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Sara Hooper
  LA COLECCIÓN DE OREJAS (ESTEBAN BEDOYA) - Ilustración de tapa: SARA HOOPER


LA COLECCIÓN DE OREJAS (ESTEBAN BEDOYA) - Ilustración de tapa: SARA HOOPER

LA COLECCIÓN DE OREJAS

Novela de ESTEBAN BEDOYA

Ilustración de tapa: SARA HOOPER

Editorial YERBA MATE





LA COLECCIÓN DE OREJAS

NOVELITA O SAINETE PROLONGADO

 

 

 

Le embelesaban las carnes secas de su colección. Orejas vueltas cuero con el paso del tiempo, oscuras y levemente tornasoladas cuando la luz se reflejaba en los minúsculos vellos que al tacto daban sensación de terciopelo. El coleccionista tomó con sumo cuidado la más carnosa, la que conservaba la línea negra donde la sangre coagulada indicaba el exacto corte de la navaja. Se la llevó a la boca como si fuese un trozo de cecina y la mordió con las muelas de porcelana, intentando tragar el alma del muerto.

 

 

 

PREFACIO

Hace algunos años conocí a Leandro Manfrini, de forma accidental… Los dos circulábamos en la misma “órbita” pero en distinta dirección. Fue un choque tan violento que nos desparramamos en el piso. El corría porque creyó reconocer a “alguien” entre la multitud, mi apuro en cambio, se debía a que no quería dejar escapar un ómnibus de transporte público. Los primeros instantes fueron de desconcierto y desagrado, pero el dolor compartido y la mano franca para ayudarlo a levantarse, dieron comienzo a una amistad.

Aquél encontronazo derivó en la charla amena que se puede producir cuando dos personas descubren afinidades en el otro. El, un avezado periodista suizo, yo, un escritor de ficciones cuyas pocas obras fueron partos dolorosos.

Durante algún tiempo me transformé en su hombre de consulta para cuestiones que tuviesen que ver con la historia política reciente y con el vocablo guaraní. En cuanto a él, me atrajo su personalidad liberal y generosa, al momento de compartir anécdotas de su pasado como reportero de guerra. Pero fué su presente, el que lo convirtió en un personaje atractivo para mi propio proyecto literario. Por eso seguí sus pasos con curiosidad, y así, a través de esa guía involuntaria, no sólo conocí a personas que él perseguía con obstinación, sino que además pude juzgar y catalogar a mi propia gente. Mi “intromisión” significó el fin de mi trabajo part time con Manfrini, quien entendió que mi novela era una prolongación de la historia que él mismo estaba escribiendo.

Tuvo razón.

Reconozco la valía de su proyecto de investigación, que se basa y da continuidad a su libro de relatos, específicamente al capítulo cuatro, donde cuenta acerca de un viaje al Paraguay a inicios de la década del setenta, cuando fue acompañado por dos camarógrafos de su misma nacionalidad:

Los tres burlaron los controles fronterizos cruzando el río Paraná desde la provincia argentina de Misiones. Habían sido conducidos por un guía con quien acordaron reencontrarse horas más tarde. Luego de un rato de internados en la selva paraguaya, llevados por el entusiasmo se fueron adentrando en un laberinto del cual no pudieron liberarse. Tras una extenuante caminata llegaron a un arroyo donde decidieron hacer un alto para descansar. No pasaron más de cinco minutos cuando fuimos rodeados por paramilitares que nos subieron con violencia a un jeep -relata el periodista-. Durante horas recorrieron lo que sería una “picada” en la selva, sintiendo en el cuerpo el trajinar tortuoso que en cada salto parecía ensañarse con nuestros riñones. Hasta que el vía crucis llegó a su fin; les sacaron las vendas y para sorpresa de los cautivos, se encontraron en una pequeña aldea resguardada por enormes árboles. El terreno estaba ocupado por chozas alineadas a una principal de grandes dimensiones, en cuya entrada montaba guardia aferrado a un travesaño, un inmenso buitre de cabeza y plumaje negro brillante, como si fuese el águila de un estandarte romano. Allí los metieron, sentándolos sobre el suelo con los brazos atados tras la espalda, frente a tres uniformados apenas visibles en la penumbra del sitio de humedad lacrimosa.

Manfrini notó que a un costado del “tribunal” se encontraba un hombre vestido con uniforme negro; éste nunca intervino, solo parecía escuchar con especial atención los cortos diálogos mantenidos por los desesperados periodistas, quienes, en el dialecto de la Lombardía expresaban sus temores de ser asesinados, ante la infundada sospecha de su pertenencia a una posible avanzada guerrillera.

Al final de la jornada quedaron solos, intentando en vano descansar ante la presunción de un inminente fusilamiento. Ya adormecidos y con la moral vencida, fueron interrumpidos por el hombre de negro que los sorprendió al saludarlos en perfecto lombardo, y como si estuviese practicando un monólogo, habló ininterrumpidamente con el entusiasmo de quien recupera su lengua materna.

Por esta vez se salvaron… ¡pero solo porque tu padre y el mío eran amigos en la época cuando vivían en Ponte Cremenaga! –dijo a Manfrini, mientras servia unos whiskies-* -El padre del uniformado fue un fascista fanático que huyó de Italia, terminada la Segunda Guerra Mundial-. El bizarro personaje lucía un colgante color madera, especie de amuleto con forma de riñón, el cual estaba atravesado por un hilo de pesca anudado rústicamente tras el cuello. La curiosidad demostrada por uno de los suizos obtuvo rápida respuesta.

Es una oreja. –Explicó sin el menor desparpajo, y luego de un prolongado sorbo de whisky tibio, continuó hablando.

A este indio Mbya... ¡el de la oreja! –aclaró- lo cacé hace más de un año-. Los periodistas no solo escuchaban indignados, sino, pensaban con justa razón, que ese grupo de asesinos no los dejaría en libertad.

Conservo esta oreja, porque me dio trabajo cazar al salvaje. –Confesó con rostro satisfecho, y agregó- -En Asunción, tengo un buen amigo que las colecciona… y paga muy bien. En este país, la caza de indios es un deporte que se practica desde hace mucho tiempo.

         Salieron de la choza en fila india sin volver la vista atrás, teniendo por despedida los graznidos del buitre que desplegaba sus alas montado sobre el antebrazo de su amo, un personaje cuya palidez caucásica resaltaba sus rasgos duros y su mirada inexpresiva.

         La traumática experiencia vivida se alojó durante años en el ánimo de Manfrini, no solo por la soberbia e impunidad con la que se manejaban los paramilitares, sino por los resabios racistas de las acciones cometidas contra aborígenes y campesinos. En la piel de un europeo contemporáneo, estos crímenes se emparentaban invariablemente con las atrocidades de los campos de exterminio, de ahí que su olfato profesional le llevase a sospechar sobre la influencia nazi en los mercenarios de la selva. A partir de este supuesto, ataría cabos para encontrar al coleccionista de orejas Mbya, que presuntamente estaría viviendo en Asunción.

-Del libro de Manfrini “viaggiatore senza passaporto” (Suiza, 2001)-



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LA COLECCIÓN DE OREJAS, 2012. Novela de ESTEBAN BEDOYA

CERVANTES PUBLISHING



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