EL JÚBILO DIFÍCIL: POESÍA 1986-1995
Poemario de CARLOS VILLAGRA MARSAL
Edición digital: Alicante :
Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2001
N. sobre edición original:
Edición digital basada en la de Asunción (Paraguay),
Editorial Don Bosco, 1995.
LA POESÍA NATURAL Y PROFUNDA
DE CARLOS VILLAGRA MARSAL
We are such stuff
As dreams are made on
SHAKESPEARE
I
La difícil ubicación de la poesía paraguaya (más que en el Paraguay) no se debe al involuntario repliegue geográfico a que el país se ha visto sometido a lo largo de los siglos, a la mediterraneidad mental de un amplio sector de su población, no accedido siquiera a los bienes de la contemporaneidad, al supuesto retraso cronológico de sus respectivos procesos cultural y literario, sino a una carencia de ubicación en el tiempo, al predominio de la improvisación sobre el método y al imperio de la anécdota por sobre la búsqueda investigativa, seria y pertinaz de las verdaderas raíces de la expresión nacional en el mundo.
Esa actitud, derivada hacia la ausencia de textos críticos, lleva a la comisión de no escasos errores, provenientes, las más de las veces, de cierta propensión a lo inmediato y, dentro de ella, de mostrar antes que los cimientos (cuya solidez se desconoce) la pintoresca estructura del techo. La excesiva mirada hacia arriba sólo puede conducir, en la mayoría de las ocasiones, a ignorar las realidades de «este bajo, relativo suelo», como cantó el poeta Almafuerte en su Misionero.
No existe texto alguno, desgraciadamente, que pueda informar acerca del proceso literario, desde los remotos tiempos de Ruy Díaz de Guzmán, en sentido crítico. La poesía paraguaya. Historia de una incógnita (Montevideo, Alfar, 1951), libro editado cinco años después de su redacción, no representa más que la visión de su autor, Walter Wey, funcionario comercial del Brasil que por aquí pasó y que sin duda creyó oportuno ofrecer algo de lo que pudo leer o le habían dicho. Las opiniones que emite no concuerdan con la cantidad y calidad del material poético que desde los inicios del siglo se venía acumulando, de dificultosa trascendencia extranacional pero de seguros pasos en lo interno.
En el prólogo a su compilación: Joyas poéticas americanas (1897), el escritor cordobés argentino Carlos Romagosa, el maestro de Goycoechea Menéndez, quejose de la involuntaria (por parte suya) ausencia del Paraguay en dicho volumen. En verdad, ninguna aportación podía ofrecerse por ese entonces, pero cuando en los años 20 el profesor norteamericano Michael A. de Vitis comenzó sus indagaciones para integrar su Parnaso Paraguayo tropezó con serios inconvenientes de información, y eso que ya habían aparecido dos antologías: la de Ignacio A. Pane (1904) y la de José Rodríguez Alcalá (1911).
Con el tiempo aquel claro pudo llenarse, aunque no en la medida de lo necesario. Últimamente la doctora Teresa Méndez-Faith, docente paraguaya con residencia en los Estados Unidos, ha editado un Diccionario y una Antología (1994), que vienen a satisfacer, en especial, el interés de profesores y estudiantes (a los cuales en particular están dirigidos), sin desdeñar el que pudiera tener el lector anónimo, indiscriminado y sin rostro.
Mas, las que siguen escaseando, a nivel de un olvido completo, son las aportaciones individuales, salvo el caso lejano de Hugo Rodríguez-Alcalá sobre Alejandro Guanes (1948) y un homenaje de conjunto a Ortiz Guerrero (1983). Todo lo demás está perdido en el trasfondo de las hemerotecas.
Corregido el rumbo antológico con elementos no desdeñables hasta nuestros días, corresponde impulsar el caudal bibliográfico hacia ensayos y estudios que contribuyan a situar en especial a los poetas en el ámbito propio, para proyectarlos de tal modo hacia la universalidad que tanto encomendaron los novecentistas. No otro propósito tienen estas páginas referidas a la obra de Carlos Villagra Marsal.
II
Nacido en esta ciudad capital de Nuestra Señora Santa María de la Asunción (la ancestral Paragua'y tavaguasú) un 30 de octubre de 1932, puede afirmarse que desde la adolescencia luce los santos óleos de la Poesía (así, con mayúscula, en términos rubendarianos). Integró la denominada «Academia Universitaria», y con sus compañeros Rodrigo Díaz-Pérez (1924) y Rubén Bareiro Saguier (1930), el primero asunceño y el segundo de la Villeta del Guarnipitán, la trilogía que hace más de cuatro décadas representaba el acogimiento de las Musas al no muy amplio recinto de la Facultad de Filosofía, mítica institución defendida por la presencia de su abnegado decano, el doctor Juan Vicente Ramírez. (A este grupo deben sumarse los nombres insoslayables de Elsa Wiezell y de María Luisa Artecona de Thompson).
En otro andarivel, aunque no en «la vereda de enfrente», inventada por Borges, iniciaban su camino José-Luis Appleyard y Ricardo Mazó (1927), Ramiro Domínguez y José María Gómez Sanjurjo (1930), todos ellos puestos bajo el magisterio intelectual de un sacerdote valioso: el Padre César Alonso de las Heras, a quien mucho le debe el cauce de luz por el que ha tenido que transitar la literatura paraguaya.
Estas menciones no quitan, desde luego, la obligada alusión a quienes inauguraron, en los alrededores del '40, una actitud poética menos atada a los ya remotos cánones del modernismo (1896/1901; 1905/1931), que aún respiraba, en calidad de sobreviviente, por medio de algunos afanosos y trasnochados cultores. Esa tarea correspondió, en lo principal, a Hérib Campos Cervera (1905), Josefina Plá (1909), Augusto Roa Bastos (1917), Óscar Ferreiro (1921) y Elvio Romero (1926).
Y fue allá por 1955 que el firmante de estas líneas, en un más conversado que leído «Recuento poético del Paraguay», se animó a predecir cuál sería la trayectoria de los más jóvenes, entre ellos Villagra Marsal. Ahora está (¡todavía!) de pie junto al poeta para probar su aserto y la cumplida revelación de aquellas palabras.
III
La poesía es, ante todo, testimonio de vida y acompañamiento hacia el final de ella. En su claustro, el desgarramiento de la existencia se concreta a través de la palabra. Y cuando su titular está seguro de ella y de la dirección de su estilo, lo demás se dará por añadidura. El caso de Villagra Marsal no es el de un sudoroso trabajador de la lírica y sus correspondientes efusiones, sino el de un orfebre que une a la exquisitez de la forma la hondura de sus meditaciones. Su contribución sería antigua si se trasluciera en ella un toque parnasiano (que es el que inevitablemente podría venir a la memoria); por el contrario, es actual porque suma anteriores y posteriores experiencias, propia y ajenas, hasta lograr esa anhelada síntesis que hace al quehacer de todo poeta verdadero.
Su expresión verbal no está maridada con el exotismo (procedimiento que aplicaron los modernistas para trascender las limitaciones del «color local») y sí con el propósito de ampliarla. Y cabe decir propósito porque lo que más se advierte en él es el ejercicio de una auténtica voluntad de poesía, inconfesa, por supuesto, pero latente. No la metáfora por la metáfora misma, los hallazgos rítmicos acoplados a una libertad de imaginación surgida a fuego lento, tampoco la intención de «epatar» o escandalizar al lector en su presunta constelación burguesa, porque los burgueses de hoy día han arrojado al sumidero sus asombros. Para aceptar lo que no es, se hace preciso señalar los temas cardinales y anudarlos a las valoraciones, bien que profundas, de su propia conciencia.
Porque ésta de Villagra Marsal no es poesía de superficie. Más allá del «fraseo» literario y hasta por fuerza de su afán objetivo o descriptivista, pugna por acentuar su presencia la soterrada veta metafísica que todo creador siente sobrellevar (y aun gozar) por sobre las limitaciones de su angustia o de su esperanza. Por eso cabe recordar (y a la vez prevenir) que el mismo título de este libro: El júbilo difícil, está preanunciando su definición.
Y para demostrar que esa denominación es igualmente una profesión de fe, el poeta empieza por ofrecer sus enunciaciones, las que en un primer tramo están atadas al sentido de la naturaleza, no poseída con efusión salvaje o con arrebatos «cellinescos», sino sabiamente gozada en una especie de coloquio que traduce la frecuentación del poeta con los imponderables de la tierra.
Para desentrañarlos con maestría de artista se requiere algo más que el ojo observador o que la mano puesta sobre la rugosidad de alguna corteza, sobre la milenaria brillazón de una piedra. Así el Vocabulario de Última altura, que inicia su andanza, brinda la atenuada presencia de las flores («azucena morada») o de circundantes animales («ruano mañero»), cuya transfiguración permitirá detenerse en la sobria majestad del escenario, a ratos «serranía», hacia lo plano, a ratos «cordillera» recortada hacia el cielo.
La «niebla» y la «neblina» (no igual cosa para quien siente transitar también genes ultramarinos), se adelantan a la «bruma inicial» y las adjetivaciones se tornan precisas: el «aire seco», el «agua primordial», como tiene que ser. Los colores se hurtan a la opacidad, pero no han sido entregados a la lujuria del aire total. Siempre estarán acompañados por una adjetivación atemperada o acentuando una sustantivación: «quemazón azul», «dorado reflujo de la siesta», «violáceo destino» (de una belleza incalculable), «verde altanería de las piedras», «aquel celeste en marcha». Nunca lo pálido o lo impreciso.
En ambiente de tanta fuerza telúrica no podía faltar el toque o la rauda pincelada que no cabría calificar de «naturalista» sino de natural, en consonancia con la cosmovsión del poeta: «Cuando te desflora/ algún desfrutador,/ prorrumpe en un sollozo duro/ tu desnudo tornasol» y concluye con esta inspiración apetitosa: «Oh simultáneo privilegio/ de ser -en el solsticio mejor-/ apetito y sacramento,/ bombonera y galardón» (Yvapurû).
IV
El capítulo dedicado a Ciertos pájaros puede afirmarse que agota la temática ornitológica, en torno a la cual esplendieron Guillermo Enrique Hudson, el bonaerense ilustre que se vio reducido a escribir en inglés; Marcos Sastre, el clásico de «El temple argentino»; Leopoldo Lugones y su «Libro de los Paisajes», hasta la bella aportación de María Elena Walsh en su canción al hornero, o sea nuestro «alonsito». Y de tal modo sigue las huellas no borradas de don Victorino Abente («el Patriarca», según los muchachos del 900), quien al decir de don Manuel Gondra, en 1901, «nacionalizó» nuestra poesía.
El Entremedio frutal guarda, igualmente, reminiscencias del anterior y, por otra parte, añade un verdadero catálogo con sus precedentes guaraníticos y su marcante científico latino, lo cual se hace también en el capítulo de las aves, para entender que aquellos ignotos indígenas, que asombraron la candidez teórica de Montaigne, eran seres humanos que sabían calificar las cosas de su entorno en la lengua que el dios de ellos (no el de los impetuosos y posteriores cristianos) les había enseñado a mentar.
Habrá que precisar, en un mismo orden, que en el Acá vienen conmigo se acercan, con implacable certidumbre, las sombras de los suyos, que asimismo crecen en otras páginas del libro. Se trata de una evocación familiar, como pocas veces se ha comprobado en la poesía paraguaya (excepto O'Leary), en la que no se hallan presentes el simple abuelo, o la abuela, sino, al hispánico modo, el «padre» del padre y la «madre» de la madre, con un tono siguiente que no quiere ser elegíaco para no alcanzar el llanto, destinado a su madre, ausencia cuya herida sobrelleva el poeta ya hombre.
V
No debe extrañar que en este libro aparezcan algunas recreaciones incluidas en La letra entró en la sangre, pues no se trata del usufructo y resultado de lecturas sino vueltas ellas a una destilación vital, en la que la erudición histórica asume proporciones humanas, mientras sus personajes, hundidos en el ayer, fantasmas del pasado, permiten una recreación expresiva (de una inaudita variedad) que los sitúa más allá del tiempo y más allá de las edades, como quizás ellos hubieran deseado. (Desde la época de Fortunato Toranzos Bardel, el gran sonetista del modernismo paraguayo, no se había observado ejemplo igual).
En conocimiento con la persona que es Villagra Marsal, no habría de suponerse escamoteo alguno entre su realidad humana y la civilidad asumida. Es, entre los poetas paraguayos de cuarenta años a esta parte, de los pocos que no ha cantado debajo de la cama. Por el contrario, ha asumido una definida apostura civil: fueron sus cantos previos, los dedicados al Libertador Simón Bolívar, al no siempre conocido «Alón» (llamado, últimamente, «mi Capitán», tal vez con asombro del prócer), a Juan José Rotela en «La espera» (cuando era peligroso tener efusiones de tal índole, que en efecto costaron al poeta más de cuatro meses de prisión), y aun los poemas de familia, donde hace punta «Don Salvador Villagra,/capitán de tus cañaverales». Después viene la Cantata del pueblo y sus banderas torrenciales, donde el coraje civil tiene su precisión más alta y el poeta reduce su verbo a lo más inmediato para lograr la comunicación con su pueblo, sin acometer demagógicas posturas: «La libertad arrima tu sueño a su desvelo». Transita por sobre los destierros y las tristezas de la Patria y concluye con esta esperanza: «Nuestra canción no les olvida,/ toda la casa les espera».
VI
No es sencillo determinar el trazado de su arte poética partiendo de la sola condición de la palabra, porque ésta es para el autor algo más que la letra y su acento verbal (ausente la «elocuencia rimada» que espantaba a Don Miguel de Unamuno). Y ocurre lo dicho porque se trata no sólo de un transformador de la realidad (a veces simplemente visual) sino de un creador, para quien el riesgo de la expresión significa una aventura que bien vale ser corrida.
Desde luego que el poeta está más cerca de la orfebrería que de la espontánea tarea artesanal, esa que confinaba en la «inspiración», que hacían posible los tiempos románticos. Se adivina aquí que hay un lujerío impuesto y por momentos implícito, para darle al poema la dignidad que merece. Y esto conduce a la formulación de un estilo que es el revelador de su verdadera identidad y que asume su espíritu creador, sin que ello permita la creencia (Buffon a un lado) de que su canto (llamémosle así) logre definir al hombre en sí, más acá o más allá de su gestación vital.
El uso de los sinónimos le da oportunidad para acentuar su distinto destino: «desde esta abierta balaustrada» brinda una sensación de altura, que se halla contenida o por lo menos ubicada a distancia cuando se la desdobla en «el antepecho de la serranía» Además, la insistencia del lenguaje castizo (que en ciertos casos alcanza límites gongorinos) como el trueque de «ayuntarse» por juntarse; «su propia amanecida» por amanecer (en el femenino está la comprobación de la belleza); «el yantar» por «el comer»; la incrustación sabia de la preposición en «gustaría de saber».
La línea vertebral de estos poemas es única, superando la soltura métrica la mayoría de ellos, adoptada como acto de libertad y para que en la cárcel del verso no queden atrapadas las palabras. Mas, así y todo, algunos giros tradicionales entran como de rondón, no para enfatizar el verso sino para determinar que, dentro o fuera de la poesía, la naturaleza tiene también su propia música:
La casa inmóvil, sin embargo,
rompe a cruzar la oscuridad vacía...
. . . . .
...cargada de una doble inminencia,
de albores en albores consabida...
El universo de las aves requiere una cortesía previa, o si se acepta: una iniciación al tema, por lo mismo que cada una de ellas representa a su vez un mundo mágico y lírico que aproxima al poeta al reminiscente muestrario de Hudson. El título prefigura (como diría Borges), más que la solitaria apostura del pájaro elegido, la razón misma de su presencia: «Acendra su vuelo el Kuarahy mimby», «Los engaños del Guyrapajé», «Arrullo del Jerutí pytâ...». Y más que sencilla presencia parece esto su justificación.
Sin embargo la nómina no se agota, pues el poeta no quiere que sus compañeros volátiles crucen por la vida a través de los textos zoológicos o de las intenciones del arte plumario: «Doble loor del Suruku'á», «Preñado reposo augusto del Taguató apyratî», «Un soneto shakespeariano al Ñakurutû hû», a quien canta:
... cofrade bruno, ávido sargento
y capataz del aniquilamiento.
Esta propensión introductoria y celebratoria no se extiende al Entremedio frutal, porque la visión es distinta y porque el orden existencial de la planta tiene ya un destino que no precisa de anticipaciones. Su identificación en este aspecto es directa, salvo cuando se hace necesario adosarle a una que otra fruta la designación popular de su procedencia: «Naranja ombligo Ygatimí», «Mandarina Caazapá».
En ambos capítulos el poeta ha sido escrupuloso y hasta didascálico: luego de la traducción al español del marcante de cada especie ha dado su calificación latina, científica, procedimiento que mucho hubieran aprobado el ilustre Don Andrés Bello y ñane arandú guasú el doctor Moisés Bertoni.
Una breve enunciación de las metáforas, algunas sustentadas por su propio acento, puestas otras para aparejar su sentido, bastará para ejemplificar el manejo diestro, por instantes artístico, no del tropo en sí mismo sino de su cabal ubicación. Algunas parecerán complementarias, otras arriesgadas, pero corresponde reconocer que ellas no están en el poema para adorno. La elección al azar no agota la imaginación: semen de los dioses/ eminencia agitada/ indecisa playada/ cachorro de luna/ siesta abstracta/ virazón de la vigilia/ faenosa confianza/ las mejillas de la piedra/ cimbra del sueño/ pestaña ilusoria/ la protesta inmóvil de los árboles/ el dictamen de tu almíbar/ mensualero del hambre. No pocas alcanzan a rayar el neologismo, siempre en acecho.
Particularmente, en su exaltación de aves y frutas, el poeta ha optado por el ejercicio de la décima, algo olvidada desde la irrupción modernista y comúnmente confinada a los arpegios gauchesco-rioplatenses. Pero no hay que olvidar aquellas que escribió, en el delirio de su verba cosmopolita, el gran ensoñador oriental uruguayo que fue Julio Herrera y Reissig, uno de los escasos aportes modernistas dignos de la resurrección y exhumados para presuponer que después de casi noventa años es a Villagra Marsal (desde otra «balaustrada») a quien le toca la herencia de recobrarlos.
Por último, algunos paraguayismos: curuvicas, inverniz, amenazos.
VII
Le será inútil a todo poeta que en verdad lo sea escapar a la marca poética, confidencial o no, de su autobiografía. Carlos Villagra Marsal no expone en este libro sus avatares personales (que no son exiguos), sino que apenas si los acerca a la sensibilidad del lector (en particular al lector paraguayo), quien como él está en el secreto de saber que para tener conciencia de a dónde se va es imprescindible tomar conocimiento de lo que se ha sido. Esto no tiene raíz genealógica excluyente sino una derivación histórica insoslayable desde que el Paraguay vive en el mundo como tal. Ya lo expresó, en una de sus meditaciones más altas, el maestro argentino Gabriel del Mazo: «Es el pueblo el único y verdadero patriciado».
La «Constelación de Escorpio en primavera» « es su ubicación frente a los astros, no el mero resultado de algún connubio esotérico. Ellos están para guiar su perduración terrena, previniéndole de augurios y anticipándole, día a día, la dimensión de su existencia. Esto, que es el anuncio, lleva no obstante a los lindes de la reminiscencia, cuando dice en «Arasá pytá»:
... toda mi infancia cabe
en tu médula roja.
Latir de la inocencia
o de otras cosas:
palpo tu piel y entiendo
la sumergida historia.
Candela del guayabo
ingente y poca:
el conjuro no basta,
su jarabe me sobra.
Otras referencias son de lugar, como en «Padre de mi padre» (no simplemente abuelo):
Y me crié en Piribebuy,
bajo el solero de tu hogar abrahámico.
Y me consintieron tus hermanas.
Por igual figura la «madre de su madre» (no su abuela) y después su misma madre, doña María Elena Marsal de Villagra Maffiodo, asomada a la muerte cuando menos debía:
Así las memorias
encienden tristemente
la galería de tu ausencia.
En «Poeta fueses» crece una confesión, recatada, casi distante, aunque con la mirada puesta en lo que inexorablemente habrá de venir:
Estás en la antevíspera
y continúan sobrándote
veraces interrogantes,
renovaciones, límites
No habrá de cerrarse el círculo sin afirmar la consustanciación del poeta con la naturaleza, tan variante y vívida como la propia existencia:
Pilar de humareda capital
soy tu trasunto
una refracción apenas
de tu empeño...
El hombre, como el errante y místico Francisco de Asís, es por igual un hijo de la naturaleza que no se resigna a separarla de sus contradicciones, sus luchas, sus no siempre justificados fervores. Mas en el fondo, o trasfondo, de toda su poesía, podrá descubrirse otra en la riquísimamente verbal de este poeta paraguayo: una especie de cercanía a los bienes de la realidad, y desde ella justificados. No en vano su abuelo materno, el arquitecto Don José María Marsal, fue insigne teósofo, y bien dice la verba anónima que «lo que se hereda no se hurta».
Patentizan esta quizás inconsciente comprobación estos versos, que conforman a vez una andanza o un camino del cual él no tenía noción, que estaba insinuado y que en sus días mayores retomará, porque ésa era su estrella, ése su calendario astrológico o, al fin de cuentas,
su destino:
... somos hechos de un humo apenas más espeso
que las nubes hermanas
y un poco menos rápido
que su cierta mudanza.
VIII
En este desfile de setenta y tres poemas, pulimentados a lo largo de casi una década, acompañan al poeta nombres gloriosos, que iluminan el universo mundial e hispanoamericano: entre varios, refulgente y a flor de página, está el de Leopoldo Lugones (1874-1938), columpiándose entre el juvenil experimentador de Lunario sentimental (1909), el eglógico (no contemplativo) de la oda A los ganados y las mieses (1910) y el reintegrado a la tierra de sus Romances de Río Seco (1938), ofrenda póstuma que otros alcanzaron a celebrar.
Como reflejo de su juventud anárquica, don Leopoldo combatía y amaba a los jóvenes, a uno de los cuales, el santafecino José Pedroni, calificó de «El hermano luminoso». Es de imaginar que ante las páginas de El júbilo difícil hubiera destinado idéntico acogimiento, más allá de aquéllas en que las aproximaciones, desde el surrealismo y el ultraísmo en adelante, pudieran haberlo retenido. No es de dudar que esta cuarteta de Villagra Marsal habría de excitar su entusiasmo:
Y en el linde del agua y de la roca
derramas tus rubores sosegados,
el piso de la selva se esclarece,
comienza el escrutinio del verano.
El conjunto de la poesía de Villagra Marsal honra las expectativas de los últimos tiempos y, como pocas veces en un autor nativo, sus resonancias universales tienen igualmente sabor de patria. Piénsese, entonces, que tiene el acompañamiento de Molinas Rolón, Hérib Campos Cervera, Óscar Ferreiro y Elvio Romero, cronológicamente mencionados.
RAÚL AMARAL
(Isla Valle de Areguá, agosto de 1995)
a mis hermanas
María Elisa
María Elena
María Isabel
María Celia.
El protagonista de la poesía es poesía, sin que le sea dable escoger otros términos,
empieza en el hombre y concluye en el hombre, aunque entre polo y polo puede atravesar
-algunas veces iluminar- el universo mundo
VICENTE ALEIXANDRE
VOCABULARIO DE ÚLTIMA ALTURA
The pleasure of believing all we see
Is boundless, as we wish our souls to be...
SHELLEY
In memoriam
José María Gómez Sanjurjo
Ricardo Mazó.

Sección de un mapa aerofotogramétrico (escala 1:50.000) en la cual se ha señalado la ubicación
de Última altura, situada sobre el Km. 93 del tramo Paraguarí-Piribebuy, Compañía Mbatoví,
IX Departamento de Paraguarí, Región Oriental del Paraguay. (N. del E.)
BEATUS ILLE
Aparte de escrutar un vasto término
atajado por cielos y silencios,
acá en Última altura tengo yo
la tierra más jocunda
-según se dice en el Quijote-
el aire seco de la serranía,
el agua primordial de las nacientes
y el fuego en el hogar.
Que más puedo pedir.
(mayo 1989)
para Rodrigo Díaz-Pérez
Enlace al ÍNDICE DE LA VERSIÓN DIGITAL DE EL JÚBILO DIFÍCIL (Enlace externo a la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes)
LA POESÍA NATURAL Y PROFUNDA DE CARLOS VILLAGRA MARSAL (Por Raúl Amaral);
VOCABULARIO DE ÚLTIMA ALTURA (In memoriam José María Gómez Sanjurjo y Ricardo Mazó);
· BEATUS ILLE (para Rodrigo Díaz-Pérez);
VARIACIONES EN DOS CLAVES (para una música inmediata de Sila Godoy);
· I - AQUEL HUMO;
· II – BRUMA INICIAL;
· A PRINCIPIOS DE LUNA (para Miguel Chase-Sardi, enero, 1992);
· POST MERIDIEM (para Josefina Plá, marzo, 1992);
· LA LUZ ES INDECIBLE (para Rodrigo Campos Cervera, abril, 1992);
· INSISTENCIA (para Ester de Izaguirre, agosto, 1992);
· ADIOS (para Evelio Fernández Arévalos, junio, 1993);
· REPETICIÓN DEL PAISAJE (para Oscar Ferreiro, julio, 1993);
· EXPLICACIÓN DE UNA LLUVIA (para J.A. Rauskin, julio, 1993);
· CONSTELACIÓN DE ESCORPIO EN PRIMAVERA (para Edda y Eduardo Laterza, octubre, 1993);
· INMINENCIAS (para Renée Ferrer, noviembre, 1993);
· LOS ESPECTROS DIURNOS (para Carlos Germán Belli, diciembre, 1993);
· EL DOLOR (para José-Luis Appleyard, enero, 1994);
· LAS VISITAS (PARA EL GRUPO DE ANÁLISIS: Pupi Duarte Rodi, Blanca de Martínez, Bebé Cueto, Chiquita Decoud, Maricarmen de Niella, y Nory Garbett, abril, 1994);
· A UNA MONEDA ROMANA DESENTERRADA EN EL PATIO (para José Antonio Rubio, octubre, 1994);
· MEMENTO NOCTURNO (para Raúl Amaral, junio, 1995);
CIERTOS PAJAROS (a Rubén Bareiro Saguier camarada cardinal);
· ACENDRA SU VUELO EL KUARAHY MIMBY (para Luly Codas, agosto, 1993);
· LOS ENGAÑOS DEL GUYRAPAJE (para Helio Vera, setiembre, 1993);
· LARGA DANZA INMOVIL DEL MAINUMBY KA’AGUY (para Edgar Valdés, setiembre, 1993);
· CONTRARIEDADES DEL YPEKÛ SAYJU (para Maybell Lebron);
· LA AMBICIOSA JORNADA DEL TUKÂ HOVY (para Ramiro Domínguez, setiembre, 1993);
· ARRULLO DEL JERUTI PYTÂ (para Gladys Carmagnola, setiembre, 1993);
· ACOMETIDA DEL TAGUATO’I (para Francisco Madariaga, setiembre, 1993);
· EL CHEOROPARA, ARTIFICE DE SU PASIÓN (para Luis Szarán, octubre, 1993);
· CANTO FIEL DEL MASAKARAGUA’I (para Emilio Pérez Chaves, octubre, 1993);
· CANTINELA DEL AKA’Ê HOVY (para Pilar y Carlos Filártiga);
· DOBLE LOOR DEL SURUKU’A (para María del Carmen Paiva, para Elinor Puschkarevich, marzo, 1994);
· SOLO SOBERBIO DEL HAVIA COROCHIRE (para Abelardo de Paula Gomes, abril, 1994);
· SE YERGUE DE AMORES DESIERTOS LA CALANDRIA (para María Teresa y Gustavo Laterza, abril, 1994);
· ESTREPITO Y LUCES DEL SAKUAJU (para Aldo Delpino, abril, 1994);
· PLENILUNARMENTE BALADRA EL URUTAU (para Adolfo Cáceres Romero, agosto, 1994);
· PREAMBULO PARA EL ATAQUE DEL HALCON MOROTÎ (para Rafael Montesinos, setiembre, 1994)
· PREÑADO REPOSO AUGUSTO DEL TAGUATO APYRATÎ (PARA Jorge Escobar Argaña, octubre, 1994);
· UN SONETO SHAKESPEARIANO AL ÑAKURUTÛ HÛ (para César Alonso de las Heras, noviembre, 1994);
· IMITACIONES O APARIENCIA DEL GUYRAÛ PAKOVA (para Carmen y Enrique Riera, diciembre, 1994);
· SOMBRIA MATRIZ ESTIVAL DEL YVYJA’UMI (para Gonzalo Lema, enero, 1995);
ENTREMEDIO FRUTAL (a Oscar Gustavo Oddone hermano y consultor);
· PAKURI LOMA (para Raquel Saguier, octubre, 1993);
· ÑANDYPA GUASU (para Tadeo Zarratea, octubre, 1993);
· YVAPOROITY (para Luisa Moreno, octubre, 1993);
· ÑANGAPIRY (para Raquel Chaves, noviembre, 1993);
· YVAPURÛ (para Meca y José Félix Fernández Estigarribia, noviembre, 1993);
· ARATIKU (para Jorge Enrique Adoum, diciembre, 1993);
· GUAVIRA PYTÂ (para Nila López, diciembre, 1993);
· JAKARATTA (para Alfredo Stevens, enero, 1994);
· ARASA PYTÂ (para Francisco Pérez-Maricevich, enero, 1994);
· MBURUCUYA (para Esther González, febrero, 1994);
· NARANJA OMBLIGO YGATIMI (para Susana Gertopan, mayo, 1994);
· MANDARINA CAAZAPA (PARA Hugo Rodríguez-Alcalá, junio, 1994);
ACA VIENEN CONMIGO (a la memoria de Justo Pastor Benítez, Luis de Gásperi, José Asunción Flores, Gustavo González, Miguel Ángel Maffiodo, Justo P. Prieto, Carlos Zubizarreta, Alfonso Oddone, Gabriel Casaccia, Juan Esteban Carrón, Efraím Cardozo, carlos R. Centurión, Martín Cuevas, R. Antonio Ramos, José Laterza Parodi, Benigno Riquelme García, Ana Iris Chaves de Ferreiro por su corazón por su confianza);
· PADRE DE MI PADRE (para Aida Villagra, julio, 1993);
· MADRE DE MI MADRE (para Carmen Marsal Vda. De Cuevas, abril, 1994);
· MADRE (para Salvador Villagra Maffiodo, abril, 1995);
LA LETRA ENTRO EN LA SANGRE: HOMENAJES (en memoria de Juan Carlos Onetti, Julio Cortázar, Jorge Luis Borges, Daniel Moyano, Aldo Torres, Enrique Lihn, Juvencio Valle, Alfredo Pareja Diezcanseco, Manuel Bandeira, Fayad Jamís, Nicolás Guillén, Eliseo Diego, Ernest Hemingway, Angela Figuera Aymerich, Vicente Aleixandre, Luis Rosales, André Breton, desde el recordatorio personal);
· UNA MEMORIA DE TREASURE ISLAND: EL PIRATA FLINT RETORNA A SU NAVIO DESPUES DE ENTERRAR EL TESORO (para Jorge Teillier, abril, 1993);
· REQUIEM EN CINCO MOVIMIENTOS PARA EL NOBLE FORTUNATO, MUERTO EN LA BODEGA Y CATACUMBAS DE LOS MONTRESOR POR SU AMIGO, EL DUEÑO DE CASA (para Washington Benavides, junio, 1994);
· ESCENA DE CAZA (para Lucy Mendonça de Spinzi, marzo, 1995);
CANTATA DEL PUEBLO Y SUS BANDERAS TORRENCIALES (para el recuerdo heroico de Aníbal Villagra, Atilio Villagra, Derliz Villagra, Américo Villagra, cuyas sangres derribadas aún padecen hambre de justicia);
· EL GRITO EN LAS CALLES I (para Gloria y Humberto Rubin);
· EL GRITO EN LAS CALLES II (para Alcibiades González Delvalle);
· TRAJINANTES DEL ALBA I (para Juan Manuel Marcos);
· TRAJINANTES DEL ALBA II (para Guido Rodríguez Alcalá);
· LAS SOMBRAS POR LA TIERRA I (para Marciano Villagra);
· LAS SOMBRAS POR LA TIERRA (para Roberto Fernández Retamar);
· ESTE PAN EXIGIDO (para Elvio Romero);
· ESTE PAN EXIGIDO II (para Saúl Ibargoyen Islas)
· ELEGIA DEL DESTIERRO I (para Juan Félix Bogado Gondra);
· ELEGIA DEL DESTIERRO II (para Rafaela y Domingo Laíno);
· TIENE UN SITIO EL AMOR I (para Ana María Carron Rivarola mi novia);
· TIENE UN SITIO EL AMOR II I (para Ana María Carron Rivarola mi esposa);
POEMAS SOBREVIVIENTES (EN RECUERDO DE Arístides Benítez, Luis H. Segovia, Justo Pastor Benítez (h.), Justo José Prieto, Rafael Eladio Velázquez compañeros embarcadizos ya en la otra bahía);
· PAISAJE DEL PILCOMAYO (para Rodrigo Villagra Carron, agosto, 1980);
· ERRANZAS (para Neida de Mendonça, 1982);
· POETA FUESES (para Osvaldo González Real, 1983);
· NOCTURNIDAD (para Alicia Trueba de Martínez, 1985);
· DE GUARDIA (para María Luisa Artecona de Thompson, 1985).
ENTREMEDIO FRUTAL
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...no de purpúrea fruta, o roja, o gualda
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a tus florestas bellas
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falta matiz alguno
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ANDRÉS BELLO
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a Óscar Gustavo Oddone
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hermano y consultor
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PAKURI LOMA (21)
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Mediodía
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que restalla
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sobre las escabrosas
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ensenadas
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de selva,
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sobre el vértigo de las barrancas.
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Y allí, ramaje adentro,
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cuajan la quebrada penumbra
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fosforescencias quietas,
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candiles de callada tersura,
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conmociones
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redondas, frutas
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de cáscara solar
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y frescor sustantivo de luna.
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Pakurí de los altos,
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resumen fugaz de la espesura,
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silabario perfumado
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y cruza
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de repentina miel de lechiguana
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con astringente limasutil profunda.
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Entretanto,
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el mediodía
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no acaba de ensañarse
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encima
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de esta trabazón empinada
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de islerías.
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(octubre 1993)
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para Raquel Saguier
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ÑANDYPA GUASU (22)
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Estuche
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de leves azúcares ardientes
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y tintura
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de antiguas guerras.
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Mágicamente habidos del arco
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del Gemelo Mayor,
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sus maderos arredran al jaguar,
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su hojarasca se percata
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de los silentes pasos moteados.
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Oleo
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elemental
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y zumo
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que en la piel se hace cárdeno violento.
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Frutos
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que penden de su padre abierto
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como imperiosos
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genitales cenicientos,
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de linaje tan pródigo
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que aun caídos,
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deshechos ya en su madre,
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huelen a espíritu de vino célebre
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o a bálsamo secreto.
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Pequeño dulzor de fiebre,
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ungüentario
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de lejanos pleitos.
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(octubre 1993)
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para Tadeo Zarratea
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YVAPOROITY (23)
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Licor de irrupción segura,
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el rescoldo de la aurora
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cose, apresta y condecora
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su exacta camisa oscura,
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punza y cuece su dulzura,
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pulimenta su turgencia;
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trámite, señal, sentencia
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del trimestre generoso
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y compacto ejemplo umbroso
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de la frutal insurgencia.
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(octubre 1993)
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para Luisa Moreno
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ÑANGAPIRY (24)
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El jalde Ñangapiry
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Agridulce
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VICTORINO ABENTE Y LAGO
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Naranjado primo hermano
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de la exultante guayaba
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y apremiante baya brava
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que agrupa el sabor montano;
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diminuto miliciano
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de la arisca especiería,
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en la verde algarabía
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manda tu yelmo de escamas
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y desde su alcor proclamas
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tu gustosa nombradía.
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(noviembre 1993)
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para Raquel Chaves
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YVAPURÛ (25)
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Como a un amante Noviembre espera
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Con impaciente savia feraz
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IGNACIO A. PANE
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Cuando te desflora
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algún desfrutador,
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prorrumpe en un sollozo duro
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tu desnudo tornasol.
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Convite de pupilas hondas
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y virgo crujidor.
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(Para que te beban luego con azúcar,
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fermentado chacolí mareador),
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Noviembre disemina
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en tu corazón
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una leche que entrecortan
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simientes de recóndito arrebol.
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Noviembre,
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tu amador,
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tu continente,
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tu sazón.
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Iris negros
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engarzados en su tronco surtidor.
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Y atezado,
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dispuesto pezón
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amamantando
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a su mismo suelo criador.
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Oh simultáneo privilegio
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de ser -en el solsticio mejor-
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apetito y sacramento,
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bombonera y galardón.
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(noviembre 1993)
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para Meca y José Félix Fernández Estigarribia
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ARATIKU (26)
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...la chirimoya,
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talega de brocado, con su envoltura impide
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que gotee el dulzor de su nieve redonda
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JORGE CARRERA ANDRADE
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Bestia o esfera primordial
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suspendida
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en los márgenes ambiguos
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del sotobosque.
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El rigor
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de tu caparazón inmóvil
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de veras defiende
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esa delicadeza fácil
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que las nubes
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acendran.
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Carapacho amarillo,
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tedio
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y hartazgo de vieja tortuga
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insolándose
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sobre el sospechoso
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matorral. [104]
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Pero también
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dorado coracero firme
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vigilando sin relevo
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la conjuración meticulosa de las hojas,
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la temática crueldad
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de las hormigas atigradas,
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Y para tus adentros
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la ambrosía blanca
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que el consecutivo cielo
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condensa.
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(diciembre 1993)
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para Jorge Enrique Adoum
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GUAVIRA PYTÂ (27)
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Rubio subido del diciembre y suave
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adobador de fauces o de labios
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o de picos que infrinjan tu hermosura;
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túnica complaciente, hollejo blando
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que acidula una franca dulcedumbre,
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casi pulpa lustral y casi ensalmo,
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sabor rotundo que nos limpia el pecho
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de humedad, de tinieblas y de espasmos.
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Y en el linde del agua y de la roca
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derramas tus rubores sosegados,
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el piso de la selva se esclarece,
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|
comienza el escrutinio del verano.
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(diciembre 1993)
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para Nila López
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JAKARATI'A (28)
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El fruto es una baya ovoideo cilíndrica de 3-8cm. de largo por 1-3 cm. de ancho, anaranjada, con pulpa jugosa, dulce y comestible, colgante en el tallo. Hay numerosas semillas amarillas de 1-3 mm. de diámetro. Fructifica en enero-febrero... Esta especie habita la selva de la Región Oriental, formando una parte del estrato medio en los sitios húmedos... se ha observado que los monos (Cebus apella) comen los frutos.
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JUAN ALBERTO LÓPEZ et al
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Árboles comunes del Paraguay, 112
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Morrión de enmarañadas lujurias,
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almagre azufrado
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contra la magnitud cerúlea.
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Camafeo suculento
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y granazón que relumbra.
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Un mástil espinoso
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mantiene
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tu explosión simétrica,
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bienhallada de cristianos trajinantes
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y monos oriundos.
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La escarcha tibia de tu tallo expulsa
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crasas crisálidas del cuerpo
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o a veces abejas irritadas del ánima.
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Y bajo la ceniza del fogón
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tu cariñoso tuétano
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se enternece más todavía
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para bañar después
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los pómulos de un niño.
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(enero 1994)
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para Alfredo Stevens
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ARASA PYTÂ (29)
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Una luz permisiva,
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cimera, oronda,
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tu madurez sostiene,
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tus perfumes adorna.
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Zarcillo del verano
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y juntadora
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de zumbos, de gorjeos
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que apetecen tu forma.
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|
Esta virtud de enero
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calma la boca;
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toda mi infancia cabe
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en tu médula roja.
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Latir de la inocencia
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o de otras cosas.
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palpo tu piel y entiendo
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la sumergida historia.
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Candela del guayabo
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ingente y poca:
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el conjuro no basta,
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su jarabe me sobra.
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(enero 1994)
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|
para Francisco Pérez-Maricevich
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MBURUCUJA (30)
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Rubicundo confitero
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de aglutinadas delicias,
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con qué celos acaricias
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la cintura de febrero;
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fresco gentil, prisionero
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de su tirante vestido,
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fundas tu manso estallido
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en un tiemblo reluciente,
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en un fuego transparente
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y en un tumulto escondido.
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(febrero 1994)
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para Esther González
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|
NARANJA OMBLIGO YGATIMI (31)
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Si tu corteza distante
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finge sortijas de bronce,
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el dictamen de tu almíbar
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nos fecunda y nos compone.
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Dignidades del boscaje
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y golosina del pobre
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vecino de estas escarpas
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y arriero de los desmontes.
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En India aprendió tu ombligo
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a descorrer su horizonte
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y de Ygatimí regaste
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|
el aliento de tus orbes.
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|
Pomo de placer aurífero,
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ofrecida curva prócer,
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|
unes la enjundia castiza
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al lujerío del porte.
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Yo digo de tu apogeo,
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del cristal de tu renombre,
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|
con el designio inocente
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de poner letra a tus dones.
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(mayo 1994)
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para Susana Gertopan
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|
MANDARINA CAZAPA (32)
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Abril y mayo te fraguan,
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pero junio es el que elige
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|
esa crispada fragancia
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que bien te ciñe.
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|
Múltiple luna cubierta
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que sus disfrutes repite
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|
en un suceso de gajos
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|
y jugo firme.
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|
Las caravanas del Asia
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|
desatracaron tu origen,
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y así es hoy nuestro arrebato
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el que te rige.
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Vegetal crisoberilo
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|
que con resplandor audible
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|
tramonta aquí sus favores,
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|
sus limpios índices.
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|
Juventud de mis recuerdos,
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|
casta mandarina insigne,
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|
te debía esta alabanza
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|
pulida y triste.
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(junio 1994)
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|
para Hugo Rodríguez-Alcalá
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NOTAS
21. Pacurí-de-las-lomas: Salacia campestris (Hipocrateácea)
22. Gran-unto-total: Genipa americana (Rubiácea)
23. Myrciaria rivularis var. baporetii (Mirtácea)
24. Eugenia uniflora (Mirtácea)
25. Fruta-crujidera: Eugenia cauliflora (Mirtácea)
26. Chirimoya:Rollinia intermedia (Anonácea)
27. Guabirá-encarnado: Campomanesia xanthocarpa (Mirtácea)
28. Papayuelo, mamón del monte o mamón bravo: Jacaratia spinosa (Caricácea)
29. Guayaba-roja: Psidium pommiferum (Mirtácea)
30. Murucuyá:Passiflora edulis (Pasiflorácea)
31. Citrus aurantium var. sinensis (Rutácea)
32. Mandarina del Departamento de Caazapá (ka'asapá=pasado-el-monte): Citrus nobilis (Rutácea)
ACÁ VIENEN CONMIGO
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|
|
a la memoria de Justo Pastor Benítez, Luis de Gásperi, José Asunción Flores, Gustavo González, Miguel Ángel Maffiodo, Justo P. Prieto, Carlos Zubizarreta, Alfonso Oddone, Gabriel Casaccia, Juan Esteban Carron, Efraím Cardozo, Carlos R Centurión, Martín Cuevas, R Antonio Ramos, José Laterza Parodi, Benigno Riquelme García, Ana Iris Chaves de Ferreiro,
|
|
|
por su corazón
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|
|
|
por su confianza
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|
|
|
|
PADRE DE MI PADRE
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|
|
y mi abuelo, cernida frente hidalga,
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|
poncho calamaco, silla inglesa,
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|
|
y un galope corto de su malacara,
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|
rumbo a la capuera en San Blas
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CVM
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Guarania del desvelado, 56
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Se dice que en el nocturno corredor,
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|
durante los grávidos amenazos,
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distinguen un hombre sin cara
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|
al apurado esplendor de los relámpagos;
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|
de negra y densa capa,
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|
suavemente se pasea
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|
por el escueto ámbito
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|
como si le desvelase
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|
algo que ha de arribar sin falta.
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Cuentan además que se escucha
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|
el acompasado crepitar de una hamaca
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en la penumbra
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|
desvalida de la casa.
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|
Pero ésos no son
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sino tus fantasmas:
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prefiero congregarte
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allende el sueño y la nostalgia,
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|
aquí en mi ánimo
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Don Salvador Villagra,
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capitán de tus cañaverales,
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|
caballero de rienda superior,
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|
mentado pulso fijo,
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|
perfil de gavilán azul,
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|
cobertor de muchas damas,
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|
liberal de llanura o desenlace,
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|
convencional de La Cordillera,
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|
maestro sobre caudillo,
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|
señor a lo largo
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de tu gente y tu comarca.
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Te conocí después,
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alta postura y sobrecejo,
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|
jinete de un salto todavía.
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|
Y me crié en Piribebuy,
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|
bajo el solero de tu hogar abrahámico.
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|
Y me consintieron tus hermanas.
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Mordí la carne rosa
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de las guayabas
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que nos traías de San Blas,
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y supe aun cabalgar a tu costado
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y compartir, contigo y con tus armas,
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el tenso, deleitoso aguardo
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de las palomas monteses en el alba.
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La memoria dócil
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me brinda unas cuantas
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formas, cosas que te correspondieron
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en el tiempo penúltimo:
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una fusta redonda de cuero de tapir
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(con la que en una ocasión
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me picaste la espalda),
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la voz de mando natural,
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un bastón que también era una espada,
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el yantar exacto,
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un jarro de plata,
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esa manera discreta de afanarse
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desde antes de la mañana,
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la condición,
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en el delicado interludio de la siesta,
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de que una niña peinase
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la cabeza entrecana,
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|
la serena lectura de novelas
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hasta que la luz desistía
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de zócalos y ventanas,
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aquella costumbre en la anochecida
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de ser el único
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que prendía el farol de la sala.
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Ahora estamos frente a otro crepúsculo
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y la confabulación de las distancias
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parece más profunda
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que las tareas ocultas
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de tu propia raíz:
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deja por tanto
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que sea yo quien encuentre
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tu mano arrasada;
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que mi brazo rodee tus hombros vacíos;
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déjame esta vez preparar nuestras balas:
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es necesario
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que me acompañes en la cacería
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de algún jabalí celeste.
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Ya oscureció, te digo;
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permite que hoy tu nieto encienda
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la primera lámpara.
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(julio 1993)
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para Aida Villagra
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|
MADRE DE MI MADRE (33)
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Hija
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del médico aquel que migró al Paraguay,
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«en cuyas manos había una flor de nardo»,
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toma del brazo a tu padre
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y acérquense.
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|
Vigésima sétima nieta en línea recta
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de Roy Díaz mío Çid Canpeador,
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acorázame.
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Burgalesa de prez,
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ennobléceme.
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Consorte del teósofo sabio,
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generoso arquitecto,
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ensánchame.
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Nuera de un mártir intrépido,
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ármame.
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Patriota que siempre labraste el sueño
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de retomar por tiempo a tu tierra mayor,
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ténsame.
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Bienquista de tus paisanos,
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repárteme.
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|
Condecorada con la Cruz de tu Reina homónima
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-tan castellana vieja y católica como tú,
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distíngueme.
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|
Fundadora de una leprosería,
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purifícame.
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|
Ministra de la Orden Tercera
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de Francisco de Asís,
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|
humíllame.
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|
Dispensadora de fábulas,
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agúzame.
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|
Celestina de mi primer amor
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con la palabra que cuenta,
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empújame.
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|
Suave Isabel profunda,
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alúmbrame.
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Reservorio de mi infancia,
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prosigue velándome;
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corona desde tu penumbra
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|
la joven muerte de tu hija
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y espérenme.
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(abril 1994)
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para Carmen Marsal Vda. de Cuevas
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33. La cita es de Justo Pastor Benítez, en Bajo el alero asunceño, Río de Janeiro, 1955, p. 11, y se refiere al médico y filántropo español Dr. Flaviano García Rubio, bisabuelo del poeta. (N. del E.).
MADRE
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|
Basta
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uno solo de los diez mil recuerdos
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|
para enjoyar tu ausencia
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mortal,
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María Elena.
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La mirada de ceniza verde, por ejemplo,
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junto al qué vamos a hacer después
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de niña presurosa
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por recorrer las vidrieras de la ciudad y el mundo.
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|
O tu projimidad insaciable
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como la inclinación
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a los helados de limón y de vainilla.
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O esa distraída
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manera de ensortijar o desrizarte el pelo
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con dos dedos pensativos,
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tu cabello oscuramente rubio
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|
resuelto en los jazmines de plata del verano.
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|
Así las memorias
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encienden tristemente
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la galería de tu ausencia.
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Puro espacio
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huérfano,
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y en su hora
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portal de nuestro inmaculado,
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definitivo reconocimiento.
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(abril 1995)
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para Salvador Villagra Maffiodo
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|
LA LETRA ENTRÓ EN LA SANGRE: HOMENAJES
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|
en memoria de Juan Carlos Onetti, Julio Cortázar, Jorge Luis Borges, Daniel Moyano, Aldo Torres, Enrique Lihn, Juvencio Valle, Alfredo Pareja Diezcanseco, Manuel Bandeira, Fayad Jamís, Nicolás Guillén, Eliseo Diego, Ernest Hemingway, Ángela Figuera Aymerich, Vicente Aleixandre, Luis Rosales, André Breton, desde el recordatorio personal
|
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|
UNA MEMORIA DE TREASURE ISLAND: EL PIRATA FLINT RETORNA A SU NAVÍO
DESPUÉS DE ENTERRAR EL TESORO
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One fine day up went the signal,
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and here came Flint by himself in
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a little boat, and, his head done up
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in a blue scarf. The sun was getting
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up, an mortal white he looked about
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|
the cutwater
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BEN GUNN
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Amanecía
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cuando se sintió tu aviso.
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|
Volviste, Capitán Flint,
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|
solo y tu alma,
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con el pie en la roda de un bote pequeño,
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|
una bufanda azul ciñéndote la frente,
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asperjado por la luz ingenua,
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con tus mejillas lívidas como las de la Muerte.
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|
Desembarcaste en la Isla, Capitán,
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llevando contigo seis fuertes marineros;
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ahora regresabas sin nadie
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bogando hacia tu barco, el viejo Walrus,
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|
que te aguardaba
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al pairo
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|
desde hacía casi una semana.
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|
A bordo,
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|
Billy Bones el piloto
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|
cuya sentencia era «los muertos no muerden»
|
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|
y John Silver, el alto contramaestre
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|
a quien en secreto temías,
|
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|
|
te preguntaron sobre el oro y la plata.
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|
-Ah -les respondiste-, pueden bajar a tierra
|
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|
y quedarse, si gustan;
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|
en cuanto a la nave,
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|
barloventeará en busca de más, por el trueno!
|
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|
Ese trapo azul apretado a tus sienes, Capitán,
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|
|
no era menos intenso que el mar recién hecho,
|
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|
|
que la mocedad de la mañana,
|
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|
|
mientras un cielo suavísimo
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|
ya suponía
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|
el blanco aire candente de la siesta.
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|
Y zarpaste de nuevo.
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|
Adiós, Capitán Flint.
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|
O por decir mejor, hasta pronto:
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|
tú no eres sino sombra empujadora
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|
en la evocación de hombres inclementes
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|
que se afanan y navegan y cantan
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|
y se amotinan
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|
y blasfeman y empuñan armas y beben
|
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|
|
un ron graduado por Satán
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|
y matan y mueren
|
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|
en las páginas de un libro
|
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|
donde también respiran
|
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|
gentes de natural honrado
|
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|
y destino fiel;
|
|
|
|
no obstante, Capitán Flint,
|
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|
más allá de unos o de otros,
|
|
|
|
tu condición de hierro, Capitán,
|
|
|
|
será la de acechar sin puerto
|
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|
|
por los océanos de nuestro recuerdo:
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|
continuación que Robert Louis,
|
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|
tu propio fabulador,
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|
quizás no imaginó.
|
|
|
(abril 1993)
|
|
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|
para Jorge Teillier
|
|
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|
REQUIEM EN CINCO MOVIMIENTOS PARA EL NOBLE FORTUNATO,
MUERTO EN LA BODEGA Y CATACUMBAS DE LOS MONTRESOR POR SU AMIGO,
EL DUEÑO DE CASA
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|
|
For the love of God, Montresor!
|
|
|
|
FORTUNATO
|
|
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|
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|
|
I
|
|
|
...Y del brazo de tu afectuoso ejecutor
|
|
|
|
penetraste en las cuevas:
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|
bordalesas pilones de huesos
|
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|
|
frascos en fila calaveras confusas
|
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|
estorbando arcadas pasadizos.
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|
|
Como ronquido glacial
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|
en algún infierno de vidrio
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|
|
el trémulo tejido del salitre
|
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|
|
festoneaba las paredes
|
|
|
|
emblanquecía los muros.
|
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|
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|
|
II
|
|
|
Te tambaleas
|
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|
|
avanzando
|
|
|
|
retiñen
|
|
|
|
las campanillas de tu gorro cónico
|
|
|
|
y otra vez otra
|
|
|
|
cuando apuras
|
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|
una botella de Médoc
|
|
|
|
en honor de los enterrados
|
|
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|
que reposan en torno
|
|
|
|
brinda
|
|
|
|
Montresor también
|
|
|
|
porque tengas una larga vida.
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|
|
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|
Los dos bajo el lecho del río
|
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|
|
el vino se incendia se enturbia en tus ojos
|
|
|
|
el final de las bodegas
|
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|
|
la sombría exactitud del nicho
|
|
|
|
tu albergue
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|
|
|
a partir de ahora.
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|
|
|
|
Al punto
|
|
|
|
te aherrojó al granito rezumante
|
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|
|
tu falso hermano masón
|
|
|
|
fue tapiándote
|
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|
|
primera hilada segunda
|
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|
penúltima undécima
|
|
|
|
un rechinar furioso
|
|
|
|
de cadenas
|
|
|
|
la sucesión de tus alaridos
|
|
|
|
Montresor un eco
|
|
|
|
sobrepujándolos
|
|
|
|
y terminaron ambos por callar.
|
|
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|
|
|
|
III
|
|
|
Sí por el amor de Dios
|
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|
|
pero ya no habrá caso
|
|
|
|
no han de valerte se hace tarde ni vámonos
|
|
|
|
ni me estarán esperando Lady Fortunato
|
|
|
|
y mi gente en el palazzo.
|
|
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|
|
|
|
|
No te salvarán no tu virtuosismo
|
|
|
|
de conaisseur de cepas y caldos
|
|
|
|
o el acceso de tos contumaz
|
|
|
|
menos aún el encomio las instancias
|
|
|
|
de tu devoto enmascarado.
|
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|
|
|
|
IV
|
|
|
Algunos estiman que ese laberinto húmedo
|
|
|
|
que te condujo a la muerte
|
|
|
|
no es más que una lección suprema
|
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|
|
del relato
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|
en lengua inglesa
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|
otros en cambio te hicimos compañía
|
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|
en la búsqueda falaz
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|
del barril de amontillado
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|
|
inútilmente procurando
|
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|
que advirtieses
|
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|
la divisa amenazante de los Montresor
|
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|
Nemo me impune lacessit
|
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|
|
y las atroces benevolencias de tu anfitrión
|
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|
|
y la sonrisa maligna
|
|
|
|
tras el antifaz de seda negra.
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|
|
V
|
|
|
Por el amor de Dios, Montresor!
|
|
|
|
conmovió la rojiza mezquindad de las antorchas
|
|
|
|
tu lastimosa exclamación postrera
|
|
|
|
y en el suelo de la cripta
|
|
|
|
un solo cascabeleo
|
|
|
|
de tu bonete de bufón
|
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|
-dintel del incontable silencio.
|
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|
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|
Corrieron doscientos años
|
|
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|
a sumar de aquella medianoche
|
|
|
|
y ningún mortal te ha perturbado
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|
|
desde entonces.
|
|
|
|
Déjanos pues desearte
|
|
|
|
lo mismo que tu propio asesino y amigo
|
|
|
|
lo mismo que el poeta de Richmond
|
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|
|
historiador de tu emparedamiento:
|
|
|
|
In pace requiescat!
|
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|
(junio 1994)
|
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|
|
para Washington Benavides
|
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|
|
ESCENA DE CAZA
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|
|
MEMOIRES D'HADRIEN
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|
Y fue por cierto hacia el oasis de Ammón,
|
|
|
donde antaño los sacerdotes del oráculo develaran a
|
|
|
Alejandro el Grande el secreto de su
|
|
origen divino;
|
|
a escasas jornadas de Alejandría,
|
|
|
|
en un paraje desolado,
|
|
|
|
durante el rápido anochecer egipcio,
|
|
|
|
al borde de una charca invadida de cañas
|
|
|
|
perforó la distante algarada de los batidores
|
|
|
|
el rencor cavernoso, el denso gruñido metálico de la
|
|
|
|
fiera,
|
|
|
|
como enhebrando por breves segundos tirantes las
|
|
|
|
trompas de montería, los alaridos y los
|
|
|
|
címbalos,
|
|
|
|
fue entonces cuando el súbito ánimo imprudente de
|
|
|
|
Antínoo
|
|
|
|
espoleó su corcel
|
|
|
|
y arrojó su pica y sus dos venablos con arte,
|
|
|
|
mas sólo a tres varas del león
|
|
|
|
que se desplomó, alcanzado en el cuello,
|
|
|
|
al tiempo que azotaba el suelo con la cola;
|
|
|
|
el remolino de rugidos y de arena
|
|
|
|
no permitía distinguir sino una forma agitada y oscura,
|
|
|
|
pero de repente el animal se enderezó, pronto a
|
|
|
|
lanzarse sobre la cabalgadura y el
|
|
|
|
adolescente caballero inerme,
|
|
|
|
y ahí tú, Adriano Augusto
|
|
|
|
Imperator,
|
|
|
|
te interpusiste desde atrás con tu caballo
|
|
|
|
exponiendo el lado derecho
|
|
|
|
y, puesto que estabas acostumbrado a esos ejercicios,
|
|
|
|
no te resultó muy difícil rematar con la jabalina a la
|
|
|
|
bestia, ya herida de muerte;
|
|
|
|
el león se abatió definitivamente
|
|
|
|
y sumió el hocico en el lodo,
|
|
|
|
en tanto una hilacha de sangre negra estriaba
|
|
|
|
el agua rosada del atardecer. El enorme gato
|
|
|
|
color de desierto, de miel y de sol
|
|
|
|
sucumbió con una majestad más que humana,
|
|
|
|
mientras los nenúfares carmesíes se iban cerrando
|
|
|
|
como lentos párpados.
|
|
|
|
|
|
|
|
Tal el episodio. Algunos días más tarde,
|
|
|
|
el poeta Pancratés organizó en el Museo de Alejandría
|
|
|
|
una fiesta musical en tu honor, César:
|
|
|
|
la sala de conciertos daba a un patio in-
|
|
|
|
terior; allí había asimismo nenúfares,
|
|
|
|
sobrenadando en un estanque,
|
|
|
|
bajo el esplendor casi furioso de una siesta de las
|
|
|
|
postrimerías de agosto: tú y Antínoo
|
|
|
|
reconocieron de inmediato sus nenú-
|
|
|
|
fares escarlatas del oasis de Ammón;
|
|
|
|
Pancratés se entusiasmó con la idea de la fiera rota
|
|
|
|
expirando en medio de las flores
|
|
|
|
y, perfecto poeta de corte al fin, demandó tu venia
|
|
|
|
imperial para versificar la heroica, la
|
|
|
noble anécdota: la sangre del león ha-
|
|
|
bría servido para teñir los lirios acuáti-
|
|
|
cos; la fórmula ya era vieja en esas
|
|
|
épocas (la imagen recurrente de una
|
|
|
efusión mortal acaeciendo entre páli-
|
|
|
dos pétalos); no obstante, le encargas-
|
|
|
te el texto en loor de Antínoo: en los
|
|
|
|
hexámetros, la rosa, el jacinto, la celi-
|
|
|
donia fueron sacrificados a las corolas
|
|
|
de púrpura, que llevarían en adelante
|
|
|
el nombre del preferido.
|
|
|
|
|
|
|
Apenas dieciocho centurias después,
|
|
|
|
una bárbara nacida y criada en la Galia Transalpina
|
|
|
|
-mujer alta, llamada Marguerite-
|
|
|
|
compuso una bella narración en la que tú, César,
|
|
|
|
en carta a tu hijo adoptivo Marco Aurelio,
|
|
|
|
presentas y discutes tu propio pasado: en sus páginas,
|
|
|
|
precisamente, se cuenta la cacería que
|
|
|
estoy comentando, y para ésta la
|
|
|
Marguerite fundose por su parte en el
|
|
|
poema de Pancratés, un fragmento
|
|
|
del cual, encontrado en Egipto a inicios
|
|
|
del siglo, llegó hasta nosotros en la
|
|
|
|
curiosa colección de los Papiros de
|
|
|
Oxirrinco.
|
|
|
|
|
|
|
|
Han pasado cuarenta y cinco largos años
|
|
|
|
desde aquella novela y por último,
|
|
|
|
ahora que van derrocándose las sombras
|
|
|
|
sobre este riñón, o páncreas
|
|
|
|
del desatentado territorio que entresoñó Lucio Anneo
|
|
|
|
Séneca,
|
|
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tu paisano y antiguo mentor,
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en este crepúsculo tan limpio de vientos
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y tan apurado y grávido y caliente
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como aquél de Antínoo y del león, tuyo y de la tolvanera,
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atardecida de finales del verano
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igual pero distinta
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a la del ojo de agua, de los juncos, de las dunas,
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que hace mucho habrán sido revocados por el tiempo,
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digo acá en este ocaso
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un mestizo suramericano
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-por cuyas arterias a lo mejor también deriva
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un chorro de la Itálica famosa-
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alerta, un poco fatigado,
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y si no con gracia, al menos con paciente denuedo
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versicularmente está glosando el aludido capítulo de
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tus Memorias inventadas, catorceno
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Emperador de Roma,
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pasaje que a su vez se apoya
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en la exhumación
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de una poesía mutilada.
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Por lo demás, César, tu potencia y tus actos,
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así como los de tus contrarios y tus allegados,
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al presente no son más que humareda, ensoñación,
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neblina,
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por ejemplo la razón del ahogamiento en el Nilo de tu
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favorito, el joven bitinio de peregrina
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hermosura: hoy nadie sabría comprobar
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que Antínoo se suicidó por extremada
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devoción a tu persona, o que se
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trató de un mero accidente -o que tú mismo
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le mandaste matar según apunta
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el sabio Louis Grégoire.
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. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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Pero bien pudo ocurrir que los tres relatores de
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la historia del león en el desierto, a
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saber el rimador mestizo firmante de
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esta paráfrasis, la eminente escritora
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de las Galias y el remoto bardo palacie-
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go
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hayan tentado únicamente (cada: quien con su estrate-
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gia o con su estratagema)
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dilatar por unos meses los siglos de tu gloria, Publio
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Aelio Adriano,
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antes de que principien a sepultarte
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los milenios de olvido.
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(marzo 1995)
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para Lucy Mendonça de Spinzi
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POEMAS SOBREVIVIENTES
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en recuerdo de Aristides Benítez,
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Luis H. Segovia, Justo Pastor Benítez (h.),
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Justo José Prieto, Rafael Eladio Velázquez,
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compañeros embarcadizos
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ya en la otra bahía
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PAISAJE DEL PILCOMAYO
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Frontera del aire tenso,
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alto Pilcomayo,
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desmemoria de la patria,
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cielos quebrados.
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Sol barcino
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derivando el cauce rápido.
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Encono del silencio,
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arena sola y viento exhausto.
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Un sueño de mi hijo
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y la amistad sencilla, sin embargo,
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se festejan, se ordenan
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ante el fuego unitario.
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Halajería del tiempo,
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lumbre de palosanto,
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olorosa palpitación flagrante
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de los montes cerrados.
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Y allá las aguadas congregan
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su niebla virgen: debajo,
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la sombra demorosa de un león
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acecha los fantasmas del venado.
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(Ea. «La cumbreña», agosto 1980)
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para Rodrigo Villagra Carron
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ERRANZAS
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El sol dispensa
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en el estanque
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la moneda falsa de un verano
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a destiempo,
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equivocado.
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Como ese derrame en el agua
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aquí estoy oficiando estas palabras,
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notaciones de algún recordatorio
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inverniz,
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traspapelado.
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(1982)
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para Neida de Mendonça
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POETA FUESES
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Estás en la antevíspera
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y continúan sobrándote
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veraces interrogantes,
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renovaciones, límites.
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Una vez más
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apronta la máscara
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pero anímate y desviste tu deseo,
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castiga tus graciosas posesiones:
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ahí sabrás pasar
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junto con el verbo.
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(1983)
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para Osvaldo González Real
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NOCTURNIDAD
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Se agrava la noche
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a medida que acude hacia sí misma
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y no es el viento el que hamaca
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las hojas:
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el silencio ejerce a no dudarlo
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sus facultades superpuestas
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pero sube al cielo tapado
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la inminencia
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de otra voz.
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(1985)
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para Alicia Trueba de Martínez
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DE GUARDIA
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Sombra, tiempo, amor.
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Y el corazón, imaginaria
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que aprecia todavía
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su alerta
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y su espera.
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(1985)
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para María Luisa Artecona de Thompson
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