Y A MÍ... ¿QUIÉN ME REPRESENTA?

Por  JORGE RUBIANI

En 1876, Facundo Machaín empeñó las joyas de su esposa para costearse un pasaje que el gobierno no podía pagarle. Iba a Buenos Aires para defender la posesión del Paraguay sobre el Chaco. Con 29 años, enfrentó a uno de los mas avezados estadistas argentinos, Bernardo de Irigoyen, salvando aquel territorio desde Bahía Negra hasta el río Verde.   

El riguroso invierno de 1937 hacía que a Félix Paiva se le enfriaran los pies en su helado despacho de Presidente de la República. Su secretario le propuso entonces la compra de una alfombra. Paiva se negó y al día siguiente apareció con un cajón de madera -restos de un embalaje- para ponerlo debajo de los pies y ahorrar al Estado la compra de la alfombra.   

El conductor victorioso del ejército del Chaco, Gral. José Félix Estigarribia, dejó al morir un modesto ahorro de 250 pesos argentinos. Un embrión de capital destinado a la adquisición de una casa propia. Siendo ya Primer Mandatario, salió de una de alquiler para morir con un destartalado avión, en aquel fatídico 7 de setiembre de 1940.   

Dignos ejemplos (hay muchos otros) que contrastan dolorosamente con la estatura intelectual y potencia económica de nuestros "próceres" actuales. Especialmente de aquellos que "representan al pueblo". Que se han allegado de todas las comodidades en procura de garantizar la todavía dudosa eficacia del Parlamento Nacional. En el lujoso edificio que los alberga, por ejemplo, cada congresista tiene una oficina privada con los asistentes y funcionarios correspondientes. Los que integran alguna Comisión cuentan con otras oficinas con la secretaría y más asistentes y funcionarios. Cada Bancada dispone de una sala propia y el elenco de asalariados de rigor. Ni hablar de la flota de vehículos para cada uno de los cometidos. Habría que considerar simplemente si semejante equipamiento se traduce en una mejor actuación de nuestros representantes. De la misma, tenemos noticias todos los días. Es uno de las "realities" de la televisión paraguaya. Las imágenes muestran a diputados y senadores orondos y distendidos en la "honorable" sala de sesiones, comiendo y bebiendo (agua y café); hablando por teléfono, saliendo y entrando o circulando permanentemente por el recinto. Nadie parece prestar atención a las opiniones de sus colegas. Para eso está la grabadora. Algunos fuman aunque esté prohibido, conversan, cuchichean y cuando llegan a tomar un asunto en serio, se pelean, vociferan y hasta hubo casos de agresiones físicas.   

Pero nuestros representantes son -de hecho- transgresores. Uno que otro ha obtenido una nominación de embajador chateando durante las sesiones en las páginas "hot" de Internet. Otros se retiran de la sala de sesiones para no votar. Dicen que "para no avalar" con su presencia las "tropelías y anormalidades varias" atribuidas a los que circunstancialmente formaron una mayoría. Los que se quedan, califican de antidemocráticos a los que salen. Procedimiento que se convierte en "digno" cuando son ellos los que abandonan la sala. Sobre esto, vale la pena recalcar que retirarse de la votación es -cuando menos - un fraude y una grave omisión de responsabilidades ya que puede dejarse constancia -simplemente- del desacuerdo con base en el mismo reglamento parlamentario. Porque, además, el representante ha sido nombrado para estar precisamente allí, para argumentar por "su verdad", por su posición o la de su partido. Pero el gesto es prueba de que al Parlamento no se llevan ideas para debatir, sino consignas que defender. A como dé lugar. Para lo que no se requieren, desde luego, sapiencia o conocimientos sino la conocida lealtad mal entendida... y obediencia. No a los principios, desde luego.   

A la vista de este habitual y penoso espectáculo, conviene recordar que los miembros del Poder Legislativo asumen la representación política de la ciudadanía. Para el efecto, los ciudadanos delegamos nuestra voluntad y concedemos un mandato a quienes poseen -se supone- virtudes, talentos o conocimientos superiores a los nuestros. De esta -cada vez menos- sagrada misión se derivan otras dos: la elaboración de leyes y la contraloría de los actos de gobierno. En cada intento por cumplir su misión, pueden disentir. Entonces debaten. Y normalmente se debate sobre lo que se duda. O para confrontar posiciones en busca de una decisión. Para debatir se argumenta. Y para argumentar debe poseerse, entre otras virtudes, el don de la palabra y el conocimiento. El que ha accedido a ellas no necesita vociferar ni insultar. Ni responder a consignas o "mandados" por fuera de la legalidad, la decencia y lo operativamente correcto y eficaz. Es una de las características básicas de todo Parlamento. Porque cuando se habla de "parlamentar" en un campo de batalla, se suspende el fuego para dar paso al diálogo con el enemigo circunstancial.   

Frente a la triste realidad mencionada, es inevitable volver la mirada hacia una historia ignorada y digna. E invocar a los manes de los Ayala, Machaín, Paiva o Estigarriba, ya que apelando "a Dios y a la patria" no hemos conseguido absolutamente nada.

Fuente: ABC Color

www.abc.com.py

Sección OPINIÓN

Sábado, 01 de Agosto de 2009

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