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MARÍA ISABEL BARRETO DE RAMÍREZ (+)
  LA OTRA ORILLA Y OTROS CUENTOS, 2002 - Narrativa de MARIBEL BARRETO


LA OTRA ORILLA Y OTROS CUENTOS, 2002 - Narrativa de MARIBEL BARRETO

LA OTRA ORILLA Y OTROS CUENTOS

Narrativa de MARIBEL BARRETO

Editorial Colihue-Mimbipa S.R.L.

Tapa: MIRIAM GALEANO

Asunción – Paraguay

Abril 2002 (99 páginas)

 


 

 

A MANERA DE PRÓLOGO

 

 

         LA OTRA ORILLA (CUENTOS)

 

         Este volumen reúne una colección de cuentos - la primera presentada por su autora- que ilustran la situación social y política en vigencia durante los años de la dictadura en nuestro país.

         La mirada que se dirige desde La otra orilla, desciende sobre nuestras costumbres, nuestro comportamiento y los sucesos recientes de nuestra dolorida historia. Los cuentos son productos de una observación directa de la realidad, que se convierte en configuración temática luego de pasar por la subjetividad de su autora y que unen la denuncia y la crítica a la descripción de lugares y modos de vida cotidiano del ámbito rural y campesino.

 

         INTENCIÓN DE DENUNCIA

        

         Según la temática que sustenta los cuentos, catalogamos los mismos en: cuentos de denuncia política, que reúne a La otra orilla, Flores y Tumbas, Picapiedras, Por una revista, Solo Cenizas, Cuentos de denuncia de la situación campesina: Aquella promesa, Las alambradas, Los ricos también se mueren, Cepí se desgració, y, cuentos que abarcan otros temas: Merecimientos y Una larga espera.

         La Otra orilla, que da nombre a este volumen, recrea la persecución de un grupo de jóvenes y las torturas a la que son sometidos en manos de la policía que respondían al poder dictatorial. El relato hace referencia al atentado ocurrido en las oficinas del Correo en el año...

         En Flores y tumbas se ponen al descubierto los hechos negados oficialmente y ocultos durante años, como las tumbas clandestinas en el Alto Paraná que cobijan piadosamente los cuerpos arrojados desde el aire, en un vano intento de la dictadura por acallar la libertad.

         Picapiedras narra los preparativos de una conspiración política que fracasa, los castigos físicos que sufren los complotarlos al ser descubiertos y la huida y salvación de un grupo de ellos.

         Por Una revista nos recuerda la persecución de una mujer de pueblo que había introducido la revista    Selecciones, desde Clorinda, sin saber que cometía un grave delito por poner al descubierto la incómoda situación de hombres allegados al régimen.

         El relato de Solo Cenizas, nos traslada como lectores al interior del país, donde las familias de los revolucionarios, sufren el castigo que trata en vano escarmentarlos.

         Buscando un cambio temático, aunque la intención de denuncia es la misma, los relatos que aluden a las situaciones vividas en comunidades campesinas. Aquella promesa, Las alambradas, Los ricos también se mueren y Cepí se desgració, nos adentran en lo cotidiano de nuestras costumbres, que aúnan lo religioso y lo folklórico y que desnudan la pobreza y el abandono sobrellevados con estoicismo.

         Aquella promesa es la historia -repetida tantas veces- de la "pruebera" que se aprovecha de la ingenuidad de sus clientes (¿porqué siempre serán mujeres?), no tanto por malicia como por necesidad.

         En Las alambradas se ponen al descubierto las artimañas de los caudillos políticos para apropiarse de campos comunales.

         Los ricos también se mueren denuncia la explotación de los agricultores a manos del todopoderoso señor del lugar, que no respeta a mujeres ni a niñas y que aquí, por lo menos, tiene su castigo.

         Cepí se desgració, es nuevamente un relato sobre las necesidades cotidianas de campesinos que muchas veces, como aquí, se resuelven trágicamente.

         En Cursilerías, Merecimientos y Una larga espera, la temática incluye reflexiones sobre la soledad, la esperanza y los valores éticos.

         Aligerando un poco la temática de denuncia política, Cursilerías es la crítica a comportamientos nuevos en una sociedad que se rige tanto por viejas costumbres como por doble moral.

         Merecimientos muestra el enfrentamiento de dos antiguos compañeros de colegio que tomaron por dos rumbos de valores éticos diferentes.

         La soledad de la mujer que ve pasar la vida perdonando al hombre amado, es la historia narrada en Una larga espera. Es además, una reflexión sobre la confianza, la mentira y la credulidad en que, en nuestras sociedades, se ven atrapadas las mujeres.

         Los personajes de La otra orilla, creados en función del tema, están por ello, apenas esbozados con relación a una descripción tradicional y es la relación -desde un monólogo interno, como en La otra orilla, Picapiedras, Una larga espera, o desde un diálogo de tono coloquial corno en Las alambradas, o desde un racconto y superposiciones de planos narrativos, como en Merecimientos -la que los va presentando ante el lector desarrollando la trama y recreando los ambientes donde transcurren los hechos.

 

         LAS PROPIAS EXPERIENCIAS

 

         Muchas voces de denuncia y crítica social y política, se han alzado en nuestra literatura -tanto en poesía corno en prosa-. Algunas son figuras ya consagradas, algunas son figuras no tan conocidas. A ellas se suman ahora los relatos de La otra orilla, en que a la ficción propia de esta literatura se suman las propias y dolorosas experiencias que marcaron la vida de la autora, quien ha podido tal vez resolverlas, al transformarlas en escritura.

         Muchas voces de denuncia y crítica social y política, y las horribles torturas a los detenidos políticos, que reforzaban la prepotencia e impunidad del grupo que detentaba el poder durante la todavía cercana dictadura, atestiguan una época que, como dice el personaje-narrador de Flores y tumbas: "no queremos recordar". Pero estos cuentos sí se encargan de hacer que recordemos ese pasado que no deseamos ver repetido, ni en este presente ni en el futuro. Estos cuentos que nos encara a los hechos, que no por estar acallados tanto tiempo, han pasado desde nuestra memoria al olvido.

        

         MARÍA DEL CARMEN POMPA

 

 

 

INDICE

 

DEDICATORIA

A MANERA DE PRÓLOGO

LA OTRA ORILLA

FLORES Y TUMBAS

PICAPIEDRAS

POR UNA REVISTA

SOLO CENIZAS

LAS ALAMBRADAS

CEPÍ SE DESGRACIÓ

MERECIMIENTOS

AQUELLA PROMESA

LOS RICOS TAMBIÉN SE MUEREN

CURSILERÍAS

UNA LARGA ESPERA

 

 

 

 

LA OTRA ORILLA

 

Quiere mi patria que yo vuelva

a combatir la guerra que me espera.

la guerra que de antiguo este pueblo

de voces retenida clama,

la guerra que la libertad susurra,

la guerra de palabras engrilladas

la guerra que libere este desolado

territorio

de cerrojo y silencio.

 

         Manuel E. B. Argüello

 

 

 

 

 

PICAPIEDRAS

 

"Y de golpe comprendo

que mi patria,

la antigua tierra abierta

de los dueños del viento,

se ha vuelto este pedazo de sombra

entre cuatro paredes

y una reja".

 

         Rubén Bareiro Saguier

 

 

 

PICAPIEDRAS

 

         Siete meses hace que venimos diariamente acá, el polvo llena mis pulmones, mi boca se reseca y mastico arenillas; por las noches no puedo casi respirar, me ahogo. Esa celda húmeda no es mejor lugar para conciliar el sueño. Pienso en mamá y en mis hermanos; ellos no sabían que yo vendría con las guerrillas. Creían que yo andaba estudiando. Es que yo les decía eso en mis cartas, que esporádicamente les hacía llegar en propias manos, cuando algún compañero exiliado me avisaba que una persona amiga viajaría al Paraguay. Era duro tener que mentirles, contarles que me iba de maravillas en la universidad, que mi trabajo de sereno me daba para vivir, que estudiaba por las mañanas. Recuerdo muy nítidamente las palabras de Babi, aquel día gris. Era invierno; una llovizna pertinaz caía sobre la ciudad. Llegó sin avisar, como otras veces; irrumpió en el cuarto y como otras tantas me puso al tanto de las actividades del grupo; pero esta vez, la noticia era bien concreta; me dijo que se está armando un grupo, que se tenía suficientes armas, que el entrenamiento duraría pocos meses y que luego ya cruzaríamos el Paraná.

         Había escuchado con atención el plan, juntos salieron apresuradamente; no querían que otros pensionistas los vieran. La patrona se cruzó con ellos, pero tan miope era la pobre que ni se dio cuenta de que lo acompañaba un extraño. Cruzaron la calle; el asfalto estaba húmedo, casi corriendo llegaron a la esquina. De un sombrío portal, salió un hombre petiso, rechoncho, que vestía una campera de corderoi color ladrillo y unos pantalones vaqueros muy gastados, se cubría la cabeza entrecana con un kepi azul y blanco; completaba su atuendo con unos anteojos oscuros de color marrón. No lo conocía, nunca lo había visto. Es de los nuestros, - le dijo el amigo - no le pasó la mano, sólo gruñó un ¡hola! Miró a todos los costados, avanzó sin decir nada y lo siguieron unas cuadras, hasta una esquina en que los esperaba una camionetita de reparto de soda. El chofer se enojó porque había aguardado más de los quince minutos convenidos. En la reunión, había hombres y mujeres de todas las edades; gran alegría reinaba en el local. Enfervorizan el ambiente los sones de una polca proveniente de un viejo tocadisco, de esos que se ofertaban en, salones de venta de usados, un modelo muy antiguo, ¡claro! Se sentaron en unas incómodas sillas plegadizas que estiraron de la pieza de al lado, y participaron de la reunión. Ahora, después del fracaso, concluyen que la euforia de la cerveza hizo que no analizaran convenientemente el plan, tanto tiempo esperando la ocasión de volver, de hacer algo para derrocar la dictadura, de reventar al tirano; eso es lo que nos dijo aquel pelado, ese doctor De Ferro.

         ¡En marcha! Hay que picar más piedras hoy. Sentí el culatazo, casi caigo. ¡Agarre el pico y la pala, carajo! ¡Hijo de puta! Te voy a enseñar lo que le pasa al que se levanta contra el presidente; ¡siga py! Trotando llegamos a la cantera de Tacumbú, aún en ayunas. Hacíamos sólo una comida al día, que tragábamos apresuradamente, parados al costado del camino. Desde mañana, dicen que comenzara el trabajo de empedrado en el barrio Tacumbú, hasta ahí va a ser más difícil caminar encadenados, sufriremos más golpes, más patadas. Estos milicos son insensibles, crueles, inhumanos.

         No estoy amargado, sólo siento que disminuyen mis fuerzas. Todos estamos chupados, consumidos, porque exigen de nosotros durante catorce horas, el empedrado avanza una cuadra por día. Es doloroso comprobar el deterioro moral de mis compañeros, las humillaciones nos doblan el espinazo, resulta fácil soñar, evadirse, no pensar que somos vigilados hasta en sueños, que no podemos levantar la vista. La gente del barrio es solidaria, nos ofrece agua fresca, pan, alguna fruta al pasar. Sí, allí en la esquina del Club Presidente Hayes, algunos son antiguos compañeros de fútbol. No me da vergüenza caminar engrillado, algunos partidarios del tirano nos escupen al pasar, profieren maldiciones; claro, ¡qué quéres!, lo endiosan, como beneficiarios del poder sin límites están siempre a favor de él; todos son "pyragues", esperan y reciben recompensas, aunque sean migajas de su mesa; otros obran así por ignorancia y algunos hasta se creen patriotas cuando nos desprecian. Están convencidos de que es lo mejor; yo me siento patriota como el que más, pero será difícil hacerle entender a este pueblo...; nos ven como enemigos, nos miran con profundo desdén. ¡Claro! Es el producto de la propaganda, basta con escuchar esa voz estentórea cada mediodía, y cada noche que en la cadena de emisoras da rienda suelta a su odio contra los que no piensan como ellos. ¡Hombres descastados, apátridas! - siempre repite lo mismo, siempre.

         Se ve grande la luna; se ve blanca y redonda la luna. Desde mi ventanuco la miro, no puedo dormir, estoy de pie, tratando de tomar un retazo de cielo desde este agujero. Mi compañero hace como que duerme, se resigna, no protesta ni estando solo; yo no me rindo; dicen que mañana nos mandan a Peña Hermosa...

         ¡Arriba! ¡Arriba! En la madrugada, el lucero centellea y un tapiz azulino cuajado de diamantes viaja en la superficie del río. A empellones los suben a la lancha, parten raudamente, el río ya no está azul como el manso río que se dibuja en los mapas; al alba se vuelve turbulento, las espumas recortadas por la lancha forman un remolino furioso. Nuestro ánimo gris percibe oscuras las verdes riberas que raudas se deslizan hacia atrás, las siluetas de los árboles se delinean negruzcas detrás de los ranchos. Dormito durante horas, el vaivén me adormece. Hacia el lado del Chaco, los bosquecillos de espinillo que guardan la costa se alborotan con trinos y graznidos. Atardece, ya no se distinguen ni loros ni cotorras, ni teros; dos yacarés se arrastran blandamente desde la costa, las garzas hacen florecer de blancos floripones un viejo algarrobo donde se posan. ¿Qué mirarán? No ven nada, no pueden ver nada, ni les importa, ya nada les importa, saben que van a morir.

         - Vos no te das cuenta, pero nos llevan lejos para matarnos, así no se entera nadie. - Qué más da.

         Hemos llegado. El camastro que me toca está lleno de chinches; pero aquí, en el confín del país, el bosque es más verde, el río es más limpio, es casi azul. ¿Sabés? ¿Será siempre así de claro este cielo? Escuchá, Babi, de aquí debemos salir; sin apuros. Tenemos que preparar la huida; nos traen aquí para matarnos, para que eso sirva de escarmiento a otros soñadores. ¡No me oís! - Sí, ya sé lo que estás proyectando desde este momento, sé que saldremos con vida, hay que convencer a los muchachos. Duermo pensando en que pronto, muy pronto..., unos meses tal vez...., años quizás...

         Nadamos con más fuerza, el agua está helada. ¡Rápido! ¡Más rápido! Redoblamos el esfuerzo porque ya se dieron cuenta de nuestra fuga. El Tigre estuvo de guardia, también Mbaracayá Saite. Es cierto, ellos también se cansan, aprovechamos mientras dormían, conseguimos atarles los pies y las manos. Capturaron a Tranqui y a Toribio. Ojalá no los ultimen a la vuelta... es que se atrasaron...

         Los siguen en una lancha, ellos meten la cabeza bajo el agua y nadan con empuje. Las brazadas son cada vez más briosas, avanzan con más ímpetu, se protegen unos a otros, casi, casi están llegando a la costa brasileña, pronto se pondrán a salvo.

         Ya se ve cerquita la orilla, nos arrimamos un poco más, ya llegamos al Brasil; en ese sitio el escarpado barranco forma un pequeño promontorio, nos siguen, se acercan. ¡Pronto! ¡Pronto! ¡Le alcanzaron a Felipe, carajo! No te des vuelta a mirar. ¡Fuerza! ¡Más rápido! Él ya queda en el río. ¡Vamos! ¡Vamos! ¿Cuántos llegamos? Seis, siete, ocho, nueve, diez... Alguien avanza con presurosos pasos; es un pescador; no, no; es un guardacostas; retira las manos de su arma colgada de la cintura. Nos mira extrañado, su asombro crece al vernos tan flacos, semidesnudos y con las barbas crecidas.

         Avanza cauteloso, comprende enseguida la crítica situación, nos mira compasivamente y extiende la mano, signo claro de que nos va a ayudar...

         Está clareando. Amanecí con una estrella en la mano, una estrella de veintidós años que ahora arrojo al río, es como un destello que se apaga. Vuelvo la vista hacia el Chaco. El pasado navega en un barco sin rumbo; nuestro presente desde ahora pisa tierra firme. Dorados rayos se duplican en el armonioso espejo de tonalidades cambiantes dentro del marco rumoroso y susurrante del río, de donde arranco una chispita de esperanza.

 



SOLO CENIZAS

 

"Pistolas, puñales,

y la pobre patria

chorreando sangre"

 

         Julio Correa

 

 

SOLO CENIZAS

 

         - ¿Qué tal? ¿Lo viste? -No, derramaron la comida y no me dejaron verlo; es orden del comisario. Dicen que hoy repartió cintarazos por escuchar la radio revolucionaria. Ya le quitaron su rancho. Mamá, en casa de don Caló, oí que tocaba fuerte una música; ya tienen radio. - Sí, es una de las que trajeron de Mbuyapey; quién sabe a quién habrá pertenecido. - Sí y don Caló tiene un parejero nuevo. Dicen que también llegó de otro lado.

         A papá lo mantienen preso en la "casa de dos pisos" que el alcalde habilitó como cárcel para los revolucionarios del pueblo; también estará escuchando el griterío, voces envalentonadas por el desenfreno, hombres para quienes el saqueo es un acto de valentía, lo hacen con goce y con orgullo, porque están cumpliendo una misión, la misma que les había encomendado el líder, el mandamás del pueblo.

         - Vení, ya es hora de llevar la comida a los presos. Sigo como una autómata a Mamerta, nuestra fiel sirvienta, que, humilde y serena, comparte nuestro sufrimiento y cumple con sencillez y naturalidad el mandado de llevar al patrón la ropa limpia y los alimentos.

         ¿Por qué esos gritos? Son los pynandíes que vuelven de Mbuyapey; vuelven con las carretas llenas de muebles y utensilios tomados de las casas de las familias del pueblo. Es el "requecho", producto del saqueo, el castigo a las familias revolucionarias.

         ¡Ya llegan! Ruido de cascos. ¡Piipu!. Ya pasan al galope levantando mucho polvo. ¡Piipuuu...! Corro a esconderme, cuando se oyen los primeros tiros. Mamá nos grita, ¡adentro! ¡Escóndase bajo la cama! Es que pasa la horda de vándalos; embriagados con caña, pólvora y violencia. Pasan lentas las carretas, ejes chirriantes y repletas hasta el tope; se detienen frente a la casa del Intendente y presidente del partido de gobierno, oigo hurras y vivas al partido y una voz grita roncamente, mueran los revolú, ¡abajo los contrarios! La tropa enardecida cruza al galope el pueblo en todas direcciones. Insultan a gritos, quedan frente a mi casa; tiroteos al aire. Hasta mí llega un fuerte olor a pólvora; lloran desesperados mis hermanitos; la pequeña se refugia en brazos de mamá, no entiende lo que pasa.

         Es de noche, cenamos mbeyú con leche, mamá nos dice: recen al Corazón de Jesús y, ¡a la cama todos! Cerramos las puertas, gruesos barrotes las aseguran, es que están borrachos y se espera de ellos cualquier cosa; son peligrosos, nos explica.

         Un grito en la ventana, otro más fuerte; ¡salgan, hay fuego! ¡El negocio! ¡El negocio se está quemando! Las llamas consumen rápidamente los depósitos, los fardos de algodón y tabaco, las bolsas de maní y maíz, apiladas hasta el techo, todo queda reducido a cenizas.

         Mi madre, desesperada, pide socorro, nadie acude; tienen miedo, miramos aterrados el vandálico acto. Poco a poco fuimos entendiendo la situación: lo habíamos perdido todo.

         Amanece, sobre el pueblo cae una lluvia fina, la plazoleta de la iglesia se llena de gente curiosa, mamá llora sin consuelo cuando ve el montón de cenizas convertida en barro. En esa masa gris está la mezcla de sudor y sacrificio de treinta años de trabajo. Reconoce que es irrecuperable, que todo está perdido. Ella sabe que quedamos pobres, pero que no doblaremos la cerviz.

         ¿Dónde están? Les traigo chipá y leche caliente, nos dice doña Blanquita, la única vecina que nos saludó esa mañana.

         Mamá nos mira con sus ojos azules profundos. Es triste el gesto de la mano cuando acaricia mis trenzas. Una leva sonrisa marca sus labios cuando nos habla: hijos, ustedes deben salir adelante, aquí ya no queda nada, los mandaré con la tía a Asunción. Allá estudiarán y tratarán de acostumbrarse a la ciudad.

         Dirige una cautelosa mirada hacia la esquina. Esa casa de estilo colonial pertenece al sátrapa del pueblo, ese mandamás ladino, que hoy se complace con la situación. Sí, tuvo el tupé de presentarse aquí, ¿sabés? Le dijo a la dueña que lamentaba la situación ¿Cómo? Eso, eso mismo, ¡que lamentaba el perjuicio! Pero mirá, ché, qué zorro. Cree seguramente que el pueblo lo va a creer; todos piensan que el astuto mandó hacer. - ¿Te parece? - Sí, claro, zorro como siempre. - Este caso es el colmo; con esto llegamos al hartazgo. ¿No te parece? - Yo creo que sí.

         El cabildeo en las aceras era continuo. Mira, mira, vienen llegando sólo para curiosear; ninguno le prestó ayuda a esta gente. No sabés lo desesperados que estuvieron los hijos, los he visto tan indefensos, tan impotentes, y al padre lo mantienen encerrado, ¿sabés? En el almacén de don Teó escuché que a todos los presos los llevarían a la Delegación de Paraguarí, allí sí el maltrato va a ser peor. Dicen que les hacen sacar agua del ycua bolí y que acarrean a pie los bidones hasta el pueblo. Eso no es nada; les hacen limpiar las calles como presos comunes. Yo misma los vi; acá también les hacen arrancar los yuyos, les dan un machete sin filo y a limpiar las calles. He visto las manos ensangrentadas de esos señores ya ancianos varios de ellos.

         Mientras tanto, en la sordidez del calabozo, un hombre destrozado repetía tercamente: yo sé lo que estarán pensando, que me voy a doblegar, que abandonaré mis ideas; comprendo la desesperación de mi mujer y mis hijos, pero tengo la seguridad de que saldremos adelante ¡No me harán callar! ¡Las ideas no se matan de este modo! Ese presuntuoso ensoberbecido pretende humillarme, estará satisfecho con esta medida extrema, pero sólo consigue adobar la rebeldía. Su cerebro no es más que una viscosa resina, cuya pringosa sustancia unta la cabeza de sus secuaces para empujarlos a la violencia, sí, a la violencia estéril; no sé cómo no se queda reseco después de una acción como esta.

         Todos en la calle observan las manos sarmentosas, la pálida faz que el caudillo lucía esa mañana, esas pupilas encendidas, esa sonrisa triunfal que parte en dos su apergaminado rostro, cuando exclama compasivo ¡qué lástima!, ¡qué desgracia! Los que lo escucharon cuentan que su voz temblona, sonaba más hueca, más cavernosa y que su huidiza mirada se hacía más bruñida aquella mañana.

 

 

 

LOS RICOS TAMBIEN SE MUEREN

 

"Entonces me dije:

hermano,

qué hay de distinto entre los dos.

Entre tu pan y mi pan

corre un mismo fermento de dolor.

 

         Ramiro Domínguez

 

 

LOS RICOS TAMBIEN SE MUEREN

 

         La luna sube lentamente y se coloca detrás del cerro, una luz lechoza se extiende sobre la chacra. Andrés observa desde el galpón y dice: ya se esconde la luna, pronto amanecerá. Prepara sin apuros el mate, observa casi con ternura a sus bueyes bajo el paraíso; ya casi amanece y Juliana no se levanta. Saca agua del pozo, hace ruido en la cocina, acomoda las leñas, crepita el fuego y pronto se desprenden chispitas. Una llama rojiza rompe la negrura del fogón y el agua hirviente da un sabor amigo al mate; lo sorbe gratamente y se dispone a salir.

         Osco y Manso se dejan uncir y cuando la carreta baja del cerro escucha la alegre campanada en la capillita. Es el día de San José, recuerda - debo volver para la hora de procesión; traeré una blusa nueva para Juliana, si me pagan por esta carga de tabaco. - Es difícil cobrar a don Vicente, pero la calidad de este tabaco da excelentes cigarros, y el maní...... vienen tres bolsas. Veremos si alcanzo a vender todo.

         - ¡Adió, Lacú!, ¡Adió, Luchí!. Parece que va a llover; el arroyo Yaguary ya se va a secar.

         - Ayer llovió hacia Loma, por allá está mejorando; ya se está arando la tierra.

         Juliana mira el cielo plomizo, se despereza y dice: tu papá estará llegando al pueblo, mientras le da el maíz a los pollos y reparte mandioca a los cerdos.

         - ¿Papá volverá al atardecer?

         - Sí.

         El calor se volvió sofocante. Con el rostro salpicado de agrias gotas de sudar; regresa cansado y malhumorado; no hay blusa nueva ni camisa para el hijo, ni zapatones para él. El tabaco sólo sirvió para saldar la cuenta del año anterior. ¿Y el maní? Apenas si pudo cambiarlo por una botella de aceite y dos kilos de azúcar.

         - ¿Qué pasó?

         - Don Vicente dejó el tabaco a cuenta del año anterior.

         - Jesú, che Dio, nosotros pico debíamos? – Sí - así dice él. La noche está estrellada, ni una nube en el firmamento, el lucero brilla mucho más esta noche. Ella eleva su mirada al cielo y piensa que en el pueblo ha quedado el trabajo de un año sin resultados para ella. ¿Qué hará con los chicos? Cuadernos, lápices, guardapolvos, zapatos.... todo, todo y ahora nada... ¿A quién quejarse? En el pueblo todos son cómplices. Ya verán; iré hasta ese señor a reclamarle....

         - No tenés derecho a reclamar nada, tu marido me debe mucho, llevó muchas telas, olla nueva, hasta una máquina de coser y un molino de maíz. - No es cierto, en mi casa no tenemos nada de eso.

         - Yo no sé, lo habrá llevado a otra casa. ¿Por qué no venís junto a mí el lunes? Mi esposa se va a Asunción, quedate conmigo cada vez que ella no está, no te faltará nada, te podré pagar por el tabaco y el maní y el poroto.

         - ¡Desgraciado!

         - Bueno, entonces mandale a tu hija, esa morena redondita, si, la mayor.

         - Esa es escuelera.

         - No importa.

         - No ténes miedo de Dios.

         - ¿Escuchás el doble? Sí, quién habrá muerto en el pueblo...

         - Amanece un nuevo día, una fina lluvia moja mansamente las capueras, pero Juliana hace un atadito de mandioca y se dirige al pueblo con la esperanza de venderla para traer un poco de yerba que le falta.

         - ¡Adió, ña Juana! ¡Adió, che ama!

         - ¿Y ese entierro?

         - Ya ves, che ama, los ricos también se mueren; el entierro es de don Vicente, se murió ayer.

         - ¿Ayer? ¡E' a! Yo ko le vi de mañanita kuri.

         - Sí, pero se murió a mediodía.

 

 

 

 

UNA LARGA ESPERA

 

Sentados en columpios nos movemos

desde el vivir absurdo hasta la muerte,

y el ritmo, movimiento nos impide

ver el final, el horizonte, el cielo,

 

         Julio Correa

 

 

UNA LARGA ESPERA

 

         Cada mañana, al levantarme, me examino detenidamente; cada uno de mis rasgos se refleja con nitidez sobre la superficie lisa. El espejo es antiguo, lo heredé de mi tía abuela. La forma del marco no coincide con el estilo de la cómoda, un mueble barato que compré del barrio del Mercado 4, pero me gusta así como está. Miro críticamente esa figura casi rechoncha que en un tiempo se veía estilizada y grácil como un junco. Sí, ese pelo gris, que aún conserva mechas de un rubio ceniza que fue. Surcan mi frente dos profundos canales, donde la savia de la voluntad ha derramado firmeza y altivez.

         Recorre con el índice los pómulos antes angulosos, hoy llenos, esa nariz respingada que en otro tiempo era signo de arrogancia, esa boca carnosa y húmeda que ante el menor pretexto se abría como un capullo mostrando dos hileras de perlas bien parejas, hoy marcada con un rictus que esconde su carácter ardiente e indomable. Sí, hasta ahora se siente excitante, febril. ¿Y por qué no? El ciego destino no pudo trastornarla hasta el extremo de anular la vehemencia de su temperamento volcánico. La irrita pensar en lo que pudo haber sido y no fue, la enfurece recordar ese delirante laberinto en que estuvo dando vueltas sin encontrar la salida. ¡Qué patética le resulta su propia risa!

         Me conmueve verlo traspasar el umbral con los hombros caídos, la joroba cada vez más pronunciada y la sonrisa desvaída e impregnada de nicotina; esos nudosos dedos que sostienen la bolsa del supermercado. Así aparece cada semana. Cuando su familia es relegada por algunas horas, viene hasta acá, con aire siempre afligido porque ya no puede desatar el nudo que él mismo ajustó para su tormento. Sí, estoy segura, esa dejadez en el vestir, ese abandono en su aspecto, esa desgana al caminar, esa indiferencia suya cuando le reprocho, esa insensibilidad ante mis reclamos, son signos evidentes de su apatía, de su inercia para cambiar esta situación, de su indolencia por mejorar esta vida que me condena a la inactividad, a la molicie. Estoy siempre esperando que cambie, que se resuelva esta situación siempre ambigua, siempre frustrante.

         Aún palpitan en ella aquellas promesas. Todavía la sigue embriagando la dulzura de sus palabras, se adormece recordando el susurro de aquella voz cuando frenético le decía - ya encontré el terreno para nuestra casa, cerca de aquí, en Villa Morra. ¡Qué lejos ha quedado! Hoy se lo ve vencido, fracasado, entregado a lo irremediable.

         Yo también pierdo el entusiasmo, es muy larga la espera, rehúyo el trato con los amigos, mis anhelos se queman dentro de mí, me siento morir en cada instante; vivir la mentira es una muerte lenta; morir con el engaño es pagar la estupidez de haber confiado sin límites. ¿Por qué? ¿Por qué me abandoné confiada? Sí, sí, confiada en los planes trazados para dos, sin saber que éramos tres. Un día me entero de que ya éramos cuatro... La vida es así; si dejas que otro te marque las pautas, quedas a un costado. Estoy sopesando que no siempre la bondad y la comprensión tienen su premio, no siempre; eso es. Yo cometí el error de dejar mi destino en sus manos. Él tampoco supo organizar su propia existencia; él se dejó enredar. Muy sutiles fueron los hilos, que después tejieron la red que lo aprisionó definitivamente, hasta que un día me enteré, sin pensar en la tormenta ni el tormento, sin adivinar siquiera su cobardía, pues, yo que nunca tuve una sospecha, nunca hice conjeturas ni predicciones sobre los dos, nunca tuve indicios de su infidelidad, ni presunción de su doblez; así que nunca tuve la previsión de guardar mis sentimientos ni mis palabras. Mi confianza fue total.

         - ¡Hola! No podré verte hoy; te llamaré cuando me desocupe - me había dicho aquella vez.

         Una voz anónima le avisó: -¿Sabés? A tu novio lo secuestraron tres militares, los hermanos de la novia, y lo llevaron ante el juez, donde ella lo esperaba junto con sus padres; ya el resto adiviná, lo obligaron a casarse. Ella espera un hijo...

         Cada vez que le abro la puerta a este hombre desalentado, encorvado, que me saluda con una sonrisa que quiere ser amable, sé muy bien que es irrecuperable la franca alegría de aquel joven optimista de hace treinta años.



 



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