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IRINA RÁFOLS

  BARRETT: LA IDENTIDAD REBELADA - Ensayo de IRINA RÁFOLS


BARRETT: LA IDENTIDAD REBELADA - Ensayo de IRINA RÁFOLS

BARRETT: LA IDENTIDAD REBELADA

IRINA RÁFOLS

 

 

«Paraguay mío, donde ha nacido mi hijo, donde nacieron mis

sueños fraternales de ideas nuevas, de libertad, de arte y de

ciencia que yo creía posibles –y que creo aún, ¡sí!–, en este

pequeño jardín desolado, ¡no mueras!, ¡no sucumbas! Haz

en tus entrañas, de un golpe, por una hora, por un minuto, la

justicia plena, radiante, y resucitarás como Lázaro».

El dolor paraguayo, Rafael Barret

 

 

Los filósofos a veces tienen razón en expresar que es más importante saber adónde vamos que de dónde venimos. Claro que Barrett no sería Barrett sin su estrato cultural español, sin todo lo que vino odiando de la sociedad de su tiempo, más lo que amaba; sin el puntapié que lo obligó a caer en una esquina de Sudamérica, más las melancólicas utopías de la generación del

98 que se trajo consigo. Barrett fue Barrett, cuando encontró un lugar donde probarse a sí mismo, y ese lugar fue el Paraguay que lo conquistó, y que a su vez él conquistó con el tiempo, a fe de erratas, porque digamos bien, que empezaron a corregirse las omisiones hacia su persona, los errores de interpretación acerca de sus ideas y el valor de su contribución social, mucho tiempo después.

Aparentemente, en este contexto del bicentenario, la sociedad paraguaya maduró lo que tenía que madurar para comprenderlo y aclamarlo, como ahora, reivindicando su figura de idealista y reconociendo el influjo que ha tenido en los escritores más importantes que el país dio hasta el momento, a través de su realismo crítico.

Lo que hizo fue sumar su dolor de idealista al dolor paraguayo, tomando un dolor real, para enervarlo con una energía crítica y empujarlo con un sueño romántico. Porque Barrett acopió todas las quejas del romántico: el inconformismo con la realidad de su tiempo, la nostalgia por los ideales tan alejados de la realidad, el espíritu de lucha, la rebeldía y el auto-sacrificio. Así es que en sus ensayos y en sus cuentos, corona al Paraguay con una aureola de mártir, y lo descubre sumergido desde su inocencia, en el albor de una infancia social detenida. ¿Acaso no veía al pueblo paraguayo de este modo? ¿Qué fue lo que enamoró a Barrett del Paraguay, sino ese carácter de pueblo inocente y oprimido al que los verdugos del poder no le permiten todavía llegar a la adultez?

Denunció que al pueblo paraguayo no sólo lo perseguían desde afuera, lo que es aún peor: lo perseguían desde adentro. Pero ¿qué hace que un extranjero se sedimente en el barro de otra cultura, sino es por medio de una rendición del corazón? Se dice que un individuo es del lugar que le permite crecer y desarrollarse, del lugar que le permite descubrirse, y Barrett, lo ha reconocido, se descubrió a sí mismo en el Paraguay.

Vemos a Barrett pasar mirando detenidamente, el desfile de una galería humana, deteniéndose en los gestos de la vendedora del mercado, en el hombre que arrastra su carretilla llena de frutas, en el que siembra la tierra con esmero, en el anciano que sólo atina a contemplar el futuro sentado en una plaza, mirando el vuelo de las palomas; en el maestro que recibe silenciosamente las tizas lanzadas por sus alumnos en la escuela; en el hijo que espera el regreso de un padre que nunca llega, que es un mensú.

Barrett veía algo más en el hombre sencillo, veía la intrahistoria, veía el significado del silencio del hombre común que lucha solo, que sabe de sacrificios, en oposición al bullicio de los que escriben la historia oficial. Creo que el mayor legado de Barrett, de todos los prodigios ideales que derramó en nuestro suelo, fue escuchar la voz de los que no tienen nombre.

A veces aparecen hombres que tienen el don de despertar a los otros. Ha pasado siempre en la historia que el pozo que un hombre cava en la tierra sirve para que otros se animen a desenterrar tesoros ocultos y perdidos. Barrett señaló un pozo a varios excavadores de nuestra cultura; Josefina Plá, otra extranjera que formó excavadores; Julio Correa, Hérib Campos Cervera, Augusto Roa Bastos, Elvio Romero y varios otros. Señaló que para que el pueblo crezca, para que se sacuda el yugo de la ignorancia, de la mediocridad, del congelamiento de la acción por la abulia de la dejadez, el hombre necesita amar lo que hace, cualquier cosa que esto sea. Que ame a su tierra, que ame lo que es para glorificarse a sí mismo, no como gesto de egoísmo narcisista, sino, como un gesto de conciencia.

¿Cómo podría proyectarse el hombre común hacia adelante si el trabajo hecho con su sacrificio y su esfuerzo no se dignifica? La mente brillante y sensible de Barrett llegó a notar donde partía el problema de nuestros conflictos sociales. Observó de qué manera, la desprotección del hombre del campo, el abandono del campesino y del indígena, por parte del Estado, lo condenaba a la esclavitud y al infortunio, a la desvalorización de sí mismo.

No había apuestas para el crecimiento de la sociedad en general.

Error imperdonable es, en países como los nuestros, no hallar en el cultivador de la tierra, en el granjero, al hombre insustituible que excava con sus propias manos la riqueza del país. ¿Cómo era posible –y es–, no ver que este hombre es la base primordial de la economía de la nación? ¿Pero qué podía hacer un solo hombre, y encima un extranjero, un anarquista, un hombre que fue etiquetado con palabras de desprecio y discriminación por los ojos de los instigadores que no pudieron evitar notarlo? Lo que podemos hacer todos es trabajar creyendo en la justicia. Claro que esto no quiere decir que la justicia exista, ni mucho menos... solo que obremos de manera tal que podamos crearla para nosotros como modelo de vida. Barrett, lo decía. Decía que es necesario restablecer la noción de la justicia, que debía declararse la verdad, que debía saberse el atentado en que fuimos y somos víctimas. Para él la cuestión es simple. El atentado está en no saber defender nuestros derechos, en callarnos. En pasar frente a los conflictos sociales como una horda y no como nación. El vate, no tenía pelos en la lengua al señalar las debilidades del pueblo al que ansiaba ver de pie, íntegro, con una moral elevada y victoriosa. En definitiva, había que trabajar en la educación de la gente y había que combatir al terror. Si bien en estos momentos no existe el tipo de terror que dominaba el panorama social de la época en que Barrett escribió El dolor paraguayo, existe en cambio el terror con una máscara nueva. El terror sigue estando en la actitud de ese joven que proyecta estudiar, pero debe contentarse con menos porque no tiene los medios para hacer una carrera universitaria, o en la gran cantidad de vendedores ambulantes que proliferan en nuestras calles y plazas, en nuestros hermanos indígenas que ya no cantan a la lluvia ni a las cosechas y que ahora mendigan y se drogan en plena calle a la vista de todos. El terror está en todos aquellos que sienten latir una idea, pero cuando la van a echar a andar, enseguida piensan «No, para qué nos vamos a molestar.

Acá todo se hace así nomas. ¿A quién le importa?». Esas y otras expresiones continúan deteniendo la voluntad y la concreción de cualquier proyecto. Todo queda bajo ese techo que impone la mediocridad y la desidia. Y lo más grave es, que este prejuicio, está virósica idea de sí mismo, que maneja el pueblo, ya echó raíz donde no debe: en la construcción de la base de la personalidad.

Me alarma escuchar en boca de mis alumnos escolares, que en el Paraguay no se puede hacer nada, que todo se hace mal, que no vale la pena. Hombres y mujeres adultos: escuchen lo que dicen sus niños, escuchen a los futuros hombres del mañana. ¡Están aflorando nuevas generaciones que no creen un ápice en el país!

Así, no podrán amarlo. No se involucrarán en el destino de la nación, no trabajaran por ustedes cuando ustedes sean unos débiles abuelos, la fuerza joven, la que tendrá pronto la fuerza vital de la acción del país, se mandará a mudar.

Es urgente ocuparse de la tajante falta de confianza en el sistema que no ofrece una propuesta práctica y urgente, que detiene y anula cualquier propósito de cambio. Entonces, ese terror señalado por Barrett sigue estando a través de la más temida muerte:

 

LA MORAL. LA ESPIRITUAL.

 

Es necesario, es imperante que las relaciones del Estado con el pueblo prosperen y surtan efecto. Tal vez Barrett haya leído a los griegos, y haya concebido y deseado para nuestro pueblo el ideal de esta civilización prodigiosa, tras el mismo modelo que proponía Platón. En este modelo los gobernantes eran los hombres con mejores cualidades del pueblo, los más preparados.

Le servían al pueblo, sin servirse del pueblo. No cobraban por su trabajo y representaban al pueblo en verdad.

Es ese diálogo el que Barrett anhela ver restituido entre el Estado y el pueblo Paraguayo, como lo prueba a lo largo de sus ensayos magistrales. Para Barrett, el hombre debe tener modelos que lo eleven, que sean armas del intelecto y del espíritu, que le permitan luchar de la mejor manera para la conquista de la libertad y del crecimiento.

De alguna manera Barrett se prohijó en la mirada de Whitman, hacia esta América. Vio la belleza que vio aquel otro vate barbudo en la figura del hombre y la mujer, en sus acciones, en sus trabajos, en las calles, en los caminos, en todas las acciones simples y comunes del hombre y de la mujer. Así Barrett describe a la mujer que camina descalza con un cántaro a la cabeza. Ve su andar fiero y flexible que ondula sus cuerpos jóvenes, ramas primaverales donde tiemblan los divinos frutos de los pechos. Casi tan inteligentes como las manos, los pies desnudos y hábiles de esas niñas palpan la tierra caliente, poniendo en ridículo nuestros pies obscenos... Allí está impregnado el Canto a mí mismo, el Canto al cuerpo eléctrico, está allí. Barrett siguió la veta de Walt para mirar al hombre y a la mujer, y contemplar la belleza genuina, el encanto natural que tiene el ser por el solo hecho de ser, el valor y el significado que tiene la vida cotidiana frente a la opulencia de las apariencias y los juicios sobre la simplicidad y la complejidad de las cosas.

Para que Whitman pudiera elevar el concepto de la Democracia, tal como la endiosó en Hojas de hierba, tuvo que servirse de la visión poética, dentro de la visión de la idealidad política. Dignificó al hombre común para que estuviera a la altura de las circunstancias.

De la misma manera, Barrett eleva la figura del hombre común, aunque su visión de la idealidad política no sea la democracia, pero sí, la de un panorama de vida más justo y noble.

Barrett canta a la belleza y al honor simple del hombre, en su descripción del hombre de la estancia: Vuestras siluetas no turban la armonía del ambiente, y vuestro oficio es el único que no lo profana. Esto es en gran medida, lo que está faltando en nuestro SIGLO XXI, tan decadente, volver a rescatar la figura del trabajador, rescatar la figura del campesino, ennoblecerla, dignificar la figura del labrador, la figura del que cosecha miel, de la alfarera, del artesano, del indígena, de toda la cultura guaraní que pugna ahora por emerger del pie que siempre le puso encima la cultura vencedora.

Todo este mundo está sustentado por la cultura guaraní, el idioma guaraní, la identidad. Si todos pudiéramos contemplar este hecho, si todos comprendiéramos la importancia de permitir la expresión del guaraní al mismo plano que el castellano, será posible que esta misma gente –que es la nuestra–, se valore más y levante la cabeza. Se vea reconocida en su identidad, en su fuerza, en sus costumbres y tradiciones, y deje de mirar a todos lados para encontrar una tabla a la que agarrarse que no sea la que el mundo español le da todavía, con esa conmiseración con que se entrega una limosna.

Pero, ¿qué es el guaraní? Barrett decía que para algunos era la rémora. El entorpecimiento del mecanismo intelectual. Pero que en la historia siempre hubo pueblos bilingües y nunca una lengua entorpeció a la otra. La torpeza está en la actitud del desprecio, ¿y cuándo se desprecia? Cuando se desconoce al otro. Cuando nos ciega la ilusión a cada uno, de que una cultura es superior a la otra. ¿Necesitamos además del gasto de fuerzas, a raíz de toda la lucha por sobrevivir al presente y al porvenir, desgastarnos también despreciando a nuestros hermanos? ¿Desde cuándo los paraguayos aceptan la división de sus propias familias, de su sociedad, al precio de quedarse separados para los lobos? ¿No basta con los bombardeos culturales de afuera? ¿Comprendemos los riesgos de la globalización? ¿Estamos enterados todos que esta particularidad de la identidad paraguaya-guaraní forma un escudo contra la penetración masiva de culturas que saben venderse bien, que ya está llegando para anestesiarnos y dominarnos culturalmente, con fines económicos e ideológicos? Mientras algunos se duermen en los laureles, otros aprovechan el día. La visión de Barrett nunca deja de ser auténtica y urgente. Desde aquellos tiempos, ya alertaba al Paraguay sobre los lobos de afuera.

Esa misma mirada aguda y crítica valió para denunciar en Lo que he visto la triste historia de un Paraguay del pasado que se volvió metáfora del presente. He visto en la capital la cosa más triste. No he hallado médicos del alma y del cuerpo de la nación; he visto políticos y negociantes. He visto manipuladores de emisiones y de empréstitos, boticarios que se preparan a vender al moribundo las últimas inyecciones de morfina...

La historia nos enseña que el hombre repite los ciclos, y aunque ya no están los jesuitas y los yerbales, se sigue hiriendo y enfermando a causa de las condiciones en que se trabaja. Lo hiere el hecho de no encontrar la satisfacción natural que necesita para dar lo mejor de sí, para continuar motivado con sus tareas diarias. Lo enferma el hecho de que no se le reconozca su esfuerzo, de sentirse usado, de ser mantenido a raja tabla en un ambiente que no le permite progresar en la medida en que progresan los que tienen el control. Sí, es el alma la que se daña. De la misma manera que antes, sigue faltando doctores que la curen.

Siguen habiendo más políticos y negociantes, incluso que antes.

Y siguen habiendo «boticarios», que antes que tender una mano al hombre agonizante para verdaderamente salvarlo, eligen darle algún placebo para que se distraiga de su dolor, mientras se le deja morir. Es el alma de la nación paraguaya lo que hay que tratar. Los golpes de muerte los ha recibido el paraguayo en el amor propio. Así que para curar las dolencias de esta nación hay que considerar sanear el alma. ¿Cómo se llega al alma de nuestro pueblo? Con los viejos remedios caseros de la solidaridad, del respeto, del reconocimiento, del aprecio al prójimo, de la conciencia de que el otro existe.

Sí, existen soluciones para arreglar al país. No es una utopía que el Paraguay entero (no por partes, no por partidos: entero), cambie. Hay que mejorar las condiciones de tratarnos unos a los otros. Ese es el comienzo. El hombre del campo, la mujer, se sienten despreciados. Esta es la realidad. Al ver el poco valor que tiene el trabajo que producen sus manos, todo se cierne peligrosamente sobre los hombros de Asunción. Peligrosamente, porque la ciudad ya no da abasto. Peligrosamente, porque el poder de la burocracia lo sigue teniendo el español. Aún no maduró lo suficiente como para comprender que debe hacerse a un lado y dejar el equitativo espacio al guaraní en las tomas de decisiones culturales y económicas. Ni hablemos de las religiosas o filosóficas, no. El guaraní, no. No alcanza con decir «no los discriminamos».

La situación va a ser justa cuando el campesino ame su lugar en la tierra, cuando no baje la cabeza, cuando el trabajo, la palabra, la tradición tenga su merecido lugar. El guaraní, actualmente, es hablado por más del setenta por ciento de la población, y si lo que corresponde al mundo de la cultura guaraní se dignificara, todo el país ganaría, todos nuestros hermanos mejorarían su situación, encontrarían motivación para quedarse a producir en el campo con alegría y con una esperanza justa. El Paraguay podría volverse más rico y más fuerte, si toda esta gran masa de hombres y mujeres trabajara la tierra a gusto. Una alianza definitiva entre el mestizaje de las culturas convertiría a los hombres en seres más optimistas. Esta energía vital correría por las venas de la sociedad y formaría un circuito potente, capaz de hacer frente en primer lugar a la economía, y en segundo lugar a la cultura. Porque como decía Maslow, el hombre no puede pensar en educarse si está hambriento, si no tiene abrigo, ni techo ni salud, en fin, las necesidades básicas aseguradas para él y su familia. Entonces, cuán necesaria y urgente se vuelve la justicia.

¿Y quién era Barrett, para Barrett? Era un típico personaje romántico, en su España natal, hijo de una familia burguesa. Era el muchacho pendenciero que se batía a duelos en las calles, el intelectual, el seductor, el rebelde, siempre disconforme con la realidad de su tiempo. Y tenía motivos. España se derrumbaba económicamente por la pérdida de sus posesiones, y el caos se tradujo en una ola de desencanto y de pesimismo social. Cuando se traslada a América trabaja como periodista en Argentina y Uruguay, pero es en el Paraguay donde encuentra esa vuelta de tuerca, un motivo para encauzar todo el impulso de sus mejores ideas.

Para Barrett, la ley se establece para conservar y robustecer una minoría dominante y como el arma de la minoría es el dinero, el propósito de la ley es mantener al rico en su riqueza y al pobre en su pobreza. Pero encuentra que hay algo peor que la ley, y es la incertidumbre: El terror del infierno se debe no a que las torturas sean excesivas, ni a que sean eternas, sino a que no se sabe lo que son. El que delinque y sabe que será ahorcado, descansa en una realidad espantosa, pero firme. Si ignora qué género de suplicio le espera, su angustia sería intolerable.

Es notable como los temores y los reclamos del maestro, siguen teniendo causa en los tiempos que nos toca vivir. De alguna manera el tiempo lo volvió un visionario, porque este temor a la incertidumbre está colocado en la perspectiva actual de los hombres y mujeres que se encuentran en las cárceles esperando su juicio, muchas veces sin saber de qué se les acusa. Fue necesario que pasara un tiempo, para encontrar lo justas que caben en la boca del hombre de hoy, los reclamos del Barrett de ayer. Es que los pueblos crecen tan despacio, construirse un esquema mental elevado y aprehenderlo lleva tanto tiempo...

Hay que poner cotos a la pereza, sí, pero también a la resignación.

Barrett decía, que esta resignación morbosa prolonga desmesuradamente los periodos de abatimiento. La resignación es una pereza del dolor que impide conocerlo y limitarlo. Si atendemos a estos pensamientos, si comprendemos lo que contienen en esencia estas palabras, si hoy todas nuestras miradas del Bicentenario ven a Barrett como el héroe social, el paladín de la cultura, con todos los epítetos y calificativos que ahora se le endilgan, no podemos sino comprometer nuestras acciones con un accionar coherente.

Barrett es revolución, es lucha, es vitalismo, es una idea viva. Barrett no nos sirve si no estamos dispuestos a planificar y a derribar muros. No sirve si no llegamos a los estamentos del gobierno para decir: «Señores, lápiz y papel, hay que reformarlo todo, y tiene que ser desde arriba». Nadie que se empeñe en llevar una bandera barrettiana puede usarla en vano.

Me supongo, que todas las instituciones que ahora, hoy, están abriendo las puertas al ideario de este enorme maestro, sabrán a que se exponen... Tendrán que limpiar sus casas como cuando recibimos visitas. Tendrán que limpiar la azotea mental del conservadurismo y permitir la entrada de un aire más limpio y fresco. Tendrán que trabajar arduamente, ¡muchísimo!, y sobre todo tendrán que desistir de trabajar solos... las instituciones, todas, tendrán que dejar de conducirse como un universo cerrado, y abrir las puertas a ese hombre que está ahora carpiendo la tierra seca con una azada oxidada, tendrán que ver al niño guaraní- hablante mientras se aísla en una confusión angustiosa cuando su maestro imparte la clase en español, tendrá que ver a la mujer enferma que muere, no atacada por una enfermedad, sino por su seguro medico; tendrá que ver a los intelectuales del país, a los maestros que luchan por educar, a los profesores que luchan por trasmitir valores, a los investigadores que se desvelan por difundir sus descubrimientos, a los escritores sufriendo por no poder difundir sus obras, tan solos todos, tan poco acompañados, tan poco reconocidos en su grandiosa labor de proyectar nada menos que al espíritu humano, tan comprometidos todos desde sus corazones a crear espacios para el riel de la idea y el fortalecimiento de la identidad de la nación. Tendrán que hacer algo. Tendrán que ver a la madre y a la hija campesina que se prostituye en el camino para llegar a Asunción en busca de trabajo, y tendrán que hacer algo; tendrán que ver a la muchacha, al chico que quiere estudiar una carrera universitaria y no puede comprar libros ni pagar el arancel, y tendrán que hacer algo; tendrá que ver la brutalidad con que miles de empleados descendieron de personas a siervos en miles de oficinas, y tendrán que ver, que tendrán que ver... o si no, ¿para qué Barrett? ¿Para qué

Barrett, si esta idea de un mundo más justo y más educado no se hace carne en primerísimo lugar, en todas nuestras instituciones? ¿Estamos seguros de que es a Barrett a quien queremos entronizar hoy? ¿Estamos seguros? A ver... volvamos atrás, leamos ahora mismo sus obras, a ver si entendimos bien, que después de clamar ¡Barrett! ¡Barrett!, ¡Barrett!, reeditando sus obras, generando un sinfín de conferencias y paneles, dictando clases y seminarios y talleres y charlas sobre Barrett, no quedará otra cosa más que comprometerse. ¿Llegará el punto en que venderemos remeras con el rostro de Barrett? En las paredes de mi querida Facultad de Filosofía, algún estudiante, con ingenioso sentido de humor, escribió respecto al Che: «Volveré y seré remera». Cuidado, no armemos ahora un circo en torno a Barrett. No prostituyamos su pensamiento, si en verdad no vamos a hacer algo, mejor que dejemos de llenarnos la boca con Barrett. ¿Qué decía sobre las instituciones y la política? Gobernar es distribuir, Existe una política fecunda: no hacer política. ¿Quieren corregir la política? Desprécienla.

Estudien en silencio, edifiquen su espíritu y su nido... Un buen médico, un buen ingeniero, un buen músico, he aquí algo mucho más importante que un buen presidente de la República. ¡Ah!, ¿esto dice Barrett?... pero, ¿por qué?... Sé que la mayoría de las personas pueden entender el significado, pero la explicación que corre ahora va por las que podrían no comprender... si nuestro pueblo está debidamente educado, sabrá que tendrá que generar él mismo con su voluntad y decisión, claras estrategias para conseguir lo que se propone.

Ser un bien profesional, un buen artesano, un buen secretario, un buen policía... la concepción de sí mismo de un individuo que se cultiva, crece, se potencia, ofrece un servicio a la comunidad que tiene sentido, que contagia de optimismo, que permite la conexión social en diversos aspectos en sus diversas satisfacciones para estar felices con lo que sea que hagan. Entonces no todas las expectativas tendrán que echarse sobre los hombros de un presidente, porque el hombre común tendrá participación, será gestor de su propio camino. Si hay educación hay valores. ¿Por qué Barrett desprecia a la política? Porque la política no cesa de despreciar a quien debe servir. Ha dado pruebas de servirse a sí misma, de tener intereses propios. Ve más las ideologías que a las personas, y esto es un error. Las ideologías partidarias contemplan al mundo con anteojos. El anteojo da una visión de la realidad que nunca permite ver la realidad. El que está preso de una ideología no sabe que la tiene puesta sobre la nariz. Digamos la verdad, una ideología partidaria no sirve para ver a todo el pueblo. Siempre resaltarán a sus ojos los que tengan ideas afines con sus ideas. Sin embargo, si los problemas de nuestra sociedad fueran vistos desde el corazón, desde el espíritu, sin ideologías previas, sería más fácil aceptar que todos somos una misma corriente humana que necesita avanzar y que tiene que realizarse, según la capacidad y el sentir de cada uno. En definitiva, el cambio es algo que debe venir de adentro, de una concientización interior y de dejar de vernos como seres únicos y exclusivos, porque si pudiéramos alejarnos un poco de las preocupaciones y las peleas diarias, si pudiéramos elevarnos un poco, como lo hacía Barrett para tratar de comprender al mundo, veríamos que somos parte de una corriente humana única, que estamos ligados entre todos, lo queramos o no, como las partículas de los gases, que aunque se atraen o se repelen mientras chocan inevitablemente entre sí, toman juntos la estructura del continente que las contiene. Somos las partículas que pululan dentro de un vaso.

Nuestro destino está ligado. Cuando se cae un hombre se caen todos. Cuando se levanta un hombre se levantan todos. El Derecho nos pone de pie. La Justicia nos pone de pie. La Educación nos impele. Inevitable es que choquemos unos contra otros, eso es parte de vivir. Mientras chocamos, es imposible no movernos, pero, cuando un pueblo se mueve, lo puede hacer hacia adelante o hacia atrás. La educación es el timón. Si nuestras instituciones sirvieran de vehículo como debiera ser para proyectar nuestro crecimiento, si la educación, la de adentro, la consciente, la que busca el conocimiento, estuviera también dentro de los intereses de organización estatal, la política tendría otro significado. Se volvería una herramienta en verdad útil y coherente. Todas estas ideas conforman la esencia barrettiana.

Nos hacen falta sentimientos de solidaridad, de bondad, de generosidad, de altruismo. Nos hace falta pensar adónde vamos como humanidad. El Amor no puede estar ausente de nuestros proyectos de vida. El Amor debe dejar de ser vulgarizado, bastardeado, cosificado. El amor humano debe ser una actitud, no una cursilería como dice el ignorante. Sócrates decía que el hombre que elige el mal, lo hace porque desconoce el bien. Pero no el bien para sí mismo, sino el bien en la medida de todos. Es necesario educarnos continuamente, y que el amor humano forme parte del currículum de nuestras materias. No solo que la cultive el artista, las madres, que la cultiven los políticos, todo el que tenga que tratar al semejante. ¿Acaso el humanismo no recorre todas las páginas de Germinal, de El dolor paraguayo, de los Cuentos breves, no está presente en toda la lucha de Barrett?

Al leerse sus obras uno no puede evitar reconocerse encendido por un deseo consciente de búsqueda de libertad y de justicia.

Es como si el espíritu que pervivió en sus obras nos hubiera entregado la posta de continuar el camino. La consigna de hoy tiene que ser romper el silencio, dejarse escuchar, manifestarse, ya no más el silencio, ya no más bajar la cabeza y esperar a que otros nos allanen el camino. Todo el esfuerzo ejemplar de Barrett debe tomarse como una sana instigación a la rebelión. Sería maravilloso que se empezaran a escuchar aquí y allá las voces de los jóvenes, de las mujeres, de los hombres, involucrándose responsablemente en aportar su grano de arena a la gran causa, a la del crecimiento, a la de la justicia, a la causa de la dignificación humana. La causa más grande y más urgente de todas.

Barrett, el que siempre se jugó por la justicia, al que no le importó que le cerraran el diario por sus acusaciones, qué ejemplo de periodista, qué ejemplo de maestro, qué ejemplo de escritor, qué ejemplo de ciudadano del mundo, y qué extraordinario momento ahora del Paraguay para redescubrir a este hombre y tenerlo en la boca, en los medios de comunicación, en un sinfín de eventos culturales, en afiches, en invitaciones, en panfletos, en reediciones, en concursos de ensayos, ¡año maravilloso del bicentenario de nuestros pueblos!... ¿Seguro que hablamos de Barrett?

 

BIBLIOGRAFÍA

 

BARRETT, RAFAEL. «Los jueces», Publicado en Germinal, Asunción, el 6 de septiembre de 1908. Recogido en Obras Completas, rp-ici, Asunción, vol. II, p. 142.

BARRETT, RAFAEL. El dolor paraguayo, Cuentos breves, en Obras Completas, El Lector, 1990.

FERNÁNDEZ, MIGUEL ÁNGEL. «Ocultaciones, omisiones y equívocos en la historia de la literatura paraguaya», en Crónicas y ensayos paraguayos de ayer y de hoy. Tomo I (a-g) Intercontinental, 2009.

WHITMAN, WALT. Hojas de hierba, Preámbulo y traducción de Francisco Alexander, Ediciones Marymar, 1977.

 

 

IRINA RÁFOLS : Nació en Montevideo, Uruguay, en 1967. Radicada en Paraguay desde 1989, es Licenciada en Letras, escritora, profesora de castellano y literatura. Publicó el libro de cuentos ESPERANDO EN UN CAFÉ, Servilibro, 2004; el poemario DESDE EL INSOMNIO, Arandurã, 2005; las novelas: ABULIO, EL INÚTIL, Fondec, 2005, y ALCAESTO, Intercontinental y Uninorte, 2009. Participa en la Antología de cuentos feministas PENÉLOPE SALE DE ÍTACA. 2005, editado por el Fondo stint (The Swedish for Internacional Cooperation in Research and Higer Education) Universidad de Vaxjo, Suecia y en la Antología poética UT EROS, Jakembó editores, 2009.

Participa como invitada en el Suplemento Cultural del Diario Abc, con ensayos, análisis, crítica literaria, cuentos y relatos. Es corresponsal de literatura paraguaya Infanto-juvenil, del programa de Radio Sodre de Montevideo: «Había una vez».

Es miembro de la Comisión Directiva de la SEP, Sociedad de Escritores del Paraguay, y de EPA, Escritoras Paraguayas Asociadas. Dirige la Escuela de Escritores El Lector.

Colaboró durante varios años con la Revista literaria Arte y Cultura que dirige Victorio Suárez, con críticas analíticas, entrevistas y cuentos.

 

 

Fuente :

CONCURSO NACIONAL DE ENSAYOS RAFAEL BARRETT 2010

OBRAS PREMIADAS

© Los autores

© Secretaría Nacional de Cultura.

Primera edición

Secretaría Nacional de Cultura.

Asunción, mayo de 2011

Organización del concurso:

SUSY DELGADO, Dirección de Promoción de las Lenguas

SOCIEDAD DE ESCRITORES DEL PARAGUAY

Coordinación de la edición: HORACIO OTEIZA

Corrección: GUILLERMO MALDONADO

Diseño gráfico: JUAN HEILBORN

ISBN 978-99967-628-0-2

Hecho el depósito que marca la Ley Nº 1328/98

Reservados todos los derechos

Impreso en el Paraguay

Fuente digital : http://www.cultura.gov.py

 

 

 

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