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ESTEBAN BEDOYA

  LA HERMANA - Cuento de ESTEBAN BEDOYA - Noviembre 2010


LA HERMANA - Cuento de ESTEBAN BEDOYA - Noviembre 2010

LA HERMANA (*)

 

Cuento de ESTEBAN BEDOYA

 

 

(*) Parte del capítulo V de la novela de Esteban Bedoya de próxima aparición.

El Packard Clipper SS, color rojo colorete, se perdió en la callejuela de tierra de un barrio de la periferia, caserío delimitado por el indomable arroyo Mburicaó. El pesado vehículo fue esquivando pozos hasta llegar a la puerta de un galpón, que atravesó hasta internarse profundamente en una densa penumbra. Detrás se escuchó el golpe seco de la cortina metálica, que los dejó en completa oscuridad. Cuando el chofer apagó el motor, se encendió una lámpara que colgaba desde una viga del techo, entonces se hizo visible una persona con uniforme de enfermero, que abrió la puerta y ayudó gentilmente a bajar a una embarazada. Era una joven de pómulos saltones y ojos rasgados a quien guió hasta una sala cavernosa, cuyas paredes estaban recorridas por gruesas cañerías que supuraban olor a metales herrumbrados.

 

-¡Siéntese allí! -le indicaron amablemente.

-¿Otra más? -susurró alguien que se terminaba de uniformar.

-Sí, la mandan del Hogar de Madres Solteras.

-¿Querría un refresco? -preguntó uno de los enfermeros.

-¡Esto no parece una clínica! -se animó a comentar.

-¡Lo es!... y de las mejores.

 

En ese instante entró una mujer con aires de directora de internado, los hombres callaron, y ella saludó formalmente a la paciente: ¡Úrsula Duarte...! ¡Encantada!, luego la tomó de una axila y la ayudó a ponerse de pie, con gesto afable le señaló la puerta del consultorio; una vez dentro le dijo: Acóstate en la camilla. Zunilda Roa se esforzó para levantar una pierna, y como si estuviese subiendo a una carreta se dio maña y se acomodó lo mejor que pudo. El consultorio estaba despojado de muebles, salvo una camilla iluminada por una lámpara de quirófano. La joven parecía inquieta, tanto por la forma en la que fue sacada del Hogar, como por el silencio lúgubre del sitio. Úrsula percibió la inquietud y se le acercó desde atrás para apoyarle una gasa impregnada en anestésico. -¡Tranquilizate que ya va a terminar!

Se durmió profundamente, estaba relajada y dejaba caer los brazos por los costados de la camilla. Entonces ingresó el médico, impecable en sus maneras y en su uniforme de tonos azulados relucientes, tanto en su camisa como en su corbata con lunares. -Menguele conservaba el hábito de vestir bien, sin importarle que fuese en una gala o en una morgue-. Se inclinó sobre la paciente, haciendo brillar su peinado engominado bajo la potente lámpara, luego apoyó una mano abierta sobre el abdomen y sintió las patadas del feto.

-¡Bien! -exclamó, luego pidió un cuaderno a su asistente y realizó anotaciones a modo telegráfico, en un alemán anclado a principios del siglo XX-. Aplíquele las inyecciones -ordenó.

El nazi abrió una caja de acero inoxidable en la que se hallaban alineadas cinco jeringas con líquidos de distintos colores. Una a una le fueron inyectando las gruesas agujas, que al cabo de cinco minutos resultaron en una intensa aceleración del ritmo de la respiración que impulsaba cada vez más los enérgicos movimientos del niño.

 

Zunilda Roa nunca volvió al Hogar de Madres Solteras.

 

El mismo día que la campesina fue intervenida en un quirófano camuflado de taller mecánico, en la casa de la familia Caputo, los preparativos para festejar el cumpleaños del Señor Presidente marchaban sobre rieles. La cena debería ser impecable, no sólo en el menú sino en los detalles, de eso se ocuparía Armandito quien por trabajo se encontraba casualmente en Asunción. Cualquier esfuerzo se justificaba ampliamente dado que el presidente Stroessner, años antes había habilitado muy generosamente al finado Armando Caputo, con un cupo para la libre importación de harina y alcoholes. Por lo tanto, en la casa de su viuda y por voluntad de la misma, cada de noviembre se rendía un pomposo homenaje al líder de todos los paraguayos -aunque éste nunca asistiese-. Pero en esa ocasión, doña Eulogia sumó a la habitual concurrencia de funcionarios alcahuetes, la "distinguida" visita del médico Joseph Mengele, quien los "honraría" con su presencia, y para quien se preparó un cuidado menú que incluyó sprätn del Báltico ahumadas y arenques comprados en un almacén judío de Buenos Aires, además de haberse engalanado el salón comedor con las fotos del Duce y del Führer. Sería un acontecimiento irrepetible, a causa de la vida esquiva que en los últimos tiempos tuvo que llevar Menguele, quien acosado por los cazadores de nazis -que ya habían capturado a Eichman en Buenos Aires- cambió la placidez de la hospitalidad asunceña por un "ir y venir" al y desde el Brasil. En ese solemne encuentro, una hermana de Zunilda Roa actuaba como mucama, pulcramente uniformada e instruida para atender exclusivamente al ilustre nazi, con la evidente intención de ofrendársela para los "postres". Florencia Roa temblaba ante tal responsabilidad, era consciente de la oportunidad de escaparle a la pobreza, en caso de caer en gracia al "doctor alemán que había acabado con los judíos" -eso decían los demás empleados de la casa-. Ella pasaba por un momento de euforia, el niño Armandito le había dado la buena noticia del empleo que le consiguieron a Zunilda para trabajar en casa de una familia en Europa -seguramente muy pronto recibiría una carta en la que le contaría sobre las maravillas que estaba conociendo-. Ahora esa posibilidad estaba a su alcance... sólo tenía que mirarlo fijo a los ojos, como cuando aceptó el beso de su novio cué en la escuelita de Carapeguá, y el viejo caería en sus redes... Pero no, Florencia no se animó, ella no era tan valiente y aventurera como Zunilda, todo lo contrario, como hija menor había sido la malcriada que nunca aprendió a tomar decisiones. Seguramente por eso, cuando le estaba sirviendo vino, los nervios la traicionaron y salpicó unas gotas de cabernet sobre el pantalón de lino del Doctor. Florencia dejó escapar un gemido lastimoso ante la mirada ofuscada de la patrona. Al silencio de los comensales siguió el soponcio de la sensible Dolores Rioseco de Bozeto, secreta admiradora de Joseph.

Pasado el mal rato, y seguramente como consecuencia del exabrupto, el Profesor Mengele posó los ojos sobre la mucama que quedó inmóvil, arrinconada en el amplio comedor, y con gesto galante la invitó a acercarse y le tomó la mano, actitud que los comensales juzgaron como paternal y digna de un ser superior, cuando en realidad, Florencia había despertado en el nazi, recuerdos de su paso por el "Anus Mundi". Mengele entrecerró los ojos como si se estuviese deleitando con el humo de los crematorios.

 

El huésped de honor fue conducido a su habitación por Armandito, quien decidió atenderlo en exclusividad. Gregorio los seguía a un par de pasos cargando el maletín de viaje y el sombrero del visitante. El varón de la casa se despidió ceremoniosamente en la puerta: ¡Profesor, Usted nos honra con su presencia!... que pase una muy buena noche. Mientras, el criado apoyaba el equipaje sobre un banco maletero.

La amplia habitación había sido refrescada desde temprano con un aparato acondicionador que chorreaba la humedad como si fuesen las lágrimas de una dama mojigata. El criado quedó en un rincón aguardando una orden, pero el "ilustre" no le prestó atención ante la sorpresa de haber encontrado en el cuarto la grata presencia de la mucama, a quien se le acercó y le habló en voz baja al oído. El aborigen siguió con indiferencia la forma en la que Florencia ayudaba a desvestir al Señor, mientras insistía con disculpas por la torpeza cometida, él la consolaba apretándola contra sí, sintiéndole los prominentes pechos altivos de adolescente, oliéndole la negra y brillante cabellera de genética hispano guaraní. El alemán la manoseaba con los ojos cerrados, Florencia permanecía inmóvil, acobardada...

 

 

 

 


Fuente:

REVISTA DEL PEN CLUB DEL PARAGUAY

IV ÉPOCA – Nº 19 – NOVIEMBRE 2010

POETAS – ENSAYISTAS – NARRADORES

© Arandurã Editorial,

Telefax: (595 21) 214.295

e-mail: arandura@telesurf.com

Internet: www.arandura.pyglobal.com

Asunción – Paraguay

Noviembre 2010 (197 páginas)

 

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Asunción – Paraguay
Julio 2010 (199 páginas).
 




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