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Jaime Bestard (+)
  BOCETOS - Obras de JAIME BESTARD


BOCETOS - Obras de JAIME BESTARD

BOCETOS

Obras de JAIME BESTARD

Lápiz sobre papel de 16 x 24 cm.

Colección PRIVADA

Tema : BOCETOS

 

 



 



JAIME BESTARD. LOS PRIMEROS PASOS


El 14 de mayo de 1892 nace en la ciudad de Asunción, JAIME BONIFACIO BESTARD SOSA. Sus padres fueron Antonio Bestard, funcionario de la empresa marítima Mihanovich, y Juana Sosa, ama de casa; sus hermanos, Antonio y José Miguel. Es egresado del Colegio Nacional de la Capital. Con la ganancia de su primer trabajo en el renombrado almacén Urrutia y Ugarte, compra sus primeros pomos de pintura y pinceles, remarcando así su vocación artística. Toma sus primeras clases de dibujo en el Instituto Paraguayo, bajo la dirección del profesor italiano HÉCTOR DA PONTE (1879-1956).

En 1907, con apenas 15 años de edad, viaja con su padre a la isla de Mallorca, España, para disfrutar de unas vacaciones. Ahí vivían sus abuelos, tíos y primos, quienes le habían invitado escribiéndole: Ven junto a nosotros en D’Andratx y te haremos pasear por las colinas y olivares y buscaremos nidos de aves...(Mi Tío Jaime, Miguel Ángel Bestard, pág. 2)

Ya en el lugar, prefería salir solo, recorriendo parajes con su caballete, sus telas y pinturas y en el puerto de Palma de Mallorca veía trabajar a muchos pintores.

Todo sirvió para fortalecer su inclinación por la pintura. Luego de esta primera salida del hogar, se tiene constancia de una estadía en la ciudad de Buenos Aires, según se refleja en un dibujo realizado en el año 1911.


EN LA BÚSQUEDA DE NUEVOS HORIZONTES


Tratando de consolidarse como artista, en 1922 deja su hogar materno de la calle Alberdi y emprende un viaje cuyo destino final era Europa.

Hace una obligada escala en Buenos Aires, Argentina, donde permanece por más de dos aòos, realizando diferentes labores para cubrir los gastos de su traslado a París, tal como expresa Jaime Bestard al respecto: (...) Había realizado un viaje cuya duración no preví. Mi escala de más de dos aòos en Buenos Aires, no pecaba por su brevedad.

Mas, reunir la cantidad para el pasaje era difícil como imprescindible, lo que me obligó a emplear todo ese tiempo para conseguirla ejerciendo los oficios más sorprendentes como ajenos a mis inclinaciones personales: fui oficial carpintero en una fábrica de aparatos de radio; albañil y "brocha gorda", según las circunstancias; ensayé, aunque inútilmente ¡ay! vender terrenos por mensualidades; luego de retocar bromuros en la puerta de un zaguán, fui grabador litógrafo en una casa impresora; decoraba vestidos de seda para señoras, y si, entretanto, alguno caía para pedirme que le pintase su retrato, no me lo hacía repetir (...) (La Ciudad Florida, Jaime Bestard, pág.14)

Finalmente Jaime Bestard llega a París en 1924.


ESTADÍA EN PARÍS


En la siguiente cita de su libro LA CIUDAD FLORIDA, se puede apreciar un descriptivo relato sobre las condiciones en que se realizaban los viajes a Europa: (...) Por la planchada tendida entre el barco y el muelle bajaron, entre otros pasajeros procedentes de Buenos Aires, hasta una docena de desarrapados que habían salido de la bodega del buque y desfilaban su extraña catadura para pisar tierra en el Havre.

Esta fila de extravagante estofa componíala una familia de agricultores polacos; dos viejas hetairas retiradas; un español que había, según propia confesión, quebrado negociando en camisas; un jugador profesional, un truhán que para vencer el aburrimiento en el largo viaje, se dedicaba a desplumar al prójimo; un carpintero italiano y, cerrando la marcha, iba yo.

Nuestra presentación no podía menos que sorprender a los curiosos reunidos en el muelle. Formábamos un racimo aparentemente homogéneo: Igual descuido en la indumentaria y la hurañía de facciones de los que han viajado incómodos y sin consideraciones de ninguna clase. Una diferencia, empero, separábame de mis compañeros de bodega: eran todos ellos europeos pobres que fueron a América con el objeto de conquistarla. Yo actuaba a la inversa: era un sudamericano pobre que llegaba para iniciar mi conquista de Europa. Si quisiera ahondar algo más el concepto de las diferencias, encontraría otra, y ésta, capital: ellos volvían en la última clase de un barco porque no tenían otro remedio. Y al europeo que vuelve a su tierra en tercera, puede considerársele, sin riesgo de equivocarse mucho, que es un vencido, un derrotado. De ahí el fondo de amargura que traslucíase en sus facciones. Yo, en cambio, sentíame jubiloso, a mis anchas, porque esa, mi manera de viajar, ha sido libremente elegida por mí.

Para los hábiles en la intriga, cruzar el mar en cámara, es cosa fácil; como tampoco les es difícil arrodillarse cuando lo creen necesario. Pero esos gestos ridículos y bajos, no podían sino inspirarme desprecio. Natural fuera entonces que optase por lanzarme a viajar por el mundo en la cala de los barcos, sin mucho regalo, naturalmente; pero libre como el aire.

La libertad cuesta mucho más cara que la comodidad. Mas, entre ésta y aquélla, no he vacilado nunca en elegir la primera, por la que he pagado y sigo pagando sin pestañear, sin fijarme en el precio, lo que ella exige para alcanzarla.

Pisé, pues, tierra de Francia, cargando con todas mis armas: mi caja de colores en la mano, el ánimo resuelto y pleno de ilusiones (...) (La Ciudad Florida. Jaime Bestard, págs. 9 y 10)

El artista sigue comentando en el mismo libro que su primer lugar de albergue fue un humilde hotel sobre la calle Lhomond del barrio Montparnasse. Más tarde se traslada al antiguo barrio latino cerca del Sena, denominado LA CIUDAD FLORIDA, un barrio de calles estrechas, de construcciones viejas y paredes carcomidas por la nieve y el tiempo, donde en su soledad pasa la primera Navidad fría. Los embates del crudo invierno, inusual para un hombre de cuna tropical, complican su salud y contrae tuberculosis. Luego de una internación en el hospital, pasa a un hogar de convalecientes, donde realiza muchos bocetos a lápiz. Retrata a ancianos, médicos y enfermeras, y dibuja los árboles nevados que reflejan la tristeza, melancolía y desolación del lugar. En esos tiempos también le deja muy apenado la muerte de su amigo HERIBERTO FERNÁNDEZ, víctima de la tuberculosis, luego de permanecer hospitalizado en esa ciudad

En el año 1926 se traslada a la RUE DAUPHIN en Bon Marché, lugar donde continúa con la producción y venta de sus cuadros de pintura. En el invierno de ese mismo año, luego de hacer unos retratos y recibir una buena paga, decide tomar unas clases en una academia. Le llama poderosamente la atención una modelo de nombre OLGA BAUDRY, a quien contrata en forma esporádica. El mismo artista en su libro LA CIUDAD FLORIDA, hace un amplio relato acerca de esta relación amorosa que no llegó a ser tal. En una ocasión en que posaba para el pintor, como sellando un no rotundo, ella le dijo: (...) toda relación exige lo que un cuadro ¡un buen marco!... El autor concluye el capítulo diciendo: ...Pero en esta última etapa de nuestro diálogo, obró oportunamente como un eficaz reactivo: comprendí que andaba perdiendo dos cosas difícilmente prodigables por mí: tiempo y dinero 8.

En esa ciudad, Jaime Bestard conoce a un relojero que compra sus obras, pero pagándole muy bajos precios. Ya tarde, se dio cuenta de que este señor era un simple intermediario y que el verdadero comprador de todas sus obras era un marchant de nacionalidad rusa, de apellido KALIANOV.

En esos tiempos sufre un accidente insólito al caer en la bodega del subsuelo de un restaurante, lo cual le mantiene inhabilitado por más de cuarenta días. Este accidente sucedió en el momento menos indicado, ya que iba camino a un importante pedido de pintura.

Más tarde, ya recuperado del accidente, busca de nuevo los contactos para la venta de sus trabajos y aparece el marchant KALIANOV, quien vuelve a comprar sus pinturas, inclusive sus dibujos y apuntes. Sin embargo, también éste era un mal pagador, llegando incluso a esconderse del artista para evitar el pago. Bestard relata en su libro que, debido a una sigilosa persecución, logra dar con Kalianov entre la multitud. Luego de un cuidadoso seguimiento lo ve ingresando en una casa de juegos, comprobando perplejo que era un jugador empedernido, encontrando así una explicación a su extraña actitud.

Después de mucho andar, la suerte golpeó las puertas de Bestard. Un buen presagio fue encontrarlo a un Kalianov muy mejorado de su condición de mal pagador: no sólo dejó de esconderse de él; también le pagó una antigua deuda.

En esos días, al regresar a su hospedaje le anuncian que en el Salón se había vendido una obra suya (paisaje) a un excelente precio. Sumándose a su suerte, el abogado que había tomado su defensa ante aquel ingrato accidente le informaba que la demanda había culminado con éxito, por lo que accedería a otra importante suma de dinero.



 



 

BESTARD Y EL PAISAJE ESTILIZADO - JORGE BÁEZ SAMUDIO

Un pintor nuevo que se incorpora recientemente al grupo de los ateneístas, pero sobre todo nuevo por sus originales empastes, es Jaime Bestard. Y uno como él que busca todavía la técnica que le satisfaga o se adapte mejor a su temperamento, a través de las varias tendencias y escuelas pictóricas modernas, necesariamente ofrece a la crítica de sus contemporáneos apenas una o dos frases o aspectos de su arte, cambiante como los matices del éter, consciente como es de lo que debe ser la pintura en nuestro tiempo.

Al saber que Bestard preparaba una exposición para Buenos Aires, en la primera temporada del invierno que se aproximaba entonces, nos propusimos con algunos amigos a hacerle una visita, antes de que se ausentara.

Una mañana nos hicimos anunciar en su casa de la calle Alberdi, y se adelantó a recibirnos doña Juana Vda. de Bestard, madre del pintor, y ejemplar auténtico de aquellas de la Residenta. Después apareció el señor Bestard quien nos invitó a pasar a su atelier. Su pieza, aunque no de pocas dimensiones, estaba atestada de cuadros, de abajo arriba. De inmediato nos dimos cuenta de su gran labor, de su infatigable espíritu creador.

Efectivamente había laborado mucho desde su última exposición en el Ateneo Paraguayo, pues nos eran casi familiares los cuadros que expuso en aquella oportunidad, entre los tantos que estaban a nuestra vista, con las pinturas aún frescas y brillantes por el barnizado.

Como en circunstancias tales, no sólo resaltan a la vista la cantidad de cuadros y su contenido, sino hasta la tendencia del pintor, descubrimos el gran cambio operado en su técnica. La estilización se había apoderado de su gusto estético, al tratar los paisajes con grandes masas de colores, con ejecución firme y segura. No obstante la sinfonía cromática, al influjo de la luz y de su propia fantasía, permanecía inalterable, como elemento principal de sus cuadros.

Sus motivos no son de los aspectos más interesantes que ofrece la naturaleza cordillerana de nuestro país, de suya pintoresca, pero su luz en cambio, es como un himno que invade el paisaje, y el asunto más sencillo se reanima hasta adquirir bellezas tales al conjunto de su paleta.

A la alegría que comunica al espíritu del observador el rico colorido de sus cuadros, opone una nota de melancolía su "ANGELITO". Nosotros que vemos en el autor de "EN LA VICARÍA" un espíritu humorístico no le encontramos adecuadas las cosas tristes, como esa caravana de chicuelos descalzos que va cargado con el ataúd del brote yerto de una vida. Por eso nuestra mirada maquinalmente cambia de dirección y se posa en un cuadro de menores dimensiones, que reproduce la PROCESIÓN DE LA VIRGEN DE CAACUPÉ. En ese cuadro son notables sus originales golpes de vista, como su carácter netamente típico. Arriba, el cielo presenta grandes nubarrones de verano, con soleadas intensas, ante cuyo brillo por poco no fruncimos el ceño. Y abajo, aparece la abigñarrada muchedumbre, sobre cuyas cabezas sobresale la menuda imagen milagrosa de la Virgen serrana. El templo pueblerino aparece casi totalmente, y entre la multitud, la infaltable lanza bomba, con la consiguiente travesura de chicuelos.


El paisaje estilizado más notable nos parece "EL PUENTE". En el tranquilo arroyo sin ningún reflejo que empañe su tersa superficie, aparece sentada una lavandera y arriba del puente triunfa la selva, cuya exuberancia comunica una cierta fuerza al colorido y parecen abrazarse los árboles conjugándose el verdor de sus follajes.

Esta manera de ver el paisaje creo que obedece a una sensibilidad que es cambiante en el hombre. Y lo es en efecto, como cree Insúa; un medio psíquico de locomoción, al cual se acomoda el hombre como en un vehículo... Su ejecución puede ser lógicamente discutible pero estéticamente irreprochable. Y toda esa tendencia sólo representa un paso fugaz en la vida de un pintor.


BESTARD alterna el paisajismo con los motivos folklóricos: "LA GALOPA", "EL SANTA FE", "MÚSICOS" y otros cuadros del mismo carácter, reproducen escenas y típicos populares. Más en ellos es de advertir que la faz pictórica prevalece, a nuestro juicio, a los propios asuntos. Así en "LA GALOPA", que se realiza debajo de un emparrado, entran en juego los efectos de luz y sombra, como en "Danza", formando en el suelo y demás objetos, caprichosos arabescos. Y las figuras de los "MÚSICOS" aparece corno emergiendo de la penumbra alborocente, con medio tono que las hace apenas perceptibles.

Como impresionista le preocupa más el colorido que otros elementos, para dar el efecto que quiere a sus cuadros. Sus campos soleados, con ranchitos que se acurrucan en los recodos de los bosques son como para las más dulces escenas bucólicas o por donde pasa una furia de bacantes hostigadas por los faunos. Dentro de su simplicidad comunica al espíritu la alegría de sus colores. No le interesa o le interesa muy poco dar caracterización al ambiente, pues trata el paisaje sólo a través de sus goces estéticos, y se alía con la luz para interpretarlo con el cálido colorido de que se impregna su retina.


Cuando en 1933 se inauguró en la Asunción el primer Salón de Primavera, Jaime Bestard, que entonces regresaba recientemente de Francia, presentó, entre otros cuadros, unos paisajes de colorido frío, como "LA CATEDRAL VISTA DESDE LA PLAYA", "CAMINO DE LAMBARÉ", etc. Pero bien pronto hubo de reaccionar con la influencia ambiental, y más aún con la de la luz del trópico, siendo en la actualidad uno de los impresionistas más fuertes de los claros solares.

¿Y apropósito de su procedencia? Sin percibir beca de ningún gobierno pasó Bestard nueve años en Francia; conoce París como la palma de sus manos; y aprendió artes y vivió como pudo en el torbellino de la gran ciudad. Venció cuantas dificultades se le opusieron a su marcha, con la tenacidad silenciosa de su carácter. Conoció y trató en París a muchos paraguayos que fueron llegando allá de año en año, para varios fines. Y así vio morir a unos y pasar a otros de nuestros compatriotas, con ideales que no fructificaron nunca para el bien de la colectividad paraguaya. De ahí su escepticismo en todos los que proviene de sus coetáneos. Y sólo cifra profunda fe los jóvenes y en la constancia del trabajo.

Desde que volvió a la Asunción da lecciones de pintura en el Ateneo Paraguayo, y de dibujo en varios colegios; y en medio de todo eso prepara exposiciones, como la que hará por segunda vez en Buenos Aires, exaltando en sus telas el paisaje vernáculo, junto con la poesía de los rincones solariegos.

Nos despedimos de Bestard con la satisfacción de haber visto sus cuadros, antes de que los expusiera a ningún público, y le felicitamos por su gran labor.

Asunción, Mayo de 1938.


  



 

DOCUMENTO FUENTE (ENLACE INTERNO)

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JAIME BESTARD - ARTE Y DIGNIDAD

Por AMALIA RUIZ DÍAZ

Publicación realizada con el apoyo del FONDEC

© Amalia Ruiz Díaz

Fotografía: Amalia Ruiz Díaz y Juan Carlos Meza

Asunción-Paraguay 2009 (150 páginas)




 

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