EL ESPEJO (GLOSA)
Obra de RAQUEL SAGUIER
EL ESPEJO (GLOSA)
“Sin ir a un convento enclaustré mi vida.
Yo dejé el mundo a los veinte años floridos”.
“JUNTO A LA REJA".
¿Es ella acaso la imagen que le devuelve el espejo del gran salón de baile?.
Esa resplandeciente y mágica aparición de traje largo, con lujosos destellos dorados en la falda. Muy negros los cabellos, caíanle en suaves bucles sobre los hombros desnudos.
No se reconce bajo tan refinado maquillaje, pero sí reconoce que está maravillosa, como le han dicho en casa.
¿Cómo y dónde pudo esconder su palidez, su vieja tristeza y tomar como si tal cosa la copa de la bandeja. que aparece frente a ella y mentir y sonreir a la mujer que avanza tendiéndole las manos:
-¡Tanto tiempo, Antonia!. ¡Qué alegría de verte! .
Y la música de los violines que llena la sala, que la envuelve y que sin embargo no escucha. Es un sonido dulce, próximo y lejano...
Y por entre las luces de cristales tallados, por entre un revuelo de tules y encajes y el cuchicheo de los abanicos, el corazón se le detiene de golpe, porque Salvador está allí, en un ángulo del salón.
Ha llegado el momento que más teme o que más ansía.
Está allí y lo hubiera presentido aún sin verlo, ya que él comunica a las cosas que lo rodean, esa especie de vibración tan especial y tan suya que lo descubre enseguida.
Salvador también la ve reflejada en el espejo, a través de la música; la mira ahora con mirada insistente, una mirada que no se aparta de la suya. Su corazón se estremece entonces y todo le da vueltas, porque él se abre paso entre la gente, decidido y avanza, avanza directamente hacia ella.
El pañuelito de encaje que estruja nerviosamente, desmiente su aparente tranquilidad.
-¿Bailamos?
El orgullo le grita decir que no, pero el grito se ahoga en la garganta; y muy suavemente contesta:
-Sí, Salvador.
El espejo no puede ya reflejarla; ella se aleja del cristal redondo, ella del brazo de Salvador, que la guía hasta el centro de la pista, junto a las demás parejas, donde comienza el baile.
Alguna vez bailó con él, hace ya mucho y ahora vuelve a formar parte de ese cuerpo varonil y apuesto.
La turbación se le pega a la piel de un modo inconsciente y percibe de inmediato que él también está turbado. Le grita aquella mano que repentinamente tiembla en su talle, le grita el temblor de su voz:
-Está más hermosa que antes, Antonia, más hermosa que nunca.
Ella mantiene los ojos bajos. No se atreve a alzar la mirada. No se siente capaz de enfrentarlo. Aún no, espera...
Y entonces sucede el milagro y escucha lo que desesperadamente deseó escuchar durante años.
Era lo que estaba diciendo la voz de él, un tanto quebrada, un tanto insegura.
-Me dijeron que estaba por casarse allá, en las Misiones. ¿Cómo pudo olvidar lo nuestro tan pronto, Antonia?
Así de repente llega el reproche. Ese esperado, revelador y maravilloso, reproche, que obra el cambio repentino en ella.
Porque era lo mismo que él dijera: "Te sigo queriendo, Antonia".
Pero Salvador ya no es libre.
¿Cómo explicarle entonces, cómo gritarle que ella también lo seguía queriendo, a pesar de todas aquellas intrigas urdidas para separarlos?.
Que la paciencia se había hecho para las grandes esperas o para los grandes amores y que su paciencia era infinita.
Cómo decirle que los días sin él se resbalaban unes tras otros, iguales, acumulando dolor y desesperanza. A la reja de la ventana, la de su condena perpetua, ella sí podía contarle sus desdichas. Reja confidente, amiga. Testigo de sus insomnios en las noches solitarias y vacías.
Ahora que se disiparon las dudas; ahora que sabe, se siente capaz de mirarlo y lo mira.
-Nunca estuve por casarme, Salvador.
No son los reflejos de los caireles los que brillan de repente en los ojos de Salvador. Son lágrimas, verdaderas, auténticas, como las de Antonia.
No necesita más. Eso le basta. El saber que a pesar de todo, Salvador la quiere; que quizá nunca haya dejado de quererla, es suficiente para ella.
Esa certeza la renueva. Se siente dolorosamente feliz, porque las cosas son así, irreversibles, pero por primera vez, hermosas y ciertas.
Allí, en los ojos anegados de Salvador está la verdad y su motivo para seguir viviendo.
El gran espejo con marco dorado, recupera su imagen, más sospecha que algo le ha pasado, porque no la reconoce. Hay algo nuevo, indefinible en ella, que la hace aún más, más hermosa.
RAQUEL SAGUIER DE ROBBIANI
TALLER CUENTO BREVE
Imprenta-Editorial
Casa América,
Asunción-Paraguay1985 (172 páginas).
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