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NELSON AGUILERA
  ESTOY GORDA Y FEA, PAPA VOS NO SABES NADA y YO QUIERO SER DOCTORA - Cuentos de NELSON AGUILERA


ESTOY GORDA Y FEA, PAPA VOS NO SABES NADA y YO QUIERO SER DOCTORA - Cuentos de NELSON AGUILERA

ESTOY GORDA Y FEA,

PAPA, VOS NO SABES NADA

y YO QUIERO SER DOCTORA

Cuentos de NELSON AGUILERA

 

 

NELSON AGUILERA (Asunción, 1961)

 

Poeta, narrador, actor de teatro y profesor de literatura. Licenciado en Letras y en Lengua Inglesa por la Universidad Nacional de Asunción, Nelson Aguilera tiene además una Maestría en Lingüística Literaria para la Enseñanza de Len­gua y Literatura de la Universidad de Strathclyde (Glasgow, Escocia). Miembro de la Sociedad deEscritores del Paraguay (SEP), hasta la fecha tiene más de una docena de libros publicados. En poesía, es autor de Las hebras del olvido (2000), Cadenas de mi tierra (2000), Encuentros y reencuentros (2001), Naturalmente lírico (2004), poemas en guaraní, castellano e inglés, y Ojos ladrones (2007). En narrativa, son de su autoría En el nombre de los niños... de la calle (2003), una novela corta, y tres libros de cuentos: Cuentos para mujeres (2001; en versión trilingüe [castellano, guaraní. inglés]). Héroes y antihéroes (2003) y El pombe­ro convertido al Cristianismo y otros cuentos (2006). Además ha publicado tres cuentos infantiles y varios textos didácticos para estudiantes de primaria, secun­daria y también para docentes. Algunos de sus cuentos han sido incluidos en antologías locales y extranjeras. De más reciente aparición son Karumbita la patriota (relato infanto juvenil, 2010) y Pedro Juan Cavallero: El Patriota de la Libertad (novela; 2011).

 

 

ESTOY GORDA Y FEA


Raquel andaba siempre cabizbaja. Casi no hablaba con ninguna de sus compañeras. En la clase, participaba poco y siempre se la veía desga­nada. En el recreo se pasaba devorando manzanas, en el almuerzo sólo comía ensaladas verdes. Según ella estaba muy gorda, y no alcanzaba los cincuenta kilos.

De cuando en cuando, sacaba un espejito de su cartuchera, se tocaba la nariz, se arqueaba las cejas con los dedos y siempre se retocaba los labios con un lápiz labial. Según ella su nariz era muy prominente, sus ojos muy grandes, sus pómulos muy salientes y su mentón muy puntia­gudo.

La madre, preocupada por las obsesiones de Raquel, llegó al colegio desesperada.

-Profesor, no sé qué hacer con mi hija.

-¿Por qué, señora?

-No come casi nada y si come más de la cuenta se va al baño, se mete el dedo hasta la garganta y vomita todo lo que ingirió. Ya la llevé a un psicólogo...

-¿Y qué le dijo?

-Que es normal en la adolescencia querer lucir bella y delgada.
-Pero eso no soluciona el problema.

-Exactamente, y lo peor es que ahora me pide una cirugía plástica.
-No puede ser, hacerse eso a su edad es un crimen.

-Es lo que yo le digo, profesor. Imagínese si empieza a tocarse el rostro a los quince, ¿qué se hará a los treinta?

-¿Y qué es lo que se quiere hacer?
-La nariz, el mentón y los pómulos.

-Pero, no le advirtió sobre la posibilidad de que la operación pueda salir mal.

-Ella no quiere operarse aquí. Ya está viendo por Internet quién es el mejor cirujano plástico en Buenos Aires.

-Yo creo que usted no debe ceder. Su hija necesita ayuda profesional y creo que ustedes, sus padres, deben ayudarla muchísimo para salir de esta crisis.

-Es lo que yo le digo a mi marido, pero él me dice que no tiene tiempo para locuras de chiquilinas malcriadas. Él viaja mucho por cues­tiones de la empresa.

-Pero, ¿quién la malcrió?
-Profesor, es cierto que ella, comparándose con sus hermanas, es un poco feíta y para remediar esas deficiencias nosotros la hemos mimado demasiado. Siempre hemos satisfecho todos sus caprichos...

-Y por lo que veo, el capricho de la cirugía también se lo concede­rán.

-Y si no hay otra salida...

Raquel se fue a Buenos Aires con su madre durante las vacaciones de verano. La cirugía duró horas y el precio no fue nada miserable. El padre accedió una vez más a los caprichos de su benjamina soltando los miles de dólares necesarios para que la testaruda de su hija saliera una vez más con la suya.

Su recuperación se realizó en una casa de playa cerca de Mar del Plata. El resultado fue horrendo. Ahora la cara de Raquel se parecía has­tante a la de Michael Jackson. Sólo que al cantante afroamericano le dejaron más pómulos que a ella y la nariz menos chueca. Sin embargo, Raquel se veía bella. Se consideraba una perfectaBarbie a punto de irrumpir en el mundo del espectáculo. Sus padres y hermanas le siguieron la co­rriente diciéndole en todo momento: ¡Qué bella nariz! ¡Ese mentón está precioso! ¡Esos pómulos están como hechos a mano! ¡Qué bella niña! Raquel se sentía feliz y amada por su querida familia. La única que lloraba en silencio era la madre. El padre levantó una demanda millonaria en contra del galeno bonaerense.

En febrero, antes de volver a clases, la madre llamó a todas sus compañeras para pedirles el favor de no comentar negativamente sobre el nuevo rostro de Raquel. Todas estuvieron de acuerdo en apoyar el pedido, excepto Rocío.

Los primeros días de clases estaban llenos de historias desopilantes, anécdotas y relatos de experiencias veraniegas. Todos hablaban de sus viajes, los lugares y las personas que conocieron, pero Raquel se limitaba a sonreír levemente y no contaba absolutamente nada.

Las chicas la llenaron de elogios: ¡Qué bien quedó tu nariz! ¡Ahora sí que lucen más tus ojos de miel! ¡Tu mentón está perfecto! Pero los muchachos se reían a escondidas y murmuraban: ¿Ya le viste pro, che ra 'a?Parece una momia. Está más fea que nunca. Está peor que Michael Jackson,¡ndeee!

Rocío esperó con paciencia para lanzar su dardo venenoso. La miraba desde ­lejos, no se le acercaba. Sólo chismoseabaen voz baja: Dice que su papá le está demandando al cirujano que le jugó la cara a la pobre. Se merecía este castigo porque ella nunca se aceptó a sí misma. Bueno, no es la única que se tocó la nariz en este colegio. Y no hablemos de las chicas que se hicieron la lipo. ¿Te enteraste  lo de Julieta? Se mandó agregar bastante silicona en el pecho y en la nalga. Yo no me tocaría el cuerpo, jamás.

Pasaron dos meses de haber comenzado las clases y la profesora de Sociales presentó el proyecto para visitar el orfanato "Dios es Amor". Todos los chicos y chicas del primero se dispusieron a recolectar jugue­tes, golosinas, ropas y zapatos usados. Raquel también formó parte del proyecto, y mientras hacían las bolsas para los niños, Rocío se acercó y le preguntó en voz alta:

-¿Vos te vas a ir al orfanato?

-Sí, ¿,por qué?

-Espero que esos niños estén acostumbrados a mirar monstruos, porque de otra manera se asustarían muchísimo al verte.

Raquel se quedó pálida. No dijo ni una sola palabra. La profesora le reprochó duramente a Rocío. Jazmín tornó a Raquel del brazo y la llevó hacia el patio.

-No le hagas caso, Raquel. Ella está envidiosa de tu nariz.

-¿Te parece? A mí me parece que me odia.

-Vos sabés que a ella no le da el cuero para una cirugía, entonces persigue a todas las que nos hicimos algo.

Sin embargo, las palabras de Rocío calaron muy hondo en ella. Se fue al baño, se miró en el espejo y por primera vez, en meses, se vio fea. Su nariz le pareció chueca y sus pómulos muy hundidos. Suspiró, se secó unas lágrimas y se dispuso a ir hacia el ómnibus que los llevaría a ella y a sus compañeros el orfanato.

Durante él viaje, no pronunció verbo alguno. Se sentó lo más lejos posible de Rocío y se pasó contemplando el paisaje. Al llegar al lugar, vio desde lejos a una mujer rodeada de niños. Ella parecía alegre y feliz al estar con esos chicos.

Los estudiantes bajaron todas las donaciones para los niños, y aque­lla mujer se les acercó, con una sonrisa en los labios, para agradecerles. Los muchachos y las chicas no sabían qué decir ni qué hacer. El rostro de esa mujer estaba lleno de cicatrices de quemaduras. Sus manos y brazos también. Pero ella transmitía una paz y una alegría indescriptibles. Ra­quel se le acercó sin miedo. Se sentía como atraída por ese rostro desfor­mado, por esa imperfección monstruosa.

La mujer, al ver la sorpresa de los chicos, les dijo:

-No se asusten. Las cicatrices que tengo se deben a un incendio en el que perdí a mis tres hijos y a mi marido. Yo sobreviví, gracias a los bomberos y a las múltiples operaciones a que fui sometida. Ahora me dedico a servir a estos niños que perdieron a sus padres, y ellos me dan un amor parecido al de mis hijos. Yo soy feliz al amar y al ser amada. Apren­dí a aceptarme y amarme con este rostro deformado. La verdadera belleza está en el alma. El cuerpo, tarde o temprano, se desfigura. La verdadera belleza está en conocer a Dios y en amar a los demás y en amarse a sí mismo. Tranquilos, chicos, mi rostro es monstruoso pero mi corazón está lleno de amor.

Raquel sintió explotar algo dentro de ella. Lloró quedamente y deseó desesperadamente conocer esa belleza de la que hablaba esa mujer. La algarabía de los niños llenó el patio. Las bolsas fueron distribuidas a los pequeños. La boca de la mujer se llenó de risas y todos los niños vinieron a mostrarle sus regalos.

-Tía Amada, mira mi juguete.

-Tía Amada, ¡qué rica es esta galletita!

-Tía Amada, estos zapatos me quedan super bien.

-Y a mí me gusta este vestido, tía Amada.

-Tía Amada, yo te quiero mucho.

-Yo también, te quiero tía Amada.

-Y yo. Y yo. Y yo.

La tía Amada se reía, recibía abrazos y besos de sus pequeños huér­fanos. Se sentía realmente feliz y útil en esta vida, a pesar de lucir mons­truosamente fea.

Raquel la envidió al verse rodeada de tanto amor y anheló que los brazos de su padre la rodearan fuertemente y que su madre posara un tierno beso sobre su mejilla fabricada en Buenos Aires.

 


PAPA, VOS NO SABES NADA


¿Qué sabés de MP4, Ipod, Vista o Google Chrome? Por favor, papá, ni siquiera conoces a Will Smith, Adam Sandler, Christina Aguilera, Britney Spears o Hayden Christiansen. Tu época ya pasó, papá. Estás en el viejazo. La nueva generación soy yo, nosotros los jóvenes. Vivimos otra era, la de la informática, la digital y la satelital. No podemos seguir aceptando costumbres de otros siglos. ¿Me entendés, papá?

Te entiendo, mi hijo. No, no me entendés, papá. Vos crees que en­tendés, pero realmente no tenés ni idea de lo que es el mundo de ahora. Esto no se compara a lo que vos viviste. Para tu generación la televisión, el teléfono, el fax y haber llegado a la luna fueron los grandes pasos de la humanidad, pero lo que nosotros experimentamos está a cien años luz de tu mundo. La humanidad va hacia el desarrollo total de todas las poten­cialidades del ser humano. Para nosotros ya no hay secretos, papá. Todo, gracias a los inventos de la ciencia y de la tecnología. Hoy quiero ver un átomo y lo veo, papá. Quiero una información sobre el BIG-BANG, aprieto un botón y allí está frente a mis ojos millones de páginas que puedo leer y analizar.

La pregunta es ¿lees realmente toda la información'? ¿Entendés todo lo que te dice la Internet, mi hijo? O te pasás copiando y pegando sin procesar nada en tu pequeño cerebro. ¿Vos crees todo lo que te dicen o de vez en cuando, te quedas a analizar si no te están manipulando y vendien­do baratijas como si fueran diamantes? ¿Será que sos libre, hijo mío, o será que te convertiste en esclavo de los juegos electrónicos, del Orkut, del Facebook, de la fantasía que te brinda el cine y de la música sin profundidad? ¿Qué pensás al respecto?

Pero, papá, ¿vos crees que yo soy tonto? No, yo soy más inteligente de lo que pensás. Para vos todo esto de la tecnología es un peligro y no te das cuenta que yo desarrollo más mi creatividad interactuando con mucha gente al otro lado del planeta. ¿Vos conoces a esa gente, mi hijo? ¿Sabes algo de sus valores? Ellos pueden hacer de vos lo que quieran una vez que tengan tu mente y tu voluntad en sus manos. Hasta te pueden hacer ase­sinar a alguien.

No me hagas reír, papá. Vos si que estás imaginando estupideces. Espero que lo que te estoy diciendo sean realmente tonteras, mi hijo, porque lo que pasó en China la semana pasada puede pasar en cualquier parte del mundo. No, papá, ese era un loco que le mató a la persona con quien estaba combatiendo en el jueguito electrónico. Yo no voy a hacer eso, jamás.

Pasaron los días, las semanas y los meses. Víctor no se apartaba de su compu, tenía todos los sentidos metidos en ella. Se atrasó bastante en el colegio, se aplazó en nueve asignaturas y comenzó a engordar como un chancho. Ya no le gustaba hacer ningún deporte y los encontronazos con su padre aumentaban cada día.

Un día, cuando su querido padre le llamó la atención para dejar la computadora e ir a bañarse porque ya llevaba todo el fin de semana sin mojarse siquiera la cara; Víctor se levantó y le gritó a su padre, con un cuchillo en la mano: ¡Te dije mil veces que no me molestaras más cuando estoy jugando creativamente con mis amigos virtuales! ¡Me volvés a molestar y te voy clavar con esto! ¡Me entendiste viejo atrasado!

El padre se quedó lívido. No podía creer lo que estaba escuchando. Miró a su hijo que en otrora fuera tan elegante y delgado, pero ahora con casi 115 kilos encima, con unas tremendas ojeras y con un cuchillo en la mano se parecía más a un demonio engordado que a un adolescente de diecisiete años. ¿Qué pasó? ¿Qué hice? Se preguntó a sí mismo. Debí ser más duro con él y no tratar de consentirlo en todo porque su madre nos haya abandonado. No, esto no puede seguir así.

Víctor, calmate. Está bien. Seguí con tu juego, ¿Ok? Y después de lanzar una felina mirada a toda la habitación, volvió a su vicio con una

sensación de victoria sobre su progenitor. El padre salió al patio, tecleó su celular y una voz muy amable resonó al otro lado de la línea. Recibió algunas indicaciones y cortó.

Luego salió por un momento. Al regresar observó que Víctor estaba más que metido dentro de su juego favorito: El sangriento puñal. Le preparó un jugo de frutillas y unos sándwiches. Echó unas gotitas en el jugo y se lo llevó a su único y adorado hijo.

Víctor, aquí te traigo algo para masticar y beber mientras estás ju­gando. No le prestó la más mínima atención. Seguía sumergido dentro de su droga, embelesado y totalmente acelerado por cada cabeza que rodaba o por cada brazo que cortaba en su pantalla. Casi en forma automática bebió el jugo de un tirón y devoró los sándwiches sin ni siquiera mirarlos. El padre lo seguía observando desde la puerta.

A los quince minutos, Víctor cayó sobre el teclado de su computa­dora totalmente dopado. El padre hizo un gran esfuerzo por retirarlo de la silla y recostarlo en su cama. Llamó otra vez al centro asistencial, cuyo personal no tardó ni veinte minutos para entrar a la casa y llevarse a Víctor. El padre lloraba, pero por amor a su hijo no tuvo otra alternativa. Y aunque él no sabía nada de MP4, Internet, Vista o Google Chrome, sabía que su hijo estaba al borde de la locura y quería salvarlo.

 

 

YO QUIERO SER DOCTORA


Nde tarováningo nde! ¿De dónde sacaste esa estúpida idea? Noso­tros somos pobres, che rajy y jamás vamos a poder pagar tus estudios en Asunción. Si vos querés estudiar Medicina vas a tener que ver qué vas a hacer porque la enfermedad de tu hermano ya nos dejó en la lona, mi hija. Vos sabes bien que el precio del takuare'ẽ ya no es el mismo que antes y que la azucarera nos explota a todos los campesinos. Apenas ningo tene­mos para comer y vos katu querés ser doctora, ndaje. No, mi hija. Pensá bien y después vamos a hablar otra vez.

Gabriela se sintió desmoronada pero no destruida. Presentía que esa iba a ser la respuesta de su padre y era como un dejavu para ella. Ya lo había vivido antes sin saberlo cuándo ni dónde, pero esas palabras ya las conocía de memoria.

Se fue hacia los cañaverales con sus pensamientos bailando en su mente. La idea de ser médica había sido su sueño desde niña. Siempre se vio a sí misma en la sala de un hospital ayudando a los niños a recuperarse; y su gran deseo era ver a su hermano Aníbal levantarse de la cama a saltar, cantar y jugar otra vez con sus otros hermanitos. ¡Cuánto quería ser ella la que lo ayudara con sus conocimientos y habilidades de pediatra!

No voy a retroceder. Yo voy a ser médica. No me quedaré en este pueblo para ser la sirvienta de otro campesino. Yo nací para triunfar. No de balde me esforcé tanto a estudiar Química, Física, Matemáticas y Biología coma una condenada estos tres años. Claro que le debo mucho a la profesora Esther, pero un día se lo voy a pagar todo. Mis ahorros me ayudarán a instalarme en alguna pensión para comenzar, pero ¿y des­pués? Después ya veremos. Lo que realmente importa es ingresar a la universidad, sea como sea. Menos mal que la profesora Ana María ya me inscribió para los exámenes de ingreso. Papá se muere si sabe que ya estoy inscripta. Más vale no decirle nada. En dos semanas debo estar en Asunción.

Las azules pendientes del Ybytyrusu se divisaban en la distancia. Gabriela amaba aquellos cerros entrañablemente. Desde niña los había visto cada mañana al ponerse su blanco guardapolvo para ir a la escuela y al beber su cocido con leche sin las tres galletas, que ella guardaba en sus amplios bolsillos para su recreo y no las comía hasta sonar la campanilla de las nueve.

Amaba también la vida del campo: apacible y tranquila. La sencillez de la gente era tan ingenua que muchas veces se confundía con la ignoran­cia. Quizás el no saber crea menos complicaciones en la vida de la gente, cavilaba Gabriela. Ella era una chica vivaz, ávida lectora de todo lo que cayera en sus manos, y si era una revista o un libro sobre el cuerpo huma­no Gabriela devoraba con sus ojos hasta la última letra de cada artículo, de cada párrafo.

Al llegar a la adolescencia, su fama de sabionda ya había traspasado las fronteras de Valle-pe. Todo el departamento del Guairá sabía de sus ganas de leer y de adquirir conocimientos. Su decisión de ser médica no fue sorpresa para nadie, excepto para sus padres, que escépticos ante la decisión de Gabriela, se preocupaban por la enfermedad de Aníbal y por lo único que tenían para sobrevivir: unas cincuenta hectáreas de caña dulce.

El calor de marzo seguía ardiendo en las casas paraguayas. En Valle­pe, el calor se desplazaba como llamaradas por los cañaverales, por los ranchos y por los calcinados cultivos de los lugareños. Los rayos del sol no perdonaban a nadie ni a nada. El suelo estaba árido y sediento. De cuando en cuandocaía una tardía tormenta estival que refrescaba loscampos por unas horas hasta que el vapor, cálido y sofocante, comenzará a subir de nuevo desde la húmeda tierra.

En medio de olores y sudores veraniegos, Gabriela se despidió de sus hermanitos, de Aníbal que no entendía mucho lo que estaba pasando pero que aun así dejó rodar dos gruesas lágrimas por sus mejillas. La madre rompió en sollozos y entre bendiciones y buenos deseos abrazó a su hija por última vez. Su padre, soplándose con el sombrero piri tosca­mente, se acercó, la abrazó y le dio en un sobre unos cien mil guaraníes. Gabriela se contuvo fuertemente para no lanzarse a llorar sin consuelo en sus brazos. Debo ser fuerte, pensó para sí. Él necesita verme segura de mi decisión. No debo retroceder. Mi decisión está hecha.

En la calle la esperaba la profesora Ana María con el motor del auto encendido. Ella la llevaría hasta Villarrica, donde Gabriela tomaría el ómnibus rumbo a Asunción. Subió al coche casi en forma solemne. Movió la mano derecha en señal de otro adiós y fue alejándose lentamente de su pueblo, de su casa, de su familia. A lo lejos seguía divisando a su padre abanicarse con su sombrero y a su madre secarse las lágrimas con un blanco pañuelo.

Gabriela había estado en Asunción un par de veces cuando niña, pero nunca sola. Llegó a la terminal de ómnibus con algunas indicaciones escritas en una hoja en blanco en su mano derecha y su raída maleta en la izquierda. Tornó la línea 8 y se fue hasta el barrio Dr. Francia a la pensión "Los estudiantes" ubicada sobre la calle Dr. Mazzei, muy cerca de la facultad de Medicina. Entró a un cuarto pelado donde había una cama elástica de una plaza, una mesita con dos sillas y un roperito de un cuerpo, ya gastado y con los espejos rotos. Se acomodó como pudo, pagó un mes adelantado por el cuartucho y se dispuso a repasar sus lecciones de inme­diato. El examen de Matemáticas sería el primero y lo debería tomar al día siguiente de su llegada.

Las evaluaciones se sucedieron unas tras otras. Gabriela estaba feliz con cada experiencia en las aulas de la universidad. Se sentía importante y desafiada. La actitud de los profesores arrogantes la intimidaba un poco, pero se sobreponía respirando profundamente y convenciéndose a si misma de que ellos no la vencerían

 El día deseado llegó, Grupos de estudiantes apretujándose para ver la lista de ingresantes con sus respectivos puntajes. Había llantos, desma­yos, gritos de alegría. Padres y madres que abrazaban el fracaso de sus hijos, otros que los besaban y saltaban con ellos por el logro obtenido. Gabriela fue acercándose lentamente a la gran pizarra verde. Las piernas le comenzaron a temblar, el corazón le palpitaba apresuradamente, sintió que los labios se le secaron súbitamente y que la lengua se le había pegado al paladar. Cuando estuvo bien enfrente de la larga lista, levantó su dedo índice y fue recorriendo los apellidos uno a uno hasta llegar a la letra S. No pudo contener su grito ni sus lágrimas cuando vio su nombre: SALDÍVAR FRETES GABRIELA MARíA con el puntaje total requerido para el ingreso. Había hecho el 100 % en todos los exámenes.

Salió corriendo a buscar una cabina telefónica. La profesora Esther debía ser la primera en enterarse de su triunfo. Ella se lo comunicaría a sus padres, ya que los mismos no contaban con un aparato telefónico. La profesora se gozó en gran manera con su discípula y lloró en forma entre­cortada al relatarle lo sucedido con su familia:

-Gabriela, esta mañana sucedió algo terrible. Como la sequía sigue azotando a Valle-pe incesantemente, cada hoja de caña de azúcar es com­bustible potencial para un incendio. Y alguien, que pasó fumando por los cañaverales de tu padre, arrojó la colilla de su cigarrillo. Luego todo se redujo a cenizas. Tu papá está por el suelo. Tu mamá está lamentándose.

-¿Qué le pasó a mis hermanos?

-Gracias a Dios, a ellos no les pasó nada, pero la vaca lechera quedó carbonizada. Nadie pudo rescatarla del fuego.

-¿Y Aníbal?

-Él está bien. Yo creo que tenés que venir de vuelta. Tu familia te necesita aquí.

-No puedo profesora, no puedo.

-Pero, mi hija...

-No puedo….no puedo

Y colgó el auricular para salir corriendo hacia la pensión. Ya en su en su cuarto se tiró a la cama y lloró anrargarnente. La soledad se acerco a para hacerle compañíay para ser su consejera y amiga por largo tiempo.

Las clases comenzaron y la poca plata que le quedaba invirtió en comprarseunos championes chinos y el tradicional guardapolvo blanco de losestudiantes de Medicina. Estaba feliz y triste. ¡Cuánto le hubiera gutstado ayudar a su familia a levantarse de la tragedia!, pero ¡cuánto deseaba que sus sueños comenzaran a despegar el vuelo hacia el futuro! Gabriela se sentó en primera fila. Su actitud tímida y meditabunda hizo que las chuchis de la clase la ignoraran por su facha de campesina y de pobre. Los profesores, sin embargo, la observaban bien de cerca. Es­pecialmente al ver los resultados de los primeros exámenes. ¿Quién era esta chica que obtenía puntaje sobre puntaje en todas las materias? ¿De qué colegio viene? ¿Dónde la prepararon tan bien? ¿Quiénes son sus padres? Ella era diferente de los recomendados por los políticos de turno o de los que ingresaron porque sus padres ostentaban tres apellidos rim­bombantes. Ella era ella, y nadie más.

A mediados de julio, la dueña de la pensión la echó a la calle ponien­do todas sus pocas pertenencias en la vereda. A Gabriela se le agotó la plata y ya no pudo pagar el alquiler del cuartucho. Tomó sus bártulos que no eran tantos, y se fue arrastrándolos por las calles de Asunción. Hacía frío, lloviznaba y la noche comenzaba a caer. Llegó sobre la calle 4°. y Ayolas. Se quedó enfrente a una casa derruida y abandonada. Empujó el portoncito y entró casi con miedo. Pasó al patio trasero, subió unos cinco peldaños, dio un breve golpe a la puerta y ésta se abrió chirriando, lenta­mente. Gabriela estaba ingresando a su nuevo hogar.

En el interior encontró una mesa herrumbrada, cuatro sillas viejas, algunos cubiertos oxidados y lo que alguna vez fue una cama matrimo­nial, sin colchón. Algunas ratas corrieron al verla y otras cucarachas las imitaron. La madera de la cama era maciza a pesar de haber sido ya devorada parcialmente por los insectos y roedores. Abrió su maleta, sacó unos periódicos viejos y tendio las hojas de los mismos en su nuevo lecho.
Se echó a dormir Tratando de olvidar el hambre de horas que no pudo ser aplacada con las dos empanadas del almuerzo. Lloró en silencio, pensó en su fami lia, en Aníbal y se quedó dormida profundamente. Gabriela ya no pudo escuchar el correr de las ratas ni la carrera de las cucarachas.

Al día siguiente, se preparó como pudo y se fue a la facultad con el estómago vacío y una lividez casi cadavérica en el rostro. Dos chicas de Caazapá: Mima y Nelly, se le acercaron con interés. Le preguntaron si podía ayudarlas con algunas materias que no entendían muy bien. Ella aceptó la oferta. En agradecimiento, las nuevas amigas la invitaron con un café en la cantina. Así Gabriela se consiguió un desayuno, y mientras sorbía su café con leche pensó: ¿Y qué voy a comer en el almuerzo?

Pasaron dos semanas de su mudanza a la casa abandonada. Siempre lograba acercarse a alguien que necesitara su ayuda y que le convidara con algo que comer; pero una mañana se desmayó en plena clase de Anatomía. Los profesores la asistieron. Mirna y Nelly estaban junto a ella cuando volvió en sí. Gabriela comenzó a llorar y a relatar sus penurias. Las caazapeñas la tranquilizaron ofreciéndole a vivir con ellas en la casa que habitaban en Barrio Herrera. Gabriela sonrió asintiendo mudarse ese mismo día.

Las caazapeñas eran hijas de unos hacendados ricachones que tenían miles de ganados en las zonas de Yuty, y generosas compartieron techo, cama y comida con la compañera guaireña. Gabriela retornó los favores enseñándolas todo aquello que no comprendían. Los millones de sus padres no habían podido comprar las neuronas que les faltaban, pero que a Gabriela le sobraban.

Así pasaron días, semanas, meses y años devolviéndose finezas unas a otras hasta terminar la carrera. Las caazapeñas optaron por especializar­se en oftalmología, Gabriela en pediatría. Fue así que una noche de se­tiembre, haciendo su residencia en la Sala de Niños del Hospital de Clí­nicas, apareció Tirnothy Jemkins con un niño accidentado en sus brazos. Gabriela desplegó sus conocimientos y destrezas para salvar al pobre niño. Pensó que era su hermanito Aníbal luchó una y otra hora para no perderlo pero el pobre niño se fue a mejor vida. Gabrielasalio de la sala de urgencias conlagrimas en los ojos para darle la noticia al americano compasivo. El también lagrimeó y le relató lo sucedido:

Iba yo caminando por lacalle Carlos Antonio López y Colón cuan­do vi que este niño saltaba de un colectivo a otro ofreciendo estampitas; pero al querer subir ala línea 21, perdió el paso y se fue aparar debajo de lus ruedas del bus. Yo grité y grité al chofer. Luego lo retiré debajo del ómnibus, tomé un taxi y lo traje, y...

La voz de Timothy se quebró en un llanto silencioso. Gabriela le puso las manos al hombro y le dio algunas palmadas.

-Usted hizo lo que pudo, y yo también. Tranquilícese.

Timothy agradeció a la doctora, se secó la nariz con un pañuelo azul oscuro y se fue hacia los policías que le tomaron su declaración sobre el suceso. Gabriela se quedó impresionada al ver a semejante hombre llorar por un niño de la calle.

Después de unos meses de ese incidente, Gabriela se presentó a un examen de inglés en el Centro Cultural Paraguayo Americano con miras a obtener una beca para los Estados Unidos, y cuán grande fue su sorpresa al ver que el profesor que le tomaría la prueba oral era nada más y nada menos que Timothy Jémkins. Ella lo reconoció de inmediato. Él fingió no conocerla, pero sus sentimientos lo traicionaron al terminar de evaluarla.

-Doctora, ¿le gustaría tomar un café en la esquina?

-Claro.

-Espéreme en El Molino, ¿le parece bien?

-Sí, como no.

Gabriela se asustó de sí misma, pero accedió a esta invitación, y a otra, y a otra hasta terminar con él en un altar en la iglesia de Valle-pe. Todo el pueblo fue a ver a Gabriela, al yanki y su familia, a los Saldívar

- Fretes; pero no al pequeño Aníbal que no pudo ser salvado de la leuce­mia por su hermana la pediatra. La profesora Esther fue la madrina de la boda, y las caazapeñas hicieron de damas de honor. El casamiento fue el gran acontechniento del año para el pequeño pueblo guaireño.

 

Gabriela se casó y se fue a vivir con su marido en Nueva York, donde él sigue enseñando inglés y ella atendiendo a niños de todos los colores, en su clínicaprivada. Gabriela ayudó a sus padres a adquirir más tierras donde plantarcaña de azúcar y criar vacas lecheras, y a sus hermanos a continuar estu­diando. De cuando en cuando, su miradase pierde en la lontananza y recuerda cuando sus pensamientos de ser doctora bailoteaban en su mente por los cañaverales de su padre; y sus labios pronunciaban: Yo quiero ser doctora.


DE: Cuentirrelatos para jóvenes (Asunción: Edición del autor, 2009)



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 LITERATURA INFANTO-JUVENIL PARAGUAYA DE AYER Y HOY

TOMO I (A – H)

TERESA MÉNDEZ-FAITH

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Asunción - Paraguay

2011 (424, Tomo I)



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