PRESERVAR EL CONOCIMIENTO
Cuento de JUAN DE URRAZA
Año 2076, Cavernas de Aracuyito.
Soy Sor-45, robot experimental de última generación, creado con una única misión: Preservar el conocimiento humano de la pérdida irremediable que significaría la Gran Guerra. Así como quienes escribieron los pergaminos del Mar Muerto, o los protectores del Santo Grial, las logias o sociedades secretas, sobre mis hombros recae la responsabilidad de preservar toda la información útil del planeta para que los futuros vástagos sobrevivientes de esta lucha sin sentido puedan reconstruir su mundo. He elegido este lugar en las cadenas montañosas de los Andes, porque no cualquiera podrá llegar aquí y encontrarme, sólo un elegido en el momento correcto lo hará. Tengo en mi poder un disco, que contiene toda la información relevante para la tarea de reconstrucción: la decodificación del genoma humano, los tratados de medicina, los datos de ingeniería para la construcción de maquinarias, edificios y puentes, todos los libros de las mil bibliotecas más importantes del mundo, imágenes de las grandes obras de arte, desde la pintura hasta la escultura, música, enciclopedias, filmaciones, cursos básicos hasta universitarios y masterados. Tengo estos datos en todos los idiomas posibles, no sea que me encuentren humanos que no puedan comprender los da tos por culpa de un simple problema de dialecto. Y si no saben leer, las introducciones iniciales audiovisuales, junto con las clases de letras más básicas, ayudarán a que las personas recobren esa habilidad perdida y luego puedan comprender el resto. Tal vez la humanidad se sumerja en las tinieblas una vez más, pero cuando la era de la luz regrese, yo estaré para iluminarlos como un faro solitario en el mar bravío.
Año 2077
Parece que la guerra fue mucho más grande de lo previsto. Mis sensores, que podían comunicarse con estaciones de radio y satélites, no distinguen nada más que ruido y estática. Pero el hombre es el peor de los insectos rastreros, y seguro que habrá encontrado algún hueco donde guarecerse hasta que la tormenta pase. Puedo traer a mi memoria principal recuerdos de quien me creó, que supongo habrá muerto ya. Un hombre menudo, calvo, con anteojos y siempre vestido de pulóver a cuadros. Era un gran científico, y me dio vida (modificando un robot común de la serie PenAth-VI) específicamente para esta misión. Grabó en la primera pista del disco toda su información, su biografía, sus datos, de tal manera que cuando lo encuentren sepan claramente quién fue el hacedor del milagro y lo alaben y nombren en cada rincón del planeta, por ser él quien hizo posible la reconstrucción de la raza humana. No quería pasar al olvido como los viejos sabios griegos, de los cuales apenas se conocían sus nombres, pocas anécdotas, y, tal vez, alguna obra que hubiera sobrevivido a los incendios de las grandes bibliotecas. Toda su información, detallada y completa, se halla en el disco.
Año 2080
Soy un robot, no puedo tener miedo. Pero el silencio me aterra. ¿Estoy solo en el mundo? Parece que la espera será larga. Creo firmemente en la humanidad, ella será capaz de volver de la muerte de ser necesario. Su destino no es acabar de esta manera.
Año 2570
Mis baterías están casi agotadas. Los circuitos de recarga solares ya no funcionan, puesto que las fotocélulas y las baterías recargables han llegado al límite de su vida útil. Empezaré a usar la batería auxiliar. Si no me muevo, si no pienso, si apago todos los circuitos innecesarios, podría sobrevivir por trescientos años más. El disco sigue conmigo, con toda su carga de sabiduría. Y yo seguiré cumpliendo la misión encomendada hasta que mi último chip deje de funcionar.
Año 2780
El tiempo, el polvo, los insectos y las telas de araña se han apoderado de mí. Algunos murciélagos revolotean en el techo. Eso quiere decir que la vida está retomando su cauce, lo cual es bueno. Numerosos componentes de mi cuerpo metálico se han herrumbrado o dañado, y, salvo por mi cerebro, carezco de energía para accionar ningún otro mecanismo. El disco sigue entre mis manos, esperando a su dueño.
Año 2917
Creí escuchar algo. Voces. Estoy seguro de que eran voces humanas. Mi memoria está fallando y tengo muchos registros dañados, pero las posibilidades (analizadas por comparación de patrones) me dan un 99,99% de certeza. Ya no las escucho más, pero estimo que volverán. Deben ser de algún asentamiento cercano, y si la civilización llegó hasta aquí, con sus ansias expansionistas y de conocimiento, tarde o temprano encontrarán esta caverna y a mí. ¡Oh, cómo me gustaría poder salir a buscarlos yo mismo! Pero mis ruedas ya no giran. Si hiciera el intento probablemente gastaría vanamente la última dosis de energía que me queda, ya que los mecanismos están atascados. Prefiero que mi cerebro sobre viva a este trance, y conozca al restaurador de la raza humana, aquel que se beneficiará con la sabiduría que por tanto tiempo protegí celosamente.
Año 2919
Mis sensores fotoeléctricos están muy dañados, pero puedo ver claramente a un grupo de figuras menudas que han iluminado la habitación con antorchas, acercándose a mí. ¡Por fin! ¡El día tan largamente esperado!
—¡Josecito! —exclamó un niño—. ¿Qué es esto?
—No sé, parece una estatua muy vieja, de metal — respondió el muchacho. Junto a él se encontraba su fiel perro Tom, arratonado, marrón y desgreñado—. Está sosteniendo algo... —dijo, tomando una pieza fina y plateada, de diez centímetros de diámetro con sus pequeñas manos.
—¡Ay, si pudiera abrir el compartimiento para que insertara el disco! —pensó el robot. Un ruido opaco apenas se escuchó, indistinguible entre las risas del grupo de niños, pero el mecanismo no respondió. Quiso hablar, pero sus circuitos y altavoces ya no respondían a sus órdenes. Sus últimos resquicios de energías terminaron agotándose en intentos infructuosos, y Sor-45 murió una lenta muerte de robot, esas que duran hasta que alguien les cambie las baterías, puesto que la base de su conducta se halla en memoria no volátil; aunque perdería toda su personalidad y sus experiencias vividas hasta su último backup, realizado antes del inicio de la misión.
—¿Qué es lo que encontraste? —preguntó su amiguito Pancho a Josecito. Ambos estaban vestidos con unos pantaloncillos cortos sin remera, descalzos y con el cabello largo e hirsuto. Parecían indígenas, aseveración más que probable si se notaba que a su corta edad varios llevaban lanzas consigo.
—No sé, tiene una forma especial, como un bumerang, pero redondo. Habría que probar lanzarlo y ver qué pasa. —El niño lo lanzó al aire en la amplia caverna, y el disco planeó suavemente por cerca de diez metros. Antes de llegar al suelo, Tom ya había saltado en el aire y lo había capturado entre sus dientes.
—¡Qué bueno! —gritó otro niño—. ¡Vamos afuera a probarlo! —Intentó sacar el disco de la boca del perro, el cual se negó, mordiéndolo con más fuerza y rayando su superficie. Finalmente el muchachito logró quedarse con el botín mientras que Tom saltaba a su alrededor pidiendo que se lo lanzaran de nuevo.
—¡Pero ahora me toca a mí! —exclamó Pancho, corriendo detrás del resto.
La oscuridad y el silencio volvieron a reinar en la caverna. La estatua de metal quedó abandonada, sin su preciada carga, en la oscura y fría gruta. Su misión había terminado. Había entregado el disco al primer sobreviviente humano encontrado, pero... ¿Qué podría hacer un grupo nómada indígena con un disco óptico de alta tecnología, capaz de almacenar millones de pistas por pulgada? Con la última chispa de vida, en el último momento de su existencia, Sor-45 pensó que tal vez hubiera sido mejor guardar menos información, pero en papiros, o en tablas de arcilla...
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SEP DIGITAL - NÚMERO 5 - AÑO 1 - SETIEMBRE 2014
SOCIEDAD DE ESCRITORES DEL PARAGUAY/ PORTALGUARANI.COM
Asunción - Paraguay
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