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MARIANO LLANO (+)
  EUSEBIO AYALA ANTE SU PATRIA - Compilación MARIANO LLANO


EUSEBIO AYALA ANTE SU PATRIA - Compilación MARIANO LLANO

EUSEBIO AYALA ANTE SU PATRIA

Compilación MARIANO LLANO

Asunción – Paraguay

(154 páginas)

 

DISCURSOS DEL DOCTOR EUSEBIO AYALA

 

 

EL PRINCIPIO DEL UTIS-POSSIDETIS Y LA SOLUCIÓN

DE LAS CUESTIONES TERRITORIALES DE LA AMÉRICA

 

CONFERENCIA DADA EN LA ACADEMIA DIPLOMÁTICA

INTERNACIONAL DE PARÍS

 

         Sesión de la Academia del 3 de Noviembre de 1931.

         Presidencia de Mr. Bernhoff, Ministro de Dinamarca

         Alocución del Sr. de la Barra, ex - Presidente de México:

 

         Es para mí una honra y un placer ofrecer la más cordial bienvenida en nombre de la Academia Diplomática Internacional al Sr. Presidente Ayala, quien va a exponernos con su alta competencia uno de los problemas más interesantes de la Política Internacional del Nuevo Mundo.

         Nuestra Asociación se complace en recibir en este día al distinguido ex - Presidente de la República del Paraguay y es una circunstancia curiosa la que me permite, a mí, que tuve el honor de ser el Primer Ministro Plenipotenciario de su país acreditado en México.

         Guardo un recuerdo vivo de mi estada en ese hermoso país que sido llamado la Arcadia del Nuevo Continente y me es grato expresar votos muy sinceros por su prosperidad y su dicha.

         En las conferencias que di en la Facultad de Derecho en París hice notar que no cabe afirmar la existencia de un Derecho Internacional Americano, si por tal ha de entenderse un conjunto de principios de Derecho exclusivos relativos a un Continente. No pienso que pueda oponerse un pretendido Derecho Internacional Americano a un Derecho Internacional Europeo o Asiático. No hay más que un Derecho Internacional Público, cuyos principios de orden general y superior, son los mismos en todas partes, aun cuando hayan de adaptarse a condiciones variables en el tiempo y en el espacio. En este sentido podemos afirmar que hay un Derecho Internacional Americano, si se le considera como el conjunto de las reglas de aplicación a los problemas sui generis de nuestro Continente, de los principios generales del Derecho de Gentes.

         El Sr. Presidente Ayala va a expresarnos dentro de algunos instantes uno de los problemas que son particulares a la América, a la América española, especialmente. En efecto, tanto en lo concerniente al régimen de los ríos navegables en nuestro Continente como en lo que toca a la aplicación del principio del uti-possidetis de 1810, ellos tienen un carácter propio y regional, diferenciado de las reglas aplicadas en otras partes a los problemas de la misma naturaleza. Esta diferencia entre el régimen de los ríos navegables en América y el que domina en el resto del mundo, ha sido reconocido en la Conferencia Internacional de Comunicaciones de Barcelona.

         El principio establecido por el uti-possidetis debe ser mirado también como de carácter regional, pues ha sido considerado a menudo como el punto de partida para la fijación de las fronteras entre los Estados de la América Española, según los límites establecidos por la Corona de España, para los Virreinatos, Capitanías Generales, etc., en sus colonias de Ultramar.

         Aun cuando el principio del uti-possidetis haya sido consagrado por la Conferencia Internacional de Lima en 1848, ha sido objeto de comentarios y controversias muy vivos en los estudios de orden académico y en las negociaciones entre Cancillerías.

         Un caso reciente ha dado margen a la discusión del principio entre una potencia europea, la Francia, y mi país, México, a propósito del derecho de soberanía sobre la pequeña isla de Clipperton, isla madrepórica perdida en el Océano Pacífico, sobre la cual mi país reivindicaba derechos en virtud del uti- possidetis mientras la Francia invocaba como título la toma de posesión sobre la tierra considerada como res nullius. Una sentencia firmada por Su Majestad el rey Víctor Manuel, árbitro elegido por las partes, acaba de reconocer el derecho de la Francia sobre esa isla. No conozco aún los términos de la decisión, ni los argumentos en que se fundó el eminente árbitro.

         El Presidente Ayala va a expresarnos los elementos de esos problemas, que tiene una importancia considerable en nuestra vida política internacional americana. Hallaremos enseñanzas en el estudio que hace y tendremos una nueva prueba de sus brillantes y sólidas calidades.

         El Sr. Ayala, después de agradecer las palabras del señor de la Barra, leyó la siguiente comunicación a la Academia:

         Los Estados de América del Sud fueron colonias de España y Portugal. Los dos reinos mantuvieron innumerables controversias con motivo de la delimitación de sus fronteras en América. Esas cuestiones aun no estaban resueltas en la época de la emancipación de dichas colonias.

         De las nueve repúblicas formadas en los antiguos dominios españoles, ocho debían definir fronteras con el Brasil. Ahí radica la primera fuente de cuestiones territoriales entre los Estados del Continente. Por otra parte, las Repúblicas de origen hispano, constituidas en los límites de ciertas secciones administrativas coloniales, debieron disputar a propósito de fronteras, mal, o no determinadas bajo el régimen metropolitano. Además, algunos territorios desiertos, no estaban comprendidos en los cuadros de las viejas divisiones administrativas, estimulando tal circunstancia en los Estados vecinos el deseo de apropiárselos, con exclusión de los otros.

         Tales son el origen y la causa de los litigios de delimitación y aún de soberanía sobre vastas extensiones de tierras, litigios que se han desarrollado desde los primeros días de la Independencia y que todavía no están todos resueltos en el momento actual. La historia diplomática de la América Meridional independiente está casi exclusivamente hecha de los esfuerzos desplegados para reglar esas cuestiones territoriales.

         Se ha pretendido y se pretende todavía que aquellos litigios que han sido solucionados, lo han sido de acuerdo a una regla de Derecho americano que sería el uti-possidetis de 1810. Podría darse una larga lista de nombres eminentes de historiadores, diplomáticos y hombres de Estado que consideran esa regla como el principio que ha salvado a la América Española de la anarquía, como el dogma fundamental de su derecho, como la llave maestra de la comunidad internacional en esa parte del mundo.

         Esos elogios, son, cuando menos exagerados. Las trece colonias americanas del Norte, sin la ayuda del principio alguno semejante, han realizado algo más y mejor que evitar la anarquía: han creado una unión fuertemente cimentada, pedestal de una gran nación moderna. El Brasil ha sabido igualmente mantener la cohesión de las antiguas colonias portuguesas, sin acudir al uti-possidetis de 1810. En cuanto a los Estados hispanos, han determinado sus fronteras con el Brasil, y entre ellos, por diferentes medios, y de acuerdo a las reglas comunes del Derecho de gentes universal. La parte de la regla especial americana, no fue por cierto la más importante, aún admitiendo que ella tuviera alguna influencia.

         Me prepongo extraer de la historia diplomática, la substancia y el rol del uti-possidetis.

         Antes que nada, es necesario uniformar su interpretación. Y ahí comienzan las dificultades y los equívocos.

         Hay varias interpretaciones. En primer término, existe la tesis brasileña, según la cual, el uti-possidetis equivale a la posesión efectiva y actual en el momento de la negociación. Después, existe la tesis conocida como hispano-americana, porque ella ha sido opuesta por ciertos países vecinos, a la tesis brasileña, y según la cual, el uti-possidetis es el derecho a poseer atribuido a una antigua colonia por un acto del soberano español, derecho que debía estar en vigor en 1810. Se nota ya la contradicción. De una parte, se propone como extensión territorial todo lo que se hallaba ocupado por un Estado en el momento de negociar. De otra parte, se quiere basar los derechos de dominio sobre títulos que daban una facultad de jurisdicción, una posesión ficticia, por así decirlo, en la fecha teórica de la independencia.

         Para distinguir las dos teorías, se llama a la tesis brasileña uti-possidetis de facto, y a la hispano-americana uti-possidetis juris de 1810.

         Reproduciré textualmente la definición dada por un autor colombiano, del uti-possidetis juris. "El dominio territorial (de los Estados ibero-americanos) debe ser limitado por líneas de fronteras, trazadas de acuerdo con las disposiciones reales españolas, a propósito de las divisiones coloniales, y en vigor en la época de la emancipación de las colonias, o bien, de acuerdo con los Tratados públicos suscritos por España. En consecuencia, para fijar las fronteras de derecho, no hay otros títulos válidos que los actos del gobierno español que han servido para determinar la jurisdicción política de los Virreinatos o Capitanes generales del Continente, bajo su dominación, así como los Tratados públicos sobre la materia, firmados con otras naciones" "La República de Colombia - agrega nuestro autor - no ha reconocido como fuente de propiedad nacional la ocupación efectiva, protegida por sus armas victoriosas. El origen del dominio era el derecho de poseer".

         Esta interpretación fue impuesta por las circunstancias. El Brasil, durante la guerra de la Intendencia y después de ella, había acrecido considerablemente su radio de ocupación, a despecho de los Tratados y de las ocupaciones españolas anteriores.

         Al único país de América nacido a la vida libre sin luchas, y provisto desde su nacimiento de una organización política avanzada, tenía que serle fácil el aprovecharse de la anarquía de las comarcas vecinas para engrandecer su territorio. El Brasil por lo demás, no haría sino seguir las trazas de su metrópoli, Portugal. Portugal cabía creado un imperio sud americano al amparo, sobre todo, del "laissez faire" de España. Los Reyes de Portugal habían obtenido a fines del siglo XV de Papas sucesivos, ciertas concesiones sobre las costas occidentales del África, hasta las Indias. En 1492, Colón descubre las Indias Occidentales, o América, en nombre de los Reyes Católicos de España. A fin de delimitar las posesiones de los dos Reinos, el Papa Alejandro VI declaró por una bula de 1493, que pertenecían a los Reyes Católicos todas las tierras descubiertas o a descubrir, al Occidente de una línea meridiana trazada a la distancia de cien leguas al Oeste de las islas Azores y del Cabo Verde, a condición de que las tierras no estuviesen ya ocupadas por un príncipe cristiano, dejando de esa manera reservadas las conquistas de Portugal. La bula no satisfizo a este país, y en consecuencia se entablaron negociaciones entre los soberanos interesados, para llegar a un acuerdo. El acuerdo fue hecho, sobre la base de delimitar los dominios, por el meridiano situado a 370 leguas al Oeste de las islas de Cabo Verde. Esta distancia corresponde a 20 grados 13 minutos. El tratado fue suscripto en Tordesillas el 7 de junio de 1494, es decir, antes de dos años después del descubrimiento de América. El Papa confirmó el Tratado. La línea de Tordesillas o meridiano de demarcación, no estaba, a pesar de las apariencias, definida con precisión. Las islas de Cabo Verde forman un archipiélago muy extenso. ¿Habría que tomar como punto de arranque de las 370 leguas, la isla occidental, la de San Antonio, o la de San Nicolás, colocada más o menos en el centro del grupo? Pero, tomaráse la una o la otra, la línea de Tordesillas debía estar situada más o menos entre los 48 y 50 grados de longitud al Oeste de París. Basta mirar el mapa para formarse idea de la inmensidad de los territorios ocupados por el Brasil al Oeste del meridiano de demarcación, o sea en las tierras adjudicadas a España. Aún en el caso de descubrimientos hechos por súbditos o navíos de la otra corona, las tierras debían pertenecer a la Potencia designada por el Tratado de Tordesillas. Pero esta cláusula no pudo jamás ser ejecutada, por falta de determinación del meridiano.

         Las ocupaciones portuguesas en la zona española no se detuvieron, y llegaron a amenazar a establecimientos importantes, como la ciudad de Buenos Aires. Entonces el gobierno español se decidió a aceptar una parte de las usurpaciones territoriales portuguesas, firmando primero el Tratado de 1750, y después el Tratado de San Ildefonso de 1777, que definía, de acuerdo a los datos geográficos disponibles, las fronteras comunes. Ese Tratado no fue ejecutado, y después de su conclusión, la actividad expansiva de Portugal continuó ejercitándose sobre territorios que dicho Tratado atribuyera a España.

         En esa situación, la independencia de los Estados de América transfirió los litigios de Europa, a América. El Brasil reclamó los territorios por él ocupados. Los Estados hispanoamericanos invocaron el Tratado de San Ildefonso y el uti-possidetis de 1810, como base de demarcación. La cuestión no ha sido jamás resuelta en principio, a estar a mis informaciones. Pero en los hechos, el Brasil triunfó en todos sus litigios con las ocho Repúblicas vecinas, y hasta, creo, en los que mantuvo con Potencias europeas, a propósito de las Guayanas.

         El engrandecimiento territorial del Brasil, colonia, y más tarde Estado independiente, encontró pocos obstáculos. El establecimiento de un fuerte portugués sobre la margen izquierda del río de la Plata, frente a Buenos Aires, fue resistido por la colonia española más que por el gobierno de Madrid. Del lado del Alto Paraguay, la invasión fue detenida por la Provincia del Paraguay que construyó el Fuerte Borbón en el Chaco. Más tarde, la República del Paraguay tuvo que defender esas mismas fronteras contra las amenazas del Brasil. Sin sus Dictadores, que le ahorraron el desgarramiento de las guerras civiles, el Paraguay hubiera sido ciertamente la presa de su emprendedor vecino.

         El triunfo del Brasil en sus litigios territoriales no es precisamente el triunfo del uti-possidetis de facto. La discusión de la teoría posesoria ha ocupado un lugar muy importante en los debates diplomáticos, pero no ha podido tener influencia alguna sobre los acuerdos, por que las interpretaciones dadas por las partes eran absolutamente opuestas.

         Y hay que decir, que las autoridades científicas de los países no interesados en la discusión se han pronunciado más bien a favor de la posesión efectiva y actual. Eso es comprensible. La tesis opuesta, es en cierta manera un contrasentido. El uti-possidetis juris sería, no la posesión, sino el derecho a poseer. Ahora bien, el derecho a poseer no se confunde siempre con el hecho de la posesión. Al aplicar a un título nuevo la fórmula de los interdictos romanos, se le da una significación contraria a su esencia. Un autor de Derecho Romano, escribe: "La protección de los interdictos no es derivada de la propiedad. Ella proviene de la posesión". Y yo agregaría: No hay posesión teórica, no puede haber posesión - en nuestro caso - sin una ocupación efectiva y material. He aquí porque la tesis hispano - americana ha tenido poco éxito ante los espíritus jurídicos imparciales.

         Cabe preguntar cómo el Brasil ha podido triunfar haciendo valer en las negociaciones diplomáticas directas el principio de la detentación pura y simple, como un título de propiedad frente a los países lesionados.

         No se encontrará la explicación en el Derecho sino en la historia. Mientras que las Repúblicas hispano - americanas se debatían en las guerras civiles, el gobierno del Brasil consolidaba sus posiciones territoriales, hacía estudiar las regiones limítrofes, y podía negociar, llegado el momento, no sólo con pleno conocimiento de la causa, sino con la ventaja que otorga los hechos consumados. Puédese agregar a ello, el prestigio de un gobierno fuerte, respetado en el interior y el exterior. Un ejemplo: Las negociaciones con la Argentina, respecto al territorio de las Misiones del Uruguay, comenzaron en momentos en que la Argentina estaba dividida en dos gobiernos, en razón de que el Estado de Buenos Aires había decidido separarse de la Confederación. Las fronteras a fijar no afectaban a Buenos Aires, y por tanto había que tratar con el gobierno instalado en la ciudad de Paraná.

         El Ministro del Brasil obtuvo un trabajo ventajoso, en vista del apoyo eventual de su país a fin de reintegrar el Estado de Buenos Aires a la Confederación. El Tratado no fue ratificado, pero este episodio nos ayuda a comprender los medios por los que el Brasil llegó a redondear su imperio.

         La cuestión de las Misiones del Uruguay, que acaba de ser evocada, fue finalmente sometida al arbitraje y el árbitro dio la razón al Brasil que ocupaba el territorio en el momento del litigio. Quiero recordar, a propósito de este pleito, que el abogado de la República Argentina doctor Estanislao Zeballos, cuyo nombre es conocido de todos los internacionalistas, renegó del uti-possidetis, en estos términos: "Está demostrado que el uti-possidetis no ha sido jamás incorporado al Derecho público sudamericano como principio decisivo de los conflictos sobre territorios sujetos en sus orígenes a soberanías europeas diferentes". Esta declaración iba, naturalmente al encuentro de la teoría brasileña del uti-possidetis de facto.

         El Brasil se ha extendido más allá de las líneas de los Tratados por el hecho de la ocupación. No hay otra explicación admisible. El uti-possidetis de facto no es sino un disfraz. La usurpación de que hablan los hispano - americanos, a propósito de las ocupaciones brasileñas, no es un medio permitido de adquisición en Derecho Internacional. ¿Porqué no dar su verdadero nombre a un hecho conocido?

         Es que en América no se acepta de buen grado la ocupación, como fuente de la propiedad internacional. Por la doctrina de Monroe y otras declaraciones de los gobiernos americanos, no se admite la existencia de res nullius en el Continente. Si no hay res nullius no puede haber ocupación, según los principios. Pero ha habido ocupación, porque la regla no ha surtido efectos, sino respecto a los Estados no americanos. Los Estados americanos han realizado numerosos actos de ocupación, no solo de territorios desiertos y sin dueño, sino también de zonas desocupadas pero reclamadas por otras naciones, por diversos títulos. Es decir que en la América del Sud, la ocupación ha sido aceptada y quizá en un sentido más amplio del que generalmente se admite.

         Acabamos de examinar las dos teorías principales referentes al uti-possidetis. Nos resta decir que cabe aún otra interpretación, que contempla a la vez, el hecho esencial de la posesión y los títulos coloniales, si estos existen. El uti-possidetis sería el derecho de soberanía que deriva de la posesión efectiva basada en títulos coloniales, o del simple hecho de la condición bona FIDE de la posesión. Esta tesis eliminaría desde luego la fecha de 1810. Es imposible restablecer, después de un siglo o más, la geografía de los tiempos de la dominación española. Veremos de inmediato las consecuencias de semejante pretensión. Se basaría, el derecho territorial sobre el principio de la posesión efectiva, es decir sobre un hecho que puede ser constatado. La buena fe excluiría las posesiones que los romanos llamaban vitiosae possessionis.

         En derecho estricto, se podría considerar como posesiones viciosas las ocupaciones de Portugal y del Brasil con violación de los pactos, si no hubiesen sido después confirmadas y legitimadas por convenios o decisiones arbitrales.

         Pero, en la América española no ha podido haber intrusiones de una colonia en el territorio de otras. Las Leyes de Indias (legislación especial para América) prohibían bajo penas severas toda intervención de los gobiernos coloniales fuera de la jurisdicción que les había sido marcada. En consecuencia, se puede afirmar categóricamente que en la época de la Independencia, cada sección política o administrativa, se mantenía estrictamente en los límites que les habían sido fijados. Por tanto, las únicas posesiones que podían ser viciosas, serían aquellas adquiridas después de la independencia.

         Ha habido varios casos de ese género, y lamento decir que no es el utis- possidetis juris de 1810 el principio que ha primado.

         Quiero llamar de nuevo la atención sobre la definición del uti-possidetis juris: "Para fijar las fronteras, no hay otros títulos válidos que los actos del gobierno español destinados a establecer la jurisdicción política de los Virreinatos y Capitanes generales que integraban la América española". En esta frase hay una idea que es necesario destacar, porque ella expresa la gran preocupación que agitaba el espíritu de los directores de la revolución emancipadora. Es la idea de la conservación de las grandes unidades coloniales, y a ser posible, la de su concentración o federación en Estados capaces de realizar el ideal de la libertad y el progreso. El pensamiento era justo. Era necesario impedir que cada región o cada ciudad, proclamase su independencia bajo la influencia de caudillos o ambiciosos jefes de partido. Para llegar a ese resultado, era absolutamente necesario que los nuevos Estados fuesen constituidos sobre la base de las divisiones administrativas españolas, y no sobre el principio peligroso del sufragio de las poblaciones.

         El uti-possidetis de 1810 era la expresión jurídica de ese sabio designio político. El principio así concebido, merece todo el respeto que se debe a una doctrina histórica, de inmensa trascendencia, en su época. Desgraciadamente, el principio falló en su aplicación, como vamos a verlo.

         A comienzos del siglo XIX, la América meridional perteneciente a España, comprendía cinco unidades coloniales autónomas: tres Virreinatos, Nueva Granada, Lima y Buenos Aires, y dos Capitanías generales, Venezuela y Chile.

         Bolívar, en el Norte, logró formar con el nombre de Gran Colombia, un solo Estado con el Virreinato de Nueva Granada y la Capitanía general de Venezuela.

         La Gran Colombia de Bolívar, se dividió más tarde en tres Repúblicas: Venezuela, Colombia y Ecuador.

         El Virreinato de Lima ya muy disminuido bajo la dominación española, por la separación de la Presidencia de Quito, anexado a Nueva Granada, de la Capitanía General de Chile, y del Alto Perú anexado al Virreinato de Buenos Aires, conservó su extensión bajo el nombre de República del Perú. Chile se declaró independiente en los límites de la Capitanía General del mismo nombre. El Virreinato de Buenos Aires se dividió en cuatro Repúblicas: Argentina, Bolivia, Paraguay y Uruguay. El principio del uti-possidetis no fue, púes, bien tratado en la América del Sud.

         La dislocación del Virreinato fue el efecto de la política brasileña, por una parte, y de la política de Bolívar, por otra. El Brasil ocupó en la ribera izquierda del Río de la Plata, la provincia de Montevideo, parte del Virreinato de Buenos Aires. Una guerra con la Argentina siguió a ese hecho, y finalmente, la Provincia Cisplatina fue declarada independiente, por acuerdo de las dos naciones en la lucha. Es la actual República del Uruguay.

         La Provincia del Paraguay pronunció su separación y su independencia de las Provincias Argentinas así como de España, por su propia determinación.

         En cuanto a las provincias del Alto Perú, que también hacían parte del Virreinato, su suerte fue decidida en un Congreso convocado bajo los auspicios de Bolívar; el Congreso votó su independencia, de España y de Buenos Aires. La República así creada tomó el nombre de Bolívar, cambiándolo después por el de Bolivia. El Libertador, tan celoso en mantener en el Norte, las grandes divisiones coloniales, se prestó al desmembramiento del Virreinato de la Plata.

         El principio de la soberanía popular fue, púes, admitido por Bolívar, y además, por el gobierno de las Provincias Unidas del Río de la Plata, forzado a admitir la separación del Alto Perú, a causa de sus dificultades internas y de la amenaza del Brasil, instalado en el Uruguay.

         En el caso de Tarija, la voluntad de la población primó de nuevo sobre el uti-possidetis juris de 1810. Tarija hacía parte de una de las provincias del Alto Perú, pero poco antes de 1810, el gobierno español decidió anexarla a una de las provincias del Río de la Plata. Sucre, lugarteniente de Bolívar, hizo ocupar Tarija y una guarnición quedó ahí. La población era favorable a la incorporación al Alto Perú. Los Plenipotenciarios argentinos reclamaron, Bolívar, no obstante expresar su adhesión al principio del uti-possidetis, nada hizo para impedir la anexión definitiva de Tarija a Bolivia.

         Se puede afirmar, a más de un siglo de distancia, que el uti-possidetis de 1810 no ha podido tener, quizá a causa de las circunstancias de su aplicación, o más bien, a causa de su falta de aplicación, una influencia apreciable en el sentido de evitar la división de las grandes unidades coloniales de la América española. En efecto, de las cinco unidades autónomas, se han formado nueve Repúblicas.

         Un Virreinato, Lima y las dos Capitanías generales, Venezuela y Chile, han conservado su integridad.

         Los dos Virreinatos de Buenos Aires y Nueva Granada han suministrado material para las otras seis Repúblicas.

         A pesar de ese incontestable fracaso, es a ese propósito no realizado de conservación territorial que el principio debe lo mejor de su prestigio, simplemente doctrinario, desde luego.

         Vamos a ocuparnos ahora del uti-possidetis de 1810, como regla de Derecho americano destinado a resolver las cuestiones territoriales de Hispano América. Debemos adelantar que no es posible desconocer la justicia ideal del principio. En 1810, cada Estado independiente, en teoría, puesto que de hecho no había ninguno en esa época, tenía los mismos límites que los fijados por la Corona española a la división colonial respectiva. Hemos mostrado que una posesión de territorio no era posible, fuera de los límites. El uti-possidetis de 1810 hubiera, por consiguiente, servido a la perfección para reglar las cuestiones de fronteras, si se hubiesen podido reunir las siguientes condiciones:

         l.a Que los límites de las unidades coloniales hubieran sido determinados por un trazado sobre el terreno, de manera que no existiera duda.

         2.a Que todos los territorios de la América Española hubiesen sido adjudicados y distribuidos entre las grandes unidades políticas, Virreinatos y Capitanías generales, o entre las divisiones de esas grandes unidades, Presidencias, Intendencias, Alcaldías Mayores, etc.

         3.a Que las cuestiones de fronteras hubiesen sido discutidas y regladas, antes de la ocupación de las zonas limítrofes por los nuevos Estados.

        

         En la ausencia de esas condiciones, el principio del uti-possidetis no ha podido ejercer la función deseada. En las regiones en que no había fronteras naturales, o fronteras marcadas por actos del Rey en 1810, la delineación se hacía impracticable. La situación se volvía todavía más compleja, cuando los establecimientos de Estados vecinos, vinieron a situarse en las zonas limítrofes. En cuanto a las comarcas no colonizadas en 1810, y que no habían sido incluidas en una jurisdicción especial por un acto real, claro es que el uti-possidetis no podía serles aplicable. Es necesario explicar, de paso, que las primeras capitulaciones o concesiones hechas por la Corona a los primeros conquistadores, se referían a extensiones arbitrarias de tierras desconocidas. Igualmente, la creación de los primeros establecimientos, hecha con ignorancia total de la geografía, estaba basada en datos enteramente caprichosos. Tal es el caso de la ciudad de Asunción, fundada en 1537 con una jurisdicción de cien leguas en rededor; tal es el caso de la audiencia de Charcas, creada en 1561, cuya autoridad debía extenderse hasta cien leguas en todas direcciones. Disposiciones reales de esta especie, no podían fundar una regla de delimitación.

         Para confirmar nuestras precedentes observaciones, vamos a recordar algunas de las cuestiones territoriales que han sido solucionadas. La primera en importancia fue la que amenazó seriamente con una guerra entra las partes: Chile y Argentina. Chile pretendía la Patagonia, vasto territorio inexplorado que, en 1810, no hacía parte ni del Virreinato de Buenos Aires ni de la Capitanía General de Chile. Después de la Independencia, la Argentina había realizado actos posesorios, y de hecho las tierras eran la prolongación de las Provincias argentinas. Chile lo reconoció, y los dos países concertaron un tratado de delimitación, fijando como frontera, en la región principal, los más altos picos de la Cordillera de los Andes que separan las vertientes de los dos Océanos. Hubo cuestiones a propósito de la aplicación del Tratado sobre el terreno, cuestiones que fueron resueltas por arbitraje. Ese litigio fue reglado, no por el empleo del uti-possidetis de 1810, sino por la aplicación de los principios de una sana doctrina política, y el reconocimiento de derechos emanados de la ocupación y la contigüidad territorial.

         Pasemos ahora a un tratado típico, fundado sobre el uti-possidetis. Es el de arbitraje, celebrado en 1881, entre Colombia y Venezuela, para reglar sus fronteras. El árbitro, que era el propio soberano de la antigua metrópoli, debía, según el compromiso, fijar y determinar los límites del Virreinato de Nueva Granada y de la Capitanía General de Venezuela, de acuerdo con las disposiciones reales en vigor en 1810, debiendo considerarse dichos límites como fronteras definitivas entre los dos Estados.

         Un compromiso tan estricto como ese, en cuanto a la regla de la delimitación, podía dañar y aun impedir la tarea del juez. Se requería, pues, dar más amplitud a su acción. Las partes lo reconocieron, y firmaron en París un acuerdo que facultaba al árbitro, a falta de disposiciones reales precisas, a tomar en consideración los documentos de la época, en tanto pudiesen interpretar, lo más exactamente posible, la voluntad del Rey.

         La sentencia fue pronunciada en 1891 por la Reina Regente Doña María Cristina. No la analizaremos, pero hemos de citar algunos párrafos de los fundamentos de la sentencia.

         He aquí uno: "Considerando que la Ordenanza real invocada de lugar a dudas porque nombra lugares desconocidos". Quizá esos lugares hubiesen cambiado de nombre o de emplazamiento en el curso de un siglo; nada sabemos. En todo caso, con la Ordenanza en cuestión, no había manera de ubicar en el terreno, en 1891, los límites administrativos de 1810.

         Otro parágrafo: "La Ordenanza real que sirve de base jurídica y de punto de partida para la determinación (de una sección de frontera), no tiene la misma significación para las partes, y las expresiones empleadas en la Ordenanza no son ni bastante claras ni bastante precisas para poder fundar en ellas una decisión legal.......".

         Otro más todavía: "Considerando que Venezuela se halla en posesión BONE FIDE de los territorios situados al Oeste de los ríos Orinoco, Casiquiare y Negro; que los intereses venezolanos han adquirido allí gran importancia y fueron estimulados por la creencia de hallarse establecidos en territorio de Venezuela.....".

         Es evidente que esta sentencia no se conformó al compromiso arbitral. El Juez ha declarado, en suma, que las reglas impuestas eran insuficientes, y, de su propia iniciativa, ha tomado en cuenta reglas como la de la posesión actual BONÁFIDE y la delimitación por fronteras naturales, no contempladas en el compromiso. Todo eso prueba que el compromiso de uti-possidetis era simplemente inaplicable, y es el Soberano de España el que nos lo declara solemnemente.

         Veamos ahora un otro caso de arbitraje, a base del uti-possidetis.

         Bolivia y Perú suscribieron en 1902 un Tratado de arbitraje para la delimitación de sus fronteras, siendo árbitro el gobierno de la República Argentina. El compromiso contenía estas cláusulas: "Las partes se someten a la decisión del Gobierno Argentino, en calidad de árbitro, Juez de Derecho, la cuestión de límites que las separa, a fin de obtener una decisión definitiva y sin apelación. Todo el territorio que, en 1810, pertenecía a la jurisdicción o distrito de la antigua Audiencia de Charcas, por actos del Soberano, debe pertenecer a la República de Bolivia. Y todo el territorio, que en esa misma fecha y por actos del mismo origen, pertenecía al Virreinato de Lima, debe ser de la República del Perú".

         "El árbitro debe pronunciar su sentencia de acuerdo a las leyes de la Recopilación de Indias, ordenanzas y decisiones reales, ordenanzas de Intendencias, actos diplomáticos relativos a la demarcación de fronteras, cartas y descripciones oficiales, y en general, todos los documentos de carácter oficial dictados para esclarecer el verdadero sentido y facilitar la ejecución de las referidas disposiciones reales. Si los actos y disposiciones reales no fuesen suficientes para definir la jurisdicción, el árbitro decidirá la cuestión por equidad, pero ajustándose en todo lo posible al sentido y al espíritu de tales disposiciones y actos del Rey. La posesión del territorio ejercida por una de las partes no podrá ser opuesta a los títulos o disposiciones reales contrarios".

         El LEIT MOTIV de la posesión teórica de 1810 se levanta aquí formalmente contra todo otro género de posesión.

         La sentencia fue dada en 1909, y encontramos de nuevo en sus fundamentos algunos considerandos interesantes. He aquí un párrafo: "Habiendo estudiado con mucha atención los títulos presentados por las dos partes, el árbitro no encuentra razón suficiente para considerar como línea de división entre la Audiencia de Charcas y el Virreinato de Lima en 1810, una u otra de las líneas propuestas. En realidad, la zona litigiosa se encontraba en 1810, y hasta una época reciente, totalmente inexplorada, como se puede constatar en los numerosos mapas del tiempo de la Colonia y de tiempos posteriores, presentados por las partes, y cómo éstas mismas lo reconocen".

         En consecuencia, el árbitro termina declarando que el fallo no puede ser dado sino equidad.

         Bolivia no aceptó la decisión arbitral y sus relaciones diplomáticas con la Argentina fueron interrumpidas.

         La causa principal de la actitud boliviana fue el hecho de que establecimientos bolivianos pasaban por el fallo bajo la dependencia peruana. El Perú se avino a rectificar la línea trazada por el árbitro, y un Tratado directo puso fin a la cuestión.

         Esas dos tentativas de empleo del uti-possidetis de 1810, han fracasado, pues, por la insuficiencia reconocida del principio en su aplicación.

         Ciertos escritores aseguran que el principio del uti-possidetis no ha servido sino para agravar las dificultades de la delimitación de la soberanía territorial entre Estados vecinos. El profesor argentino José León Suárez, dice:

         "No hay una cuestión que haya hecho gastar más energía y dinero a los gobiernos americanos, ni que haya dado resultados más mezquinos en la práctica, ni que haya sido causa más fecunda para las querellas, la discordia y la guerra, que esta cuestión del uti-possidetis de 1810". Como se ve, la opinión está lejos de ser uniforme sobre ese principio que quiere elevarse a la categoría de regla consentida de Derecho americano.

         Es cierto que algunos países como Colombia casi nunca se han apartado de la doctrina del uti-possidetis juris de 1810, pero no ocurre lo mismo con otras varias Repúblicas de la América del Sud. Los Congresos Inter-Americanos, ni siquiera han enunciado esta doctrina. El Congreso de Panamá, de 1826 no se ocupó del problema de la delimitación. El Congreso de Lima, de 1848, formuló esta declaración: "Las Repúblicas federadas declaran tener un derecho perfecto a la conservación de los límites de su territorio, como ellos existían en el momento de la independencia de España, entre los Virreinatos, Capitanías generales y Presidencias, que comprendían la división de la América Española. Para delimitar sus fronteras, allí donde ellas no lo estuviesen de una manera natural o precisa, sería útil que los gobiernos interesados nombrasen comisiones internacionales para reconocer el terreno en lo posible, a fin de determinar la línea de separación de las Repúblicas tomando como base la cima de las montañas que forman el DIVORTIA AQUARUM, el Talweg de los ríos y otras líneas naturales...." por tanto, el Congreso de Lima no adoptó sino el principio que hemos llamado de la conservación de las grandes unidades coloniales; en cuanto a la delimitación, se pronunció a favor de las fronteras naturales, muy claramente, y hasta recomendando cambios y compensaciones territoriales para llegar a ese resultado. El Congreso de Panamá reunió a los representantes del Perú, Colombia, América Central y México. En el Congreso de Lima se hallaban presentes el Perú, Bolivia, Chile, Colombia y el Ecuador. Las Repúblicas del Río de la Plata se habían abstenido, como se ve. Esos Congresos no fueron Asambleas continentales.

         Lejos de mostrar la unidad en las directivas de las Repúblicas americanas, esos Congresos pusieron en evidencia la división profunda que existía entre ellos.

         A pesar de tales hechos incontestables, el uti-possidetis de 1810 es considerado todavía como una regla comúnmente aceptada. Óigase la opinión de Paul Fauchille: "Todas las Repúblicas de la América del Sud, han admitido como base del trazado de sus fronteras, el principio del uti-possidetis de 1810". Es cierto que agrega esta reflexión sugestiva: "Pero en verdad esos Estados jamás han llegado a ponerse de acuerdo sobre los derechos respectivos que ese principio les reconoce realmente".

         Lo que equivale a decir que el uti-possidetis es en principio una teoría justa, pero irrealizable en la práctica. Es justamente nuestro punto de vista.

         La demostración de la inaplicabilidad del principio no tiene solo valor histórico. El Paraguay y Bolivia han firmado en 1928 un Protocolo que les obliga, moralmente cuando menos, a decidir su litigio sobre la base del uti-possidetis de 1810. La cuestión de fronteras entre esos dos países es de suyo difícil. Lo será más aun si se la complica con principios que no ofrecen punto alguno de apoyo para una decisión legal. Es por eso que, en interés del principio del arbitraje, se hace necesario apartar todos los obstáculos que pueden impedir que la decisión sea definitiva.

         Creemos sinceramente que ha de ser muy difícil hacer revivir en la hora actual la geografía de 1810, en comarcas que eran desiertas en esa época y que lo son hoy todavía en una gran parte.

         Por otro lado, las posesiones consolidadas por medio de empresas de colonización y de obras civilizadoras son en nuestra época más respetables que los derechos hipotéticos fundados sobre cédulas reales, dictadas en la ignorancia de los lugares y en tiempos en que no se podía apreciar las afinidades geográficas naturales de los Estados por nacer. El uti-possidetis juris pudo ser en los primeros años de la independencia un arma moral contra los designios de expansión territorial de la Repúblicas más fuertes a expensas las más débiles. En realidad, los nuevos Estados no dispusieron de tiempo para pensar en agrandar su patrimonio, absorbidos como estaban por los problemas de estabilización política y de organización interna. Y hemos visto que la proclamación de la doctrina hispanoamericana no impidió las ocupaciones del Brasil en la zona española.

         En el caso que he recordado, de la delimitación de las Repúblicas de Venezuela y Colombia, territorios poblados por venezolanos fueron adjudicados a Colombia. El árbitro, sin embargo, rehusó llegar a los extremos y respetó algunos establecimientos, considerando la posesión BONA FIDE como frente de soberanía, a pesar del texto del compromiso.

 

         CONCLUSIONES

 

         El uti-possidetis no ha podido ser una regla de Derecho internacional en América Latina, porque estaba sujeto a interpretaciones contradictorias.

         El uti-possidetis de facto no es otra cosa que la ocupación.

         El uti-possidetis juris no puede ser aceptado sino cuando se funda en una posesión real.

 

         El señor Clavery, Ministro Plenipotenciario de Francia y Miembro de la Academia, habló luego refiriéndose en términos muy elogiosos a la conferencia del Dr. Ayala, quien "manejando el francés como su lengua materna, proyectó una luz muy viva sobre los problemas de política territorial en América del Sud, con lo que prestó un servicio de que esta Academia le debe estar especialmente reconocida",

 

         (Traducido por la Revista de la Academia Diplomática Internacional - París - Diciembre de 1931).

 

 

 

 

LA VOLUNTAD

 

CONFERENCIA DADA A LOS ESTUDIANTES EN EL

TEATRO GRANADOS EL 4 DE ABRIL DE 1952

 

         Voy a hablaros, no de política, sino de algo que os toca más de cerca, de algo que puede serviros por lo menos para un examen de conciencia, del cual tal vez resulten rectificaciones de conducta, u orientaciones personales definidas.

         No pretendo dar consejos ni señalar rumbos, sino despertar en el espíritu de cada uno de vosotros el sentido latente del autoanálisis y de la autocrítica, auxiliares poderosos del hombre para tener éxito en la vida. Si tuviese que dar un lema a esta conversación familiar, escogería uno muy viejo y muy famoso, escrito en la puerta del templo de Delfos: "conócete a ti mismo". No aspiro a la novedad, ni a la originalidad. El mérito de mis palabras, si alguno tuvieren, consistiría en la evocación de una gran regla de todos sabida, de muy pocos practicada.

         La base de acción eficaz de un individuo es el conocimiento propio. La noción es axiomática. La comprendemos y aplicamos perfectamente en el orden de las cosas materiales. Por ejemplo: antes de saltar una barrera hacemos un rápido cálculo de nuestra, en relación al esfuerzo necesario, y dejamos de realizamos o dejamos de realizar el acto, según la estimación que hacemos. Se observan errores frecuentes en el cálculo, porque es difícil una exacta y rigurosa apreciación. Pero los errores no son grandes. Para emplear un término deportivo, nadie pretenderá efectuar una PERFOMANCE notoriamente por encima de sus fuerzas.

         No ocurre lo mismo en el orden intelectual y en el orden volitivo. Las nociones de aptitud, en cuanto a la inteligencia, y en cuanto a la acción, son bastante confusas en nuestro espíritu. Hay quienes aprecian en menos su valor, en uno o en ambos conceptos: son la minoría. Hay quienes estiman en más su capacidad: son la mayoría. Hay quienes exageran en esa estimación hasta tocar los lindes morbosos de la manía.

         ¿Cuántos son los que tienen un criterio justo de su propia potencia? No cabe porcentaje, ni guarismos en esta materia. Pero es relativamente sencillo individualizar a quienes aprecian su valer con criterio exacto. Cada vez que notéis un hombre o una mujer que marcha con paso firme y seguro, siempre adelante, podéis decir: he aquí alguien que sabe lo que quiere y quiere lo que puede. No os engañaréis sino por excepción.

         Los megalómanos y los micrómanos (esta palabra la acuñamos para abreviar la expresión), es decir, los que se ven a sí mismos con el derecho o el revés de un telescopio ideal. Rara vez alcanzan la plenitud de realización; se quedan a media ruta de sus ambiciones, los unos; marcan el paso y no llegan donde podían llegar, los otros.

         La poquedad de ánimo, la timidez, son verdaderos enfermedades de la personalidad: los pacientes pueden curarse mediante una educación o reeducación apropiadas. Existe una terapéutica psíquica bien desarrollada para esos casos. Si no fuera salirme de los límites que me he trazado, os hablaría de este tema interesante, sobre el cual ha enfocado su poderosa lente, la investigación científica moderna.

         Desde el punto de vista en que nos ponemos hoy, tales casos tienen poco relieve: los tímidos no hacen daño sino a sí mismos. No así los ególatras, cuyos actos trascienden en la vida social, determinando en ella fenómenos de perturbación. Entre los hombres geniales que registra la historia, podemos escoger modelos de un alto valor ilustrativo. Recordemos a Napoleón Bonaparte: individuo excepcional, especie de semidios o héroe mitológico, se creyó más de lo que era. Se impuso una tarea superior a sus fuerzas bien grandes por cierto. Consecuencia: la rápida destrucción del monumento que había erigido, la desgracia de la patria que le había servido de pedestal, y la desgracia propia. No faltaron consejeros de prudencia en torno al emperador: ninguna voz era escuchada por quién se creía superior al hombre. No quiero citar otros ejemplos de megalomanía trágica. Tampoco voy a internarme en el escenario nacional, porque suscitaría de seguro contradicciones fundadas en opiniones hechas. Me propongo mantener el análisis en un cuadro objetivo e impersonal. La historia de todos los pueblos suministra material abundante para mostrar los efectos funestos del desequilibrio espiritual de los grandes.

         Por lo demás, no vale la pena magnificar el tema. Todo lo contrario, conviene reducirlo al marco de la vida cotidiana, en un ambiente de circunstancias ordinarias, con protagonistas de la clase corriente o vulgar, lo que los ingleses llaman "el hombre de la calle" y los franceses "le francais moyen", esto es, el término medio humano, situado entre la súper élite por lo alto, y los residuos sociales, por lo bajo.

         Quizá entre vosotros, jóvenes universitarios y jóvenes de fuertes ambiciones, haya alguno o algunos destinados a una carrera privilegiada. Celebraría que así fuera. Pero, sin quizá, los más de vosotros habréis acomodaros a las reglas del término medio, y ser ciudadanos del tipo usual y corriente.

         Cuando jóvenes, nuestra fantasía nos embriaga y nos hace ver princesas que nos aguardan en el umbral de palacios encantados, nuestro propio ser se transforma al golpe de la vara mágica, en héroes de distinto linaje. ¿Habéis, alguna vez, ensayado recordar la evolución gradual de vuestras ambiciones al través de los años? ¿Cuál fue vuestra primera fuerte aspiración? ¿Qué ensueños de grandeza precedieron vuestro reposo nocturno y merecieron vuestro despertar matutino de adolescente?

         La vida áspera borra poco a poco las ilusiones pueriles y empezamos a observarnos, juzgarnos con más o menos indulgencia, con más o menos sentido positivo. Así empieza el periodo de formación del carácter de la personalidad.

         La edad en que se produce esta reacción de nuestro yo es variable, según los temperamentos, según la educación familiar, según el medio en que se vive, según los obstáculos que se oponen al desenvolvimiento. He conocido jóvenes, de extraordinaria precocidad, que aún impúberes, se daban cuenta muy aproximada de su valor; conozco ancianos ajados, menos por los años que por las decepciones, que atribuyen a la mala suerte, a la ferocidad de los hombres, a coincidencias desastrosas, a concursos desgraciados de circunstancias, su vida malograda. Raro es el individuo capaz de mirarse bien de frente y de reconocer en sus propias deficiencias la causa de sus fracasos.

         Nada más funesto que basar nuestra vida sobre el factor llamado suerte, sobre el factor benevolencia, en fin, sobre eventualidades exteriores que escapan a nuestro poder y que pueden ocurrir o no ocurrir. No negamos la existencia de tales factores, ni su acción benéfica, o maléfica. Hombre de suerte, por ejemplo, es quien adquiere una propiedad a bajo precio; luego por circunstancias no previstas ni previsibles, el valor de la cosa se multiplica hasta hacer rico a nuestro hombre de golpe. Si la adquisición la hizo por cálculo, ya no hay suerte, sino especulación, o sea el ejercicio del raciocinio. Ganar el premio gordo en una lotería es tener suerte.

         Preguntemos a un padre de familia si encomendaría el porvenir de su hijo a la Diosa suerte. Esta deidad es no solamente ciega, sino avara! Cuántos millones de pequeños perdedores hacen la fortuna de los pocos ganadores? Confiar en la suerte es entregarse al fatalismo, es negar el valor del esfuerzo. Confiar en la suerte es signo de debilidad. Quienes se quejan de su desvío se declaran incapaces, ineptos, sin quererlo.

         ¡Cuántos individuos esperan semana por semana, que la lotería les dé la fortuna! Cuántos se privan de dulzuras para entregar sus flacas economías al vendedor de suerte! Sabed que comprar billetes de lotería, apuntar en el bacará o en la ruleta o en cualquier otro juego de azar, es buscar de obtener sin trabajo lo que el trabajo procura, es una declinación de la personalidad. No soy puritano, no soy un enemigo del juego por ser juego. Pero sí considero que buscar la fortuna por tal medio deprime el carácter, rebaja la dignidad. El juego es una distracción, a menudo un deporte intelectual, con tal de no degenerar en la obsesión de un lucro fácil.

         El individuo que sabe estimar su aptitud, medir su capacidad, tiene el poder de conseguir los resultados a que tiene derecho. Se siente mejor dotado de tales o cuales facultades intelectuales o mecánicas, pues dirige su vocación hacia donde ella puede tener un empleo adecuado. Se da cuenta de que esas facultades no están suficientemente desarrolladas, pues las cultiva y educa para un mejor rendimiento.

         ¿Hay deficiencias, fallas, en la voluntad? No es imposible, ni difícil, llenar las deficiencias, corregir las fallas, de modo que la energía motriz cobre todo su poder. 

         El individuo que yerra en la apreciación de su capacidad y se propone algo superior a ella, está condenado a la derrota. Es como un cazador que acomete a un tigre, armado de una navaja. El arma debe ser proporcionada al enemigo, la ambición debe reducirse al nivel de lo que se es.

         Una vez que mediante la observación propia llegamos a conocer nuestras fuerzas y una vez que mediante un entrenamiento apropiado esas fuerzas adquieren su potencial máximo, entonces nuestra actividad tendrá franco el camino, nuestras ambiciones tendrán una meta fija, precisa, accesible. Los factores exteriores quizás nos hagan llegar más lejos de lo que lógicamente nos corresponde, quizás nos paralicen en el camino antes de alcanzar el término de nuestra jornada. Tales circunstancias no son indeseables; constituyen los elementos imponderables de la lucha, los riesgos, los azares, que ponen a prueba la inteligencia y la voluntad, la sal y pimienta que realzan el sabor de la vida.

         Lo normal, lo natural es quien se propone un objetivo a su alcance y le consagra un esfuerzo racional, tenga éxito.

         Conocéis algunos de esos individuos que llamamos fracasos? Habiendo recorrido el ciclo útil de la vida llegan a lo que podríamos denominar la EDAD CRITICA mental, sin haber realizado su ideal. Con poca cosa de intuición psicológica, notaréis en ellos ciertas características marcadas: juicio agrio, pesimismo, oposición a lo presente, amor a lo pasado, ausencia de simpatías, rebeldía y falta de ecuanimidad. Nada altera el carácter, trastorna el equilibrio mental y desmoraliza, tanto como el fracaso, debido casi siempre a la insuficiencia del poder personal en relación  los objetivos de la ambición.

         La vejez de los que conocieron el éxito es dulce, exuberante de simpatía, de optimismo, de amor al presente, sin desdeñar el pasado, de esperanzas en el futuro. Los años no tocan el espíritu y aún el cuerpo goza de la euforia que produce la calma serena del espíritu.

         He aquí la profunda filosofía, la sabiduría eterna: conservar el vigor hasta el último; mantener nuestro físico y nuestro espíritu en plena salud. Vida bien ordenada, equilibrio moral, armonía en nuestro ser orgánico, resumen la fórmula de la felicidad humana.

         Los hombres son originariamente desiguales en lo físico, en lo mental y en lo social. Tal vez sería más exacto decir que, son diferentes. La desigualdad se corrige ampliamente en la vida. No son los individuos naturalmente más vigorosos, no son los mejor dotados de intelecto lo que siempre obtienen las palmas del triunfo. Con frecuencia la misma prodigalidad de la naturaleza inclina a descuidar los dones recibidos. En tanto, seres menos privilegiados, a fuerza de empeños bien enderezados, rectifican el disfavor, y ganan terreno en la carrera. Cualquiera sea la herencia fisiológica, psíquica o social, con que nos lanzamos a la gran aventura, hay que procurar sacar el mejor provecho.

         He hablado de la felicidad. ¿En qué consiste ella? Los filósofos, los moralistas, los teólogos os hablarán de la dicha en distinto lenguaje. No vamos a hacer cátedra. Nuestra filosofía, sin pretensiones, es la del sentido común; no trataremos de penetrar en el misterio del destino. Nos basta afirmar esto que todo el mundo comprende: el objetivo de nuestros esfuerzos es la dicha, dicha propia, personal, egoísta. Se puede exornar de muchos modos la palabra, el concepto no cambia. El egoísmo es la fuerza propulsora de la humanidad, el sentimiento fundamental de la vida. No es algo que se opone al altruismo; el altruismo es una derivación del egoísmo: amor al prójimo, a la familia, a la patria, a la humanidad son formas superiores de egoísmo. ABINITIO no hay en el individuo más que un instinto o sentimiento: la conservación. La dicha está vinculada a lo que favorece ese instinto o sentimiento: con la evolución se diversifican las necesidades y sus expresiones psíquicas. La felicidad es múltiple, de forma variable, según la edad, temperamento y otros factores personales. Radica en la intimidad de nuestro ser, no en las cosas exteriores en que tan a menudo la queremos poner.

         Hay quienes creen que la acumulación de bienes materiales, de dinero, constituye la dicha. Error. La fortuna no es la dicha. Hay seguramente más infortunados morales en la clase de los ricos que en la de los pobres. Hace unas semanas se suicidaron dos magnates de las finanzas: el uno no encontró alivio en la generosidad con que distribuyó sus inmensas fortunas; el otro, jefe de una de esas vastas combinaciones de negocios internacionales, sucumbió en una crisis de sus nervios exasperados.

         Hay quienes ven la felicidad en el aplauso, en los honores. Satisfacciones de vanidad, placeres efímeros con reversos a menudo ingratos. Solo un aplauso es genuino y sincero siempre; el de nuestra conciencia; de los honores, lo que dura es el honor, la dignidad de la vida.

         El poder suele ser considerado como una fuente de la dicha. El instinto de la dominación es uno de los más fuertes estimulantes sociales. ¿Quién no quiere imponerse a los demás? Levantad el dedo si osáis. En las edades primitivas el individuo domina por la fuerza, por la violencia. En de la edades sociabilidad y de la civilización, se denomina por la inteligencia, por la voluntad, yo recuerdo todavía los tiempos en que, en nuestro país, los matones y trabuqueros valían más que los comités y convenciones políticas.

         El Paraguay ha evolucionado, merced sobre todo a esa casa que es para vosotros y para mí, el ALMA MATER, la Universidad. Alguna vez echaremos las cuentas de lo que ella ha hecho por esta patria, a pesar de su clásica indigencia.

         Y bien, el sentimiento de la dominación se manifiesta en mil formas: la riqueza es un instrumento de dominación; el aplauso y los honores, son testimonios de dominación. El placer de enseñar, el placer de convencer, el placer de perorar ante un auditorio - lo que estoy haciendo - se originan en ese sentimiento. Las luchas políticas, que por regresión desgraciada, degeneran ocasionalmente en combates de hombres primarios, tienen sus raíces en esa misma fuerza psíquica espontánea. Inclinación nativa del individuo, no hay que obstruirla, sino guiarla.

         La satisfacción y bienestar que derivan del poder se explican por la expansión e irradiación de nuestra personalidad. La sociedad es el reflejo de ese espacio sideral en el cual ondas de energía se cruzan por miríadas, causando en sus incidencias infinitas, los fenómenos del universo. Los hombres son focos de poder radiante. Fuerzas misteriosas se desprenden de los espíritus y actúan recíprocamente unas sobre otras.

         La dominación que busca el hombre civilizado no ha de confundirse con el poder de las satrapías y cacicazgo. Es algo totalmente distinto. El poder que aspira el individuo civilizado es el de hacer el bien. Todo poder de un hombre sobre otro hombre, que no sea en beneficio de este último, va contra la naturaleza.

         Sinteticemos: el poder es la finalidad superior de la vida inteligente. La finalidad del poder es el bien. No hay individuo que no ejerza un cierto poder. Por eso no hay individuo que esté exento de la necesidad de ser bueno.

         Las religiones sin excepción predican la bondad; todos los sistemas morales basan en ella el orden ético. El error de algunas doctrinas yace en creer que el hombre es bueno por naturaleza y que la sociedad lo hace malo. El catolicismo halla el origen del mal en la falta del primer hombre: Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza, esto es, lo hizo bueno. No tanto sin embargo, para impedirle caer en el primer pecado, que ha recaído sobre toda la posteridad. Según el dogma de la Iglesia, tenemos una tara ancestral que no es otra cosa que la inclinación al mal. La Sociología, por otras vías, encuentra también que los instintos naturales humanos no son los que llamamos de bondad.

         Si el hombre fuese bueno por índole nativa, la Sociedad sería innecesaria. La Sociedad es el sistema de seguridad establecido para contener maldad, especialmente de los fuertes. Desde el clan, hasta la Sociedad de las Naciones, toda la jerarquía y variedad de las instituciones sociales tienden a disminuir la libertad de los hombres, a fin de hacer posible la convivencia.

         Y bien, la bondad mana de un estado mental, es una efectividad que necesita ser cultivada para que se desarrolle y crezca. El método de cultivo consiste en mostrar su utilidad para el individuo, su estrecha relación con el egoísmo inteligente. Que la religión condene el mal con penas de ultratumba, que la ética lo sancione en nombre de la solidaridad o de imperativos categóricos; no nos oponemos. Pero creemos que ha de ser de más eficaz efecto hablar el lenguaje de conveniencia. Se bueno, porque la religión te ordena, la moral te advierte y el egoísmo te aconseja. No predicamos doctrina; no profesamos en confesión o escuela determinada. Queremos poner estos problemas trascendentales al alcance del común sentir y pensar.

         Vamos a referirnos a algunas formas concretas de la bondad, y empecemos por la tolerancia. Cada cual tiene sus ideas, propias o ajenas; toda opinión contraria provoca una reacción, lo que los psicólogos llaman un reflejo. Si obedecemos a la acción del reflejo, nos opondremos a las ideas adversas y lo haremos con pasión y vehemencia. Si el reflejo continúa imperando, llegaremos a descarrilar y a ofrecer el espectáculo de nuestra falta de control personal. Un sufrimiento psíquico es la consecuencia. Al cesar la discusión, sentiremos nuestros nervios en un estado de excitación y más tarde nos vendrá una depresión moral acompañada de un malestar corporal. El trastorno nervioso que se transmite a los órganos vitales perturba el proceso de la nutrición, de la respiración, de la circulación, etc....... Es poca cosa, pero cuenta y suma mucho a la larga. Los órganos más débiles ceden poco a poco a la acción de los nervios. Un dispéptico, un cardíaco no pueden darse el lujo de disputar a menudo, porque les costaría caro.

         La intolerancia no frenada por la voluntad, da nacimiento a la malquerencia, a la inquina, al odio. Despojaos, jóvenes, de estas lacras psíquicas que empequeñecen nuestra personalidad, que falsean nuestro carácter, que nos atan al carro ajeno, que nos hacen sufrir y enfermar. La tolerancia es higiénica para el cuerpo y para el alma. Ser tolerante es ser sobrio, es como no usar o no abusar de tóxicos. La tolerancia no significa aceptar opiniones en que no creemos, sino respetarlas a fuer de leales contradictores, discutirlas si es preciso - solamente si es preciso - guardando siempre la calma, la dignidad, la serenidad.

         En mis tiempos de Colegio Nacional, hubo una disputa gramatical sobre si una palabra era artículo o pronombre: un profesor de gramática sostuvo una tesis, otro profesor la contraria. Y los alumnos nos dividimos en dos campos, y menudearon las disputas acaloradas; agotados los pocos argumentos, echóse mano a las piedras, ladrillos, navajas y otras razones de análoga contundencia. Los estudiantes más robustos impusieron francamente su tesis con la ayuda de los puños. Fue la primera ocasión en que mi espíritu inocente se apercibió del valor relativo de estos dos grandes factores históricos: la razón, la fuerza.

         Voy a extraer otra reminiscencia de mi colección personal. En 1911, vivía en Londres, en una especie de exilio. Visitaba diariamente los jardines del Hyde Park, situado en el corazón de la metrópoli, para escuchar a los oradores al aire libre que frecuentan ese paseo, donde abren cátedra sobre los más variados asuntos: diplomacia, negocios, estética, etc. No es raro que a distancia de 20 metros diserten un socialista y un conservador, un anglicano y un reformista, un librecambista y un proteccionista. El público, tranquilo, de buen humor, oye a unos y a otros, se agolpa donde más se grita, y, terminada la campaña, continúa su paseo sin comentarios. Yo también iba de una tribuna a otra, llevado del deseo de habituar el oído a los matices tan diversos del idioma inglés. Pero otro resultado inesperado tuve de esas audiciones: el apaciguamiento de mi intolerancia. Después de dejarme vencer por un fogoso librecambista, un proteccionista de no menor ímpetu me hacía vacilar, dudar. Fui comprendiendo que la razón no estaba totalmente del lado que yo creía y que había que pensar y repensar y cuidarse de no condenar en absoluto la tesis opuesta.

         Poco a poco ese admirable pueblo británico me dio nuevas oportunidades de extender mi experiencia. Me inscribí como oyente de una Iglesia llamada ética: "Ethical Church", sólo porque el local estaba cerca de mi pensión; era una de tantas asociaciones de culto, con su ritual, sus cánticos, sus ceremonias: una especie de Iglesia positivista, dedicada a la admiración de los grandes humanos.

         Los domingos asistía al servicio divino en la Iglesia católica, y el sermón del sacerdote, sencillo elocuente, cálido de amor, me llenaba de unción. Así fue, sedimentándose en mi alma una amplia tolerancia que después he conservado y trato de cultivar, combatiendo, cada vez que asoma la cabeza, el dominio de los reflejos instintivos, que no están muertos, sino enjaulados por mi voluntad.

         Hablemos de otra expresión de la bondad, la simpatía. No hay hombre fundamentalmente antipático. La monstruosidad misma, física o moral, es digna más bien de simpatía; porque es una causa de sufrimiento. El individuo embargado por odios absurdos, que se complace sólo de la desgracia del prójimo, que sueña, dormido y despierto, en la destrucción, en el crimen, es merecedor de lástima, de piedad. Las pasiones morbosas le hacen desdichado irredimible, padece de penas infernales. El hombre equilibrado se defenderá de sus ataques pero sin poner en juego su afectividad. De un tigre huimos o nos defendemos, pero no le odiamos; al contrario, nos place contemplar sus bellas formas detrás de barrotes de hierro.

         El ejercicio de la simpatía es una fuente fecunda de goces. La amistad, la camaradería, la ayuda que damos o recibimos, la simple conversación en que ponemos algunas chispas de ingenio en el fluido abundante de la cordialidad, nos proporcionan placeres sanos y puros que exaltan lo mejor que hay en nosotros y contribuye a mantener la salud física. Usemos parcamente de la ironía, de la sátira, ejercicio fácilmente nocivo. Cultivemos el "humour" que hace reír sin lastimar.

         Un vicio deprimente es la envidia. La voluntad debe matarlo. El compañero de aula obtiene un triunfo que en nuestro adentro juzgamos injusto. Reaccionamos con energía, felicitándole con efusión y cariño y hablando a todo el mundo de los méritos del compañero. Si no podéis dominar la envidia, no la hagáis al menos visible; es un sentimiento ruin que debe ocultarse como una infección vergonzosa.

         No necesito extenderme más. Cada cual de vosotros puede examinar uno a uno los sentimientos derivados de la maldad ingénita o si prefieren, ancestral, y el sentimiento opuesto creado por la vida social, realzado por la civilización, refinado por la cultura. Todo hombre tiene en su armario un surtido completo y puede hacer su propio psicoanálisis. Veréis, si razonáis con lógica, que el único medio para elevar y dignificar vuestra persona, para obtener los goces sin mezcla de la vida, para ser un hombre feliz, es practicar la bondad en el más alto grado posible. No me refiero a esa bondad resignada que consiste en dar la otra mejilla a quien nos abofetea, sino a la bondad reflexiva, voluntaria, de quien lucha con las armas de su inteligencia, pero sin excitar su afectividad.

         Pongamos pasión al servicio de ideales superiores, guardémonos de gastar nuestra reserva dinámica en cosas fútiles.

         En resumen: Saber lo que valemos, y para qué valemos; adiestrar nuestras facultades; entrenar nuestra voluntad para contener los impulsos rastreros y exaltarlas tendencias superiores; adquirir el control de nosotros mismos en todo momento, en toda circunstancia, son las prescripciones que jóvenes y viejos pueden seguir, cualquiera sea su comunión confesional o espiritual, con la certeza de que no sufrirán no decepción, ni arrepentimiento.

 

         LA VOLUNTAD Y EL LIBRE ARBITRIO

 

         En las primeras edades, predominan en el hombre los instintos derivados de la naturaleza en su forma puramente animal. La conservación individual y específica es la ley suprema. Ella no conoce ninguna clase de restricciones, ni limitaciones que no sea la resistencia de los otros seres. La fuerza impera soberana y el vigor físico es la medida de la vitalidad. Poco a poco, se insinúa otra fuerza sutil, imponderable: la energía psíquica.

         El poder de los individuos más inteligentes se multiplica y el hombre, débil en relación a otros animales y en relación a los obstáculos naturales, se instala, sin embargo, como rey, en el centro de la creación. La superioridad del hombre reside en la conformación de su cerebro, de su sistema nervioso. El nervio manda al músculo.

         El hombre de las edades más avanzadas nace ya en medio propicio para la dominación. La herencia fisiológica y psicológica ha impreso en su cuerpo y en su alma el sello de las conquistas ancestrales. No es iniciador, sino continuador de una empresa inmemorial e inacabable.

         Porque ha existido la memoria de su pasado, el hombre al reflexionar sobre su posición privilegiada en el mundo de él conocido, se atribuye un origen sobrenatural y se consagra a sí mismo fin y objetivo del universo. La ciencia despeja las brumas del horizonte intelectual, brumas levantadas en la atmósfera de la ignorancia, por esa gran inventora de ficciones, que es la fantasía.

         Si la vitalidad del hombre y del grupo primitivos se medía por la fuerza brutal, la vitalidad del hombre y grupo evolucionados se mide por su poder mental, y se llama civilización.

         La lucha entre el cuerpo y el espíritu, entre el músculo y el nervio es la trama de la historia humana. Barbarie y civilización se confrontan a través de los milenios, con suerte desigual. Resultado: los bárbaros se civilizan, los más civilizados adquieren ciertas aptitudes de los bárbaros. Así, la humanidad marcha hacia su perfeccionamiento, hacia su plenitud.

         Hay una evolución continua en la humanidad, hacia rumbos misteriosos, es decir, hacia rumbos que escapan a nuestro entendimiento. La evolución se opera por sobre nosotros. ¿Contribuimos a su proceso? A veces. Pocas veces. El hombre posee un poder de iniciativa: es lo que se llama LIBRE ARBITRIO. El libre arbitrio es un producto social. Cuanto más evolucionado el individuo, cuanto más intensa y activa su sociabilidad, más poder tiene de libre determinación. Al revés de lo que comúnmente se piensa, el hombre aislado, el hombre primitivo, carecen casi totalmente de libre arbitrio: su vida está dominada por influencias circundantes. La sociedad crea la verdadera libertad del hombre, la libertad superior, la que le permite reaccionar sobre el medio físico y social, la que le habilita a sustraerse a la tiranía de los factores exteriores, la que suscita la conciencia o visión interna del ser psíquico la que origina el más alto exponente de la vida: la voluntad.

         Y bien, ¿qué uso hacemos de nuestro arbitrio? No siempre el mejor uso. La evolución colectiva que por tendencia espontánea nos lleva al progreso, se ve contrariada a menudo por el árbitro de los hombres. Algunas veces, ese arbitrio, aconsejado por la inteligencia, ayuda a la evolución.

         El libre arbitrio de los hombres es un factor eventual de retroceso, de estagnación, o de adelanto colectivo. Podéis encontrar en la historia ejemplos de pueblos que se desgarran en luchas civiles, en el mismo momento en que el enemigo invasor penetra en su territorio. Inclinaciones anárquicas dominan las voluntades; los llamados del patriotismo o sea de la conservación no tienen eco en espíritus obsesionados. Los instintos guían más seguramente a los brutos para su defensa, que las pasiones desatadas al hombre racional.

         Pero el libre arbitrio se pone en ocasiones del lado de las energías evolutivas para ayudarlas, impulsándolas. Entonces, se ve el espectáculo de un progreso social, firme, ascendente, acelerado.

         Una sociedad, pues, se desenvuelve espontáneamente en un cierto sentido, que es por lo común el del progreso, guiada por una intuición oscura que nace del subconsciente colectivo. Ese desenvolvimiento es lento. Es, diríamos, la evolución vegetativa. Las primeras etapas cubren edades. Las primeras conquistas del hombre se espacian por siglos: ¿sabéis lo que duró la edad de piedra?, ¿y el tránsito a la edad de los metales? Los primeros pasos son tanteos. Luego la inteligencia se hunde osadamente en los secretos de la naturaleza, revela sus leyes, prevé sus fenómenos, utiliza las energías físicas mediante el conocimiento de su esencia y modalidades.

         El arbitrio humano, impulsado por la razón, se interpone en la cadena de la casualidad, genera, dirige fenómenos. Así surge la voluntad creadora, que es más bien la voluntad suscitadora.

         La voluntad social es la síntesis o resultante de las voluntades individuales. ¿Cómo se combinan las voluntades individuales en esa síntesis? Por agregación o interferencias. Las voluntades se suman, restan, multiplican y dividen, como cantidades que son, aun cuando imponderables.

         Se suman cuando toman la misma dirección; se multiplican cuando combinan y unifican su acción. Tal el poder de la asociación. Dos hermanos se dedican al comercio cada uno por su lado y traen al hogar común los beneficios: suma. Se asocian en el comercio, y acrecientan los beneficios: multiplicación.

         El espíritu de asociación es multiplicador de la potencia individual. El espíritu de dispersión, de aislamiento, de individualismo radical, es opuesto a la eficiencia. El bien del individuo es el objetivo, la asociación es el medio. Hay que querer el medio, si se quiere de veras el fin.

         Nuestros males, o, mejor dicho, deficiencias e insuficiencias, en todos los órdenes de actividad, nuestra debilidad nacional, que nos puede librar a contingencias funestas, se deben en buena parte a que las voluntades individuales no se suman, menos se multiplican; todo lo contrario, se restan y amenguan, si es que no se neutralizan y anulan. El libre arbitrio lo empleamos con una saña feroz en combatir la acción de los demás. El poder social naufraga y sucumbe en el remanso. Observad el triste espectáculo de nuestra insociabilidad. La vasta tragedia sacrifica a la comunidad y a los individuos. Alimentamos querellas cuyo ardor no se justifica. Destruimos como locos.

         El Paraguay ha adquirido en lo que va del siglo XX una cultura intelectual apreciable. Desgraciadamente esa cultura se ha desarrollado sin el contrapeso necesario de la educación social o sea de la formación de la voluntad. Se ve con pena a las generaciones que van llegando a la madurez del entendimiento, mostrar los prodromos de ese desequilibrio espiritual, en mayor grado quizá que las generaciones precedentes, no tan favorecidas en cuanto a instrucción. Si continuamos por la misma vía, si nuestros jóvenes se convierten en cerebrales dominados por la emotividad, la suerte de la Nación no estará segura en el porvenir.

         Hay un error fundamental de concepto que vale la pena rectificar. Creemos que la vida está gobernada por la inteligencia. No es así. La vida es regida por la voluntad. Hay hombres de extraordinaria mentalidad, capaces de discurrir con lógica inexorable acerca de los resortes más delicados de la política, para quienes la ciencia de la gobernar los hombres carece de secretos y, con todo eso, no saben poner orden en su propia casa, no logran gobernar su mujer y sus hijos. Economistas hay que discurren con suficiencia insuperada sobre los problemas de la riqueza e ignoran el arte de ganarse la vida.

         No objetamos los métodos docentes porque mejoran cada día más el bagaje intelectual de la juventud. Pero sí porque no tratan de dotarla de las virtudes que hacen rendir frutos a la preparación intelectual.

         La acumulación de ciencia en el cerebro no basta para formar al hombre eficiente. Los padres que dejan fortunas a sus hijos sin tener la precaución de enseñarles el arte de conservar, acrecentar y utilizar racionalmente el patrimonio, cometen error imperdonable. Así también la sociedad que enseña la ciencia y no enseña la conducta a las generaciones en formación.

         Vamos a mirar de un poco más cerca las funciones de la voluntad. Entre las revelaciones trascendentales de la psicología moderna cabe señalar la teoría de la subconsciencia y la de los reflejos.

         Hemos creído por mucho tiempo que toda la vida psíquica era la que nos descubre nuestra conciencia. Fenómenos psíquicos y fenómenos conscientes eran la misma cosa. Toda nuestra ciencia del alma se reducía a clasificar y a analizar las funciones mentales que se prestan a lo que se llama la introspección u observación interna. Siento un dolor, y me doy cuenta de él directa e inmediatamente por la conciencia. El dolor es un fenómeno psíquico. Busco la causa y no siempre la encuentro. Siento el dolor del hambre, el dolor se localiza en el estómago, y un poco en la cabeza. Y me pregunto ¿es el dolor del hambre resultado de una lesión o trastorno funcional del estómago y de la cabeza. No. El hambre es una especie de anemia general del organismo: son las células de los diferentes tejidos que claman por alimento. Ese clamor general se transmite al cerebro, donde existe una estación de escucha. El centro general del hambre se impresiona y una onda nerviosa hace sonar la campana de alarma en el órgano de la digestión. El dolor llamado hambre, pues, es el momento afectivo y consciente de un largo y complejo proceso orgánico, sumido en la oscuridad. No conocemos ese proceso sino por inducciones y deducciones, del mismo modo que los fenómenos extraños a nuestro cuerpo.

         Muy poco es lo que sabemos de nosotros mismos por visión directa. El resto lo descubrimos por medio de la lógica.

         Imaginad una torre elevada en medio de una inmensa y tupida selva. Desde esa torre y en medio de la noche un potente reflector proyecta una luz intensa sobre el bosque: ¿Qué descubrimos? El mar de las copas entrelazadas; no vemos nada más. Con esta sola visión no comprendemos la floresta. La vida de la floresta está en los árboles, en sus ramas y hojas que transportan y distribuyen la savia, en sus raíces que chupan las substancias necesarias del suelo, en los maravillosos fenómenos de la fecundación; en el proceso continuo de los cambios físicos y químicos de la vegetación. Todo esto no lo muestra el potente reflector. Así la conciencia que ilumina solo segmentos de los procesos vitales.

         Lo más importante de nuestra vida psíquica se realiza en el dominio de la subconsciencia. Conocéis el caso vulgar de una idea o nombre, que nos esforzamos sin éxito en encontrar en el almacén de nuestra memoria; un tiempo después, cuando hemos abandonado el empeño, súbitamente surge la idea o el nombre. La subconsciencia estaba trabajando en la trastienda, mientras nuestro espíritu se dedicaba a otras tareas. Nuestras ideas, nuestros movimientos, evolucionan la mayor parte del tiempo en la subconsciencia, Nuestra actividad recibe la mayor parte de las órdenes de la subconsciencia. ¿Qué son los reflejos? Son precisamente los movimientos y actos que realizamos en cumplimiento de órdenes de la subconsciencia. Ejemplo: una detonación suena cerca de nosotros y cerramos los ojos. ¿Por qué? Nadie puede decirlo. De la subconsciencia ha salido una orden que se ha transmitido a cierta estación cerebral que comanda los nervios motores, oculares externos, estos nervios llevaron el fluido a los músculos de los párpados y estos cubrieron el globo del ojo instantáneamente. Interrogad vuestra conciencia para saber si ella se ha dado cuenta del proceso. No. La conciencia se apercibe del reflejo después de efectuado. Nos damos cuenta que nuestros ojos se cerraron y de que el fenómeno provocador fue la detonación. Interrogad a la razón si el reflejo ha obedecido a una necesidad: os dirá, no. Os dirá que todo lo contrario, cerrar los ojos en presencia de un peligro es hacer imposible una defensa calculada, ya que por la vista podemos apreciar ese peligro y producir una reacción adecuada.

         El reflejo es un movimiento automático, irreflexivo, ciego. La voluntad da origen a movimientos calculados, medidos, precisos. No entendamos que los reflejos sean inútiles. Ellos constituyen un admirable sistema de protección del ser. Pero la voluntad corrige los defectos, los adapta a las finalidades superiores de la existencia, crea otros nuevos, respondiendo a necesidades del organismo. Hay reflejos de origen voluntario de maravillosa perfección. He aquí una joven dama sentada en la butaca de un piano; delante una página cubierta de arabescos regulares que cifran melodías musicales. La dama recorre los signos con la vista, los dedos de las manos juegan sobre las teclas, la garganta modula sonidos sabiamente ordenados, los pies presionan los pedales. Una armonía delicada brota del conjunto de actos en cuya ejecución participan variados músculos y fibras nerviosas, centros encefálicos, todo sin esfuerzo y sin dificultad. Esos sorprendentes reflejos son el resultado de un largo entrenamiento voluntario. Los actos voluntarios, al repetirse, se vuelven automáticos y constituyen verdaderos reflejos. La rapidez, precisión y seguridad con que traducimos las asociaciones mentales por medio de la palabra oral y por medio de los signos de la escritura, son efectos de una combinación de múltiples y delicados reflejos.

         Ahora bien, hay actos que por su naturaleza no pueden quedar librados al automatismo; hay reflejos que no responden o responden imperfectamente o aún más: contrarían la necesidad vital. La emotividad es la gran fabricante de reflejos; la emotividad no nos sirve siempre bien. Tomemos algunos ejemplos: un individuo, del tipo de susceptibilidad excesiva, contesta a la broma de un amigo con puñetazos. Hay una desproporción evidente entre la causa y el efecto, entre la acción y la reacción. Aquí ha hablado la emotividad; la broma ha excitado ciertos reflejos que no han podido ser controlados por la conciencia. Cuando un hombre que duerme en el piso alto de una casa oye gritar: "fuego", se levanta y se tira a la calle, sin averiguar más, ha obedecido a un reflejo; cuando una mujer lanza un grito agudo y salta sobre una silla, porque ha visto correr una laucha en la habitación, ha seguido un reflejo. Veamos una reacción de la voluntad. El primer movimiento al oír la broma que hace reír a los circundantes es golpear con el puño al bromista; la emotividad se pone en movimiento; pero antes de levantar el brazo, una orden rápida paraliza la acción y la víctima acompaña alegremente a los que ríen. ¿Qué ha ocurrido? Primero, la voluntad ha frenado el reflejo, ha ejercido un poder de inhibición; segundo, ha causado una acción opuesta, reírse, en cierto modo de sí mismo. La razón de este cambio? La experiencia social enseña al individuo que la reacción instintiva le hará daño y que la reacción voluntaria le será útil.

         La inhibición es la forma preponderante de acción de la voluntad. El orador parlamentario que calla ante un adversario que pierde los estribos o responde espiritualmente a sus ataques coléricos, el hombre que no revela un secreto, aún cuando momentáneamente se piense mal de él, ejercita el poder inhibidor. Ese poder llega a veces a lo sublime.

         Una diferencia capital existe entre el motivo y el volitivo. La emotividad enfermiza crea los hiperemotivos. El tímido es un hiperemotivo de la sensibilidad. Hiperemotivo de la motricidad, es el hombre del puñetazo.

         Hagamos con el mismo ejemplo una gradación. Un corro de amigos en un club; un camarada llega que acaba de ser rechazado por una niña a quien requirió amor. Uno de los del corro dice: ¿Qué tal andamos de calabazas? Reacciones hipotéticas: 1° El bromeado salta sobre el bromista y le aplica un golpe, tenemos un hiperemotivo agudo de la clase motriz. 2° contesta con un insulto o grosería; hiperemotivo simple. 3° Se le demuda el semblante, palidece, o se sonroja, se nota sufrimiento en las facciones; hiperemotivo del género sensible: 4° abaratamiento observado en la actitud, pero sin reacción fisiológica, ni motriz; emotivo 5° Respuesta espiritual o hacer coro a la risa general; volitivo. Este cuadro no es científico; lo proponemos a título meramente ilustrativo. Nuestro propósito es señalar la variedad de matices temperamentales, entre el individuo a quien dominan sus reflejos y aquel otro que sabe dominarlos.

         La juventud es la edad emotiva por antonomasia. Nuestras primeras decepciones son crueles. Hay que podar con cuidado el ramaje copioso de nuestras ilusiones. Una transición brutal de la ilusión a la realidad, es a menudo fatal. Las decepciones del amor son las más peligrosas en esa época de la vida; ¿cuántas existencias descarriadas por causa de amores juveniles desgraciados? A la edad de treinta años, las flechas de Cupido dejan de ser mortales, a cuarenta arañan, a cincuenta hacen cosquillas......

         El ejercicio precoz de la voluntad es aconsejado. Ella es la podadora eficaz de las inclinaciones románticas. El entrenamiento de la personalidad no hace la vida necesariamente adusta.

         Se suele hablar de individuos de voluntad indomable: la voluntad es esencialmente domable: la que es indomable por ser ciega es la emotividad. El hombre que lleva adelante una empresa a sabiendas de que va a la ruina, por puntillo de honor o de amor propio, el que mantiene una decisión que ha tomado después de apercibirse de que es ella errada, sólo por no dar su brazo a torcer, se dejan llevar de su impulsividad, no de su voluntad. La voluntad es lógica, racional y por tanto flexible.

         Hemos hablado de voluntad colectiva y de cómo se forma. Es evidente que las emotividades no pueden aumentarse ni multiplicarse porque responden al temperamento personal esencialmente vario; en cambio las voluntades pueden agregarse y unirse porque obedecen a leyes de razón y lógica, las cueles son idénticas para todos los espíritus cultivados. De aquí que formar la voluntad individual sea equivalente a formar el espíritu social, la sociabilidad. Por razón, por lógica, por egoísmo bien entendido los hombres se sujetan a las restricciones numerosas que implica la convivencia; renuncian a algunas libertades menos necesarias para asegurar aquellas más útiles.

         Cultivar la voluntad es propio de todas las edades. Ningún hombre se libra por completo de los instintos de su emotividad. Someter y gobernar nuestros reflejos es una gimnasia que procura satisfacción vivísima. Es la victoria del espíritu sobre el cuerpo, del intelecto sobre el bruto que hay en nosotros. No existe ejercicio más educador, más útil, más noble que el que nos lleva al dominio y control de nuestro mecanismo íntimo.

         Hubiese deseado desarrollar un programa completo destinado a formar y fortificar la voluntad. Me limitaré a una veloz indicación. Primeramente, en lo tocante al cuerpo: la higiene. ¿Qué tiene que ver la voluntad en la higiene corporal? La buena salud es indispensable. La voluntad sufre más de las enfermedades que la inteligencia. Esta es facultad de asimilación, pasiva en cierto modo. La voluntad es activa. El mal funcionamiento orgánico la debilita, la altera, la paraliza, dejando lugar a la emotividad. No necesito dar ejemplos de voluntades doblegadas y suprimidas por el mal físico.

         Nombremos algunos capítulos de higiene. 1º La sobriedad. He aquí un campo magnífico de entrenamiento. El ramo de la comida y la bebida se presta a los más funestos desórdenes. La función más importante de la vida orgánica se convierte a menudo por imperio de la emotividad en la causa principal de nuestros males físicos y morales. El placer efímero de la mesa nos priva con frecuencia del placer supremo de la salud. La alimentación tiene que ser racional; según la clase de trabajo, muscular o nervioso, según la intensidad del trabajo, según la edad; etc. El exceso en el comer y en el beber es testimonio de falta de voluntad. Se come para vivir, no se vive para comer.

         Nuestros órganos de nutrición tienen una capacidad limitada de trabajo; no hay que exceder los límites. Alguien ha dicho: se vive no de lo que se ingiere, sino de lo que se digiere.

         2° Ejercicios físicos, La cultura física es un aparte esencial de la vida humana. Cada individuo debe tener su gimnasia propia, porque el trabajo cualquiera que sea, no ejercita sino determinados órganos. El que trabaja con los hombros, el que trabaja con las piernas, el que trabaja con los nervios (trabajos mentales) necesitan ejercitar los demás órganos, a fin de mantener el equilibrio y evitar el lateralismo, la asimetría funcional y orgánica. Especialmente el sistema óseo y muscular requieren atención. Un universitario de cualquiera Facultad no debe ignorar el complejo de los músculos y procurar que se mantenga en plena eficiencia. Ciertas formas de atletismo son contrarias a la cultura física, a superpotencia de ciertas zonas musculares se realiza por lo común a expensas de otras regiones orgánicas.

         3° Reposo. Los jóvenes alardean de prescindir del reposo. Abusan de un vigor aún intacto. Cuando los músculos se fatigan cesan de trabajar. Los nervios son más resistentes a la fatiga inmediata y pueden ser mantenidos en actividad por estimulantes generalmente tóxicos.

         El reposo del sistema nervioso es el sueño. No abreviéis caprichosamente el tiempo destinado a él. Los que más necesitan de sueño son los trabajadores cerebrales, y son los que menos duermen. Los intelectuales no cansan suficientemente el cuerpo y envenenan los nervios con excitantes que se oponen al sueño. Para los trabajadores mentales no basta, por lo demás, el buen reposo nocturno. Durante el día, a intervalos más o menos largos, el cerebro necesita compases de descanso.

         Higiene y gimnasia del espíritu. Solo algunas reglas. 1° diversidad de ejercicios para conservar la armonía y evitar la unilateralidad con hipertrofia de una facultad y atrofia de otras; el matemático que ejercite profesionalmente el raciocinio necesita cultivar la memoria; la imaginación; el poeta ha de ejercitar las funciones lógicas.

         2° trabajar lo menos posible mentalmente, bajo la influencia de fuertes emociones.

         3° conocer y practicar los ejercicios físicos adecuados para aflojar la tensión nerviosa, por ejemplo: la gimnasia respiratoria, los paseos por el campo.

         4° los trabajadores cerebrales deben reducir o excluir el uso de excitantes nerviosos que pueden convenir en cambio a los trabajadores musculares.

         5° evitar el surmenage, parar el trabajo mental al menor signo de fatiga.

         6° distracción. Hay que dar solaz al espíritu. Los mejores medios de recreo mental consisten en la contemplación de la belleza en la naturaleza y en el arte. Ella vivifica como el aire puro. Las formas del arte preferibles son las impersonales, las que despiertan elevados sentimientos o causan emociones tiernas. La literatura pasional, el teatro moralista o amoralista, no responden al objetivo. La poesía, la música, la arquitectura, la pintura y escultura ofrecen tesoros inefables de placer generoso y sano.

         7° educar la voluntad, ejercitando su imperio creciente sobre los instintos, sobre las inclinaciones, sobre los pensamientos; hacer de ella una fuente de poder sobre nosotros mismos y sobre los demás.

         Jóvenes universitarios: si llegáis por vuestro esfuerzo a adquirir una voluntad eficiente, habréis conseguido el triunfo que cuenta en la vida, Poseer voluntad es tener el único bien indestructible en este mundo.

         En la economía, la moneda representa la universidad de los valores económicos. Quien tiene dinero, tiene cualquier clase de riqueza que esté en el comercio. La voluntad es una moneda de más alto cuño pues representa la universidad de los valores humanos. Con la voluntad el hombre puede ser poeta, filósofo, político, guerrero, santo. Tarea la más fácil es ganar dinero.

         Pero si tenéis voluntad no pondréis lustras aspiraciones en el dinero que no es más que un medio de acción. Seguramente, objetivos más encumbrados atraerán vuestras ambiciones.

         La generación que se inicia en la vida tiene ventajas enormes sobre nosotros que estamos ya en aquella etapa en que es difícil modificarse. La edad deja rastros en lo físico; los huesos pierden su elasticidad y consistencia; los músculos se contraen y se dilatan con menos vigor; las arterias se esclerosan (según el decir de un sabio, tenemos la edad de nuestras arterias), la red nerviosa disminuye su poder conductor, transformador y acumulador; las funciones de reproducción se extinguen; la nutrición y anexos se hacen difíciles. También en el orden psíquico, se acumula el sedimento de la vida emocional, intelectual y volitiva, en forma de impulsos, ideas hechas, decisiones anticipadas, y de obstrucción y resistencia gradual a lo nuevo. Educarse es modelar el cuerpo y el alma a fin de cumplir sus funciones según la regla del máximo rendimiento.

         Los hombres que llegan a inmovilizarse y ya no saben asimilar ni renovarse han cumplido su ciclo vital. Raros son los individuos que alcanzan la edad de 70 años sin decir "me planto". Hay quienes se inmovilizan a los 40 años. Un hombre que pierde la facultad de adaptación a las condiciones cambiantes de la vida, se convierte en residuo social. La gran ley de la naturaleza humana, es el cambio. No el cambio, sin qué y porqué, sino el cambio que significa marchar con su tiempo.

         Los hombres maduros tienen lo que se llama la experiencia, que no debe confundirse con la conservación de lo viejo, sino que ha de ser visión más clara del presente con ayuda de lo que se ha visto antes. El espíritu es revolucionario por naturaleza; la experiencia le pone un freno necesario. No podemos ir adelante por saltos bruscos; tampoco hemos de condenarnos a la quietud.

         Seamos inquietos, reformadores, innovadores, revolucionarios, si se quiere, en las ideas; pero en los actos, seamos prudentes, reflexivos, empíricos, evolucionarios. ¿Qué sería de la sociedad si cada doctrina salida de la mente de un teorizante genial fuese llevada a la práctica?

         Es de necio estar satisfecho de sí mismo. Un hombre inteligente y de voluntad jamás está contento del todo. El momento en que muere en nosotros la ambición de lo mejor marca la hora de la declinación final. El horizonte del porvenir se aleja siempre más, ante el esfuerzo tenaz. Así está hecha la vida, que ningún destino individual ni colectivo se cumple totalmente. Siempre hay un más allá. La infinitud del progreso individual y social es el acicate perenne de la voluntad.

 

 

 

 

 

JUSTO PRIETO EN SU LIBRO:

"EUSEBIO AYALA, PRESIDENTE DE LA VICTORIA" NOS DICE:

 

 

         PERFIL BIOGRÁFICO

 

         He acariciado siempre la idea de hacer una biografía del Dr. Eusebio Ayala. Sin embargo la tarea me resultó superior a mis fuerzas, hasta ahora. A través de la amistad que nos unía y de la colaboración que le prestara, nació y se nutrió la admiración que me hiciera sentir su muerte, no solamente como un golpe para la patria, en el momento en que más que nunca necesitaba de sus luces, sino también como un impacto hecho en mis emociones. Aún hoy, 7 años después, creo que no podría hacer su biografía, ni un simple retrato de su personalidad. No por temor de no ser exacto, sino porque temo que, antes de relatar y describir, mi pluma escriba acusaciones vindicatorias contra quienes mancillaron con sus ambiciones torpes la gloria más pura del Paraguay contemporáneo, para iniciar así la bancarrota del país.

         Sólo esbozaré algunos relieves de su maciza individualidad para presentar objetivamente, casi sin comentarios, las enseñanzas que ella significa para la juventud que, con una intuición peculiar, me ha pedido por intermedio de la "Biblioteca Dr. Silvio A. Macías", le hable sobre nuestro primer héroe civil. Porque Eusebio Ayala fue ante todo un maestro de la juventud, además de ser un abogado que tenía un profundo sentido de la justicia; Jefe Civil que condujo al pueblo a la victoria, un estadista de primera categoría, un liberal doctrinario y un habitante del mundo de la realidad que, sosteniendo en alto el ideal supo apartarse de absurdas especulaciones sin freno y sin futuro.

         El Presidente de la Victoria nació en una época en que el país cubría aún sus ruinas humeantes con los harapos que le quedaron después de la Guerra de la Triple Alianza. Su familia era humilde. Su primer escenario, la aldea. Su panorama las ondulaciones de Barrero Grande que llamamos Cordillera aunque sólo sean, ya riscosas, ya verdes colinas o montículos, que dan relieve pintoresco a las praderas centrales de la Región Oriental. Sus actividades: ganarse la vida desde niño en una de esas típicas casas de comercio de tierra adentro, haciendo al mismo tiempo el aprendizaje de las primeras letras en la escuelita rural. Es el ejemplo, peculiar de nuestros grandes Presidentes, hijo del agro, de sus propias obras, un desmentido rotundo y reiterado a quienes presentan a los presidentes liberales como salidos de una oligarquía y del seno de familias millonarias.

         Su adolescencia y su juventud transcurrieron como su infancia alternando el trabajo con el estudio, y ya en posesión de su título académico, hizo realidad de sus aspiraciones de recorrer el mundo, conocer las instituciones de países de amplia cultura y tomar contacto con los hombres de comarcas lejanas para hacer sus propias experiencias. París le nutrió con su espiritualidad; Berlín, le enseñó el valor del orden y del método, Londres, le dio devoción por las instituciones libres; Ginebra, le dio su temperamento universalista; Roma, le inició en los dominios del arte; Madrid, le inculcó el amor a la madre patria, y Nueva York, la aptitud para lo práctico, que pone aspiraciones de bienestar y de ser útil a sí mismo y a los demás. Todo ese tesoro intelectual y moral le dio mayor apego a su tierra adonde retornaba, como un peregrino, de tiempo en tiempo, para hacer cotejos y realizar sus anhelos patrióticos.

         No hay tiempo para hacer una reseña detallada de su vida. Ayala, como muchos habitantes pobres del campo en aquella época difícil para la instrucción, estudió primeras letras ya en el período de su adolescencia. Un Inspector de Escuelas al rendir su informe sobre su visita a los establecimientos educacionales de la región, escribió: "En la Escuela de San José de los Arroyos encontré al niño más inteligente de la comarca, se llama Eusebio Ayala". El inspector de escuelas era Manuel Gondra, el mismo que en las horas tormentosas de 1921, al caer del solio presidencial, encontró su sucesor en aquél niño cuyo talento infantil había sorprendido en los bancos de la escuela.

         Pero su principal maestra era la vida misma. En las páginas diarias de ese gran libro, leyó como en un capítulo de proverbios.

 

         EL MAESTRO Y EL PEDAGOGO

 

         Ayala no solamente integró el cuerpo docente de una escuela nocturna; fue también un ejemplo vivo; una enseñanza permanente, un Maestro; y además de maestro un pedagogo.

         Es el profesor de ideas claras que afronta la investigación y el razonamiento sin temor al resultado. Prefiere un error a una confusión, porque sabe que más bien aquel y no ésta puede ser un punto de partida de la verdad. En sus campañas políticas, su prédica consiste en una serie de conferencias en las que se expone a la juventud de la ciudad y del campo, las ventajas de la voluntad, del trabajo y del estudio. A la juventud de la ciudad le mostró el valor de la salud intelectual y física, y al campesino le dio la idea de su bienestar fundado en el amor a la tierra y a la libertad.

         Tenía una especial predilección por la juventud. Sacrificarla era para él igual que quemar el porvenir de la nación. Decía en su mensaje de Diciembre 5 de 1932, ya en plena guerra, al convocar al Congreso a sesiones extraordinarias:

         "Nuestro gobierno ha buscado sinceramente evitar la guerra, y una vez que se ha desencadenado ella, sólo el cuidado irrenunciable de la seguridad nacional ha limitado nuestras concesiones. En ningún momento se ha eclipsado de nuestra conciencia la grave responsabilidad que nos toca de conducir al sacrificio a millares de jóvenes paraguayos. Por desgracia nuestro pacifismo no ha tenido más efecto que confirmar al adversario en la convicción de su supremacía militar y en la decisión de arrebatarnos el Chaco por la fuerza".

         Concedía una importancia primaria al método de enseñanza. Decía que un discurso que pronunció, siendo Presidente, al fundarse en Asunción el Instituto Geográfico Militar:

         "La repugnancia de muchos jóvenes hacia una disciplina de índole más bien atrayente, es imputable, a mi juicio, a los métodos didácticos. La buena docencia hace amable el más rudo aprendizaje; la mala docencia convierte en suplicio el estudio de mayor interés intelectual. Estudiada la geografía con un criterio maduro posee un alto valor educativo y contiene preciosos elementos de filosofía social".

         Dejó en la cátedra secundaria y universitaria huellas imperecederas. El método positivo para el aprendizaje gozaba de sus preferencias. Fue él quien introdujo en el Colegio Nacional la enseñanza de la Psicología por el libro de Sergi, y la de la Filosofía por "El problema de vida" y "El problema de la muerte" de Bourdeau. La enseñanza de la Sociología en la Facultad de Derecho la orientó por medio de los tratados de Franklin Giddins, y la de Economía Política por la exposición del cooperativista Charles Gide; sus enseñanzas de Derecho Constitucional estaban basados en el Federalismo, Biblia de todos los demócratas, en los libros ingleses que enseñan la libertad y en los franceses que enseñan los Derechos Humanos. Se ve, pues, que Ayala no era un ecléctico. Presentaba al alumno un sistema o una doctrina completa, dejando a un lado la erudición.

         Su libro Temas Monetarios y Afines es una exposición clara y objetiva de los fenómenos económicos y financieros de nuestro tiempo. No está demás decir que él ha sido vastamente utilizado en el extranjero y que es muy poco conocido en el Paraguay.

         Su estilo es llano y sus conceptos psicológicos y sociológicos, diáfanos y atrayentes, basados en el "Conócete a ti mismo" escrito en el Templo de Delfos. Divide a los hombres en megalómanos y en micrómanos (término este último acuñado por él, y que denota lo que ordinariamente se llama el complejo de inferioridad). Señala la diferencia que existe entre lo obtenido por la suerte y el esfuerzo, las consecuencias de las desigualdades sociales y naturales, y define el poder como fuente de la felicidad.

         "El instinto de dominación es uno de los más fuertes estimulantes sociales - decía -, ¿Quién no quiere imponerse a los demás? Levantad el dedo si os atrevéis. En las edades primitivas el individuo domina por la violencia. En las edades de la civilización por la inteligencia, por la voluntad. Yo recuerdo todavía los tiempos en que, en nuestro país, los matones y trabuqueros valían más que los comités y las convenciones políticas".

         Si el ínclito maestro resucitara pudiera haber visto que hemos regresado a esa época en el Paraguay, y que el motín cuartelero que lo derrocó fue el que creó el clima para el retorno de la barbarie.

         Y sintetizaba su pensamiento:

         "El poder es la finalidad superior de la vida inteligente. La finalidad del poder es el bien. No hay un individuo que no ejerza cierto poder. Por eso no hay un individuo que esté exento de la necesidad de ser bueno"

         La mayor expresión de la bondad era para él la tolerancia y la simpatía, y la más alta expresión de la maldad: la envidia. Ayala veía con pena que en el Paraguay se hubiera desarrollado la cultura sin el contrapeso de la educación o sea de la formación de la voluntad.

         "Si continuamos por la misma vía - afirmaba -, si nuestros jóvenes se convierten en cerebrales dominados por la emotividad, la suerte de la nación no estará segura en el porvenir".

         Quería que el hombre fuera inquieto; reformador, innovador, revolucionario, si se quiere en las ideas; pero en los actos que fuera prudente, reflexivo, empírico, evolucionario.

         En su mensaje del 1° de abril de 1935, al Congreso, exponía:

         "La enseñanza en nuestro país necesita, como la economía, una firme orientación racional y práctica, no en el sentido profesional sino en el sentido de las realizaciones positivas. La docencia en el Paraguay está vaciada en moldes teóricos. Más del 50% de lo que se enseña en los institutos carece de utilidad para formar el espíritu de la juventud. El recargo de nociones acobarda la iniciativa intelectual y suprime los impulsos de la voluntad. La peor de las tiranías es la que se ejerce en las mentes en gestación".

         Y luego continuaba con la instrucción superior.

         "Es penoso decir que el sistema educacional que tenemos aquí implantado hace abstracción casi completa de lo que podríamos llamar objetivos realistas. Si no se transforma eficazmente la Universidad, en plazo no muy largo se sentirán, en forma aguda, los efectos de su falta de adecuada dirección. Las facultades lanzarán, ya en escala de pleno rendimiento, centenares de graduados condenados, muchos de ellos, a formar lo que se llama el proletariado intelectual. ¡Triste suerte la del hombre que después de gastar los escaños de las aulas por espacio de veinte años, descubre que no puede ganar honradamente el salario de un obrero! Víctima es el individuo llevado así engañosamente a perder su tiempo y su juventud, en una carrera sin horizontes; víctima también de la sociedad que, mediante falsos halagos, fomenta una clase de fracasados, pronta a recibir la simiente de todas las rebeldías que flotan en el ambiente. La superproducción, en este orden como en el económico, es de efecto funesto. El método de restringir la oferta de profesionales es perfectamente compatible con la libertad de enseñanza. Basta que se proceda a una selección cada día más rígida. El crédito de la Universidad depende de la calidad y no de la cantidad de los diplomados".

         Después daba su definición del nacionalismo:

         "En los estudios secundarios y primarios, se observa la ausencia de directivas definidas. La enseñanza en estos grados tiene que ser hondamente nacionalista, a diferencia del ciclo universitario que se desarrolla en un plano superior de ideas universales. Entendemos por nacionalismo la orientación de los jóvenes hacia ideales, aspiraciones y esfuerzos que buscan raíces y campo de acción en el país. Doctrinas exóticas, prestigiadas por su carácter revolucionario, se insinúan fácilmente allí donde no encuentran el valladar de un recio patriotismo. No podemos discurrir acerca de lo que será la comunidad internacional de mañana. Por hoy, la única seguridad efectiva que tienen los pueblos es su fortaleza moral y su unidad nacional".

         Su Informe sobre la enseñanza alemana, valiosa monografía publicada en la Revista del Instituto Paraguayo, ha sido de extraordinaria importancia para profundizar en las bases científicas de la pedagogía.

         Ya que no nos es posible más que una breve reseña sobre la influencia del Dr. Eusebio Ayala en la instrucción oficial, mencionemos, siquiera sea de paso, que fue él quien, en su carácter de Rector de la Universidad, fundó la Revista de Derecho y Ciencias Sociales, lanzó la idea de la construcción de la ciudad universitaria, y de la reforma universitaria que tuvo su realización por la Ley 1029, bajo la presidencia del doctor José P. Guggiari.

         Durante la presidencia del Dr. Ayala, y a pesar de la guerra, aumentó considerablemente el número de escuelas; los centros docentes secundarios, normales y profesionales no dejaron de funcionar, y todos los estudiantes en el extranjero pudieron seguir disfrutando de sus becas hasta terminar sus estudios.

         El maestro gozó de privilegiada atención durante su gobierno. Un decreto que estableció el orden de los pagos de sueldos lo colocó en primer lugar, y en segundo al Ejército. En escalas subsiguientes figuraban la Administración de justicia, los de la Administración pública, luego al Poder Legislativo y finalmente el Poder Ejecutivo.

         Además, tan pronto como terminó la guerra envió una Delegación cultural al Brasil presidida por el Ministro de Educación y Justicia, el que, además de cumplir con su misión, negoció con la cancillería de Itamaratí los acuerdos siguientes:

         1° Organización de los estudios agrícola-ganaderos en el Paraguay, dirigidos por técnicos brasileros.

         2° Construcción de un ferrocarril entre Asunción y Santos.

         3° Puerto franco en Santos.

         4° Ligazón aérea de Asunción y Río de Janeiro.

         Todo esto quedó en la nada a causa del atraco del 17 de febrero de 1936, y al mismo tiempo empezaron a disminuir considerablemente el número de escuelas y aumentar el de los analfabetos.

         Una estadística reciente revela al alarmante analfabetismo de los ciudadanos que atravesaron su edad escolar en la década 1936-46.

         Manuel Peña Villamil en su libro "Eusebio Ayala: Perfil de un ciudadano" nos dice:

         El doctor Eusebio Ayala fue un estadista singular y con justicia se lo conoce como "Presidente de la Victoria", sin embargo un manto de silencio cubre la memoria de este gran ausente, una de las figuras más destacadas de la vida nacional.

         El propósito del discurso no es referirse a su vida pública en especial, de carismática faceta como político, diplomático, gobernante o jefe constitucional de las F.F.A.A. de la nación en Guerra, tal vez su momento más dramático pero al mismo tiempo el más glorioso.

         El objetivo es más bien trazar el perfil de un ciudadano que ofreció a su Patria lo mejor de su capacidad y talento. Eusebio Ayala vivió sus primeros años el momento de la post-guerra de 1870, culminando su ciclo histórico con una guerra victoriosa.

         La revista de este lapso tiene a su vez un significado; rendir homenaje a los hombres de esa generación que en su momento cumplieron un deber histórico. Alejandro Audibert, Manuel Domínguez, Ignacio Pane, Benjamín Aceval, Manuel Gondra, Cecilio Báez, Eligio Ayala, Fulgencio Moreno, Eusebio Ayala son exponentes, para citar a los más connotados, de una generación que tuvo por divisa la bandera nacional.

         Hasta hoy no se ha dado la relevancia que merece el período constitucional de 1870-1940. Existe el preconcepto de ser una época de intemperancias propias de la formación institucional de las naciones jóvenes. Esto puede ser cierto, pero es igualmente válido que la vista del árbol no debe ocultar la visión del bosque, como en forma figurada muchas veces se señala. No se debe dejar impresionar por una retórica de artificios, pues si bien cabe admitir falencias, debe señalarse que en dicho período de vigencia de la constitución de 1870 se sentaron las bases democráticas de la Nación. En esa época la simiente de la raíz histórica sirvió para modelar el Paraguay moderno.

         La pugna de esos jóvenes de la post-guerra fue ardorosa y brillante. La unidad nacional que representó la victoria del Chaco fue posible por la voluntad de un pueblo de integrarse en un Estado moderno.

         Eusebio Ayala fue exponente calificado de esa generación, Por ello debe destacarse la proyección histórica de este ciudadano. Buscó adquirir en las fuentes directas de la cultura y el progreso la savia necesaria para servir a la Patria, postrada pero viril.

         Me unen con el doctor Eusebio Ayala recuerdos tangenciales y otros más directos por haber tenido el privilegio de gozar precisamente en sus últimos años de su afectuosa amistad. No fue esta época el del Presidente victorioso, sino del humanista - pensador y filósofo pragmático, arquetipo victoriano cuya figura había desbordado el escenario de la Patria.

         Estas circunstancias me permitieron recoger testimonios y recuerdos de su íntima personalidad, reflejos de su carácter y vigoroso talento, para ahondar en su pensamiento vivo y la praxis de su filosofía sin el ropaje del poder que puede ocultar la dimensión del hombre frente a la historia.

         ¿ES LA VERDAD, LA VERDAD? preguntaba una escritora, al comentar el significado de un premio vigente en Francia denominado precisamente: Premio Verdad.

         La presea era otorgada a la persona que ofreciera un testimonio auténtico de un hecho en que hubiera participado personalmente y ser sobre todo de verdadero contenido humano, llano, sencillo y si cabe hasta desprejuiciado.

         El premio fue otorgado en esa ocasión a una mujer: Celeste Albaret. El tema de sus recuerdos; la vida, en sus últimos años, de Marcel Proust, el difícil como controvertido escritor francés. Celeste Albaret no era una escritora de oficio. Fue la empleada de Proust. Muchos escritores cuestionaban los merecimientos de la premiada considerando su limitada capacidad para poder dar un testimonio válido sobre Marcel Proust.

         Francia es un país cuyos hombres de letras se han destacado siempre por su equilibrio buen juicio para apreciar el valor de un libro. Por lo que considero que el Premio Verdad fue otorgado merecidamente.

         Esta anécdota me da valor para hablar del Dr. Ayala en su condición humana, apoyado en mi admiración por una figura cuya trayectoria me apasiona vivamente, antes que por su capacidad como estadista y probado carácter, por el hondo sentido humano de su sensible personalidad cuyos pensamientos siempre equilibrados eran un deleite escuchar.

         El 14 de Agosto de 1875 nacía en Barrero Grande el que llegaría a ser el Presidente de la Victoria. Las huellas quemantes de una guerra dejaron su secuela de luto y llanto en la Patria desolada. En este ambiente llega al mundo este paraguayo ilustre. Su madre, una auténtica paraguaya se llamaba Casimira Ayala. Su padre fue Abdón Bordenave oriundo de los países vascos de la nación gala.

         Una simiente vigorosa gestó un fruto que pronto daría muestras de su brillante trayectoria.

         La que después fue su esposa, Marcelle Durand, mujer culta y refinada, ha escrito algunos recuerdos íntimos en memoria de su esposo. Estas notas están en francés, con el estilo preciso que este idioma permite hacerlo para ofrecer un relato de honda ternura.

         Merece citar en una traducción libre el comienzo de estas anotaciones; dice así: "Yo no escribo estos recuerdos a la memoria del Dr. Ayala movida por un sentimiento de obligación. Lo hago por placer - placer doloroso - para relatar algunos de los muchos hechos pequeños o grandes que pueden contener la vida de un hombre visto en su intimidad. Y este hombre fue un gran hombre y buen ciudadano. Yo escribo asimismo para que los amigos de "don Eusebio" puedan a su vez, si ellos lo quieren, evocar íntimamente la imagen y fuerte personalidad de aquel que supo ser; "un amigo para sus amigos".

         Esta oportunidad, el propósito es evocar en nombre de sus amigos desaparecidos, la memoria del Dr. Ayala y honrar a la vez el recuerdo de la mujer que supo ser su noble compañera, en las horas amargas y agradables.

         Imaginamos aquellos años de la post-guerra. El retorno de las heroicas mujeres que volvían a los lugares donde habían vivido, buscando rescatar de la miseria sus magras pertenencias. En esa procesión silenciosa retornan a su pueblo, no lejos de Acosta Ñu, dos jóvenes hermanas: Casimira y Benita Ayala. La primera sería la madre del futuro prócer. En 1870 tenía 14 años. Cinco años más tarde nacía en Barrero Grande un niño quien llevaría el nombre de Eusebio. El sitio de la casa donde nació según testimonios, estaba en la misma manzana que se ubica la modesta vivienda adquirida por su madre en 1901, donde vivió hasta su muerte; el 4 de Enero de 1925.

         La madre del Dr. Ayala no sabía leer. No así su tía Benita, que a estar por la tradición oral transmitida, fue la que inició en sus primeras letras al niño - campesino. Debió ser bautizado en algún momento que un cura pasó por el lugar. En los primeros años después de la guerra no se llevaban registros bautismales en lo que era la iglesia de los pueblos del interior. Era costumbre que el cura que llegaba a bautizar a un niño diera constancia escrita a sus padres, si se daba.

         Eusebio Ayala crece en ese ambiente y demuestra prematuramente signos de una viva como despierta inteligencia. Su niñez transcurre hasta los 14 años en su pueblo natal. Durante ese lapso vive al amparo de su madre en la misma forma que cualquier adolescente campesino. Trabajó en el almacén de un tío - anota las memorias de su esposa. "Los domingos actuaba como jinete en las carreras de caballos del pueblo y su única molestia era calzar zapatos para ir los domingos a misa".

         A los 14 años llega a la Capital para cumplir el segundo ciclo de sus estudios. El hecho cierra una etapa de su vida para abrir otro de mayor alcance. Esta actitud será siempre una constante en su vida de viajero impenitente con amplitud de miras. Aprender en el gran escenario del mundo buscando nuevos horizontes. No regresar al pasado; "porque la vida se vive, yendo adelante y se aprende mirando atrás".

         El joven Ayala aspira a ser un ciudadano universal como en gráfica expresión señaló Justo Pastor Benítez en una semblanza: "Eusebio Ayala, Doctor en Mundología".

         Comenta Benítez: "Por paradoja del destino, el hombre de los planes constructores, paladín del derecho y pacifista profeso le cupo enfrentar una guerra. Y la dirigió con la energía de Clemanceau, aunque sin la violencia del estadista francés. Vivió dignamente, fue útil; falleció en el destierro, el gobernante que condujo a su pueblo en horas tempestuosas, como un rectificador de la historia, o mejor dicho ampliando el sentido de la historia, dentro del marco de la democracia, a la cabeza de la nación en armas".

         Comenta la Sra. de Ayala sobre este momento: "La vida del niño campesino se cierra en esa fecha, para no aparecer más. El silencio más profundo lo envuelve. El adolescente, el hombre, muy raramente deja traslucir su origen campesino. El doctor Ayala era por disposición innata, el hombre de una gran ciudad. El guaraní usaba en casos necesarios, él prefería un idioma donde pudiera expresar sus ideas adecuadamente, propio de un corazón apasionado por el progreso, las ciencias y el modernismo".

         Esta actitud de introversión respecto a su infancia no era un preconcepto negativo de su ser, antes bien, era la expresión de un hombre sensible a los recuerdos que busca guiar sus pasos por la reflexión fría de la razón, antes que por los impulsos del corazón.

         Leyendo una de las conferencias pronunciadas por Eusebio Ayala en sus últimos años trae, un recuerdo sentimental de su infancia campesina. Es al evocar la figura de Domingo Faustino Sarmiento el 11 de setiembre de 1939, en Buenos Aires. Empieza así: "Era yo un alumno de una modesta escuela de la campaña paraguaya cuando trabé relación póstuma con Domingo Faustino Sarmiento. Había llegado al pueblo la noticia de su fallecimiento, acaecido días antes en la ciudad de Asunción. El preceptor, que así llamábamos entonces al encargado de instruir en las letras primeras, llamó a clase especial para hablarnos del ilustre extinto. Recuerdo que le temblaba la voz de emoción y que una lágrima rodó por sus mejillas. Nos contó una historia maravillosa. Érase un niño que enseñaba ya a otros niños a los quince años, poco más de la edad nuestra...." Dijo más adelante: "Aquello era - pensé mucho después - un apólogo dedicado a enaltecer la vocación docente y a demostrar que un humilde principio no es obstáculo para llegar a las altas jerarquías del mundo con tal de tener inteligencia clara y voluntad fuerte".

         Impresiona la evocación que realiza Ayala del gran educador sanjuanino, plena de añoranzas emotivas de su lejana infancia.

         En la década de 1890 Ayala vive en Asunción. Ingresa en el Colegio Nacional, estudia Contabilidad, por la que siente vocación y al mismo tiempo se dedica a la docencia en cursos inferiores para mantenerse. El 26 de Febrero de 1896 recibe su diploma de Bachiller en Ciencias y Letras. Rector del Colegio Nacional era el señor Cleto Romero.

         Son estos años formativos que van modelando su carácter en un ambiente más propicio para sus inquietudes intelectuales. Sus nuevas amistades y costumbres van borrando sus hábitos campesinos. Sus metas son las de un joven despejado y de gran receptividad.

         De su época de estudiante recordaría con particular afecto los que fueron sus compañeros del Colegio Nacional: Félix Paiva, Juan Benza, Andrés Barbero, Evaristo Acosta, Ramón Cardozo, Pastor Ibáñez. Con éste último la amistad fue más estrecha. Los unía el interés de ambos por los estudios contables. Pastor Ibáñez ocupó puestos importantes en la Administración Pública. Fue Director del Tesoro y Contador General de la Nación, luego Ministro de Estado. Ambos solteros vivieron juntos haciendo vida de estudiante en la casa de la calle 14 de Mayo y Humaitá.

         Sensible a la cultura, demuestra tempranamente sus inclinaciones de humanista, cuando es nombrado Director de la Revista del Instituto Paraguayo, al aparecer el primer número en 1896. Fue esta publicación la primera en su género al despertar el siglo, y sin duda, la mejor de todas las publicadas en el país hasta la fecha.

         El sentido de la amistad que tenía el doctor Ayala destaca su esposa en sus memorias, al citar una anécdota que debió mencionar el esposo. "Estando abierto un concurso para un cargo de contador en la Administración Pública, al saber que se había presentado su amigo Pastor Ibáñez, se abstuvo de participar en el mismo. Años más tarde recordaría, comentando: "Cómo mi vida hubiera sido diferente, si yo hubiese tenido esa plaza de contador".

         El año 1899 ingresa a la Guardia Nacional Activa, creada el año anterior. La libreta respectiva anota las señas siguientes: Regimiento 2° Bat. 1°, estado soltero, domicilio Oliva 341, este último el de su padre, edad: 23 años, profesión: educacionista. Firma el documento el Inspector General de Milicias General Juan B. Egusquiza. Será siempre una constante en la vida de Ayala cumplir con sus deberes de ciudadano. Conservaba las libretas cívicas de su actividad como elector. Ese año, 1899, muere su padre en Asunción.

         En 1901, antes de completar sus estudios universitarios de abogado realiza su primer viaje a Europa. Auto-didacta como era tenía en esa época una sólida formación cultural y profesional y con algunos dineros ahorrados, va acompañado en su viaje al viejo mundo con su primo Antolín Irala y la esposa de éste. Desembarcan en Hamburgo y Ayala se dirige a París. Ocupa el cargo de Ministro Plenipotenciario en la Legación en París Don Eusebio Machaín Decoud. Ayala queda adscripto a la Legación paraguaya.

         Iniciaba una actividad en un medio que le permitiría ir formándose y sabría aprovechar su inteligencia.

         El Ministro Machaín tenía sede permanente en París, con actuación como representante diplomático alterno en Londres y Madrid. En esos años de la "belle epoque" actúa el iniciado diplomático en ceremonias importantes. Representa al Paraguay en los funerales de la Reina Victoria. El Imperio Británico estaba en la proyección más elevada de su poder político y económico a nivel mundial. La muerte de la Reina legendaria cerraba un ciclo histórico del Imperio: largo y brillante.

         Toda esa fastuosidad y grandeza debió impresionar hondamente al diplomático, que más que la búsqueda de una carrera, su propósito era aprender en las fuentes directas del progreso que convergían en ese momento en la Capital del Imperio. Luce para la ocasión su uniforme de diplomático, ciñendo el espadín correspondiente a su rango, que conservaría como recuerdo de una época plena de grandeza.

         Al año siguiente vuelve a representar a su Patria en la coronación de Eduardo VII de Gran Bretaña. Todos estos actos de colorida fastuosidad y tradición, lejos de disminuirlo, consideró como estímulo para superarse y representar con dignidad a la Patria.

         Permanece Ayala en Europa hasta 1904, acompañando al Ministro Machaín en misiones especiales en Madrid y Bruselas. En España asiste a la coronación de Alfonso XIII, abuelo del actual monarca español. De sus recuerdos de la Corte Belga está el haber conocido a la ex-emperatriz Carlota, esposa de infortunado Emperador Maximiliano de México.

         Cuatro años de intensa vida en el viejo Mundo le permiten completar a Ayala una sólida educación en los más variados aspectos del saber. Su inteligencia despejada y su gran receptividad sirven para modelar su carácter y satisfacer sus inquietudes de cultura. Vuelve al Paraguay para finalizar sus estudios universitarios. Recibe el diploma de Doctor de Derecho y Ciencias Sociales el año 1904 a los 28 años.

         Novel abogado emprende en su Patria una actividad intensa. Su objetivo era trabajar en la profesión, ganar dinero para permitirle volver a Europa, que lo mantenía siempre obsesionado. En esta época ingresa al Partido Liberal. El periodismo lo atrae en ese medio de intensa actividad política. En 1905 es redactor de "El Diario" y hasta 1909 alterna en la política y en la vida profesional. En 1909, durante el Gobierno Provisorio de Don Emiliano González Navero, es nombrado Ministro de Relaciones Exteriores. Por primera vez ocupa un cargo ministerial.

         El mismo año es enviado a Europa en misión oficial de carácter financiero. Sus gestiones en París y Londres se interrumpen por el golpe militar del coronel Albino Jara en 1911. Este hecho no le impide continuar en el viejo mundo. Vuelve a Londres, pues piensa estar capacitado para actuar privadamente. No le asusta enfrentar el nuevo desafío que él mismo se ha impuesto. Gestiona un préstamo en un banco de Londres para instalarse e iniciar un trabajo que le permita mantenerse.

         Esta información, anotada en las memorias de la Sra. de Ayala demuestra el espíritu emprendedor de un hombre capacitado para actuar en un ambiente extraño y exigente lejos de la patria.

         El doctor Ayala tenía un concepto justo del dinero, pero nunca alentó ambiciones especulativas, pudiendo hacerlo. El patrimonio que dejó después de haber sido dos veces Presidente de la República, Ministro de Estado, diplomático, agente financiero, abogado importante, es el reflejo de un hombre sagaz, honesto y equilibrado. Con un sentido pragmático supo ganar dinero, pero sin que el dinero lo dominara bajo ningún concepto.

         Conservador y moderado en sus gustos, vivió sin ostentación ni lujos, apreciando el confort como signo de civilización. Dio importancia al cargo que ocupaba, actuando con desenvoltura en cualquier ambiente. Estimaba que la representación que investía con un sentido republicano, implicaba responsabilidad; no desmerecer la dignidad del cargo y proceder, al mismo tiempo, con las limitaciones de la propia Patria.

         En los años de su madurez política, desechaba el uso de los símbolos del mando. Siendo Presidente de la República en su segundo período, tres veces se colocó la banda presidencial: al tomar posesión del cargo, en el (Te Deum) de la Victoria y el 15 de Agosto de 1935. En ninguna oportunidad usaba condecoraciones.

         Su estancia en Londres en 1911, en forma privada le satisfacía por el ambiente de respetuosa tolerancia de una metrópoli como Londres. El doctor Ayala reflejaba en su conducta el sentido razonador del francés con el utilitarismo pragmático británico, aunados por un renovado optimismo. Este modo de pensar se comprueba en sus propias palabras. En 1922, en Abril, en un mensaje al Congreso decía: "Hay espíritus pesimistas en este país que parecen complacerse en constatar nuestra caída irremediable. Los pueblos jóvenes, como los hombres jóvenes, cuando son sanos y fuertes, tienen naturalmente fe en sí mismos. Amemos nuestra historia, sin llorar eternamente sobre el pasado; amémosla para reconfortar nuestras almas y proseguir con nuevo optimismo la marcha hacia delante".

         Cuenta la Sra. de Ayala algunos recuerdos de su esposo durante su permanencia en Inglaterra, dice así: "...en Londres se instala en una pensión típica de la vida ciudadana londinense. Un círculo discreto y de buen nivel social formado por funcionarios de la city, ex-oficiales retirados de las colonias, señoritas mayores jubiladas formaba ese pequeño conjunto humano de ambiente victoriano. Que integraba ese joven deseoso de progresar en la capital del Imperio.

         Esos años fueron formativos para el carácter del Dr. Ayala que supo apreciar los valores humanos de la convivencia social dentro de respeto de la ley. Aprendía por convicción, no por imitación, por ello afirmaría desde la alta tribuna de su magisterio intelectual: "Necesitamos la voluntad colectiva cuya fórmula es coordinación en las ideas y sistematización en el esfuerzo".

         La rigidez paternal, su sentido de la discreción y la puntualidad serán aspectos salientes de su vida de relación. Eusebio Ayala en su exterior aparentaba una silenciosa indiferencia, pero encerraba un corazón tierno y sensible. "Él tenía el culto de la amistad - dice su esposa - Si podía criticar con terrible claridad a su esposa, su hijo, su familia, con la ironía y causticidad que reservaba para sus adversarios, sus amigos eran sagrados". Su anecdotario íntimo es demostrativo de ese modo de ser, propio de un hombre despejado y amplio; mental y espiritual. La educación rígida y formal de la juventud victoriana era un modelo que admiraba pensando que la misma había proporcionado al gran Imperio sus estadistas brillantes.

         Durante su estada en Londres recibe un día la visita de un compatriota, que como él estaba también en el viejo mundo con ansias de cultivar su inteligencia. Ara el doctor Eligio Ayala.

         El encuentro fue gratificante para ambos. En especial para el joven Eusebio. "No se imaginan - dice - la alegría de poder hablar el español, saber noticias de mis amigos y familiares de allá lejos". La nostalgia de la Patria le traía recuerdos alegres y tristes. Un buen día ambos Ayala se separan, Eligio elige otra pensión. La asociación se interrumpe pero no la amistad y los dos amigos se ven frecuentemente.

         El distanciamiento físico no constituye una divergencia en sus comunes ideales. Es más bien el modo de ver la vida. Eligio Ayala tenía la austeridad de un cenobita, que no conjugaba con la actitud admirativa de Eusebio Ayala por la "belle epoque", como expresión de cultura, civilidad y progreso. La talla intelectual de ambos estaba por encima del prisma circunstancial del momento.

         Por ese tiempo conoce en París a la que sería su esposa y compañera de toda la vida, Marcelle Durand Vda. de Langeron, de cuya unión nacería su único descendiente.

         La Patria y los amigos lo llamaban y algunos reclamaban su presencia. Volvían a renacer las esperanzas perdidas. Eran horas difíciles y momentos de tormenta. En París y Londres vivían jóvenes estudiantes paraguayos, que estaban pendientes de las noticias de la tierra querida y lejana. Más querida cuando más lejos está.

         Recuerdos de esa época difícil he podido recoger en una correspondencia de Manuel Peña, entonces estudiante de medicina de la Sorbonne de París. En una carta dirigida a su padre, menciona de paso: "He estado a cenar con los doctores Huerta y Ayala el nuevo Ministro de Instrucción Pública". La carta es de fecha 22 de Diciembre de 1910.

         Coincide con la iniciación del período presidencial de Don Manuel Gondra, derrocado en Enero de 1911 por el Coronel Albino Jara.

         Más adelante comenta: "Vamos a ver lo que hará el nuevo gobierno. Yo no espero demasiado por muchas razones. No porque haya falta de buena voluntad de parte de los gobernantes sino porque estamos en plena descomposición". Antes de dos meses de inaugurado el período constitucional, el Coronel Albino Jara Ministro de Guerra y Marina, al rebelarse, obliga al Presidente Gondra dirigir su renuncia al Congreso Nacional.

         El año 1912 asiste a la Conferencia de La Haya de Legislación Uniforme sobre Letras de Cambio. Regresa al Paraguay para actuar en el campo de la política y la actividad profesional. Su sólida preparación en materia internacional y financiera le permite figurar en los niveles más exigentes. Quiere servir a su Patria, pero evita la política mezquina de intereses. De este modo se constituye en el representante válido para asistir a reuniones internacionales.

         El año 1915 representa al Paraguay en la conferencia Panamericana reunida en Washington. Conoce al Presidente Woodrow Wilson. Le impresiona vivamente la potencia vigorosa de esta Nación intuyendo el papel hegemónico que los Estados Unidos tendrán en el mundo en el futuro. Resumiría más tarde su pensamiento en el juicio siguiente: "Admiro a Francia e Inglaterra, admiro a Berlín hasta en la guerra, pero es en los Estados Unidos donde me siento mejor: nosotros somos pueblos jóvenes con faltas de juventud, es por eso que nuestras miradas deben dirigirse a América del Norte para tomar ejemplo".

         El año 1916, el 3 de Abril, se inaugura en Buenos Aires la Conferencia de la Alta Comisión Internacional de Legislación Uniforme. Integra, con el ex - Presidente Juan B. Gaona y Gualberto Cardus Huerta la representación paraguaya. El Dr. Ayala es nombrado Vicepresidente de la Alta Comisión Internacional de Legislación Uniforme, como correspondiente de la sección paraguaya.

         En 1917 publica un estudio sobre "Temas monetarios y afines". En esta obra expresa Ayala, con autorizada solvencia, la función de la moneda en la economía de las naciones. Con admirable síntesis conjuga las ideas del liberalismo clásico de Adam Smith con la nueva dinámica que por aquella época comienza a predicar Maynard Keynes en materia económica. Señala sobre este particular: "el fin de la institución de la moneda es prevenir y evitar los inconvenientes derivados de la incertidumbre de la interpretación de los contratos y fijar de una manera uniforme las responsabilidades civiles no especificadas, pero no cumplidas en el modo convenido". Cuánta vigencia tiene hoy estas palabras de substancial contenido ético y económico.

         El año 1918 integra el gabinete de Don Manuel Franco como Ministro de Relaciones Exteriores.

         En 1921 la convulsionada política interna provoca el alejamiento del gobierno de Don Manuel Gondra, uno de los paraguayos más cultos de todos los tiempos y cuyo magisterio intelectual admiraba profundamente el Dr. Eusebio Ayala. Este debe asumir la Presidencia Provisional de la República. Es una prueba difícil que debe afrontar.

         Esta fue una tarea difícil que la supo enfrentar con una energía y carácter demostrativos de su temple de conductor. La rebelión de 1922 fue un reto al compromiso que había asumido: Defender el Gobierno. Declaró entonces con toda energía: "Que ellos hagan lo que quieran pero yo no cederé y no entregaré mi dimisión. Voy a luchar". Agregó asimismo: "El Coronel Chirife, después de haber prometido leal apoyo, comienza a exigir de mí actos que yo no apruebo y no lo haré jamás".

         En esa ocasión se destaca un joven oficial, el capitán José Félix Estigarribia. Diez años después volvería el destino a unir a estos dos grandes de la epopeya del Chaco. Con acierto afirmaría el doctor Ayala en el ocaso de su vida: "cada Nación tiene su destino, que no es otra cosa que la lógica de su porvenir".

         En 1923 considera su misión cumplida; restablecido el orden interno, presenta su dimisión indeclinable. Muchos no comprendieron el gesto, pensando que el Dr. Ayala buscaba ser elegido Presidente constitucional. Sin rencor se aleja del país para abrir el camino a la normalidad y el doctor Eligio Ayala como futuro Presidente de la República, su antiguo compañero de la juventud en Londres.

         En una demostración ofrecida al doctor Ayala con motivo de su alejamiento, pronunció un discurso con esa amplitud de espíritu tan particular en él, palabras que merecen ser reproducidas por su profundidad y vigencia en sus ideas: "La vida es tan complicada que podemos ser enemigos y amigos a la vez. Muchos intereses separan a los hombres, pero hay o debe haber intereses que los unan a la vez".

         "En nuestro país, señores, nosotros damos demasiado relieve, demasiada importancia a lo que nos divide y no cultivamos lo que nos une, no pensamos que puede haber sentimientos comunes por encima de nuestras querellas. ¿Cómo hacer actuar esos sentimientos comunes? Mediante la tolerancia: hay que empezar a admitir la posibilidad de la existencia de otras ideas y de otros intereses que los nuestros. Estas, como dije, son las virtudes capitales de una democracia".

         Policarpo Artaza en su libro: "Ayala, Estigarribia y el Partido Liberal", dice:

         He aquí los pensamientos y conceptos sobre Eusebio Ayala:

         "En mi carácter de periodista y de diputado, tuve oportunidad de ser recibido por él todos los días en la presidencia o en su casa particular y conversábamos amablemente. El doctor Ayala era amable causseaur no solo de los acontecimientos de la guerra sino de diversos temas, que dominaba el notable estadista. Sus conversaciones fueron para mí como curso de catecismo universitario; a través de ellas me informé de cosas y hechos, especialmente los secretos de la conducción militar y diplomática de la guerra".

 

 

 

EN EL EXILIO A 10 AÑOS DEL FALLECIMIENTO DE EUSEBIO AYALA

 

         En junio de 1952, en Buenos Aires, se realizo un homenaje en recordación al Presidente de la Victoria ante el panteón en Recoleta que guardaba sus restos. Discurso de Benjamín Banks, en esa ocasión y que dijo en uno de los pasajes: "Dos son los símbolos de la soberanía de un país: su bandera y su moneda. La bandera es el símbolo de su soberanía política, y la moneda el de su soberanía económica.

         Acabamos de señalar cómo defendió la bandera el doctor Eusebio Ayala, haciéndola flamear hasta en los últimos confines de su territorio reconquistado. El espíritu de Eusebio Ayala seguirá siendo el celoso centinela que permanentemente montará la guardia de la dignidad de la república.

         Veamos ahora cómo defendió nuestra moneda. La inflación que sobrevino como secuela de las emisiones para hacer frente a los gastos de la defensa nacional, lógicamente echó por tierra la magnífica estructura de nuestro régimen de estabilidad monetaria, creado en el año 1923 por la clara visión de uno de los más auténticos estadistas de nuestra era constitucional - he nombrado al doctor Eligio Ayala -. La estabilidad de nuestra moneda había permanecido firme durante diez largos años, es decir, desde 1923 a 1932, año éste en que estalló el conflicto armado con Bolivia. Y la guerra es una maldición bíblica, es el galope desenfrenado de los cuatro jinetes del Apocalipsis. Sabía el doctor Ayala que las emisiones eran como echar por la borda, en trance de peligro, todo el cargamento del barco, por precioso que fuese; pero lo esencial era salvar la nave. Ya llegaría la hora de remendar las velas, reparar las garfias y calafatear los rumbos: el objetivo era llegar con bien a puerto seguro.

         Nuestra moneda al finalizar la guerra había descendido a la quinta parte de su valor."

         Discurso del doctor Justo Prieto: "No era un tribuno de la plaza como Facundo Machaín; no venía impulsado por un civismo instintivo como Antonio Taboada; no era un hombre de entreveros como Eduardo Vera, ni un periodista polémico como José de la Cruz Ayala; no era un apóstol del idealismo como Manuel Gondra, ni un tribuno fogoso como Lisandro Díaz León, ni tenía las aristas a veces ásperas de Gerónimo Zubizarreta. Pero tenía la tenacidad de José de Antequera, el espíritu democrático de Fernando de Mompox, el coraje de Juan de Mena, el liberalismo de Fernando de la Mora y fe en la juventud, como Mariano Antonio Molas. Y como todos ellos, conoció la cárcel y la proscripción, el triunfo sin la embriaguez de la gloria y la ingratitud sin amarguras, con la serena plenitud del hombre justo que no teme a nadie, ni a nada, que no tiene siquiera temor al miedo.

         Maestro en la cátedra, el tono científico que ponía en las aulas o en su libro. Temas Monetarios y Afines adquiere un tono cordial en sus conferencias a la juventud sobre los valores de la vida, o tiene resonancias americanistas en la biografía de Sarmiento, de extraordinario sentido histórico en la crítica al libro de Ramón Cárcano sobre la guerra del Paraguay, y de un subido humanismo jurídico en su disertación sobre el Uti-possidetis en la Sorbona.

         Maestro en la Política; no en la de Maquiavelo sino en la de Aristóteles, era una conciencia ética en acción, una rectitud de criterio y una diafanidad en la conducta.

         Ni en la cátedra ni en la política hizo proselitismo; hombre que no aduló al pueblo, en su humildad tenía el orgullo de sentirse igual al pueblo, porque era un continuador de la más genuina y pura de las estirpes, la del liberalismo que es la causa del pueblo".

         Así lo recuerda, Justo Pastor Benítez al Presidente de la Victoria: "Eusebio Ayala rebasaba las fronteras de su país, y ese prestigio contribuía a darle autoridad; pero como todo producto paraguayo era más apreciado en el extranjero. Era un hombre de ideas liberales en economía y en política, aunque pragmático en materia gubernativa y oportunista. No quiso acercarse al pueblo; era un estadista de gabinete, que sabía exponer sus ideas, ocupar la tribuna y debatir.

         Pero debe reconocerse que Eusebio Ayala derramó mucha luz en el ambiente y alimentó la formación intelectual paraguaya con los frutos de la cultura moderna.

         A Gondra le gustaba adornar sus páginas clásicas con ribetes de erudición. Eligio Ayala procuraba como un buzo sumergirse en las profundidades de los sistemas. Eusebio Ayala, buscaba una cultura propia; sus convicciones y opiniones llevaban el cuño de su fuerte individualidad. Era personal en sus gustos, en sus ideas y hasta en política. Nunca citó a nadie en la profusa labor intelectual en que prodigó el tesoro de su talento. Era inconfundible por su estilo claro, su opinión terminante y hasta por su físico en que abusaba un poco del derecho que tienen los hombres de ser feos. Era desgarbado en el vestir, un tanto tartamudo, de pronunciada calva y nariz tucánica, pero su presencia impresionaba bien; entraba con desenvoltura en un salón, un comité o un congreso internacional y se hacía escuchar con gusto. Era una frase corta, en palabras comunes, ponía una idea clara. Era imposible no entenderle; tenía el talento francés de la exposición y la derechura del norteamericano para expresar sus opiniones. Su patriotismo era más racional que telúrico. El hombre de derecho estaba destinado a culminar en una guerra. Su cultura amplia, sistematizada, su estilo diáfano, su trabajo de mérito. Su función de doctrinario, su talento armónico, quizás la cultura más compleja que ha producido el país. Los acontecimientos llevaron a esta alta inteligencia a una magna posición histórica. Muy difícil sería demolerlo, porque es grande el marco de los acontecimientos en que le tocó actuar de 1932 a 1936".

         En este año del 2005, la Academia de la Historia Militar del Paraguay, cuyo Presidente Coronel Pedro Acuña Soley, ha recibido una cooperación muy importante de la Asociación Rural del Paraguay y el apoyo de las Gobernaciones de Boquerón y Presidente Hayes para la conservación de el Cuartel de Isla Poi y la colocación de 2 bustos del doctor Eusebio Ayala y del Mariscal Estigarribia en la intercesión de la ruta Transchaco en el desvío del camino al Cuartel, con carteles indicativos que a tan solo 26 km. se encuentra esa reliquia histórica y que pueden visitarla los miles de transeúntes que cruzan diariamente la misma. Allí estará próximamente el busto de bronce de don Eusebio, en el Chaco, tantas veces visitado por él y reconquistado toda esa vasta y fecunda tierra para su patria.





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EUSEBIO AYALA. Por MARIANO LLANO

Asunción – Paraguay. 1998 (224 páginas)



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