera descarga todos medio instantáneamente se tiraron al suelo, cesando al momento el fuego, mas como al cesar los tiros; nuevamente los manifestantes volvían a incorporarse, sonó otra descarga y luego entró en acción la ametralladora emplazada en los altos del edificio, produciéndose el consiguiente pánico y la dispersión de los manifestante, quedando no obstante varios de los que habían sido heridos y algunos muertos" (JP., pág. 30).
CON VOZ ESTENTOREA EL PRESIDENTE GUGGIARI ORDENA QUE CESE EL FUEGO
El presidente Guggiari, en su declaración a la comisión parlamentaria, refiere que cuando la multitud irrumpió en los jardines, se situó en el pasillo que conduce al despacho presidencial, cerca del primer balcón lateral a la derecha. "Allí estaba conversando con el Dr. Zubizarreta, cuando oímos perfectamente un disparo de arma de fuego, seguido de otro, ambos al parecer de revólver. Me acerqué a dicho balcón, desde donde se divisa la entrada del Palacio, en el instante mismo en que hacía fuego el pelotón alineado frente a la escalera principal. Noté que esa descarga era hecha al aire, pero no sirvió para amedrentar, porque muchos de los asaltantes llegaron a los corredores. Como siguiera el fuego, grité desaforadamente, con toda la fuerza de mis pulmones, ordenando que cesara, como ocurrió, felizmente, enseguida" (JP, p.46-47).
EL PRESIDENTE PREGUNTA QUIEN DIO LA ORDEN DE FUEGO
Refiere el teniente Jara Román, que antes de iniciarse el tiroteo, cuando ya los manifestantes habían roto la fila de vigilancia y se acercaban al peristilo del Palacio, penetró en el despacho del presidente para pedirle instrucciones. "Que en ese momento - agrega- se produjo el tiroteo habiéndole preguntado el señor presidente quien había dado la orden de hacer fuego, que el declarante le contestó de que no sabía y que iba a averiguar inmediatamente, bajando hasta el lugar donde se encontraban las tropas". Y sigue relatando que en la planta baja oyó informaciones según las cuales la fusilería "hicieron sus primeros disparos al aire con el objeto de atemorizar a los manifestantes, pero que, ante la actitud siempre hostil de los mismos, cree que los últimos disparos se dirigieron contra ellos". Subió a continuación al sitio del techo donde estaba la ametralladora, donde preguntó al oficial Vázquez Riveros, "si por orden de quien se habían hecho los disparos", comentándole que los disparos "los había hecho con el objeto de atemorizar a los manifestantes" (JP., p. 41).
Como el teniente Jara Román declaró que el oficial Vázquez Riveros dio esa respuesta en presencia del cabo Manuel W. Chaves (h)., este a su vez, fue interrogado por la comisión parlamentaria y contestó "que es cierto" (p. 57). El cabo Alfredo Alcorta, que también pertenecía a la dotación de la ametralladora, ante análoga pregunta, contestó que el maquinista Vázquez Riveros informó al teniente Jara Román primeramente "que no había hecho fuego, pero que después manifestó que los disparos se hicieron para atemorizar a la multitud" (JP., p. 97).
EL TIROTEO DURA BREVES MINUTOS Y EL TENIENTE LOPEZ LOGRA CONTENERLO
El tiroteo duró breves instantes. Los testimonios no coinciden acerca del tiempo exacto que insumieron los trágicos disparos. El canciller Zubizarreta habla de "brevísimos instantes" (JP, pág. 62); el parte de los oficiales de marina y el comisario Ortiz coinciden en asignarle una duración de "un minuto" (JP, págs. 56 y 22); el estudiante Valle, asegura "unos minutos" (JP., págs. 96) el marinero Peña dice "uno o dos minutos" (JP, pág. 100) y el testigo Mendoza "breves minutos" (JP, pág. 38).
Hemos visto que el presidente Guggiari, primero personalmente con todo lo que daba su voz y luego por intermedio del Secretario de la Presidencia, ordenó el cese del fuego, pero sus gritos no pudieron ser escuchados por el mismo fragor de los estampidos y cuando el secretario llegó hasta donde estaban los fusileros, el fuego ya había cesado. La contención se produjo con respecto de los fusileros de la planta baja, por orden directa dicha a viva voz de los oficiales, particularmente del teniente López. He aquí los testimonios.
El teniente López refiere que logró detener el fuego "tan pronto que quedó solo frente al edificio del Palacio, gritando a viva voz y con la espada desenvainada" (JP, pág. 26).
EL JUEZ DEL CRIMEN DOCTOR EUSEBIO RIOS REALIZA UNA INSPECCION OCULAR
Por aviso verbal del comisario señor Cabrera, el Juez del Crimen, doctor Eusebio Ríos, tuvo conocimiento de haberse producido el sangriento episodio frente al Palacio nacional, por lo que, ante su secretario señor G. Martínez dictó un auto para que se procediera de inmediato a la instrucción del sumario correspondiente "en averiguación de todos los pormenores del hecho delictuoso". Como primera providencia se constituyó en el acto, minutos después de ocurrido el drama, en el sitio donde se desarrolló el suceso, a objeto de practicar una vista ocular y disponer el levantamiento de los cadáveres. Las constancias de la vista ocular quedaron en el acta que se transcribe a continuación:
"A los efectos establecidos en la providencia que antecede y siendo la hora de las 9 y 45 minutos, se constituyó S.S., acompañado del autorizante frente al edificio del Palacio Nacional, a objeto de proceder al reconocimiento de los cadáveres tendidos en los jardines y pavimentos que circundan el edificio. De la inspección realizada se consignan los siguientes datos: dos cadáveres fueron encontrados a escasa distancia uno de otro frente al edificio que queda en la esquina de la calle Buenos Aires y Convención tendidos boca arriba sobre la calzada y distantes como a cincuenta centímetros del cordón de la vereda que hace cruz con la casa de la familia Ballario; ambos cadáveres no pudieron ser reconocidos pero se observa que uno de ellos es una persona de cierta edad en tanto que el otro es un muchacho al parecer menor de veinte años. S.S. aprovechando la presencia del camión de la Asistencia Pública dispuso que fueran trasladados de inmediato al Hospital de Clínicas a los efectos de su reconocimiento y de la inspección médica; otro cadáver que dice llamarse (sic) Liberato Ruiz, fue encontrado en posición encorvada sobre el cantero que bordea la entrada principal del Palacio o sea sobre el camino del medio distante como a treinta metros de la entrada, con una herida de proyectil a la altura del hombro derecho, al parecer sin orificio de salida; otro cadáver recostado al lado opuesto de la misma entrada principal pero ya hacia el jardín y que dice llamarse Alfredo González Taboas, según el nombre que aparece en los libros y cuadernos que tenía consigo, presenta tres heridas igualmente de proyectil, una en la región del tórax, otra hacia el costado derecho y la tercera sobre el brazo izquierdo; el quinto que dice llamarse Ismael González, tendido a distancia de tres metros del anterior con tres heridas de proyectil en el cuello, muñeca izquierda y hombro derecho. Terminada esta inspección. S.S. dispuso que fueran igualmente remitidos estos cadáveres al hospital de Clínicas a objeto de ser nuevamente inspeccionados, Se observa también en distintas partes del jardín algunos charcos o manchas de sangre, hecho que evidencia de haber sido heridos varios de los manifestantes. Igualmente se constató la muerte de un caballo que cayó a distancia de seis metros, más o menos, de los pilares y un poco a la derecha de la entrada principal; dicho caballo servía de montado a un oficial de policía y al parecer cayó herido a consecuencia de un tiro de revólver disparado del grupo de manifestantes. Se observa igualmente rastros de proyectiles sobre el edificio del Ministerio de Justicia, Culto e Instrucción Pública, algunos a la altura de los balcones y otros a la altura de la cornisa superior. Tomadas estas anotaciones y comprobado, además, que tanto el comisario señor Medardo Ortiz como el aspirante Isidro Flores habían recibido heridas en la cara con las piedras que los manifestantes habían arrojado, pidió S.S. al comisario señor Ortiz para que remitiera lo más pronto posible el parte policial relacionado con el hecho a fin de determinar a los presuntos culpables de lo acaecido" (JP., págs. 15-16).
NADIE DIO NI OYO LA ORDEN DE HACER FUEGO A LOS FUSILEROS DE LA PLANTA BAJA
Así como el presidente Guggiari averiguó en el acto quien había ordenado el fuego sobre la multitud, también tanto el Juez de Instrucción, doctor Ríos, como la Comisión de la Cámara de Diputados presidida por el doctor Gerónimo Riart, hicieron hincapié en este aspecto fundamental de la investigación. Respecto de los fusileros del Batallón de Seguridad que hicieron varias descargas, la primera al aire y las otras, en vista del ningún efecto intimidatorio de aquella, sobre la multitud que ya estaba rompiendo los últimos obstáculos para llegar, frenética y aullante, al despacho presidencial, todos los testimonios son absolutamente coincidentes. Nadie dio la orden de fuego. Así lo dicen los oficiales que comandaban la tropa, los estudiantes que actuaban en primera línea, los testigos imparciales que presenciaron los hechos desde los corredores del Palacio, etc.
LO QUE DICEN LOS OFICIALES Y LA TROPA
El teniente Jara Román, que tenía el comando superior de todas las fuerzas: "Que el declarante no ha dado orden de hacer fuego y que, por el contrario, dio instrucciones a los oficiales guardia marinas Heriberto Dos Santos y Silvio Riveros de no hacer fuego sin orden expresa del declarante". (JP., p. 41).
El teniente José Félix López, que comandaba las fuerzas del Batallón de Seguridad, cuyos fusileros hicieron las descargas, en el parte que elevó ese mismo día: "En ningún momento he impartido orden de fuego a mi tropa y al contrario, por medio de voces de mando hice lo posible porque cesase el fuego". (JP, pág. 12); en su declaración ante el Juez de Instrucción: "los soldados hicieron uso de sus armas sin que el exponente haya ordenado para que hicieran fuego" (JP, pág. 26) y ante la Comisión parlamentaria: "que no sabe ni oyó"... "Quién o quiénes dieron orden de hacer fuego contra los manifestantes". (JP, p. 41).
El guardiamarina Silvio Riveros, comandante de la guardia permanente del Palacio, que se encontraba conteniendo, con la marinería, la avalancha de los manifestantes, preguntando "si oyó voces de mando de hacer fuego, de militares o civiles, dada a la tropa de Guardia Cárceles", contestó: "Que no oyó ninguna orden en este sentido". (JP., p. 43). Y también que su tropa (de marinería) "no recibió orden del declarante de hacer fuego y que tampoco hizo sin orden alguna".
El guardiamarina Heriberto Dos Santos, que comandó el refuerzo de marinería incorporado al cordón defensivo, preguntado también si oyó voces de mando de hacer fuego, de militares o civiles, contestó "que no oyó ninguna orden", y también afirmó que personalmente no dio orden alguna a sus marineros. (JP., p. 42).
El teniente Francisco Casco Ortiz, que tenía el mando directo del escuadrón de fusileros que hizo las descargas, confirma no haber impartido el teniente López, ni el declarante, "ni ninguna otra persona civil, la orden de hacer fuego" (JP., pág. 60).
El sargento Sergio Ramón Escobar, que integraba el escuadrón del Batallón de Seguridad, declaró que "no oyó dar al teniente López la orden de hacer fuego", agregando que "ningún otro oficial ni civil dio la orden de hacer fuego". (JP., pág. 58).
El marinero Daniel Peña, que integraba el cordón que pugnaba con la multitud, declaró "que nadie dio la orden de hacer fuego contra los manifestantes y que al contrario, el teniente Jara Román y otros oficiales dieron orden de que se dejara de hacer fuego". (JE, p. 100).
SEGUN EL TENIENTE LOPEZ, LA TROPA DISPARO POR "REACCION ESPONTANEA"
El teniente José Félix López, en el interrogatorio judicial, expresó su parecer de que "nadie dio la orden de hacer fuego y más bien la actitud de la tropa se debe a una reacción espontánea ante la evidencia de que los manifestantes iban a penetrar en el Palacio, apeligrando seguramente la vida del señor Presidente, dada la forma acentuadamente hostil como se presentaba y además, por haberle visto tal vez al exponente rodeado de manifestantes y próximo ya a forzar la escalinata (JP, pág. 26).
El teniente Jara Román declaró "que por información del mismo capitán (Serebbrykoff) sabe que un hombre alto hizo disparos de revólver contra la tropa que vigilaba el Palacio creyendo el declarante que la tropa, ante esa agresión, como una reacción natural, disparó contra los manifestantes" (JP., pág. 41).
El capitán Serebrykoff que, según vimos, estaba muy cerca de la tropa que hizo fuego, aseveró su convicción de que "los soldados comenzaron a disparar por una reacción natural para defender su propia vida y en cumplimiento de sus deberes" (JP, pág. 51).
El capitán Bozzano no había hecho sino transcribir, casi literalmente y con las modificaciones necesarias para su adecuación a las circunstancias, las disposiciones de la ordenanza militar. No contenían sus instrucciones palabras que no fueran expresión fiel de la realidad jurídica imperante en el orden militar. Antes que instrucciones, era un recordatorio de las obligaciones que permanentemente corresponden a los guardianes de un puesto cualquiera, obligaciones acrecentadas cuando ellas versaban sobre la seguridad y la vida del Primer Magistrado de la Nación y Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas. Aun sin mediar esas instrucciones, suponiendo que el capitán Bozzano no las hubiera escrito, la guardia del Palacio, con o sin orden de mando del teniente Jara Román o de cualquiera de sus oficiales, tenía la obligación de defender "con fuego y bayoneta hasta perder la vida", según reza la Ordenanza Militar, la consigna que había recibido de no permitir el paso de la exaltada turba. No hizo sino cumplir con su deber. Ninguna responsabilidad le cabe por la sangre derramada.
Al proceder así la guardia, no se hizo responsable de la sangre derramada, pero tampoco procedió irresponsablemente. Tenía una grave responsabilidad sobre sus hombros. Grave y dolorosa responsabilidad, la que le señalaban las normas legales imperantes dentro de la institución armada y que le obligaron a disparar las armas contra sus compatriotas y hermanos estudiantes que, aunque extraviados y enceguecidos, eran de su misma sangre, hijos de la misma patria, creyentes del mismo Dios. Ninguno de los paraguayos que apretaron el gatillo en esa mañana trágica habrá dejado de sentir en el alma la tortura inenarrable de las pavorosas consecuencias del cumplimiento de su deber. El Presidente de la República, doctor José P. Guggiari, así lo comprendió y compartiendo intensamente el dolor de esos abnegados servidores del orden y de la ley, asumió íntegramente la responsabilidad de los actos de quienes en la mañana del 23 de octubre se vieron obligados, por imposición de la ley y no por órdenes específicas, a hacer fuego contra la multitud. Esa noble actitud del doctor Guggiari quedó documentada en su presentación a la Comisión Investigadora, donde se lee:
"Orden de disolver la manifestación, haciendo uso de las armas de fuego, no di en ningún momento, pero cumple a mi deber expresar mi inquebrantable decisión de cubrir con mi exclusiva responsabilidad la que pudiera caber a los oficiales y soldados que dispararon sobre la multitud, porque honradamente entiendo que no hicieron sino cumplir estrictamente con su deber" (JP, p. 48).
El propio Presidente de la República, doctor José P. Guggiari, se encargó de abrir, con sus propias manos, las puertas que conducirían a la solución legal del grave conflicto, al mismo tiempo que al total esclarecimiento de los hechos ocurridos. En la madrugada del 25 de octubre el doctor Guggiari resolvió pedir su propio juicio político.
Dispuso que la Justicia del Crimen tomara inmediata intervención y por eso también adoptó, ese mismo día, la decisión de pedir su propio juicio político. Cuando horas después de los sucesos, se trasladó a la Escuela Militar, sin más compañía que el Secretario de la Presidencia, fue para poner en posesión de su cargo de Jefe de Plaza al mayor Arturo Bray y para comunicar al ejército, por su intermedio, su resolución de entregar la dilucidación de su responsabilidad a sus jueces constitucionales, los representantes del pueblo, para luego, si lo juzgaban culpable, someterse a la justicia. Aún más: estaba dispuesto a delegar el mando en el vicepresidente de la República y no reasumirlo sino en el caso de declarársele exento de toda responsabilidad.
Fue esta la fórmula que el doctor Guggiari dio a conocer en la mañana del 25 de octubre de 1931 al mayor Arturo Bray al mismo tiempo que le entregaba el texto de una proclama dirigida al Ejército y a la Marina y enviaba al Congreso un mensaje pidiendo su propio juicio político.
"En lo que se refiere a mi situación personal -decía el presidente a las fuerzas armadas- tengo la conciencia tranquila, pero estoy dispuesto a sufrir todas las sanciones que en derecho pueda merecer. Y en ese sentido os comunico que en esta misma fecha me he dirigido al único tribunal que constitucionalmente me puede juzgar: al H. Congreso de la nación, para que inicie de inmediato la investigación y procedimiento de responsabilidad consiguiente.
"No es justo que de existir culpables que puedan ser individualizados y sancionados, expíe el país entero, como ocurriría si se desatara sobre el pueblo la barbarie de la guerra civil, como tantas veces se ha hecho por quienes han arrastrado los destinos de la nación hasta el ara de sus ambiciones y de su pasión de poder.
"No, y hay que decirlo claramente. La salvación de la Patria y de sus instituciones depende, en esta hora suprema, exclusivamente de la comprensión que el Ejército y la Armada tengan de su alta misión. Un error, una debilidad o un engaño pueden ser fatales para el país.
"Por eso y consciente plenamente de la gravedad del momento, me dirijo a vosotros, para expresaros mi confianza firme en que cumpliréis estrictamente con vuestro deber, haciendo honor a vuestra lealtad de soldados y os pondréis a la altura de vuestra trascendental responsabilidad". ("El Liberal", 2 de noviembre de 1931).
En consecuencia, esa misma noche, 25 de octubre, el Ejército tomó trascendental decisión: acatar la resolución del Presidente de la República. En la madrugada siguiente, 26 de octubre, la ciudad amaneció ocupada militarmente. Con los hechos, las instituciones armadas anticiparon su voluntad de hacer cumplir la solución legal de la grave crisis. Un bando, firmado por el mayor Bray, como Jefe de Plaza y en representación de las fuerzas armadas, informó que el Presidente de la República, doctor José P. Guggiari había delegado el poder en el Vicepresidente, don Emiliano González Navero para someter luego su conducta en los sucesos del 23 al juicio del Congreso Nacional. Y terminaba así:
"El Ejército y la Armada nacionales, representados por la guarnición de la capital, acatan esta decisión del señor Presidente por estar ella encuadrada dentro de la Constitución y de las Leyes y constituir una solución en los difíciles momentos por los cuales atravesamos. Las instituciones armadas, al margen de todo interés político y de toda pasión que no se inspire en los supremos intereses de la Patria, anuncian, proclaman e imponen que cumplirán y harán cumplir esta resolución". ("El Liberal", 2 de noviembre de 1931).
El 25 de octubre de 1931, el doctor José P. Guggiari, después de haber delegado el ejercicio del Poder Ejecutivo en la persona del Vicepresidente de la República, don Emiliano González Navero, se dirigió al Congreso de la Nación, en los siguientes términos:
"Ante los acontecimientos que son del dominio público, creo de mi deber dirigirme al H. Congreso para expresarle mi decisión de someter mi responsabilidad al procedimiento consagrado por los artículos 50 y 56 de la Constitución Nacional.
"Mi conciencia se siente absolutamente tranquila, exenta de toda culpabilidad, pero entiendo que esta actitud es necesaria, en vista de que los dolorosos sucesos ocurridos sirven de bandera de rebelión públicamente declarada y no es justo que el país expíe en la anarquía el delito que pudiera haber cometido uno o más ciudadanos. Que caiga implacable la sanción sobre ellos, pero que no sea castigado el pueblo, arrojándosele a la vorágines de la anarquía y de las luchas intestinas, que han de comprometer, en estas horas solemnes la suerte misma de la patria.
"La Constitución pone en manos de VH. el resorte preciso para deslindar las responsabilidades personales del Poder Ejecutivo. Ejercitadlo, sin vacilaciones, con la convicción de que así serviréis a la causa de la paz pública, aspiración suprema del patriotismo en estos momentos en que el enemigo común atento vela detrás de sus murallas" (JP, p. 3).
A continuación la Comisión estudió el problema en el terreno constitucional. Hacía notar la ausencia de una acusación al Presidente de la República, requisito al parecer indispensable al tenor del artículo 50 de la Constitución para la apertura del juicio político. "Quizás dentro de una interpretación rigurosamente estricta de la Constitución -seguía diciendo- se podría argüir que en tales condiciones el juicio político no podría prosperar por faltarle una de las condiciones indispensables que lo hagan viable: una acusación al Primer Magistrado. Empero la honda conmoción producida por los sucesos del 23 de octubre reclamaba la investigación de los mismos, por la dignidad de la Primera Magistratura de la República, que voluntariamente se sometía a ella, por el ejercicio de la más alta función controladora del Parlamento requerida por la opinión pública, en presencia de los luctuosos sucesos y porque el juicio político es siempre una garantía establecida para hacer efectiva la responsabilidad de los más altos funcionarios del Estado".
La parte final del documento contenía las conclusiones generales que rezaban así: "Estudiados los hechos y teniendo en cuenta las conclusiones de la presente investigación se puede afirmar que la conducta del señor Presidente de la República en los sucesos del 23 de octubre último, no puede incursarse en ninguna de las causales de responsabilidad previstas por el artículo 50 de la Constitución Nacional.
"No existe imputación alguna contra el mismo por la "comisión de crímenes comunes", ni "delitos en el ejercicio de sus funciones", ni de "mal desempeño en el ejercicio de su cargo", pues aun considerando que el "mal desempeño" no importa precisamente la comisión de hechos o la omisión de los mismos, que se hallen calificados como categorías delictuales dentro de las leyes comunes, la conducta del Primer Magistrado con motivo de los luctuosos sucesos no importó un atentado contra los intereses públicos, una deshonra de su alta investidura, ni una violación de los derechos y garantías establecidos por la Constitución Nacional, cuya tutela suprema corresponde al Parlamento en las causas de responsabilidad seguidas en un juicio político.
"La manifestación del 23 de octubre último, no fue el ejercicio del derecho de petición pacífica, consagrado por el Art. 18 de la Constitución Nacional, sino una manifestación de carácter sedicioso que pedía la destitución violenta y hasta la muerte del Primer Magistrado, llegando a consumar en vías de hecho la agresión a la casa de Gobierno sin que fuera óbice para ello el pedido que aquel hiciera de escuchar las peticiones y deseos de los manifestantes. El Presidente de la República, en su despacho presidencial no impartió una sola orden que tuviese por consecuencia la producción de los hechos sangrientos frente al Palacio de Gobierno. No existe en el sumario una sola imputación en tal sentido, por el contrario, numerosas declaraciones corroboran los esfuerzos que aquel hiciera para hacer cesar los hechos de fuerza provocados por los manifestantes".
En consecuencia, la Comisión especial aconsejó a la Cámara de Diputados la aprobación de una declaración de que no había lugar a formación de causa (JP, pp. 111-115). Le siguieron en el uso de la palabra varios diputados, hasta que puesto a votación el dictamen fue aprobado por unanimidad, juntamente con una declaración cuyo texto versaba:
"La Honorable Cámara de Diputados;
"después de haber conocido en el presente juicio político iniciado con motivo de los sucesos del 23 de octubre último ocurridos frente al Palacio de Gobierno,
"Declara:
"1° Que no hay lugar a información de causa contra el Excmo. Señor Presidente de la República, doctor José P. Guggiari.
"2° Comuníquese al Poder Ejecutivo".
El día siguiente, 28 de enero de 1932, reasumió el mando el doctor Guggiari. Volvía al poder, como lo había abandonado tres meses antes, con la conciencia tranquila y la mente limpia de rencores, después de haber contribuido con su serenidad y ponderación a la pacífica solución de una de las crisis políticas más graves que conociera el Paraguay en los años de su existencia.
"Los 100 paraguayos del siglo XX, del diario "Ultima Hora", en el Capítulo JOSE P. GUGGIARI", dice: Mucho se ha escrito sobre este suceso, más la mayoría de los autores lo ven desde un punto de vista interesado, partidista. Pero hay hechos concretos: la manifestación estuvo manipulada políticamente, no fue nada pacífica. La noche del 22 de octubre una turba apedreó la casa del Presidente Guggiari (el local que después fue Facultad de Odontología) e hirió a su hijo, José Antonio. La policía tuvo que actuar con energía para parar el vandalismo. Al día siguiente, hubo una marcha por el centro de Asunción, ocasión en que los manifestantes pretendieron pegar fuego al Ministerio del Interior (ubicado entonces en Estrella y Ayolas) y luego apedrearon la sede del diario El Liberal. Finalmente llegaron al Palacio de López y quisieron entrar por la fuerza, azuzados por elementos extremistas. Entonces se desató la represión en forma de ráfagas de ametralladoras con el trágico saldo. La historia corroboró, luego, que el Chaco no estaba tan indefenso, como pretextaban quienes realmente gestaron desde las sombras aquel movimiento que terminó en luto".
También en enero de 1932, se realizó la convención del Partido Liberal, para elegir candidatos a presidente y vice presidente de la República para el próximo período 1932-1936. Se presentan 2 fórmulas: Luis A. Riart- Raúl Casal Ribeiro y Eusebio Ayala-Raúl Casal Ribeiro.
La convención totalmente colmado de convencionales, en el Teatro Granados, por 6 votos de diferencia eligen a Eusebio Ayala, que se hallaba en el exterior y dijo lo siguiente:
"Voy a referiros una pequeña anécdota. Después de la convención del 17 de enero y de la proclamación de mi nombre, me encontré en París con una personalidad que conozco de tiempo atrás. Me felicitó por el triunfo y me dijo: "Por lo visto Ud. tenía todas las cuerdas en la mano. ¿Tuvo Ud. algún competidor? Sí, le respondí: el ministro de Guerra".
Mi amigo mostró gran sorpresa: "Cómo así! ¿en el Paraguay, un ministro de guerra pierde una elección? Yo conozco muchos países en que el ministro de guerra jamás pierde nada, ni elección, ni interpelación: la voluntad del hombre que tiene esa función es en verdad omnímoda".
CAPITULO IV
EXILIO Y SUS ÚLTIMOS AÑOS
Con la revolución del 17 de febrero de 1936, la renuncia del presidente Eusebio Ayala. José P., abandona el territorio paraguayo, queda un tiempo en Clorinda y Formosa, donde recibe las alarmantes noticias de que el presidente de la Victoria doctor Ayala y el glorioso conductor de la guerra General Estigarribia se hallaban detenidos. Más tarde se traslada a Buenos Aires, donde fija residencia. Estaba casado con Rosa Rojas. Sus hijos le acompañaron en el destierro, especialmente María Stella, que fuera enfermera en la guerra del Chaco, y que residía en Rosario, de la República Argentina. Su otra hija Clementina, casada con Wenceslao Peralta, que con el tiempo se radicaron en La Colmena y los nietos: José, Titín, Pedro Bruno, Teresa y Martha. El único hijo varón de José P., se llamaba José Antonio.
En Buenos Aires, a pesar del destierro, la tristeza y nostalgia, él estaba rodeado permanentemente de sus compatriotas, de la gran colectividad paraguaya, y también allí era el ídolo indiscutible de esa gente y sin olvidar a los argentinos que también se prodigaban para que José P., se sienta como en su propio país. Nos cuenta, don Manuel Zubizarreta Ugarte, lo siguiente: "Salimos de una cena y acompañé a José P., para tomar el subte, que lo llevaría a su departamento y en la esquina de Corrientes y Callao, se acerca un compatriota y le dice que su esposa estaba gravemente enferma y que necesitaba unos pesos. José P., sacó del bolsillo, todo lo que tenía y se lo dio, deseándole suerte. Me pidió una moneda para el subte, se había quedado sin nada. Si, le doy le dije, pero tenga más y me contestó: No, con la moneda, me basta, mi hijo".
En junio de 1940, durante la presidencia del General Estigarribia, con la noticia del fallecimiento de su madre, vuelve al Paraguay, por tren, hasta Villarrica. Vuelve al destierro durante la presidencia del General Morínigo, en setiembre de 1940. Cuando en 1946, el Presidente Morínigo da un giro en pro de la democracia, amnistía para todos los paraguayos, el regreso de José P., aquel 14 de agosto, fue memorable. Día de sol, los lapachos con sus bellas flores. Nunca hubo una multitud comparable, superando en cantidad, a las visitas años después de dos líderes americanos: Juan Domingo Perón y Getulio Vargas.
Los días felices de la primavera democrática duraron tan solo 6 meses y de vuelta al exilio y ahí por muchos años, hasta su muerte el 29 de octubre de 1957.
En discursos pronunciados en el cementerio de la Recoleta de la ciudad de Buenos Aires, el 31 de octubre de 1959, en homenaje tributado a su memoria con motivo del segundo aniversario de su fallecimiento, dijo el doctor Adolfo Mujica en representación de amigos argentinos: "Señoras, señores: hace algunos días tuve el honor de ser visitado por el Dr. Higinio Arbo. Y cuando este ilustre paraguayo me invitó a hablar en nombre de los organizadores de este homenaje a la memoria de José Patricio Guggiari una profunda emoción se apoderó de mi espíritu. La placa que hoy descubrimos en su sepulcro sintetiza su vida. "Patriota esclarecido y demócrata ferviente. Cultor de la paz y de la solidaridad americana". Todo eso lo fue y en grado eminente. Supo al mismo tiempo ser caudillo de multitudes y hombre de Estado. Se movía con la misma naturalidad entre los humildes a quienes amaba con ternura que le era retribuida y en los ambientes más elevados de los gabinetes de gobierno. Y en todas partes, por gravitación de su personalidad, era el jefe indiscutido a quien se acataba espontáneamente. Inspiraba, al mismo tiempo admiración, respeto y afecto. Atraía y cultivaba. Su trato llano y afable era un ejemplo de modestia para todos...".
El doctor Juan Guillermo Peroni, en su discurso dijo: "Cuando en 1928 se aproximaba la fecha de la sucesión presidencial, un solo nombre estaba en todas las mentes, gritaban las muchedumbres y repetían los corazones: José P.
Conocidos los resultados del comicio, los candidatos del Partido Colorado felicitaron al presidente electo, por primera y única vez en los anales de la historia política de la república. Y el 15 de agosto de 1928 -nuevamente- por primera y única vez en nuestra historia, el doctor Eduardo López Moreira, presidente provisorio del Senado y candidato colorado derrotado a vicepresidente, tomó el juramento al nuevo Presidente constitucional...". Y continua el doctor Peroni: "Este patriota americano solo inspiró sus actos en el bien común. Dedicó toda su vida a la política, en la más auténtica acepción del vocablo. Por ello pudo haberse dirigido al pueblo paraguayo con las siguientes palabras que Lincoln dirigiera al pueblo de su patria, en un momento memorable: "He nacido en los caminos modestos de la vida y por ellos sigo. No tengo parientes ni amigos ricos: Los electores pueden decidirse por sí mismos, si me eligen, me harán un honor, que trataré de justificar. Pero si mis buenos y juiciosos compatriotas creen más conveniente dejarme de un lado, es bueno que sepan que estoy demasiado acostumbrado a las decepciones para que esta pueda apenarme mucho tiempo".
Los descendientes de José P. Guggiari siguen el ejemplo: Luis Modesto Guggiari, senador y luego gobernador por Concepción; Ezio Guggiari, brillante, honesto, actual director del Instituto Paraguayo-Japonés, Herman Guggiari, el renombrado escultor y el doctor Gonzalo Guggiari, brillante en su materia, química.
Sus últimas palabras, no fueron sino la repetición de su actuación en la vida ciudadana. Decía: "He sabido interpretar exactamente las ideas y la acción que desarrollé al frente del partido y que acaso, han contribuido eficientemente a la consolidación del orden y al mantenimiento del Estado Liberal cuando todavía en América quedaban resabios de la funesta filosofía de la fuerza".
"Cuando la Cámara de Diputados declaró que no había lugar a la formación de causa, volví a la primera magistratura como había salido de ella, cierto de que era digno de llevar la banda tricolor que me puso sobre el pecho mi ilustre antecesor en el gobierno, el doctor Eligio Ayala y que, tiempo después, a mi turno entregaría a mi no menos ilustre sucesor el doctor Eusebio Ayala.
"En 1928 el Paraguay había llegado a su plena madurez democrática. Mostramos al mundo que éramos capaces de vivir el Estado Liberal y ajustar la convivencia nacional dentro de nomas legales bajo el signo de la libertad. Oposición en el Parlamento; libertad irrestrictiva de la prensa; libertad absoluta de organización de los partidos políticos; comicios honestos y libres; efectividad de todas las garantías individuales; equilibrio e independencia de los poderes; desoficialización del partido de gobierno y despartidización del gobierno; ejército nacional; autonomía de la universidad y de las grandes instituciones; libre iniciativa económica y libre empresa, sin los grilletes del intervencionismo estatal; un Paraguay que era patria grande para todos los paraguayos sin distinción de ideologías y no solamente para los gobernantes y sus partidarios, constituían las conquistas del Partido Liberal que 1928 alcanzaban su máxima expresión al iniciarse mi presidencia. Nunca estuve más orgulloso que cuando presté el juramento constitucional en manos del ilustre jefe del coloradismo doctor Eduardo López Moreira, que presidía el Congreso y quien había integrado la fórmula presidencial que fue mi rival en los comicios".
Como despedida nos dice el ilustre José P.: "Tengo fe en el triunfo próximo, inevitable, irremediable del liberalismo. Nada ni nadie lo impedirá. El experimento totalitario ha dado ya de si todo lo que podía y solo ruinas ha deparado a la patria. Está llegando su hora final. La dictadura, como sistema de gobierno, está organizando. La libertad volverá a primar en el Paraguay y en el mundo, y con ella la paz, la justicia, la unión, la igualdad, el bienestar ¡Dios quiera que sea por el camino de la legalidad!.
Desde mi sillón de enfermo veo el rear la gran alborada. Siento el rumor del pueblo liberal que marcha, sin vacilaciones ni temores a ocupar nuevamente el puesto que le corresponde en la historia de la patria. Suyo es el porvenir".
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