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OLGA CABALLERO AQUINO

  EL AMOR POR SIEMPRE, 2003 - Por OLGA CABALLERO AQUINO-ANY UGHELLI


EL AMOR POR SIEMPRE, 2003 - Por OLGA CABALLERO AQUINO-ANY UGHELLI

EL AMOR POR SIEMPRE

Por OLGA CABALLERO AQUINO-ANY UGHELLI

 

© Olga Caballero Aquino-Any Ughelli

El Amor por siempre

Editorial SERVILIBRO

Asunción - Paraguay

Edición al cuidado de las autoras

Asunción, Paraguay, Abril del 2003

2° Edición, mayo 2003

 

Hace tres años que viene escribiéndose este libro y gracias a la mente filantrópica, contemplativa y tridimensional de la Señora gerente de Servilibro, Doña Vidalia Sánchez, este material pudo dar a luz.

Por supuesto, que muchísima gente amiga, al enterarse que esto salía, se han acercado a nosotras a aportar ya sea en especies (comida, bebida) o en dólares.

Olga Caballero Aquino se rompió las pestañas (postizas) recopilando datos de 80 libros, sin dormir 40 días con sus noches y así los libros terminaron con ella y, Any Ughelli pudo terminar el diseño, diagramación e ilustraciones totalmente sobre la hora, con las ojeras hasta el suelo, pero todo se compensó por que los dibujos están sublimes!

Hecho el depósito que marca la ley.

Hecha la ley, hecha la trampa.

 

 

CONCLUSIONES CIENTÍFICAS

Señoras románticas y de las otras, si esperan encontrar en este tratado sobre el amor alguna historia edulcorada, no la encontrarán. Olga Caballero Aquino, observadora perspicaz y actualmente soltera, se dedicó a lo que mejor hacen las mujeres de esta era pos moderna: ya que no pueden hacerlo se dedican a hablar sobre el amor. Y ella no elude ningún tópico, por más escabroso que sea, sobre todo en cuanto se refiere a la materialización de ese sentimiento que puede ser platónico sólo entre los impotentes y los eunucos.

A primera vista, haciendo la primera lectura ya podemos notar que la mujer, si bien estuvo siempre en una posición inferior al varón, se las arregló en todos los tiempos para dar vuelta la situación y obtener beneficios derivados de esa posición yacente que tanto gusta a los machos de todas las especies y de todos los siglos. Dice Olga que desde Cleopatra hasta Ana Bolena, el amor o la atracción sexual fueron herramientas bien utilizadas para acceder al trono. Es cierto que ninguna de las dos terminaron bien, pero eso es otro cantar. No podemos olvidar que, según pasan los años, los varones desde AC hasta CD, siguen opinando que el honor de los caballeros se encuentra entre las piernas de las mujeres. Pobres de nosotras que tenemos que cargar con tal maldición.

En EL AMOR POR SIEMPRE, Olga contribuye al solaz de las féminas escribiendo la historia cotidiana, narra los hechos que no pasaron a LA HISTORIA con mayúsculas, y, si toca algunos personajes muy conocidos, lo hace presentándolos desnudos de todo ornamento. Ni tan siquiera les deja una corona de laureles o una apropiada hoja de parra. Es un servicio para la humanidad: mostrar a esos protagonistas de gestas heroicas despojados y en la misma posición en que se ponen sus congéneres cuando quieren conseguir "eso".

Según una libre interpretación de Olga Caballero el pecado original se produjo cuando Eva, nuestra madre bíblica, harta de Adán que la obligaba a fingir orgasmos y a obedecerlo, - cansada - dice la autora, tanteó la famosa manzana. Claro que eso pasó por la liga que le hizo la víbora esa del Paraíso. Así luego pasa siempre, "la liga co es terrible" (como dice mi vecina ña Beatriz).

En este tratado sobre EL AMOR POR SIEMPRE la lectora y el lector encontrarán mucha sabiduría, mucha historia y mucha ironía. Olga no puede con su genio, aún menos Any Ughelli que lo interpretó con su exclusivo sentido del humor. Además si lo leen juntos marido y mujer, amantes, amigovios y otros, se sentirán muy motivados y querrán poner en marcha ese motor que ha movido y sigue moviendo el mundo: el amor.

LITA PÉREZ CÁCERES

 

 

EL AMOR POR SIEMPRE

El amor es un sentimiento de alcance planetario. Recorre los caminos de la Historia. Produjo largas guerras como aquélla librada por amor a Helena, la de Troya.

El amor sigue siendo el mismo hasta hoy, cuando estamos en el post...

En 1492 Cristóbal Colón y sus acompañantes descubrieron lo que para ellos sería una nueva forma de amar, pero tan antigua como la Creación o como el big bang inicial.

Los capítulos más interesantes de la historia de la humanidad se van escribiendo, por fortuna, no sólo con nombres de grandes generales victoriosos en la ciencia de la muerte, sino con relatos de tremendas pasiones como la de Ulises, quien después de haber peleado tantas batallas, cruzado tantos mares, vencidos tantos obstáculos, enemigos y tentaciones, como las de los cantos de las sirenas, "per amore", llega por fin a su anhelada Itaca. Penélope, muy femenina ella, para darse importancia, simula no reconocerlo.

Ya en el lecho nupcial, que de tanto esperar parecía un páramo desolado, Penélope, caprichosilla, le pide una nueva identidad amorosa, que el pobre Ulises medio harto tiene que dar (la prueba) pensando seriamente en volver atrás y aceptar la oferta de las sirenas, que por otro lado desentonaban menos.

Otras mujeres no fueron tan afortunadas, como la pobre Ana Bolena que perdió la cabeza, la que, gracias a la atención de su inconstante marido, el Rey Don Enrique VIII de Inglaterra, estaba llena de cuernos, por lo que tampoco importaba mucho. ¿Flema inglesa?

 

ELLAS: CODICIADAS MERCANCÍAS

En remotas sociedades de pastores, haciendo uso de gran inventiva e imaginación, los hombres procedieron al secuestro del sexo débil para demostrarles in situ las delicias del amoroso vínculo matrimonial.

Como el rapto se volvió una práctica muy popular, las familias se dieron cuenta que esto no era ningún negocio. Las damiselas podían tener un valor de cambio, igual o mejor que las ovejas, comenzaron a mercarlas por una cabra o un caballo, o a entregarlas como prendas de paz entre clanes irreconciliables. Teniendo en cuenta este negocio, de alta rentabilidad, las mujeres pasaron a ser objeto de especiales cuidados; y, metidas bajo siete estados de tierra, no sea que anduviesen por las calles provocando raptos sin la correspondiente retribución.

 

 

 

 

 

 

 

FUE LILITH

A la luz de documentos históricos este amor no nació con Adán y Eva quienes, se hallaban solos, desnudos e inocentes en ese Paraíso con el que soñamos al volver a mediodía a nuestros hogares, mientras esperamos las luces de los semáforos o rompemos nuestros automóviles en las nada aburridas avenidas y calles, llenas de obstáculos que son azúcar, sal y condimento de nuestro cotidiano pasar.

Los Mitos Hebreos son más antiguos que el Antiguo Testamento y testimonian que el Dios Padre creó para el Primer Hombre una esposa: Lilith, con iguales derechos, en observancia de la equidad de género, la que después fue borrada de la historia por razones obvias.

Lilith y Adán vivieron felices en el Paraíso, compartiendo todo, menos el árbol de la fruta prohibida, una trampa para mujeres de escaso entendimiento. El Creador miraba atento la clonación a su imagen y semejanza, que era Adán, sin lugar a dudas; su preferido.

A Lilith jamás le interesó el tal árbol, ni la tal manzana y menos aún la víbora. Estaba contenta con la de Adán, a la que en su afán por satisfacer obtuvo un ejemplar del Kamasutra, 1o estudió con atención, observó las ilustraciones, las practicó sola detrás del árbol del Bien y del Mal, y, cuando consideró haberlo asimilado intentó llevarlo a la práctica. Estando el Primer Hombre recostado sobre sus espaldas con descaro se subió sobre él y atrapó su oculto tesoro de amor. El marido reaccionó y furibundo exigió seguir con la tediosa postura amatoria: "El hombre y más aún el Primero debe estar siempre encima de la mujer". Ella protestó y alegó: ¿Por qué he de estar siempre debajo? "Yo también fui hecha de polvo y por lo tanto tu igual. Soy capaz de producir la más exquisita de las armonías, de ejecutar las más complicadas variaciones del amor y proporcionarte el más divino de los placeres eróticos, como manda el Kamasutra. Reclamo mi derecho al placer sexual y me niego a seguir con tediosas prácticas que no me llevan donde debo, quiero y tengo derecho a llegar".

El Primer Esposo intentó obligarla, hizo uso de la fuerza. Ella se deshizo de él, invocó el nombre de Dios y se elevó a los cielos. A otra cosa mariposa. Adán formuló formal denuncia de abandono de hogar ante el Hacedor, el que, como Juez Imparcial quiso obligar a Lilith la vuelta al hogar, pero ella ya andaba por el Mar Rojo con unos demonios más instruidos en el arte de amar y después gobernó en Zmargad y Saba. Otros historiadores más devotos y fundamentalistas dicen que fue condenada a vagar como una bruja por haber desoído la sentencia que imponía acatamiento al esposo, cumplimiento de los deseos maritales y admisión de la superioridad del sexo masculino.

 

 

Con certeza podemos afirmar que el Creador no se preocupó de buscar a Lilith un nuevo cónyuge, menos exigente y dominador y con más creatividad, imaginación y deseos de exploración y aventuras.

Adán, como cualquier hijo mimado, pidió y obtuvo otra esposa. Sin pareja se sentía melancólico y triste, aburrido y apenado. Ni tan siquiera tenía noticias de Onán.

Dios, para no cometer otra falta con la masculinidad, tomó la costilla de Adán mientras éste dormía y formó con ella una nueva mujer. Le trenzó la exuberante cabellera y, como a una feliz novia, la adornó con veinticuatro joyas. Esta vez tuvo mucho cuidado con la inteligencia. Eva fue creada tan bella, que cuando despertó el beneficiario se quedó tan embelesado como lo refiere el Génesis.

Eva admitió al Hombre como superior.

Sumisa y dócil, no hacía preguntas indiscretas, pacificaba los ardientes ataques del esposo varias veces al día. En el Paraíso no existían las variadas diversiones contemporáneas, ni tan siquiera la maldición de ganar el pan. Eva aplaudía todas las iniciativas y festejaba como invento de última generación la posición, aquella que obligara a Lilith a incursionar en las enseñanzas del Kamasutra, nuestra Madre disimulaba estremecimientos irrepetibles y desmayos irrefrenables.

En este ámbito se desarrollaba la vida conyugal. El Primer Hombre contento de sus destrezas amatorias, comenzó a dejar sola a Eva dedicándose a tareas propias de aquellos hombres de sexo masculino. Evita, lejos de la mirada adánica entabló una peligrosa relación amistosa con la víbora, ésta la instruyó acerca de las virtudes de la inteligencia, de la igualdad entre hombres y mujeres y de las bondades de un orgasmo de verdad. Ella comenzó a cuestionarse su status en la Creación. No estaba satisfecha, pensaba que a su cabeza le faltaba cerebro, a pesar de su sedosa caballera, que perezosamente trenzaba y destrenzaba. Así le confesó a su única amiga, la que le aconsejó probar la fruta del Árbol de la Ciencia.

El resultado de este acto de desobediencia es de conocimiento de toda la civilización occidental y cristiana.

Lilith no se hubiera tragado la famosa manzana, pero esta nuestra antecesora, Eva, al amparo de tal marido, a quien estaba sujeta, de quien era subordinada, por quien era gobernada, a quien debía respeto, más aún teniendo en cuenta los antecedentes de la esposa anterior, no tuvo la intuición y menos el conocimiento de que estaba arriesgando nada más y nada menos que el mismísimo Paraíso. Además andaba medio hastiada de tanta obediencia a dos hombres que no soltaban las riendas y menos compartían el poder.

Adán, a su vez, después de haber disfrutado de este matrimonio con esta mujercita ideal, jamás hubiera imaginado que sería engañado y que juntos sufrirían tan doloroso exilio, el que hasta hoy padecemos, agravado con las penas de nosotras, las féminas que seguimos sujetas a los deseos de dominación de adánica procedencia. También estamos las otras, aquéllas que pagamos no sólo la condena propia de nuestro sexo: la de parir con dolor, sino también la del Primer Hombre: la de ganar el pan con el sudor de la frente, siendo así sujetas de ambas maldiciones divinas impuestas por la curiosidad de Eva.

Perdimos el Paraíso y nuestro Adán sigue siendo el Primer Hombre por siempre.

 

 

 

 

 

 

 

 

LOS SIMBÓLICOS EUNUCOS

 

EUNUCOS PERO NO TANTO

Es que el amor es siempre el amor y se empeña en transformar nuestra caliginosa vida en un arco iris, como sucedió con los eunucos.

Los castrados venían en tres modelos: Eunuco completo era aquél al que se le extirpaba el órgano completo, es decir: pene, escroto y testículos desde muy niño. Otro, era aquél a quien se privaba solamente de testículos y otro de menor escala que perdía alguno de los tales aditamentos por medio de frotamientos realizados a muy corta edad, con el mismo objetivo: poner a buen recaudo la honestidad y honradez de las mujeres, las que, siempre proclives al vicio, fastidian el honor del varón.

Los árabes, celosos de la honestidad de sus ardientes y numerosas cónyuges y de la honra del turbante marital, recurrían a los eunucos para el cuidado de los valores morales de los múltiples matrimonios.

Vigilante y vigilada no sufrían la ausencia del titular. Los castrados contaban con encantos propios para enamorar a las custodiadas, y éstas vivían contentas y satisfechas. Tampoco es de menoscabar la pasión que los castrados provocaban en los propios esposos al estar engalanados con muchos de los recursos y virtudes femeninas.

Dicen las crónicas que los eunucos eran seres melancólicos, sensibles, muy expertos en el manejo de la lengua, habilidad que los convertía en excelentes poetas, potestades que los hacían irresistibles.

Era tanta la habilidad de los amorosos eunucos que los romanos, que adoraban los excesos, se aficionaron a ellos tanto como a los circos. Se tuvo que dictar leyes que prohibían las relaciones mujer eunuco y eunuco-eunuco. Juvenal, en una de sus sátiras dice: "Hay mujeres que aman a los tímidos eunucos, sus besos femeninos poco ardientes, sus rostros imberbes, con ellos podrán gozar a su antojo y no tendrán que recurrir al aborto".

En Roma se extendió tanto el usufructo de "i castrati" que el Emperador Domiciano prohibió la supresión del órgano viril. El tiempo pasó, soplaron nuevos vientos y el propio Heliogábalo se aficionó tanto a ellos que les obsequió con recompensas en oro y los nombró en altos cargos gubernamentales en reconocimiento por los impecables servicios prestados al Imperio y al Emperador.

El origen de estos interesantes centinelas se remonta a Semiramis, legendaria y genial reina de Asiria, famosa por ser la ideóloga y proyectista de una de las siete maravillas del mundo antiguo, los jardines colgantes de Babilonia. Esta mujer exquisita se rodeó de castrados con fines no confesos, tal vez para agregar otros ornamentos también colgantes a sus jardines, que por algo pasaron a la historia.

 

 

 

 

 

EN GRECIA

Historias de amor prolíficas, fecundas y ricas fueron las de los griegos. Fundamentaron toda una ciencia: el Psicoanálisis. Y los prósperos analistas hoy pueden enrostrarnos nuestros humildes defectos trayendo al tapete esas sofisticadas relaciones de los helenos entre sí, que nada tienen que ver con nuestras neurosis de comienzos de milenio.

Las actuales historias de amor son tan poco pretenciosas si las comparamos con las pasiones de Edipo, ese Rey que tuvo problemas con su mamá y su papá. De Electra, aquélla que con la complicidad de su hermano mató a su madre porque ésta a su vez la había dejado huérfana de padre. De Eurídice, la que se quedó en el infierno por culpa del ansioso Orfeo, que volvió la estúpida cabeza para mirarla contra la expresa prohibición dé Perséfone. ¿Acto fallido? O la de Medea, tan enamorada de Jasón, el que, al solicitarle el divorcio, obtuvo como respuesta el cadáver de sus hijos y el de su prometida, la pobre Creusa.

Y eso que nos estamos refiriendo a las sencillas relaciones hombre-mujer que, al parecer, salvo raras excepciones, no eran las preferidas de los helenos. Ni en el último post se han de encontrar amores como los de Patroclo y Aquiles, por ejemplo.

Patroclo, guerrero ateniense, muere en defensa de Aquiles. Desgarrado por el dolor absoluto y globalizado Aquiles sale a enfrentar a sus enemigos, los troyanos, que causaron la muerte de Patroclo. Aquiles trata de encontrar consuelo dejando un tendal de muertos. Nada alivia su padecer. Sacrifica decenas de bueyes y carneros, cuatro caballos, dos perros de caza y, de yapa, doce cautivos troyanos. Enajenado por la angustia que le produce la pérdida de su amoroso amigo, se corta el cabello y se lo ofrece en ritual fúnebre. Nada lo puede calmar. El insomnio se apodera de sus sueños. Amarra a su carro el cadáver del asesino y lo hace dar tres vueltas alrededor de la tumba donde reposa su amado. Como Patroclo no daba señales, resuelve seguir cortando cabezas de cualquier vecino de Troya de paseo por esas pacíficas latitudes.

La sensibilidad de Aquiles es luego medio rara. Pentesilea, la Reina de las Amazonas, apasionadísima por los atributos del gran guerrero vive y desvive ofreciéndole cariño que él rechaza.

Pentesilea insiste, su gran amor no escucha razones. Aquiles, harto de los acosos, con el furor que lo caracteriza la abraza con violencia y lentamente la va degollando. Ella agoniza y muere en los brazos del amado con la mirada llena de ternura, dulzura y agradecimiento. ¡Por fin logró despertar algún tipo de interés!

Extravagantes maneras de demostrar su amor tienen estos griegos. A Polimno, un campesino, enamoradísimo de Dionisio, le llega la oportunidad de aplacar su pasión. El dios necesitaba una información, la obtiene con la condición de que a la vuelta de sus aventuras, tan gran amor sea correspondido. Dionisio da su palabra. Se va. Vuelve para cumplir la promesa; pero Polimno había muerto de ansiedad. El promesero fabrica un falo de madera y sobre la tumba del amado le rinde merecido homenaje. No se tiene noticias de la reacción del cadáver.

 

 

 

 

 

 

ROMA

CLEOPATRA, UNA REINA DE VERDAD

Más o menos treinta años antes de Cristo, Roma reinaba en el mundo y en Roma Cayo Julio Cesar, General que, como todo buen guerrero que se precie de tal, tenía como paradigma a Alejandro Magno.

Después de haber vencido a los galos, galaicos, lusitanos y otras tribus bárbaras que vagaban molestando a los romanos. César, cansado de tantos triunfos andaba por Roma algo hastiado y con la mente puesta en la gloria de Alejandro. Decidió que quería viajar a Alejandría, presintiendo que allí le esperaba algo parecido al destino del gran General macedonio.

Más como buen militar romano, César no podía tomar unas vacaciones para aliviar su estrés. Tenía que conquistar ese reino. Su visita no podía ser de mera cortesía y aún no se habían inventado las cumbres de Jefes de Estado.

Aburrido de los romanos, que no eran los divertidos y efusivos italianos, y de las puritanas matronas que tampoco eran las sensuales italianas, convenció a sus generales de la necesidad de emprender la conquista de Egipto en pos del abastecimiento de trigo para la capital del mundo. Los mejores granos germinaban solo en las márgenes del Nilo. Los generales también ya se estaban hastiando de la vida en la capital del mundo, por lo que fácilmente se dejaron convencer. Además la única manera segura de proveerse de tan vital alimento era una guerra victoriosa. No se habían inventado aún las cotizaciones en la bolsa de Wall Street, ni tan siquiera en la de Liverpool.

La esposa era Pompeya, mujer relativamente honesta, quien, cansada de las frecuentes ausencias del guerrero esposo, en día de fiesta a la Bona Dea, una de esas diosas que servían de pretexto a los romanos para farrear unos cuantos días, dio amorosa acogida en la villa romana a su amigo Clodio, que entró como un travestí, y aún así fue descubierto. Cesar se pichó. Repudió a la pobre Pompeya y dijo la famosa frase que se adapta perfectamente a los usos en boga: "la esposa de César no sólo debe ser honesta sino parecerlo".

Sólo la esposa debe ser y parecer honesta. César es siempre César.

César llegó, basureó al ejército de la pobre Cleopatra; reina de Egipto descendiente de dioses, y que aún así vio reducido su imperio. Como toda mujer, astuta, no se puso a llorar sobre la leche derramada. Previo estudio de mercado planificó la conquista del invasor con unas armas propias que la historia se encargó de eternizar.

 

 

 

César era un presumido General y Cleopatra una bella mujer con una nariz que hasta hoy es objeto de estudios. Su Majestad se puso a reflexionar acerca de su futuro, que, no podía limitarse a la del ex monarca de un vencido imperio.

La reina heredó muchos siglos de escuela de los placeres sensuales y alguna experiencia, ya que se casó primero con su hermano Tolomeo XII del que; hastiada, logró sacudirse. Un día este marido apareció ahogado en el Nilo. Viuda ella, se casó con Tolomeo XIII, número que la enyetó, porque justo apareció César el invencible, dispuesto a destruir su reino. Y así lo hizo.

Como César ni se acordó de la vencida soberana, ella, no pudiendo tolerar la indiferencia, se envolvió en una alfombra de seda y transportada por su esclavo Apoloro, se presentó ante el futuro, así nomás, como sus dioses egipcios la trajeran al mundo, vestida con la luz de sus ojos negros y sus palpitantes senos cónicos.

Ave César, musitó Cleopatra. ÉI, conmovido con tan sabias palabras, y para más expresadas en latín, se dejó seducir pensando "Qué mujer más inteligente, hasta sabe declinar", razón por la que esa misma noche la invitó a compartir su lecho. Cleopatra demostró su gran talento y sus ancestrales conocimientos que no eran precisamente las declinaciones latinas.

Cleopatra perdió un reino y ganó el imperio romano con su Comandante en Jefe, el que, como todo buen guerrero, se pasaba noches enteras contando sus hazañas bélicas. Esperando el momento de la verdad ella le escuchaba con tanta atención, respondiéndole siempre en distintos tonos "Ave César" mirándolo con arrobamiento, que lo convenció de que dialogaban. Nunca jamás se percató de sus ininterrumpidos monólogos y alardeaba ante sus soldados de que la reina era una gran conversadora. A Cleopatra nunca le importó mucho entender lo que le contaba César. Otros menesteres sí los comprendía y los compartía en deliciosas noches con las pirámides como testigos.

Ante el éxito de su noble y amorosa misión, práctica como toda mujer, pensó que el imperio romano era digno de ella, una reina sin trono y sin reino pero, hija de dioses. Para asegurarse, tuvo un hijo al que llamó Cesarión.

La verdad es que ambos estaban fascinados: César con Cleopatra y Cleopatra con el imperio romano. Pasaron los días y también las noches y César debía regresar a Roma y a sus guerras. Acosado por todo tipo de dudas, pensó que en Egipto era tratado a cuerpo de rey, disfrutaba de los orientales lujos y del exaltado amor de Cleopatra. Cómo llevarla consigo. Imposible vivir sin ella.

 

 

 

Además Roma era una ciudad insulsa. Después de Alejandría, vivir en Roma sería un plomo, con sus costumbres austeras, con sus comidas frugales. Los romanos no admitirían las plumas, los perfumes, las joyas, los carros con edredones bordados de oro y plata. Toda esa sofisticación de la que disfrutaban en Egipto, tenía milenios de historia. Los romanos recién estaban empezando a escribirla. El hedonismo se hallaba lejos de la vida de esos soldados que vivían la mayor parte del tiempo en tiendas de campaña, durmiendo en el duro suelo acompañados de sus lanzas, espadas, caballos, armaduras y de otros romanos.

El Emperador sentía vergüenza de mostrarle a Cleopatra todo ese provincianismo rústico de los romanos. También sentía imperial respeto hacia los comentarios de las implacables y rollizas matronas romanas cuyas murmuraciones herirían la sensibilidad de la pobre reina.

Vencidas las dudas, triunfantes las fuerzas del amor, Cleopatra sentó sus reales posaderas en Roma sin renunciar a sus costumbres mundanas y cosmopolitas. Con gran refinamiento decoró su casa del Transtíber con cuadros de papiros, alfombras, almohadones, edredones, pinturas de oro y plata. Y sobre todo sus vestidos bordados, sus joyas, las perlas, las piedras preciosas que dejaban verde de envidia a las matronas romanas y rojos de codicia a los romanos, a quienes las túnicas de sus esposas les parecieron tediosas.

Cleopatra se impuso en Roma y logró que toda la cívitas romana participara en sus pomposos banquetes. Todo a pesar de los comentarios de las matronas: "esa es una cualquiera", "es una mujer de plástico", "es morochita y fea", "se tiñe el pelo", "es provocadora", "se pinta como una mascarita", "su nariz es muy larga" y otras etcéteras que decimos las mujeres como prueba de solidaridad femenina. Cleopatra, indiferente a las murmuraciones, vivía acompañada de sus joyas, sus velos transparentes, esperaba a César vistiendo como única prenda su preferido collar de perlas rosadas.

Convenció a César de la superioridad y sabiduría de la civilización egipcia. Revolucionó las costumbres. Las matronas comenzaron a adornarse con joyas las orejas, el cuello, los dedos y hasta los tobillos. El propio César, que antes nunca se había bajado del caballo, comenzó a pasearse en carros egipcios que eran más cómodos y de gran lujo, una especie de Rolls Royce de la época. Feliz partner de una reina, él mismo se coronaba a diario con una guirnalda de oro, en parte por pretencioso y en parte para cubrir su cada vez más pronunciada calvicie. En esa bárbara época aún no se habían inventado las pelucas, los peluquines, los implantes ni transplantes.

El propio Cicerón, tan moralista él, repudió a su esposa Terencia y trajo a la villa a una matronita más joven, más linda, más enjoyadita y menos vestidita.

Expertos y consultores alejandrinos fueron contratados para organizar la vida social de Roma. Renovaron todo: el sistema financiero, administrativo y hasta el calendario.

Los envidiosos de siempre, acicateados por sus feas esposas, conspiraron contra Cesar, y llegados los ya conocidos idus de marzo, se aseguraron el éxito de la conspiración con veintitrés puñaladas en el cuerpo cesáreo tan visitado por nuestra emperatriz.

Cleopatra reclamó la herencia para su hijo Cesarión, pero Roma seguía con la mala costumbre de ser una República, por lo que sus reclamos no tuvieron eco.

Presa de dudas y cavilaciones, se encontró en los difíciles días de llanto y luto ante una irreparable viudez. ¿Qué hacer mujer sola y con un hijo que ni tan siquiera podía heredar el imperio romano? ¡Milagro de sus dioses! Recordó la alta y atlética figura de Marco Antonio, su abundante y negra cabellera, mejor que la pelada de Cesar, buen soldado como éste y hasta casi más presumido, que proclamaba ser descendiente de Hércules. Mejor orador que el difunto que se las pasaba hablando de guerras y batallas. Un partido dotado de muchos chiches y, sobre todo, un serio aspirante al gobierno del imperio que Cleopatra tanto amaba.

La triste viuda pidió consuelo a Marco Antonio. Él se resistió al primer ataque aconsejando la vuelta a Alejandría. Ella, débil mujer, así lo hizo, en una retirada meramente táctica.

Ya en sus tierras planificó su estratégico encuentro con el general. Portando las armas heredadas de antiguas enciclopedias amatorias de la Biblioteca de Alejandría, de la experiencia adquirida con sus tres anteriores maridos, más una intensiva práctica en diarios paseos en camellos que le mecían las caderas al ritmo de un tropical chachachá y mantuvo un envidiable estado físico. Preparada para el amor consiguió ser convocada justo cuando ya tenía armado el primer encuentro, que suele ser definitorio.

Se presentó como sólo ella pudo haberlo hecho. En una embarcación con las velas de seda púrpura, los remos de plata y recostada en un trono de marfil que más que solio era un diván, cubierto de seda. El toldo ornado con hilos de oro la protegía a medias del calor. Sus transparentes velos titilaban con los rayos del sol que iluminaban sus encantos. Efebos vestidos de cupidos abanicaban a la reina del amor para contener los calores propios del encuentro. La respiración del pobre soldado romano seguía el ritmo de la orquesta. Embriagado con nubes de incienso, sus pasos eran torpes al pisar la alfombra de flores aromáticas. Ebrio. Enajenados todos sus sentidos. Marco Antonio se quedó a cenar. Ella le regaló no sólo la nave y los efebos sino algo mucho más excitante: la primera noche de amor acunada por el río Nilo. Al día siguiente muy juntos viajaron hacia Alejandría.

 

 

Marco Antonio vivía fascinado con Cleopatra: vivaracha, amiga de las bromas, divertida, inventaba juegos y apuestas como aquella de que podría tragar diez millones de la moneda de esa época en una sola noche y ganar el reto al alimentarse con una perla de cinco millones. El general se rindió, la otra perla se salvó.

Marco Antonio tenía su compromiso con una sosa matrona romana a la que repudió para casarse con la reina de Egipto, con quien tuvo dos hijos a quienes llamaron Helio y Selene, Sol y Luna.

Octavio era no sólo el más enconado enemigo político de Marco Antonio, sino, lo que era peor, su ex cuñado, es decir, hermano de la repudiada esposa. Y ante las pretensiones de Cleopatra de que Sol y Luna fueran declarados herederos del Imperio Romano la declaración que obtuvo fue la de guerra. Cleopatra, viendo que Marco Antonio no era ni tan bravo ni tan valiente, lo rechazó. El General abandonado no quiso seguir luchando. Herido de gravedad en la batalla contra Octavio se negó a recibir medicación y, de esta manera, tuvo tiempo de demostrar a Su Majestad que moría de amor por ella.

La Soberana, siempre tan amante del imperio, esta vez trató de obtenerlo por medio de Octavio, ante quien se presentó con su collar preferido, el de perlas rosadas. No tuvo resultado porque aquél nunca le perdonó que le haya sacado el marido a su hermana. Así son los pleitos de familia. Rencoroso, le ordenó se presentara en Roma como rehén.

Por primera vez desdeñada no lo pudo soportar, y áspid mediante prefirió la muerte al desprecio de un soldado romano vencedor y pasó a la historia como la que siempre fue: una reina de verdad.

 

 

 

ORIENTE MEDIO ORIENTAL

 

EL AMOR EN EL CORÁN

Los muy occidentales y cristianos defendemos la monogamia pero no es muy considerable el tamaño de nuestra convicción a juzgar por las prácticas cotidianas de esa doble moral, tan permisiva en el cultivo de unas relaciones amorosas medio occidentales, media cristianas, bastante elásticas en todo lo relacionado al ejercicio de ese peligroso, más siempre sabrosa relación extramatrimonial.

Las Leyes del Corán permiten la poligamia, pero consideran la mentira y el adulterio como pecados de verdad, por ello el castigo consiste en la mismísima extirpación del órgano causante de la culpa.

El Profeta Mahoma elevó las relaciones sexuales entre hombre y mujer a su principio de pureza divina.

De acuerdo con el Corán; "El coito conserva las especies mediante un acto sobrenatural, una reminiscencia del Paraíso. Es uno de los cánticos más bellos que las criaturas dirigen a su Creador. La encantadora fornicación es el por qué y el cómo de toda la Creación"

Este libro, sagrado para los musulmanes, informa que la monogamia es contraria a la Ley de Dios, porque:

Empuja al adulterio por la saciedad.

Por el poco miramiento que la mujer tiene hacia el esposo.

Porque no favorece el nacimiento ni la difusión de creyentes, y

Porque es contraria a las leyes de la naturaleza que ha creado todos los seres polígamos. Ejemplo: el caballo, el perro, el toro, el gallo, etcétera.

La monogamia, para los moros, es justa y razonable únicamente si el estado económico del varón no le permite mantener una mujer sola.

Para demostrar las bondades del amor el Corán da instrucciones precisas con relación a la práctica amorosa, y la fuente consultada nos dice que es correcto que la mujer tome el lugar correspondiente al hombre, que esté medio inclinada en el borde de una butaca, que esté de pie o apoyada en un árbol, que se coloque en la posición de las hembras de los animales. Encantadores juegos amorosos permitidos por la ley divina. Y los fieles del Profeta Mahoma observan los mandatos sagrados con estricta, rigurosa y severa fe.

En lo relativo a la poligamia, tenemos nuestras tradiciones y atavismos de origen guaranítico, herencia que al parecer no nos causa disgusto alguno, a juzgar por las obviedades de todos conocidas, como tampoco fueron motivo de desagrado de nuestros hispanos conquistadores, a los que se sumaron devotos de otras nacionalidades, como lo demuestra nuestra conformación tan mestiza como nuestra fe cristiana. El Corán influyó en forma parcial porque desconocemos la existencia de creyentes varones con ganas de mantener a varias esposas. Y eso que el Paraguay gozó durante mucho tiempo de la fama de ser el Paraíso de Mahoma.

 

 

Es que no es lo mismo mantener varias esposas que mantener a varias esposas.

Es tan digna de resalto y ponderación la asiduidad con la que es practicada la poligamia en estas tierras de naranjos y jazmines, que nos induce a concluir que se observan las sabias enseñanzas del nombrado Libro Sagrado de forma tan reiterada. Peregrina por los siglos y hasta los milenios, y, al parecer, el aprendizaje jamás quedará enmohecido en un rincón.

Un devoto seguidor del Profeta, autor del libro "El Amor en el Corán", después de largas investigaciones, ilustra las ventajas de la poligamia con la siguiente estadística acerca de los probables engaños á los maridos: al árabe le arroga tan sólo una contingencia. A los pobres germanos, que encabezan la lista de frentes cornifilicas les da siete posibilidades, al belga seis, al inglés cinco, al austríaco y al holandés cuatro. Al parecer este sabio fue muy importante y sus aportes a la ciencia le valieron una condecoración de Guillermo Segundo con la Orden del Águila Negra. Al Káiser le entusiasmó la comprobación de que sus súbditos fueran los que más puntos acumularon.

Ignoramos si las estadísticas tienen actualidad, pero al parecer, los cónyuges fieles al Profeta cumplen con sus obligaciones piadosas, no sólo la de mantener a sus esposas sino también las de elevar el amor a la altura de un cántico al Hacedor, verdaderas reminiscencias de beatitudes paradisíacas que convierten a la persona humana en un dios, creador de seres a su imagen y semejanza. Tanto es así que a las fornicaciones del propio Mahoma asistieron experimentados ángeles, quienes le instruyeron sobre las delicias de los espasmos de voluptuosidad y de esa misión de cuya eficacia depende la propia elevación del alma y el contento de las numerosas esposas.

El Profeta dijo a los hombres: "Las mujeres son vuestro campo, cultivadlo de la forma que consideréis oportuna, después de realizar un acto piadoso".

La recopiladora de estas historias se siente, y con seriedad, atraída por los preceptos del Corán. Cambiaría de religión y gustosa abrazaría esa fe. Proveedor e instruido en el arte del amor,

¡Oh!, este mozuelo bien vale un velo.

 

 

EDAD MEDIA, EL AMOR Y…

 

NO LA GUERRA

La Edad media, el siglo XII, alumbra a las parejas con la Luz del amor sentimental gracias a los trovadores, quienes con gran sentimiento cantaban canciones a imposibles amores.

Gracias a las Cruzadas y a las frecuentes guerras que obligaban a los maridos a estar lejos del hogar las mujeres se dedicaban a soñar y algo más con los bardos. Es que ellos hacían el amor y no la guerra, entonaban endechas, glosas y ovillejos amorosos. Lis tristísimas alboradas marcaban el fin de una noche de acordes y sintonías. El cantor debía abandonar el placentero lecho, con las primeras luces del alba, despertado por los inoportunos gritos del centinela. En la "tensón" o estrofa los artísticos amantes reflexionaban acerca de cuestiones filosóficas, preguntas trascendentes como: ¿qué es peor?, ¿La angustia o la exaltación amorosa?

Las cuatro etapas por las que pasa el amor son: la prueba de alejamiento (del marido), la súplica, la declaración del pretendiente y el consentimiento que incluía la promesa de retribución a los esfuerzos, condicionada por la calidad del instrumento y la cantidad de las trovas ejecutadas.

Y... El amor sentimental no tuvo alternativa: Nació dentro del adulterio. A los hombres se les prohibía este tipo de demostración de afecto hacia la propia esposa. Las pobres se resignaban sin protestar.

 

DOÑA LEONOR, MAESTRA DEL AMOR

El amor cortés era tan bisoño. Necesitó de los consejos de una experta consultora: Doña Leonor de Aquitania, nieta del primer trovador, Guillermo IX de Aquitania, hija de otro caballero de la misma profesión. Casada en primeras nupcias con un trovador sin descuidar toda una corte de juglares. Deshizo Leonor esta unión para contraer nupcias con Luis VII, Rey de Francia. Cumplida allí su noble misión, ya que Luis había aprendido a templar las cuerdas de su laúd, emigró a Inglaterra. Reincidió con Enrique II. Siempre acompañada de sus troveros y de su ciencia y experiencia dictó cátedras de amor y sus enseñanzas pasaron a tener fuerza de ley, Decreto Real mediante.

 

PROHIBIDO AMAR A LA PROPIA ESPOSA

El amor tal como lo conocemos hoy, o creemos conocerlo, seguía siendo patrimonio exclusivo del adulterio. Las bodas se concertaban mediante contratos realizados entre los padres de los novios. Los Registros de las Diócesis de Inglaterra, por ejemplo, dan cuenta de matrimonios celebrados entre niños de tres a cinco años. James Ballard, solicitó nulidad de su unión conyugal aduciendo haber sido engañado por su esposa de cinco años de edad, la que, muy artera, le había prometido dos manzanas a cambio del acta matrimonial. Las mujeres como siempre, prometiendo cualquier cosa a cambio de la posesión de un marido propio.

El amor cantado por los grandes poetas de la Edad Media y del Renacimiento. Esas cataratas de pasiones de Dante Alighieri y Petrarca no fluían en dirección a las respectivas esposas. Beatrice no lo fue de Dante, tampoco Laura la mujer con quien Petrarca tuvo dos hijos. Las esposas no inspiraban sentimientos capaces de producir tan bellos poemas. Nos referimos a las esposas propias de los propios vates.

 

 

 

 

 

 

LA ARQUITECTURA COMO ALCAHUETA

 

Las antiguas construcciones arquitectónicas con habitaciones comunicadas entre sí no podían ser un refugio para el amor. La fantasía no se desata ante un público familiar, doméstico y cotidiano. Una respuesta a la exigencia de intimidad de las parejas fueron los pasillos, con el alumbramiento del cuarto de estar con sus chimeneas con llamas que ardían al compás de los sentimientos pudieron los enamorados compartir el caldeado ambiente.

El placer requiere de los cinco sentidos, que no podían ser utilizados por los amantes en sombrías calles o en la incomodidad de los campos. Nada agradable habrán sido las citas al pie de las murallas de los castillos, en los puentes levadizos o en los dormitorios con la participación de todos los integrantes del grupo familiar, sirvientes, vecinos y anexos.

El invento de los jardines con sus románticos senderos y los cenadores o glorietas proporcionaban al romance una perspectiva más rica, más exquisita. No olvidemos que ya estamos en el Renacimiento y al culto a la belleza no puede faltarle el rito del amor, cuyo objeto es la máxima expresión estética a los ojos de los amantes que tienen la firme convicción de que el elegido es inigualable, escultural, apuesto apolíneo hasta que se oscurece el deslumbramiento. Pero estamos hablando de amores y no de olvidos.

 

ESPEJITO, ESPEJITO

En Venecia, cuna de los placeres sibaritas, el espejo pasó a formar parte de esta cultura de la sensualidad y se constituyó en una notable contribución al delicioso arte de amar.

 

EL REFRESCANTE ABANICO

El abanico, en un comienzo sólo usado por las trabajadoras del sexo fue rápidamente adoptado por todas las mujeres, tanto por las que cobraban como por las que no lo hacían, con el objeto de enviar amorosas señales al otro sexo. Esta herramienta utilizada de una manera o de otra alentaba o no las pretensiones del caballero. De cualquier manera, ocupaba la mano de la mujer y hasta a veces aliviaba los rigores del calor.

 

TE CONOZCO MASCARITA

Las máscaras usadas por las culturas indígenas como parte del ritual religioso y en el teatro desde La civilización griega; fueron adoptadas para ocultar el rubor de las mujeres que iban a las representaciones teatrales. Pero ellas, encantadas con los antifaces los usaban para expresar sus sentimientos y sus sanas o enfermas intenciones. Y entonces... el baile de disfraces se transformó en una tierra de nadie donde se podían concertar citas o iniciar apasionados romances al amparo y reparo de un artístico antifaz.

 

 

 

Y EN FRANCIA OBTIENE DIPLOMA DE POST GRADO

El arte de amar se perfecciona en la Francia del siglo XVIII con los lechos con espejos como doseles, las cortinas de brocado, de raso, de moaré, de sedas de damasco, de tafetas tornasoladas, labradas o bordadas. Las lencerías, los encajes, las pasamanerías. Las alfombras orientales. Los Cupidos de Fragonard y otras necesidades básicas que deben ser satisfechas para crear el ambiente propicio a las expresiones de la libido que se manifiesta con más ardor en medio de una escenografía apropiada.

 

COCHERO, ESCUCHE A ESTE CABALLERO

Las carrozas permiten una cercanía inédita entre amante y amada. Era frecuente que los ocupantes ordenaran al cochero tomar apartados caminos y numerosos atajos para llegar a la meta deseada.

 

EL INDECENTE SOFÁ

El sofá importado de Oriente tuvo una rápida aceptación en Francia como otro invento cómplice del amor, tanto que los puritanos de la época, los de siempre, aconsejaban a las mujeres honestas no hacer uso del mismo por constituirse en escenario de actividades pecaminosas. Al parecer muy pocas oyeron estas sabias advertencias, o tal vez ya no quedaban mujeres honestas, pero podemos afirmar que pocas se arrepintieron de la actuación en tal escenario.

 

Y ENTONCES LAS FEMINISTAS

Las mujeres estaban hartas de raptos, de preguntas acerca de la dote que aportarían al matrimonio. Comenzaron a reaccionar y a exigir de sus esposos un trato similar o mejor de aquél que recibían de sus amantes. Obligaron a los hombres a cortejarlas y a aportar una dosis de imaginación y sentimentalismo en una relación necesaria pero no indispensable.

 

CONSULTORIOS SENTIMENTALES

Ante la demanda de las mujeres que se volvieron más exigentes, los pobres hombres tuvieron que realizar ingentes esfuerzos y emprender una nueva y difícil misión: la de manifestarse cariñosos y tiernos, empresa en la que siguen empeñados, sin mucho éxito, salvo raras y ricas excepciones. Al parecer ellos tienen problemas de aprendizaje.

Como material de apoyo de estos altos estudios surgió el periodismo escrito el que, como un servicio a la comunidad, comenzó a publicar consultorios sentimentales. Estamos en el siglo XVIII, siglo en el que también los avisos matrimoniales llenaban páginas y páginas de los diarios.

Surtidas proposiciones aparecían en los periódicos como éste desinteresado y altruista aviso:

"Gentilhombre agradable, entre cuarenta y cincuenta años, desea esposarse con dama de la sociedad, también agraciada, que disponga de ochocientas mil libras de plata contantes y sonantes...

Las mujeres no podían reclamar igualdad en esta forma de comunicación ya que tenían acceso a sueltos periodísticos como el que sigue:

"El gentilhombre con peluca "Spencer", que desfilaba en la primera fila de los voluntarios del pasado martes, ha llamado la atención de una dama de considerable fortuna y de la que el mundo afirma ser poseedora de notable belleza. Si el mencionado gentilhombre no tiene pareja y está dispuesto a enviar una nota directamente a D.Z. en el café Somerset del Strand, indicando su nombre y el lugar donde se le puede ver, y si, tras contemplarlo, la dama comprueba que su carácter responde a su apariencia, le será concedida una entrevista".

Los años pasan las ofertas son las mismas, tal vez un poco más obvias, obviedades como las que exhiben las discretas y tímidas niñitas en la contratapa de algunos diarios y otros medios de comunicación escrita.

 

CORREOS PARA EL AMOR

El servicio de correos trasmitido por telégrafo fue otro invento que dio vía libre a los enamorados para transmitir sus apasionadas concupiscencias o sus dolorosas quejas por una accesible suma de dinero. Las noticias llegaban rápidas, más que el propio amante obligado a viajar en lentas diligencias, impidiendo así coger a la amada desprevenida: sin corset, sin miriñaque y con bigudíes, o lo que hubiera sido peor, con el cartero.

Aunque las misivas amorosas no llegaran con tanta celeridad en el frívolo siglo XVIII, también se enviaban cartas. Es célebre la redactada por María de Vichy, Marquesa du Deffand, a su marido poco después de su separación: "Amigo: os escribo porque no sé qué hacer y no continúo porque no sé qué deciros".

Al despuntar el alba y hasta mitad del siglo que pasó, los libros más leídos fueron "Las Cartas de Amor". Hoy los amigovios "chatean" sus pasiones vía teléfono celular hasta que las tarjetas los separen.

 

TRANSPORTES A LA INTIMIDAD

Las enamoradas, obligados a salir con "tomasitas" no encontraron mejor invento para escapar de ellas que los patines con rueda. Las llevaban con rapidez y facilidad hacia el encuentro anhelado, lejos de los indiscretos ojos. ¡Qué contradicción! En este caso no es el ojo del amo el que engorda el caballo.

Y ni qué hablar de las bicicletas cuya popularidad se remonta hacia 1890. Fue pasaporte de las muchachas para ser amadas a distancia considerable de los controles familiares, siempre inoportunos en las lides amorosas. La bicicleta agració a las mujeres en la práctica de dos deportes: el ciclismo y el amor. El Ingeniero que inventó los automóviles cerrados hacia 1920 (antes todos eran descubiertos) sin proponérselo hizo un gran aporte al mandato divino que ordena de forma imperativa: "creced y multiplicaos". Los fervientes amantes, en ese reducido, íntimo y acogedor espacio expresaron sus sentimientos religiosos. Grande fue la cuota de este invento para el desarrollo de las técnicas de expresión corporal.

Todos los progresos de la humanidad: el teléfono, el telégrafo, auxiliaron a las románticas parejas. Hasta al cigarrillo las mujeres le debemos nuestra emancipación relativa.

 

 

 

 

LUZ, CÁMARA, ACCIÓN

La intimidad de las salas de cines fue de gran provecho y de máximo uso para el encuentro de los flechados, tanto, que las filas de atrás estaban expresamente reservadas para aquellas personas que no estaban precisamente interesadas en el séptimo arte. Un talentoso empresario de Nueva York inventó los palcos en los cines, que pasaron a ser poderosos aliados de las citas amorosas. No pocos, y menos aún pocas, olvidarán los del Teatro Municipal, su tertulia o las últimas filas del Cine Teatro Victoria, refrescante refugio de las siempre calurosas siestas asuncenas. Después los autocines y hoy la libertad de amar...

Como todas las libertades, ésta de amar, de la que son acreedores nuestros herederos, se conquistó gracias a un largo movimiento de resistencia pacífica. Durante siglos no fue nada fácil, establecer relaciones sentimentales, elegir marido y mucho menos repudiarlo con un divorcio vincular. Y volver a empezar con una recaída que los psicólogos llaman "compulsión a la repetición".

Los Estados Unidos de Norteamérica es el país que más influenció en las actuales costumbres amorosas con el cine, la televisión y el rock. Tenebrosa es su historia en cuanto se refiere a esta materia. Los fundadores de la gran potencia, que huyeron de las persecuciones religiosas superaron las crueldades y la intransigencia de aquellos que los obligó a buscar refugio.

Los puritanos fundaron la Nueva Inglaterra para cimentar nuevas formas de convivencia y tolerancia de las que se excluían las relaciones de pareja. Dictaron sus propias leyes y en ellas impusieron penas y castigos crueles e inhumanos para quienes tuvieran la osadía de manifestar afecto, ternura o pasión, calificado como delitos de "frivolidad pecaminosa". Graves condenas merecían "las cartas, los masajes, la pura y simple compañía de dos jóvenes, la familiaridad innecesaria, los encuentros nocturnos, los regalos y otros actos similares"

Hombres y mujeres eran sentenciados por Igual con una multa. Pero, si la "frivolidad pecaminosa", pasaba a mayores, los enamorados sufrían pena de azotes, de exposición a la picota, o de ser marcados a fuego en la mejilla. Y tal vez a lo que fuera mayor barbarie: al matrimonio. Todas las normas imponían el más doloroso castigo: la multa. Money is money. El Código de Connecticut de 1650 legislaba, de forma expresa y taxativa, el matrimonio como condena. Es sabido que en el país del Norte, hasta hoy, las leyes son de estricta aplicación por Jueces y Tribunales.

Los cuáqueros de Pennsylvania castigaban a sus hermanos en la fe con la pública confesión de sus "frivolidades pecaminosas" ante la Asamblea. Los novios que deseaban consagrar su unión también eran juzgados por sus conductas anteriores y, consintieran o no los asambleístas al sagrado vínculo matrimonial, los seducidos eran obligados al pago de la multa en efectivo y al contado.

Ciertas prácticas religiosas tienen la habilidad e idoneidad de representar el infierno acá, tanto o mejor que el original que está allá.

Disparatada sociedad ésta, la de los puritanos pioneros. En la misma Nueva Inglaterra, en el mismo siglo XVI y XVII progresó con prisa y sin pausa la costumbre llamada "bundling". Como las casas eran pequeñas, el combustible escaso, y largas las horas de trabajo, los enamorados sólo podían encontrarse en horario nocturno, razones suficientes como para que se les permitiera entibiar las frías noches murmurando en la misma cama, previo permiso de los padres.

Este uso, justificado por la religión con el argumento de que para Dios no existen días y noches, los jóvenes cumplidores de las leyes divinas se limitaban a dialogar sin incurrir en la prohibida y castigada frivolidad pecaminosa.

Los archivos de los tribunales y parroquias confirman la observancia de la fe cristiana. En los lugares en donde se practicó esta forma de noviazgo el número de robustos críos nacidos sin autorización legal Llega a ser asombroso, informa Washington Irving en una de sus obras.

El tiempo pasó y los herederos y las herederas de aquellos altruistas puritanos pudieron vivir "romances de película" y expandirlos por todo el mundo occidental y cristiano, ávido de formar parte del libre mercado del amor. Ese Norte es la mayor potencia mundial exportadora de pasiones vía Internet, muñecas o muñecos inflables y otros adminículos que confirman la universalidad de:

El amor por siempre.

 

 

 

 

 

LA MODA AL SERVICIO DEL AMOR

El amor sentimental necesitó, necesita y necesitará de factores externos a las propias sensaciones: escenografía, vestuario, una ambientación propicia. Uno de los primeros auxiliares es la ropa, que de exigencia para cubrirse y protegerse del clima, pasó a ser compinche de las incitaciones amorosas. Ya en la Edad Media los trovadores pasaron a mostrar las pantorrillas y los muslos y las mujeres los pechos.

Los amores se alimentan con las apariencias y los hombres y las mujeres con el amor y de esta savia vital se aprovechan muy bien los comerciantes de la moda.

El, amor fue, es y será por siempre...

 

 

 

 

EL 12 DE OCTUBRE DE 1492 COLÓN DESCUBRE LA DESNUDEZ

 

DON CRISTÓBAL

Horas después de su llegada al Nuevo Mundo, que por uno de esos inexplicables designios de la Providencia resultó ser nada más y nada menos que el Caribe. Con sus soleadas y tibias playas, su cielo siempre azul, sus aguas de color turquesa, sus palmeras, sus cocoteros, su lujuriosa vegetación, su maravillosa fauna y otros regalos de la naturaleza, llevaron a don Cristóbal a la convicción de haber llegado al Paraíso.

"Ellos andan desnudos como su madre los parió", informan los castellanos.

El desnudo llegó a convertirse en una obsesión que el propio Colón reitera hasta el hartazgo en los informes a su Reina Isabel.

Es de lamentar que los naturales no hayan tenido cronistas que dieran cuenta de sus asombros, los que deben haber sido algo similares a lo que nos produce una transmisión vía satélite de un carnaval de Río de Janeiro, en el que los participantes, con cuarenta y cuatro grados de calor samban eufóricos vestidos y empelucados con principescos y dieciochescos disfraces.

Estas tierras tropicales producen tal frenesí en nuestro cristiano Almirante que lo llevan a describir al planeta tierra con " la forma de una pera, salvo allí donde tiene el pezón, que allí tiene más alto o como quien tiene una pelota muy redonda y en un lugar de ella fuese como una teta de mujer allí puesta, y que esta parte de este pezón sea la más alta y la más propincua del cielo..."

Pero no solo el propio Descubridor se obsesionó con el nativo top less, sino que treinta y nueve de los tripulantes que le acompañaron en su primer viaje le rogaron quedarse ajuntar cocos en el Caribe, y así lo hicieron disfrutando el resto de sus días de unas merecidas vacaciones bajo la cálida sombra de las palmeras, tumbados en hamacas, arrullados por el Mar de las Antillas y el canto y algo más de las aborígenes.

Miguel Díaz, un aragonés que acompañó a Colón en su segundo viaje conoció a la bella Osema y, ante el mutuo deslumbramiento, nació un gran amor del que dan fe dos hijos. Los primeros mestizos legitimados.

La cacica Osema admitió el bautismo y pasó a llamarse Catalina, Además de las numerosas pruebas de amor entregó al elegido de su corazón la receta para curar la sífilis y le mostró el camino hacia el oro, tesoro tan apreciado como el amor. Gracias a este informe Díaz ascendió al cargo de Alguacil mayor de Puerto Rico.

 

 

 

ANACAONA, REINA DEL AMOR

Las naves de Colón recalaron en Santo Domingo. Ese lugar estaba poblado por los Xaraguas y sobre ellos ejercía soberano poder Anacaona, "Reina de Oro" en el lenguaje nativo. Su Excelencia, la Reina, ganó su lugar en la historia no solo por sus dotes de amante, sino por su hábil actuación diplomática.

Nuestro cronista Oviedo la describe: " Era muy deshonesta en el acto venéreo con los cristianos y por esto y por otras cosas semejantes quedo reputada como la más disoluta mujer que de su manera ni otra hubo en esta isla".

Por suerte de esas "otras cosas semejantes" quedaron constancia gracias a Pedro Mártir de Anghiera que la describe como "Mujer educada, graciosa y discretísima, de actitudes conciliadoras y pacifistas".

Anacaona, provista de sus dotes diplomáticas logra conciliar los intereses de su pueblo con los de los descubridores. Tiene sus amores. Un día, cansada de los abusos cometidos por los españoles en contra de su pueblo, promueve una gran conspiración en contra del Gobernador Fray Nicolás de Ovando. Descubierta es ahorcada. La historia no termina, porque, enterada del suceso la Reina Isabel ordena el castigo a los culpables. No se podía esperar menos ya que la reina de oro tuvo como abogado a Fray Bartolomé de las Casas.

Con Colón vino Hernando de Guevara hidalgo andaluz joven, apuesto y seductor, tanto que por su fogosidad y vida licenciosa fue deportado de Santo Domingo. Atrapado por la belleza de las tierras caribeñas, no cumplió la orden de volver a España sin escalas, y, previa prueba de amor que le entregara Anacaona en tibias noches tropicales, se enamoró de la hija de ésta, con quien como era de rigor, previo bautismo en la fe "No fuera el cristiano a caer en pecado con una infiel", vivió un inolvidable romance. Enterados sus superiores de esta ingenua pasión le ordenaron alejarse. Pero nuestro enamorado, movido por su gran frenesí escapó y volvió en brazos de la amada. Planeó una revuelta-en defensa de sus sentimientos. Apresado y encerrado, volvió a huir y al final triunfó el amor: se casó con la elegida y nació una hija legitima: Doña Mencia de Guevara, nieta de la reina del amor.

Comprensibles son estos amores correspondidos, ya que a los españoles no les disgustaba ser apetecibles e interesantes objetos sexuales para las nativas. Al magnetismo que ejercen los triunfadores debe agregarse el deseo reprimido de estos fogosos marineros mediterráneos.

También a los conquistadores les fascinaban estas mujeres, dueñas de reinos y sólidos puentes para cruzar el abismó y acceder así a un mundo desconocido, el mundo indígena.

 

 

EL DESCUBRIMIENTO DEL NUEVO MUNDO DEL AMOR

 

ELLAS, LAS NATURALES

Los naturales y las naturales de este nuestro Nuevo Mundo vivían en sociedades igualitarias en las que el cacique tenía una función más de consejero que de déspota.

La igualdad y la libertad no se alardeaban, no se legislaban en Constituciones, Tratados Internacionales, Leyes, Decretos, Cédulas Reales o Reglamentos, se vivían.

Las y los aborígenes, próximos a la naturaleza, practicaban la libertad sexual muy por encima de los límites institucionales.

Los cronistas del descubrimiento, o mejor, del Encuentro de Dos Mundos, dan cuenta sumamente extrañados de la escasa actividad sexual de los nativos. Cierto grado de represión es un condimento que aviva los deseos.

La mayoría de las sociedades precolombinas no tenían sentido de la propiedad privada y de los celos y mucho menos de la aburrida monogamia tan sermoneada por conquistadores y misioneros pero nunca practicada por unos ni por otros.

Uno de los primeros cronistas del Nuevo Mundo Fernández de Oviedo dice de las naturales: " Son coquetas y limpias, se bañan muy a menudo, sensuales, lascivas, en cuanto maduran sexualmente se tornan bestiales y diabólicas en el curso venéreo..." "Se ponían una barra de oro debajo de las tetas, que se las levanta, todo de oro fino, algunas con figuras de pájaros..." "Este primor y usanza de las mujeres principales del golfo de Urabá..."

"Las mujeres aunque andan desnudas no tienen nada de defectuoso en sus cuerpos hermosos y limpios, aunque son carnosas falta a la par de ellos la fealdad, la cual está disimulada por la buena estatura: una cosa nos ha parecido milagrosa: que entre ellas ninguna tuviera los pechos caídos..." relata Américo Vespuccio.

Nuestro mismo cronista Gonzalo Fernández de Oviedo nos cuenta en memorables páginas, que cuando en Cuba los indios se casan, en la fiesta de bodas, la novia fornica con todos los asistentes y después ella con los puños en alto en señal de victoria, grita: "manicato," que quiere decir soy fuerte y puedo con todos, (no me va a forzar este tipo). El orgulloso marido, contento del talento demostrado por la desposada, aunque acudiera algo cansada al lecho nupcial.

¡Qué absurda conducta comparada con el ideal de castidad proclamado como la más alta virtud femenina! En las sociedades de las que la que eran originarios los conquistadores la valorización de la mujer estaba vinculada a la abstinencia, al recato, al desapasionamiento, a la pertenencia a un solo hombre, propiedad legitimada mediante el matrimonio eclesiástico. Ellos descubren el sexo lúdico, la sensualidad, el erotismo como componentes naturales de las relaciones sexuales y la poca o nula importancia de la decencia virginal. Este descubrimiento les gratifica tanto como el del oro, el de las tierras y el de las otras riquezas. En nombre de los Reyes Católicos cogieron todo.

Ulrico Schmidl también dejó constancia, después de haber experimentado de las delicias de estas tierras y de los descubrimientos. "Las mujeres son muy hermosas y no se tapan parte alguna de sus cuerpos, pues andan desnudas tal como sus madres las parió al mundo" "Son grandes amantes, afectuosas y de cuerpos ardientes", fanfarronea el bávaro.

 

 

"Las partes sexuales de los hombres no son nunca más que de un tamaño mediocre y las de las mujeres son, por el contrario, muy anchas y sus grandes labios inflamados excesivamente, sus nalgas son igualmente muy grandes..." presume Félix de Azara, cronista de estas nuestras latitudes.

Escandalizados descubren los encantos de las naturales, pero, lamentablemente no quedaron crónicas de cuánto disfrutaron del descubrimiento y la conquista de estas tierras no tan vírgenes pero siempre más divertidas que la medioeval sociedad castellana en la que ni en las pinturas aparecía una mujer mostrando los tobillos.

Ponderan el desenfreno de las mujeres como un acto unilateral. Condenan el adulterio de ellas. Disfrutan de una promiscuidad que no se habrían permitido ni en el más erótico y atrevido de sus sueños.

 

ELLOS: LOS ARTIFICIALES

Los conquistadores provenían de una sociedad altamente estratificada, gobernada por la Católica Isabel, que con la cruz legitimó que la espada esclavizara a los nativos, los despojara de vida, bienes y hacienda. Predicaba la monogamia y era ciega, sorda y muda ante los ardores de su Fernando, que desparramara por Castilla numerosos hijos, frutos de adúlteros amores.

El Rey Fernando, Real Cédula mediante, en un arranque de generosidad recomendó, que los naturales no se bañaran con tanta frecuencia que: "Daños pueden causar a la salud tan perniciosa costumbre". Desde luego, teniendo como paradigma a su casta esposa que vivió y murió sin cambiarse la famosa camisa.

Los castellanos, andaluces y extremeños que arribaron a estas orillas eran hombres rudos, gente de guerra, con sus yelmos, armaduras, espada, lanza, adarga, arcabuces y ballestas. Vestidos de rigurosa lana y terciopelo no resistieron las desnudeces de ellas. Tampoco hicieron muchos esfuerzos por conservar la virtud.

Diego de Albéniz de la Cerrada narra que la desnudez de los habitantes: "Los excitó en sumo grado. Aquellas mujeres eran muchas de ellas jóvenes y hermosas, aunque con la piel morena, con los pechos al aire y con las partes pudorosas del mismo modo, sin la menor señal de vello. Los soldados se sintieron fuertemente atraídos y comenzaron a meterse al interior de las viviendas."

"Las indias mirábanlos con no poca extrañeza y curiosidad: aquellos hombres cubiertos de acero, con barbas, llamábanles la atención y la soldadesca satisfizo sus apetitos, sus hambres y sus pasiones.

A la mañana la masa indígena y la masa europea se mezclaron, y se retorcían en la orgía placentera y bulliciosa. Era aquella la tierra de los encantos, de las molicies, de la dulzura..."

Si bien los descubridores y los conquistadores fueron motivados a lanzarse a la aventura en pos del oro y las famosas especias, otra especie de especia los estimuló de forma constante en este encuentro de dos mundos.

Bernal Díaz del Castillo recuerda que un tal Álvarez: "tuvo en tres años treinta hijos con hembras americanas durante la campaña de la conquista de México".

Gonzalo Guerrero, andaluz de Palos de la Frontera, náufrago de una de las expediciones se casó con una aborigen. Invitado por Hernán Cortés no quiso volver a las filas españolas iniciando un proceso de integración en el Yucatán, tarea que le resultó mucho más grata que recoger oro del imperio azteca.

En Chile las huestes al mando de Álvaro de Luna se empeñaron tanto que el capitán informa que en su campamento "hubo semanas en que parieron sesenta indias".

De este prolífico encuentro de dos culturas y de este proceso de integración surgió nuestro continente mestizo.

 

 

 

 

 

 

LOS DESCUBRIDORES SUS EXPLORACIONES

 

ERÓTICAS

Cuando los descubridores recorren por primera vez el río Orinoco, al mando de Alonso de Ojeda, no solo encuentran un Continente, sino entusiasmadas mujeres que los acompañan en la aventura. El propio Ojeda, con ardorosa satisfacción, admite la compañía de la bautizada Isabel hasta que la muerte los separó. Américo Vespuccio, contrabandista florentino, que diera nombre a estas descubiertas tierras y más aún descubiertas féminas, con ese entusiasmo propio de los italianos refiere: " Descansamos una noche en Maracaibo y nos ofrecieron con toda franqueza sus propias mujeres, las cuales nos solicitaban con tanta importunación, que apenas podíamos resistirlas". Debilucha resistencia la opuesta a tentadoras "importunaciones".

Agrega el florentino: "Son lujuriosas en extremo, en especial las mujeres cuyos artificios para satisfacer su insaciable liviandad no refiero por no ofender el pudor". Y la inocencia de los lectores de Américo quedó a buen recaudo.

Vasco Núñez de Balboa, descubridor del océano Pacifico, era hombre con carisma, rubio, fuerte, con capacidad de mando, excelente esgrimista. En resumen un poseedor de dotes fascinantes para ellas, las naturales, que en números difíciles de determinar entraron gustosas a formar parte del harén del capitán. Deslumbrado por estas cualidades, el cacique Chimoé le entregó una hija, la después de recibir el Sacramento del Bautismo adquirió el nombre de Fulvia y ganó el derecho de ingresar al lecho, en el que compartió tantos acaloramientos, que no dudó en traicionar a los suyos al denunciar una conspiración para salvar la vida de su amado. El capitán se supo ganar tales lealtades.

El propio Balboa, sin mirarse al espejo, acusó a sus enemigos ante el Rey, informando que ellos: "Creían que desde la cama han de mandar la tierra y gobernar lo que es menester. Y así lo hicieron, dándose al buen vicio, al de la carne, naturalmente..." El suegro de Balboa, un español de mala leche, harto de los cuernos de la hija y de otros desbordes del capitán, ordenó se lo degollara como un carnero y cumplida fue su voluntad. Trágico fin el de un caballero con tantas cualidades.

Los anales están repletos de similares afanes evangelizadores emprendidos y llevados a cabo por estos voluntariosos caballeros españoles a los que se sumaron gustosos súbditos, vasallos de otros reinos de la Europa del siglo XVI.

 

La tarea integradora superó todo límite.

 

Continúa ... LA CONQUISTA ........

 

 

 

OLGA CABALLERO

Me llamo Olga Ramona y pertenezco a la generación manchada, no tan sólo por el sucio pecado de los placeres sexuales y sensuales. Estigmatizada durante la dictadura por mi militancia a favor de los derechos humanos. Mancillada por mi feminismo. Salpicada por el barro de mi imaginación que teje y entreteje hilarantes comedias protagonizadas por nuestros telúricos políticos, corruptos, pero nuestros.

Qué se podía esperar de la niña que fui. Adornada con sempiternas heridas, frutos de mi recatado ascenso y caída de los árboles en inútiles intentos de imitar a Jane, la novia de Tarzán, logrando con maestría y eficiencia clonar a la mona Chita. Heridas engalanadas de rojo mercurocromo, tanto en las piernas, como brazos y cara, en especial la frente, avecinadas con los hematomas que iban cambiando de color con el correr de los días, hasta que, llegado el invierno era visitada por el dolor de garganta, el azul de metileno, implacable teñía mi sonrisa de ese color tradicional. Ese color de la tinta de uso y abuso y que con la destreza de las manos que se negaban a limitar su ensañamiento con los cuadernos Superación. No, ellas lograban lo que hoy serían obras maestras de la abstracción en distintas zonas del cuerpo y del uniforme. Y sería redundancia describir los días de clases de Dibujo que exigía portar tinta china.

En cualquier estación del año no faltaban las verrugas decoradas con esa barrita llamada óxido de plata, la que, al contacto con la piel, la dejaba bien renegrida. Completaban mis galanuras la violeta de genciana. Tampoco podía faltar alguna fractura de la testa, pelada, eficaz método para combatir los piojos. Excelente ocasión para que los practicantes de Primeros Auxilios mejorasen el aspecto con un montículo de gasa, primorosamente trabajado con hilos de caña de pescar. Si alguna muela abultaba la mejilla la harina blanqueaba el angelical rostro, cuya decoración podía culminar con un pañuelo blanco atajando el maxilar con un primoroso nudo en la cabeza. Vivía en la calle Amambay, zona de tierra colorada que teñía manos pies, dedos y uñas, para no desentonar compraba en el Mercado Cuatro un polvito rojo que venía envuelto en papel de seda con el que me coloreaba las mejillas para imitar a las actrices del novel cine en tecnicolor.

Niñas coloridas éramos las de antes, vestiditas de blanco hasta los zapatos. Blancura, símbolo de pureza infantil perdida en el primer charco, casi tan atrayente como un helado palito, razón por la que no lo podía esquivar.

Tierra fértil, tierra colorada, salpicaba el tailleur fruncido, el que, durante la espera del tranvía para ir a Tuyucuá, a visitar a la abuela, se deshacía casi a la misma velocidad que el moño de organza, el que, al llegar al destino convenido, había cazado los colores de mi barrio, el rojo, y los del de mi abuela el gris oscuro en épocas de lluvia o gris perla en temporada de sequía, colores que arcoirizaban aún más a esta impresentable, más flaca que una modelo, pero sin las ventajas de las siliconas.

Esta nena que salió de su cristiano hogar almidonada y compuesta llegaba a la casa visitada, con la ropa deshecha, teñida ecológicamente con los hermosos colores de la naturaleza y con serias amenazas de que al volver pagaría su desfachatez, y, la pagaba porque una señorita no tiene que chutar las piedras como un varón, abrir las piernas hasta descoser el ruedo del modelo, y, todo por ser así tan machona, ¡qué desastre de señorita iba a ser!.

En el preescolar me compraron la pollera, uniforme del colegio que tuve la ventaja de usar hasta el primer curso, me la cambiaron no porque me haya enaltecido, sino porque cumplió su vida útil.

Mi padre, un obrero sindicalista que por lo menos una vez al mes iba detenido en la Comisaría Tercera, marcó mi vida. A los diez años conocía los nietos de Rafael Barret, quienes me hablaban de la dictadura del proletariado, del nazismo instalado en el Paraguay. Preparada para afiliarme al Partido Comunista, me hablaron del capitalismo yankee, detesté el imperialismo, hasta que, un día confesé mi gran amor por Elvis Presley y mi pasión por las películas americanas, con lo que me gané el repudio de quienes perdieron el tiempo en adoctrinamientos inútiles, ya que mi amor por Elvis crecía. Mi amor crecía y yo no.

Perdí la oportunidad de ser la más joven militante paraguaya del Partido Comunista, todo por amor.

Privilegiada generación a la que pertenecí: teníamos al Che Guevara vivo, las pastillas anticonceptivas, las villas cariños: camino al Aeropuerto, en Urbanizaciones, novios con escarabajos, autocines con películas en pantalla y en todo el vecindario, y lo más importante, no había SIDA.

Mejoró la situación económica y esta degeneración manchada tuvo un nido de amor cerca de lo que fuera Textilia, el Caracol para bailar y el caracolito para conversar en la intimidad, como nos proponían nuestras pícaras parejas. Proposiciones y picardías que eran objeto de una breve y tímida resistencia, no sea que cambiaran de idea.

Comencé tres carreras, Derecho, Notariado y Servicios Sociales, hoy Ingeniería Social, por amor me casé con la justicia, experimenté el monstruo desde dentro, ese que la deshonra, me divorcié de esa comparsa de abogados, miembros de corte jueces inferiores, superiores, fiscales llamados generales por razones cuarteleras, fiscalillos, Auxiliares de la justicia confundida ésta con posesión de cuentas de ahorros Off Shore y descuentos y desposesiones de los que peregrinan a la búsqueda de ese bien con la que me unen lazos apasionados y duraderos. No sucedió lo mismo con mi matrimonio con un porteño-español, y, fieles al himno paraguayo: «Nuestro brío nos dio libertad.»

No soy investigadora, pero publiqué tres libros que lo cientistas sociales califican de una buena pieza literaria y los escritores de excelente información sociológica. No soy periodista pero escribo en diarios y revistas nacionales y extranjeras. Conduzco un programa de radio. No soy escritora, pero escribo cuentos de verdad y muchas comedias y novelas virtuales, o sea de guaú, porque sólo están en mi mente.

Dicen que hay plagio cuando se copia un libro y cuando se transcriben varios ipso pucho se convierte en investigación científica. «EL AMOR POR SIEMPRE» me ha elevado al podio de las investigadoras por decisión personal, por exceso de libros leídos y por el status que conlleva esta expresión.

No sé exactamente qué es un status, pero me seduce, casi tanto como a Any que también quiere eso. Esperamos que la publicación ilustre y divierta a lectores y a lectoras.

EL AMOR POR SIEMPRE es bello por insensato y porque Any le sumó la tierna y alocada interpretación gráfica de su humor. Vidalia aportó su cuota de irreflexión y a partir de hoy las tres queremos que el amor por siempre esté en todos los hogares monogámicos, poligámicos, poliándricos, legalmente constituidos o extra legem y cuantas otras formas surtidas de familia existan, porque está demostrado que los corruptos no sienten las delicias de un orgasmo, que son impotentes, semi impotentes, es decir, incapaces de amar.

Olga Caballero Aquino

 

 

ANY UGHELLI

Como su nombre lo indica es una mujer y su apellido, si bien siciliano, no autoriza a nadie a involucrarla con la "Cosa Nostra" o alguna mafia similar, equivalente, análoga o aproximada sea ésta propiedad de nuestro folklore o de este planeta globalizado.

Ella es de profesión arquitecta y, a pesar de haber obtenido la tentadora oferta de adquirir un título mau, tuvo que estudiar y rendir todos y cada uno de los exámenes durante los seis años que demandan esa profesión por falta de recursos económicos que le hubieran permitido ahorrar esfuerzos y dedicarse a su vocación de humorista. O sea, era una estudiante como otras y otros sogüé.

Consciente de las desigualdades entre hombres y mujeres, entre ricos y pobres (no pudo comprarse el título de arquitecta), cuando otros disfrutaban ese privilegio sin esfuerzo alguno) trató de inculcar feminismo que es igualdad y sufrió la soledad de los líderes de verdad, nadie le daba la más mínima pelota. Planeó cómo se podría producir el efecto dominó en el Paraguay, es decir, que el hombre que domina deje de dominar. Sentada en el pasto del Jardín Botánico una tarde de domingo, todos los ángeles, arcángeles y serafines le mostraron el camino del chiste, le hormiguearon las manos y dijo-Soy una iluminada-cuando se dio cuenta que era objeto de ataque de las hormigas coloradas, no de esas que se reúnen en la calle 25 de Mayo, sino las autóctonas "akeké".

El asalto de esos simpáticos integrantes de la cadena de la naturaleza no la amilanaron y siguió el sendero del humor en la certeza de que era una iluminada. Proveída de algunos lápices de papel y otros de colores dibujó, dibuja y dibujará. Interpretó, interpreta e interpretará las situaciones que cotidianamente padecemos las mujeres.

Situaciones cotidianas propias de ese género, descalificaciones, reprobaciones, descréditos, reproches de la que somos víctimas y de las que en la generalidad de los casos y por esas cosas de nuestra vida de mujer, no somos o no queremos ser conscientes.

Situaciones que con los dibujos de Any nos producen un retortijón, una especie de despertar de una linda siesta con un balde de agua caliente en el mes de enero. Y de forma inmediata las mujeres nos identificamos con sus personajes y los hombres masculinos provistos de ese aditamento que tanto les enorgullece se preguntan: pero ¿es que nosotros somos así?. Sí, son así, tanto que recién y, después de largos años de trabajo, en el año 2000 Any fue invitada por sus colegas machos a integrar ese club falocéntrico hasta que se incorporó esta representante del otro equipo.

Nuestra humorista tiene la certeza de ser la progenitora de ROSENDA, certidumbre que proviene de que sólo la maternidad es cierta y la paternidad un acto de fe.

Rosenda es un paradigma para muchas jóvenes, aquellas que no se atreven a vivir una vida autónoma y las que siguen esperando al príncipe que las despierte con un beso del largo sueño con que esta sociedad nos ha narcotizado a las mujeres para tenernos prisioneras en la trampa de la vida doméstica, de la doble jornada y de la doble moral mientras ellos se ocupan de los asuntos públicos bien proveídos de los instrumentos que todas y todos conocemos.

Any sueña un planeta en el que el efecto dominó se generalice y que el varón no domine más y juntos ambos los dos, diferentes y complementarios construyamos con amor y mucho sexo seguro, seguro desde la revelación del milagro llamado Viagra la cultura de la paz, el desarrollo y la igualdad.

Gracias, Olga Caballero por escribir algo sobre mí.

 

 

 

 

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