Emiliano R. Fernández tuvo muchos oficios en su vida de caminante: carpintero, hachero, alambrador, carrero, músico, pero sobre todo poeta. Pocos, sin embargo recuerdan que también fue periodista.
En 1930, cuando trabajaba en el periódico de Facundo Recalde, éste le ordenó: «Tereho Mercado pe eheka ñandéve noticia (Andate al mercado en busca de noticias)». Allí, en el Mercado Guasú, que estaba en pleno corazón de Asunción -su lugar está ocupado hoy por el Hotel Guaraní-, funcionaba la Radio so'o, actualizada cada mañana con informaciones frescas. El hombre de prensa se encontró en ese mar de voces y de gente con un amigo, Cornelio Ruiz Díaz, músico también, caballerense, que, sin vueltas, le invitó: «Aha aína Caballero-pe. Jahána jaguatami (Voy a Caballero. Podríamos ir a dar una vuelta)». Para qué. Emiliano se olvidó del encargo recibido de su jefe, bebió únicamente dos vasos de aloja y pocas horas después ya estaba alojado en el tren que lo llevaba a tan sorpresivo destino. Él era así.
En Caballero, departamento de Paraguarí, pasó varios días. Ndouvéi. No retornó. Serenatas aquí, farras allá. Guaripola en abundancia. No había ningún motivo especial que lo retuviera hasta que en Guavirá, una compañía no alejada del pueblo, se cruzó con la maestra Carmen Mónica Grance, a la vera de un arroyo. La joven era hermosa. Tenía menos de 20 años y regresaba a su casa en compañía de sus alumnos. Llevaba luto por la reciente muerte de su tío Benigno Piraggini, según relató ella misma. Emiliano ni siquiera dudó en acercársele y conversar con la docente. Por cortesía, ella dejó que la acompañara hasta la tranquera de su vivienda. «Nderéi gueteri chéve nde réra (Todavía no me dijo su nombre)», le reclamó Emiliano antes de despedirse. «Dominga ko che hína (Soy Dominga)», le mintió ella, conocedora de la severidad de su padre en materia de relacionamiento con hombres y, particularmente, con desconocidos.
Unas noches después de ese encuentro, las guitarras sonaron al pie de las rejas de la profesora. Eran Emiliano, Cornelio Ruiz Díaz -el que le había invitado en Asunción-, y Roque Valdez, músicos del lugar. El que sería, años más tarde el marido de Carmen Mónica, Félix Villalba, músico también -lo mismo que su hermano Lorenzo- igualmente formaba parte de la serenata. Le hizo escuchar por primera vez Guavira poty que -según la protagonista de este relato-, estaba dedicada a ella. El timbo jero'a del trayecto y la alusión a su ropa negra ijao hũmíva (ropa de luto)-, son las evidencias que el relato exhibe como pruebas de veracidad.
Ya Emiliano se quedó sin plata y no podía regresar a la capital. Como si nada hubiese pasado, le envió el poema a su director, para que lo hiciera publicar en Ocara poty cue mi. Y, de yapa, le pidió sus haberes de empleado. Recalde, enojado, usó su poesía para decirle Caballero pueblo nde sueldo omopêva. El poeta entendió perfectamente: estaba despedido.
Carmen Mónica Grance, hoy viuda de Villalba, vive en Asunción. Al momento de la entrevista, cuenta con 85 años que no parecen tantos. Afirma categóricamente que el poeta escribió a su nombre, aun cuando ella le había dicho lo primero que se le ocurrió, al llegar a su domicilio. Por eso, afirma ella, la dedicatoria dice: Dominga pe ohomíva.
Laureano Fernández, uno de los hijos de Emiliano, sin embargo, asegura que estaba dedicada a Dominga Lugo, de Zavala Cue, hoy Fernando de la Mora. Incluso proporciona un dato significativo: Ocara poty cue mí, en su número 49, en 1931, publica este mismo poema bajo el título de Techaga'u rembiapo. Está dedicada a Dominga Lugo. Lo que cabe deducir es que sólo con el tiempo fue rebautizado como Guavira poty.
La música que se conoce actualmente es de la autoría de Mauricio Cardozo Ocampo. Es altamente probable, sin embargo que desde la existencia misma de la letra ya hubiese tenido melodía, creada tal vez por el poeta. Se cuenta que esto era costumbre en él, entregando posteriormente su obra a un músico para lo musicalizara porque creía que lo iban a hacer mejor que él.
En lo que atañe a la destinataria de la poesía, lo más probable es que Emiliano haya mezclado dos situaciones, jugando con la ambigüedad. Como dueño de su obra, podría haberlo hecho. O tal vez cambió parte del contenido de lo que cantó en la serenata, para expresar su nostalgia por la que recordaba desde lejos. Quién sabe. Es parte de ese misterio que acompaña a los grandes creadores.
Conocemos la versión de la historia de Guavirá poty relatada por Carmen Mónica Grance viuda de Villalba. Ella, de manera rotunda y creíble, contaba que Emiliano R. Fernández, de paso por el pueblo de Caballero (Departamento de Paraguarí), le escribió el poema cuando tenía 19 años.
Laureano Fernández, hijo de Emiliano, tiene otra versión acerca de Guavira poty. Afirma que su padre le escribió a la capiateña de la compañía Yvyraró Dominga Lugo la poesía que originalmente se llamó Techaga'u rembiapo. Con este título y con la dedicatoria Dominga-pe ohomíva se publicó la obra en el No. 49 de la revista Ocára poty cue mi en 1931. Estación Caballero, junio de 1930 figura al pie de los versos.
Su hijo sostiene que Facundo Recalde, FARE, que tenía como empleado a su padre en la redacción de una publicación que dirigía en esa época, le ocupó a la zona de Caballero para traer informaciones acerca de la profetisa María Epifanía Brítez que constituía todo un fenómeno socio-religioso -en la zona de Sapucai predicaba y hacía milagros, convocando a numerosas personas, de todo el país-, llamando la atención de manera creciente.
Emiliano, bohemio al fin, ancló en Caballero, se quedó sin dinero, le reclamó un «refuerzo» a su empleador esquela y poesía -era ya el techaga'u rembiapo-, de por medio. Fue aquí que, sin enviarle nada, a vuelta de tren, FARE, le dijo: Caballero pueblo nde sueldo omopêva. Era un despido más que evidente.
Volvamos a Dominga Lugo. «Resulta que delante de su casa había una planta de guavirá, por lo que papa le llamó Guavira poty», explica Laureano. Su papá le conoció en Yvyraró -compañía ubicada entre San Lorenzo e Itá- cuando trabajaba en la carpintería de un pariente de apellido Rivarola. ¿Y la alusión al luto, cómo se explica? «Sencillo: su mamá acababa de morir y vestía de negro», responde.
Cuando entre Dominga y Emiliano ya no bastaban las palabras solamente, el poeta le pidió que le acompañara hasta Zavalas-Cue. El amor hizo que ella no estuviese en condiciones de responder de manera negativa a su pedido. Le acompañó y él la hospedó en casa de su tío Fermín Arce. Después ocurrió lo del viaje a Caballero, donde le dedicó, en la añoranza, Guavira poty. Laureano afirma que expresiones como «mombyry opytáva», «che mongéra irûva» y «aníke ere mombyry aimére» son pruebas irrefutables a favor de Dominga Lugo.
R. Fernández no era un hombre dado a la fidelidad. Visitaba a Dominga, pero también a María Belén Lugo en Ysaty. Llegó la guerra, le dejó a Dominga en casa de su pariente para irse al Chaco. De allí regresó, en 1933 y 1934 para casarse primero en civil con Belencita y luego «por Iglesia» -en Caacupé-. Mientras tanto, Dominga -como tenía evidencias suficientes de que su amado no era para ella-, contrajo también nupcias. Emiliano se enteró y le escribió la furibunda Guavira potýpe, fechada en junio de 1934 desde Campo Ballivián y firmado por Kurupi saite, uno de sus seudónimos. (El otro era Guyra campana).
A Dominga Jara también le dedica Comunión. Aqui, sin embargo, no hay ninguna alusión geográfica.