BIENAL DE VENECIA , 2013
Presentación de DIANA ROSSI
Texto de ROBERTO MANZANAL
“El YURUMÍ de los ACHÉ - GUAYAQUI a DIANA ROSSI”
”Sólo se ve bien con el corazón.
Lo esencial es invisible para los ojos”
(Saint de Exupery)
La magnificencia del arte hace al encuentro permanente en todos los órdenes de las más sutiles efervescencias de dialéctica terrenal que suministran la llama permanente de la antorcha de lo imperecedero que se desplaza a donde la convoquen por su misma condición.
Es el Arte el que nos rescata de las atrocidades de un mundo que se manifiesta en claro oscuros y que nos hace fluctuar en imágenes que son en sí mismas un espejo de la humanidad.
Cuando el Artista portador de sonidos del alma se precipita en una creación y esta nos atrae con su llamado cuasi divino es cuando divisamos su simbología, sentimos su espíritu y esbozamos la eternidad.
Así lo hace la Artista Diana Rossi en el marco de su presentación:
Porque es precisamente remontarnos a los tiempos ancestrales para ubicarnos y entrar al corazón de Sudamérica en la Cordillera del Mbarakajú.. Allí habitaba desde el paleolítico un pueblo llamado Aché Guayaqui, cazadores y recolectores por naturaleza, nómades que se trasladaban por el bosque venerando al sol y la luna, plenos de vitalidad, envueltos en la natural solidaridad y armonía brindadas seguramente por su Tótem: El Yurumí; Animal sagrado e iluminador permanente de sus vidas hasta nuestros días, a pesar de las fronteras, de las colonizaciones, de los cambios políticos, del genocidio y del progreso avasallante y metálico.
Sin embargo compartían una desgracia común: los Aché, considerados animales del monte, eran cazados y muchos exterminados sin piedad; Igual suerte corrían los osos hormigueros o Yurumí masacrados sin motivo alguno.
Y es precisamente un llamado invisible el que invita a la artista con su finísima sensibilidad a establecer vínculos cuasi sagrados en su creación desde un compromiso social, artístico y cultural abarcando un tema que conmueve desde el mismo momento que el espectador toma contacto con su obra.
Podríamos si se quisiera sintetizar que Rossi avanza desde lo infinito y se eterniza en su propio tótem. ¿Pero que hay en el medio de ese camino?: Muchas consignas que se van abriendo como flor blanca de una sola noche transitando los vestigios de un mundo intrascendente donde todo es descartable y efímero.
En su instalación transita el tiempo de lo fugaz lo convierte y lo reconvierte…lo niega, a tal punto que intenta levantar vuelo hacia la iluminación, último refugio del pensamiento humano hacia lo inevitable…, Pasarán las edades y la luz seguirá siendo ese imán más allá de las imágenes, de las creaciones, de la historia, del yurumí, de los tacurú y de los mismos aché y aun del arte.
Su obra se convierte en un soplo reivindicador de fe, tal vez la misma que depositaba este pueblo en su tótem sagrado y su destino infinito. La poderosa influencia del bien sobre el mal, los ciclos de la vida y las exteriorizaciones corpóreas y metafísicas que se manifiestan en el Yurumi constituyen su basamento argumentativo para confluir en un eje histórico en el que Rossi impacta con su relato visual donde niega la muerte, en un tiempo sin tiempo. El futuro y el ahora: la inmortalidad.
Como contracara los Tacurú, la civilización sumergida en edificios de barro y su organización social perfecta pero permeable a la lengua del tamandúa guazú que las consume en raciones sin eliminarlas por completo; Solo lo necesario para su sustento al igual que los Aché .
Diana Rossi enhebra estas similitudes con elementos que no se ven a simple vista como alambres que establecen símbolos de división, propiedad y limites…Marca los petroglifos de los antiguos en el que subyace un lenguaje de cosmovisión con el universo. Afronta el consumismo y el ataque al medio ambiente en una botella descartable de gaseosa. Inserta cuero blanco como la piel blanca, sin vellos de los Aché Guayaqui, y también metáfora del abrigo y de la caza, como ente presente en todas las edades de un designio del destino trágico que los convoca una y otra vez…osos hormigueros y pueblo indígena han sido diezmados en magnitudes siderales y un instante bastó para que se encontraran ambos, al borde de la desaparición del planeta.
Así como las termitas en su Tacurú, Yurumí y Aché renacen casi de la nada y se construyen a sí mismos y se perpetúan como la Artista que nos convoca a vivir un tiempo sin tiempo, de un corazón encendido de amor cósmico de las apenas pocas decenas de individuos que integran la población de uno y otro que aún subsisten.
La conciencia estética pero también fundamentalmente ética y moral es el verdadero clímax de una obra que expresa un gran llamado de atención a la comprensión, constituyéndose en un fuerte llamado solidario a la convicción más excelsa del humanismo para establecer un puente con estos originarios desposeídos de las más elementales condiciones para desarrollar su vida que es antagonista a la nuestra. Pero es el respeto por otras culturas, aunque sean muy distantes, el que nos hace crecer como seres integrados en un planeta muy complejo, Por ello se constituye en un deber humanitario ayudarlos y protegerlos para que sigan su destino.
Decía el Padre Meliá “Los Aché agonizan cantando su agonía” en referencia a los cantos dolorosos de este pueblo. Tal vez hoy Diana Rossi “canta” con su Arte las agonías irreparables de la existencia y lo hace desde la expresión de un animal símbolo del ritual de los aché como una gran resistencia concientizadora. Las garras del Yurumí están más fuertes que nunca para vencer. Su corazón se ilumina y allá bien lejos la luz cenital proclama la reivindicación absoluta del alma. Ya no están solos.
Roberto Amor Manzanal V.
(Curador)
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