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Adriana Almada
  MICHAEL BURT, 2007 - Edición de ADRIANA ALMADA


MICHAEL BURT, 2007 - Edición de ADRIANA ALMADA

 MICHAEL BURT


Edición ADRIANA ALMADA


Fotografía: JUAN CARLOS MEZA,


HERIB DUARTE y MIGUEL LÓPEZ


Editado con el apoyo del FONDEC,


Asunción-Paraguay, 2007

 
 
 
 
 

 
 
nota preliminar/ ADRIANA ALMADA
Un recuento de las vías transitadas por Michael Burt en su proceso artístico ofrece nuevos y valiosos elementos para contextualizar y comprender gran parte de la historia del arte moderno en Paraguay. Su obra, iniciada a fines de los 5o, se vio enriquecida por el espíritu experimental de los 60, década en que el artista desarrollaría parte sustancial de sus propuestas y se involucraría en la gestión cultural, impulsando iniciativas como la fundación del Museo de Arte Moderno de Asunción, del que fue director.
 
Esta edición, que reúne momentos significativos de su producción visual, incluye textos de distinta data y procedencia, escritos por quienes siguieron el derrotero de su obra. Ellos inician a modo de documento esta publicación, cuya estructura responde a los motivos que a través de los años dieron a Burt su sello personal: la pasión por el color y el interés permanente en la valorización de las formas arquitectónicas tradicionales del Paraguay y sus expresiones patrimoniales. Estos motivos establecen el ritmo del libro, cuyas partes registran los primeros acercamientos del artista a la abstracción y llegan a la figuración característica de su última época, pasando por la representación subjetiva de lo que Burt ha dado en llamar "arquetipos" (casas, iglesias), así como de ciertos paisajes urbanos (pueblos, ciudad) y de "fragmentos" que resultan de la mirada sesgada de quien los observa, o bien del análisis atento de quien los registra con melancolía ante su desaparición inminente.
Es así que se suceden, a manera de capítulos, estos temas a los que Burt da forma, color, espacio, historia. Presentados como bloques de sentido aparecen pueblos, iglesias, casas e interiores, en una aproximación que va desde la mirada extendida sobre las construcciones humanas hasta la percepción concentrada de reductos cotidianos que, por obra de la ausencia, se tornan fantásticos.
Cada conjunto se articula con tiempo propio, aunque también establece links con los otros. Se llega a un punto, empero, en que la datación se muestra inútil ante la persistencia del gesto, cuya repetición casi obsesiva responde a las pulsiones profundas del artista.
 
Asunción/ octubre/ 2007
 
 
LA VENTANA FRACTURADA, 1959
 
Caseína sobre cartón - 74 x 53 cm. Colección JORGE GROSS BROWN

 

TEXTOS REFERENCIALES 1973 - 2005
 
 
 
 
BODEGÓN, 1960
 
Óleo sobre madera - 100 x 50 cm. Colección JORGE GROSS BROWN
 

sin título/ RAMIRO DOMINGUEZ/ Catálogo Galería Agustín Barrios, CCPA, Asunción, 1973.

Desde los primeros cuadros abstractos que pudimos apreciar de Michael Burt, a inicios de la década del 60, a la serie que ahora expone a la crítica, ha corrido bastante tiempo, en cuyo lapso se afirman dos constantes en su vocación creadora: la estructura, como articulación de formas en una configuración expresiva, y el color, que gradualmente va cediendo sus estridencias para supeditarse a los dictados de lo orgánico. De su oficio de arquitecto toma tal vez el gusto de poetizar con el paisaje urbano. Concretamente, sus "casas" de los últimos años del 60 no van por la línea paisajística tradicional, sino que más bien son una visión "a lo volpi" de primeros planos compuestos "a la manera" de lo real, pero sin mayor adecuación a una topografía definida. Si el pintor brasileño se entretiene con el perfil contrastante de Río de Janeiro entre sus rascacielos y estructuras coloniales, son éstas últimas las que Mike busca con preferencia en la Asunción que nos retrata de primer intento.

En la serie que ahora nos ocupa, hay evidentemente provecho de sus fases anteriores. Ya no más casas en primer plano, pero una visión urbanística de lo que sería un pueblo tipo al estilo nuestro; sin adecuación expresa a tal o cual repertorio monumental concreto, aunque sintetizando en cada caso perfiles y módulos comunes a cualquier paisaje urbano en Paraguay. La perspectiva se hincha o aleja según el caso, siguiendo la experiencia óptica que nos brindan las lentes fotográficas "ojo de pez". Más que paisaje son, pues, composición de formas, de simple y clara figuración, a las que se ha sumado un nuevo elemento contrastante: la tierra. En ciertos óleos, sus casas parecen una segunda dimensión del suelo, o apenas una protuberancia dolorida. Esto nos lleva de la mano a otra dimensión en las casas de Burt: sus casonas y plazas desoladas hablan "por ausencia" del hombre que las habita, y en su intención expresiva parecen adscribirse a la línea de pintura metafísica que a comienzos de siglo ensayaran De Chirico o Carrá. Visión surreal de planeta deshabitado que aún impacta al forastero en nuestros pueblos y ciudades, y que en los cuadros de Burt se atempera en tonos de penumbroso lirismo o revienta como una pústula al sol de mediodía.
 
 
 
HOMENAJE A VAN GOGH, 1964
 
Óleo sobre madera. 76 x 60 cm. Colección JORGE GROSS BROWN


las casas encantadas/ JOSEFINA PLÁ/ Asunción, s/f.
 
Michael Burt nos trae desde Curitiba una colección de cuadros acrílicos que prima facie representa la continuación de la línea iniciada hace años: edificios evocativos de un mundo colonial ya desvanecido testimonialmente. La insistencia en la temática tiende a delatar una obsesión o fijación del artista -arquitecto de profesión y vocación- por esas estructuras que parecen dar el molde de una época como la concha del caracol da idea de la íntima y ausente forma. Pero poco a poco que se observe, notamos -y esto es sumamente positivo- que en su concepción formal hay una evolución con respecto a muestras anteriores. Al rigor arquitectural y frío de aquellos otros cuadros, lindantes con lo abstracto en el manejo monocromo de los espacios, se incorpora ahora, comunicándoles una irradiación poética, un hálito imaginativo. Esta preocupación poética se denuncia quizás desde la distribución de los cuadros en series o familias, digámoslo así ("casas", "interiores", "paisajes"), al introducir otra, significativa: la de "los lugares imaginarios".
 
El mismo artista habla de sus "perspectivas deformadas" resultado de esa intervención de la fantasía que desprende las formas de su rigor arquitectónico para solevarlas en alas de lo poético. Sus masas, simplificadas siempre hasta lo sintético, evaden toda anotación anecdótica para ingresar en el ámbito de los signos. El edificio señorea la composición en un paisaje que diríamos abstracto en su configuración, tan abstracto o más que el edificio mismo: confirmando así su situación simbólica fuera del espacio y del tiempo; precisamente porque está totalmente identificado con ellos. (Cuando en alguno de sus cuadros trata de dar a ese paisaje una notación aproximadamente realista, descienden automáticamente sus valores). Sin embargo, aún dentro de este evidente prurito abstractizante, utiliza como elemento determinante de planteos cromáticos, instantes concretos dados pero en sí mismos genéricos, como explosiones de sol, mantos lunares o crepúsculos.

El paisaje aparece, pues, reducido a líneas y planos escuetos; pero alguna vez introduce un nuevo elemento, de difícil ordenación dentro de este sistema de abstracciones (o que quizá debiera trabajar más en busca de la fórmula exacta): el árbol. Uno de sus cuadros muestra un lapacho que participa de la poética investidura general: sometido a un movimiento giratorio, se contagia de ese prurito simbólico y parece ofrecer en ese movimiento el rodar de las estaciones floridas, renovadas en contraste ante la progresiva decadencia de los edificios, la irremisible vejez de las cosas humanas. Un interior tratado con el mismo módulo sintetista (que participaría un poco de lo fauve si no fuera por su rigor lineal), su solitaria intimidad no hace sino confirmar la vocación lírica en esta nueva época del pintor. El número 13 ofrece, con su perspectiva, la más plenamente distorsionada de todas las cifras de esta nueva época que podríamos intitular: "Michael Burt camino de la poesía". Superando la frialdad arquitectónica, la excesiva desnudez reconstructiva, Burt imbuye, pues, en su pintura actual, una ánima y un ánimo nuevos. Esos edificios no son, no han sido nunca, quizá; pero todos pudieron ser; están no sólo dentro del estilo de una época, sino dentro de su alma. En presencia de ellos no podemos menos de pensar que cuando el último edificio que en el Paraguay habla de épocas pasadas haya desaparecido -lo cual no puede, por las trazas, tardar mucho- aún podremos encontrarlos, aureolados de nostalgia definitiva, en los cuadros de Michael Burt.
 
NOTA: La autora alude con números a las obras expuestas en esta ocasión.
 
 
MATERNIDAD, 1964
 
Óleo a la espatula sobre madera. 46 x 36 cm. Colección del artista
 

Sin título/ JUAN MANUEL PRIETO / Catálogo Galería Sepia, Asunción, 1979.
 
En los temas elegidos por Michael Burt para sus cuadros, la presencia o el pasaje del hombre ocupa un lugar, discreto a veces, insistente siempre, a pesar de la ausencia total de la figura humana. Consciente de su profesión de arquitecto, de la connotación sociológica y del compromiso humanístico que ello implica, el artista fue desarrollando, a lo largo de quince, veinte años, un lenguaje pictórico de incesante búsqueda en sus comienzos, de madura unidad temática en la actualidad.

En el proceso experimental, la obra de Michael Burt se caracterizó por el estudio de los planos y la búsqueda de los colores que asumirían después las funciones de cielos y paredes, camino, suelo, sombra. Nació un azul que creció, maduró, se deshizo en gamas infinitas, ya fríamente reservadas, ya idílicas o graves. Al azul acompañaron el blanco, el amarillo, el verde, el sepia. Y cada color fue ocupando su lugar en la tela, componiendo paisajes que a pesar de místicos, nunca ocultaron su esencia típicamente paraguaya. Asunción con sus casas bajas y severas paredes blancas, pueblos anónimos con su mediodía absoluto, patios de sol y tierra: el tema continúa, vuelve una y otra vez, ya en líneas firmes y austeras, ya declinando en dulce ondulación. Las rectas y curvas se alejan en perspectiva, nos dejan en comunión con el motivo, casi siempre solitario, de un solar, un balcón, una puerta doble de carácter originalmente práctico y de apariencia tan plástica.

Sus nuevas obras están aquí. Y aunque en principio Michael no se haya apartado sustancialmente de la faz exterior de sus objetos, el conjunto que nos trae esta vez incluye elementos virtualmente nuevos: Burt nos propone la lectura de una historia hecha en detalles, en cálidos interiores, en la intimidad del hábitat paraguayo.

Los coloridos jardines vistos a través de ventanas, las largas galerías, los corredores, no escapan a las fachadas de mágica visión sino las complementan, las explican, acentúan lo que ellas ocultan y nos las devuelven con una nueva significación, sin que hayan perdido el misterio y el rigor plástico que a ellas fue caracterizando.
 
 
LA CIUDAD, 1965
 
Collage. 120 x 70 cm. Colección del Artista
 

burt, arquitectura II/ TICIO ESCOBAR/ Una interpretación de las artes visuales en el Paraguay, Asunción, 1984.
 
Burt vuelve a Asunción en 1959 después de haber seguido durante varios años, estudios de Artes plásticas y Arquitectura en el Brasil. Durante los primeros años 60 realizó diversas experiencias abstractas que en ocasiones le acercaron al informalismo, pero hacia mediados de la década, partiendo de la imagen de la antigua arquitectura paraguaya, introduce elementos figurativos muy esquematizados que le conducen a una imagen estructurada en grandes áreas de colores lisos. Influenciado luego por el minimal art americano, Burt simplifica al máximo su figuración; las Pequeñas arquitecturas tienen un sentido constructivo y concretista y recogen ese ascético postulado de "máximo orden con mínimos medios" de las direcciones del cool art americano de entonces. Burt lleva esta experiencia al objeto a través de planos recortados que, en interacción con el fondo, crean un espacio sucinto concebido en forma racionalista.

Posteriormente vuelve a la figuración; tematizando siempre las antiguas edificaciones paraguayas, Burt utiliza el contraste de colores planos, perspectivas alteradas, espacios simplificados y una tendencia a la esquematización constructiva.

La obra Arquitectura II se organiza con formas, colores y principios compositivos ele-mentales: un círculo azul cobalto está enmarcado en la curva superior de un arco negro que se encuentra, a su vez, simétricamente ubicado en el centro de un cuadrado blanco. Esta estructura simple presenta una imagen abstracta y geométrica, pero la obra conserva siempre esa concepción arquitectónica que hace que estas formas puras, estrictas, estas figuras primarias, connoten espacios y dimensiones e insinúen una ambigua y sugerente relación interior/exterior.

NOTA: Una nueva edición del libro de Ticio Escobar, que incluye este texto, fue publicada por Editorial Servilibro, Asunción, 2007.
 
 
 
PAISAJE ABSTRACTO, 1965
 
Óleo sobre tela. 120 x 70 cm. Colección del artista
 


sin título/ OSVALDO GONZÁLEZ REAL/ Catálogo Gatería Magíster, Asunción, 1986.
En la reciente obra de Michael Burt el color va devorando, cada vez más, la arquitectura de casas y templos. La intemporalidad y el olvido amenazan, constantemente, hacer de estas construcciones polvo y ruinas fantasmales. Es sólo por el color que viven y se defienden contra la desidia del tiempo.
 
El color, liberado de su función figurativa (pasto: verde; cielo: azul), aparece aquí como sustentador de sí mismo: autorreferencia que linda con la abstracción.
 
El color -desprendido de la servidumbre de las cosas- se manifiesta en su pura esencialidad, sin contaminaciones anecdóticas o temáticas. Los tonos planos, a la manera oriental, van dando lugar a los matices esfumados, donde se percibe la huella del pincel y el gesto.
 
Los cuadros de Michael se sitúan en la frontera de lo figurativo y lo abstracto, con una intensa carga expresionista. La atmósfera metafísica que se da en sus calles desiertas y plazas vacías, es índice de los seres ausentes, de los espacios deshabitados. Estos edificios, que están como fuera de la historia -fuera del tiempo humano-, tienen, por otra parte, reminiscencia de épocas pasadas, de un mundo ya extinto. Sólo la voluntad formal y la memoria del artista los salva del olvido de los hombres y los redime a través de la obra de arte.
 
La pintura de Michael Burt sigue fiel a sus premisas compositivas y cromáticas, formuladas en obras que demuestran un riguroso planteamiento de los valores plásticos y los conceptos neo-figurativos. Esta muestra indica que su visión constructiva de esa "otra" realidad aún no se ha agotado.
 
 
 
TORRE, 1974
 
Óleo sobre duratex. 80 x 50 cms. Colección TERESA NAPOUT


sin título/ RAFAEL SQUIRRU/ Catálogo Galería Magíster, Asunción, 1988.

Lo que a mí -como crítico de la latitud rioplatense- me conmueve del arte de Burt, es algo que se produce a partir de la autenticidad de este artista, de mi propia capacidad para reconocer aspectos de sus cuadros que le dan su sello intransferible, algo que el artista supo captar desde su interioridad en comunión con ese mundo paraguayo de su elección.

Que su temática tenga referencia a la ciudad de Asunción, o a ciertas misiones guaraníticas, como la de los jesuitas de San Miguel, si bien reafirma mi observación, no hace a la esencia de la misma. Burt podría ser un pintor abstracto y lo dicho se mantendría. Lo que es más -como bien lo apunta el distinguido crítico González Real-, la pintura de Burt tiene mucho de abstracto, le debe mucho a esa corriente estética.

No sería imaginable haber llegado a esta síntesis sin haber conocido a Mondrian, sin haber tenido noticias de la Bauhaus. Burt nos hace saber que se puede ser tan paraguayo y al mismo tiempo tan capaz de nutrirse de los grandes hallazgos de la creatividad de otras latitudes, y creo que es esta sana capacidad de enriquecer el núcleo de su propia personalidad lo que hace de su arte paraguayo un arte universal. No es casual que Alfred Barr, uno de los más sagaces catadores del arte moderno, reconociese en la obra de Burt algo que enriquecería su Museo de Arte Moderno de Nueva York.

Alguien podría preguntarme: ¿y en qué consiste ese paraguayismo del arte de Burt? A lo que contestaría: primordialmente en el uso de color. Quien sea sensible a ese factor primordial de la pintura y se enfrente a una obra de Burt, más allá de su inevitable subjetivismo, verá que el artista se ha apropiado de las tintas que priman en su país, tintas que surgen a partir de la luz que dibuja al paisaje con la nitidez de lo diáfano.

Color, espacio, no embretado aún por las moles de las grandes urbes; cielos límpidos, vibrantes. Y por encima de todo, o envolviendo a todo, un clima, una atmósfera, hecha de silencio, de recato, de ausencias, de nostalgias, muy particular, de paciencia y de una gran voluntad, capaz de estoicismo, de fiereza llegado el caso. Me detengo, fiel a la mesura que me impone mi propio ancestro paraguayo.
 
 
LA CIUDAD, 1975
 
Acrílico sobre tela. 60 x 100 cm. Colección FERNANDO MAÑÉ
 

sin título/ BORJA LOMA/ asunción 1990

Este pálpito sobrenatural, que individualiza hasta la más exasperante de las soledades a su dueño y creador, no trasmite serenidad, como a simple vista pudiera parecer, sino un extraño lirismo dinámico, no necesariamente maligno, pero en modo alguno benigno que, personalmente, me estimula asociarlo, por alguna razón, con el mismo espíritu que impulsó a Baudelaire a crear Las flores del mal o a Dante a alucinar con sus visiones del Averno. En realidad sus cuadros, dotados de un color subyugante, relatan escenarios donde suceden sueños y otras escenografías psíquicas en las que existe un átomo de tiempo suspendido, vibrante de la tensión insoportable de las fuerzas del destino que, o bien van a desatarse en un segundo, o bien acaban de desatarse en tragedia, un segundo antes. Sin duda el aspecto más novedoso de esta exposición reside en los cuadros que el propio Burt -anhelante de verbalizaciones- denomina "arquetipos" y que parecen ciertamente sintetizar su anterior lenguaje plástico.

Tal y como sucede en su personal recreación de la realidad, Burt deja de lado ciertos elementos plásticos que antes caracterizaban sus obras para "esencializarse" aún más que su propio lenguaje pictórico. Aquí ya no son tan apreciables Bracque y Matisse sino que predomina la resolución de un Michael Burt ensimismado, a un paso del expresionismo y a dos de la abstracción, en una obsesión fatal que pareciera no tener fin entre el artista y su propio destino pictórico.
 
 
 
PEQUEÑA ARQUITECTURA I, 1966
 
Técnica Mixta. 80 x 80 cms. Colección Privada


el espacio y el silencio/ ADRIANA ALMADA/ Catálogo Galería Michéle Malingue, Asunción, 1991.
Un recorrido atento por la obra de Michael Burt nos pone, necesariamente, ante la certitud del silencio. Hay silencio expectante en cada una de sus calles solitarias, ajenas a toda presencia humana o animal. Solo y con dulce timidez, el mundo vegetal participa calladamente de este universo donde lo estático se perpetúa en la potencia vibrátil del color.

Los espacios metafísicos, quietos, casi desprovistos de atmósfera terrenal, insinúan captaciones akáshicas de un Paraguay perdido en el tiempo y la memoria. Su obra, recreación incesante de una arquitectura condenada por la insensibilidad y la ignorancia, se presenta a muchos con la tentadora catalogación del documento. Y, sin embargo, nada más lejos del espíritu del artista y de su elaboración plástica.

Las formas coloniales que Burt registra con nitidez, así como los detalles finiseculares recuperados como los fragmentos edilicios que sobreviven a pesar de la picota, no hacen sino estructurar el país interior del arquitecto conmovido por la destrucción sistemática y las restauraciones non sanctas. Así, toda construcción humana - desde la más humilde a la más pretenciosa - se transforma en objeto de meditación.

Y al final, solos frente a sus planos definidamente concebidos y cromáticamente realizados, la expectativa de un algo trascendente nos asalta. Un recorrido atento por la obra de Michael Burt nos invita a un viaje más allá de nosotros mismos.
 
 
PUEBLO, 1989
 
Acrílico sobre tela. 60 x 50 cm. Colección privada.
 

el principio más alto y rico del color/ LULY CODAS/ Catálogo Centro Cultural de la Ciudad, Asunción, 1993.

En el juego de colores que conforman el espacio pictórico de Michael Burt aparece un otro elemento que concentra la imagen y revierte la primera intención aparente. Los planos coloridos rompen las perspectivas curvando por demás los contornos; son paisajes vistos a través de un lente o cerradura que descubre íntimos deseos antes ocultos en recintos privados. La geometría de Burt se ablanda, los planos se descuadran. La intención no es representar una realidad visible. La pintura reduce la representación a superficies planas, sin claroscuros, que realzan la fisicidad sensible del color.

Un color termina acá y otro empieza allá. Con una simplicidad casi ingenua se estructura la obra de Burt, como si teniendo al color en sus manos consiguiese todo, como si forzando los tonos empezara a construir de nuevo el mundo. Así establece Burt la lógica necesaria para la organización de sus composiciones y la unidad del cuadro está dada por el equilibrio de los planos coloridos.

Burt sigue la línea de aquellos herederos de Matisse que logran armonizar tonos considerados incompatibles entre sí, la línea de los contrastes felices. Si hay dos maneras de expresar las cosas, elige no mostrarlas sino evocarlas por medio de las correspondencias entre los colores y las formas. Esta evocación ha permanecido en la obra de Burt, se ha presentado de modos distintos o parecidos, pero el espíritu de letanía por un recuerdo o un ideal marca la historia de su pintura.

 
CASA DE ESQUINA, 1991
 
Serigrafía. 60 x 80 cms.
 
 
reconstrucciones/ TICIO ESCOBAR/ Catálogo Galería Scappini - Lamarca, Asunción, 1997.
 
La obra de Michael Burt gira siempre en torno a su preocupación por traducir al espacio plástico el espacio arquitectónico. Trabaja con composiciones firmes, colores planos, matices intensos y bordes tajantes para proponer un mundo de construcciones escuetas edificadas en el borde de la geometría, levantadas sobre el límite callado de la exactitud, erigidas contra el fondo claro de la utopía. Reconstruidas en registro pictórico, o gráfico, las casas de Michael devienen figuras ideales rescatadas del olvido o la picota. Y son sus ciudades resultado del proyecto cartesiano, fruto ordenado y claro del concepto, trazado racional que aventa el hacer del tiempo.

Pero estas construcciones matemáticas están habitadas por historias, contaminadas por deseos: arrojan sombras, delatan la soledad, nombran silencios. Mentan, quizá, el temor de demoliciones o la esperanza de que pueda la memoria conservarse a pesar de ellas. Terminan remitiendo a la figura humana, parámetro esencial de todas las ausencias.

En esta exposición, Michael Burt aventura otro paso. Parte ahora no del registro de lo real o del modelo que acercan los recuerdos, sino de una obra previa: fotografías tomadas por Fernando Allen. Y ese diálogo entre la imagen del fotógrafo que reconstruye una fachada o una calle y la mirada del arquitecto-pintor que vuelve a edificar la figura erigida por otra mirada, abre juegos nuevos y otras posibilidades. Sustraída y recuperada, demolida y conservada, la arquitectura se abre al puro espacio de la ficción redoblada.
 
 
PUEBLO, 1992
 
Acrílico sobre tela, 70 x 50 cm. Colección privada

sin título/ JESÚS RUIZ NESTOSA/ Asunción, setiembre, 2002.

Incluso para países que no utilizan el sistema decimal, hay períodos de tiempo que resaltan significativos, como los lustros (cinco años), las décadas (diez ), los siglos (cien), etcétera. Con mayor razón aún para quienes utilizamos este sistema tan cómodo como es dividir las cosas en decenas, centenas, millares. Esto viene a cuento porque este año Michael Burt recuerda los cuarenta años de sus primeras obras pictóricas. Algunas de ellas se han perdido. Otras, como esa "ventana fracturada" que cuelga de una de las paredes de su casa, recuerdan aquellos primeros pasos. Pero vale la pena detenerse en esa obra, ya que en ella están presentes muchos elementos que desarrollará más tarde en las diferentes etapas por las cuales pasó su trabajo. El tema está lo suficientemente diluido como para preceder a las obras de carácter abstracto que realizó a mediados de los años sesenta. También están presentes algunos de los elementos geométricos que desarrolló a fines de los sesenta, recurriendo principalmente al azul y al negro sobre fondos blancos planos. Y, por último, está el tema de la arquitectura que, después de todo, es el reflejo de su propia profesión.

Viendo la obra en perspectiva y los períodos por los cuales atravesó, este último -dedicado a sus casas coloniales fantasmales, de colores puros, planos- es el que más tiempo ha desarrollado. De tal modo recoge un aspecto de una ciudad que va desapareciendo: las antiguas casas coloniales como la "Casa de la Independencia" y algunas otras de Asunción y de sus alrededores, o bien la mal llamada arquitectura colonial como el Palacio de Gobierno, la Estación del Ferrocarril y el antiguo Hotel Colonial (hoy convertido en banco), además de una numerosa serie de fachadas de iglesias en pequeño formato, se convierten en una suerte de catálogo urbano que, debido a la construcción de la ciudad, hoy se vuelve difícil de rastrear. Osvaldo González Real, ya en 1986 había puesto de resalto esta situación cuando escribía: "En la reciente obra de Michael Burt el color va devorando, cada vez más, la arquitectura de casas y templos. La intemporalidad y el olvido amenazan, constantemente, hacer de estas construcciones polvo y ruinas fantasmales. Es solo por el color que viven y se defienden contra la desidia del tiempo". Los espacios urbanos están alterados a través de deformaciones que, en muchas oportunidades, parecen ser el producto de una lente anamórfica a través de la cual se alteran la verticales, se tuercen las horizontales y las perspectivas se alteran en puntos de fuga exagerados e irreales. Evidentemente que, dentro de este mundo, no cabe la presencia humana.

De allí la soledad de sus calles, de sus edificios de ventanas cerradas. Sólo de vez en cuando una luz, atrás de los cristales, parece insinuar que allí hay alguien adentro, alguien que encendió una lámpara, alguien que se resguarda de aquellos espacios vacíos. Borja Loma se detuvo justamente en este aspecto al escribir, en 1999: “A mi juicio, lo trascendente de su pintura está vinculado al hombre, al creador, superando sus circunstancias más inmediatas, que en el caso de Burt son la preocupación por el hecho estético paraguayo, por un lado, y su condición de arquitecto, que interviene decisivamente, por ejemplo, en su inquietante interpretación de la ley de la perspectiva renacentista, por otro". Independientemente a estas interpretaciones, las de González Real o las de Borja Loma, lo importante de esta ocasión es poder ver los caminos que siguió el artista durante estos cuarenta años, desde el propio punto de partida ("Ventana fracturada") a sus obras más recientes. Cuarenta años de trayectoria para alcanzar tales resultados.
 
 
 
PUEBLO, 2002
 
Acrílico sobre tela. 60 x 60 cms. Colección privada

 
PUEBLO, 2005
 
Acrílico sobre tela. 50 x 70 cms. Colección privada
 
 

sin título/ LULY CODAS / Catálogo Centro Cultural de la Ciudad, Asunción, 2004.
 
 
Llamo mirada interior a la experiencia de sentir el alma
 
secreta de todas las cosas, esta mirada atraviesa la forma
 
exterior para llegar al interior de las cosas
 
y sentir su palpitar.
 
Vasily Kandinsky
 

Cuando aparece la intimidad de los escenarios expresivos de Michael Burt nos sentimos, irremediablemente, sometidos a la sorpresa y al deleite que ellos nos transmiten. Porque estas imágenes -soplo colorido de inmediatez- construidas con zonas cromáticas como sus habituales arquitecturas de orientación concretista, revelan la inconsciente fantasía de los sueños del artista. En estos interiores tímidamente idílicos y cargados de recuerdos, la libertad es total para reinventar la representación de una realidad ambiental donde el creador se revela a sí mismo. Es ésta una pintura que se aleja del edificio mental racionalista que aprisiona la naturaleza humana y niega las convenciones establecidas en la percepción del mundo, para huir hacia el sitio armonioso donde se guardan los secretos de la poesía espontánea. Pertenece a las creaciones que buscan una plasticidad colmada de fantasía, con signos y formas que poseen algo más que un simple significado estético: pequeño mundo de lo cotidiano y lo imaginado, infinitos detalles de la diversidad de la existencia contemplados a través de la ventana del descubrimiento teñido de consciente ingenuidad y recreado con mezclas estilísticas irracionales.

Los coloridos interiores de Michael Burt nos permiten escuchar el sonido interno de las cosas; son composiciones organizadas con tonos intensos que sugieren espacios o indican la luz, paisajes íntimos que enfocan el arte hacia formas expresivas originarias, pre-lógicas o formas desarrolladas de neo-primitivismo, en las que, por medio de los colores en similitud o contraste, el artista consigue efectos de liviandad y de frescura.

Si "la composición es el arte de arreglar de manera decorativa los distintos elementos que el pintor dispone para expresar sus sentimientos", esta evocación plástica, esta correlación de objetos fantasiosos, está trabajada desde esa mirada. Objetos modificados por su interrelación, por el entretejido de colores brillantes, por la combinación de líneas expresivas, nos muestran la elocuencia de Burt para crear su interpretación personal de la concepción de un mundo que añora la simplicidad y naturalidad que se ha perdido en esta cultura saturada. Espacio plástico de recursos imaginativos propios, donde el artista se siente en armonía con sus propias visiones interiores.
 
 
 

ÍNDICE

 
NOTA PRELIMINAR por ADRIANA ALMADA;
 
TEXTOS REFERENCIALES DE 1973-2005:
 
· SIN TÍTULO: RAMIRO DOMÍNGEZ/ Catálogo Galería Agustín Barrios, CCPA, Asunción, 1973;
 
· LAS CASAS ENCANTADAS: JOSEFINA PLÁ/ Asunción, sin fecha;
 
· SIN TÍTULO: JUAN MANUEL PRIETO/ Catálogo Galería Sepia, Asunción, 1979;
 
· BURT, ARQUITECTURA II: TICIO ESCOBAR/ Una Interpretación de las Artes Visuales en el Paraguay, Asunción, 1984;
 
· SIN TÍTULO: RAFAEL SQUIRRU/ Catálogo Galería Magíster, Asunción, 1988;
 
· SIN TÍTULO: BORJA LOMA/ Asunción, 1990;
 
· EL ESPACIO Y EL SILENCIO: ADRIANA ALMADA/ Catálogo Galería Michèle Malingue, Asunción, 1991;
 
· EL PRINCIPIO MÁS ALTO Y RICO DEL COLOR: LULY CODAS/ Catálogo Centro Cultural de la Ciudad, Asunción, 1993;
 
· RECONSTRUCCIONES: TICIO ESCOBAR/ Catálogo Galería Scappini-Lamarca, Asunción, 1997;
 
· SIN TÍTULO: JESÚS RUIZ NESTOSA: Asunción, Setiembre, 2002;
 
· SIN TÍTULO: LULY CODAS/ Catálogo Centro Cultural de la Ciudad, Asunción, 2004;
 
FOTOGRAFÍA DE OBRAS DE 1964 a 2007 – SERIES:
 
· HACIA LA ABSTRACCIÓN;
 
· PUEBLOS;
 
· IGLESIAS;
 
· CASAS;
 
· EDIFICIOS EMBLEMÁTICOS;
 
· FICCIONES;
 
· INTERIORES;
 
· FLORES; y
 
· COSTUMBRES.
 
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