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ROBERTO PAREDES RODRÍGUEZ
  LOS SUCESOS DE CAAGUAZÚ - Obra de ROBERTO PAREDES


LOS SUCESOS DE CAAGUAZÚ - Obra de ROBERTO PAREDES

LOS SUCESOS DE CAAGUAZÚ

 Obra de ROBERTO PAREDES

 

 

PRESENTACIÓN

 

            La historia de "los sucesos de Caaguazú" nunca fueron bien conocidos, debido al manto que la propia dictadura trató de arrojar sobre los mismos.

            Después de 20 años, sin embargo, el compañero Roberto Paredes, a quien le tocó de cerca la experiencia, se dispuso a preparar este libro, que en lo esencial recoge los elementos fundamentales para entender los alcances de la lucha que en aquel entonces se planteó.

            Que el trabajo presentado hoy al público sirva para reflexionar sobre la experiencia y sobre las luchas futuras de nuestro pueblo por un país mejor, en el que todos tengamos la posibilidad de crecer.

            Aparece en un momento oportuno, no por tratarse de un aniversario más, sino por los desafíos que enfrentan las organizaciones sociales en la actualidad. Que su lectura estimule el análisis y el debate; con eso, el aporte se tornará concreto y palpable.

            CRISTINA SOTELO

 

 

SUMARIO

 

CAPITULO I

MARCHA TRUNCADA

CAPITULO II

ANTECEDENTES INMEDIATOS

CAPITULO III

BALANCE FINAL

ANEXO I

LA COLONIZACIÓN

ANEXO II

UNA COMBATIENTE PRECOZ

 

 

CAPITULO I

 

MARCHA TRUNCADA

 

            Como tratando de tapar el sol con la mano, el gobierno de Stroessner tomó todas las medidas a su alcance, para impedir que la ciudadanía pusiese conocer a fondo los hechos ocurridos entre Alto Paraná y Caaguazú, entre el 8 y el 11 de marzo de 1980. Se prohibió el viaje de periodistas a la zona, así como de parlamentarios y políticos.

            Tal fue así, que los llamados "Sucesos de Caaguazú" dieron origen -en la época- básicamente a tres versiones:

1.         "... un grupo de campesinos asaltó un ómnibus de la empresa "Rápido Caaguazú", con el fin de trasladarse a la capital para protestar ante el gobierno por el despojo de que estaban siendo amenazados por Olga Mendoza de Ramos Giménez (esposa del general Ramos Giménez), quien reclamaba para si las tierras por aquellos ocupadas" (Acuerdo Nacional, Comité de Iglesias)

2.         "... un grupo de malvivientes, armados de revólveres y armas blancas, asaltó un ómnibus... y despojó a los pasajeros de joyas y dinero…" (Ministerio del Interior, Partido Demócrata Cristiano)

3.         "... un grupo guerrillero asaltó un ómnibus para dirigirse a la ciudad de Caaguazú, donde tenían pensado tomar la filial del Banco Nacional de Fomento, con el fin de obtener recursos para distribuir semillas, herramientas..." Partido Comunista Paraguayo - pro chino)

            De las tres versiones, la que más se aproximó a una explicación más exacta de lo ocurrido fue la del Partido Comunista, dirigido por Oscar Creydt, lo que se explica, en gran medida, por el hecho de que uno de los líderes del alzamiento fue nada menos que uno de los miembros del propio Secretariado Político del Comité Central de la organización, el "camarada" Gumercindo Brítez Coronel.

            Los sucesos ocurridos en aquella oportunidad dieron lugar a muchas versiones, por lo que a partir de testimonios de protagonistas vivos, en este breve trabajo se trata de reconstruir los hechos con un alto grado de fidelidad, de modo que su divulgación contribuya a rescatar parte de la historia de la resistencia popular al stronismo.

            Definitivamente, los "Sucesos de Caaguazú" configuraron un intento de resistencia armada al gobierno del general Alfredo Stroessner, y como respaldo irrefutable a esta afirmación resulta más que ilustrativa la amplia documentación existente en el llamado "Archivo del Terror", en que aunque de manera confusa, y a veces hasta contradictoria, se puede acceder a reproducciones de declaraciones e informes que dan cuenta de la orientación y finalidades de la lucha emprendida por los campesinos de la colonia Acaray-mi.

            Los hechos en sí se desarrollaron de la siguiente manera:

            Eran aproximadamente las 20:00 horas del día 7 de marzo de 1980 cuando salieron de la colonia Acaray-mi. El total de combatientes sumaba 20, entre los cuales varios menores. Nada temían; más bien había una firme determinación en sus ánimos.            Los planes iniciales del grupo eran bien concretos y estaban claramente definidos: el primer paso sería tomar un ómnibus para trasladarse hasta "Campo 8", donde después de asaltar un establecimiento comercial, para munirse de víveres y armas, seguirían viaje hasta Caaguazú.

            Ya en Caaguazú se tenía programado acercarse a la "compañía Costa", donde se sumarían otros hombres.

            De ahí se tenía planeado marchar hasta "Chaco-ré", donde se pensaba establecer la base de operaciones principal de la guerrilla.

            Ciertamente, se había conversado sobre la posibilidad de realizar una operación de "recuperación" en la ciudad de Caaguazú, en la filial del banco Nacional de Fomento, de modo a obtener recursos suficientes para compra de armas y víveres, así como para asistir a los pobladores de Acaray-mi.

            El plan general preveía organizar varias columnas pequeñas, que actuarían como focos de hostigamiento y debilitamiento de las fuerzas enemigas...

            Atravesaron el arroyo en una canoa, que los transportó en varios viajes. Todos vestían desteñidos uniformes militares y portaban armas de bajo calibre -revólveres y rifles-, además de cuchillos.

            Antes de salir, el líder del grupo, Victoriano Centurión, había hecho una corta arenga: "Ya nada tenemos que esperar, debemos salir a combatir con la firme convicción de que la lucha no debe parar hasta el triunfo final...".

            Desde la colonia hasta la ruta VII -primer objetivo- se extendía un camino de tierra de 17 kilómetros. La columna de alzados comenzó a desplazarse por él, sin pausa pero sin prisa. Caminaron a ritmo normal, en columna desordenada, con cierta aflicción pero decididamente.

            A pocos kilómetros surgió un imprevisto: se encontraron con el capataz de una arenera de la zona, a quien detuvieron y obligaron a que los acompañaran. En el transcurso fueron discutiendo sobre cómo proceder con él. "Hay que matarlo, pues puede delatarnos", sostenían unos. Sin embargo, primó el criterio de dejarlo en libertad cerca de la ruta, cuando la información que pudiera proporcionar a las autoridades ya para nada sirviese. Y así lo hicieron.

            Los alzados llegaron a la ruta cerca de la medianoche. Todo estaba saliendo como se había previsto.

            El grueso de la columna se puso al costado de la ruta, y tres de los combatientes se dispusieron a detener al ómnibus. No pasó mucho tiempo hasta que los fuertes faros de un vehículo pudieron ser divisados desde lejos. Los hombres apostados sobre la carretera dieron la orden de parar, y ni bien se detuvo el ómnibus, que era un transporte de pasajeros de la línea Rápido Caaguazú, se levantaron los demás hombres de la columna guerrillera y abordaron rápidamente.

            Los pasajeros se asustaron y varios entraron en pánico, comenzando a gritar. Centurión pidió que se callasen y les dijo: "Somos guerrilleros contra Stroessner, que cansados de pasar hambre y necesidades hemos decidido poner fin a la opresión...". Al principio, el conductor ensayó cierta resistencia a llevarlos, pero un revolver firmemente colocado en su nuca lo hizo cambiar de actitud. "Tenemos prisa, pise a fondo en el acelerador", ordenó Gumercindo Brítez, el número dos.

            Se les pidió a los pasajeros que se identificaran, quienes pese al miedo respondieron positivamente. El vehículo, cuyo destino final era Asunción, se desplazaba rápidamente.

            Centurión se aproximó al conductor y le explicó brevemente los motivos del por qué se estaban levantando contra el gobierno. El conductor se mantuvo calmo, manifestó ser opositor y se dispuso a cooperar.

            "Nosotros vamos a bajarnos en el kilómetro 200 -le dijo Centurión-, pues nos iremos a recuperar unos rifles automáticos de una colonia mennonita, de modo que podamos tener mejores armamentos". El conductor respondía con frases cortas, tipo "está bien", "si"..., no hacía comentarios, temiendo por su propia suerte.

            Cuando se aproximaron a "Campo 8", donde tradicionalmente los ómnibus eran registrados por funcionarios del Ministerio de Hacienda destinados al control del contrabando, los alzados pudieron ver a los agentes, que ordenaban detenerse. Brítez dijo al conductor que no se detuviese.

            Ni bien pasaron la barrera, sin embargo, los funcionarios del Ministerio de Hacienda se movieron. En un coche oficial siguieron al ómnibus. Brítez se percató rápidamente y comentó en voz alta: "Ya tenemos problemas".

            Desde el coche, los agentes de represión al contrabando daban insistentes señales de luces, de modo que el ómnibus se detuviese. Brítez preparó su rifle, y desde una de las ventanillas comenzó a disparar sobre ellos. Otros hicieron lo mismo. El tiroteo fue corto, y el coche que llevaba a los agentes de Hacienda encostó rápidamente. Uno de ellos estaba levemente herido. Entre confundidos y asustados, no supieron cómo reaccionar.

            Centurión pidió al conductor que se apresurara. Lo hizo, sin poner peros.

            Ya en Caaguazú, a la altura del kilómetro 200, los alzados abandonaron el ómnibus, que prosiguió su camino, más raudamente aún. Algunos pasajeros tuvieron ataques de llanto, pese a que la incertidumbre sobre lo que les esperaban prácticamente había desaparecido. De todos modos, acababan de vivir una experiencia muy fuerte, que nunca irían a olvidar.

            La columna se internó por un camino de tierra, rumbo a la colonia mennonita, donde irían a rescatar las armas automáticas. Durante el breve transcurso de 200 metros, sin embargo, hubo una drástica contraorden. Centurión había escuchado la advertencia de Sotelo: - El conductor puede delatarnos y no vamos a tener condiciones de escapar -. "Vamos a retornar", dijo, lamentando profundamente el hecho de haber comentado al conductor del ómnibus sobre los planes inmediatos.

            Los 200 metros de retorno se hicieron a pasos rápidos. Varios de los alzados estaban muy confundidos, pero ya nada se podía hacer; la suerte estaba echada.

            Atravesaron la ruta y se internaron en dirección contraria, sin rumbo definido. A poco de ingresar en el monte, la marcha se tornó más lenta, pues resultaba difícil avanzar. Para peor, se encontraron ante un estero, por el que pasaron decididamente. Estaban mojados y sucios.

            De pronto alguien avisó que faltaban dos: los hermanos Arcadio y Felipe Flores. Convencidos de que se habían extraviado, se improvisó una rápida operación de búsqueda. El esfuerzo fue en vano, pues no había la menor señal sobre ellos. Como una hora después desistieron del intento. En pocas horas iría a clarear y aún se encontraban en una posición extremadamente expuesta. Siguieron avanzando.

            Al amanecer se percataron de que no sería prudente proseguir la marcha, pues corrían el riesgo de ser vistos. Por otra parte, se sentían extenuados.

            "Vamos a buscar un lugar seguro para resguardarnos y descansar", dispuso Centurión. Todos asintieron, pues algunos sentían dolores en las piernas y mucho sueño. Como estaban sobreexcitados, sin embargo, solo algunos pudieron dormir.

            Centurión llamó a Gumercindo Brítez y a Estanislao Sotelo a cierta distancia, y se pusieron a hacer planes:

            - Iremos hasta la compañía Costa, donde podremos conseguir víveres y tal vez algunos compañeros dispuestos a acompañarnos - propuso.

            - No creo que eso sea conveniente -replicó Sotelo-, pues la represión ya debe estar alerta y comenzarán a buscarnos.

            Gumercindo Brítez -quien no conocía la zona- se puso a hacer reflexiones generales, asegurando que sí tomaban todas las precauciones no había riesgo de que temer: - Tenemos que andar a la noche y escondernos durante el día; no creo que puedan encontrarnos -.

            La conversación fue corta, pues rápidamente se percataron de que ya estaban siendo buscados. Nada vieron, pero pudieron escuchar ruidos de motores de vehículos y voces. "Carajo! -dijo Centurión- reaccionaron muy rápidamente".

            De hecho, en plena madrugada las autoridades tuvieron acceso a la información, por tres fuentes: por una parte, el conductor se detuvo en Caaguazú y denunció el hecho; por otra, el capataz de la arenera también fue denunciar; y, finalmente, el personal de Olga Mendoza de Ramos Giménez se acercó a proporcionar todos los datos que conocían sobre los posibles involucrados.

            "Los quiero a todos, vivos o muertos", dispuso el propio presidente Stroessner, quien fuera avisado a eso de las 03:00 de la madrugada. Tomo el teléfono y llamo al general Benito Guanes Serrano, jefe del Servicio de Inteligencia Militar. "Mire Guanes -le dijo-, quiero que usted personalmente se dirija a la zona y quiero que me informe, personalmente, cada una hora sobre lo que pasa".

            Hasta ese momento, las informaciones eran imprecisas: no se sabía el número exacto de los alzados, si tenían vinculaciones en otras zonas, el tipo de armamentos que portaban.... Por cualquier cosa, todo el sistema de seguridad fue reforzado. Pastor Coronel, jefe del poderoso Departamento de Investigaciones, también fue informado, y en plena madrugada movió a sus principales hombres: "Llámelo a Cantero inmediatamente -ordenó al guardia del Departamento- y dígale que se presente; hay guerrilla en Caaguazú". Estaba visiblemente nervioso, pues pese a la inmensa red de informantes que trabajaba para él, nada sabía.

            Durante la mañana del 8 de marzo poco o nada se sabía, pero un ambiente especial se vivía en la capital, en Caaguazú y en Alto Paraná. Algo había sucedido.

            Caaguazú fue invadida por fuerzas militares y policiales. Se estima que sólo los uniformados ascendían a 5.000 efectivos. Helicópteros artillados sobrevolaban la región, en una operación que todo indicaba sería una verdadera cacería humana. Durante la mañana se organizaron milicias civiles. La orden era clara: los alzados debían ser entera y definitivamente derrotados.

            El general Benito Guanes Serrano estableció su centro de operaciones en la casa de la familia Collante, en el kilómetro 202. Los oficiales al mando de las tropas recibieron instrucciones precisas: - Quiero que rastrillen a ambos lados de la ruta, hasta encontrarlos; si resisten, actúen sin contemplaciones-.

            La colonia Acaray-mi fue ocupada inmediatamente por fuerzas militares y policiales. Un helicóptero artillado sobrevoló la zona, para después posar en el centro. Fuertemente armados, centenas de militares invadieron el poblado, y se procedió a la detención de todos los hombres del lugar; cada uno de los ranchos fue pormenorizadamente registrado, rescatándose de los mismos todo elemento que podría resultar peligroso o sospechoso: armas blancas y papeles, por ejemplo.

            Los asustados pobladores fueron sometidos a prolongados interrogatorios.

            Los planes, originales de los alzados ya resultaban irrealizables a esa altura: no estaban ni estarían ya bien armados, estaban ante insalvables dificultades para aproximarse a casas de eventuales amigos o conocidos.

            Para el mediodía la adversidad ya estaba plenamente instalada, y los alzados eran conscientes de la situación. Gumercindo Brítez pidió a todos que guardaran silencio: -Está todo complicado, pero podemos salir adelante, toda vez que nuestros movimientos sean los más prudentes. La cuestión fundamental es no caer en la desesperación -.

            Entre Centurión, Brítez y Sotelo establecieron las reglas básicas a ser seguidas. "En primer lugar -dijo Centurión-, durante el día nadie hará movimientos que puedan alertar sobre nuestra posición. En segundo lugar, es necesario que rompamos el cerco; no creo que sean muchos, ni que estén en todas partes".

            Los otros concordaron con las cuestiones básicas, pero alertaron a Centurión sobre la posible gran envergadura de la vigilancia represiva. Nadie tenía informaciones concretas ni indicios claros sobre la cantidad de hombres que podrían estar buscándolos, pero el permanente sobrevuelo de helicópteros y el frecuente ruido de movimientos de vehículos indicaba que la búsqueda era llevada adelante por mucha gente.

            (De hecho, si bien durante los años 1974, 1975 y 1976 se dieron detenciones masivas de militantes y dirigentes de organizaciones de izquierda (EPR, MOPAL, PCP, OPM, PORA), en todos los casos, invariablemente, se trataron de proyectos abortados; casos en que a la policía política cupo el papel de desbaratar las organizaciones. Las Fuerzas Armadas no habían sido llamadas a intervenir.

            A diferencia de los casos referidos, sin embargo, era este se trataba de un alzamiento armado concreto, cuya extensión y potencialidad no se conocían. No había informaciones, por ejemplo, acerca de que se trataba de una sola columna - podrían haber otras-, ni se tenía detalles sobre los armamentos de que podrían disponer.

            Stroessner solía repetir hasta el hartazgo que "a los enemigos hay que derrotarlos de manera contundente y definitiva". Y la movilización que ordenó en marzo de 1980 no confirma sino esa filosofía, pues además de la enorme concentración de tropas en Caaguazú y la invasión de la colonia Acaray-mi, todas las unidades militares y policiales del país fueron puestas en estado de alerta, prontas para intervenir) .

            Ya bien entrada la noche, cuando el silencio se tornó más pesado, los alzados comenzaron a moverse. Lo hicieron de manera lenta, cuidadosa, sin prisa, pero con la expresa intención de tomar la mayor distancia posible de los lugares que presumían estaban más controlados.

            No tenían alimentos ni agua, pero como estaban habituados a pasar hambre, supieron soportar. Centurión -por su parte- les aseguraba que sí llegaban a romper el cerco del control represivo, podían contactar con conocidos y proveerse de víveres suficientes.

            La lenta marcha se prolongó durante toda la madrugada del 9 de marzo, pero apenas habían avanzados algunos kilómetros, pues el extremo cuidado que tenían que tener, para no ser descubiertos, y la adversidad del terreno en que se movían, así lo condicionaban.

            Cuando ya estaba por clarear, buscaron lo que se llama una isla -tupido montecillo, en medio de un descampado-, posición que ofrecía la ventaja de poder controlar fácilmente el movimiento del adversario, con ínfimas posibilidades de ser descubiertos.

            En el transcurso de esa mañana pudieron constatar que el operativo represivo era de gran envergadura. El gobierno había reaccionado con todas sus fuerzas. Gumercindo Brítez no pudo ocultar su satisfacción: - Ya hemos conseguido que se mueva esta estructura, con todas sus piezas, con todas sus fuerzas. A nosotros no nos queda otro camino que recoger el lema de "vencer o morir" no tenemos otra alternativa.

            A la tensión se fueron sumando otros factores de desgaste para los integrantes de la columna: las necesidades de comer y de beber, de descansar adecuadamente. No había debilidad en las convicciones, sino signos claros de agotamiento, pues el cuerpo se resiente cuando se lo somete de manera permanente a precarias condiciones de existencia.

            En el terreno adversario la situación tampoco era de las mejores, pues si bien los soldados, milicianos y agentes disponían de abundante alimentos y agua, el nerviosismo ganaba progresivamente cuerpo, pues la búsqueda resultaba infructuosa.

            Por otra parte, manejaban datos que los confundían. De acuerdo con las informaciones que hablan extraído de los interrogatorios, habría gente vinculada a los alzados en Asunción, así como en otras regiones del país: Cordillera y el Norte.             "Guerrilha no Paraguai" anunciaba la prensa brasileña, abultando la envergadura del levantamiento, con informaciones necesariamente imprecisas. Informaban fidedignamente, no obstante, sobre la fuerte reacción del gobierno: la movilización de militares, policías y milicianos, sobre todo en la zona de Caaguazú.

            Guanes Serrano, desde la casa de los Collante, se mantenía en permanente contacto con Pastor Coronel, quien en Asunción movía a todos sus hombres para tratar de esclarecer sobre el origen y las posibles vinculaciones de los alzados. Rápidamente pasaron copias de las fichas policiales de Victoriano Centurión, Estanislao Sotelo y Gumercindo Brítez, todos con antecedentes, así como de los otros citados en los interrogatorios.

            De acuerdo con el mapa trazado inicialmente por la policía política, el movimiento se extendía a por lo memos seis regiones del país: Alto Paraná, Caaguazú, Misiones, Cordillera, Norte y Capital. De las declaraciones de los primeros detenidos pudieron deducir que la conducción nacional estaba compuesta por 6 miembros: Victoriano Centurión, Gumercindo Brítez, Samuel Frutos, Marcial Britos, José Parra y Roberto Paredes.

            Stroessner dispuso que se tomaran todas las medidas necesarias para controlar el alzamiento: hubo acuartelamiento en todas las unidades militares y policiales del país, se reforzaron los esquemas de seguridad del Palacio y la residencia presidencial, se incrementaron los efectivos y los controles en las fronteras.

            La versión oficial -divulgada en la mañana del 9 de marzo- fue la de que "un grupo de malvivientes había asaltado un ómnibus, y luego se había internado en los montes de Caaguazú". No obstante, rápidamente se extendió por la capital la versión de que se trataba de un alzamiento armado de campesinos contra el gobierno de Stroessner. Las informaciones eran confusas y hasta contradictorias; muchas, obviamente, fantasiosas.

            El día 9 transcurrió sin novedades. A nivel oficial, el nerviosismo ganaba fuerza, pues no se tenía el menor rastro sobre el paradero de los alzados. Estos, por su parte, se habían mantenido silenciosos y alertas durante todo el día.

            Gumercindo Brítez había sugerido montar un sistema de control rotativo, de modo que existiese una guardia permanente, para avisar a los demás sobre eventuales aproximaciones de las fuerzas enemigas. Se aceptó, y así, mientras algunos reposaban, cuatro de los alzados montaban guardia en los diversos puntos.

            Hasta ya bien entrada la noche, de lejos podían escuchar gritos y movimientos de personas. Se trataba sobre todo de los milicianos, a los que se proveía de abundante aguardiente, de modo a mantenerlos despiertos y animados.

            Durante la madrugada del 10 siguieron avanzando, sin rumbo definido. El hambre  y la sed se hacían sentir con más fuerza, por lo que no anduvieron mucho. Pese a que supuestamente descansaban durante el día, sentían mucho sueño.

            Se detuvieron en un lugar seguro y silencioso, y allí se desarrolló una larga discusión entre los principales líderes del alzamiento.

            - Tenemos que buscar una manera rápida de conseguir agua y alimentos; esto se está volviendo insoportable- manifestó Sotelo, quien poco hablaba, pero cuyas advertencias eran tenidas muy en cuenta.

            - Qué opinás vos? -, preguntó Centurión a Gumercindo Brítez.

            - Da la impresión de que esta zona está minada por elementos represivos Yo no conozco el lugar, no tengo la menor idea acerca de hacia dónde ir, y de cómo podemos obtener alimentos-, respondió.

            - Yo conozco bien la región, tengo amigos y conocidos, pero resultará difícil acercarnos a ellos, pues hay muchos elementos represivos...-, dijo Centurión.

            La conversación se extendió por más de una hora, especulando fundadamente los tres que los hermanos Flores tuvieron que haber sido detenidos, y que habrían dado datos a los militares sobre la idea de acercarse a la compañía Costa. No resultaba prudente, entonces, mantener dicho plan.

            - Creo que lo que más conviene es regresar e internarse al otro lado de la ruta. Tal vez ahí, bajo un control menor podamos conseguir resolver todos los problemas, tanto de alimentos como de armas-, sostuvo Centurión.

            - Estoy de acuerdo. De hecho, los militares policías deben estar concentrados en esta zona, rastreando todos los lugares: Si seguimos aquí, tarde o temprano vamos a tener que enfrentarnos a ellos, y no estamos en condiciones de salirnos bien. Si conseguimos despistarlos, sin embargo, nuestras posibilidades serán mayores-, concordó Brítez.

            Sotelo ensayó algunas dudas, sugiriendo inclusive que podrían dispersarse, pero finalmente estuvo de acuerdo, pues la situación general era insostenible y alguna salida habría que encontrar.

            Reunieron a todos los componentes de la columna y explicaron el nuevo plan. Se aceptó, prácticamente sin objeciones, pues nadie tenía idea acerca de que otra cosa hacer.

            Iniciaron entonces una lenta y silenciosa caminata de retorno. No pudieron andar mucho, pues como ya estaba por amanecer se empeñaron por encontrar un lugar seguro donde pasar el día.

            Varios ya no conseguían ni siquiera conciliar el sueño, pues se encontraban en estado de extrema excitación. El hambre los obligaba a buscar cualquier tipo de hierbas para masticar. Ni siquiera encontraron animales, y aún que los encontraran, nada hubieran podido hacer, pues cualquier disparo o alboroto harían con que llamaran la atención de los adversarios.

            El día transcurrió pesado; los minutos transcurrían muy lentamente. No veían la hora de que llegara la noche para poder acercarse a la ruta, y de ser posible atravesarla e internarse al otro lado.

            En el campo adversario el día fue igualmente pesado. La falta de resultados, de avances en la investigación, de indicios sobre dónde podrían estar los alzados, causaba pesadumbre no sólo en el general Benito Guanes Serrano, sino hasta en el propio presidente.

            - ¿Qué pasa Guanes? ¿Cómo es posible que no se haya avanzado prácticamente nada para detener a esos terroristas?-, pregunto irritado Stroessner al jefe de la Inteligencia Militar, en una comunicación por radio.

            - Estamos haciendo todo lo posible, señor presidente, pero parece que los tragó la tierra -, respondió Guanes Serrano.

            - Pero que tierra ni qué carajo los va a tragar. No es posible que teniendo tantos hombres con usted, y con una red de informantes enorme, no se avance en nada para saber dónde están escondidos esos miserables -, replicó Stroessner, y cortó.

            Stroessner andaba particularmente nervioso en esos días. Paseaba por los corredores de "Mburuvicha Róga" y meditaba a solas. "Todos los días se me acercan mis colaboradores más cercanos para asegurarme que el pueblo está conforme con mi gestión, y ahora esto. ¿Qué mierda estarán haciendo para que hasta criaturas se levanten en armas ahora contra mí?".

            Durante los años 70, cuando se produjeron varias represiones, había asistido a algunos interrogatorios, pero nunca se había interesado en conocer todos los detalles de los varios casos, pues tenía una confianza ciega en el sistema de control que había montado Pastor Coronel. Este caso, sin embargo, le había despertado mucho interés, y le había ordenado al jefe de la Policía, el general Alcibíades Brítez Borges, que le suministrara informaciones diarias sobre las actuaciones tanto de la policía política como de los militares.

            Y durante tres días consecutivos, el 8, el 9 y él 10, terminó de leer los esquemáticos informes con un gesto brusco y un "carajo" de lleno en la boca, pues invariablemente daban parte de "paradero desconocido" sobre los alzados.

            En la capital, la usina de rumores funcionaba a todo vapor. En los círculos de oposición abstencionista y en los corrillos del Poder Judicial -fuente inagotable de chismes y especulaciones- se tejían todo tipo de conjeturas. Unos sobredimensionaban el alzamiento, otros inventaban historias de todo tipo. Lo cierto es que el suceso habla despedazado el ritmo rutinario de la vida asuncena.

            Durante la noche del día 10, los alzados hicieron una reunión general, en la que los líderes explicaron que el plan era atravesar la ruta e internarse hacia el norte. Se presumía que en esa zona los controles eran menores, y que se podían solucionar todos los problemas. Centurión explicó:

            - Es evidente que Stroessner metió a todo su ejército y a toda su policía para buscarnos. La situación es difícil, pero no podemos dejarnos derrotar con facilidad. De hecho, ya hace tres días que estamos internados en el monte sin que puedan dar con nosotros, y si logramos romper el cerco, lo más seguro es que podamos resolver tanto el tema de los alimentos como el de las armas.

            Gumercindo Brítez expuso extensamente sobre las medidas de seguridad que se debían respetar, destacando que la disciplina del grupo había sido fundamental para mantenerse vivos hasta ese momento.

            - Es imposible que nos descubran si actuamos con mucha prudencia. Compañeros, ya no podemos renunciar a la lucha, pues de ser tomados seremos aniquilados -, concluyo.

            Todos se ratificaron en el compromiso de seguir hasta el final, pero se hicieron especulaciones acerca de qué medidas tomar en caso de ser descubiertos. Se dividirían en cuatro pequeños grupos, y tomarían diversas direcciones.

            Ya bien entrada la noche, comenzaron a marchar con dirección norte, o sea, hacia la ruta. Fueron largas horas de pesada caminata. Cerca del amanecer divisaron una isla, muy próxima a la ruta, como a 200 metros, y decidieron esconderse en ese lugar. Se trataba de un pequeño, pero tupido montecillo, bastante seguro. No es que no tuvieron tiempo para atravesar la ruta. Consideraron más prudente esperar a que llegara el día, de modo que pudiesen tener una idea clara del nivel de movilización de las fuerzas enemigas, posiciones de las mismas, sistemas de guardia y movimientos.

            Al clarear el día 11, pudieron constatar la presencia masiva de soldados en la zona, pues los movimientos eran permanentes y frecuentes. Desde donde estaban, Sotelo y Brítez se turnaron para controlar el movimiento sobre la ruta.

            Lo paradójico del caso es que por primera vez estaban efectivamente cercados por fuerzas enemigas, pero como nunca estaban bien seguros, pues por la proximidad, ni se cruzaba por la cabeza de los grupos represivos, que podrían encontrarse allí. De hecho, el día 8 ese lugar había sido meticulosamente rastrillado, y se había comprobado fehacientemente que ni siquiera habían pasado por allí.

            Benito Guanes Serrano, desde la casa de los Collante, se encontraba sumamente nervioso. Había pasado un día más sin que tuvieran siquiera un sólo indicio sobre dónde se encontraban los alzados, y no tenía respuestas para el presidente, cuya llamada esperaba para cualquier momento. Tres días sin dormir bien, tres días sin pistas, tres días de presión.

            Muy temprano ordenó que los helicópteros rastreasen de nuevo la zona sur de Caaguazú. El parte del mediodía fue decepcionante: ni rastros de los alzados.

            Esa siesta, la imprudencia traicionó a los alzados. Como los controles no eran estrictos, lo que pudieron constatar durante toda la mañana, y ante las ansias ya casi incontenibles de beber de algunos de los miembros de la columna, se tomó la decisión de salir a campo abierto hasta un arroyo, para traer agua.

            Fueron entre tres, en una caminata nerviosa, de un poco menos de 150 metros. Llegaron hasta el arroyo y se sumergieron como si nunca hubieran bebido y tomado baño. Cuando ya se disponían a regresar escucharon el ruido de un helicóptero. Tomaron el agua y retornaron apresuradamente hacía el monte.

            Se trataba de uno de los helicópteros destinados a la búsqueda, que estaba retornando a su base. Al piloto le llamó la atención el hecho de que las personas corriesen hacía el monte, y se aproximo.

            - Nos han descubierto -gritó Brítez.

            Centurión salió del monte y con su rifle disparo contra el helicóptero, cuyo piloto dio inmediatamente parte por radio sobre el incidente y se alejó.

            No pasó media hora, y camiones del ejército se acercaron sobre la ruta, a la altura de la isla, y de los mismos descendieron desordenadamente decenas de soldados.

            La orden de dispersarse ya se había dado antes entre los aliados, pero un pequeño grupo permaneció en el montecillo. Eran alrededor de cinco, quienes ya no podían soportar el agotamiento 37 estaban literalmente desmayados. Los demás huyeron en tres direcciones diferentes: al este, al oeste y al sur.

            Los cinco que quedaron en el montecillo fueron virtualmente fusilados, sin que presenten resistencia.

            Los que se refugiaron hacía el suroeste estaban liderados por Gumercindo Brítez. Fueron acosados por militares, policías y milicianos, al mando del mayor Carlos Alberto Ayala González. Los alzados usaron como defensa algunos troncos caídos. Brítez desafío a las fuerzas represivas

            - Vengan a buscarnos, hemos comenzado esta lucha para terminar con la opresión, y por más que nos maten, otros vendrán para acabar lo empezado-.

            Un proyectil dio de lleno sobre su pecho, cayendo detrás de uno de los troncos. Los alzados ensayaron una fuerte resistencia, disparando sobre los militares y policías. La superioridad de las fuerzas represivas en cuanto a poder de fuego era tremenda, y el resultado es que tomaron a los pocos que quedaron, huyendo los demás.

            El tercer grupo, liderado por Sotelo, también ensayo alguna resistencia, pero el resultado fue similar. A Estanislao Sotelo -quien fuera detenido con heridas relativamente leves- después lo degollaron.

            El cuarto grupo estaba liderado por Victoriano Centurión, se refugió en el sureste de la zona. No fueron encontrados sino hasta la noche, en momentos en que se disponían a atravesar un camino de tierra.

            Hubo un violento intercambio de disparos, resultando heridas Apolinaria González, de 16 años, embarazada de tres meses, y Apolonia Flores, de 12 años, quien recibió 6 impactos de bala. Centurión consiguió escapar, aprovechando la tremenda confusión que generó el tiroteo, que hizo que los policías y militares se dispersasen desordenadamente.

            De modo general, y en síntesis, el resultado del enfrentamiento entre los alzados y las fuerzas represivas fue el siguiente:    

10 muertos: Gumercindo Brítez, Estanislao Sotelo, Mario Ruiz Díaz, Secundino Segovia Brítez, Feliciano Verdún, Reinaldo Gutiérrez, Concepción González. Fulgencio Castillo Uliambre, Federico Gutiérrez y Adolfo César Britos.

2 heridos: Apolinaria González y Apolonia Flores.

4 prófugos: Victoriano Centurión, Francisco Solano Duré, Gil Santos Duré y Vidal Martínez.

2 detenidos: Mariano Martínez y Arnaldo Flores.

            Por el lado de las fuerzas represivas, resultaron heridos el mayor DEM, de la II División de Infantería, Carlos Alberto Ayala González, el alcalde policial Romualdo Rolón, el conscripto Arístides Ortigoza y los milicianos Felipe Giménez y César Duré.

            El día 13 de marzo, ya imposibilitados de seguir escondidos, se entregaron a las autoridades los hermanos Arcadio y Felipe Flores, quienes se habían desligado de la columna en la madrugada del 8 de marzo.

            Vidal Martínez permaneció en la zona de Caaguazú hasta el 17 de marzo, cuando fue detenido por milicianos de la zona.

            Los hermanos Gil Santos y Francisco Solano Duré retornaron a Acaray-mi permaneciendo escondidos durante más de 20 días en los bosques de los alrededores. El 2 de abril decidieron entregarse a los militares que ocupaban la zona.

            Victoriano Centurión permaneció escondido durante casi 4 meses en la zona de Caaguazú, En junio abandonó su refugió y se dirigió a Asunción, donde se asiló en la embajada de Panamá.

            Una vida adicional que cobró la represión en la ocasión fue la de Marcelino Casco Alderete, de 70 años, quien fuera detenido en su domicilio, en el centro de la ciudad de Caaguazú el 11 de marzo. Remitido al Departamento de Investigaciones de Asunción, el 16 de marzo, el 21 fue trasladado de urgencia al Policlínico Policial, donde murió.

            Las fuerzas militares se involucraron directamente en las operaciones represivas durante más de un mes, tanto en la zona de Caaguazú como en Acaray-mi, Alto Paraná. Retornaron a sus cuarteles solamente después de que quedara como único "prófugo" el líder del alzamiento, Victoriano Centurión.

            Durante las acciones represivas se practicaron detenciones en San Lorenzo, Departamento Central; compañía Costa, Departamento de Caaguazú; Acaray-mi y Puerto Presidente Franco, Departamento de Alto Paraná.

            De acuerdo con el organigrama elaborado por el Departamento de Investigaciones de la Policía, el 20 de marzo, en base a las declaraciones de los detenidos, los núcleos vinculados al alzamiento eran 12, además del que presuntamente estaría operando en la capital:

Base Nueva Esperanza (Acaray-mi)

Base Colonia Repatriación (Compañía Costa)

Base Colonia Chacoré

Base Cordillera

Base Misiones (Santa María)

Base Quiindy

Base Yaguarón

Base Itauguá

Base Horqueta

Base Jejuí

Base Cheiro-cue

Base Vyraú-Guá.

 

            Decenas de personas, sobre todo ex dirigentes campesinos de las Ligas Agrarias, fueron a parar al Departamento de Investigaciones, para luego ser liberados. Otros fueron buscados, pero consiguieron huir. Meses después, cuando la fuerza represiva tuvo una idea más acabada de la extensión real del alzamiento, las persecuciones cesaron.

 

 

 

CAPITULO II

ANTECEDENTES, INMEDIATOS

 

            El antecedente más inmediato del alzamiento armado de Acaray-mí se dió en setiembre de 1979, cuando la juventud Revolucionaria Febrerista (JRF) organizó una serie de encuentros, entre los cuales una jornada entre líderes campesinos.

            De la misma habían participado Victoriano Centurión y Gumercindo Brítez -que en la ocasión se conocieron- además de una veintena de dirigentes y activistas campesinos. Casi todos los presentes ya habían conocido las cárceles de Stroessner.

            La ocasión fue propicia para el choque de puntos de vista acentuadamente contradictorios, pues mientras unos sostenían que el trabajo de base y la lucha reivindicativa eran esenciales, Centurión y Brítez coincidían sobre el punto de vista de que lo que correspondía era emprender una lucha revolucionaria abierta, que apueste a derrocar al general Alfredo Stroessner y a introducir al país en un proceso de transformaciones radicales y generalizadas.

            El debate fue muy peleado, pues confrontaban sus posiciones personas muy politizadas.

            Victoriano Centurión, por entonces, vivía con su familia en la ciudad de San Lorenzo, donde desarrollaba una actividad comercial, siempre vinculado a dirigentes y activistas históricos de las Ligas Agrarias.

            Ese hecho le valió la crítica de varios dirigentes, quienes resaltaron que resultaba fácil hablar en un lenguaje tan duro cuando no se tenía contactos con las bases. Centurión tomó la crítica como un desafío, y prometió demostrarles en poco tiempo que las bases estaban preparadas para la lucha revolucionaria.

            La concepción de Centurión -sobre la cual no existía diferencias de fondo con los otros dirigentes- se inscribía dentro de la corriente denominada "nacionalismo revolucionario", muy extendida por entonces, que presentaba como que la contradicción fundamental se daba en los términos de la dominación imperialista. O sea, el mal fundamental del Paraguay era su situación de dependencia, tanto del "imperialismo yanqui" como del "sub imperialismo brasileño".

            En cuanto a la cuestión concreta que afectaba a los campesinos, Centurión decía que era imposible seguir soportando el trato privilegiado que se daba a los colonos extranjeros, sobre todo a los brasileños, cuando se relegaba a los campesinos paraguayos. Concluía que tanto el proceso de dependencia, como el de penetración privilegiada de extranjeros, no terminarían sino tras el derrocamiento del general Alfredo Stroessner.

            Terminada la jornada organizadla por los jóvenes febreristas, Centurión y Brítez acordaron mantener contactos más frecuentes, pasando Brítez a frecuentarlo en San Lorenzo.

            Al principio, Brítez, quien era miembro del Comité Central del Partido Comunista Paraguayo - pro chino, trató de vincular a Centurión al partido, pero el dirigente campesino no era ningún improvisado: además de su larga trayectoria, había leído algo de marxismo. Lo cierto es que él terminó seduciendo a Brítez, convenciéndolo para que lo acompañe en una visita que planeaba realizar a varias localidades del interior en el mes de octubre.

            Brítez era una persona de complexión pequeña, pero cargado de coraje, sobre todo era un combatiente. Además, su formación maoista lo inclinaba a favorecer el trabajo con los campesinos. Ambos se complementaban: un vigoroso y carismático dirigente campesino, con un obsesivo e incansable revolucionario.

            Ni siquiera imaginando en qué iría a terminar la incursión, Brítez avisó a sus amigos de la juventud Paraguaya por los Derechos Humanos (JPDH) que iría a viajar con Centurión. Se dirigieron a Caaguazú en la segunda quincena de octubre.

            Los resultados de la incursión pudieron ser acompañados por los miembros de la JPDH pormenorizadamente, pues Gumercindo Brítez estuvo con ellos en tres ocasiones, entre noviembre de 1979 y febrero de 1980, a menos de un unes del asalto al ómnibus.

            Durante la primera visita, en noviembre de 1979, Brítez comentó detalladamente sobre lo que realizaron en algunas compañías de Caaguazú. Ya aplicaban métodos fuertes para resolver algunos conflictos. Así, por ejemplo, comentó que en una pelea con un latifundista, que habría cerrado un camino vecinal, habían respondido reabriendo el camino a la fuerza. Por detrás de dicha solución estaba, sin lugar a dudas, el estilo muy peculiar de Centurión.

            Pero, por otro lado, Brítez comentó sobre la extendida pobreza en el campo, pidiendo que se hiciera algo para paliar la situación. Pidió, entre otras cosas, que se juntaran ropas usadas y víveres. Los integrantes de la JPDH montaron rápidamente una operación destinada a obtener los víveres y ropas usadas.

            No fue gran cosa lo que se mandó, pero Brítez no volvió a Caaguazú con las maníos vacías. La segunda visita de Gumercindo Brítez fue a comienzos de enero de 1980, oportunidad en que brindó nuevamente un informe bastante, detallado sobre las actuaciones suyas y de Victoriano Centurión en el campo.

            Habló sobre todo del hambre. O sea: debía seguir la campaña para obtener ropas usadas y víveres, pero a esto se agregó un pedido especial; un rifle, presuntamente para matar animales de terratenientes y repartir carne a los pobres.

            Los amigos de Brítez concordaron en cooperar con todo, y en cuanto a la cuestión puntual del rifle la respuesta fue clara: si no se puede conseguir el arma, se tendrá el dinero para que puedan comprarlo.

            También en esa ocasión, Brítez había comentado que tenían planes de ir hasta Acaray-mi, consientes de que había un grave conflicto sobre las tierras que ocupaban los asentados en el lugar, que estaban siendo disputadas por Olga Mendoza de Ramos Giménez.

            Cuando se realizó el tercer contacto entre la gente de la JPDH y Brítez, el cuadro trazado por éste era enteramente otro. Ya no venía en busca de víveres ni ropas usadas, ni siquiera del rifle. Llegó con una propuesta que dejó a la gente asombrada. Dijo que se estaba en vísperas de un levantamiento armado.

            Se mantuvo con él -y con Arcadio Flores, quien lo acompañó en la ocasión- una larga discusión, en cuyo marco se le señaló que no podía alentar una salida como esa. Se le llamó la atención sobre la precariedad de los medios de que disponían, sobre la fuerte reacción que provocaría en el gobierno una acción como la planteada (el asalto al ómnibus), sobre el hecho de que él, como miembro de un partido con décadas de experiencia no podía involucrarse en eso.

            Aparentemente convencido de la corrección de los cuestionamientos, Brítez propuso que uno de los miembros de la JPDH se trasladase a Acaray mí, de modo que pudiera discutir sobre el tema directamente con Victoriano Centurión, cabeza indiscutible de la iniciativa. Era el 22 de febrero de 1980.

            Así se procedió. Un compañero los acompañó hasta la colonia. Parte del viaje se hizo "a dedo", con un camionero que iba hasta San José de los Arroyos, hecho que se cita para pasar una idea clara acerca de la precariedad de los medios con que los militantes de izquierda se manejaban en la época.

            Desde San José hasta el kilómetro 37 de la ruta Internacional el viaje se hizo en ómnibus de línea. Desde el kilómetro 37 se caminó 17 kilómetros hasta la colonia, por lo que saliendo hacia la media mañana de Asunción, se llegó a Acaray-mi a la noche.

            Unos silbidos especiales, al costado del arroyo, sirvieron para hacerse anunciar. En poco tiempo apareció una canoa, con hombres armados, y los tres embarcaron.

            Ni bien ingresaron a la colonia, Verdún entregó un revolver al visitante: "Esto es para que puedas defenderte, en el caso de que nos ataquen".

            Brítez explicó que había un sistema de guardia nocturna, con órdenes precisas de no dejar que extraño alguno ingrese a la colonia, así como para impedir que algún poblador salga de la misma sin la debida autorización.

            Caminaron hasta cerca del otro extremo del asentamiento, donde se encontraba Centurión. Al llegar, éste se puso contento, pues estaba seguro de que iría a contar con el apoyo sin reservas a su proyecto. El visitante trataba de ubicarse.

            Percatándose de la confusión del recién llegado, Centurión hizo una rápida explicación sobre lo que estaba pasando en el lugar. Explicó que había un agudo conflicto con la de Ramos Giménez, quien reclamaba la propiedad de las tierras ocupadas; del hostigamiento de colonos brasileños, que ya habían sido expulsados a la fuerza; del hambre y la miseria reinantes en la colonia, que tenía a la población al borde de la desesperación, de la determinación de levantarse en armas contra el gobierno para poner fin a la situación…

            - Pero no hay muro, mañana se te dará detalles de la situación y de los planes, en la reunión del Consejo Político, que es la instancia que maneja la colonia- concluyó Centurión. Después lo invitó a conocer la colonia, a visitar a algunos amigos.

            Ya tarde, esa misma noche, la conversación con Centurión prosiguió: "Que lástima que no trajiste una máquina fotográfica; de haberlo hecho podrías haber registrado cosas interesantes", comentó, y de una bolsa comenzó a sacar uniformes militares, que según explicó irían a usar en poco tiempo en las operaciones.

            Durante toda la mañana del día siguiente, desde muy temprano, se desarrolló la discusión con el denominado "Comité Político", compuesto por 5 personas.

            Introdujo el tema Victoriano Centurión, explayándose extensamente sobre las particulares condiciones de la colonia. Desde que fuera creada, en 1972, soportaba el sistemático hostigamiento de Olga Mendoza de Ramos Giménez, quien reclamaba la propiedad sobre las 500 hectáreas, que ocupaban más de 50 familias.

            En dos ocasiones -refirió- la misma simuló ventas de parte de las tierras a colonos brasileños, quienes no pudieron ocuparlas, pues fueron expulsados por medio de la fuerza.

            Por otra parte, explicó que las casi 500 personas que habitaban el lugar padecían de innumerables necesidades. No había escuela ni puesto de salud. Comento, al respecto, que las muertes de niños se daban sobre todo por falta de asistencia médica. Y sentenció:

            - Pero no es la falta de asistencia lo que las mató, sino que fueron víctimas del sistema, pues las condiciones precarias de existencia son consecuencias necesarias de una estructura social injusta, que privilegia a unos pocos y penaliza a las grandes mayorías -.

            Después de Centurión habló Estanislao Sotelo, quien dio detalles acerca de las necesidades que padecían todos los pobladores.

            - No tenemos condiciones de superar el estado de pobreta en que vivimos, pues lo que producimos resulta insuficiente, y no tenemos recursos, por otro lado, para invertir en la producción-.

            No era necesario recorrer la colonia, de hecho, para constatar el estado de pobreza extrema en que la gente vivía. Las condiciones generales eran sumamente precarias, y eso estaba a la vista.

            A Gumercindo Brítez y a Arcadio Flores correspondió hablar sobre los planes. Brítez dijo sin muchos rodeos:

            - Aquí nada será posible solucionar sin que se dé en el país un cambio radical. No se trata de un problema local, ni de una adversidad pasajera; son cuestiones estructurales, que oprimen a la gran mayoría de la población campesina. Y para cambiar el sistema el primer paso es derrocar a Stroessner-.

            Arcadio Flores dio detalles de las primeras operaciones que se pensaban realizar:

            - La primera incursión se hará el 1° de marzo, fecha históricamente importante, pues se le dará el sentido de una lucha por la defensa de la soberanía nacional contra los entreguistas -.

            Surgieron muchas interrogantes: ¿Hay, armas suficientes? ¿Se tiene gente en otras localidades? ¿Están preparados militarmente para combatir? ¿Qué se hará en el caso de una represión que implique amplia movilización de tropas?.

            Las respuestas apostaban a convencer sobre la viabilidad de la propuesta:

            - Hay pocos armamentos, de bajo calibre, que hemos obtenido cambiando alimentos por revólveres o rifes. Pero podemos mejorar el parque, recuperando del enemigo-.

            - Hay muchos compañeros de otras localidades que se irán a acoplar al proyecto. Es sólo llegar hasta ellos, para convencerlos. Además, por la situación que se vive, muchos se irán sumando espontáneamente a la lucha -.

            - El entrenamiento militar básico (prácticas de tiro) resulta más que suficiente. Los combatientes se irán templando al calor del combate -.

            - La represión no nos tomará desarmados, como en otras oportunidades. Nosotros vamos a actuar con mucha energía para combatirlos -.

            No hubo acuerdo, manifestándose abiertamente las dudas sobre la viabilidad del proyecto. Se destacó que las condiciones regionales eran adversas, que la gente no estaba suficientemente entrenada para un emprendimiento de esa naturaleza, que la represión podría resultar arrolladora...

            Ya sé acercaba el mediodía y antes que aproximarse las posiciones, las divergencias se fueron profundizando. Sotelo propuso realizar una asamblea abierta a todos, de modo que la determinación pudiese tomarse después de agotar el debate sobre el tema, lo que se aceptó.

            La reunión se realizó en la parte trasera de la casa de Sotelo, cerca de un arroyo. Se trajo un pizarrón, de modo a facilitar la comprensión de las exposiciones, lo que era tradicional en las reuniones realizadas entre los colonos del lugar.

            - Aquí se le expuso al compañero los planes que tenemos para cambiar la realidad de nuestro país. No está de acuerdo, y sería importante que entendamos por qué – dijo Centurión, abriendo el debate.

            La gente pidió escuchar las objeciones. Había alrededor de 40 personas en la reunión. La calurosa siesta no fue impedimento para el desarrollo de una animada discusión.

            "Puesto que se plantea conocer mis objeciones -dijo- las expondré de manera detallada, de modo que todos puedan tener suficientes elementos para juzgar.

            En primer lugar, considero que las condiciones internacionales son extremadamente adversas. Por su ubicación geográfica, Paraguay es una suerte de prisionero, cercado de dos países poderosos, que soportan feroces dictaduras. Y la falta del desarrollo de luchas revolucionarias en esos países, conspira severamente sobre el exitoso desenvolvimiento de este proyecto.

            En segundo lugar, si bien en el sector campesino la propuesta puede ganar adeptos, se tiene que tener en cuenta que otros sectores populares, como el obrero o el estudiantil, están en reflujo, o sea, o están enteramente desorganizados, y con un bajo nivel de conciencia, o severamente controlados, como el caso de los obreros. En definitiva, no hay condiciones sociales propicias para una insurrección.

            En tercer lugar, se tiene que considerar que a diferencia de la lucha política clandestina, en que el enemigo es esencialmente la policía política, en el caso de un alzamiento armado se tendrá en frente a los militares, que suman mucho y disponen de armas poderosas".

            Esta exposición fue literalmente bombardeada por Centurión y Brítez, quienes hicieron reparos de fondo. Por una parte, señalaron que la lucha iría a desarrollarse y decidirse en el país, importando poco o nada la situación política regional. Centurión fue categórico:

            - Bajo las narices del propio líder imperialista, los Estados Unidos, Cuba vive su propia revolución. Es más, cuando aquí comencemos a movernos, desde los países vecinos se presionará por la caída de Stroessner, pues los brasileños no soportarán que el gobierno no sea capaz de dar seguridad a los miles de colonos que viven en estas regiones -.

            En cuanto a las condiciones locales de organización y de conciencia de los sectores populares, todo se relativizó. Brítez concluyó:

            - Nunca se darán condiciones favorables, y en el peor de los casos, nosotros no podernos esperar que ales condiciones se den de manera espontánea; debemos crearlas. Además, eso de que “aun no están dadas las condiciones” no pasa de un argumento frenador -.

            También el tema de la intervención militar directa fue desestimado. Más de uno señaló que las Fuerzas Armadas no estaban habituadas a los enfrentamientos, ni entrenadas para enfrentar situaciones como la que se planteará.

            La variedad de temas tratados hizo con que se propusiese tratarlos de manera puntual, de modo que la discusión fuese clara y pedagógica. Se aceptó. El primer asunto a ser abordado fue el regional. Centurión tomó la iniciativa:

            - Cuando se comience la lucha armada, habrá inquietudes en el Brasil pues este país no admitirá que no se ofrezca la máxima seguridad a sus inversionistas. Las presiones por desprenderse de Stroessner se incrementaran, y eso dará impulso a la lucha por su desplazamiento. El hecho de que no haya lucha revolucionaria en los países vecinos, por otra parte, no podrá ser impedimento para que aquí haya. Sin subestimar las condiciones internacionales, es necesario entender que las cuestiones locales se solucionan localmente, en definitiva, es decir, la cuestión internacional no deja de influir, pero se decide localmente -.

            "No comparto el punto de vista de Centurión -objetó-, pues en el caso paraguayo, tenemos que considerar que la situación geográfica es extremadamente adversa. A diferencia de Cuba, por ejemplo, donde ciertamente se dio una revolución a escasos kilómetros de los Estados Unidos, nosotros no tenemos costas sobre el mar. Entonces, de darse una revolución en el Paraguay, seremos sometidos a un bloqueo imposible de sostener, pues nos asfixiarán. De hecho, para que se dé una revolución exitosa en el Paraguay, es fundamental que hayan cambios de fondo en uno de los dos países, Brasil o Argentina, o en el peor de los casos, que en uno de ellos esté en pleno auge una lucha revolucionaria de cierta envergadura".

            Básicamente, las posiciones encontradas fueron las expuestas, pero como resultaba imposible compatibilizar las posiciones, y como nadie se echaba atrás en sus argumentos, después de que se tornaron reiterativas las exposiciones, se propuso que se declarase como asuntos suficientemente discutidos, de modo que se pudiese avanzar.

            Se pasó a debatir sobre las condiciones políticas y sociales locales. Gumercindo Brítez expuso los puntos de vista fundamentales de los partidarios del alzamiento:

            - A nivel de los partidos políticos burgueses hay una gran confusión y poca determinación. Me cupo trabajar de cerca con ellos después de salir de la prisión, cuando se estaba conformando el Acuerdo Nacional, alianza entre los partidos burgueses de oposición, y pude corroborar que además de no saber qué hacer, la característica dominante de sus dirigentes era la falta de coraje para enfrentar en serio a Stroessner. No hay la menor esperanza, entonces, sobre que dichos partidos puedan liderar la lucha para derribar a la dictadura; viven pendientes del apoyo norteamericano, soñando ilusamente que los yanquis irán a solucionar el problema. En cuanto a la desorganización que afecta a los demás sectores populares, tanto obrero como estudiantil, se trata de una situación que no se podrá resolver al margen de la lucha. En síntesis no hay la menor posibilidad de que los partidos burgueses encabecen una lucha para derrocar a Stroessner y los sectores populares irán creciendo en conciencia y en combatividad en el calor de la lucha -.

            "Considero que Brítez hace una exposición muy simplista de lo que es la realidad política y el presente político en nuestro país -objetó-. Por una parte, hay que entender que la principal agrupación que integra el Acuerdo Nacional, el Partido Liberal Radical Auténtico, estuvo hasta hace apenas algunos años legitimando al gobierno de Stroessner. Por otra parte, hay que considerar que si bien en menor medida que los partidos de izquierda, los partidos burgueses también fueron duramente castigados por el gobierno: sus líderes más importantes fueron expulsados del país, cuando no muertos. La conformación de un bloque opositor debe entenderse, entonces, como un proceso que no será breve. Por otra parte, el hecho de que los Estados Unidos favorezcan a la oposición es importante, pues cuando servía de sostén a la dictadura, ésta era más fuerte. En cuanto a la cuestión social, la experiencia histórica muestra de manera irrefutable que un sólo sector cuando se levanta, aisladamente, está destinado a fracasar. Así ocurrió cuando la huelga general de obreros de 1958; así ocurrió cuando se alzaron los estudiantes, en 1969; así ocurrió con las ligas Agrarias. De ahí que es fundamental hacer un trabajo paciente y sistemático por revertir el bajo nivel de conciencia y de organización de todos los sectores populares, única garantía para un avance seguro".

            Las posiciones con relación al tema eran claramente divergentes, por lo que se añadieron otros argumentos, de ambos lados, que más bien contribuían a ahondar las diferencias.

            Después se trató extensamente sobre las posibilidades de éxito de una operación guerrillera en el Paraguay. Centurión expuso sobre una perspectiva sumamente optimista:

            - Nosotros tenemos, como recientemente ocurrió en Nicaragua, la clara ventaja de contar con una fuerte presión ínternacional que terminará favoreciendo nuestros planes. La gente se irá incorporando masivamente, con lo que de pequenos grupos aislados de combate, pasaremos a formar una fuerza arrolladora, imbatible -.

            "Obviamente, no se puede desestimar el hecho cierto de que una lucha de este tipo cuente con un gran apoyo -objetó-, pero para que ello sea realidad hace falta que la gente esté bien preparada militarmente, y con una buena retaguardia".

            La cuestión más concreta dio lugar a un debate bastante profundo y bastante extenso. Se habló, entre otras cosas, de la experiencia del guerrillero Ernesto "Che" Guevara en Bolivia, señalándose que con gente bien instruida y bien equipada, la guerrilla terminó siendo igualmente derrotada.

            Centurión y Brítez levantaron argumentos muy sólidos contra estas objeciones, pues coincidieron en señalar que un error metodológico de fondo residía en el hecho de querer basarse en otras experiencias. Brítez dijo:

            - No se puede aplicar mecánicamente las resultados de una experiencia a otra. Además, a diferencia de lo que pasó con el "Che" en Bolivia, aquí la población campesina reaccionará de otra manera cuando se le acerquen los guerrilleros. No hay que olvidar, de hecho, que muchos de los dirigentes y activistas son antiguos militantes y, por tanto, referentes confiables para centenares de campesinos-.

            También se argumentó que casos locales como el de la OPM (Organización Primero de Marzo), habían terminado siendo abortados, pese al amplio desarrollo de preparación que se había desarrollado en su seno, ante lo que se respondió que en el caso mencionado, el grueso de los militantes fue tomado antes de disparar un sólo tiro, o de llevar a cabo una acción concreta.

            - No es aconsejable ingresar en un largo proceso de preparación de la lucha, pues el sistema de seguridad del enemigo dispone de numerosos mecanismos que eventualmente le pueden permitir acceder a las informaciones, y abortar el intento…

            Las discrepancias sobre la viabilidad del proyecto -en las condiciones planteadas- se fueron ahondando a lo largo de la discusión, por lo que finalmente se procedió a tomar una decisión por la vía de la votación.

            Estanislao Sotelo llamo la atención de Centurión sobre el hecho de haber dado garantías absolutas sobre la confiabilidad del invitado:

            - Muy bien, compañeros, hemos escuchado desde la siesta hasta ahora a estos compañeros, quienes expusieron claramente sus puntos de vista, obviamente divergentes. Ahora les propongo votar conscientemente, sin preocuparse por el hecho de que el resultado favorezca a tal o cual propuesta. De ambos lados hemos escuchado sólidos argumentos; todos son compañeros que apuestan a que destruyamos de una vez por todas la opresión y el hambre, pero son propuestas contrapuestas.

            A pedido de algunos participantes, que escucharon atentamente el desarrollo del debate, se abrió una lista de oradores, para que los demás pudieran opinar sobre las exposiciones libremente. Varias personas hablaron, no muy extensamente, pero si muy claramente, y todas las intervenciones, invariablemente, respaldaban la propuesta de actuar inmediatamente.

            Una señora, embarazada, y con un hijo aún de pocos años sobre los brazos, se explayó de manera categórica:

            - El caso suyo, compañero, es muy distinto al nuestro. Estoy viendo que tiene zapatos y se viste bien; va a tomar la ruta, y regresará a Asunción, donde probablemente esté llevando una vida razonable. Nosotros, distintamente, estamos pasando hambre, no tenemos qué vestir, no podemos poner nuestros hijos a estudiar... Anteriormente, nosotras mismas, las mujeres, actuábamos de freno, pues deteníamos a nuestros maridos cuando querían salir a pelear. Ahora, sin embargo, somos nosotras las que los estamos empujando, pues ya nos estamos muriendo de hambre. Eso es lo que quiero que usted entienda muy bien -.

            La votación fue rápida. Masivamente la gente votó por el inicio de las operaciones, o para ser más claro, por la propuesta sostenida por Victoriano Centurión y Gumercindo Brítez.

            Ya era el final de la tarde. Centurión invitó al contendiente a tomar baño en el arroyo, antes de cenar. Así lo hicieron. Ya solos, increpó al amigo:

            - No tenias que haber expuesto tus objeciones ante mis propias bases pues con eso alimentaste a la gente que tiene cuestionamientos al proyecto -.

            Se coincidió sobre que se trató de un procedimiento equivocado, y se acordó retomar la discusión a fondo después de la cena, exclusivamente entre ambos.

            Se le explicó a Centurión que no había discrepancias de fondo, en el sentido de que probablemente la única vía para derrocar a Stroessner y traer cambios profundos seria la lucha armada; pero se le pidió que se preparase mejor, de modo que se redujesen las posibilidades de un eventual fracaso. Esto implicaba: montar una buena base de operaciones; disponer de mejores armamentos; y tener un plantel mejor entrenado, tanto militar como políticamente.

            Centurión insistió sobre que una fase larga de preparación significaría una exposición peligrosa de la gente, ante lo que se decidió abrir un breve tiempo de preparación. Para viabilizar el proyecto, se asumió el compromiso de poner el máximo empeño para agilizar las cosas.

            El plan concreto contemplaba iniciar las operaciones el 1° de marzo. Se acordó que en esa fecha no se haría y que se mantendría un encuentro con gente de Asunción el 15 de marzo, en la casa de Centurión, en San Lorenzo.

            La conversación había sido muy extensa, y ya bien entrada la madrugada se cerró el trato en los términos anteriormente expuestos.

            Al día, siguiente, antes del retorno a Asunción, se hizo una breve reunión con los jóvenes de la colonia. Centurión quería demostrar que la necesidad de actuar no era solamente vista por los adultos; también los jóvenes adherían masivamente a la idea.

            El encuentro se hizo con alrededor de 30 jóvenes, varios de los cuales expusieron sus puntos de vista favorables al proyecto, en intervenciones cortas, pero muy claras. Para terminar la jornada, Centurión arengó a los jóvenes, prometiéndoles un futuro promisorio, con menos adversidades y menos necesidades.

            Desde esa misma noche, ya en Asunción, en reuniones clandestinas se informó sobre el proyecto de los combatientes de Acaray-mi, y se comenzó a debatir. Los encuentros se realizaron con militantes de izquierda de dos grupos, que se proponían unir. Tras una larga evaluación de las ventajas y desventajas, de las posibilidades y dificultades, de la conveniencia y oportunidad, se decidió apoyar firmemente el proyecto, existiendo candidatos a trasladarse definitivamente al lugar, para los trabajos políticos, y hasta gente interesada en vender su propiedad, para jugarse de lleno al proyecto.

            Todo marchaba correctamente. El 1° de marzo pasó sin novedades, de lo que la gente de la capital dedujo que el acuerdo estaba firme. Se trabajaba intensamente, no obstante, por dos razones: por un lado, era necesario tener cuestiones concretas antes del 15, y, por otro, se había coincidido sobre que el tiempo de preparación debería ser corto.

            Durante la noche del 8 de marzo, sin embargo, los complotados de Asunción se habían enterado del asalto al ómnibus. Sólo podían ser ellos. Se tomaron, en consecuencia, urgentes medidas de seguridad, las que pese al estricto control de que fueron objeto varios de los componentes del emergente movimiento, funcionaron de manera óptima.

            ¿Por qué no se esperó hasta el 15 de marzo? Por varios motivos, que fueron desde la presión constante que soportaban los pobladores de Acaray-mi, hasta el temor a una intervención represiva en la zona, pasando por legítimas sospechas acerca de que en la capital podía no haberse llegado a un acuerdo.

            ¿Qué hubiese pasado si se hubiese, esperado hasta el 15? Lo más probable es que hubiese resultado en la constitución de un movimiento de mayor volumen, capaz de llevar adelante operaciones de mayor envergadura... pero como el desarrollo histórico real es lo único válido, no vale la pena extenderse sobre las eventuales potencialidades del movimiento y de las acciones, si tal o cual cosa hubiese sido diferente.

 

 

CAPITULO III

BALANCE FINAL

 

            El alzamiento de Acaray-mí constituyó –sin lugar a dudas- uno de los capítulos más importantes de la lucha popular contra el gobierno de Alfredo Stroessner y por la introducción del Paraguay en un proceso de transformaciones profundas y generalizadas.

            Salvo breves ensayos, muchos de ellos realizados sobre -la base de informaciones incompletas o distorsionadas, ningún análisis de fondo se hizo sobre la experiencia. La clara colocación de algunos elementos fundamentales, sin embargo, contribuirá a tener una mejor idea de lo sucedido, así como del contexto en que se dio la experiencia, de las causas y de los errores.

            Por una cuestión de espacio, y para exponer didácticamente, se apela deliberadamente en este texto a una exposición puntual.

           

 

            1. EL CONTEXTO:

           

No se puede trazar el marco histórico como una simple fotografía del momento; es importante mencionar situaciones y procesos que se dieron en tiempos relativamente cercanos a los hechos, pues éstos confluyeron para configurar el momento. Desde la perspectiva económica, el proceso que se abrió tras el inicio de la construcción de la represa de Itaipú, durante la primera mitad de los años 70, fue un hecho sumamente relevante.

            De modo general, se puede señalar que la construcción de la hidroeléctrica determinó cambios drásticos en el ritmo de la actividad económica, discutiéndose en la época sobre si se trató de un verdadero crecimiento de las fuerzas productivas, lo que implicaría cambios en la propia estructura socio-económica, o si solamente se trató de una dinamización de las actividades, sin cambios estructurales.

            En rigor, hubo un poco de ambas cosas: por una parte, la construcción de la represa dio un fuerte impulso a algunos sub-sectores, como los de la construcción y el comercio, introduciendo cambios significativos en la propia composición de la fuerza laboral: se incrementó sensiblemente el número de asalariados. Por otra parte, no obstante, no se puede dejar de admitir que el "boom" de Itaipú significó más bien mayores oportunidades para incrementar los negocios, que para iniciar cambios estructurales, como industrialización masiva, por ejemplo.

            El debate sobre esa cuestión no tenía características académicas, pues sobre todo se daba en el campo de la militancia de izquierda. ¿Por qué la cuestión era de una importancia relevante? Porque de la correcta caracterización debían deducirse las líneas fundamentales sobre el tipo de cambio a promover y sobre las fuerzas sociales que irían a liderar la lucha por dicho cambio.

            Esa discusión teórica tendría necesariamente implicancias prácticas fundamentales. Para tener una idea: de las diversas caracterizaciones se extraían propuestas divergentes, como ser (1) la propuesta de una revolución democrática-burguesa, que debería realizarse bajo la hegemonía de las clases locales dominantes, o (2) la propuesta de una revolución nacionalista, que debería realizarse bajo la conducción de un movimiento poli-clasista, o (3) la propuesta de una revolución socialista, que deberá realizarse bajo la hegemonía de la alianza de obreros y campesinos.

            De acuerdo con la caracterización, entonces, se esbozaba la propuesta general, y de acuerdo con ésta, a su vez, se promovían las acciones.

            La construcción de Itaipú fue acompañada por un proceso de intensa penetración capitalista en el campo; sobre todo se dio un movimiento de radicación de capitales brasileños en las zonas fronterizas, con lo que la estructura agraria paraguaya experimentó una fuerte sacudida, pues además de que la mecanización se incrementó, muchos campesinos, simples ocupantes o con títulos precarios, fueron expulsados de sus hogares; se montaron establecimientos medianos y grandes, varios de ellos empleando mano de obra asalariada.

            El Paraguay de entonces, en resumen, pasaba por un momento económico especial, pues la construcción de la hidroeléctrica de Itaipú y la masiva penetración de capitales extranjeros en las áreas rurales, habían dinamizado las actividades; proceso que benefició a unos pocos, y llevó a mayores contingentes a la miseria, sobre todo en el campo.

            En el terreno social se vivía una situación de franco deterioro: por una parte, durante parte importante de los años 70 el país presentó una elevada tasa de crecimiento económico, lo que no se tradujo en bienestar de la población, pues si bien había más recursos, se dio un violento proceso de acumulación de riquezas en pequeños bolsones dominantes. La pobreza se expandió aceleradamente.

            Ninguno de los sectores trabajadores - obreros, empleados y campesinos- disponía de mecanismos para promover adecuadamente sus intereses. De hecho, desde 1958, en que el movimiento obrero pasó a ser directamente controlado por la policía de Stroessner, el sindicalismo dejó de tener un protagonismo relevante. Entre los campesinos se había desarrollado la importante experiencia de las Ligas Agrarias, entre finales de los años 60 y comienzos de los 70, pero la represión consiguió desarticular totalmente el emergente movimiento de masas, dejando desorganizados a los trabajadores del campo.

            Ciertamente, desde 1978 comienzan a darse tímidos intentos por recomponer la organización campesina y por iniciar un trabajo de reorganización de sindicatos de obreros, pero el ritmo era lento, pues se avanzaba en un campo minado por la intolerancia y el autoritarismo.

            En la esfera política, dos procesos que se dieron en la década del 70 son importantes de tratar: el desbaratamiento de las organizaciones de izquierda, por un lado, y la radicalización de la oposición democrática, por otro.

            Durante los años 1974, 1975, 1976 y 1977, las organizaciones de izquierda que se estaban estructurando fueron severamente golpeadas.

            Entre noviembre y diciembre de 1974, los principales dirigentes y activistas del Ejército Popular Revolucionario, EPR, que planeaban desencadenar una serie de atentados, uno contra el propio Stroessner, fueron detenidos; algunos muertos. En el mismo periodo, se reprimió al Movimiento Paraguayo de Liberación, MOPAL, organización poli-clasista cuyo accionar se inscribía en la línea del nacionalismo revolucionario.

            Hacía finales de 1975, el Partido Comunista Paraguayo - pro soviético, liderado por Miguel Ángel Soler, recibió un golpe de muerte en su intento por reimplantarse con fuerza en el país. Decenas de sus dirigentes y activistas fueron a parar en las prisiones; varios fueron muertos, entre ellos Soler.

            En abril de 1976 se dio una de las represiones más extendidas de los últimos años, cuando la policía -tras algunas detenciones- obtuvo informaciones sobre los preparativos de la Organización Primero de Marzo, OPM, cuyo líder, Juan Carlos Da Costa, fue uno de los primeros en ser muerto. Se practicaron detenciones en varias regiones del país. Centenares de campesinos fueron presos. La represión costó por lo menos 20 muertos. La OPM era un movimiento poli-clasista, cuyas concepciones se inscribían en la teoría nacionalista revolucionaria.

            En julio de 1977 la represión alcanzó de lleno al grupo de la revista "Criterio", al que estaban estrechamente vinculados ex dirigentes del Movimiento Independiente, MI. El principal referente del grupo "Pon" Bogado Gondra fue deportado, y varios de sus colaboradores permanecieron por meses en la prisión.

            En síntesis, se llegó al año 1984 con una izquierda enteramente desarticulada. Los pocos núcleos que seguían operando se empeñaban por realizar trabajos de preparación doctrinaria y de discusión. La izquierda carecía, en esos momentos, de capacidad para impulsar proyectos de gran envergadura.

            En cuanto a los partidos democráticos de oposición, la adopción de una línea abstencionista por un sector del Partido Liberal, en 1978, creó condiciones para articular un trabajo de resistencia más fuerte.

            Cuando Stroessner se había propuesto convocar a una Asamblea Nacional Constituyente para modificar el artículo 117, que impedía una nueva reelección, los partidos de oposición habían coincidido en la política de aislar al gobierno. La Constituyente de 1977 se dio con la exclusiva participación del Partido Colorado. La unión de los liberales, sin embargo, duró poco, y la ruptura dio lugar al surgimiento de 5 partidos. El más importante de todos: el Liberal Radical Auténtico, PLRA, bajo el claro liderazgo de Domingo Laíno, adoptó una política de combate frontal al stronismo.

            Favorecidos por la llamada "política de los Derechos Humanos" de los Estados Unidos, en cuyo marco se apostaba a la redemocratización de América Latina, se impulsó la conformación de un frente de resistencia. Así, entre los partidos Liberal Radical Auténtico, PLRA, Revolucionario Febrerista, PRF, Demócrata Cristiano, PDC y el Movimiento Popular Colorado, MOPOCO, se creó el Acuerdo Nacional, ya hacia finales de 1978.

            El Acuerdo Nacional se convirtió en un referente alternativo importante para la comunidad internacional, sobre todo para los gobiernos de los países que hacían parte de los centros internacionales de poder (Estados Unidos y Comunidad Económica Europea). Internamente, sin embargo, sus actuaciones fueron marcadamente discretas, hecho que se explicaba en gran medida por el bajo nivel de sus dirigentes, quienes no tenían ideas claras acerca de lo que se debía hacer: carecían de estrategias y, por tanto, de planes concretos de acción.

            Resumiendo, en general, los rasgos dominantes del contexto en que se dieron los hechos eran:

            - dinamización de las actividades económicas, como consecuencia directa de la construcción de Itaipú y la introducción de capitales extranjeros, sobre todo, en la producción agrícola,

            - cambios importantes en la fuerza laboral, con un contingente mayor de asalariados, y una marcada expansión de la pobreza,

            - bajo nivel de organización y de conciencia a nivel de los trabajadores, tanto rurales como urbanos; virtual inexistencia del movimiento estudiantil,

            - existencia testimonial de círculos de izquierda, carentes de organización y de capacidad de combate, consecuencia inevitable de las represiones que se dieron durante los años 70, y

            - tímido accionar de los partidos democráticos de oposición, nucleados desde finales de 1978 en el Acuerdo Nacional.

            Para completar la descripción de los elementos del contexto, es importante trazar rápidamente un panorama de la situación internacional y regional, por lo menos en sus aspectos más relevantes:

            Desde los centros internacionales de poder - cuyo líder incuestionable seguía siendo el gobierno de los Estados Unidos de América-, después de la catastrófica derrota en Vietnam, en 1975, se impulsó la creación de la Comisión Trilateral, compuesta por miembros de las potencias del Asia, Europa y América del Norte, desde donde se impulsó una política que apostaba firmemente a retirar el apoyo a las dictaduras militares en el Tercer Mundo.

            Para América Latina, más en concreto, había planes de redemocratización. Las presiones fueron fuertes, y la política específica asumió el rostro de "política de los Derechos Humanos". Se hablaba de respeto a las libertades públicas, de pluralismo político e incluso ideológico. En rigor, lo que se trataba era de promover sistemas de control político más flexibles. Los días de las dictaduras estaban contados. Pero la presión no fue exagerada; se estudió caso por caso las posibilidades de recambio, los mecanismos de repliegue de los militares a sus cuarteles, el modelo que iría a implantarse después... No fueron duros con ellos, ni tenían por qué serlo, pues se trataba de sus aliados de hasta entonces, por una parte, y una apertura controlada exigía una larga y buena preparación, por otra.

            En 1980, el país estaba cercado por dictaduras militares, y sobre todo eran importantes para el desarrollo interno, las situaciones de Argentina y de Brasil.

            En la Argentina, la dictadura militar era relativamente reciente (Desde marzo de 1976) y se mantenía dura. Las organizaciones de izquierda habían sido literalmente despedazadas en el marco de la "guerra sucia", ocasión en los militares asesinaron a más de 30 mil personas.

            En el Brasil, sin embargo, hubo una rápida acomodación de los militares a la nueva orientación impartida por los centros internacionales de poder, y así, ellos mismos dirigían un programa de repliegue ordenado a los cuarteles, abriendo lentamente el sistema para un mayor protagonismo de los actores políticos civiles, inclusive de izquierda. De todos modos, se trataba de un proceso abiertamente tutelado por las Fuerzas Armadas.

            Haciendo una síntesis general: ni las condiciones locales ni las condiciones internacionales eran propicias para una salida insurreccional. Esto no se vio con la debida claridad y el resultado fue el desencadenamiento del alzamiento armado.

 

            2. ERRORES DE FONDO

 

            Además de la subestimación de las condiciones internas e internacionales nada favorables, hubieron otros errores de fondo, que confluyeron a determinar los resultados sumamente adversos de la experiencia.

            Lo primero que hay que señalar es la escasa preparación de los cuadros para este tipo de lucha. En centros de entrenamientos que mantenían y mantienen en las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos en varios países del mundo, se llevaban periódicamente a militares paraguayos para ser preparados para la lucha antisubversiva.

            Se trataba de jornadas extensas, a veces de más de un año, en que los oficiales eran sometidos a un verdadero lavado de cerebro, por un lado, pues se les inculcaba una conciencia profundamente anti-comunista, condición indispensable para tener cierta convicción en sus actuaciones. Por otra parte, se les instruía sobre los métodos de los "rojos", advirtiéndoles sobre la tenacidad de los combatientes guerrilleros. Paralelamente se los sometía a rigurosos entrenamientos militares, que incluían fuertes sesiones de resistencia física, como vivir durante dos o tres semanas en un bosque, por dar un ejemplo. O sea: las dictaduras de América Latina, incluida la paraguaya, disponían de personal apto para el combate a las guerrillas, con oficiales adiestrados para ello.

            El entrenamiento a que fueron sometidos los combatientes de Acaray-mí, sin embargo, fue muy pobre de cara a aquello, pues se limitó a prácticas de tiro y a discretos ejercicios físicos. Lo cierto es que para llevar adelante una lucha armada con posibilidades de éxito, la preparación política y militar de los combatientes es esencial, pues además del vigor de las convicciones, hay cuestiones técnicas esenciales que deben manejarse.

            Los combatientes de Acaray-mi carecieron de la suficiente preparación militar y política para presentar un buen desempeño en el terreno de operaciones.

            En segundo lugar, para realizar guerrilla en el monte, es fundamental contar con víveres y agua suficientes, de modo que se pueda sobrellevar las adversas condiciones de manera razonable.

            Es cierto que en el caso de la columna de Acaray-mi existían planes para munirse de víveres en un establecimiento comercial de Campo 8, pero en el peor de los casos se tenía que haber previsto algún esquema alternativo, pues los inconvenientes de internarse en el monte sin alimentos y sin agua podrían resultar, como resultaron, decisivamente negativos. Si uno tiene reservas de alimentos de hasta 15 días, por dar un ejemplo, podría haberse buscado un refugio seguro; tiempo suficiente para que las fuerzas enemigas se desmoralicen, lo que impacta a su vez hace sobre las medidas de control, lo que a su vez permite mayor movilidad...

            La columna de Acaray-mi quedó internada en los montes del sur de Caaguazú sin víveres y sin agua potable. Y obviamente, mantener una posición segura en esas condiciones era imposible.

            En tercer lugar, disponer de un buen poder de fuego cuando se tiene la perspectiva de tener que enfrentarse a fuerzas regulares, es esencial, tanto para sobreponerse, como para seguir avanzando.

            El "Che", en Bolivia, por citar un caso, emboscó a las fuerzas enemigas decenas de veces, con resultados exitosos, pero sus hombres estaban bien preparados y bien armados.

            La escasa cantidad de armamentos y el bajo calibre de las armas de fuego, resultaron ser un factor tremendamente negativo en el caso de los alzados de Acaray-mi; hecho que quedó dramáticamente demostrado en los pocos enfrentamientos que tuvieron con las fuerzas represivas.

            En cuarto lugar, evidentemente se subestimó la capacidad de reacción de las fuerzas enemigas. En realidad, parece que entre los dirigentes del alzamiento se manejó fuertemente la percepción de que la reacción gubernamental ante el hecho iría a ser relativamente discreta, teniendo como protagonista principal de represión a la policía política. Pero si bien es cierto que nadie tenía la "bola de cristal" para saber con exactitud cómo iría a reaccionar Stroessner, lo cierto es que se les llamó la atención repetidas veces sobre la inminente posibilidad de la entrada directa de las Fuerzas Armadas en el combate al grupo.

            Las Fuerzas Armadas movilizaron en la zona de operaciones alrededor de 5 mil hombres, a los que se sumaron policías y milicianos. Invadieron, también, la colonia Acaray-mi, y pusieron en alerta todas sus unidades del país. O sea: lo que no se esperó es que la reacción fuese tan masiva y contundente.

            Y aunque eso no fuese a darse, esa hipótesis tenía que haberse manejado, previéndose medidas ante dicha eventualidad. No se hizo.

            Un análisis global de la experiencia del alzamiento armado de Acaray-mi demuestra de manera inequívoca que se cometieron errores de fondo y de forma en gran cantidad; demuestran que no había preparación adecuada para lo que se intentó.

            Concluyendo este breve balance podemos asegurar que (1) no se tuvo una interpretación correcta del momento local e internacional (2) no se tenía la preparación adecuada que exige este tipo de lucha; tampoco el armamento necesario ni los necesarios materiales de apoyo, y (3) no se previó una reacción tan fuerte del gobierno.

            Las condiciones internas de Acaray-mi eran ciertamente insostenibles, factor que presionó por un ingreso rápido al terreno de las operaciones, pero el proyecto podría haber tenido otro desarrollo y otro desenlace, sí partiendo de estimaciones más correctas, se hubiese montado un movimiento mayor, mejor equipado y con posibilidades efectivamente superiores de expansión y crecimiento.

 

 

 

 

 

 

 

ANEXO I

 

LA COLONIZACIÓN

 

            Fue durante el verano de 1972 cuando Victoriano Centurión, acompañado de Gutiérrez, Mendoza y Blanco, se aproximaron al Ministerio del Interior con la determinación de conversar con Sabino Augusto Montanaro.

            Estaban vestidos con sus ropas de trabajo, algunos estaban descalzos y todos portaban alguna que otra herramienta, propia del trabajo de campo.

            - ¿Qué se les ofrece?, preguntó el oficial de guardia, en la entrada de la repartición pública, sin ocultar su malhumor. Durante sus años de servicio, jamás se había encontrado con personas de no buena apariencia, solicitando hablar con el ministro.

            - Nosotros somos campesinos sin tierra, y queremos entrevistarnos con el ministro Montanaro, para ver si él nos soluciona el problema-, respondió Centurión, que no se dejó intimidar por la mala cara que puso el oficial de guardia.

            - No creo que pueda atenderles, pues está muy ocupado, hagan el favor de retirarse -, dijo el guardia, tratando de cortar la conversación.

            Centurión le explicó que no se retirarían antes de hablar con el ministro. Le comentó que venían desde Misiones, donde habían decenas de familias campesinas que no tenían tierra, y que no irían de vuelta con las manos vacías.

            Ante la decisión de los campesinos de no moverse de la entrada del Ministerio, el guardia comunicó sobre el insólito incidente a la secretaria del ministro, quien a su vez habló sobre el tema con el propio Montanaro. Para asombro de la secretaria y del guardia, sin embargo, Montanaro anunció que iría a recibirlos.

            Los campesinos fueron llevados hasta la sala de espera, donde esperaron menos de media hora para ingresar al despacho del temible ministro stronista.

            Montanaro les saludó muy gentilmente, y les dijo que estaba listo para escucharlos. Centurión presentó el problema:

            - Somos de la zona de Misiones, donde decenas de familias no tienen tierras para cultivar. Nosotros sabemos que el gobierno tiene grandes extensiones de tierras fiscales y lo que le queremos pedir es que disponga que se nos otorgue 500 hectáreas para colonizar.

            - ¿Y dónde están esas tierras? -, pregunto Montanaro.

            - En la Zona del Alto Paraná hay un lindo lugar, totalmente inexplotado, respondió Centurión.

            Montanaro les dijo que él entendía la preocupación que tenían, pero les aseguró que no estaba en sus manos resolver el problema.

            - ¿Por qué no se van al IBR? -, dijo.

            - Podemos ir, pero si usted nos recomienda todo puede ser facilitado, pues nosotros ya habíamos hablado una vez con "Papacito" Frutos y no obtuvimos resultado alguno -, explicó Blanco.

            Montanaro dijo que sólo hasta en eso él podía ayudar, y redactó en una hoja blanca un breve escrito para Frutos, recomendando que se le buscara una salida al problema planteado por los portadores de la nota.

            Los campesinos de dirigieron inmediatamente al IBR, y después de presentar la nota a la secretaria del titular del Instituto, pasaron inmediatamente para ser atendidos.

            "Papacito" Frutos les recordó un dicho muy popular que solía emplear Stroessner: "Los problemas están para ser resueltos, y prometió que haría todo lo que estaba a su alcance para encontrar una salida.

            Los campesinos expusieron extensamente sobre los problemas que estaban teniendo en Misiones por falta de parcelas de tierra para cultivar. Frutos les escuchó con atención y les preguntó, finalmente, cómo creían que la cuestión podía superarse.

            Le hablaron de las tierras ubicadas en el Alto Paraná, y Frutos concordó para que allá se estableciesen. Inmediatamente surgió otro problema: ¿Cómo llegarían al lugar? Frutos fue expeditivo:

            - No se preocupen por eso; voy a avisar a la gobernación, de modo que tengan camiones para ser trasladados-.

            La gestión resultó un éxito total, por lo que sin perder tiempo se dirigieron a Misiones para llevar las buenas nuevas.

            Después de dos semanas, 50 familias misioneras se embarcaron rumbo al Alto Paraná. Iban cargados de esperanzas, pues se decía que las tierras de la región eran muy fértiles, por lo que tendrían excelentes condiciones para progresar.

            El lugar era un tupido monte, por lo que inmediatamente comenzaron a abrir caminos a machetazos para conocer todo el espacio. Las mujeres y los niños acamparon a orillas de un camino de tierra.

            El territorio era virgen, lo que antes que desestimular a los colonizadores, los animó, pues se notaba que eran buenas, que prometían buenos frutos. Se trabajaba sin descanso hasta casi el anochecer. Fueron días y días, semanas y semanas de intensa labor. Codo a codo con ellos, machete en mano, Centurión preparaba la tierra para tornarla apta para cultivos.

            Aún antes de terminar los trabajos de colonización, Centurión tuvo que separarse del grupo, pues le había llegado la noticia de que los policías lo andaban buscando. Para los dirigentes de las Ligas Agrarias esos días fueron particularmente duros, pues había una persecución abierta, que no respetaba límites: hasta religiosos estaban siendo expulsados del país.

            Centurión habló con los colonizadores y les dijo que los dejaría para ir hasta Caaguazú, para ver qué pasaba. Se proponía arreglar la situación y volver.

            No obstante, era consciente de que algo no muy posible de arreglar era lo que lo esperaba, pues era tenido como uno de los más fuertes y decididos dirigentes de las Ligas. Fue hasta Caaguazú para interiorizarse de lo que pasaba.

            Allá le comentaron que la situación estaba grave, que lo estaban buscando por todas partes, con órdenes expresas de detenerlo. Por la compañía Costa -donde él tenía un terreno- ya habían pasado los policías.

            Decidió refugiarse en la iglesia central de Caaguazú, pensando que los policías no serian capaces de invadir el templo para sacarlo. Cálculo errado.

            Ni bien las autoridades se enteraron de donde estaba, cercaron la iglesia y le intimaron rendición. Centurión bloqueó todos los accesos al templo y se dispuso a resistir. Policías y personal de la gobernación se movilizaron alrededor de la iglesia.

            Hubo un tiroteo corto, pues Centurión tenía un revolver, pero no tenía muchos proyectiles. No obstante, consiguió herir a un agente.

            Cuando las fuerzas represivas trataron de invadir la iglesia, se percataron de que todos los accesos estaban bien bloqueados. No sabían cómo proceder. Como había ventanas, un oficial sugirió que se lanzasen granadas de gas lacrimógeno, de modo que el rebelde dirigente quedase sin posibilidades de reaccionar.

            Ya habían pasado más de 5 horas. Se lanzaron varias granadas, y el gas concentrado hizo con que Centurión se desmayase, lo que permitió que los policías pudiesen ingresar a la iglesia. Lo llevaron directamente a Asunción, a la "Técnica", repartición especializada en la lucha anti-comunista, dependiente del Ministerio del interior.

            Sometido a interrogatorios sobre sus actividades, Centurión explicaba que dedicaba su vida a la defensa de los intereses del pueblo y del país. Sometido a sesiones de tortura, Centurión gritaba:

            - Peguen, golpeen con mucha fuerza, imbéciles que están al servicio de los intereses extranjeros. Por mis venas corre la sangre de los López y de todos los que pelearon porque el Paraguay sea un país independiente, y su población sea bien tratada.

            Durante años, a quienes tuvieron la desgracia de pasar por la "Técnica", los funcionarios comentaban sobre el vigoroso dirigente campesino, que ante la tortura respondía con acusaciones y desafíos.

            De ahí lo llevaron a la Penitenciaria de Tacumbú, donde permaneció hasta 1976, año en que recuperó su libertad, por cumplimiento de pena, pues se había abierto un proceso contra él en Villarrica, por los sucesos de la iglesia de Caaguazú. Ya en libertad, el Comité de Iglesias, una Organización No Gubernamental, ONG, creada durante los años 70, consideró inconveniente que Centurión retornase a Caaguazú, por lo que solicitó recursos para ubicarlo, junto con su familia, en la ciudad de San Lorenzo, cerca de Asunción.

            Centurión siempre sospechó que el Comité de Iglesias, con el cuento de apostar a protegerlo, buscaba nada más que separarlo de las bases campesinas.

            Sus ansias por reincorporarse a las luchas sociales se manifestaron muy rápidamente. De hecho, su casa de San Lorenzo sirvió de local para la realización de incontables encuentros, en los que se analizaba sobre la situación política nacional y sobre la particular situación del campo.

            Coincidiendo con varios ex dirigentes de las Ligas Agrarias, Centurión ya estaba empeñado en el trabajo de rearticulación, cuando a fines de 1977 fue nuevamente detenido, en Ypacaraí, precisamente cuando se realizaba una reunión entre más de 20 activistas campesinos, que trataban sobre el tema de la organización. Meses después, ya en 1978, recuperó su libertad.

            A lo largo de esos años en que Centurión estuvo alejado de las bases, en la colonia Acaray-mi, ocupada desde 1972, se desarrollaba una lucha sin cuartel contra la miseria y la persecución.

            Por una parte, no se habían dado progresos. La población de la colonia creció con la llegada de nuevas familias, parientes de muchos de los ocupantes, lo que más bien agravó la situación, pues 500 hectáreas resultaban pocas.

            Se pidió todo tipo de asistencia a las autoridades, sin que en circunstancia alguna se consiga algo. No se abrió escuela, para educar a los niños; no se habilitó ningún puesto de salud, para atender a los enfermos; no se les concedió créditos para costear las plantaciones; no se les prestó asistencia técnica.

            La vida en el lugar se daba en un marco de mezcla de desesperación con resignación. Y como agravante, los pobladores eran permanentemente amenazados de desalojo, pues Olga Mendoza de Ramos Giménez, esposa del entonces jefe de la Comisión Nacional Demarcadora de Límites, general Ramos Giménez, reclamaba la propiedad sobre las tierras ocupadas por los campesinos.

 

 

 

ANEXO II

UNA COMBATIENTE PRECOZ

 

            Stroessner no podía aceptar que una criatura de apenas 12 años, y encima niña, hiciera parte del alzamiento armado de Acaray-mi contra su gobierno.

            La niña era Apolonia Flores, y herida en las dos piernas en pleno enfrentamiento, terminó siendo hospitalizada en el Policlínico Policial "Rigoberto Caballero".

            Una mañana, desde el Palacio, llamó al sanatorio para interiorizarse sobre el estado de salud de la niña. La enfermera que estaba encargada de atender a la niña se asustó, cuando la llamaron para hablar con el presidente por teléfono.

            La enfermera, le explicó al presidente que la niña no corría peligro de perder la vida, pues las balas ya habían sido extraídas y se estaba recuperando lentamente. "Responde bien al tratamiento", le aseguró.

            Stroessner le manifestó que tenía la intención de conversar con Apolonia, para hacerle un ofrecimiento. Le dijo que esa tarde pasaría por ahi y que se dispusiera todo para la visita.

            Desde ese mismo instante, el ritmo cambió en el Policlínica. Las limpiadoras fueron convocadas y avisadas: todo debía estar meticulosamente limpio; los médicos y enfermeros fueron avisados; todos debían estar pulcros y presentables; Apolonia fue sometida a un examen especial, no de rutina: midieron su temperatura, la limpiaron bien y la peinaron.

            - Hoy vendrá el presidente a verte, y si aprovechás la oportunidad podrás ganarte la confíanza de él. Trátalo con mucha deferencia-, le dijo la enfermera, quien en realidad se había encariñado con la joven paciente, con quien en ocasiones solía hablar largamente.

            - ¿Y qué le voy a decir? -, preguntó la niña, visiblemente sorprendida con el inesperado anuncio.

            - No sé. Sí te ofrece algo que te convenga, aceptá; no vayas a desperdiciar esta oportunidad. Vos ni te imaginas cuánta gente se muere por tener una oportunidad para hablar con él, y en este caso es él el que está pidiendo verte -, respondió la enfermera.

            Durante horas Apolonia trató de imaginar cómo sería su encuentro con Stroessner, de quien sólo había visto alguna vez unas pocas fotografías. Muchas imágenes desfilaron por su mente: las de Acaray-mi, las de su familia, las de las reuniones preparatorias del alzamiento, las de los días tremendamente adversos de cuando estaban escondidos, las del enfrentamiento.

            Eran las 15:30 horas cuando Stroessner ingresó a la sala donde estaba Apolonia.

            - ¿Cómo estás mi hija, cómo te sentís? -, preguntó el entonces todopoderoso mandatario.

            Apolonia nada respondió y giró su cabeza para no seguir mirando al presidente.

            - ¿Tan mal le dispararon a esta niña que perdió hasta el habla? -, preguntó el presidente, a lo que la enfermera respondió que hablaba muy bien y bastante.

            Stroessner no insistió en arrancar una respuesta de la niña, pero le expuso básicamente su punto de vista y su propuesta:

            - Yo estoy seguro, mi hija, de que vos nada tenés que ver con los hechos ocurridos en Caaguazú; no tenés ninguna responsabilidad sobre lo ocurrido ahí. Por eso quiero ofrecerte una oportunidad. Quiero que te quedes aquí, donde se te va a cuidar, y después te pondrás a estudiar para formarte en algo. Más adelante, inclusive, podrás pedir a tus padres que vengan a vivir contigo...

            Apolonia apretó su rostro contra la almohada. Nada dijo, nada respondió.

            Stroessner prometió volver. No presionó a la criatura y en ningún momento la trató mal. Antes de retirarse dispuso que se la tratara bien.

            Ni bien salió de la sala el presidente, Apolonia fue duramente increpada por la enfermera.

            - Por qué no aceptaste lo que te ofreció el presidente. Perdiste una excelente oportunidad…

            Apolonia siguió con su tratamiento, pensando mucho sobre lo que le había propuesto Stroessner, quien había prometido volver.

            Recordaba cosas de Acaray-mí y extrañaba tremendamente a su familia.

            Pasaron casi 15 días hasta que se produjo la segunda visita del presidente a la joven detenida. Esta vez, se produjo un largo diálogo entre la niña y Stroessner.

            - Lo primero que quiero que entiendas, mi hija -le dijo el presidente-, es que para mi vos no tenés ninguna responsabilidad sobre todo lo sucedido. Fuiste utilizada por gente radicalizada, cuyos objetivos creo que vos si siquiera podrás comprender...

            Apolonia no reaccionó, negándose a responder sobre lo planteado. Se limitó a escuchar.

            Stroessner le reiteró la oferta que le había hecho en la primera visita.

            - Estas personas serán las encargadas de cuidarte en todo. Me estuvieron comentando que tus heridas no son nada superficiales, pero que estás respondiendo bien al tratamiento. Aquí ya dispuse que se te dé la mejor atención; ese aspecto, por tanto, no me preocupa-.

            Apolonia pensó que no tenía, sentido quedarse callada. Sabía, de haber escuchado, que Alfredo Stroessner era un dictador que acostumbraba tratar mal hasta a sus más cercanos colaboradores. No entendía por qué se interesaba en ella. De todos modos, hizo un primer comentario:

            - Yo no tengo quejas sobre la gente que aquí me atiende. Se me da todo, sin problemas. La comida es buena y el trato también -.

            Ya había conseguido que hablara, lo que le llenó, y le dio oportunidad para seguir avanzando.

            - Por eso es que quiero que escuches mi propuesta. Las enfermeras de aquí serán como tus madres; te van a dar toda la atención que requieras. Pero después de recuperarte, podrías ponerte a estudiar algo...

            - Yo no sé leer ni escribir -, interrumpió Apolonia.

            - Todo vas a aprender. Lo que quiero que entiendas es que te estoy ofreciendo precisamente una oportunidad para progresar -, añadió Stroessner.

            Apolonia dudo sobre lo que iba a decir. Por un lado, entendió que lo que iría a decir podría hacer enojar al presidente, pero, por otro lado, una fuerza interior incontenible la empujó a expresar lo que en ese momento se cruzó por su cabeza.

            - Es muy lindo lo que usted me está ofreciendo, y no puedo negar que me gusta mucho, pero le quiero preguntar una cosa, ¿por qué no se le dio antes a todos los niños de Acaray-mi la posibilidad de estudiar?, ¿por qué a mí?-.

            A Stroessner lo tomó de sorpresa la respuesta de Apolonia, y le llamó la atención el hecho de que apenas era una niña para tener tanta agudeza. Se puso a meditar por algunos minutos; se instaló un silencio que parecía que nunca iría a terminar. Después insistió:

            - Quiero darte esa oportunidad. Quiero que te cures bien, que después estudies y que tengas más adelante una profesión para trabajar. Ahora me voy; no necesitar responderme. Dentro de unos días voy a volver, por última vez, y para entonces quiero que me dagas sí o no -.

            Salió de la sala sin decir una palabra más; no se despidió de nadie, subió a su coche y ordenó al conductor que lo llevase rápidamente al Palacio. Durante el camino, se fue pensando que la niña lo dejó sin poder responder. "¿Acaso hay gente que está pasando tan mal?, ¿acaso me mienten cuando me aseguran que todo está funcionando bien?", se interrogó, olvidando después el incidente.

            Apolonia se puso a reflexionar largamente sobre la propuesta que le había hecho el presidente. No era mala, pero recordó que en las reuniones a las que había asistido se hablaba de beneficios para unos pocos y penalidades para las mayorías; de privilegios para las minorías y de carencias para el resto.

            Por su joven cabeza desfilaban pensamientos que terminaban en un mismo lugar: Acaray-mi, donde creció, donde sus amigos y amigas, como ella, no habían podido estudiar, no habían podido progresar. Y ahora le ofrecían a ella una oportunidad.

            Días después, ya tenía una determinación: le diría no al presidente; quedaría con la mayoría.

            La tercera y última visita de Stroessner a Apolonia ya fue más breve, pero el intercambio de palabras también fue más fuerte. En esa ocasión, fue Apolonia la primera en hablar:

            - Estuve pensando largamente en lo que usted me ofreció, y me pareció que no debería aceptarlo, pues si usted hubiese querido realmente ayudarnos, podía haberlo hecho ya mucho antes, o podría ahora hacerlo para todos, y no solo para mi, en Acaray mí no hay escuela, por lo que nadie puede estudiar; tampoco hay médicos, por lo que mucha gente muere por falta de tratamiento...

            Stroessner no estaba dispuesto a escuchar reproches, y mucho menos de una niña, que a su criterio apenas "había sido utilizada". Su intervención incorporó una amenaza:

            - Vos tenés dos alternativas: o aceptas lo que te propongo, y te atienden adecuadamente aquí, como lo han hecho hasta ahora, o rechazas, y en ese caso te llevarán al Buen Pastor, donde sólo Dios sabrá qué pasará contigo.

            La respuesta fue corta, categórica y contundente:

            - Que me lleven al Buen Pastor -.

            Stroessner no dijo una sola palabra. Salió de la sala apresuradamente y abandonó el Policlínico.

            Esa misma tarde, Apolonia fue trasladada al Buen Pastor. Sus heridas empeoraron rápidamente, por la falta de tratamiento adecuado, pero apenas unos días después pudo ver a su madre, en cuyos brazos lloró durante un largo rato; de dolor por muchas cosas, pero no por arrepentimiento.






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