CUENTOS COMPACTOS
Por CÉSAR GONZÁLEZ PÁEZ
FILME TRUNCO
El actor dice en su parlamento:
- Es infalible, cuando uno quiere volar siempre aparece alguien que te quiere cortar las incipientes alas.
El director que no está conforme con la actuación grita:
- ¡Córten!
*
VOLARE
Volarás, sí, hasta con alas ajenas; pero como son prestadas deberás pagar un alquiler
o por lo menos comprometerte a no estroperlas. Si nadie te las reclama dentro de cierto tiempo creerás
que soy tuyas y es ahí cuando interviene el fisco de la rutina cobrando su puntual impuesto a la envidia.
*
MíTICO PAN
Resucita, te necesito.
*
¡HOLA DIOS!
Vi luz y entré.
*
PIDE PIEDAD
"Pide perdón" le dijo el verdugo que lo iba a ejecutar, sólo para avergonzarlo.
El reo, que tenía derecho a creerse inocente,
sintió verguenza que un asesino a sueldo le exigiera algo que él por su oficio era incapaz de conceder.
Por eso le dijo: "Dispara, estúpido, si es que tienes alguna idea de dónde está mi cabeza.
*
ENEMIGO FIEL
-No te me acerques, porque soy capaz de concederte un perdón y te ofenderás.
Si te acercas y te sinceras hasta puede que seamos amigos.
Pero yo sé que el odio es como la brasa que aguarda encendida en la blanca ceniza.
Una noche, en una fiesta cualquiera terminaremos matándonos por una diferencia cualquiera
y los que nada saben de este artesanal odio que nos tenemos pensarán y escribirán que fue por cuestiones del momento.
*
PATRIA POTESTAD
Las lágrimas de tus hijos te pertenecen.
*
SOMOS MILES
Pero resulta que hoy vino uno solo.
*
COPAMIENTO
Alza tu copa y brindemos.
*
Y SI HOY...
La muerte sonríe porque es ahorrista y la moneda eres tú.
*
ERA UNA NOCHE DE
ROMANTICISMO IDEAL
Pero ella lo mismo me dijo que no.
*
DE COMPRAS
Sucede muchas veces, justo lo que ansiabas con tanto fervor no está en venta.
EL POR QUÉ DE LA POESÍA
Si en la vida no se escribiera poesía el mundo tendría un color menos, una canción ausente, una razón a corto plazo. Se vendrían abajo las acciones depositadas en los Bancos de los sueños, pasaría desapercibido lo que tienen de hermanos el alba y el atardecer, todo estaría dicho a medias. Si la gente mezquinara las palabras para sólo pronunciar pesados discursos y aprobar las cuentas, no habría hechizo de lunas y el amor sería un término remoto, ahogado en nuestro corazón. No habría razón para entender al mundo cuando se desnuda de malas intenciones, no podríamos hacer nuestros reclamos por la paz y la libertad de un modo contundente. Todo sería una maravilla deshabitada y hasta la música quedaría huérfana si no hubiese poesía.
Porque los ojos de los poetas nos hacen comprender el por qué de las simples cosas que es donde curiosamente se asienta lo más importante, el pulso de la emoción dando latidos de certezas,
Guillermo Ares ha lidiado toda su vida con las palabras en su oficio de periodista, pero tiene una cepa especial para convidarnos cuando las lleva al rebaño de la lírica. Tiene lo que se reclama de un buen escritor, la capacidad de asombrarse por todo, no hay tema para él que esté fuera del tintero de la poesía. Estos versos aromados que nos entrega en este libro es la prueba contundente, que Guille está justificado: ha puesto su grano de poesía en el frío granero del mundo. Siempre he pensado que hay una poesía para cada lector, quizás tardemos una vida en encontrarla pero cuando aparece se descubre fácilmente porque uno ya no vuelve a ser el mismo, se ha elevado como ser humano. Nunca renieguen de la poesía que les pertenece como el caminante no descarta la lámpara que en la noche alumbra sus pasos. No dejen de buscar esa luz.
LABERINTO
Resulta que no encaja,
ni en minuciosos inventarios,
ni ante exigentes auditorios.
La razón es bien simple:
no estoy completo sin ti.
Aparente me desplazo,
me desempeño bastante bien
y el trabajo no me esfuerza.
Pero tu absurda falta pesa más.
No dejo de cumplir horarios,
dicen que soy muy responsable,
que merezco un ascenso
pero, quién lo diría, falta algo.
Sin ti la vida me deja sin recreo,
la canción me suena hueca,
el día es un laberinto
para perderse buscando
la salida de tu nombre,
Si eso no es amor….
POSIBLEMENTE SEA VERDAD
Las leyendas suelen contarnos hechos que nos ayudan a superarnos como este ejemplo, de gente que se libera poco a poco de las cosas terrenales, con la idea que nada nos llevamos de este mundo cuando la canción de la vida termina. Lo cual no deja de ser una infalible verdad.
Como la memoria se me extravía en el tiempo, esta anécdota podría ser de origen árabe, chino o japonés, pero sé que es oriental. Donde, al parecer abundaban monjes errantes que, con esa concepción de la vida: ‘Que nada material hay detrás de esa cortina que llamamos existencia’, no servía de nada acumular fortunas. Por eso, en sus peregrinajes, se iban desprendiendo de las pertenencias materiales, a las que consideraban inútiles.
Esta quimera habla de un monje que seguía esa filosofía y al que solo le quedaba, atado al cinturón, su jarro como única pertenencia. Era su orgullo el pensar, que ni siquiera perder ese cuenco, cambiaría su vida, ni sentiría pesar por ello. Como una clara evidencia que había llegado a superar la principal debilidad de la humanidad, que era acumular tesoros, se acercaba a un estado superior al común de los hombres
Al llegar a un río observó detenidamente a un hombre humilde que bebía agua haciendo un hueco con su mano, ellas le servían de recipiente natural para saciar su sed. No lo pensó dos veces e inmediatamente el monje comprendió que llevaba en su cintura un objeto inútil, la taza. Por tal motivo la tiró a un profundo pozo. Ahora sí se sentía completamente liberado de los objetos terrenales. Era libre porque nada material le ataba a este mundo y, que más se podía pedir…
Un poco más allá, al llegar a un templo, el ermitaño vio que el hombre humilde, que antes había visto beber agua en el río, resulta que sí tenía una taza. Y advirtió que había muchos hambrientos esperando con su pocillo en mano, un caldo caliente y sabroso que daban al mediodia los religiosos a los vagabundos.
El errante extrañó su cuenco y ese día se quedó sin comer, por no tener la taza que él menospreció. Sus manos se escaldarían con la sopa caliente. Y advirtió, sólo entonces lo supo, que hay que desprenderse de las cosas de este mundo pero no de las esenciales que animan la subsistencia.
Dicen que comenzó a trabajar en una herrería con la finalidad de ganar ese dinero que le permitiría comprar una taza. Cuando lo logró y volvió por una ración, el templo se había convertido en un centro comercial, y se cobraba por todo lo que se daba. Presuroso, descubrió que no podría sobrevivir sin dinero y, por tal motivo, volvió a la herrería antes que lo despidieran. La moraleja es simple: Somos tan humanos que, a veces, las teorías se nos vienen abajo con el temporal de la realidad.
César.
EL ABISMO PROPIO
Nunca tuve un precipicio, siempre me desbarranqué espontáneamente, a veces con la ayuda desinteresada de un pequeño empujón. Persistentemente estuve pisando el borde más frágil de los acantilados tratando de merecer el salto. No me daba cuenta que mi signo era caer en esto que se llama vivir..
Aunque caigo estrepitosamente jamás he tocado fondo, porque muy debajo de los precipicios hay otros y así vivo, de salto en salto.
Cuando me lancé a la aventura del abismo propio fue que sentí que poseía la llave de mi destino. Estaba cayendo de un modo elegante por los túneles del tiempo, por las profundidades del anhelo.
Ahora que caigo perpetuamente mi sueño se ha vuelto más ambicioso, no quiero dejar de arrojarme. Ese arrojo me asusta y me excita. Mientras caigo se me desprenden poemas, retazos de música, muestras gratis de cordura, hago amigos, miro por las miles de ventanas que voy dejando en el descenso, me siento un astronauta que pisará alguna vez la sombra de la luna. Siento las contorsiones del amor e, inevitablemente, sobrevivo.
¿O es que no te sientes vertiginoso mientras caes a la tumba? ¿No se te desprende el universo en el intento?. Los fuegos artificiales se impulsan hacia arriba para caer brillando. En el arrojo se conjuga el verbo que te nombra.
Ob: De tanto caer cayendo se le fue el párpado cerrando.
César González Páez
LA CANCIÓN DE TREGUA
Duele muchas veces lo que hacen sin parar, incendian los bosques y es triste pastizal donde las cenizas, que alguna vez fueron semillas, no vuelven a brotar. No hay razón de vida, ni ganas de seguir. Dicen que escasea el agua y que la lluvia no vendrá, si viene no será mucha.
Por más plegarias que se recen, la tierra gemirá su canción de tregua. Vengan, los invito, a pensar la realidad y a cantar en serio, que esto no va más y que si no hay cambios radicales, en esta manera desproporcionada de consumir, cumpliremos con la destrucción del templo de la naturaleza. Si no despertamos ahora, nos dormirá el ahogo del humo de los bosques ardiendo a causa de las medidas que no se toman y del poco respeto que se tiene al imperio del árbol y de las plantas todas que nos ayudan a vivir, de la tierra que nos da de comer y de los caminos recalentados por falta de sombra.
Si el hombre fue cuidador natural del bosque ya ha dejado de serlo, ha vestido su vida de pavimento, de alimentos que se compran en las despensas con aire acondicionado, vestidos con ropas que han dejado de ser cómodas para usar las que dicte la moda, a cosas como esas les llamamos confortables y respiramos un aire sospechosamente lesionado por las emanaciones de los colectivos chatarras, por el desgaste de los motores a causa del calor cada vez más creciente. A eso le llamamos vida digna?
Hemos renunciado al derecho de protestar por esos incendios, por esa necedad de creer que si no le está ocurriendo a uno, no nos importa. Y así, con fuego, aire contaminado, calentamiento global, sequías y con falta de pronósticos favorables, subsistimos mientras seguimos cavando la indiferencia en nuestra vida ordinaria.
Hacen falta soldados, pero no de esos que hacen la guerra, sino los que se visten de guardabosques, de los que vigilan que el agua siga brotando, que los ríos no se desvíen de su curso natural, los que cuidan al animal silvestre que ya no sabe dónde ocultarse para evitar su extinción. Hacen falta voluntarios que vigilen la pureza del aire, la calidad de los alimentos que cada día se contaminan más por la degradación o por las torpes intervenciones de los agro tóxicos.
Hacen falta seres que recuperen su sentido de humano a humanitario, y en este caso particular, para prestarse ayuda a sí mismo para que la sobrevivencia que queda en este mundo ya no se ve afectada con tanta torpeza y estupidez sostenida.
Es hora de mirar el mundo como si viéramos una habitación desordenada, a la que hay que limpiar y poner en orden, y en la medida que comprendamos sobre la urgencia de hacerlo, la agonía del mundo, de nuestra única habitación, tardará un poco más en llegar. He visto lo que nunca vi en el curso de la vida, a gente pelearse por el reparto de agua y si eso no es una señal de la decadencia ¿qué es? Cuánto cuesta el ‘darse cuenta’ y ese olvido es algo que se paga con el deterioro de la vida. Realmente, es hora de cantar una canción de tregua, la canción de todos, la canción con todos.
César González Páez
Fuente (Enlace Externo - OnLine Diciembre 2013):
http://www.cesargonzalezpaez.blogspot.com/
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