LA HONDITA IMPACIENTE
Cuentos de HELIO VERA
Colección: Imaginación y Memorias del Paraguay (9)
Edición especial de Servilibro,
www.servilibro.com.py
© De la Introducción: Alfredo Boccia Paz,
Asunción-Paraguay, 2007. 118 pp.
ÍNDICE
Propósito
Rubén Bareiro Saguier - Carlos Villagra Marsal
Introducción - Alfredo Boccia Paz
* Aulemos clarament. Entendéa
* Cave ne cadas
* Chembo problema nde celular
* ¿Cómo detectar a un estúpido?
* El milagro de la síntesis
* Parábola del mono y la banana
* Fábula de la víbora sentimental y del león hervívoro
* Hendy kavaju resa
* El buen decir en la política
* La república de los baduinos
* En los dominios del "ýva para"
* Estamos mejorando
* Privatización ¿de qué?
* ¿Quién da más? Hagan juego, señores
* Guía para parlamentarios pornográficos
* Isaac Newton en el Senado
* Quién nos protege de la fauna
* La selección de los jueces
* Un tiburón vegetariano
* El "ogro filantrópico" se va a votar
* ¿Quién me cuenta un chiste de "Cachique"?
* ¿Ladrones de libros?
* ¿Quién dijo que la vida es aburrida?
* Lugo y la renovación del lenguaje político
* Los perejiles de oro
* La coalición del rebuzno
* Sollozos en el Parlamento
* ¿Vacuna contra el dengue en el Paraguay?
* Esta obra ya la vimos
* Un concierto estupendo
* La orquesta suena cada vez mejor
* De vereda a vereda
* Bribón, sí. Estúpido, jamás
* Las mezquindades de una bancada
* Entre Lomborio y Max Weber
INTRODUCCIÓN
Si Helio Vera hubiera sido profesor de sociología o antropología sería hoy, con seguridad, el más respetado conocedor e intérprete de la manera de ser del paraguayo. Felizmente para sus lectores -y fiel a su eterna desconfianza en el saber proveniente de los solemnemente umbríos ámbitos académicos-, Helio eligió un tono ameno y accesible para comunicarse con el lector común. Lo que no le quita un ápice de profundidad y sabiduría a sus reflexiones.
El autor de los comentarios agrupados en este tomo es abogado, periodista y escritor. Pero, además, es guaireño, lo que no ayuda a simplificar las cosas. Su obra, en general, escudriña las rendijas e intersticios del alma de la raza paraguaya. Sin la intención de interpelar a Manuel Domínguez sobre la existencia o no de conceptos tan dudosos como el de "raza" y su supuesta "alma", nos referimos al corpus de conocimientos y estudios que explican los peculiares códigos de convivencia, interrelación y expresión que comparten los paraguayos. Para describir la paraguayidad, Helio Vera apela a sabrosos subterfugios de estilo -y a la esporádica colaboración de un desopilante y enigmático asesor, llamado Chivé Mendieta- en forma de cuentos, relatos y comentarios.
Es allí, en la narrativa breve donde Helio se mueve con comodidad. Su primer libro -"ANGOLA Y OTROS CUENTOS" (1984)- ya nos revela a un certero intérprete del modo de pensar y decir popular. En ese libro -y en su profusa bibliografía posterior- los personajes recreados por este verdadero psicólogo del Paraguay profundo hablan y actúan de un modo que siempre nos es conocido, aunque lo creyéramos olvidado, aunque pensáramos que era una percepción únicamente nuestra. Describir usanzas, tradiciones orales y atavismos conductuales no obliga a que el autor sea etiquetado como escritor costumbrista. Lejos de eso, Helio Vera penetra en la memoria popular no solo para rescatar su imaginería y sus santones, sino para interpelar al presente y darle algún significado a muchas de las aparentemente inexplicables cosas que nos pasan hoy.
Nada es nuevo, parece decirnos el autor en sus textos. Solo el ropaje de la coyuntura y la voz de los protagonistas son novedosos. El resto, es el transitar cansino y repetitivo sobre los mismos senderos ya pisados por generaciones pasadas con los mismos previsibles resultados. Como tampoco es nuevo el olímpico desconocimiento de las experiencias pasadas que precede a cada periódico descubrimiento de la rueda que emprenden los políticos compatriotas.
Es en su tratado de paraguayología, titulado "EN BUSCA DEL HUESO PERDIDO" (1990), donde Helio Vera se adentra con mayor vigor en su aproximación a la identidad cultural de los paraguayos. Se trata de uno de los libros con mayor número de ediciones y traducciones de la historia editorial del país. La clave de su éxito no radica solo en la agudeza de la vivisección del ser nacional, sino en su estilo mordaz y divertido, lo que convierte su lectura en una aventura deliciosa. Es el mismo estilo que el lector encontrará en los textos que integran este tomo.
Son crónicas de actualidad, de sucesos recientes ocurridos en el marco de esta anárquica democracia que hemos sabido construir luego de décadas de autoritarismo. Este hábil mitómano difícil de descubrir, este iconoclasta impenitente que es Helio Vera, encuentra en las acartonadas y fingidas efigies de la transición paraguaya un blanco precioso para sus agudas observaciones. Así, armado de una antorcha desaprensivamente manejada, Helio Vera recorre los pasillos del museo de cera de los prototipos de nuestra política, derritiendo muchos de los argumentos, mitos y paradigmas que jalonaron nuestra transición hacia la miseria.
Tamaña empresa -la de embestir contra los emblemas de la modernidad paraguaya-requiere escudos protectores. El autor - guaireño, al fin- los encontró en dos ardides estilísticos: el de la ironía y el de contar con la complicidad del lector. Sobre lo primero hay poco que decir. Nadie discute que Helio Vera es un maestro en el arte de la mordacidad, del humor fino, apenas sugerido, a veces divertidamente cínico, pero siempre profundo y letal. Sobre la segunda característica, habría que extenderse más. Se trata de la poco común habilidad de crear como lo escribió en algún prólogo, Osvaldo González Real- una relación íntima entre el yo del narrador y el tú del lector. Quien caiga en la mal-sana tentación de pasar al segundo párrafo de un texto de Helio Vera, deja de ser lector para convertirse en un cómplice de su relato. Antes de que pueda darse cuenta, el autor lo tendrá agarrado del cuello y lo obligará a llegar hasta el final.
Allí, será tarde. Podrá estar o no de acuerdo con lo que opine el señor Vera, pero se ha sometido a sus designios. Lo bueno es que sus opiniones rara vez son predecibles. Cualquiera sea el tema que abarque, uno no sabe qué arista, qué posición, qué simpatía o antipatía, motivarán sus líneas. Lo único adivinable, antes de comenzar a leer uno de sus comentarios es que allí habrá algo de talento e inteligencia.
Con los pies afirmados en una vasta cultura y una visión desenfadada del mundo, Helio Vera explora con destreza las fábulas e historias de las frustraciones de generaciones anteriores para explicar las claves de la confusión actual.
Eso no lo convierte en un escritor pesimista, para nada. Es un humor que parece resignado, fatalista, pero, que en el fondo, es libertario, ofrece claves para encontrar salidas y enseña a reír nos de nosotros mismos -una característica poco usual en los genes paraguayos, digámoslo, de paso-.
Helio Vera es un nacionalista moderno. Conoce tanto como Juan E. O'Leary el perfil de nuestros héroes santificados en el altar del heroísmo y tiene tanta conciencia de las debilidades de nuestro carácter colectivo, como la tenía Cecilio Báez. No cae sin embargo, ni en la apología ni en la negación de las potencialidades de los paraguayos. En todo caso, lo que lo fastidia -y con razón- es el irracional desconocimiento de lo que fuimos, hicimos y pensamos antes. Y que, con entusiasmo digno de mejores causas, cada cierto tiempo, intentemos descubrir la rueda.
Esta selección de más de medio centenar de comentarios de Helio Vera, todos referidos a la realidad reciente, son textos independientes en los que se diseña su visión sobre uno de los periodos más insólitos e interesantes de la historia independiente del Paraguay. Nunca antes tuvimos un lapso tan prolongado de libertades públicas irrestrictas. Lo que construimos en ese tiempo no nos puede dejar muy contentos. Pero tampoco es poca cosa.
En ese estrecho espacio de expectativas entre lo que éramos y lo que podríamos ser, transitan estos textos. Felizmente, encontrará allí un humor más fresco que el que lo espera en la calle dura y cotidiana. Helio Vera dijo alguna vez que no pretendía descubrir el alma paraguaya. Puede ser, pero está claro que nadie puede acercarse a su conocimiento sin leer a Helio Vera.
AULEMOS CLARAMENT. ENTENDÉA
La comunicación entre los paraguayos soporta la agresión de poderosos adversarios empeñados en convertirnos en unos primates balbuceantes que, para hacerse entender, deben apoyar el lenguaje con un vasto repertorio de señas, morisquetas y gruñidos.
Por un lado, los profesores de guaraní nos arrojan una lluvia de neologismos inventados, que tienen la virtud de hacernos olvidar nuestra lengua, la verdadera, la genuina, la que resistió a siglos de proscripción de trabas y de menosprecio. Pero que tal vez no sobreviva a la ofensiva de los docentes, empeñados en imponer un idioma inventado.
Al español le va peor. Un primer frente de batalla ha surgido con la difusión masiva de los teléfonos celulares. A ellos se debe el nacimiento de una nueva forma de escribir, de muy difícil empleo. Comprender un mensaje de texto es una hazaña digna de un experto en jeroglíficos, de un traductor de sánscrito o de un adivino gitano. En efecto, la nueva lengua ha incorporado una serie de alarmantes novedades a la comunicación: la eliminación de la diferencia entre la "z", la "s" y la "c"; la substitución de la "ll" por la "y" griega, y la unificación de los sonidos "k" "ca", "co", "cu" y "q", en esta última. Además, como en la taquigrafía, se ha suprimido una gran parte de las vocales, sin olvidar que las comas y los acentos han ido a parar al gran basural de Cateura.
De esta manera, un diálogo mediante mensajes de texto puede realizarse en los siguientes términos:
** Sujeto A: "Por q pio lo q no m yamast. T estuv esperand".
** Sujeto B: "Yo tb t esper. No ce lo q t pasa. No entendes loo lo q t digo".
** Sujeto A: "Es q yovia fuert. Y no m queria mojar too".
** Sujeto B: "No c t va a mojar pue el fono si m avisas. No t via a creer loo".
** Sujeto A: "Diculpame na. La pxma t yamo con tiemp par q no t vaya de bald 1 pxma vez".
Está naciendo una nueva lengua ante nuestras narices. Y también una nueva manera de hablar. Ya hace una década que ha desaparecido la antigua "elle" del habla popular, para ser substituida por la "ye". Gracias a ello, "pollo" se escribe "poyo", y "lluvia" es ahora "yovia". Hay resultados todavía más pintorescos: el queso de "rallar" se ha transmutado en "queso de rayar"; es decir, en un queso con rayas, una especie de cebra de los quesos, o tal vez un queso vestido con traje de presidiario.
Ante estas embestidas poderosas, que vienen envueltas en el aura resplandeciente de la tecnología, parece difícil reaccionar. Esta manera de hablar y de escribir se está volviendo general, y toda una generación va creciendo con este estilo tan nuevo como desastroso. No sé cuánta será la capacidad de resistencia del idioma ante estos cañonazos. Lo único que sé es que, ante este bombardeo, es casi irrelevante el candoroso intento de las feministas de exigir el uso de palabras tan espantosas como "jóvena" como femenino de "joven"; "sera" como femenino de "ser"; "cadeta", como femenino de cadete y otros aportes igualmente pavorosos.
Se trata, como es fácil notar, de una lamentable desnaturalización de una causa tan noble y justa como lo es la afirmación de la dignidad de la mujer en condiciones de igualdad de derechos y responsabilidades con el hombre. La lucha por la igualdad no pasa por destrozar el idioma sino por destrozar los prejuicios, las desigualdades y las discriminaciones.
De todos modos, lo del feminismo es un pecado menor. Al fin de cuentas, la lengua la hacen los pueblos, no los laboratorios. Solo que, en este caso, es precisamente el pueblo el que está siendo llevado a adoptar una especie de dialecto incomprensible, seudotecnológico, que se está extendiendo como una peste. Y no parece que nadie tenga la fuerza o el coraje para producir un antídoto capaz de detener la oleada.
¿QUIÉN DA MÁS? HAGAN JUEGO, SEÑORES
La pintoresca política paraguaya ha logrado modificar los arcaicos principios de la lógica democrática: la razón ya no la tiene el que tiene más votos, sino el que grita más. Basta con enarbolar unos cartelitos, poner cara de enojado, instalarse en una plaza y vociferar a diestra y siniestra para meterse a Aristóteles en el bolsillo.
La tecnología ha logrado reforzar esta metodología, incorporando megáfonos de gran potencia, capaces de aturdir a todo prójimo que pase a cien metros de distancia. Los gritos son acompañados de todo un repertorio de amenazas dirigidas a sembrar el temor a quienes dirigen un Estado débil, desconcertado y tambaleante: amenazas de paros, de huelgas de hambre, de "tractorazos", de cierres de rutas.
Algunos políticos se benefician de este barullo. Y con el cuento de que "están con el pueblo", pasan como próceres gracias al viejo truco de ofrecer lo que no están en condiciones de dar. O porque no existe, porque no hay en la cantidad suficiente o porque lo que se pide ya tiene dueño con mejor derecho. Pero el truco funciona, por lo menos en el corto plazo.
Los políticos han resuelto el problema. Si viene una multitud exigiendo un aumento salarial, la respuesta inmediata será: aumento no; duplicación sí. Si pide la tierra del propietario Tal, se le agregará un paquete con las de todos los vecinos que están más allá. Si se pide un subsidio para cien, se ofrecerá uno para mil. Total, si la plata no hay, siempre habrá un culpable: el imperialismo norteamericano, las Fuerzas Armadas, el ALCA, la asociación de amigos del "mbói jagua", el Mercosur, los criadores del Oso Panda, el capitalismo salvaje.
Para este tipo de política primaria y cerril la estrategia de crecimiento pasa por encontrar al malo de la película. Alguien que tenga la culpa de todo: del aumento del costo de la vida, de la fiebre aviar, de los eclipses, de la creciente del río Paraguay, del dengue, del huracán Katrina, del deshielo de los glaciares.
Como sabemos, se trata de demagogia elemental, pueril y montaraz. Algunos le dan un nombre más elegante: populismo. Pero el populismo es un fenómeno más complejo que esta versión kachiái, al uso paraguayo, que consiste en saludar con sombrero ajeno.
De esa manera, todo el Estado, exprimido como una naranja, pasa a servir a los propósitos de estos próceres de la transición. Los partidos tradicionales, desesperados ante tanta generosidad con sombrero ajeno, caen en la trampa y también se ponen a repartir, a troche y moche, todo lo que se les pide. La competencia es feroz. Se trata de definir quién da más y más pronto.
De paso, también se arrojan zoquetes a los amigos: salarios, viajes, viáticos; y, a veces, hasta un premio a algún amigo del alma que se viene de Europa con una rodilla de cristal, como premio a supuestas hazañas científicas. Claro que, en este último caso, cuando se descubrió que no existía la tal rodilla de cristal ni el tal premio internacional, el amigo del alma pasó inmediatamente a ser un "simple conocido".
El vicio se ha vuelto general. Los ejemplos que citamos tienen la única misión de ilustrar sobre la situación general. Lo grave es que esta manía distributiva ha borrado todo debate sobre la formulación del mejor proyecto de país. Esto, que quitaba el sueño a los políticos de otros tiempos, ya no le interesa a nadie. La competencia entre distintos modelos de país, como ocurría hace algunas décadas, fue substituida por una desaforada pugna por definir quién es más rápido en dar lo que se pide. Que los recursos no existan, es un problema menor. ¿A quién le importa?
GUÍA PARA PARLAMENTARIOS PORNOGRÁFICOS
En el siglo XVIII, un noble italiano, el marqués de BECCARIA, escribió "DE LOS DELITOS Y DE LAS PENAS", un librito en el que expuso, de manera más o menos ordenada, las ideas que circulaban en su tiempo sobre el Derecho Penal, alentadas por ese brillante movimiento intelectual conocido como ILUMINISMO.
Recuerdo que en mi época de estudiante en la Facultad de Derecho, el profesor Encina Marín mencionaba frecuentemente a Beccaria como el punto de partida de esta disciplina. Me parecía entonces muy extraño que un escritor que había muerto hacía más de dos siglos fuese presentado como un prócer del Derecho Penal. Pero cuando lo leí, hace ya muchos años, quedé deslumbrado por lo anticipatorio de sus ideas. Ellas, también hay que decirlo, no fueron revolucionarias ni originales, pero sí presentadas con un estilo atrayente y polémico.
Desde entonces, no dejo de releer a Beccaria. Esta lectura es un hábito que recomiendo a los miembros del Poder Legislativo quienes, cada vez que incursionan en materia penal, cometen un nuevo despropósito, con el que confirman la prevención de Goehte: «NO HAY NADA MÁS PELIGROSO QUE LA IGNORANCIA EN ACCIÓN». Por eso, no sería mala idea distribuir gratuitamente ejemplares del libro "DE LOS DELITOS Y DE LAS PENAS" entre los legisladores, por lo menos para inspirarles algo de prudencia y aminorar su temeridad.
Una de las propuestas de Beccaria, convertida en principio general del Derecho Penal en cualquier parte del mundo civilizado, es la proporcionalidad. Se trata de algo "claro como una lámpara, simple como un anillo", como dijera el poeta. Hasta el punto de que se vuelve muy aburrido argumentar sobre este concepto, como lo sería demostrar que la cara de un ladrillo tiene forma rectangular. Proporcionalidad es la relación que debe existir entre la infracción penal y la respuesta del Estado; es decir, la pena. La mayor gravedad de la infracción trae aparejada mayor pena. Para eso, las infracciones se agrupan en graves y menos graves (crímenes y delitos, en nuestra terminología). Quien dispara y lesiona a un prójimo con un honditazo no puede tener la misma pena que quien lo pulveriza con una bazuka. Es argelmente sencillo, ¿no?
Pero he aquí que nuestro Parlamento ha creado un nuevo sistema de Derecho Penal, de manera tan pintoresca que sugiero su publicación "urbi et orbe", para solaz de la comunidad jurídica internacional. Uno de sus ejemplos es la ley que reprime el secuestro, que merece un comentario aparte. O la de marcas, que pretende convertir la falsificación de un calzoncillos de origen norteamericano en un delito más grave que matarle a la madre.
Me ocuparé hoy sólo de la Ley 2861/06 "Que reprime el comercio y la difusión comercial o no comercial de material pornográfico, utilizando la imagen u otra representación de menores e incapaces". En ella encontraremos todos los elementos que ilustran patéticamente el olvido del Principio de Legalidad y la burla del Principio de Proporcionalidad.
Veamos. El homicidio simple tiene una pena de 5 a 15 años. En cambio, el art. 1° de la ley contra la pornografía pena con cinco a diez años de cárcel al que "por cualquier medio produjese o reprodujese un material conteniendo la imagen de una persona menor de 18 años en acciones eróticas o actos sexuales que busquen excitar el apetito sexual, así como la exhibición de sus partes genitales con fines pornográficos".
Con otras palabras, esto se le aplica a usted, amigo lector, si fotografía a una pareja chapando («acción erótica») en una esquina nocturna, con el sujeto extraviando su mano derecho en algún sitio oculto de la anatomía femenina. O si envía copia de la foto a su compadre, agregando un ejemplar de un periódico que muestra a una adolescente exhibiendo su retaguardia en Villa Florida, en un día de verano y cervezas. Cuidado. Tendrá cinco años de tiempo, como mínimo, para tallar guampas para los amigos en Tacumbú.
El art. 6° dice que si usted "adquiriese o por cualquier otro título poseyese" alguna imagen de las enunciadas en el art. 1°, tendrá seis meses a cuatro años de cárcel. Es decir, tendrá la misma pena si compró el mismo periódico en la calle o si cometió la torpeza de guardarlo en su casa, a escondidas de su esposa, a la que suponernos muy gruñona e intolerante.
Igual pena se aplica al que asista a un espectáculo de esa clase. Pero hay una forma de salvar el cuello. Por ejemplo, si a usted le invitaron a ver un concierto de la banda Peteke-Peteke y se encuentra con el strip-tease de una adolescente. Obvio, usted no sabía lo que iba a ocurrir. Ojo, nada de quedarse a disfrutar. Deberá huir inmediatamente, no sin antes santiguarse piadosamente, y con los ojos vendados para no ver la candente escena. Y hay más. No es suficiente poner tierra de por medio sino que, además, debe hacer de "pyragüé" y denunciar el hecho a la autoridad. Porque el artículo 6° así lo exige: huir y denunciar el hecho.
En fin, amigo lector, así nos va. El pobre Beccaria se estará revolviendo en su tumba. Y, junto con él, igualmente aterrados, los próceres del Iluminismo, desde Kant hasta Montesquieu, quienes sentaron muchas de las bases del derecho penal contemporáneo. No puedo decir "paz en sus tumbas" porque, gracias al Parlamento paraguayo, ella ha sido irremediablemente destruida.
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