VARIACIONES EN DOS CLAVES
PARA UNA MÚSICA INMEDIATA DE SILA GODOY
Poesías de CARLOS VILLAGRA MARSAL
I
AQUEL HUMO
. Quemazón azul
de octubre
veladura repujada
estás más cerca
de mi palabra
que del horizonte viejo.
. Pilar de humareda capital
soy tu trasunto
una refracción apenas
de tu empeño:
brasa dispuesta
rojizo lenguaje codicioso
luego morosa vehemencia
niebla seca
ciego ascenso
y al fin disgregación
en el ensimismado
firmamento.
(octubre 1991)
II
BRUMA INICIAL
. Neblina soleada
primera contradanza
de ciertas
mañanas.
. Antigua respiración
cardinal
semen de los dioses
hoy una sencilla fábula
de la vigilia.
. Pasajera porfiada
de noviembre
suelta de naciente
y de máscara
te vas deslizando
de la eminencia agitada
del palmar
a la indecisa
playada
como si fueras en verdad
a nimbar
las próximas madrugadas.
. Y sucedes
sin tomar en cuenta
que eres cifra de quienes te miramos
desde esta abierta balaustrada:
ese aire persuasivo que te empuja
no ha de arrimarte
a la fulguración más ancha
y entonces
cuando progrese la jornada
regresarás a ser
cóncava liviandad
siesta abstracta
nada.
(noviembre 1991)
A PRINCIPIOS DE LUNA
Allá en un declive del cielo, arquea su espinazo el cachorro de luna, listo para saltar sobre la presa inerme al otro lado del universo. Flameante carnicero nuevo, se acaba de lavar la cara con los aguaceros de diciembre, pensando quitarse las manchas de un pecado venial.
Y vástago de león azul con tigra de los orígenes, el creciente animal aprende a cazar por su cuenta nocturna: debajo, en el antepecho de la serranía, estamos considerándole -a veces en desvelo y a veces a través del sueño, mestizos de sombra y reverbero como él, como él acechantes, inculpables, tenaces.
(enero 1992)
para Miguel Chase-Sardi
POST MERIDIEM
. Resulta difícil acertar el nombre
cabal
de la azucena morada
que sobrepasó el mediodía.
. Y cuesta restañar la tarde
ajustando
sonidos y añoranza únicamente.
. Más vale entonces
cerrar la voz,
desplegando las sienes
para cobrar la niñez de esta brisa,
con la mano avizora, sí, callada como un guante
en el dorado reflujo de la siesta.
. El silencio,
y acaso después
la cantiga dispersa y casual
de las estrellas.
(marzo 1992)
para Josefina Plá
LA LUZ ES INDECIBLE
. No,
no la llames.
Y consiéntele danzar consigo misma,
recónditamente neta,
para ayuntarse
con su propio deslinde.
. No hace falta mentarla.
Tranquilo, acepta
que aun en su infancia
sueñe
un violáceo destino en el Poniente.
. Basta que apuntes
con tu índice súbito
una de sus exactas cortaduras
es el concesivo llano amarillo
o sus chasquidos de plata
en la crestería de los cerros.
. Y en todo caso
comprende
en un gesto capaz, despacioso,
su señorío azul
y el torbellino impasible de los árboles.
(abril 1992)
para Rodrigo Campos Cervera
INSISTENCIA
. Ya es honda la noche, y las nubes
como lentas memorias precisas
han ganado mi casa.
. O será esa niebla despierta, perdida,
que parece arriar el cielo sellado
hasta la cumbre de esta serranía.
. La casa inmóvil, sin embargo,
rompe a cruzar la oscuridad vacía.
. Ciego como el ventanal
y a la sombra de mi lámpara prendida,
yo también solitario, indago el rumbo
de tu encarnación esquiva.
. Sí, he leído todos los libros,
pero aún no sentí el final de tus melodías.
. Callado una vez más, habré de buscarte
en la virazón de la vigilia,
para alcanzar siquiera tu nombre,
Poesía.
(agosto 1992)
para Ester de Izaguirre
ADIÓS
. Un pájaro raspa el cielo equívoco
de la atardecida.
. Retrasado y oscuro
grita hacia el Sur,
rumbo a su viejo dormidero,
mientras bate la luz
resbaladiza
de la altura.
. Allá frío y huyente,
usual en estas lejanías,
es sólo un precario pulso trajinero,
pero con él va borrándose
alguna palabra cierta
y el vasto otoño, en vuelo, se retira.
(junio 1993)
para Evelio Fernández Arévalos
REPETICIÓN DEL PAISAJE
cette aimable nature dont les
beautés étoient sous mes yeux
ROUSSEAU
Les Confessions I, VI
. Paisaje
exento
quizá invitación trascordada
promesa de sesgado cumplimiento.
. Nos separan
una pátina contigua a la del sueño
y una obligatoria profesión
de silencios.
. Oh desmemoriado
paraje resuelto
oh contemplado aroma
oh denominador del tiempo
oh distancia curtida
oh digitación de cielo
oh vasija de la intemperie
oh cambiante paroxismo desierto.
. Paisaje intáctil
desde mí crece un espejo
de mí sigue manando
tu resplandor ajeno.
(julio 1993)
Para Óscar Ferreiro
EXPLICACIÓN DE UNA LLUVIA
. Te esperábamos,
pausa esmerilada,
ciudadela instantánea,
muralla tras muralla levantada
de arriba para abajo.
. Con igual desdén
anulas
la llanura rumbosa
y la verde altanería de las piedras.
. Goteadora, te atienden
los cocoteros desatados,
las aves estrictas en el monte.
. Y el joven viento norte
dibuja una canción que te enardece.
. No obstante, enseguida resultas
garúa entrefina,
cerrazón,
soledad movediza.
. Al cabo
escampas.
. ... Ya eres agua anterior, pero me dejas
indemne, cristalino,
y acribillado de ágiles certezas.
(julio 1993)
para J. A Rauskin
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CONSTELACIÓN DE ESCORPIO EN PRIMAVERA |
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Medianoche a medianoche |
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perforas pensativa la Galaxia |
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encima de mi frente, |
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justo sobre la cumbrera |
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de mi casa. |
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Lumbre matriz, octavo signo, |
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australmente desconozco |
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si adivinas o trasueñas, |
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si retrocedes o aguardas. |
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Por cierto, quienes fuimos paridos |
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entre octubre y noviembre |
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con los auspicios ciegos |
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de tu luz |
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itineraria, |
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siempre nos preguntaremos |
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con aprensión sucesiva, |
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con faenosa confianza, |
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si abrigas, |
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si comprometes, |
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si amenazas. |
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Ahora por ejemplo conjeturo |
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que no es la firmeza del noreste en primavera |
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sino tu exaltación intocable |
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la que me halaga |
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los cabellos |
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y perfila mi cara. |
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Continuamos custodiándonos |
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yo y el sello constelado. |
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Pero no alcanzo |
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el espléndido secreto |
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de tu aventura |
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o de tus vacilaciones, alacrán, |
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o de si tu aguijón ya resolvió |
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emponzoñarnos a distancia. |
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(octubre 1993) |
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para Edda y Eduardo Laterza |
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INMINENCIAS |
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En el bajo del cielo occidental |
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las estrellas terminales |
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se esquivan. |
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Y el modesto desvelo aglomerado |
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de los pueblos, |
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cabrilleando aún en la planicie, |
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no deja de ser |
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sino ceniza anticipada |
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del ímpetu que se avecina, |
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Es el momento |
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en que se inquieren |
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y combinan |
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la brillazón nocturna |
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y la sombra flamante |
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del día. |
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Obstinada, la luz balbucea |
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el mundo: |
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las mejillas |
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de la piedra, |
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la furtiva |
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soledad de un ala, |
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ciertas hojas; |
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esa luminaria primeriza |
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acude |
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cargada de una doble inminencia, |
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de albores en albores consabida: |
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la del venerado |
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desvarío solar |
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en estas montuosas serranías, |
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y la del despertamiento |
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del hombre, la rutina |
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desde hace cuatrocientos siglos |
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aquí constituida. |
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Pero nuestro alerta |
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desearía |
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contar una tercera certidumbre: |
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la de la voz |
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particular y repartida, |
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una voz |
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propicia |
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que sinceramente acerroje |
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la pasión expansiva, |
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que suelde |
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la línea |
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entre ahínco y nostalgia, |
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la voz de una memoria decidida |
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acompañándose |
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con la ingerencia del sol |
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en las remansadas íntimas |
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y con el ademán maduro |
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de quien desarma la cimbra del sueño |
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para aspirar su propia amanecida. |
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(noviembre 1993) |
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|
para Renée Ferrer |
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LOS ESPECTROS DIURNOS |
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Hay veces |
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en que la mañana se inmuta |
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y franquea o atranca un portalón translúcido |
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intermitentemente |
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sin otro fragor que el del azul concreto |
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arriba |
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de la abrasada tosca |
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de cúspides y graderías. |
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Una sombra desazonadora |
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rueda de por sí |
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se abate sube como pestaña ilusoria |
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pretende trocar el orden |
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de la inveterada travesía. |
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Por un rato |
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se guarecen los árboles |
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atrás de sus hojas |
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y hasta el fulgor justiciero |
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se coloca de canto en el tiempo |
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amonedando un oro bajo |
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a toda prisa. |
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Se trata a mi juicio |
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de nuestros muertos perfectamente vanos |
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cuya soledad compacta |
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apreciaría |
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alternar con las del cielo habitual. |
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Empero estos sucesos |
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no duran el minuto que se gasta en nombrarlos: |
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presto la mañana |
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torna a singlar |
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legítima |
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incorrupta |
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proa insignia |
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hacia su naufragio personal |
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en el mediodía. |
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(diciembre 1993) |
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|
para Carlos Germán Belli |
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EL DOLOR |
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Perfectamente |
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nos conocemos |
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nodriza de la vigilia |
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recordatorio unánime |
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de la mera culpa de existir. |
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Ahora te muestras |
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por entre los resquicios de la noche |
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zanjando mi rodilla izquierda |
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mientras curuvicas |
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terco escrupuloso |
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cada uno de los gérmenes del sueño. |
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Pero en el punto en que la luz principia |
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|
a corroborar las persianas |
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|
me desobligas desapareces |
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como borracho de traspié callado |
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en el crepúsculo de la fiesta. |
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Ya en la encumbrada expedición del día |
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el aire serrano embarga tu vuelta |
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con su venda delgada. |
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Por lo demás |
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conspiré con un hombre de indumento blanco |
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para derogarte. |
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Gustaría de saber |
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en cuál de los parajes de la sangre |
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te vas a esconder |
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de masajes de píldoras |
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y de este sol extirpador. |
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Y así también pregunto |
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dónde humillarás tu mando |
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pasado mañana |
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cuando se cancele el cuerpo |
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en el que distribuyes la palpitación |
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|
-ociosa en realidad |
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de tus prietos espantajos. |
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(enero 1994) |
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|
para José-Luis Appleyard |
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LAS VISITAS |
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|
Corolario de versos precedentes |
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La polvareda de las nubes |
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desciende a recatar el alba, |
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a velar la cordillera, |
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a saturar las cañadas. |
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La cerrazón gravea |
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sobre las palmas |
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que aún se friccionan con los sueños, |
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y explora la cerril escalinata. |
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Quietas, le dan paso |
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las puertas llaveadas; |
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de tal suerte, |
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las neblinas se instalan |
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como visita previsible |
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pero no convidada. |
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Entonces un sigilo, |
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un vapor de fantasmas, |
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reconoce la galería, |
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los maderámenes, la teja vana, |
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las baldosas serviciales |
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y hasta la cavidad de nuestras sábanas. |
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Con el borroso cálculo |
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de que alarguen su estancia, |
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|
denso de mansedumbre les aclaro |
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que todo en la morada |
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también está en perpetuo tránsito: |
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los puñales del Sahara, |
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|
esa herrumbre cruel de los aceros |
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-la sangre pertinaz en la navaja, |
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y los demás peligros silenciosos |
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que rielan en las tapias; |
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en las repisas igualmente |
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las súplicas de arcilla, la tinaja |
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de miel ausente, la deidad de un día, |
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el guaco del jaguar, las ánforas |
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del abolido aceite, el pez ceremonial, |
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|
una urna funeraria, |
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cántaro ayer de sápidos maíces |
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y salivas sutiles de muchacha; |
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|
relieves del centauro, del búho, del lagarto, |
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del zorro, de las Furias, del gallo, de la rana, |
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|
compulsión y barniz de las centurias, |
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|
la multitud cerámica |
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|
que en este sitio sólo es un rezago |
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de historia sobrepuesta y derramada. |
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Todos aquí (reitero ante las nieblas), |
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aun el dueño de casa, |
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somos hechos de un humo apenas más espeso |
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que las nubes hermanas |
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y un poco menos rápido |
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que su cierta mudanza. |
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Parecen entender: al rato se incorporan |
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con mayor vestimenta que nostalgia, |
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abandonan los órdenes de la piedra y los libros, |
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y hacia arriba otra vez, boyantes se soslayan, |
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|
retozan, se atropellan, |
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como niñas del cielo que con cándidas |
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|
redecillas grises |
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|
intentaran copar aquel celeste en marcha. |
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Mas el urgente volumen |
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benévolo las llama |
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a un oriente final: |
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|
de ahí mismo se desgarra la mañana |
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arbolando los soles caudalosos |
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|
que nos bastan. |
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(abril 1994) |
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|
para el grupo de análisis: Pupi Duarte Rodi, Blanca de Martínez, Bebé Cueto, Chiquita Decoud, Maricarmen de Niella, Nory, Garbett |
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A UNA MONEDA ROMANA DESENTERRADA EN EL PATIO |
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Oh exiguo disco de cobre, |
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|
no sabemos porqué estabas ahí |
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a seis palmos bajo el piedregullo, |
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|
en la costa del secular camino jesuita de la |
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yerba, |
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|
cuya depresión y terraplenes |
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|
aún se desdibujan |
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|
en mi patio. |
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|
Cardenillo circular, |
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|
ínfimo planeta deforme, |
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|
te exhumamos un intratable sábado de agosto: |
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|
en el anverso, el laurel evidente |
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|
coronando una confusa calvicie imperial |
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|
y al reverso, |
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|
más roído por los dos milenios, |
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|
por la gravosa hondura y el olvido, |
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|
el valor ya indescifrable: |
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|
¿un óbolo, tres ases, |
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|
medio sestercio? |
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|
Sin embargo, te batieron |
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|
para que midieses el precio de hombres y de |
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|
cosas; |
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|
un tiempo habrás sido esencial |
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|
para el deseo |
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|
de alguien, |
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|
quizá mercando una caricia barata |
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|
de mujer del Transtíber, |
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|
o entibiándote en el puño del reciario |
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|
que corrió a alegrarse con un congio |
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|
de ríspido vino cretense |
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|
en una taberna aledaña al circo de Antioquía, |
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|
luego de haber trincado y yugulado |
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|
a su oponente, |
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|
o mezclándote |
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|
en la escarcela del Iscariote |
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|
con los treinta siclos |
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|
que entregaron a Jesús. |
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|
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|
Y cuando postraron Roma, |
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|
¿qué seguiste siendo? |
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|
¿Cuándo y en qué faltriqueras bajaste |
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|
a los desaforados vegetales |
||||
|
de nuestro sur fluvial? |
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|
Fuiste aquí, tal vez, |
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|
trampería en el rescate |
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|
de la plata con poco blanco de los Paizunos |
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|
y de la chafalonía de oro de los Corocotoquis, |
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|
o acaso amuleto |
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|
contra la daga extremeña de cuatro filos |
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|
y contra la untada flecha de los Guarambarenses. |
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|
¿Y quién te perdió |
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|
a la orilla de la ruta que pasaba por mi patio? |
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|
A lo mejor caíste de la bolsiquera |
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|
de un desaprensivo mancebo de la tierra |
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|
en su flete, un ruano mañero, |
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|
o del zurrón de un Padre de la Compañía |
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|
preocupado porque sus esclavos Angola |
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|
carreteros |
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|
llegasen puntuales con su carga de cueros y de |
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|
yerbamate |
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|
hasta las garandumbas que aguardaban |
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|
en el puerto de Nuestra Señora Santa María de |
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|
la Asunción. |
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|
Cuánta sospecha vacía, |
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|
cuánto pasado sin respuesta |
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|
mientras averiguo tu cara |
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|
en el horario de las cordilleras. |
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|
|
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|
Pero siento que, a la verdad, has sido |
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|
sustancial en la vehemencia de algunos, |
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|
y que ulteriormente, sofocado el Poder |
||||
|
del cual eras uno de los símbolos, |
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|
todavía supiste ser la clave |
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|
de trueques suntuosos, |
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|
o talismán |
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|
-camarada de un cuerpo, |
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|
y después del seco encierro |
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|
de veinticinco décadas o más, |
||||
|
eres asimismo |
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|
un mínimo espejo de asombros, |
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|
un fino vector |
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|
de interés cierto, |
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|
y protagonista de un poema: |
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|
no otra fortuna querríamos |
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|
merecer los mortales. |
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|
(octubre 1994) |
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|
para José Antonio Rubio |
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MEMENTO NOCTURNO |
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|
Contentamiento del dormido |
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|
entendedor horizontal |
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|
de que su aliento vaya dividiendo |
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|
la controlada |
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|
tiniebla de la alcoba. |
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|
Afuera |
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|
los quehaceres del nordeste |
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|
la protesta inmóvil de los árboles |
||||
|
algún retirado tecleo peregrino |
||||
|
fraccionan igualmente la penumbra efusiva |
||||
|
de mi Última altura. |
||||
|
Y desasosiego del durmiente |
||||
|
a quien se le antoja el desvelo |
||||
|
cuando no hace sino boyar |
||||
|
por su preñada muerte repitiente |
||||
|
en la metódica |
||||
|
oscuridad del dormitorio. |
||||
|
(junio 1995) |
||||
|
para Raúl Amaral |
||||
Fuente: EL JÚBILO DIFÍCIL (POESÍA 1986-1995) de CARLOS VILLAGRA MARSAL.
Edición, prólogo y notas de RAÚL AMARAL.
Editorial Don Bosco,. Asunción-Paraguay, 1995.
Enlace al CATÁLOGO POR AUTORES del portal LITERATURA PARAGUAYA
de la BIBLIOTECA VIRTAL MIGUEL DE CERVANTES en el