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GONZALO ZUBIZARRETA UGARTE (+)
  VOCES QUE NO SE APAGAN - GONZALO ZUBIZARRETA


VOCES QUE NO SE APAGAN - GONZALO ZUBIZARRETA
GONZALO ZUBIZARRETA - VOCES QUE NO SE APAGAN
 
CD 2
 
Entrevista realizada por VICTORIO SUÁREZ
 
Palabra viva de grandes escritores paraguayos
 
 
 
 
 
 
 
 
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GONZALO ZUBIZARRETA. Entrevista de VICTORIO SUÁREZ

(25-X-1992 - ABC)

“NUESTRA POESÍA ES MUY ANACRÓNICA”

(GENERACIÓN DEL 50 - LITERATURA PARAGUAYA)

 

Vivimos un período de transición, de intenso movimiento entre incertidumbres, ambigüedades, contradicciones y esperanzas. En la variedad de los hechos estamos interesados en conocer la situación actual de nuestra literatura. En efecto, hemos realizado una serie de notas y reportajes a escritores nacionales, a fin de entender nuestra problemática y saber qué están haciendo actualmente los que se dedican a la actividad literaria en nuestro medio. Esta vez entrevistamos a Gonzalo Zubizarreta Ugarte, quien dio ciertas explicaciones acerca de la labor del escritor en nuestra sociedad. Algunos de sus conceptos escarban con inteligencia en la realidad. En la gama expresiva de su visión es perceptible la franqueza. Cabe recordar que nuestro entrevistado hizo el doctorado en letras en los EE.UU., país donde ejerció por muchos años la docencia universitaria. Asimismo, posee el título de abogado. Su primer poemario dio a conocer a través de Ediciones Alcándara con el título de “Los altos muros desde lejos”. Actualmente se dedica a la creación de cuentos. Tiene en preparación algunas obras y enseña literatura española contemporánea y barroca en la UCA.

 

–Parece que nunca estuvimos a tono con las novedades que se dieron en materia literaria. Sintetizando, ¿qué podés decir al respecto?

–En nuestro país, en pleno siglo XX, se escribió poesía romántica y en la mayoría de los escritores existió el problema del manejo del idioma español. No hace falta citar nombres, ahí tenemos el caso de Ortiz Guerrero, bien dotado para la poesía, pero con notables falencias para la construcción poética en español. El pobre Manú escribía con una estética ornamental a contrapelo de la historia, copiando las “Prosas profanas” de Darío. No olvidemos que nuestro querido Hérib Campos Cervera no estuvo tan lejos de aquel modernista ya cansino y superado.

Hérib murió a destiempo sin haber cuajado como poeta. Lo cierto es que nuestra poesía siempre dio muestras de gran anacronismo. No obstante, voy a repetir algo ya conocido: la poesía contemporánea paraguaya recién comienza con doña Josefina Plá y Julio Correa, luego se conformaría el grupo llamado del 40. Esta importante promoción dio los más valiosos poetas, entre ellos Oscar Ferreiro, hombre vital, de personalidad deslumbrante. Quiero señalar que el primer libro innovador fue “El precio de los sueños”, de Josefina Plá, y digo innovador porque en ese poemario la temática del amor se complica con la muerte, esa cuestión era un contrapunto universal.

 

–¿Podés señalar algunos factores de nuestro “anacronismo”?

–En primer lugar, creo que en el pasado la mediterraneidad fue algo terrible, fue un factor de aislamiento, teníamos fama de desinformados. En 1940 aparece el osado Román Escohotado para decirnos que García Lorca era un poeta inédito; esa barbaridad patentiza el concepto que nos tenían. Por otra parte, la política y la misma historia absorbieron al género estrictamente literario. Es increíble, pero entre nosotros siempre gravitó el pasado; el paraguayo tiene muy poca sensibilidad para la libertad. Aquí se admite la arbitrariedad con estoicismo, porque nunca conocimos los beneficios de un orden jurídico. La arbitrariedad parece algo natural, eso hace que en todo paraguayo aliente la característica del comisario mandón. Aquí nos manifestamos circunstancialmente.

 

–¿El escritor paraguayo escribe poco?

–Es cierto, el escritor es improductivo. Desde el comienzo los escritores nacionales estuvieron inmersos en corrientes perimidas que no daban ningún atractivo. En realidad, nunca he meditado profundamente acerca de nuestra literatura, me especialicé en otros géneros literarios para ganarme la vida. De todos modos, repito, toda nuestra literatura poética antes del 40 presenta caracteres muy artificiales.

En el 50, la consolidación de nuestra poesía contemporánea se da en un librito minúsculo casi sin trascendencia que fue editado por la Academia Literaria del Colegio San José bajo el título de “Poesía” (1953). Nuestra ineditez es curiosa, no hay eco. Paraguay es un país donde la literatura impresa es marginal. Creo que nuestro país es un sepulcro de libros. Lo mejor que pudo ocurrirle a Elvio, Casaccia y Roa es haber salido del país. Aquí el largo trabajo del escritor se borra en 24 horas.

 

–Tu participación en la literatura paraguaya ha sido exigua.

–Soy caso raro. No pertenezco a ninguno de los dos grupos; es decir, ni al grupo del San José ni al grupo de filosofía, que fue liderado por Rubén Bareiro Saguier. Viví muchos años en los EE.UU. ejerciendo la docencia, estuve desvinculado del Paraguay. No obstante, recuerdo lejanos días de infancia y adolescencia que fueron compartidos en presencia de José María Gómez Sanjurjo. Mi contacto con la literatura fue hace mucho tiempo, ahora estoy buscando nuevamente un espacio. Mi incursión en el campo de la poesía se debe seguramente a la influencia de José María, quien ejerció sobre muchos jóvenes una especie de magisterio. Nos gustaba su poesía, además Gómez Sanjurjo era una persona de gran calidad humana, tenía ese aire trashumante de juglar, eso impresionaba, era la encarnación de un poema.

 

–¿Sentís una gran admiración por Gómez Sanjurjo?

–Sin lugar a dudas. Sobre el punto quiero decir que la obra poética de José María Gómez Sanjurjo es más compleja de la que se cree. Se lo identifica como poeta de efecto inmediato, de gracia verbal y música exquisita. Creo que fue más valioso el José María de la última etapa de su vida; es decir, el poeta entrecortado, jadeante, esquelético, empobreciendo su propio lenguaje deliberadamente. Siento también gran afinidad por las obras de Ricardo Mazó, Elvio Romero (a quien estudié profundamente) y José Luis Appleyard, quien a mi entender escribió el mejor libro de la promoción del 50, “Entonces era siempre”. Creo que los poetas del 50 se dividieron en dos vertientes: la intimista: José María, José Luis, Ramiro Domínguez, Mazó. Por otro lado están aquellos que cultivaron la poesía social como Rubén Bareiro Saguier, Carlos Villagra Marsal y Rodrigo Díaz Pérez. Esta referencia está basamentada en dosificaciones porque ninguno de ellos se circunscribió estrictamente a una sola línea.

 

–¿Podés referirte a otros poetas que llamaron tu atención?

–Creo que en la década de los años 60 aparecen dos buenos poetas: Francisco Pérez Maricevich y Jacobo Rauskin. En el primero de los nombrados aparece una gran angustia existencial salvada por la fe religiosa. Rauskin, sin embargo, aparece con su decantada ironía, en permanente decantación, apretándose hasta hacerse difícil. Creo que Jorge Canese es un poeta importante porque saca a la poesía paraguaya de esa mojigatería pacata y burguesa, se atrevió a decir muchas cosas, trajo un aire nuevo. El lenguaje de todo poema para que sea realmente poesía debe estar sometido a reactivos, a venenos químicos; es decir, el poeta tiene que crear algo nuevo a través de su instrumento, que es la palabra. Por naturaleza el poema tiene un lenguaje  artificioso; la aparición de poetas como Canese nos acerca a la realidad, por eso creo que históricamente son importantes. De la nueva generación conozco fragmentariamente cosas de Lisandro Cardozo, poeta muy bien dotado, su prosaísmo está redimido por la ironía. Creo que Ricardo de la Vega tiene una cantera interesante simulado por su tono coloquial. Gladys Carmagnola es excelente poetisa; algunas poesías de Amanda Pedrozo tengo en cuenta, es talentosa, pero su lenguaje entrecortado –a veces– no me convence. En la narrativa apareció una extraordinaria escritora: Lucy Mendonça de Spinzi.

 

–¿Qué pensás del compromiso que debe asumir el escritor en su obra?

–Desde mi punto de vista –discutible por cierto– creo que el único compromiso que debe asumir un poeta, o un escritor, es con su conciencia. No se puede comprometer con un partido. Teóricamente la poesía puede absorber todo, pero aceptemos que en nombre de la poesía social se escribió mucha porquería. Elvio es un gran poeta social, la desintegración del marxismo dramatiza su sacrificio. Su mejor obra es “Destierro y atardecer”.

 

–¿Te parece que la poesía no es un género para las multitudes?

–Creo que la poesía es una disciplina que requiere adiestramiento para ser apreciado. No creo que la buena poesía llegue nunca a la multitud. Hay grados de poesía. Para mí, Emiliano R. Fernández representa una expresión altísima de la poesía popular, porque impresiona. Te cuento como anécdota que cuando llegué a los EE.UU. conocí a un hombre bien paraguayo y totalmente alejado de los intereses literarios. Ese señor, con su simpleza de hombre rústico, me comentó un poema de Emiliano. Aquello realmente me conmovió, fue impresionante la forma en que interpretó a nuestro vate popular. Puedo decir que soy un admirador de Emiliano, incluso de sus cursilerías, porque detrás de eso hay una actitud crítica en contra del lenguaje. Emiliano fue un hombre totalmente alejado de lo intelectual, pero retrató más que ninguno al pueblo paraguayo, a la mujer abandonada en un rancho lleno de hijos. Emiliano capta increíblemente al arribeño que llega al hogar miserable con su guitarra. Pero yendo a la poesía culta, puedo decir nuevamente que exige conocimiento para ser apreciada.

 

–La cuestión se polariza. Por un lado, la poesía en guaraní-jopara y, por el otro, la poesía culta en idioma español.

–Sin lugar a dudas. Pero destaquemos que ambas son formas expresivas, en el fondo bien o mal son formas de comunicación. Lo ideal sería el buen manejo de los dos idiomas, eso hará menos dolorosa esa odiosa separación idiomática. Pero, literatura literatura, preparada para trascender, debe ser en idioma español, no hay vueltas que darle.

 

–Nombraste algunos poetas paraguayos, pero no mencionaste a ninguno que haya llenado realmente tus expectativas.

–Elvio Romero es para mí algo especial, lo conozco profundamente y mi tesis doctoral versó sobre sus obras. No puedo dejar de lado a un poeta magnífico, pero que escribe poco, Carlos Villagra Marsal, además tiene el mérito de haber rescatado nuestra literatura poética a través de Alcándara Editora. Ya que estoy hablando de gente talentosa quiero referirme también a Mario Halley Mora, escritor por momentos muy logrado, pero que por la falta de un cuerpo narrativo en nuestro país no puede ir más lejos. Nuestro problema es la carencia de una tradición literaria; en ese sentido estoy de acuerdo con Roa, pero confieso que me repugnó su tono en una polémica con Villagra Marsal.

 

–¿Te parece que Roa superó esa falta de tradición?

–Roa es un escritor talentoso y de gran inteligencia, cerebro esponja, porque tiene una gran capacidad de absorción. Me gusta su lenguaje, pero no creo que sea un gran creador de personajes, lo noto muy maniqueo, muy melodramático en cuanto a la creación. Él particularmente superó las limitaciones cuando salió del país. Lo mismo sucedió con Casaccia, un novelista desconcertante, gran manejador de un elemento básico en la narración: el argumento. Casi nunca deja cabos sueltos.

 

–¿Creés que se está paralizando nuestra literatura?

–En realidad, la creación literaria nunca estuvo en auge. No medito sobre ese punto, pero mi descabellada conjetura es que somos escritores forzados, lentos. Somos productos de una dictadura feroz, implacable, corrupta y asesina. Durante 35 años vivimos con miedo, ahora vemos un horizonte que se está abriendo; estamos absorbidos y llenos de miedo aún. Esa razón lleva a la gente a un desinterés hacia la actividad literaria; en esta transición el escritor está haciendo poco, a veces cuando publica un libro corre el peligro de pasar desapercibido; tomo como ejemplo la aparición de un excelente libro de cuentos de Ana Iris Chaves de Ferreiro, pasó inadvertido. Es una situación preocupante. En Paraguay hay una gran dificultad para sobrevivir.

 
 
 
 

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