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Feliciano Centurión (+)
  LA NAVE VA - Acrílico sobre una frazada de FELICIANO CENTURIÓN


LA NAVE VA - Acrílico sobre una frazada de FELICIANO CENTURIÓN

LA NAVE VA

Acrílico sobre una frazada de FELICIANO CENTURIÓN




REVELADORA MUESTRA DE UN ARTISTA QUE MURIÓ DE SIDA EN PLENA JUVENTUD

BOCETOS Y DIBUJOS DE CENTURIÓN ENTRE LA INTIMIDAD Y EL ENIGMA


«La nave va» realizada sobre una frazada (soporte que eligió el artista y que lo distingue entre todos). Es la obra que el espectador encuentra al ingresar a la muestra «Bocetos y dibujos. Papeles previos de Feliciano Centurión».

exposición «Bocetos y dibujos. Papeles previos de Feliciano Centurión», que exhibe en estos días la galería de Alberto Sendrós, tiene un carácter íntimo por partida doble. Por un lado, los diseños de algunos motivos que el artista transportó a las obras de mayores dimensiones, mantienen el tono intimista de los apuntes, las notas donde, en ocasiones, los dibujos se cruzan con las palabras. Por otro lado, el formato breve de los papeles, abre paso al universo de las cuestiones privadas, desde la crónica del erotismo juvenil y la fascinación por el cuerpo, hasta el testimonio del sentimiento romántico.

El dibujo es un campo favorable para la experimentación y la representación liberada de todo prejuicio, pero, como contrapartida de la franca simplicidad de la línea, en algunos diseños de Centurión, la interpretación resulta compleja. La imagen que ilustra las invitaciones que cursó la galería es la más significativa: tan sencilla como enigmática. Se trata de las siluetas de dos hombres en medio de un campo de flores. Los cuerpos desnudos están cubiertos por la vegetación hasta la cintura. Pero si se observa con detenimiento ese manto de flores silvestres, se descubren las formas de los genitales masculinos, disimuladas bajo esa inocente apariencia. Por lo demás, los dos personajes sin rostro son casi idénticos, pero con un simple recurso, el artista marca una crucial diferencia entre ambos. Una silueta es oscura, sombreada con los trazos del lápiz; la otra, mucho más clara en contraste, apoya un brazo sobre el hombro de su compañero, con gesto protector.

Centurión nació en 1962 en San Ignacio de las Misiones, Paraguay, y se trasladó en plena adolescencia a Buenos Aires. Tenía 34 años cuando murió de sida, en 1996.

El tema del sida aparece en sus obras, al igual que en las de todos aquellos artistas del mundo que lo padecen. No obstante, mientras en los países del Norte las expresiones son abiertas, en los del Sur son menos manifiestas, los enfermos no hablaban de su condición. El entonces curador del Centro Cultural Rojas, Jorge Gumier Maier, plantea esta situación cuando presenta la obra de Centurión, y sostiene: «Este engañoso repliegue podría ser la ocasión de profundidades más maravillosas». De hecho, en las imágenes posteriores a 1992, cuando a Centurión le diagnostican el sida, se advierte un cambio de rumbo en el contenido y en la forma. El artista cambió los pinceles por una aguja, dejó atrás los tubos de pintura, forjó su nueva paleta con hilos de colores y se dedicó a bordar, como él mismo explicaba, iba en busca de «la parte afectiva del mundo femenino». Así, el vuelco a las manualidades acompañó sus propios sentimientos, «la falta de afecto que todos estamos viviendo, la necesidad de caricias. nos estamos olvidando del corazón».

Ante palabras tan emotivas, cabe aclarar que Centurión no fue un autodidacta, se formó en las escuelas tradicionales, se recibió de Profesor Nacional y Profesor Superior de Pintura y fue discípulo del lúcido Juan Pablo Renzi. Su arte no proviene del bolero o el exotismo y, sin embargo, ostenta características decididamente latinas.

Es más, el público porteño tiene la oportunidad de cotejar en el Malba la obra de Centurión con la triste «Balada de la dependencia sexual», una serie de instantáneas tomadas entre 1978 y 1996 por la fotógrafa estadounidense Nan Goldin quien, en esos años retrató los amores que iba perdiendo y los amigos que se iban muriendo. Los dos artistas coinciden, padecen los síndromes de nuestro tiempo: miran la muerte de frente, sufren la soledad y hablan de la enfermedad con la misma idéntica melancolía. Sin embargo, difieren en la técnica y el clima tan especial que cada uno genera. Casi no hacen falta palabras para destacar la distancia.

Goldin retrata el vértigo, la disipación y el exceso de un mundo bizarro, muestra a quienes, sabiendo que la vida se les escapa, deciden bebérsela de un tirón; Centurión clava las puntadas una a una, dibuja suspendidas en el espacio, las espadas que en algún momento caerán sobre su cabeza, o se autorretrata como un pájaro con una flecha clavada en el corazón. ¿Busca la fortaleza de San Sebastián para aceptar su destino? Lo cierto es que asume el riesgo de llevar hasta sus últimas consecuencias esa estética apegada a la belleza que surgió del Rojas en la década del 90 y dedica sus energías a crear un mundo donde la ternura existe.


BELLEZA

Al ingresar a la muestra, el espectador encuentra el boceto de «La nave va» y la obra realizada sobre una frazada, soporte que eligió el artista y que lo distingue entre todos. La nave en cuestión, acaso una parodia de la célebre «Y la nave va» de Federico Fellini que marca el fin de una época, surca las enruladas olas de un psicodélico mar con su chimenea humeante.

Los marcos que dibuja en piezas como «Tutti fruti» o «Camino a casa», rodeando las filas de árboles a la vera de un camino, «anticipan su necesidad de bordes bien definidos», como sostiene Eva Grinstein en el texto de presentación, pero responden además a un decidido afán ornamental. El dibujo y su marco configuran el todo: la obra.

Centurión, un artista escasamente conocido, suma a la legitimación que le brindó el ingreso de varias obras a la colección del Malba, la difusión internacional de la muestra «Recuperando la belleza: la década de 1990 en Buenos Aires», presentada en 2011 en el Museo Blanton de la Universidad de Texas, en Austin. En el texto del catálogo, la curadora asociada del Blanton, Ursula Dávila Villa, afirma: «El propósito es mostrar el deseo compartido de los artistas por celebrar la vida a través del arte». Y agrega que quienes expusieron con regularidad en el Centro Cultural Rojas (Centurión, Sebastián Gordín, Benito Laren, Gumier Maier, Marcelo Pombo, Cristina Schiavi, Omar Schiliro, entre otros) aspiran a «construir una nueva óptica de la cultura visual como fuente de placer y creatividad».

Dávila Villa comenzó a gestar la muestra cuando el coleccionista Gustavo Bruzzone le abrió las puertas de su casa. A partir de la exhibición, que resultó inspiradora para coleccionistas y museos, se produjo un cambio en la percepción de un arte considerado «sin contenido», ajeno al mainstream dominante y genuinamente argentino. Como expresa la curadora: «el término descubrimiento es la clave. Todas las generaciones de coleccionistas, curadores y académicos tienen la fascinación por descubrir lo supuestamente antes no visto o apreciado antes por otros».

por Ana Martínez Quijano

Fuente en Internet: www.ramona.org.ar 



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