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NIDIA SANABRIA DE ROMERO (+)
  RESQUICIOS DE UN PASADO PEREGRINO - Obras de NIDIA SANABRIA DE ROMERO - Año 2008


RESQUICIOS DE UN PASADO PEREGRINO - Obras de NIDIA SANABRIA DE ROMERO - Año 2008

RESQUICIOS DE UN PASADO PEREGRINO


NIDIA SANABRIA DE ROMERO

 

Diseño de tapa y contratapa:

CATALINO ROTELA y CAROLINA ROMERO LÉVERA


 Editor: EDITORIAL SERVILIBRO

ISBN: 978-99925-993-3-4

Mayo 2008 (229 páginas)

Asunción – Paraguay

Libro Paraguayo

 

 

PRÓLOGO

 

            VÍCTOR JACINTO FLECHA

 

            "Resquicios de un pasado peregrino", titulase este libro, que tiene mucho de alquimia antigua, y que va mezclando acontecimientos y hechos para develar y relevar el oro subyacente de la vida de las aldeas, los pueblos y de las ciudades del Paraguay. Estos relatos que Nidia Sanabria de Romero pone a consideración del lector y más del joven lector, tienen visos de parábolas de las que se sirve esta maestra ejemplar para ir transmitiendo los valores esenciales, las experiencias de vida de las que se puede sacar lecciones y aprender mucho para estar y ser en el mundo, en el transcurrir de la vida, porque vivir es entender y practicar que nada del entorno le sea a uno indiferente. Este libro nos trae una lección de humanidad, de amor, de solidaridad, de projimidad y de ética, y nos muestra en las múltiples historias una, casa (el libro) con una multitud de ventanas, y en cada una de ellas muestra una parte del paisaje entero que va uno recorriendo. A través de esta multitud de horizontes, se puede comprender que cada una de las narraciones son parte de un mundo compartido con otros y nosotros, iguales y diferentes, y que ahí radica la esencial belleza del ser humano, que podemos entender al otro y amarlo, a pesar de que pudiera pensar y ser de manera disímil.

            Nidia Sanabria nos hace peregrinar, durante casi un siglo, desde el ciclón de Encarnación (1926) hasta nuestros días. Los personajes de cada historia no hacen otra cosa que constituirse en un arquetipo ejemplar de la cotidianidad paraguaya del pasado y del presente. Que la autora haya rescatado con estas historias el Paraguay profundo, el acontecer de las cosas y de los cambios, tiene un valor extraordinario, sobre todo cuando se piensa que está dirigido a jóvenes de este tiempo, a quienes les han cortado su memoria histórica, que ignoran en absoluto de donde vienen y a donde van. Lo que relata este libro, a pesar de ser la esencia de la verdad, la intrahistoria, no figura para nada en los libros de historia, acartonados en contarnos historias militares y civiles, fuera de la sociedad que los produjo. La vida cotidiana, los comportamientos de la gente, el sentido de la vida de los mismos, las relaciones sociales, que se ejercía día a día, es lo más esencial que devela este libro.

            En estas historias van desfilando seres humanos que la profesora Nidia conoció de cerca, ya sean sus historias o vivencias de ella misma, recuerdos de su infancia, de sus amigos, como la familia Soler, cuyo padre fue Ministro de Relaciones exteriores y sus hijos crecidos en la práctica de la projimidad, relatados en una de las historias, han abrazado, cuando crecieron, ideales de equidad social y fraternidad humana. Mamacha Soler es una de nuestras grandes poetizas sociales y su hermano Miguel Ángel (Papucho) Soler fue un mártir de la lucha por la democracia en el Paraguay. En esta página se vislumbra como brazas el sufrimiento de madres por las muertes de sus hijos,

ya sea en riñas, peleas o revoluciones, el impacto de la guerra del Chaco en los padres de los soldados que partieron a la guerra, la esperanza permanente de que regresen con vida, el sufrimiento callado de la mujer, de la madre. Los días felices de las pequeñas ciudades, como el caso del tendero que compro "al partir" un billete de lotería con un amigo y que al sacar la grande descubrieron que se extravió el billete. La pena ni siquiera era por la pérdida del dinero, sino de la confianza de la gente, el hallazgo del billete perdido fue para el personaje de la historia el gran premio de recuperar la confianza de la comunidad. Así éramos los paraguayos. Luego, el tiempo se fue amaneciendo en otro tiempo, tiempo de guerra civil, de violencia sin nombre y de familias que huían hacia otras tierras dejando sus casas, su pueblo, su país. Sobre esa tragedia, en que tantos amigos de Nidia también huyeron de la violencia y la persecución, como Augusto Roa Bastos, Hérib Campos Cervera, Elvio Romero, José Asunción Flores, entre otros, también muestra en una de sus historias el triunfo del amor. Todas y cada una de estas historias, que aparecen como parte minúsculas de un gran fresco de casi todo un siglo, son parte esencial de nuestro pueblo como nación.

            Cuánta significación adquieren estos relatos cuando se los compara con la realidad paraguaya de fines del siglo XIX al siglo XXI. Desde la terminación de la guerra de la Triple Alianza, los grupos políticos competían el poder a través de sublevaciones armadas, cuartelazos, guerras civiles para el recambio presidencial. Las elecciones para elegir presidentes y congresistas eran acontecimientos raros. Si bien se elegían, cualquier golpe de estado, los sacaba del poder. Sin embargo, en este largo siglo hasta la guerra del Chaco, tuvimos a muchos intelectuales de primer nivel como presidentes de la República, desde Cecilio Báez o Manuel Gondra, y los diputados y senadores eran de una sólida formación intelectual. Al final de la Guerra del Chaco los militares toman el poder de la República y no lo abandonan hasta 1989, cuando derrotan al último dictador militar, el Gral. Alfredo Stroessner, después de 35 años de ejercicio irrestricto del poder. Nunca el Paraguay conoció una verdadera democracia, a excepción de unos años en la década de 1929 y seis meses en 1946, lo que hace que ahora se nos complique tanto construir nuestra democracia.

            En 1947 se generó una guerra civil, por un lado un sector mayoritario de militares, que buscaban la democracia, llamados institucionalistas, apoyados por la oposición de la época (partidos liberal, febrerista y comunista) y por el otro, un sector del ejército que respondía al dictador Gral. Higinio Morínigo y acompañado por un sector del partido colorado. Esta guerra dividió a la familia paraguaya. Como resultado de ella 300 mil paraguayos y paraguayas tuvieron que exiliarse, casi la cuarta parte de la población exiliada se refugió en la Argentina, y en otros países. Las persecuciones, posteriores a la guerra, fueron tenaces y terribles. Nunca la historia paraguaya registró tanta violencia, no sólo contra los vencidos sino contra todos los que no estaban con el gobierno. El eslogan era: "quien no está con nosotros está contra nosotros". La intelectualidad de la época emigró casi por completo. El odio desatado dividió por décadas a las familias paraguayas, y es una herida que la actual democracia todavía intenta subsanarla después de tantos años.

            Los relatos del libro nos ilustran cómo estos acontecimientos impactaron en la gente del pueblo. Hay relatos que ponen en relevancia la amistad como valor supremo, sin importar las opciones políticas, en épocas anteriores a la guerra civil del 47, y después de ella, el miedo y las persecuciones. Inclusive, cuando llega la democracia, y los sobrevivientes del exilio regresan, llegan a un sitio distinto y todo les es desconocido, hay veces que hasta la propia casa donde vivieron su infancia o su juventud ya no es la misma.

            Augusto Roa Bastos, que conoció por décadas el exilio, decía, que es como llegar a su país en la esperanza del rencuentro, y como si se lo hubiera llevado a otro sitio, y fuera suplantado por otro.

            "Resquicios de un pasado peregrino", es como la memoria del deslizarse del agua. La esencialidad histórica de un pueblo a través de los relatos que hacen a la vida cotidiana de nuestros pueblos y ciudades, que abarca casi todo el siglo XX y los principios del siglo XXI. El agua nace de una surgente, va conformando su camino, como el verso de Machado "caminante no hay camino, se hace camino al andar".

            El agua tampoco tiene camino, va conformando su propio camino, y es conformado también por los altibajos geográficos, deja rastro en la piedra, en la arena que arrastra, en el tumulto de hojas que la besa, en el pez que la habita, en el pájaro que la observa, en el cielo que la refleja, el agua construye su memoria en el devenir de las cosas, y Nidia Sanabria de Romero, hace lo mismo, deja memoria en las cosas, en los seres que la poblaron, y esas cosas y esos seres son la memoria de ella, y lo más milagroso es que su memoria no está en su cabeza sino en el aire que su corazón acuna.

            Creo que en la publicación de "Resquicios de un pasado peregrino" dirigido a jóvenes estudiantes, la querida profesora Nidia Sanabria de Romero sigue haciendo lo que siempre hizo, convertirse en un instrumento para abrir los horizontes de los jóvenes, el devenir de sus vidas, y lo hace con un precioso libro que me honro en prologar, en tanto que desde la cátedra y el trato personal, en mi adolescencia, la profesora Nidia me ayudó a abrir la puerta del mundo.

            El maestro no es aquel que solamente transmite conocimientos como si fuera una cosa acabada en sí misma sino que es aquel que enseña a abrir los postigos del saber que está en el amplio paisaje que uno observa. Adolescentes y jóvenes sacad provecho de este libro escrito con el corazón de una gran dama y la sabiduría de una maestra que sabe entregarte semillas para que las cultives, y puedas recogerlas durante toda tu vida en las flores y los frutos que esta dación puede ofrecerte.

 

            Asunción, 14 de abril del 2008

 

 

 

EL AMOR DESPUÉS DE LA GUERRA

 

            En la lejanía del tiempo y la distancia, recupero momentos que no pueden quedar en el olvido. Quedó atrás una guerra y con ella muchas cruces poblaron el suelo árido de los campos de batalla. La paz era sólo una palabra temblorosa que podía volver a ser de agonía.

            La guerra terminaba con Bolivia. Los fusiles acallaron sus voces, pero el temor y el miedo traían consigo la desesperanza. No podemos hablar de vencedores ni de vencidos cuando el precio tiene el costo de vidas humanas. Sin embargo, un hálito de esperanza cundía en nuestro pueblo.

            Una vez, después de un largo tiempo del cese de los combates, mi curiosidad comenzaba a buscar respuestas, entre mis hermanos mayores, y de la misma manera recurríamos a nuestros padres, abuelos y tíos, que nos dieran una razón que justifique la muerte de tantos seres.

            Las crucecitas instaladas en muchos hogares de mi pueblo y tal vez de otros lugares, ocupaban el sitio de los ausentes, que por amor a la patria u obligados a marchar en una contienda que para ellos no podía tener sentido.

            Y se fueron. Muchos para no volver más. Lentamente el pueblo iba renovando sus esperanzas, puestos sus ojos en su capuera, que en tiempos de sequía invocaba a nuestro Dios, el milagro de la lluvia.

            En las chacras, las mujeres acompañaban a sus esposos para la faena diaria, arando la tierra, acercando el agua fresca que los cántaros ofrecían para mitigar la sed. En más de las veces, portaban azadas para ablandar la tierra, y los frutos, más tarde, verdeen en lontananza. Ya, a la noche casi, regresaban al rancho, donde le esperaba el mate caliente para festejar la labor del día.

            Los niños, tirados en catres, dormían plácidamente, iban pasando los años, y con los años felizmente la guerra quedó en el olvido. Y los prisioneros regresaban al país de origen. Sin embargo, muchos o pocos, por distintas razones, prefirieron quedarse.

            Así, en mi pueblo, conocí a uno de ellos, un boliviano que quiso al Paraguay, pese a la guerra, porque encontró el amor de su vida en una paraguaya bella y guapa, que le abrió el corazón para formar el hogar. Se casaron, tuvieron muchos hijos. Era un carpintero de ley, que enseñó a sus hijos ese hermoso oficio trabajando codo a codo para lograr un bienestar donde se instaló la felicidad a pesar de la distancia y la lejanía de sus propios parientes.

            Con el esfuerzo y la perseverancia consiguió, con su labor de carpintero, la posibilidad de viajar a Bolivia con toda su familia, para presentarles a sus descendientes. Acortaron distancia para llegar en el avión que los llevaría a destino. El padre boliviano, la esposa y los hijos paraguayos hicieron unas buenas vacaciones, recorriendo la geografía de la hermana nación boliviana. Y regresaron al Paraguay. El amor ganó la batalla y la felicidad se instaló definitivamente en ese hogar.

            Esa gran familia que constituíamos padres, hijos, hermanos, daban la característica a la sociedad, donde no se marcaban las diferencias.

            La familia conformábamos todos los que vivíamos bajo el mismo techo. Los años corrieron, cada uno de esos años, contando su propia historia. Muchas de esas historias las olvidamos, porque ser adulto implica formalidades, donde caben a veces las falsedades como un comportamiento social.

            Vivir, significa cada vez más acomodarse y lo malo que esa postura cambia el destino del ser humano. Somos, no precisamente lo que queremos ser, sino lo que nos conviene ser. En ese batallar por vivir, renunciamos a los momentos más bellos por acomodarnos. Por eso estamos carentes de emociones, de gratos recuerdos y de carcajadas francas.

 

 

 

RESQUICIOS DE UN PASADO PEREGRINO

 

            Esa conversación improvisada a veces, otras tantas buscada o añorada, donde no ponía límites el tiempo, poco a poco fue cambiando por las exigencias del momento y las distancias que alejaban a los seres para los encuentros cotidianos. Las esquelitas de amor en sobres perfumados cumplieron su misión llenando de alegría a novios, amigos, familiares, cada vez más el tiempo ya no dejaba espacio por las obligaciones que debían cumplirse. Así, los que trabajaban fuera de la casa como los que vivían en el hogar convertían de alguna manera sus espacios en generadores de ingresos porque las necesidades lo exigían. También surgieron profesionales formados en nuestro país o en el extranjero que dieron apertura a empresas innovadoras de tal manera que en cada localidad aparecían negocios facilitando la adquisición de aquellos productos que solamente se encontraban en Asunción.

            Los pioneros en el proceso de expansión fueron los "turcos" que llegaban de Asunción a los distintos pueblos de nuestra geografía y se instalaron encontrando parejas con quienes contrajeron matrimonios y establecieron familias. Admirable la convivencia de la sociedad que los recibió y compartió con ellos sus costumbres de tal forma que se integraron plenamente a la idiosincrasia paraguaya.

            Fueron candidatos firmes para padrinos de los hijos, en ello no había ningún interés, resultado de la relación sincera y espontánea suscitada entre las dos culturas.

            Pronto la comunidad de mi pueblo buscó en los atuendos algo diferente a lo acostumbrado. Se introdujo vestimentas coloridas y con diseños exclusivos, para los días de fiesta.

            Todas las costumbres nuestras y las de ellos muy pronto se caracterizaron por una integración que en cierto modo revolucionó naturalmente la sociedad hasta entonces muy tradicional.

            Formaban parte de esa riquísima gama de novedades que alentó la actualización de la moda hasta entonces muy tímida y ajustada al decir de la sociedad, las tafetas de mil colores, bijuterí con brazaletes, aros, anillos, cadenillas y pulseras que deslumbraban por sus formas y brillos singulares. También el intercambio gastronómico permitió degustar los platos tradicionales de estos lejanos pueblos.

            Caracterizaban a estos inmigrantes su generosidad, prudencia y espíritu de servicio siempre predispuesto para con la comunidad.

            En los grandes bailes de salón, donde tenían cabida solo aquellos que en rigurosa lista aparecían, resultado de una selección cuidadosamente elaborada por las autoridades del club social, se estrenaban las más novedosas y originales prendas traídas de la capital y del exterior.

            La familia Yampey se ganó el respeto y el cariño de la comunidad carapegueña, bases de una entrañable amistad manifiesta en una solidaridad permanente como un ejemplo claro de las nupcias entre inmigrantes y paraguayas.

            Coincidentemente con nuestro traslado definitivo a la capital, ellos radicaron y dieron apertura a una tienda de ramos generales en el centro asunceno. Nuestra amistad se fortaleció aún más.

            En los centros educativos compartimos los estudios secundarios y más adelante la universidad. La tiranía del tiempo marcó la distancia involuntaria pero inexorable.

            Nuestra adolescencia y juventud encontraba motivos para el encuentro, pero la madurez, con su carga de compromisos y caminos por abrir, hizo de aquellos encuentros solo una añoranza capaz de retener en la memoria ese bello tiempo compartido.

 

 

 

LA FIESTA DE SAN BLAS

 

            ... Y cuando llegaba la tardecita, las campanas anunciaban el Ángelus, era el momento de la oración. Quietitos, todos nos poníamos de rodillas; "el nombre del Padre" cruzaba los rostros de niños, jóvenes y adultos.

            Ese silencio santo tan pronto se quebraba en risas, en gritos, en juegos como si quisiéramos aprovechar apresuradamente el resto del día, que se despedía con el sol.

            Estábamos viviendo en mi pueblo la semana que antecede a la fiesta patronal; entonces el día no termina con la oscuridad de la noche. Faroles de todos los tamaños estaban colgados de árboles y postes frente al oratorio de San Blas. En el gran jardín donde la gente iba llegando para el novenario, lucía imponente el púlpito de flores y ramas. Era la cita obligada de todas las familias. Allí llegaban, desde lugares distantes promeseros agradecidos, devotos del patrono, y tal vez algunos curiosos.

            Para las jovencitas, una oportunidad de echar miradas de enamorados hacia los rostros, también jóvenes, de los que sin participar del rezo quedaban detrás del cerco, como simples espectadores.

            Allí el encuentro de las comadres, el abrazo, y algún que otro chisme que sería la comidilla al día siguiente.

            De pronto, una voz aflautada daba inicio al santo rosario; todos seguíamos con el mismo tonito los rezos y las súplicas, que desde un gastado rosario se iban desgranando. La solterona del pueblo, arrodillada ante el patrono, alternaba el rosario con lecturas bíblicas, extraídas de un viejo libro negro.

            Nunca escuché otra voz; tuve desde niña la impresión de que era la dueña del rosario, no se me pasaba por la mente de que otra podría rezarlo a viva voz.

            Al fin, el rezo terminaba. Un murmullo general poblaba todo el jardín, se formaban corrillos. Y a punto de desatarse la jarana, aparecía en lo alto, majestuosamente, el cura párroco; quien un poco autoritario, y con voz enronquecida, iniciaba su sermón, siempre con las mismas palabras: "Hermanos míos..."

            Y seguía con otras, que para nosotros no tenían gran significado tal vez ninguno, porque sonaban a difíciles ya que mezclaba el castellano con el latín, y con las traducciones que desde luego hacía, resultaban aún más difíciles.

            Llegó el momento esperado. Todos los años, el cura párroco, seguramente que con la ayuda de las de la Cofradía del Sagrado Corazón de Jesús, o con las de la Legión de María, preparaba una lista de señoritas que activamente debían participar como colaboradoras de las fiestas patronales.

            Ese primer día de novenario siempre fue esperado por las que, como yo, teníamos ganas locas de dejar de ser las niñas inadvertidas de esas reuniones, para ser distinguidas como colaboradoras de las fiestas patronales.

            ¡Qué ingenua ambición! Nuestros 15 años esperaban esa gran oportunidad para adornar las calles con banderitas de papel; cubrir de flores las andadas del patrono; y luego correr hacia todos los costados del corral, donde mansos y perezosos toros harían remedos de corridas -"Señor: ¿Cuántas entradas quiere?... "Y luego, "gracias, en el nombre del patrono"

            Improvisados toreros iniciaban sus destrezas, las que eran pocas y malas.

            Más bien asustaban a las bestias por la rareza de sus vestuarios. Al cabo los toros, al son de la banda, en trotecitos ligeros jugaban la más pintoresca carrera con los toreros arribeños que llegaban para esos días.

            La semana que antecede a la fiesta patronal, era un ir y venir al oratorio para recibir órdenes de trabajo y rendir cuentas de donaciones que sumaban un centenar de ovejas, gallinas, cerdos, otros animales. Además, una cantidad inmensa de bolsas de maíz, poroto y algodón que más tarde serían vendidos a beneficio del oratorio, en ampliación permanente.

            Todo un año fue la espera impaciente de las que, como yo, cumplieron 15 años para recibir ese mes de febrero que nos daría la seguridad de llamársenos señoritas y convertirnos, desde entonces, en la admiración de los jóvenes del pueblo. Realmente, nunca nos sentimos tales sin escuchar de la boca del cura párroco la denominación de señoritas.

            No era cosa nuestra, y que nos pareciera, era que nuestros padres, vecinos y amigos esperaban esa palabra bautismal.

            De ese día en más, nos estaban permitidas muchas cosas: bailar, coquetear, sombrear el rostro suavemente con ruge, marcarnos algunos lunares discretos en la mejilla, y sobre todo; dejar de ponernos el moño grande en la cabeza, y el lazo interminable en la cintura.

            Pasaron las fiestas; sólo quedaron el olor a incienso en los corredores, algunos trozos de banderitas que el sol y la lluvia se encargaban de desteñir hasta que un loco viento las desprendía de las ramas. Y entonces, sí, la fiesta se había acabado.

            De nuevo a recogernos al llegar la tarde, y por temor a la noche, sin luz en las calles desiertas, reunirnos todos, los pequeños y grandes para escuchar las repetidas anécdotas del tío Juan, que de tanto amarnos olvidó que estaba viejo par seguir soñando.

 

 

 

AQUEL 47

 

            El año 1947 trajo consigo lo imprevisto, ya no aquellos momentos de alegría permanente de confianza y sobre todo de paz. Los intereses políticos tomaron las riendas de la sociedad. La lucha era por alcanzar el poder y para ello se recurría a estratagemas para que se justificara las acciones que podían venir. Se logró el objetivo: sobrevino la duda, la falta de credibilidad y, por lo tanto, la sociedad se dividió haciendo que lo tiernamente vivido se truncara en tragedia. Las familias temerosas de las intrigas preferían permanecer en sus hogares para evitar confusiones.

            La revolución del '47 se instaló con toda su fuerza, las cosas cambiaron radicalmente y significó el génesis de un éxodo lamentable, donde más tarde la tristeza y el miedo permanente condenó esa comunicación auténtica, sencilla y segura entre los vecinos. No faltaron las intrigas que provenían de los que querían ganar espacio a costa de la destrucción de una sociedad que acostumbró a vivir en paz.

            Los jóvenes tenían un camino, pareciera menos peligroso para evitar las consecuencias de esa circunstancia, salir del país y esencialmente ir a la Argentina. Muchos compatriotas allí recibieron hospedaje, trabajo y sobre todo la solidaridad desinteresada. Pronto los exiliados, ayudados por los hermanos argentinos, consiguieron empleos que le permitían ganarse el pan diario digna y honestamente.

            El pueblo argentino abrió sus puertas como un signo genuino de hermandad tan propio y permanente en los habitantes de ese hermoso país.

            La colectividad paraguaya se integró plenamente dando crecimiento a una amistad plena y sincera con los hijos de esa nación. Prueba de ello, los casamientos y radicaciones en esas regiones adoptadas como segunda patria. Allí se formaron numerosas familias y vínculos que permanecen como lazos muy fuertes entre nuestros pueblos.

            Cada quién encontró su espacio, profesionales artistas y escritores compartían emociones, sin discriminación alguna y los círculos no dividían sino hacían de la sociedad una sola.

            Jacinto Herrera, Nelly Prono, Carlos Gómez, Ernesto Báez, Emigdia Reisófer, Sara Giménez, César de Brix y otras luminarias del teatro brillaban con luces propias.

            También los escritores ganaron aplausos y reconocimientos del pueblo argentino, entre ellos, Oscar Ferreiro, Elvio Romero, Herib Campos Cervera, Augusto Roa Bastos, Carlos Garcete y muchos otros.

            Del mismo modo José Asunción Flores, Herminio Giménez, Cayo Silo Godoy, Eladio Martínez, Agustín Barboza y Mauricio Cardozo Ocampo fueron solo una parte, entre otros tantos músicos e intelectuales que recibieron en ese ambiente lo necesario para realizarse en sus respectivas actividades artísticas y dejaron sus luces en la hermana Argentina.

            Sino todos, la mayoría llegaban sin tener un lugar fijo donde residir, pero la organización de los exiliados tenían hospedajes transitorios para los recién llegados. Así, la pensión "El Indio", de Herib Campos Cervera, albergaba a algunos hasta que lograran su estabilidad laboral. Los encuentros y peñas eran frecuentes en el bar "Berna", donde los paraguayos se encontraban y compartían experiencias. Además de solidarizarse recíprocamente con los recién llegados en la búsqueda de empleo y atención médica, a través de médicos compatriotas y profesionales argentinos, que ofrecían su profesión generosamente.

            Muchos argentinos artistas y profesionales de distintas disciplinas contribuían al logro de trabajo y hospedaje para los compatriotas y formaban parte de esos encuentros coloquiales donde nunca faltaron la música, la poesía, el teatro, las anécdotas y la camaradería propia de las auténticas amistades.

 

 

 

INDICE

 

Dedicatoria

Agradecimientos

Estimada Colega

Prólogo

La furia del ciclón que se llevó la primavera

Curuzú Félix

Soler Cué y otros relatos asombrosos           

María Isabel, hija adoptiva

Cambuchi la patria    

El amor después de la guerra

Resquicios de un pasado peregrino  

De un tiempo a esta parte     

Regis

El pesebre de Na Loreta       

La fiesta de San Blas

Velada

La tierra no envejece 

Una Penosa Suerte    

Aquel 47

No hay barreras para el amor

Regreso al Paraguay: Visita a su pueblo querido

Retornando a la niñez

Dos historias parecidas pero con destinos diferentes

El primer teléfono de mi pueblo       

La comunicación que nos distancia  

Milagros del celular   

Traficantes de la vida, mercaderes de la muerte      

La vida o la muerte   

¿Por qué... Cecilia?    

Era Solo un ángel

Feliz viaje mamá

Por un futuro feliz




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