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PRINCESA AQUINO AUGSTEN
  EL VIAJE - Cuento de PRINCESA AQUINO AUGSTEN - Noviembre 2013


EL VIAJE - Cuento de PRINCESA AQUINO AUGSTEN - Noviembre 2013

EL VIAJE


Cuento de PRINCESA AQUINO AUGSTEN


Dr. Rodrigo Aquino Zavala, mi padre.


“Dormía y soñé que la vida era bella, desperté y advertí entonces que ella es deber”

Emmanuel Kant


Me desperté sobresaltado, ¿y si no me convalidaban el título de médico?

La realidad en la que estaba sumido sobrepasaba en mucho sus más terribles pesadillas. Sabía lo que pasaba con quienes lo acompañaban, pero aun así él creía en lo que hacía.

“La tiranía embrutece al pueblo, es el peor látigo que puede azotar a una sociedad, luego de marginarlo, lo empobrece y humilla. Yo no puedo sustraerme, el haber nacido aquí me obliga a tener una postura y sería peor fingir no ver o no hacer nada. No podría con mi conciencia. ¡No tengo opción!”

Esto había pensado, siempre pensé así, sigo pensando lo mismo, pese a que ahora estoy aquí, tirado en los confines de otra Nación, con un catre prestado y trabajando de cajero en la carnicería de este amigo. Cajero de carnicería, qué ironía. ¿Qué pensarán luego mis potenciales pacientes del consultorio, si me llegan a revalidar el título?

— ¿El doctor es el antiguo carnicero?

Pero fue lo que me ofrecieron y acepté, tras mi apresamiento y exilio, para callarme. Para que no siga financiando ese diario de tres hojas que resumían nuestra posición e ideas. ¿Por qué le habré contado al infeliz del Capellán que yo era uno de los que pagaba lo que él llamó “Pasquín Comunista”? Para qué perdí entonces todo el resto del día argumentando, que aquel era un pensamiento social -socialista- enumerándole luego las diferencias con los comunistas, que tenían derecho a expresarse libremente. Si ya todo estaba claro. Pero no pude callar.

¡Y aquí estoy! Pero no me arrepiento. Otros menos afortunados están muertos, o presos -muertos en vida —vivos muertos— Yo al menos estoy libre, vivo y sano. Aunque no del todo. Los tormentos de los otros me persiguen. Sus injusticias me duelen.

Nunca podré olvidar que luego de ser apresado, durante todos esos días escuchaba los gritos de los otros detenidos. Y cuando pasaban los torturadores frente a mi celda con sus cuerpos destrozados, me mostraban algunos de ellos, unos desconocidos, otros conocidos míos y me decían:

— “Mañana te va a tocar a vos” -y se reían.

Para qué negar que jamás lo hicieran, pero el temor a ese “mañana” era peor que la pileta o la picana. Era aún más denigrante. Hoy le llaman tortura psicológica.

¡Pero ya pasó! Ahora solo me preocupa que no me convaliden el título de médico en este país. Aunque cuando llegué, me invitaron a fijar residencia. Necesitan médicos. Los que hay no quieren ir a los pueblos del interior, donde no hay luz eléctrica, ni agua corriente, ni los demás elementos de confort y entretenimiento. Yo no tengo problema. Total es solo por un tiempo, hasta que consigamos derrotar a los opresores. Luego podré volver a mi país, a mi vida anterior. Quizás me reincorporen a mi puesto en la Cruz Roja, y el Profesor Riveros me vuelva a aceptar en su Cátedra de Cirugía. No en vano me decía lo orgulloso que estaba de mí, su discípulo, como gustaba llamarme. Volvería a mi pequeña clínica, de la cual nada pude rescatar previo al destierro. Pero estoy cansado. Tengo que dejar de atormentarme con estos pensamientos. Tengo que descansar, pensar positivamente. Casi no dormí anoche interpelándome a mí mismo, ¿si me piden otros documentos y yo no los puedo ir a buscar?

¡Qué terrible incertidumbre! Tener que estar pendiente de un trámite burocrático, con toda la necesidad de ayuda que veo aquí. Pero debo esperar, no sea cosa que luego me acusen de practicar la medicina sin título habilitante. Estoy impaciente, ansioso, preocupado.

De un plumazo, con un gesto el dictador me quitó todo. Mi carrera, mis bienes, lo que con esfuerzos logré. O al menos eso creyó él. Pero no fue así. Y se lo dije al Dr. Insfrán cuando se burlaba de mí y me decía.

— “Ramelli, se te habrán pasado ya las ganas de cambiar el mundo ahora. Tu mundo sí que cambió. ¿Verdad?”

—“Todo lo que tenés se puede perder, pero lo que sabés, tu ciencia, va contigo adonde vayas. Aquello que atesoraste en tu mente, aquello nadie podrá quitarte. Y eso ha de bastarte.” -Le respondí sereno. Se puso serio de golpe. No le gustó lo que oyó.

Otra noche y esos documentos que no llegan. Sumado a mi insomnio esta noche de diluvio. Alguien golpea las manos en el portón. ¿Quién podrá ser a esta hora?

—Doctor Ramelli, soy Benito Salinas. Usted le atendió a mi prima en Paraguay.

—Pase Don Salinas. ¿En qué puedo ayudarlo?

—Mi esposa está por tener (hijo) y no encuentro ningún médico que quiera ir conmigo doctor. Yo pues vivo del otro lado del río y ninguno se quiere ir con la tormenta.

—Pero Salinas, a mí todavía no me convalidaron el título aquí. Puede ser peligroso.

—Doctor, mi esposa está mal, por eso vine hasta aquí a buscar un médico. Yo confío en Ud. Me hablaron muy bien.

—No es que no quiera ayudarlo, Salinas, el problema es que si lo hago y algo no sale bien puede traerme consecuencias aún más graves.

—Pero Doctor, ¿va dejar entonces que mi esposa se muera? Todos dicen que Ud. no es como otros médicos. Mi pariente dijo que a Ud. le importan las personas.

—Está bien, Salinas. ¡Vamos! Déjeme buscar mi maletín con los instrumentales y el piloto. ¡Qué barro! ¡Cuánta agua!

—Venga por acá Dr., el camino está más firme. Aquí cerca nomás tengo la canoa. Tenemos que cruzar el río.

—¡Lindo día para nacer! ¿Verdad?— dije y reímos.

La canoa se inclinaba con el viento, pero llegamos pronto.

—Bueno Dr., llegamos, esta es mi casa.

El rancho apenas guarecía de la lluvia, parte del techo goteaba. El perro ladró y se acercó a olfatearme. Yo pedí lo necesario para empezar. Atendiendo a que el trabajo de parto estaba adelantado, pero se vaticinaban complicaciones, decidí utilizar la técnica del hipnotismo para quitarle el temor. Era una primeriza, valiente por lo que se veía. Ayudó en todo. Casi al amanecer pudimos concluir con nuestra tarea, satisfechos de que todo acabara bien.

—Nació una chancleta— dije, en tono humorístico, mientras la veían, cuando la higienizaba. -Una futura paciente mía.

El padre la tomó en sus brazos y la llevó fuera para que la vieran los demás, dichosos con la niña. No sé de dónde empezaron a aparecer empanadas, chipa, sopa paraguaya, chipa guazú, una damajuana de vino, todo lo necesario para el festejo, los vecinos, los parientes, etc....

—Dr. Ramelli, la verdad es que yo soy pobre, soy un pobre tipo, soy un perdedor. Yo trabajo de carretillero de carga en la frontera. No tengo plata, doctor, no sé cómo voy a pagarle, pero quiero pagarle, doctor.

—Tranquilo, Salinas, no te preocupes. Yo ya me imaginé todo esto, al igual que mis colegas, pero no me importó. ¡Déjame pensar cómo me vas a pagar! Además, te voy a decir, “todos” somos perdedores, solo depende en función de que se mire, para algunos es el dinero, para otros el amor, la salud, un deseo insatisfecho, un vicio, en fin, siempre habrá algo en lo que perdemos. Lo último que perdemos es la vida, esta transitoria ficción que hoy vimos llegar a nuestro mundo y otras veces nos toca presenciar su huida, sin explicamos su esencia.

—No lo entiendo muy bien, doctor.

—Que no hay que preocuparse, todos somos perdedores, eso nada más decía. Las palabras que utilicé no importan, estaba filosofando un poco. Se me ocurre una idea para que puedas pagarme, y no me debas nada. Yo, en el transcurso de mi ajetreada vida, ya viajé en carreta, carro, avión, helicóptero, avioneta, auto, moto, también anduve en tranvía como buen febrerista, en tren, en bicicleta, lancha y canoa, pero nunca viajé en carretilla.

—¿En carretilla?, no le entiendo.

—Me dijiste que tu trabajo es llevar bultos con la carretilla, ¿verdad?

—¿Usted quiere que yo le lleve algún bulto?

—Sí, a mí. Me llevas hasta casa en carretilla y estamos a mano.

—Me está haciendo un chiste ¿verdad? No puedo creer que por llevarle en carretilla ya no tengo que pagarle nada.

—No es ningún chiste. Me llevas y estoy pagado.

—¡Y bueno entonces! Vamos a festejar un poco y después le llevo, doctor.

Un rato después, alzamos la carretilla a la canoa, y volvimos a cruzar el río.

—Al fin de cuentas ejercí legalmente. En ese país, soy médico, le dije.

Al bajar, lo ayudé con la carretilla y nos pusimos en marcha. Los dos ya estábamos alegremente ebrios, mi primer paciente y yo habíamos festejado bastante el nacimiento de su hija. De tanto en tanto la carretilla se deslizaba por el barro y acababan en él mis huesos, pero yo me levantaba y volvía a ella.

Al llegar a casa, nos despedimos y vi que su rostro estaba radiante.

—Dr. Ranelli, ¿cumplí, he? Le cuento, que nunca me tocó llevar un bulto tan liviano.

—Este bulto era liviano, pero escurridizo— le respondí. Y reímos ambos. — ¡Estoy bien pagado!— agregué - Cuando necesites, vení nomás a buscarme.

Me agradeció, con lágrimas en los ojos. Estaba emocionado. Y se fue.

Hoy llegó la nota, tendré que viajar para retirar la convalidación de mi título de médico y ya podré ejercer mi profesión aquí.

“Como dije, lo que estudias, lo que sabes, nadie te lo puede quitar ni siquiera el tirano”.



ENLACE INTERNO A DOCUMENTO FUENTE

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REVISTA DEL PEN CLUB DEL PARAGUAY

IV ÉPOCA – N° 25 JUNIO 2013

Editorial SERVILIBRO

Dirección Editorial: VIDALIA SÁNCHEZ

Diseño de tapa: CAROLINA FALCONE ROA

Asunción – Paraguay

Noviembre 2013 (165 páginas)




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