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JUAN EDUARDO DE URRAZA
  SUEÑO PRIMIGENIO - Cuento de JUAN DE URRAZA


SUEÑO PRIMIGENIO - Cuento de JUAN DE URRAZA

SUEÑO PRIMIGENIO

Cuento de JUAN DE URRAZA


Benjamín irrumpió en el despacho casi con irreve­rencia. Alejandro Quartz, su jefe, hizo a un lado los papeles que sostenía en ese momento y lo observó, con el claro reflejo del monitor en sus lentes. Benjamín era uno de sus mejores investigadores; ya había desarrolla­do y demostrado numerosas teorías sin alcanzar siquie­ra los cuarenta años. Como todo científico que prioriza las ideas a la realidad, el aspecto de Benjamín dejaba bastante que desear: barba desprolija, despeinado, el guardapolvos mal abrochado... A veces inclusive llevaba puestas medias de diferentes colores sin siquiera perca­tarse...

—Creo que ya está —le anunció Benjamín—. Si bien hace años que podemos monitorear y visualizar lo que sueña un adulto, por fin encontré el patrón de on­das cerebrales y picos de energía que indican el cambio del tipo de sueño en un feto. Y sincronizando nuestros equipos a esos patrones de ondas, al tiempo que anu­lamos las producidas por la madre, creemos que tene­mos la información necesaria para interceptar el sue­ño y capturar la información que se está generando en ese momento. Ahora realizaremos las pruebas finales... ¿Quieres participar?

—Sí, claro —asintió Alejandro, poniéndose de pie y el escritorio—. Los trastornos del sueño no son mi especialidad ni el trabajo más importante que realizamos en este laboratorio, pero sí uno de los temas que más atención está teniendo por parte de nuestras fuentes de financiación. Y debido a que el dinero para este proyecto en gran medida provino de fondos gu­bernamentales que no afectaron a nuestro patrimonio institucional, hemos apoyado tu trabajo, esperando resultados auspiciosos. Pero sigo sin entender por qué tienes ese deseo tan arraigado de estudiar el proceso del sueño en un nonato. Entiendo que queramos compren­der cómo funciona en la gente común, para poder tratar sus diversos trastornos mediante nuevas drogas... ¿pero qué utilidad tiene estudiar a fetos de pocos meses?

Benjamín observó a su jefe con ojos perdidos, no sa­biendo si responder con propiedad o simplemente igno­rar el comentario. Ciertamente Alejandro era un amigo de muchos años, pero no tenía la pasión por la inves­tigación teórica y casi filosófica que Benjamín poseía. Él era más práctico y le interesaban las investigaciones que sirvieran para desarrollar productos concretos que redundaran en beneficios, y no en estudios metafísicos que poco aportaran a un aumento de su patrimonio.

Sin embargo, respondió:

—Yo te pregunto: El ser humano, ¿cuándo empieza a soñar? ¿En qué momento exacto se da el primer sueño?

—No lo sé —respondió Alejandro—. ¿Al nacer? o tal vez antes... En ese caso soñaría con percepciones muy simples, puesto que no tiene desarrollados los sen­tidos... Entiendo que en tus investigaciones intentas de­mostrar que sueñan ya en el vientre materno.

—Exacto. La pregunta entonces se transforma... Si los niños empezaran a soñar recién al nacer, ¿qué soña­rían? ¿Por qué el hecho de abandonar el calor del úte­ro se convertiría en el catalizador del sueño?... Hemos descubierto que en realidad el bebé sueña desde antes de nacer, cuando aún se halla flotando en los tibios lí­quidos amnióticos. Más aún, el sueño en sí mismo, en los adultos, parece siempre transportarnos a ese lugar seguro y tibio, donde no existe nada más que nuestra propia existencia protegida por la eternidad... O sea, tal vez el sueño sea nuestra forma de regresar a ese lugar que nunca quisimos abandonar...

—¿Qué? Esa es sólo una teoría descabellada tuya...

—¿Cuál parte? ¿La de que deseamos regresar al vien­tre materno y olvidarnos de la existencia? Tal vez... O tal vez por ello tantas culturas creen en la reencarna­ción, ya que sería la única forma de volver a experimen­tar la mejor, y de otro modo irrepetible, parte de la vida. Puesto que el hecho de que los niños sueñan antes de nacer, ya lo hemos comprobado científicamente.

Los hombres continuaron caminando por un amplio pasillo hacia el laboratorio donde Benjamín realizaba sus experimentos.

—Y eso nos lleva a las preguntas realmente impor­tantes —insistió el hombre—. Tal vez no para vender un producto, pero sí para avanzar relevantemente en el área científica, e inclusive en la metafísica. Si realmen­te los bebés empiezan a soñar desde que se encuentran dentro del vientre materno, ¿Cuál es el momento exacto en que lo hacen? ¿Será el preciso momento en que se dotan de alma, o espíritu, o como le quieran llamar? Antes eran sólo una cápsula vacía en crecimiento, ¿Pero ocurre un instante significativo donde ésta nueva vida deja de pertenecer a la madre para ser un individuo único en desarrollo, y allí empiezan a soñar también, libremente? ¿O tal vez antes sólo perciben los sueños de la madre como suyos propios? Y si profundizamos más... ¿Qué sueñan? Si ya son seres independientes aunque habiten dentro de su madre, y ya tienen fun­ciones cerebrales básicas, sobre todo en el tramo final del embarazo, ¿Qué imágenes proyecta su mente? ¿Qué mundos habitan? ¿Qué sueñan, puesto que no tienen ningún conocimiento, imagen o sonido adquirido aún del mundo real? ¿Sueñan simplemente con estar flotan­do protegidos en el vientre materno? ¿Sueñan con vidas pasadas? ¿Sueñan los sueños de otros? ¿Sueñan con un vasto y oscuro silencio?

Benjamín se detuvo frente a la puerta de su labora­torio. Pulsó una combinación numérica en un teclado, mientras apoyaba el pulgar izquierdo en un lector dac­tilar, y la puerta se abrió.

—¿No te parece que estas preguntas son algo inmen­samente importante para el desarrollo humano, tanto científico como social? —arremetió una vez más—. Yo creo que sí, y puesto que contamos con los medios para comprobarlas, seríamos unos necios si no lo hiciéramos.

En la habitación se hallaba una mujer embarazada, recostada en una cama y con numerosos dispositivos y cables conectados a ella. Estaba sedada, para que su actividad cerebral no interfiriera con la del niño. Otros científicos tomaban sus datos vitales y corroboraban las conexiones, así como realizaban pruebas en las compu­tadoras cercanas. Sobre ella, en una pantalla enorme, se proyectaba solamente un color celeste, como si el dispo­sitivo de video no recibiera información aún.

—¿Todo listo? —preguntó Benjamín a sus compa­ñeros. Ellos asintieron. Otros monitores a un lado mos­traban una serie de gráficos de ondas y barras super­puestas, que todos observaban con detenimiento—. En cualquier instante se producirá un cambio de estado de sueño, y entonces podremos sincronizar nuestros equi­pos con sus ondas cerebrales, y con ello visualizar lo que el niño está soñando.

Se escuchó en ese momento un leve pitido, y los grá­ficos entraron en sincronía. La pantalla grande, que hasta ese momento estaba apagada, empezó a tornarse blanca, extremadamente brillante, tanto que la luz pa­recía escapar de ella derramándose de manera informe sobre los objetos, y cubriendo todo lo que los rodeaba. Instantáneamente, cada uno de los hombres en la habi­tación se sintió transportado más allá del universo que habitaban, hasta ese blanco y amplio lugar.

A una velocidad que superaba todas las leyes físicas, recorrieron el espacio infinito, hasta que bruscamente se detuvieron. Allí se presentó frente a ellos una mujer hermosa, de larga cabellera, que parecía danzar en el aire sostenida por un viento inexistente. Una túnica va­porosa la cubría en partes y al mismo tiempo la mujer se mostraba amable pero temible.

—Yo soy la primera y la última imagen que un hom­bre ve en su vida —habló—. Su creadora y su destruc­tora. Su artífice y su cuidadora. Yo veo, yo escucho, yo siento. Yo proveo el aire que respiran y soy al mismo tiempo el hálito que llena su cuerpo de vida. Yo me presento ante un ser humano en toda mi plenitud úni­camente en dos ocasiones. Ya sea porque sueña por pri­mera vez, desde el vientre de su madre, dejando de ser parte de ella y convirtiéndose en un individuo único y completo, en un ser divino, fragmento o cristal de mi totalidad. O ya sea porque ha muerto y está esperando que se corte el cordón que lo ata aún al mundo para poder ser libre nuevamente. Ustedes no tienen derecho a verme, no aún, sólo este niño, este fruto de mi ser, esta futura parte de mí. Pero ahora ya no puedo permitir que regresen a su mundo, puesto que hay límites que nunca deben ser superados, y por lo tanto, para ustedes, la vida terminará ahora.

La mujer extendió el brazo convertido en una enor­me hoja de guadaña y cortó los extensos hilos plateados que ataban aún al mundo a cada uno de los presentes. Estos simplemente se diluyeron formando un vapor que se convirtió en parte de la atmósfera que rodeaba a la diosa y que ella misma respiraba. Inmediatamente, re­cuperando su forma original, acarició al bebé frente a ella, acercándosele al oído y susurrándole por horas los grandes secretos del mundo necesarios para poder so­brevivir una vez que naciera...



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