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EMI KASAMATSU
  YO, OLIVER (Cuento de EMI KASAMATSU DE ENCISO)


YO, OLIVER (Cuento de EMI KASAMATSU DE ENCISO)

 YO, OLIVER

Cuento de EMI KASAMATSU DE ENCISO




YO, OLIVER
 
Nací en un suburbio de la Capital. Era la época en que las tibias tardes estivales se iban tornando casi frescas. Éramos siete hermanos. Mi madre, todavía joven, hacía un gran esfuerzo para alimentarnos y protegernos. Vivíamos en una casa de dos habitaciones y una cocina de techo de paja. En una de las habitaciones, mi madre preparó con viejas bolsas de lienzo nuestras camas. A pesar de la escasa comodidad, éramos felices en ese ambiente acogedor; además, aquella era lo único que conocíamos.
 
Una tarde fría, llegó un viejo amigo de la casa, Don José, y escuché que le decía a la señora:
 
-"Quiero llevarme uno de ellos para que crezca en la casa de mi sobrina".
 
Por desgracia o fortuna, fui yo el elegido. Don José me alzó en sus brazos y, dando las gracias, se despidió. No sabía yo que era la última vez que veía a mi madre y a mis hermanos y que el destino me llevarla a un lugar tan diferente.
 
Advertí que subíamos a un ómnibus. Entre varias frenadas y bruscos movimientos, anduvimos largo rato, luego bajamos y entramos en un edificio muy alto.
 
Don José hacía de mozo en una oficina. Entró por la puerta de servicio y me depositó cuidadosamente en un almohadón, sobre el piso.
 
Entre ruidos de tazas y vasos que tintineaban y, luego el olor de café humeante, Don José se movía de prisa de un lugar a otro.
 
Unas horas más tarde, sentí que el hambre me retorcía el estómago. Se sumaba al hambre la soledad y la nostalgia de los cuerpecitos de mis hermanos, como también el cuidado amoroso que me prodigaba mi madre. Empecé a llorar cada vez más fuerte, para llamar la atención. Mi pequeño corazón se me oprimía y el pulso se me aceleraba con la desesperación.
 
¿Qué sería de mí en el futuro? El triste destino de los seres como yo, a quienes se lleva el mejor postor sin que uno pueda elegir libremente su propio camino. Los seres humanos, con sus reglamentos y buenas costumbres corno ellos dicen, son los amos de esta tierra. Hacen y deshacen las cosas a su gusto.
 
Sumido estaba en mi pensamiento y dolor ya convertidos en llanto, cuando sentí unos pasos firmes y seguros. Una voz grave y autoritaria en seguida dijo:
 
-"Don José, venga aquí. ¿Qué pasa en esa habitación? Escucho algo extraño que parece un llanto".
 
Don José, temeroso de haber roto la disciplina de la Compañía, tartamudeó un poco:
 
-"Doctor, discúlpeme... Es que traje un perrito para mi sobrina y quiero llevárselo a la salida del trabajo".
 
-"Está bien, Don José". Y, con un tono más suave, ordenó:
 
-"Muéstrame ese animalito".
 
Me llevaron al despacho del doctor en una caja de cartón y, cuando la abrieron, estaba acurrucado con miedo de enfrentarme con ese señor que parecía tener mucho poder.
 
Al verme, se sonrió y me acarició la cabeza. A pesar de su aspecto, resultaba ser tierno.
 
Escuché que distaba un número y le oí decir:
 
-"Querida, aquí hay un perrito de raza; es una mezcla de pequinés y fox terrier. Te va a gustar para nuestro hijo, que tanto quiere uno".
 
Y ya en camino de esa casa que sería mi destino, me preguntaba con zozobra: "Cómo me recibirán? ¿Cómo serán ellos? ¿Serán como ese señor?
 
Entramos por el portón grande de hierro y el coche frenó. El chofer cargó cuidadosamente con la caja y la llevó directamente a la señora. Ella, muy diferente de la dueña de casa donde nací, me miró asombrada y exclamó:
 
-"Pero si este no es de raza, de ninguna manera.... es un criollito infeliz".
 
¿Qué será eso de criollito?
 
La señora ni siquiera me tocó y volvió a mirarme casi con desprecio. Me sentí chiquito más de lo que realmente era. Por primera vez, tropecé en este mundo de discriminación donde yo era alguien no definido, alguien no nacido en una cuna ilustre; de padre desconocido.
 
De repente, escuché una voz que parecía entusiasta y alegre:
 
-“¿Dónde está el perrito?"
 
Vi a un adolescente con cara de amigo, quien me alzó y me dió un gran beso de bienvenida.
 
Mi amo, como él se llamaba a sí mismo, era muy cariñoso y desde el primer día me dió todos los gustos para que yo me sintiera cómodo en su casa. Y me consideró su mejor amigo. Me sentí muy halagado de convertirme en su fiel e inseparable compañero, muy a pesar de la señora, la cual se mantenía fría, ignorando casi por completo mi presencia en esa casa. Ella vivía en ese mundo tan sofisticado de las cosas refinadas y cultas y yo no cabía en él.
 
Hice todo el esfuerzo posible para estar a la altura de ese mundo, sobre todo por mi amo que tanto me protegía. Y quise que mi presencia en esa casa, que empezó a gustarme, no fuera motivo de discordia. El recuerdo de la familia en cuya casa nací, se fue disipando con el correr del tiempo.
 
En uno de los meses calurosos, supe que mi amo viajaría al extranjero, a un país muy lejano y que se quedaría allí por un tiempo, mientras durasen las vacaciones. En víspera de su viaje, escuché que le decía a la señora:
 
-"Mamá, cuídame mucho a Oliver, prométeme; él será mi representante cuando yo no esté en casa".
 
La ausencia de mi amo me causó una inmensa tristeza, la casa parecía tan vacía. La señora se encerraba a leer o salía con sus amigas por la tarde.
 
Como fiel servidor de mi amo, me instalé en su habitación e, inclusive, me acostaba en su cama.
 
Un día la señora me vio y vino enojada como para echarme de allí. Sentado en la cama de mi amo, la miré.
 
¡Cómo hubiera querido decirle que estaba cumpliendo con el encargo de mi amo y cómo hubiera querido que ella también considerara que deseaba, de todo corazón, ser parte integrante de esta familia y ofrecer toda mi colaboración y cariño para la felicidad del hogar!
 
De repente, ella se quedó pensativa y dejó que me quedara en la habitación. Y, cuando llegó el señor, escuché que le decía:
 
-"Oliver hace las veces de nuestro hijo. .. y ¡qué expresivos son sus ojos, parecen querer decir algo'
 
Y así el hielo de su corazón empezó a derretirse y, poco a poco, recibió el cariño y los mimos que yo le ofrecía; a veces me acariciaba la cabeza y yo contestaba con ojos y gestos de comprensión.
 
La primavera llegó al jardín de nuestra casa. La señora cuidaba mucho de él y este año estaba más hermoso que nunca, el pasto recién cortado parecía una alfombra verde que se extendía a lo largo y a lo ancho de un inmenso terreno. Los árboles, con sus recientes brotes, resplandecían a la luz de la mañana. Algunos arbustos y enredaderas estaban cuajados de flores rosadas y blancas. Y muchas plantas que crecían alrededor de estos árboles ofrecían sus pimpollos como si quisieran infundir una nueva esperanza en un mundo de cambios constantes.
 
Y yo contribuía al cuidado...
 
Se oían los trinos de los pajarillos junto con los de mi rival en cariño, el loro, el preferido de la señora. Un ruido extraño se escuchó de repente y empezó el alboroto en ese pequeño paraíso. La señora corrió jadeante y espantada diciendo:
 
-"¡Qué horror! ... ¡qué horror, nunca he visto uno de semejante tamaño!"
 
Fui a averiguar lo que pasaba. Bajo las plantas del jazmín del cielo, como si contrastara su delicadeza, había un cuerpo extraño y grotesco, negro y de aspecto tenebroso. Me miró molesto como si mi ladrido le hubiese despertado de un largo letargo. Su mirada se tornó furiosa y la lengua le entraba y salía desafiante. El miedo invadió mi cuerpo y mis piernas empezaron a aflojarse; quise retroceder, pero no debía hacerlo, porque era mi trabajo espantar a todos los seres extraños que se acercaran a este jardín y era mi oportunidad de demostrar lo que valía.
 
Me armé de valor y de fuerzas casi sobrehumanas y empecé a ladrar con todo lo que mi garganta me daba; pero el monstruo ni se inmutó. ¿Qué podía hacer sino ir al ataque? Luchamos cuerpo a cuerpo por un largo rato, que pareció una eternidad; tenía una coraza invencible y el miedo y el cansancio se apoderaban cada vez más de mí. La señora me miraba preocupada, pero yo ya no podía retroceder, pues no quería que me tildaran de cobarde. Le di un gran mordisco en la garganta a mi adversario y éste se derrumbó; no sin antes derramarme un líquido que empezó a debilitarme. Mi cabeza ya daba vueltas.
 
La señora me tenía, por primera vez, en sus brazos y con la cabeza recostada en su tibio pecho que latía preocupado por mí. Unas gotas caían sobre mi cabeza. Ella lloraba por mí. Sentí en mi interior la alegría de haberla conquistado; ahora ella era realmente mi mamá, una mamá que me quería. Valió la pena mi esfuerzo, aunque no sé si podré salvarme. ¡Oh Dios, si Tú me dieras un poco más de vida, yo dedicaría todo mi afecto a esta familia que ahora es mía verdaderamente!
 
Y, antes de perder el conocimiento, pensé con satisfacción:
 
-He dado para recibir...
 
EMI KASAMATSU DE ENCISO.
 
 
 
 
Fuente :


TALLER CUENTO BREVE


Imprenta-Editorial

Casa América,

Asunción-Paraguay1985 (172 páginas).

 
 
 
 
 

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