LOS RETAZOS DEL CERRO TACUMBÚ II
FOTOGRAFÍA – MEMORIA Y CENOTAFIO
LUIS VERA
CENTRO CULTURAL DE ESPAÑA JUAN DE SALAZAR
ASUNCIÓN – PARAGUAY.
2010
Audiovisual:
Cámara y edición: ESTEBAN CABRAL
Sonido: JOHANN SORENSEN, CAROLINA GÓMEZ.
Guión y dirección: LUIS VERA

EL CERRO TACUMBU
Es una elevación que se encuentra situada al sur de la avenida Colón, en Asunción. Perteneciente a la cadena del Ybytypanemá, dio nombre al barrio que lo circunda. La etimología de Tacumbú, según Migraglia, sería itá-acú-mbú o piedra caliente que explota, referida evidentemente a su composición volcánica.
La explotación del cerro se realiza desde el gobierno de Salvador Jovellanos (1871 al 74) quien da en concesión a Francesco Terlizzi, para la pavimentación de las calles de Asunción. Luego, pasó a Luigi Bazzano y otros.
El basalto negro era llevado en «zorras» o vagones de una línea de tranvías de tracción a sangre que iba hasta la plazoleta del puerto. Los domingos se utilizaba para el transporte de pasajeros ya que el sitio era también entonces destino de turismo urbano.
Desde entonces, hasta cerca del 2000 se sacaron basaltos negros que dieron cimientos a los edificios y casas; y cubrieron las calles de gran parte de la ciudad, así como de San Lorenzo, Ñemby y otras. También fueron utilizadas las piedras del Tacumbú, para cerrar el cauce del riacho Cara Cará, que llegaba con fuerza a la bahía, en 1936.
Los pobladores más antiguos del barrio recuerdan que cuando niños subían al cerro. Sobre eso, Salvador Massari Ferro cuenta «había altos lapachos, estaba lleno de yvaporu, hasta zorros encontrábamos. En el ycuá Jaguareté tomábamos agua fresca».
La cantera fue también utilizada para trabajos forzados de presos, y sobre todo presos políticos hasta finales de los años 60. Uno de ellos, Rubén Ayala de 70 años, cuenta: «sacábamos piedras de la cantera de Tacumbú. Te apuntaban con fusil, había castigos, previamente estuve preso en Investigaciones».
Emilio Barreto rememora: «éramos 46 e íbamos en fila de dos a la cantera, con 12 fusileros de guardia, rompíamos piedras con mazos de 20 o de 10 kilos, según la fortaleza de cada uno. Ahí trabajaban conscriptos, presos comunes, presos políticos, también gente común. Cada grupo tenía su cantera, nosotros estábamos apartados».
Hoy día sólo queda una gran laguna a consecuencia de la imposibilidad de succión de las aguas por parte de las rocas que allí quedaron. La cantera dejó de funcionar debido a la urbanización de la zona.

LOS RETAZOS DEL CERRO
Entonces se vuelve ineludible retomar lo inanimado, descender a la aspereza de los bordes de la tierra, bajar todavía más, hasta la aproximación última que lleve a sentir el aliento quebrantoso de lo primitivo, de lo que estuvo antes y de lo que estará todavía más porque es el único principio conocido.
Habrá que estar muy en el fondo, rastreando la presencia extraña de la vida que se presenta como un agujero sin brocal preciso, como una acumulación de muros que se fueron levantando a espaldas de ese ser humano que creía abrirse caminos hacia dentro, hacia lo más profundo, tal vez hacia el latido esencia con que pudiese identificar los propios.
Pero bajo una piedra sólo hay otra piedra y cuando ya se obscurece el descenso y se agrietan los ojos, nada resta sino ese universo sólido y quejumbroso cubriendo la vista y lastimado de soledad todo resquicio humano. El molde agresivo de rocas que se abren imperturbables al cielo, incitan al retorno, la búsqueda de alguna inquietud que delate vida, existencia, materia palpitante y temblorosa, pequeños milagros que registren el empuje de toda esa naturaleza que nos tiene de pie, elucubrando interrogantes.
Entonces se impone la maravilla extrema de espiar hasta los más insignificantes estremecimientos perceptibles, de encontrarle signos humanos hasta al pedazo de cielo que se recorta sobre las orillas de la cantera y se esparce de extremo a extremo como una tapa difusa y dolorosamente lejana; se convierten en bendición los ramitos de flores echando raíces en los descuidos de las piedras.
Sólo entonces es hora de encontrarle sentido a la vida de la aparente ausencia de ella, de optar por la esquina oportuna para de-notar aquel pedazo de sombra, el filo inalcanzable y frío de las rocas, el arrumaje de yuyos sobre la tierra, el pulso de las cosas que dejan de ser inanimadas cuando le prestan tibieza esos mismos ojos que reproducen su imagen y otros casuales que se detienen ante su estructura.
Entonces y al final sólo queda reconocer una existencia que presente, no siempre se evidencia y no siempre se reconoce, y que de repente se apretuja sin reservas y a pecho abierto, a partir de tanta pared inaguantablemente azul y sobre todo, ininquietable.
MABEL PEDROZO.

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OTRA SERIE DE LUIS VERA
ARRIBA/ ABAJO/ ARRIBA
(SERIE)
Fotografías de LUIS VERA
Caigo sobre mí mismo
Envuelto en este silencio inesperado
de urbana solemnidad,
de territorio de metal.
Caigo sobre mí mismo,
como una isla en este archipiélago
de cuerpos, olores y latidos
devorando el abismo.
Caigo sobre mí mismo.
LOURDES ESPÍNOLA

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La caja de acero inoxidable, con movimientos de traslado verticales, habla de la ciudad prometida a la individualidad solitaria, a lo efímero, a lo provisional, al pasaje. Es “la síntesis del no lugar de la sobremodernidad productora de espacios conocidos como no lugares. Un espacio que no puede definirse como espacio de identidad, ni relacional, ni histórico, definirá un no lugar” (Marc Augé, antropólogo francés.)
Entre infinitas subidas y bajadas, fugases cruces de miradas, la mayoría de las veces anónimas; mezcla de olores y aromas, celulares y tereré, corbatas y zapatillas; aunque juntos hasta el roce y apretujón involuntario, los ascensores (¿y descensores?) se constituyen en el sitio de la individualidad solitaria a pesar del codo a codo.
En la gélida caja de metal no se puede escapar de la coacción que sugiere el no lugar. No hay otra alternativa a los cientos de peldaños, aunque éste no lugar intimide, oculte, sobrecoja, obligue cortesías reformulando vínculos. Allí se participa de impensados silencios, de conversaciones. Este espacio de encuentros es, extraña e inversamente, de desencuentros. Es entre sus paredes de menos de tres metros cuadrados, donde los espejos sólo reflejan espaldas o, de vez en cuando, en descuido, una mirada, el control del rouge bien pintado en los labios y, sólo con transgresores, un beso o una caricia.
Si los espacios públicos del anonimato de las grandes urbes como las terminales, los aeropuertos y las salas de espera convierten al ciudadano en mero elemento, estas cajas son como señaladores simbólicos de la condición humana de la contemporaneidad. Estos anónimos del no lugar experimentan solitariamente la comunidad de los designios humanos. – LUIS VERA, julio de 2008
Las fotos fueron tomadas en los siguientes edificios: PALACIO DE JUSTICIA, CABILDO, CONGRESO DE LA NACIÓN, entre otros.