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REVISTA DEL PEN CLUB DEL PARAGUAY

  IV ÉPOCA-Nº 12 / DICIEMBRE 2006 - REVISTA DEL PEN CLUB DEL PARAGUAY


IV ÉPOCA-Nº 12 / DICIEMBRE 2006 - REVISTA DEL PEN CLUB DEL PARAGUAY

 “REVISTA DEL PEN CLUB DEL PARAGUAY

POETAS – ENSAYISTAS - NARRADORES”

IV ÉPOCA - Nº 12

Arandurã Editorial,

Asunción-Paraguay, Diciembre 2006

 

 

PALABRAS PRELIMINARES
 
No se por qué algunos números tienen un encanto especial. Debe ser por el significado oculto que encierran o tal vez sea un recuerdo remoto de las fuerzas que dieron origen a su utilización dentro de la vida humana como herramienta valiosa que permitió el avance de las ciencias y el comercio hasta llegar a nuestros días, cuando los números adquieren cada vez un papel más relevante en el desarrollo científico que parece no conocer límites.
 
El número 12 es uno de esos números mágicos. Alcanzarlo parece dar un sabor especial a las cosas, impresiona como la satisfacción de un objetivo cumplido, cierra el círculo de una etapa y trasmite el optimismo que a cualquiera embarga ante el acontecimiento poco frecuente que tienen los artistas, de sentir que algo valioso acaban de concluir.
 
Es la emoción que creo compartir con todos los compañeros del PEN Club del Paraguay, hoy que estamos entregando el número 12 de nuestra Revista, la que posee la peculiaridad de presentar en su totalidad, trabajos inéditos de los autores participantes, lo cual le da cierto atractivo, pues nos consta que algunos de ellos tuvieron que seleccionar de entre lo nuevo y lo viejo, qué publicar en este número.
 
Desde el año 2000 hasta hoy, sin duda corrió el agua bajo el puente y el murmullo de su paso nos contó de muchas cosas, muchas historias que ahora vuelven a formar parte del conjunto que con este número cierra el círculo de la docena y abre nuevas posibilidades para el futuro.
 
En el lapso de los últimos 6 años transcurridos, el PEN Club del Paraguay recuperó el vacío dejado en el ambiente cultural, cuando de a poco fue cayendo en una de sus temporadas de silencio, que como ondas inexplicables van y vienen a lo largo su historia, para surgir de nuevo y con nuevos bríos tras espacios más o menos largo de tiempo.
 
Se sumaron nuevos nombres, se agregaron actividades al quehacer de los miembros del club, quienes participaron en diferentes acontecimientos culturales de universidades y colegios secundarios de la capital y del interior del país a cuya invitación los socios asistieron gustosos a participar de los encuentros programados, lecturas de poemas, encuentros culturales, presentación de temas diversos para los cuales cada uno en su especialidad encontró la manera de llegar a los jóvenes de nuestro país, tan necesitados por conocer que hay algo más que la tediosa repetición de vergüenza protagonizada por quienes dicen representar al pueblo y sólo buscan el beneficio personal que se hace evidente en el lujo descarado que resalta más en medio de la miseria general en que se debate gran parte de hombres, mujeres y niños condenados a la indigna mendicidad y el deshonor de la miseria.
 
En el año 2004, el club volvió a integrarse al International P.E.N., al ser reconocido nuevamente como miembro activo de la entidad y el año pasado se concretó con Arandurã Editorial el primer concurso de cuentos organizado desde el reinicio de las actividades del PEN Club del Paraguay
 
Con el sostenido apoyo del Instituto Cultural Alemán - Goethe Zentrum (ICPA-GZ), acabamos de entregar el tercer Premio Bienio 2004/2006, hecho destacado sin duda, que expresa a las claras la confianza depositada por esta institución en la gestión que realiza en el ámbito cultural nuestro club.
 
Pero apartándonos algo de nuestra línea tradicional, con este número queremos rendir postrer homenaje a un gran artista y amigo del PEN Club, quien sorprendió a todos con su inesperada desaparición. Es el escultor HUGO PISTILLI, bautizado por José-Luis Appleyard como "poeta del metal".
 
Hugo Pistilli se supo ganar el cariño de quienes desde hace años conformamos el club y compartimos la mesa redonda del San Roque, así como de los nuevos miembros que se integraron a lo largo de los últimos años al PEN, del cual Hugo es miembro espiritual, aún cuando no sea escritor sino artista plástico.
 
Es por eso que decidimos reproducir in extenso las palabras leídas por Luis María Martínez, presidente de la Sociedad de Escritores del Paraguay (SEP) y ex presidente del PEN Club del Paraguay, en ocasión del funeral del amigo, el 28 de agosto de 2006.
 
"La Sociedad de Escritores del Paraguay y el PEN club se unen por mi intermedio al pesar que embarga a la comunidad cultural ante la desaparición de Hugo Pistilli, artista en el más completo sentido de la palabra.
 
"Transmitió a través del hierro y el pincel los símbolos de su inagotable sensibilidad.
 
"Fue un ser amplio que hacía de la convivencia un culto permanente, el más sobresaliente, en los marcos de los más variados encuentros sociales y culturales.
 
"La solidaridad, la modestia, fueron grandes atributos de su persona, con exclusión absoluta de la infatuación y de actitudes humorales tan reprochables por minúsculas e injustificadas. Fue siempre coherente y regular en su manera de ser. De haber tomado el camino de las ideas hubiese podido constituirse en paladín, proceridad que tanta falta hace al país: que el hombre encarne valores innegables de cierta perennidad.
 
"Pierde el arte nacional a un alto representante, así como sus amigos a un ameno interlocutor, destacado por su fraternidad.
La sociedad de Escritores del Paraguay y el PEN Club se suman a la tristeza de todos los intelectuales del país. No obstante eleva y transporta las cualidades humanas de este gran artista a las más caras páginas de la cultura nacional, al calificarlas de excepcionales y ejemplares".
 
Estamos convencidos que el PEN Club del Paraguay seguirá transitando las aguas de la cultura, sin amedrentarse por la insensatez que le rodea y sin te mor a exponer su opinión cuando crea necesario hacer oír su palabra, sin tener en cuenta para nada los accidentes del camino, las dificultades que encuentra siempre la expresión de la verdad o la necia vanidad que a veces forma parte del entorno en que deben moverse quienes defienden sus convicciones y tienen la certeza de actuar en coherencia con ellas.


Presidente del PEN Club del Paraguay

 
 

INDICE DE OBRAS:

 
POETAS
 
DELFINA ACOSTA: POEMA A MIS ESPOSOS/ LA GACELA ENAMORADA/ RARO OFICIO
 
NELSON AGUILERA: POEMAS 1 – 2 – 3 – 4/ NO LA SÉ
 
MARÍA EUGENIA AYALA CANTERO: AUNQUE NO ESTÉS/ Y EN LÁGRIMA CONVERTIRME
 
WILLIAM BAECKER: NO ME LO HUBIERAS DICHO/ A RICARDO MAZÓ, POETA
 
GLADYS CARMAGNOLA: DE A DOS/ W (UVE DOBLE)
 
AUGUSTO CASOLA: LA CIUDAD AL AMANECER/ TRISTEZA NÚBIL/ CONDICIÓN
 
EFRAÍN ENRÍQUEZ GAMÓN: CANTO A MI CIUDAD
 
VÍCTOR-JACINTO FLECHA: ONOFRE DISEÑA EL CURSO DE LOS FUTUROS RÍOS/ ONOFRE, EL PÁLIDO SANTO
 
AURELIO GONZÁLEZ CANALE: POEMAS DEL VIENTO
 
LUIS MARÍA MARTÍNEZ: PAISAJE/ PALABRAS DE UN FOTÓGRAFO
 
DOMINGO RIVAROLA: ¿POR QUÉ?/ CAMINANTE

ENSAYISTAS

 
RAÚL AMARAL: POETAS ARGENTINOS QUE CANTARON AL PARAGUAY
 
MANUEL E.B. ARGÜELLO: EL MITO, SU UNIVERSO CREADOR
 
MARIBEL BARRETO: DEL POEMA AL POEMARIO, GLADYS CARMAGNOLA
 
ABELARDO DE PAULA GOMES: ASPECTOS FUNDAMENTALES DEL HECHO RELIGIOSO (Síntesis didáctica)
 
EFRAÍN ENRÍQUEZ GAMÓN: LA VIDA DE PASCUAL DUARTE Y LA MUERTE DE RUDI TORGA REPORTAJE IMAGINARIO A RUDI TORGA
 
EMI KASAMATSU: ¿ES POSIBLE LA DEFORMACIÓN EN EL LENGUAJE?
 
LORENZO LIVIERES BANKS: LAS LENGUAS DEL PARAGUAY (Año 1969)
 
LUIS MARÍA MARTÍNEZ: ALVARO YUNQUE, VIGÍA EN LA LUCHA Y EL HUMANISMO Y LOS GRUPOS DE BOEDO Y FLORIDA
 
JENARO RIERA HUNTER: ¿QUÉ LÍMITES EN LA ADOLESCENCIA?

NARRADORES

 
NELSON AGUILERA: ONDA INDIA
 
PRINCESA AQUINO AUGSTEN: EL TEJIDO DEL DESTINO
 
JEU AZARRU: LA BIBLIOTECA
 
CATALO BOGADO BORDÓN: LA NIÑA
 
LUIS MARÍA MARTÍNEZ: LA ALARMA
 
FRANCISCO OLIVEIRA Y SILVA: SOBREDOSIS
 
MARGARITA PRIETO YEGROS: EL NAVEGANTE
 
LUCÍA SCOSCERÍA: HORIZONTE ENCENDIDO/ FRUTILLAS

 
 
 
POETAS
 
 
1
 
Dejaré a tus ojos brotar
en las ramas de la poesía,
colgados de metáforas
iluminados
en sinestesias.
Tus ojos no son tuyos.
Son de la poesía.
Ella te los robó
mirándote a las pupilas
y los oculta
de todos
los que morimos
por verte.
 
2
 
Aquieta tu mirada de olivos
con el arrebol de dos soles.
¡No la bajes!
Liba el rocío de mis pupilas.
Sumérgete en el negro misterio
de mi iris,
y hállate a ti misma
en el amor
que tengo escondido
en el meollo de mis ojos.
 
3
 
Mis ojos de candela
quemaron la sombra azabache
de la quieta madrugada.
En cada llama del recuerdo
tus ojos de lagos tranquilos
intentaron tragarse
la vorágine del fuego.
Se consumió la candela
los recuerdos se hicieron cenizas
y tus ojos escaparon durmiendo
en las alas del sueño inesperado.
 
4
 
¿En qué ojos amaneció tu mirada
este tórrido día de enero?
¿En qué labios encendiste un beso
en el albor del verano?

NO LO SÉ

 
Solo sé
que esos ojos ladrones
y esos labios extraños
se está robando
poco a poco
y soslayadamente
los pedazos de tu vida.
 
 
DE A DOS
 
No porque fuera conocido ni fácil,
andar, soñar, sufrir, siempre de a dos,
he elegido vivir ¿cómo decirlo
sin ofensas? A dúo. Está mejor.
Se ha duplicado entonces la basura,
para lavar hay más de un tenedor
y en cada plato sucio, bien pegado,
se deja más puré o más arroz.
He aprendido con práctica y paciencia
que el tiempo retribuye la atención:
Hemos ahorrado en luces compartidas,
en aire puro y en calefacción.
Hemos multiplicado los luceros
y fraccionado la desdicha en dos,
la risa ha sido doble y duplicados
los rayos más benéficos del sol.
Aún es hermoso ver que las estrellas
nos sirven de farol
cuando salimos a la madrugada
a charlar, porque sí, en el corredor.
Y es hermoso saber que los resfríos
siempre fracasarán en su complot
porque estarás allí con lo que sea
como guardián feroz.
Además, para hacerlo más completo,
eres el principal admirador
de esto que va camino a hacerse largo
aunque sea al compás de un caracol.
Me encanta más que a todos tu receta
de pollo delicioso al estragón:
De modo que, no fueras lo que ahora,
sino cartero, poeta o leñador,
el solo suponer que llegue un día
que no estaré para escuchar tu voz
me impregna de desdicha las arterias
y sacude mis huesos un temblor
que aunque te duela, piden, te lo digo
despacito, inter nos,
que estás aquí, mi amor, mi compañero,
amigo hermano, para decirme adiós.
 
(De: Poemas de entrecasa, 1999)
 
W (UVE DOBLE)
 
¿En dónde estuve mientras te llamaban
así, como a una extraña?
¡Te asignan un mezquino espacio,
tímida moradora de una página
incompleta, además, del diccionario,
en el que inicias sólo once palabras!:
whisky, wéber, walón, wólfram, weberio...
Y paro, sin decir washingtoniana
porque sencillamente,
no me dan los oídos ni las ganas
mientras escucho, torrencial, a Wagner
sacudiendo con furia la muralla
exigir su lugar y darte el tuyo
en todos los rincones de mi casa.
 
 
 
ONOFRE DISEÑA EL CURSO DE LOS FUTUROS RÍOS
 
. Antes que la surgente brotara
. ardían las aguas en aguardiente

aún no conocíamos el tenue canto
al deslizarse el agua
. todo era incendio y quemadura
. hasta el agua misma

y llegó Onofre
-pálido santo del santoral madera-
en su trashumar de caminante de ardor a ardor

que el propio esplendor del mediodía
fogatea en él sus tripas de madera
y he ahí el agua
espejo de cielo en su desliz de agua
agua ardiente en sus entrañas

Onofre
-quemante madera-
bebió el agua
y ebrio se puso de tanto arder el agua ardiente en
. sus entrañas

y así anduvo por los naranjales
diseñando en el sueño de su sed el curso de los
. futuros ríos

Detrás de su vara de caminante
iba creciendo el agua
iba creciendo el agua zigzagueante como el
caminar de su guía el borracho

Atrás el viento y el río naciendo ya por siempre
. zigzagueante

ONOFRE, EL PÁLIDO SANTO

San Onofre
-pálido santo del santonal madera-
triunfo de otro cielo sobre este ajeno azul de la
. intemperie
erupción guaraní de renacido sol
de maíz y maní
en el pétalo de la esperanza
del mestizo paraguayo

santo prestado del anterior mundo
tú eres el último, último de aquél mundo en que
. todo se inauguraba
-desde la luz del sol hasta el rocío de la mañana-
el verdor de hoy no es más que rauda copia de aquel otro
. verdor
cuyo cedazo dejaba caer la abundancia

Onofre
-guaraní travestido de santo-
patrono del bienestar de la gente, del trabajo,
de la buena suerte, de la alegría,
del oro que fluye de la nada
-pepitas doradas, condensación de un antiguo ardor
. en el agua-
¿también tú has cambiado? ¿has vuelto para morirte
. en tu cielo?

hoy los santeros de Tobatí
mercando con tu figura de madera
reciben a cambio el oro
en tanto que nosotros
-simples creyentes de tu ardor de madera-
maduramos ilusión
y tú nos ofreces a cambio una moneda inverniza
no el verano que premie nuestro infinito apego al
viejo sueño del árbol, poncho de nuestra esperanza.
 
NARRADORES
 
EL NAVEGANTE
 
"Sueña, sueña
 
espíritu mío
 
porque si no sueñas
 
morirás de hastío. "
 
(Raquel Sáenz)
 
 
Cierto día, al viajar desde Asunción a la campaña, me senté en el ómnibus junto a un hombre de apariencia muy modesta. Vestía pantalones grises, camisa blanca, saco y alpargatas negros.
 
Noté que llevaba un portafolios de cuero, desteñido por el uso y me pregunté qué tendría adentro. De pronto vi que hurgaba en él, y tras revolver papeles, sacaba algo.
 
Miré de reojo y vi que era un libro a cuya lectura se abocó al instante.
 
Al rato, sin que el hombre se percatase, leíamos juntos. Era una aventura de piratas que hablaba de noches oscuras, un río caudaloso, silbidos nocturnos, muertos, miedos, supersticiones y tesoros escondidos.
 
¿Dónde había leído yo antes esa historia?...
 
Me sentía como si después de muchos años me encontrara, cara a cara, con una persona muy querida, pues no dudaba que ya conocía ese libro.
 
Volví a mirar.
 
-Pues son azules y los bigotes rubios. Y la piel blanquísima.
 
Y fuma en pipa, tabaco con aroma a champaña.
 
Al darse cuenta de que lo observaba me sonrió y dijo:
 
-Me llamo Samuel Clemens y yo capitán de buques de rueda en el gran Missisipi.
 
Noté que hablaba en otro idioma. Sin embargo yo lo comprendía. Tal vez, por telepatía.
 
Caía la tarde. Quedé mirando en silencio con los ojos muy abiertos como si recordara algo.
 
El viento sopló entre las ventanillas de vidrio y murmuró suavemente en mis oídos:
 
-¡Mark Twain! ¡Mark Twain!
 
-No sé. No comprendo las palabras. Son de otro idioma.
 
-¿Qué idioma?
 
-No lo sé.
 
El sol se había ido. Un trueno estremeció el aire tranquilo, y enseguida sentí el olor a tierra mojada.
 
La lluvia arreciaba y todo era oscuridad y agua.
 
-¡Mark Twain! ¡Mark Twain! -sonó otra vez el viento con acento extraño, y al rozar con mi mente las palabras comprendí que decían: "dos brazas de aguas, dos brazas... dos brazas".
 
El ómnibus devoraba las distancias mientras yo me esforzaba por recordar el nombre dé esa aventura. ¿Era "La isla del tesoro", "Simbad, el marino" o "Las mil y una noches"?
 
Después de todo, ¿qué importaba el nombre sino el placer de leer y recordar? Pero yo insistía en saber el título del libro que despertaba en mí raras sensaciones, y me hacía evocar las noches en que, a la luz de la lámpara Radio-sol, mis padres leían en voz alta cuentos famosos, en nuestra umbrosa quinta de Villa Morra, hacía muchos años.
 
Estaba ya a punto de dirigirle la palabra al dueño del libro cuando bruscamente lo cerró y pude leer "Las aventuras de Tom Sawyer".
 
Claro. Esta era la novela de Mark Twain que por capítulos publicara Billiken, la revista que, semana a semana, deleitó mis años primarios.
 
Ya satisfecha mi curiosidad decidí dormitar y recliné el asiento, presionando el botón del costado. Fue entonces cuando reparé en las manos del hombre. Miré viva mente y me di cuenta de que eran manos rudas, fuertes, manazas de marinero.
 
Me fijé con más detenimiento en él y noté que tenía ojos azules.
 
-¿Ojos azules? -pensé.
 
-¿Estoy soñando?
 
Alguien estaba haciendo sondeos en el río para avisar al barco si podía pasar.
 
-¡Mark Twain! ¡Mark Twain! -la antigua expresión marinera indicaba la profundidad del agua. .
 
-¡Mark Twain! ¡Mark Twain! ¡Buen fondo y agua segura para el barco que quiera pasar! -gritó una voz en la oscuridad.
 
Avanzamos sin temores navegando en la corriente silenciosa y cantando ritmos marineros.
 
Samuel Clemens tarareaba en voz baja:
 
-"Brinda por mí con tus ojos y yo te prometeré con los míos".
 
Era una canción muy hermosa y penetró en mi mente como una ráfaga; al rato también yo tarareaba.
 
En las orillas desfilaban montes azulados, y caudalosos arroyos se unían a nuestro majestuoso río, mientras silenciosas aldeas y solitarios caminos iban quedando atrás. Todo parecía fluir hacia el horizonte.
 
Samuel Clemens susurraba musicalmente: -"Deja un beso en tu copa y no pediré vino". -¡Qué fantástico es el amor! -pensé.
 
-Y, sin embargo, el tiempo lo convierte en casi nada. El matrimonio nos avejenta y nos hace rutinarios -me respondió mi compañero de viaje.
 
Miré el gran río y vi enormes troncos negros a la deriva y también una monstruosa balsa que descendía con una linterna en su centro. Cuando se hallaba casi frente al sitio donde nos encontrábamos oí muy claramente que el navegante gritaba:
 
-¡Vamos remos de popa, virad hacia estribor!
 
Entorné los párpados.
***

El hombre de alpargatas se había puesto de pie y mientras bajaba un bolsón del portabultos me dijo:
 
-Parece que usted ha soñado. Ha hablado mucho y me ha desvelado.
 
-¿Sí? -dije incorporándome y, presionando el botón enderecé el asiento.
 
En lontananza nubes doradas precedían al sol que avanzaba fulgurante disipando las brumas.
 
-Permiso para bajarme -dijo el hombre. El ómnibus se detuvo y mi compañero de asiento se alejó con energía y rapidez.
 
Sentí un leve estremecimiento y sin saber por qué me puse a llorar. El guarda me miró desconcertado y yo desvié la mirada.
 
-No. No fue un sueño. Fue algo inesperado y distinto -pensé. Y esa canción... No quisiera olvidarla. Quisiera recordarla.
 
Una semana después en Asunción, asistí a una feria internacional de libros. Cuando llegué a la sección de literatura norteamericana pedí un ejemplar de "Las aventuras de Tom Sawyer", y enorme fue mi asombro al reconocer en la foto de la contratapa al navegante de mi sueño. Entonces comprendí que Mark Twain era el seudónimo de Samuel Clemens el consumado navegante que tan bellos libros escribiera, y en cuya compañía me he alejado de las riberas del hastío.
 
 
 
HORIZONTE ENCENDIDO
 
-¿Tienes miedo?
 
Era una pregunta que no tenía respuesta, porque la mordaza que tenía sobre la boca me impedía contestar, pero mis ojos no se apartaron de los suyos, desafiándolo.
 
La muñeca izquierda me ardía y la moví para evitar el escozor. La media de nylon que me la mantenía sujeta a uno de los barrotes de la cabecera de la cama se metió en mis carnes, la giré para alivianar el roce, lo conseguí pero no del todo.
 
Se sacó la camiseta. Su torso canela de músculos marcados quedó visible en la semipenumbra. Me desató un pie y lo alzó formando un ángulo recto para que saliera por él la tanga. Después lo volvió a atar al barrote de la cama. Hizo lo mismo con el otro pie y sentí la desnudez entre mis piernas expuesta a su deseo. El corazón me latía con furia. Mis ojos seguían el recorrido de los dedos sobre el cinto de sus jeans, unos segundos después podía ver las piernas, muslos y todo lo que estaba oculto. Y supe qué haría conmigo. Me vi en las pupilas cristalinas de los ojos oscuros. El hormigueo nació en lo más pro-fundo de mi cuerpo y me hizo estremecer. Trajo un cojín de la nada y lo colocó bajo mis nalgas. A pesar de que temía lo que pudiera pasar, no pude evitar que mis caderas se balancearan cuando él acercó sus labios al musgo secreto. Con cada beso recibido crecía el fuego. Me quitó la mordaza de la boca y metió en ella su lengua que me lleno de cosquillas y se acopló a la mía en un baile sincronizado y eufórico. Mis senos aplastados bajo su cuerpo tenían los pezones duros como lanzas. Se aferró a mis caderas y sin dejar de besarme se movió en forma lenta y circular dentro de mí, hasta que estallamos al mismo tiempo. Nuestros gemidos murieron y dieron paso a profundos suspiros.
 
Quería abrazarlo, acurrucarme entre sus caderas, entonces le pedí que me desatara las muñecas. Así lo hizo y nos trenzamos en un abrazo mojado y sudorosos hasta que nuestros corazones volvieron a latir con normalidad.
 
-Te quiero -dije mientras lo besaba en la comisura de los labios.
 
-Yo también -dijo devolviendo el beso.
 
-Es el mejor regalo de cumpleaños que me has hecho. Así que tendré que esmerarme en el tuyo.
 
-Faltan quince días, pero ya sé lo que quiero.
 
Me lo dijo al oído y reímos cómplices, nos miramos a los ojos y supimos que la llama se había vuelto a encender. Afuera el horizonte también estaba encendido.
 

FRUTILLAS

 
Mi corazón volvió a su ritmo normal. El suyo seguía fuera de control. Los latidos se sentían fuertes y rítmicos en el pecho bañado por el sudor.
 
Abrí los ojos y se prendieron de los suyos al instante. Sin razón aparente reímos. Nuestros cuerpos calientes pronto sintieron el frío invernal de la habitación en la cual nos habíamos refugiado por tantas horas. Nos tapamos con una frazada raída y quedamos abrazados entre risas y besos, felices por el placer de estar juntos.
 
Tuvimos hambre. Las frutillas que habíamos comprado a un vendedor ambulante por la calle, estaban aún dentro de la cestita en que la habíamos traído.
 
Desafiando la temperatura helada de la pieza, me levanté desnuda y las lavé en el baño, las dejé en la mesa y me zambullí en la cama junto a él. En poco tiempo mi cuerpo se había enfriado; el contraste con el suyo, caliente aún, nos hizo estallar en carcajadas.
 
-Estás helada -dijo y me abrazó y tocó con las manos cálidas y suaves.
 
Un estornudo me obligó a buscar mi camiseta, que se encontraba a los pies de la cama. Él me ayudó a ponérmela y yo le puse la suya. También encontró mis medias y me las puso despacio, acariciándome el tobillo mientras lo hacía.
 
Traje la cesta con las frutillas y le pregunté si quería alguna.
 
-Sí -respondió y la sonrisa amplia iluminó la habitación.
 
Elegí la más madura y se la puse en la boca. Él la mordió sin dejar de mirarme. Leí sus pensamientos. Supe que recordaba todo lo que habíamos hecho al amarnos horas antes.
 
Un estremecimiento me recorrió el cuerpo. Me besó con los ojos abiertos. Su lengua me pasó la frutilla qué le había dado, más dulce aún con la saliva. La tragué y él tomó otra del canastito y me la dio. Comí la mitad y la que sobró se la llevó a la boca y me la pasó con la lengua en un beso dulce y voluptuoso. Después me tomó la mano y la besó y me dijo que me amaba, como siempre.
 
Afuera, la noche había llegado de golpe, como suele hacerlo en invierno, entre voces que aún no querían apagarse en la calle o en las casas.
 
Adentro, seguía el calor de nuestra piel y esa felicidad absurda de saber que todo está bien por el solo hecho de estar juntos.
 
Antes de dormir, pensé que era fácil ser feliz: alguien a quien querer y ser correspondida y tal vez algunas frutillas.
 
 
 
 
 

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