Para comprender la “testarudez” del pa’i Talavera ante su opción por los pobres y su lucha contra la dictadura, debemos retrotraernos a la Revolución del 47 donde su hermano mayor murió desangrado y como sacerdote, había sido testigo de saqueos, violencia, sufrimiento y muerte.

Con 25 años de edad fue nombrado capellán de la Cárcel Pública, en los bajos de la Catedral (1948-1950); aquella experiencia lo llevó a compartir el calvario de los presos políticos que, luego de pasar por las cámaras de tortura eran arrojados entre los despojos vivientes de centenares de presos comunes. Aquella lacerante realidad lo marcó de por vida.

El pa’i Talavera se adelantó a su tiempo al optar por los pobres y luchar por la Justicia y la Libertad, cuando la Iglesia tenía puesto su interés, en salvar almas para el cielo.

Como asesor nacional de la Juventud Obrera Católica (JOC) defendió los derechos laborales de sus integrantes; dirigió el Semanario Juventud Obrera e incluso llevó adelante una audición en Z.P.7 Radio Guaraní (1954); esta tenía como título Vale la pena salvar a la Patria y desde sus ondas, no guardaba ninguno de sus reclamos ni reivindicaciones sociales, los que también defendía desde el púlpito y en cuantos escenarios podía participar.

El Ministro de Relaciones Exteriores, Hipólito Sánchez Quell, a pedido del presidente Chaves (1951), convocaba al obispo auxiliar de Asunción, Aníbal Mena Porta para que lo hiciera callar. Ante la prohibición de su obispo de seguir con el programa radial; el pa’i, párroco entonces de San Antonio y Ñemby, respondió con una huelga de hambre, la cual le valió más fama de la que ya tenía.

Cuando sucedió el desalojo de los vecinos de Pinozá, por parte de los militares (1957), defendía aquella causa delante del Oratorio y Panteón Nacional; llegaba con micrófono en mano y subido a una carrocería hablaba ante la multitud que atenta lo escuchaba; hizo lo mismo en Encarnación en protesta por el prolongado Estado de sitio, donde su vida sufrió un atentado; otra vez en nombre de Dios, pidió visitar a los presos políticos, una vez adentro, anotó sus nombres, los de algún pariente y los vejámenes sufridos. Denunció en la Jefatura, en voz alta, las torturas que recibían allí. Tuvo que ir el Nuncio, Luis Púnzzolo para que entregara la lista de los presos, bajo amenaza de excomunión, todo por ser la Iglesia de aquel tiempo, sumisa y servil a la dictadura.

El pa’i Talavera iba a congresos universitarios, reuniones de obreros y a cuantas manifestaciones públicas había; su poder de oratorio y su legitimidad de trayectoria, lo convirtieron en un referente calificado en la lucha por el pobre, la Justicia y la Libertad.

Por ser un peligro para la dictadura, la Policía lo secuestró horas antes de otra gran manifestación de protesta por el desalojo violento de los vecinos de Pinozá. Al día siguiente lo largaron en un camino; estaba mal puesto, torturado, dopado y casi sin habla. Corrió la voz de que había enloquecido; la Policía dejó a cargo del obispo anunciar públicamente la demencia del pa’i Talavera. Bajo engaño y sedación lo trasladaron a Montevideo hasta una clínica psiquiátrica para mantenerlo atontado y mudo.

La Iglesia paraguaya de entonces, se prestó al juego de la dictadura y su mismo obispo lo lanzó al vacío.

Con ayuda de su madre y unos amigos uruguayos pudo escapar de aquella clínica y ya repuesto, escribió su Mensaje para la Liberación paraguaya (lectura recomendada), que lo expuso en la Universidad de la República, de Montevideo.

VOZ DEL PUEBLO, VOZ DE DIOS,

Meses después de haber dado a conocer su “Mensaje”, Talavera se dispuso a volver al Paraguay. Salió de Buenos Aires el 19 de agosto de 1959 a bordo de un buque; llegó el 23 a las 14:00 donde al desembarcar fue detenido, incomunicado y sometido a una rigurosa revisión policíaca; poco después fue embarcado en un navío de guerra y fuertemente custodiado, llevado hasta las costas argentinas.

Hemos hallado en el Archivo del Terror las palabras de bienvenida que sus allegados habían preparado para recibirlo:

“Bienvenido Monseñor Talavera

Aun sabiendo que heriremos tu inmensa modestia, deseamos fervientemente darte la bienvenida al solar patrio con el título de Monseñor, pues para los que amamos como tú la libertad y para los humildes a quienes dedicas lo mejor de tu existencia, aun a costa de tu propia vida, tú eres el único sacerdote paraguayo que con sobrados títulos merece titularse Monseñor.

El pueblo te recibe alborozado y ve en ti a su verdadero Pastor, por ello, estamos aquí para traerte nuestra voz de aliento y para proclamarte como al Obispo de la Revolución y de la resistencia a la tiranía.

Aquí estamos junto a ti, Monseñor Talavera para traerte la adhesión de tu pueblo que te acompaña en tu lucha contra los poderosos, contra los sátrapas y contra los traidores. Aquí estamos firmes, Monseñor para decirte que tú eres el único que no se vende por treinta falsas monedas.

Voz populi, vox Dei – Voz del Pueblo, voz de Dios. Y para este pueblo paraguayo, de hoy en más, tu eres su Obispo, aunque esta verdad duela a los mercaderes del templo y que, gracias a la acción ejemplificadora de la ciudadanía, muy pronto los echará a latigazos del templo que no han sabido honrar.

Viva Monseñor Talavera.

Viva nuestro Obispo paraguayo

Viva el Obispo del pueblo

Viva por siempre en el corazón de los humildes: Monseñor Ramón Talavera. CDyA (00110F 0152).

Esta proclamación ciudadana llevó al Movimiento Popular Colorado (MOPOCO) a manifestarse desde la clandestinidad, dedicándole un espacio en su Boletín “Reivindicación” del mes de agosto de aquel año.

“El padre Talavera decidió reintegrarse a nuestra patria con la intención de continuar con su formidable y valiente campaña contra la Dictadura…. El padre Talavera tiene sus méritos bien ganados en esta lucha nacional contra el déspota. Lléguele al padre Talavera, el OBISPO DE LOS HUMILDES, nuestra voz de estímulo, de solidaridad y de sincera felicitación”.

(CDyA (0145F 1768).

HUELGA DE HAMBRE

Talavera se preparó interiormente para iniciar una huelga de hambre de 15 días ante el atropello sufrido al desembarcar en Asunción. Con el nombre de aquella audición radial Vale la pena salvar a la Patria dejó por escrito su formal protesta, con la invitación de acompañarlo esos días con manifestaciones pacíficas en todo el país. Muchos cayeron presos por tener en mano aquel boletín.

Meses después se dispuso a emprender otro viaje; el 17 de noviembre de 1959 comunicó al embajador paraguayo en Buenos Aires, Pedro Hugo Peña su decisión de reintegrarse a la patria; cuando la nave de Aerolíneas Argentinas estaba por partir, fue detenido y obligado a desembarcar; interpuso recurso de amparo y volvió al Paraguay el 13 de diciembre de aquel año. Una vez llegada la máquina a la zona portuaria, las autoridades le negaron el permiso de aterrizaje y el avión tuvo que regresar a Buenos Aires con todos sus pasajeros. El pa’i Talavera una vez más fue noticia internacional.

En abril de 1960 lo invitaron a participar a un Congreso en Venezuela “Pro Democracia y Libertad”, donde se encontró con Salvador Alende; de allí pasó a Washington para presentar el caso paraguayo a la Comisión de Paz de la OEA donde acusó a Stroessner de haber suprimido las libertades, entre ellas la libertad de prensa y enviar a prisión y al exilio a los opositores de la dictadura.

A su vuelta siguió con su campaña libertaria y pacifista, mientras, los opositores en el exilio, con los que se reunía periódicamente, sin identificarse con ningún partido político, tomaron los principios del FULNA (Frente Unido para la Liberación Nacional), de su autoría, para convertirlo en un brazo armado, con lo cual nunca estuvo de acuerdo.

Volvió a preparar su retorno para diciembre de 1960; vendría a llamar a una Cruzada por la Dignidad Nacional con motivo del día 8, en Caacupé; lo delató Efraím Marciano Cardozo, su exalumno del Seminario, que lo visitó en vísperas de su vuelta al Paraguay.

El pa’i siempre se mantuvo en la frontera para ver a su patria, desde la otra orilla. En 1974 entró por Itá Enramada y lo apresaron; lo vemos en la ficha policial. Hay informes de archivo que estuvo en el 77; también en el 81 cuando de nuevo lo apresaron; al año siguiente, se afincó en Foz de Iguazú con su familia. En 2004 lo visitamos como integrantes de la Comisión de Verdad y Justicia.

Fiel a su sacerdocio colaboró con la Iglesia Católica Brasileña (1966) y posteriormente con la Ortodoxa cuando volvió a vestir sotana en Foz de Yguazú; la Iglesia Católica Apostólica Romana lo había echado de sus filas y la dictadura lo persiguió sin descanso, hasta el extremo de expulsarlo del país por “loco”. Al respecto escribió Alcibiades González del Valle: “Hoy, con una docena de “locos” como el Padre Ramón Talavera, viviríamos en un país libre de tanta corrupción, arrogancia y prepotencia”.

El pa’i Talavera falleció el 8 de agosto de 2010, en Foz de Yguazú, rodeado de su familia. Partió a los 86 años siendo fiel al Evangelio y a su Patria a la que tanto amó.

El pa’i de los pobres

Presentacion de Alcibiades González Delvalle.

La jerarquía de la Iglesia Católica suele pasar por muchos momentos de debilidades, de confusiones, de contradicciones. No pocas veces, paradójicamente, se alza contra quienes intentan honrar a la religión con el cumplimiento de su doctrina. En los años 50 y 60 del siglo pasado de nuestro país fue testigo de uno de esos hechos que se dio en la imponente figura de un sacerdote católico perseguido por su fe en los evangelios y su convicción de que la verdad está en ellos. Fue el pa’i Ramón Talavera, el personaje elegido por la excelente historiadora Margarita Durán Estragó, para contarnos hechos que continúan mancillando a quienes, desde la dictadura y la iglesia, manejaban los hilos del poder para silenciar una voz libre, solo atada a la doctrina cristiana.

En los tiempos de conmoción, cuando el poder político y económico se alzan por encima de los demás poderes, y las leyes para nada sirven, repetir las palabras de Cristo se vuelve subversivo y puede conducir al martirio a quienes a quién las pronuncia. Fue lo que sucedió con el pa’i Talavera.

Margarita Durán, con su acostumbrado rigor histórico y sensibilidad social, nos acerca a un ser humano excepcional que dejó girones de su alma en la preocupación por los pobres, los perseguidos, los débiles. Esta preocupación pronto se tradujo en un despiadado hostigamiento por parte del stronismo con la colaboración directa o solapada, de la más alta jerarquía de la iglesia, que abandonó al más puro de sus miembros o lo empujó al abismo.

En esta historia del padre Talavera las autoridades eclesiásticas de entonces quedan expuestas a las críticas y la repulsa. No se entiende que el mismo arzobispo de Asunción, Aníbal Mena Porta, cediera con tanta facilidad a los actos de la dictadura que buscaba apagar la figura, cada vez más alta, de un sacerdote imprescindible en la búsqueda por la paz y la justicia social.

Este libro nos da los pasos del pa’i Talavera, desde los primeros hasta los últimos, en su pelea incansable por una vida más llevadera de los pobres; una vida sin sueños utópicos, imposible de alcanzarla, sino la simple, la cotidiana, esa que desea que no la humillen con actos bárbaros como dejarlos sin techo, sin pan, sin trabajo por obra de terribles injusticias.

Cada capítulo –más bien diría cada párrafo– expresa la vida de un sacerdote que tomó en serio su sacerdocio y lo llevó hasta el sacrificio. Había jurado servir a Dios y en ese juramento dejó las huellas del Hijo de hombre. Es cuando Margarita nos cuenta el desamparo de los pobladores de Laguna Pyta, obligados a la fuerza a abandonar sus modestos hogares. La dictadura quería ese espacio para construir un edificio que serviría para construir un edificio que serviría para el hospital Militar y abrir una Avenida, General Santos. El padre Talavera, párroco de una iglesia del barrio, no tenía más armas para defender a los desesperados vecinos, sino sus palabras encendidas, su gesto noble y valiente. Para ser escuchado, se iba frente al Panteón Nacional de los Héroes a reclamar justicia. Las autoridades municipales se encargaron de hacerle aparecer como un enemigo del progreso, que se oponía a las obras del bien común. El padre Talavera no se oponía a esas obras sino al costo de las mismas; que no se dejase en la calle a tanta gente ni mucho menos reprimirla con ferocidad.

El itinerario que la historiadora nos traza del pa’i Talavera es digno de ser conocido por las nuevas generaciones de cristianos. Tienen a una personalidad que admirar y, de ser posible, de imitar sus convicciones frente a los muchos padecimientos que hoy soporta gran parte de nuestra población, también indefensa ante la soberbia embrutecida de quienes manejan el país a su antojo.

Editorial Servilibro 2023