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LUIS RUFFINELLI (+)
  EL TEATRO DE LUIS RUFFINELLI


EL TEATRO DE LUIS RUFFINELLI

EL TEATRO DE LUIS RUFFINELLI


Asunción - Paraguay

I.S.B.N. : 978-99953-2-446-9

480 páginas

 

 

ÍNDICE

 

Don Luis Ruffinelli

Alcibíades González Delvalle

 

Perfil de mi abuelo

Don Luis Ruffinelli

Gloria España Ruffinelli de Gutiérrez Yegros

 

Sorprendidos y desconocidos

Victoria

La conciencia jurídica del barrio

Los dramas del amor y de la guerra

Guaraní - ro (Cuando la guerra)

Episodios de la Independencia

El nuevo caudillo

La dama de bronce

Comentarios periodísticos sobre la obra de Luis Ruffinelli

 

 

 

DON LUIS RUFFINELLI

(29 de noviembre de 1889-10 de enero de 1973)

 

         Alcibíades González Delvalle

 

         LOS ANTECEDENTES

 

         La noche del 4 de noviembre de 1855 fue distinta de todas las vividas en el Paraguay: se descorrió el telón de un nuevo tiempo para las artes escénicas bajo un techo propio. En coincidencia con el cumpleaños del presidente Carlos Antonio López, se inauguró con su presencia y la de su familia el Teatro Nacional que más tarde, reconstruido, sería el Teatro Municipal.

         La sala estaba colmada de un público cuya curiosidad crecía conforme se acercaba el momento de asistir, por primera vez en su vida, a una representación teatral de la que apenas tenía idea de lo que se trataba. Ni siquiera los actores, nerviosos entre bambalinas, habían visto una obra de teatro.

         La sociedad paraguaya salía de los efectos terribles de la dictadura francista bajo cuyo sistema quedó sepultada la actividad teatral, que ya tenía 2.500 años en el resto del mundo. En plena dictadura, en 1816, un tal Antonio de los Santos solicitó al Gobierno la apertura de una academia de danzas. El permiso de funcionamiento fue denegado con estas razones, según nos cuenta Josefina Pla: "Cabildo, Justicia y Regidores, todos a una opinaron que tales actividades no solo no influyen para el servicio de Dios, sino que agregándose en una casa variedad de gente, por lo regular lo soez del pueblo, es indispensable (sic) se consienta en muchos males que destruyan el equilibrio del buen orden".

         Al año siguiente, en 1817, un señor de nombre José Manuel Arias escribió una pieza teatral titulada "El rosario perseguido", dedicada al Dr. Francia. El perseguido fue el autor, expulsado a Corrientes, donde se lamentaría de su obsequio. No hay noticias de que la pieza fuese representada. Lo más probable es que se quedara en el puro texto. Se sabe, eso sí, que en 1812 fue estrenada una obra. Fueron los tiempos, muy breves, en que la Junta Gubernativa, sin el Dr. Francia, tuviera en su programa un ambicioso proyecto cultural y educativo.

         En su edición número 29, del jueves 1 de noviembre de 1855, "Eco del Paraguay", en su última página, en recuadro, incluye este anuncio: "Espectáculos. Teatro Nacional. En celebración del aniversario del Exmo. Sor. Presidente de la República, tendrá lugar el día 4 de noviembre a las 8 de la noche la inauguración del Teatro Nacional con una función presentada en el orden siguiente:

         "1°. Sinfonía a toda orquesta - Composición del profesor Dupuis.

         "2°. Se abrirá la escena pronunciando el Sor. D. Ildefonso Bermejo un discurso de apertura, en presencia del cuerpo del conservatorio de música y declamación. A este discurso de apertura seguirá otro pronunciado por un joven de la Escuela Normal.

         "3°. Se dará principio a la ópera Cómica española en dos actos y en verso titulado Colegialas y soldados.

         "4°. En el intermedio del primer acto al segundo, tocará la orquesta la cavatina (aria) de la ópera (ilegible), terminada con un vals y una polca composición del profesor Dupuis.

         "5°. Acabada la representación de la ópera cómica se entonará un himno análogo a la festividad del día, con lo cual quedará cerrada la función.

         "Esta tendrá lugar por medio de invitación".

         En su edición del 15 de noviembre el mismo periódico incluye la crónica, firmada por Ciriaco Peláez, referida al singular acontecimiento artístico, a más de los discursos de Ildefonso Bermejo y de un alumno de la Escuela Normal.

         "El día 4 de noviembre de 1855 -dijo Bermejo- será eternamente memorable en los fastos de la Historia Paraguaya (...) ¿Habrá alguno que ponga en duda la importancia de un coliseo de esta clase? El teatro, como la historia, inmortaliza a los hombres grandes, nos pone en contacto con las épocas remotas; presenta el pasado en presente; nos da reglas para las buenas costumbres; nos estimula a las acciones heroicas y nos separa de la senda del mal".

         Esta idea fue la que impulsó a Don Carlos a dar el paso decisivo con la intención de incorporar al Paraguay a los países vecinos que ya se encontraban muy desarrollados cultural y artísticamente. Para este propósito encontró en el español Bermejo -contratado por el general Francisco Solano López en París- al intelectual y al artista que se dio íntegro a la tarea fundacional de un teatro paraguayo como expresión de progreso.

         Bermejo llegó al Paraguay en compañía de su esposa, Purificación Jiménez, el 20 de marzo de 1855. Es de suponer que Don Carlos le habría encargado como primera tarea la organización de un elenco teatral y la dirección o asesoramiento de la construcción de una sala. Bermejo -a más de sus otras ocupaciones- cumplió en apenas ocho meses el encargo presidencial de habilitar el teatro y con actores y actrices locales. Estos artistas fueron los primeros -y los únicos en la historia nacional- que conformaron un elenco estatal de teatro. Desde Don Carlos Antonio López hasta hoy ningún gobernante perdió el sueño por proyecto semejante. Recién en los años 60 del siglo pasado hubo un elenco subvencionado, pero municipal.

         Bermejo, que era también dramaturgo, tenía muy claro qué exactamente se le había encomendado. En la edición del jueves 21 de junio de 1855, Incluye en "Eco del Paraguay" -del que era director esta noticia-comentario: "La obra del Teatro Nacional sigue su curso sin interrupción; muy pronto hemos de ver terminado este coliseo," y por consecuencia, nos parece oportuno indicar con este motivo, la influencia que ejerce el teatro en la civilización de los pueblos, y la manera en que ha de ser constituida esta clase de instituciones populares (...) En cada ciudad debería existir por lo menos un teatro, protegido por el gobierno. Las diversiones, los espectáculos, en una palabra, todo lo que puede dulcificar, perfeccionar las costumbres y hacer la vida más agradable, no son gastos estériles, cuando se hacen con inteligencia y sin profusión". A más de un siglo y medio, estas palabras siguen flotando en el vacío.

         El Teatro Nacional estaba ubicado en lo que ahora es el fondo del Teatro Municipal, sobre El Paraguayo Independiente. La sala era pequeña, pero Don Carlos tenía los ojos puestos en un teatro que fuese el gran centro -por sus dimensiones- de la cultura artística del país. Lo que pretendía ser una reproducción de la Scala de Milán acabó siendo unas oficinas del Ministerio de Hacienda.

         A juzgar por sus resultados, el teatro prendió de inmediato en el gusto del público. A partir de la primera noche, el Nacional cobijó sin parar los más distintos géneros teatrales, robustecidos con la llegada de elencos extranjeros.

         También madama Lynch contribuyó con el avance del teatro al alentar, y seguramente financiar, proyectos que se realizaban en su domicilio con invitados especiales. Entre éstos estaban las personas más distinguidas, menos la esposa de Bermejo, Purificación Jiménez, y la esposa del cónsul francés, madame Cochelet, con quienes se llevaba de lo peor. Al parecer, las dos mujeres eran la usina permanente de los chismes que -verdad o mentira- salpicaban, empapaban, la honra de madama.

         Luego de sus muchos aciertos en el Paraguay, Ildefonso Bermejo -que estrenó dos obras de su autoría en el Nacional- dejó el país en compañía de su esposa en 1863 poco antes de iniciada la Guerra de la Triple Alianza.

 

         LA COMPAÑÍA DE TEATRO DEL ATENEO PARAGUAYO

 

         En la prosecución -bastante tardía- del proyecto de un Teatro Paraguayo iniciado en el siglo XIX, Luis Ruffinelli tuvo la feliz iniciativa de dar forma y vida a la Compañía de Comedias del Ateneo Paraguayo en 1940. Fue cuando era miembro de esa prestigiosa entidad cultural que tanto había hecho, y por tanto tiempo, por la actividad escénica de las manos expertas de don Fernando Oca Delvalle.

         Como autor teatral -con muchas y exitosas obras a favor- Ruffinelli posibilitó que los dramaturgos nacionales e internacionales se hiciesen conocer mediante un elenco local que, al poco tiempo, daría a la escena nacional algunas de sus más sobresalientes figuras y a quienes hasta hoy se las recuerda con admiración y cariño, y como ejemplo de dación generosa a una vocación que ayuda a la gente a ser mejores personas.

         La Compañía de Comedias del Ateneo Paraguayo dejó un recuerdo imborrable gracias a la semilla sembrada por Luis Ruffinelli.

 

         EL DRAMATURGO

 

         Con el ilustre antecedente teatral señalado más arriba, en la década del 20 del siglo pasado aparece la figura inconfundible de Luis Ruffinelli dramaturgo. Coincide su aparición o, mejor, la refuerza y enaltece, con la generación que ha dado al teatro paraguayo su mayor gloria como Miguel Pecci Saavedra, Arturo Alsina, Facundo Recalde, Pedro Juan Caballero, Francisco Martín Barrios, cuyas obras en guaraní preanunciaba a Julio Correa.

         Abogado de profesión, Ruffinelli conocía sobradamente el medio y la época que le tocó vivir. A sus personajes, hasta hoy, podemos encontrarlos corporizados en el centro de la ciudad, en los barrios capitalinos, en el interior, viviendo la misma vida en la que el dramaturgo se había inspirado con notable sensibilidad y talento.

         La presente publicación de sus obras completas nos da una exacta idea del tiempo en que fueron escritas y de la capacidad de observación de Ruffinelli para llevar a escena trozos de una existencia que no es tan pretérita. Son un retazo grande de nuestra historia y de nuestra naturaleza humana.

         El movimiento teatral que contó con Luis Ruffinelli fue el más vigoroso conocido en nuestro país no sólo por la calidad de las obras sino porque fue, en mucho sentido, fundacional de nuestras artes escénicas teniendo en cuenta que la anterior actividad -la encabezada por un solo dramaturgo, el español Ildefonso Bermejo- se cortó muy pronto y de manera trágica.

         A igual que sus colegas, Ruffinelli se formó en la copiosa lectura de los clásicos y en los elencos extranjeros que llegaban en abundancia a Asunción con su rico repertorio. Nuestro dramaturgo escribió también en guaraní, lengua que manejó con destreza, tal como lo deja expresado en "Guaraní-ro". Su formación jurídica le ayudó a componer la muy mentada "La conciencia jurídica del barrio".

         Debemos agradecer a los herederos y herederas de don Luis, y a los editores, la preocupación de que el Bicentenario de nuestra independencia se vea engalanada con la otra independencia: la artística y cultural.

 

 



PERFIL DE MI ABUELO DON LUIS RUFFINELLI

 

         Para mis hijos, prolongación de su sangre y su nombre.

         Gloria España Ruffinelli de Gutiérrez Yegros

 

         Voy con la voz herida hacia tu encuentro. Llego hasta ti con mis palabras y no quiero que el llanto desdibuje el perfil de tu figura.

         Aquella tarde al dejarlo sentí "algo" distinto. No sé por qué, ni qué ciegos presagios cruzaron un instante mi memoria. Conversamos como otras tantas veces. Estando con él me sentía devuelta a la niñez, me detenía en otro tiempo.

         "Abuelo con caramelos en los bolsillos..."; "Abuelo con tres timbres a las 11:30", "Abuelo que me enseñó a recitar...", "Abuelo que no tuviste tiempo de decirme adiós la tarde que acudiste a la cita ineludible!".

         Cuando murió mi padre, él nos cobijó, era el árbol grande y fuerte capaz de soportar todos los embates del viento y la tormenta. Su biblioteca era para mí el asombro, la maravilla, ¡el tesoro más preciado!

         Cuántas veces en sus rodillas contemplaba absorta las láminas de "Orlando furioso".

         Pero sobre todo recuerdo su amor al teatro. Era su vida. Se había consubstanciado en tal forma que lo sentía parte de sí mismo. En su juventud, recibe el espaldarazo de Roberto Rabelli, director de una compañía teatral argentina, y termina el último acto de su primera obra, "Sorprendidos y desconocidos", estrenada más tarde en Asunción por la citada compañía. Luego vino "Victoria", representada por la compañía de Francisco Villaespesa, y fue ésta la primera obra nacional que traspasó las fronteras. Recibe, una carta de puño y letra, con juicios consagratorios del literato peruano Carlos Rey de Castro. Impulsado por el éxito de las anteriores, escribe luego "La conciencia jurídica del barrio" y "Guariniro", esta última escrita totalmente en guaraní. En su producción teatral hay tres inéditas, unos "Episodios de la Independencia", "El nuevo caudillo" y "La dama de bronce".

         Tenía la debilidad de la palabra, ejercía una tiranía sobre ella, hacía gala de un decir castizo, elegante y subyugador.

         Cuento, poesía, drama, crítica; nada le fue ajeno; exploró casi todos los rincones del campo profuso de las letras. Para él una bella imagen ¡era un himno!

         Admiraba a D'Annunzio, por su visión del mundo, por su concepción del arte, por su empleo del ritmo y la palabra. Era para él el más "estupendo artífice de la imagen". Reconocía en él un hermano mayor, un hijo de la misma estirpe, un espíritu del mediodía, un hijo del sol mediterráneo. "La ciudad muerta" era un breviario; de ella tal vez, inspirado en las palabras de Gabriel, piensa que "el acto puro marca la derrota del antiguo destino".

         Formado bajo los moldes clásicos, hizo su emblema una frase de Pericles, que la citaba de continuo: "Amamos lo bello en su sencillez".

         Participó activamente en la vida política nacional, llegando a ocupar una banca en la Cámara de Diputados. Ejerció su vida profesional en el Tribunal de Jurados, donde se ganara un sitio de privilegio por su verba clara, su intuición precisa, pulverizan de más de una vez la decisión fiscal.

         Fundó con mi señora abuela, Avelina Guggiari de Ruffinelli, un hogar basado en las eternas normas de la moral y la decencia. Acompañó a su esposa en una larga y penosa enfermedad durante casi dos años.

         Esa tarde, me entregaste un discurso preparado para recibir los restos de Hérib Campos Cervera, "Príncipe magnífico", como lo llamabas. Releyendo el mismo, puedo, sin temor a sonrojos, transcribir tus propias palabras:

         "Ya estás entre nosotros para siempre, inmune e inviolable, allende los dominios de la pasión del hombre, más allá de los brazos largos de la maldad humana, fuera de la puñalada de la lengua y del veneno viscoso de la envidia, estás entre nosotros para siempre, en el tibio regazo de la tierra y el cálido refugio de las almas".

         Abuelo Luis, tu fino espíritu sin posturas gustaba delicadamente del arte y la belleza. Puedes detenerte en el último recodo que acabas de doblar y mirar la jornada cumplida.

 

         Asunción, 15 de enero de 1973.

 

 

 

LOS DRAMAS DEL AMOR Y LA GUERRA

 

 

ACTO PRIMERO

 

         Casa rural alta, limpia, sólida, sin pretensiones de lujo. En el hall, abierto en el frente y un costado, un altarcito de la Virgen de los Milagros. Delante de la casa, en primer término, espacio abierto, sombreado de árboles, con bancos y sillas rústicas, que se continúa en uno de los costados y fondo de la casa. Ésta solo es visible en parte: el hall y la pieza contigua, que tiene una puerta hacia delante y otra que la comunica con el hall.

         Es el amanecer y, a medida que se acentúa el día, se oyen el mugir de las vacas, el cacareo de las gallinas, el gruñir de los cerdos, etc.... Don Juan se halla trazando un lazo.

 

ESCENA I

 

DON JUAN, DEJESÚS, DOÑA DOLORES, DESIDERIA.

 

Dejesús: (Alcanzando el mate a Don JUAN) -Tome, papá.

Da. Dolores: (Entrando y acercándose al grupo, a DEJESÚS) - Déjame el mate y vete a espantar esas gallinas que nos están invadiendo y dales, de una vez, de comer para que nos dejen en paz.

Dejesús: - Sí, mamita.

Da. Dolores: - Y de paso llévale esas cortezas de mandioca a los chanchos.

Dejesús: - Sí, mamita.

(Sale DEJESÚS)

Da. Dolores: (A Don JUAN) - ¿Ya van a salir enseguida?

Don Juan: - En cuanto termine de cargar las carretas Juan.

 

Acto primero

(A continuación del final de la escena de la Escena 1)

 

(Sale DESIDERIA)

Marcos: (Entrando) - Patrón, le hace preguntar Juan Andrés donde quiere que se descargue la paja, que ahí viene llegando don Críspulo con ella.

Don Juan: - Una parte en el trapiche: lo necesario para terminar lo que falta, y el resto en el galponcito del tambo.

Marcos: - Sí señor.

(Inicia el mutis)

Don Juan: (Llamando) - ¡Marcos!

Marcos: (Volviendo) - Señor.

Don Juan: - Hay que aprovechar la carreta menos cargada para llevar también esa partidita de cueros secos.

Marcos: - Sí, señor.

Pedro:         (Entrando) - Patrón, quiénes van a continuar el alambrado, porque Juan Andrés dijo que Marcos y yo iríamos con él al pueblo.

Don Juan: - Me dijo don Taitacho que ayer habían terminado de cambiar los postes.

Pedro:         - Sí, señor.

Don Juan: - Entonces basta con que vayan Liborio y Juanchí.

Pedro:         - Juanchí ha salido en el reparto de leche, porque Tito salió con las ovejas.

Don Juan: - Es verdad que Pastor está enfermo.

Pedro:         - Hizo avisar anoche que continuaba con fiebre y que seguramente no podría venir hoy.

(Entra MARCOS)

Don Juan: - Le dije ayer a Juan Andrés que hiciera llamar a "Caraí Santo" para que lo viera.

Marcos: - Yo fui a llamarlo, don Juan, y dijo que hoy iría a verlo.

Don Juan: (A Pedro) - Que vayan, entonces, Liborio y..."Tío Colá", que en algo puede ayudar, ya que han concluido con el trabajo más pesado. Andrés saldrá con ellas. Yo los seguiré, luego, a caballo. (Doña DOLORES ha salido y vuelto con el mate) Sabes que el compadre Román ha llegado al pueblo y me ha hecho decir que deseaba conversar conmigo. Quién si no es de esa cuestión de la guerra de que se habla y que, por cierto, me tiene bastante preocupado.

Da. Dolores: - Dios ha de protegernos y no ha de permitir que nos suceda esa desgracia.

Don Juan: - Aunque, acaso, ocurra lo de la vez pasada: se decretó la movilización los reservistas llenaron los carteles y, felizmente, todo terminó en eso.

Da. Dolores: (Saliendo con el mate) - ¡Dios lo quiera!

Don Juan: (Llamando) - Juan Andrés.

Juan Andrés: (Dentro de todo el diálogo) - Papá.

Don Juan: - ¿Ya trajeron los bueyes?

Juan Andrés: - Ahí los viene arreando Liborio.

Don Juan: - Es necesario que se apuren un poco más para que no los tome la siesta, en el camino, porque me parece que tendremos un día fuerte de calor.

Juan Andrés: - Sí, papá.

Da. Dolores: (Al alcanzar el mate a Don JUAN, llama) – Desideria.

Desideria: (Asomándose) - Señora.

Da. Dolores: - ¿Qué cantidad de leche ordeñaron hoy?

Desideria: - Los dos fuentones grandes y un tarro. La "Osca" no se ordeñó porque tenía las urbes doloridas.

Don Juan: (A DESIDERIA) - Dile a Isidoro que no le dé a las vacas esas ramas de mandioca que han traído, porque temo que sean de mandiocas amargas.

Desideria: - Sí, señor.

(Sale DESIDERIA)

Pedro:         - Sí, señor.

(Sale PEDRO)

Marcos: - Patrón, dice Juan Andrés si se va a cargar también la grasa.

Don Juan: - Las de vaca, sí; pero no las de chancho, que están, desde luego, aparte.

Marcos: - Sí, señor.

(Sale MARCOS)

 

 

ESCENA II

DON JUAN, DOÑA DOLORES Y JUAN ANDRÉS.

 

J. Andrés: (Entrando) - No le parece mejor, papá, que vayamos con dos carretas a dos yuntas en vez de las tres a una?

Don Juan: - Pero en ese caso tendrán que cargarlas más y están tan malos los caminos.

J. Andrés: - Dicen que don Casimiro y su gente rellenaron ayer "Paso negro" y está pasable.

Don Juan: - Y está muy bien entonces.

Da. Dolores: (Que ha traído el mate, al volver a salir, llamando) - Juan Andrés.

J. Andrés: - Mamita.

Da. Dolores: (Ya dentro) - Ya está el desayuno.

J. Andrés: - Bueno; ya voy. (Inicia el mutis)

Don Juan: - Desayúnate bien, porque estoy advirtiendo que se están retrasando mucho.

J. Andrés: - Sí, papá.

Da. Dolores: (Que va y viene con el mate, a Don JUAN) - ¿Ya van a llevar, también, el almidón?

Don Juan: - Aún no; su precio está por el suelo y vamos a esperar un poco todavía; puede ser que mejore.

Da. Dolores: (A DESIDERIA, que cruza la escena) - Entre tus quehaceres hazte de algún tiempo para prensar algunos quesos.

Desideria: - Sí, señora.

(Sale DESIDERIA, luego Da. DOLORES y al rato Don JUAN)

Pedro:         (Entrando) - Patrón, aprovechando la ida al pueblo, después de descargar las carretas quisiera pasar un momento a verla a mamita. Estaré de vuelta antes del amanecer.

Don Juan: - Y cómo no, mi hijo. Y aprovecha, ya que vas a verla, de llevarle algunos pesos de tu sueldo. (Metiendo la mano en el bolsillo y sacando dinero, que entrega una parte a Pedro)

Pedro:         - Gracias, Don Juan.

Da. Dolores: (Que ha andado en el trajín del mate) - Y dile a Dejesús que te dé un poco de tabaco, del mío, que le llevarás a mi nombre?

Pedro:         - ¿Por qué se va a molestar Da. Dolores?

Da. Dolores: - Vaya, muchacho. ¿Vas a privarme, ahora, de hacer mi gusto?

Pedro:         - Es Vd. muy buena, Da. Dolores. Mamá va a quedar tan contenta. Muchas gracias, Da. Dolores.

Don Juan: - Bueno, a moverse un poco más.

Pedro:         - Sí, señor.

(Sale PEDRO)

 

 

ESCENA III

DOÑA CIRIACA, Da. DOLORES Y DON JUAN.

 

Da. Ciriaca: (Entrando por primer término) - Ave María Purísima!

Da. Dolores: (Dentro) - ¡Sin pecho ni concebida...! (Entrando) - ¿Qué tal, Ciriaca?

Da. Ciriaca: - ¿Y don Juan?

Da. Dolores: - Ahí está cargando du tabaco.

Da. Ciriaca: - ¿Se va al pueblo?¿Vds. no saben nada? Vengo afligidísima.

Da. Dolores: - ¿Qué te pasa? ¿Qué sabes, acaso, de tu hijo Adolfo?

Da. Ciriaca: - Dicen que ha comenzado la guerra, doña Dolores.

Da. Dolores: - ¡Ave María Purísima! ¿Qué es lo que dices, Ciriaca? (Don JUAN se ha asomado y llega a oír algo, que lo detiene a escuchar)

Da. Ciriaca: - Pedro, el hijo de Da. Del Pilar, dice que lo oyó anoche en el pueblo, andando en una serenata. Acaba de llegar y se lo contó a la tía estando yo presente.

Da. Dolores: - ¡Jesús, María y José! Si es verdad, qué cosa tan grande es lo que nos pasa.

Don Juan: (Acercándose, a Ciriaca) - ¿Qué hay, Ciriaca)

Da. Dolores: - Dice que ya estamos en guerra.

Don Juan: - Pero, ¿Quién lo dice?

Da. Ciriaca: - Anoche, en el pueblo, se lo dijeron a Pedro, el hijo de Da. Del Pilar.

Don Juan: - Y es posible. Ya decían que las cosas andaban de tal modo que eso podía suceder de un momento a otro.

Da. Dolores: - ¡Jesús, Dios mío! Ese mi hijo tan bueno tendrán que llevármelo.

Don Juan: - Si lo llaman, cumplirá con su deber, Dolores.

Da. Ciriaca: - Si, es verdad qué será, a todas horas, de mi pobre Adolfo, que desde luego está en la Capital, al alcance del primer llamado.

Don Juan: - No podemos asegurar eso, Ciriaca. Muchas veces aquellos que están más cerca son los más difícilmente alcanzados. La ciudad ofrece tantos recursos.

Da. Ciriaca: - Dios lo permita, Don Juan. Es muy grande el cariño de la Patria, pero es tan grande, también, el cariño que se tiene al hijo.

 

 

ESCENA IV

LOS MISMOS Y MARÍA PABLA.

 

María Pabla: (Entrando por fondo y costado de la casa) - Buenos días.

Todos:  - Buenos días.

M. Pabla: (A Don JUAN) - La bendición, padrino.

Don Juan: - Dios te bendiga mi hija (Bendiciéndola).

M. Pabla: (A Da. DOLORES) - La bendición, madrina.

Da. Dolores: (Bendiciéndola) - Padre, hijo, espíritu santo. ¿Qué te trae María Pabla?

M. Pabla: - Hace decir mamita si no podrá ir Juan Andrés a curar a la "Nevada", que hace días está enferma.

Da. Dolores: - Claro que se irá. (Invitando a Da. CIRIACA) - Entra, Ciriaca.

(Salen Da. DOLORES Y Da. CIRIACA

Don Juan: (A María Pabla) - ¿Y a quién te parece llamar para curarlo a él?

M. Pabla: - ¿A quién, padrino?

Don Juan: - Y a Juan Andrés.

M. Pabla: - ¿Está enfermo, acaso?

Don Juan: - Soy yo el que debo preguntarte a ti.

M. Pabla: - Pero, padrino... y yo que lo tomo en serio.

Don Juan: - ¿Y no es verdad entonces?

M. Pabla: - Qué alegre y sano espíritu tiene Vd., padrino.

Don Juan: - Sin embargo, no lo es tanto. No todo lo que brilla es oro. (Viendo entrar a Juan Andrés) - Aquí llega el médico; pregúntale si podrá acudir al llamado.

(JUAN ANDRÉS entra y Don JUAN sale).

 

 

ESCENA V

JUAN ANDRÉS Y MARÍA PABLA.

 

J. Andrés: - ¿Eres tú, María Pabla? ¿Qué te trae?

M. Pabla: - ¡Qué te trae...! Te hace decir mamita si no podrás ir...

J. Andrés: - Sí, sí, sí... ¡sabes que voy al pueblo!

M. Pabla: - ¿Esta mañana?

J. Andrés: - Dentro de un momento. Sabes que papá va a regalarme el "Potrero chico" para que levante él nuestra futura casa.

M. Pabla: - Me parece mentira que en tu casa estemos hablando de "nuestra casa"

J. Andrés: - ¿Por qué lo dices?

M. Pabla: - No era mucha buena voluntad la que parecía tenerme madrina cuando comenzó a advertir que me festejabas.

J. Andrés: - ¡Egoísta cariño de madre, María Pabla! Nunca encuentran mujer con suficientes merecimientos para la esposa de su HIJO.

M. Pabla: Aunque sea un cachafaz.

J. Andrés: - Aunque lo son.

M. Pabla: - Un bandido.

J. Andrés: - Y hasta peor, si quieres.

M. Pabla: - Como tú.

J. Andrés: - Como yo. (Toma cariosamente una mano de MARÍA PABLA y con un brazo la ciñe delicadamente)

M. Pabla: - Bueno, me voy. Espero que a la vuelta del pueblo te llegarás a casa.

J. Andrés: - ¡Qué voy a llegar...!

Don Juan: (Dentro) - Hay que apurarse un poco más Juan Andrés, que el sol se está poniendo alto.

Juan Andrés: (Mirando a MARÍA PABLA, que se estira para desasirse de las manos que la retienen) - Lo peor, papá, es que ya está pretendiendo ocultarse otra vez.

Da. Dolores: - (Dentro y llamando) - María Pabla.

María Pabla: - Señora. (Desprendiéndose).

 

 

ESCENA VI

Los mismos, Da. DORES, Da. CIRIACA, don JUAN, MARCOS,

PEDRO y, luego, AGENTE.

 

Da. Dolores: (Entrando, a MARÍA PABLA) - Dile a tu mamá que ya tengo la grasa de lagarto si aún le hace falta.

María Pabla: - Sí, mi madrina.

Don Juan: (Entrando, a JUAN ANDRÉS) - Pero no mejora el rosillo, Juan Andrés. Continúa siempre rengo.

J. Andrés: - Sin embargo, le ha bajado mucho la hinchazón.

Marcos: (Entrando, a JUAN) - Ya terminamos de cargar, patrón.

Don Juan: - Pues a marcharse, entonces.

Pedro:         (Entrando) - Ya he traído el tordillo, don Juan. ¿Quiere que lo ensille?

Don Juan: - No; déjamelo nomás, en el piquete.

Agente: (Entrando por primer término) - Buen día.

Todos: - Buenos días.

Da. Dolores: - ¡Que Dios y la Virgen Santísima tenga piedad de nosotros!

Don Juan: - ¿Qué dices, mi amigo? ¿Qué le trae por aquí?

Agente: - Le hace decir mi Comisario que se "presente" Juan Andrés.

Don Juan: - ¿Qué hay? ¿Por qué?

Agente: - Dice que ha sido declarada la guerra y el Gobierno ha llamado hasta los 29 años. (A MARCOS y PEDRO). También a Vds. les ha hecho decir que se "presenten".

Pedro:  - Muy bien.

Marcos: - ¿Y Cuándo?

Agente: - Esta misma mañana.

Don Juan: - ¿Cómo para seguir viaje enseguida?

Agente: - Me parece que por el tren de esta noche. Como para pasar en cualquier momento ya deben "presentarse".

Don Juan: - ¿Y, son muchos los citados?

Agente: - Todos.

J. Andrés: - Si es necesario ir y vamos todos, está muy bien y no habrá nada que decir.

Don Juan: - Cuando la carga pasa sobre todos por igual parece que pesará menos.

Agente: (A Don JUAN) - Permítame, don Juan, pasar por su patio para llegar hasta lo de Da. Rita.

Don Juan: - ¿José Tomás también ha sido citado?

Agente: - También, señor.

Da. Dolores: - Pobre doña Rita, tan solita que es ella.

Da. Ciriaca: - Y que ni siquiera es sana.

Don Juan: (AL AGENTE) - ¿Y ya estuvo en lo de Nicolás, el de la fábrica de caña de aquí cerca?

Agente: - No, señor.

Don Juan: - ¿Y cómo, si habrá pasado por allí y dicen que anda por aquí ese su hijo tan robusto y sanote?

Marcos: - Y tan haragán.

Pedro:         - Que no hace otra cosa que andar de "farra".

Agente: - Me dijo mi Comisario que lo dejará todavía y que, desde luego, él ya sabía del "llamado".

Don Juan: - ¡Caramba!... Seguimos en lo mismo...

Agente: - Permítame que pase, don Juan.

Don Juan: - Cómo no, mi amigo; pase nomás.

Agente: - Con permiso.

(Sale AGENTE por izquierda)

Da. Dolores: - ¡Este mi hijo querido, Virgen de los Milagros!

(Da. DOLORES se dirige al altar de la Virgen y enciende una vela. Luego sale).

J. Andrés: (A MARCOS y PEDRO) - Ya se acordaron, otra vez, de nosotros los señores de la Capital.

Marcos: - Nosotros, otra vez.

Pedro:  - Nosotros, para la chacra.

Marcos: - Nosotros, para las elecciones.

Pedro:  - Nosotros, para el cuartel.

Marcos: - Nosotros, para las revoluciones.

J. Andrés: - Y ahora el coronamiento: nosotros, siempre nosotros, y esta vez para la guerra.

Don Juan: - Y, Juan Andrés, ¿qué vas a hacer?

Juan Andrés: - ¿Y me voy a ir, papá. Por qué me lo pregunta?

Don Juan: - Pregunté por preguntar, sin saber porqué, hijo mío (A PEDRO y MARCOS) - ¿Y ustedes?

Pedro y Marcos: - Y nos vamos también, don Juan.

Don Juan: - Y qué le vamos a hacer. Dios lo ha dispuesto.

María Pabla: (Acercándose a JUAN ANDRÉS) - ¿Y te vas a ir, Juan Andrés?

Juan Andrés: - ¿Querrías tú que me quedara?

María Pabla: - Ni yo sé qué es lo que quiero.

Don Juan: - Bueno, es conveniente que vayas a disponerse.

Pedro - ¿Y qué hacemos de las carretas, don Juan?

Don Juan: - Desatar los bueyes; quién va a conducirlas, ahora.

María Pabla: (Volviéndose a don JUAN) - Y vamos a llevarlas nosotros, padrino.

Don Juan: - ¿Te animas, María Pabla?

María Pabla: - Pero, padrino... Cómo es que me lo preguntas... Ya voy a disponerme y vuelvo enseguida.

(Sale MARÍA PABLA)

Don Juan: (Mirando hacia donde salió María Pabla) - Mujeraza es esta muchacha!... (A MARCOS y PEDRO) - Bueno, vayan a arreglar sus cosas.

(Salen PEDRO y MARCOS)

Juan Andrés: - Pobre mamita, papá.

Don Juan: - Y ahora no es nada todavía. Te recomiendo le escribas cuando puedas.

Juan Andrés: - Desde luego, papá. Pensando en el consuelo que he de causarle con mis cartas, la escuela adquiere a mis ojos todo su valor. ¡Y cuántos, pobres, no podrán hacerlo!

Don Juan: - ¡Cierto, Juan Andrés, y qué tristeza!

Don Juan: - Sí, hijo mío.

(Sale JUAN ANDRÉS)

 

 

ESCENA VII

Don JUAN, MARCOS, PEDRO, JUAN ANDRÉS, MARÍA PABLA y Da. DOLORES.

 

Marcos: (Entrando) - Le voy a agradecer, don Juan, que en cuanto pueda le haga saber a mamá de nuestra ida.

Don Juan: - Hoy mismo, Marcos.

Pedro:         (Que ha entrado con MARCOS, a don JUAN) - Y en casa, en cuanto sepan lo que sucede, han de venir a saber qué ha sido de mí. Hemos de procurar seguir con Juan Andrés y por sus cartas haremos llegar también noticias nuestras.

Don Juan: - Muy bien, Pedro (A ambos) - Y váyanse tranquilos respecto a su gente, que no quedan solas mientras estemos nosotros.

MARCOS y Pedro: - Muchas gracias, Don Juan.

María Pabla: (Entra, trayendo puesto un amplio sombrero de paja, campesino)  - Ya estoy pronta, padrino.

Don Juan: - Muy bien, mi hija.

Juan Andrés: (Desde la puerta) - Están prontos.

Marcos: - Prontos, Juan Andrés.

Pedro: - Vamos.

(Sale JUAN ANDRÉS)

Da. Dolores: (Entrando, a PEDRO y MARCOS) - En la carreta se les lleva un pequeño avío. ¿Tienen bastante cigarro?

Marcos: - Ya, doña Dolores. Gracias.

Da. Dolores: - Voy a traerles un poco más para que no les falte en el camino.

Pedro: - No, doña Dolores: ya tenemos suficiente. Gracias.

Juan Andrés: (Entra) - Ya nos vamos, papá.

Don Juan: - Y nosotros, también, salimos enseguida. Tu mamá esta tarde estará a verlos.

Juan Andrés: (Abrazando a Da. Dolores) - Bueno, adiós mamita.

Da. Dolores: - ¡Mi hijo querido! (Poniéndole las manos en los hombros y... cariñosamente)

Juan Andrés: (Poniendo las manos) - La bendición, mamita.

Da. Dolores: (Bendiciéndole) - Que Dios vele por ti, hijo mío. ¡Padre, Hijo, Espíritu Santo!

Juan Andrés: (Abrazando a Don Juan) - Hasta luego, papá. (Poniendo las manos) - La bendición, papá.

Don Juan: (Bendiciéndole) - Padre, Hijo, Espíritu Santo. (Y Juan Andrés se dirige a MARÍA PABLA y conversan en voz baja)

Marcos: - Adiós, don Juan.

Don Juan: (Tomándole la mano, que estrecha Marcos) - Adiós, mi hijo; espero que anden siempre juntos.

Marcos: - Sí, señor.

Pedro: - Adiós, doña Dolores, y muchas gracias por todo.

Da. Dolores: - Que sepamos pronto de Vds.

Marcos: - Sí, señora.

Pedro: - Adiós, don Juan.

Don Juan: (Tendiéndole la mano, que Pedro estrecha) - Adiós Pedro, y confío que sepan seguir siendo buenos compañeros como lo fueron en casa.

Pedro: - Pierda cuidado, don Juan.

Juan Andrés: (Luego de abrazar a MARÍA PABLA, que seca unas lágrimas) - Bueno, ya nos vamos, nosotros.

(Salen JUAN ANDRÉS, MARCOS y PEDRO por el mismo sitio por donde entrara el AGENTE...)

Da. Dolores: - Que la Virgen de los Milagros vele por Vds.

María Pabla: (A Don JUAN) - Vamos también nosotros, padrino.

Don Juan: - Vamos.

(Salen Don JUAN y MARÍA PABLA por el lado opuesto al que salieron JUAN ANDRÉS, MARCOS Y PEDRO, hacia el interior de la casa)

 

 

ESCENA VIII

 

         Queda en la escena, sola, Doña DOLORES, que mira largamente a los movilizados que se alejan, llorando en silencio; luego hace, hacia los que parten, el signo de la cruz, y sacando el rosario del cuello va hacia el altar de la Virgen, ante el que se arrodilla y comienza a rezar, oyéndose entre las palabras de la oración la voz de

 

María Pabla: (Dentro) - ¡Jhosco!... ¡Ciervo!... ¡Apúrese, padrino, que yo ya salgo adelante... ¡Jhosco!... ¡Ciervo!...

(Y mientras cae lentamente el

 

TELÓN

 

 

ACTO SEGUNDO

 

         (La misma decoración del anterior, que es, también, la del siguiente. En el espacio delantero de la casa se halla Doña DOLORES haciendo cigarros. A veces detiene su labor, queda como abstraída y hay en sus labios el temblor del rezo; luego hace la señal de la cruz y reanuda su tarea.)

 

Da. Rita: (Entrando) - ¡Ave María, Purísima!

Da. Dolores: - Sin pecado concebida.

Da. Rita: - ¡Cómo está, Da Dolores?

Da. Dolores: - Se vive, Rita. Siéntese.

Da. Rita: (Sentándose a poca distancia de Da. Dolores, luego de un breve silencio en que estuvo observando el trabajo de Da. Dolores) - Pero qué cigarros va a fumar el amigo Juan Andrés.

Da. Dolores: - Y es todo su vicio, Rita. Quiera Dios que le llegue cuando se los envío. Se murmura tanto que las encomiendas no les llegan a sus dueños.

Da. Rita: - En nuestra vecindad no hay nadie que pueda decir el destino que han tenido las poquitas que enviaron a sus parientes en el "frente".

Da. Dolores: - Y después de ese interminable trajín para conseguir mandarles nuestra pequeña "encomienda".

Da. Rita: - Lo que a mí más me aflige es la falta de agua que según dicen, padecen. Todo lo que le pido a la Virgen es que no le haga sufrir ese martirio a mi pobre hijo.

Da. Dolores: - Por todos y para que no lo sufran le ofrezco a Dios el sacrificio de no beber agua en todo el día; apenas de noche, y por cucharadas como si fuera remedio.

Don Juan: (Entrando) - Qué calor está haciendo. .. ¿Qué tal, Rita? (Va a sentarse en uno de los bancos...)

Da. Rita: - Viviendo solo para esperar noticias, don Juan.

Da. Dolores: - A eso se reduce todo nuestro vivir.

Don Juan: - Y al alcanzarnos algunas, ya nos llegan viejas.

Da. Rita: - Qué felices deben ser esas madres que reciben noticias frecuentes de sus hijos.

Da. Dolores: (a Don JUAN) - ¿Dónde la dejaste a María Pabla?

Don Juan: - Ahí quedó desatando los bueyes.

Da. Rita: - Pero qué guapa ha resultado la María Pabla. Una mujer de verdad va a tocarle en ella a Juan Andrés.

Don Juan: - Este lugar "Valle Feliz" no olvidará nunca ese casamiento si Dios permite que se realice. Daré una fiesta en la que bailarán hasta los que no tienen piernas y hasta las ancianas se enamorarán.

Da. Dolores: - Es completo mi Juan Andrés y a María Pabla nada le falta: habrá otras como ella, pero mejores, no.

 

ESCENA II

Los mismos, ANTONIA, luego DE JESÚS.

 

Antonia: (Entrando) - Buen día.

Da. Dolores: - ¿Qué te trae, mi hija?

Antonia: - Le hace decir mamita, doña Dolores, si no podría mandarle un poco de leche para Liborio, y que aunque le tiene tanta vergüenza por estas molestias, no tiene más remedio porque después de Dios solo cuenta con Vds.

Da. Dolores: - Al ayudarnos Dios, solo nos utiliza como medio para ayudarles... (Llamando) - Dejesús...

Dejesús: (Dentro) - Mamita.

Da. Rita: - Dios les ha de devolver con creces, Da. Dolores, todo el bien que realizan.

Da. Dolores: - Bien, poco es lo que hago para lo mucho que le pido: que lo proteja a mi Juan Andrés.

Dejesús: (Entrando) - ¿Qué quiere mamita?

Da. Dolores: - Dale un poco de leche a Antonia. (ANTONIA entrega a DEJESÚS un jarro y DEJESÚS sale)

Da. Dolores: (A Antonia) - ¿Y cómo está don Liborio?

Antonia: - Más o menos lo mismo, doña Dolores... Me encargó mamita que le preguntara qué noticias nuevas tenían de Juan Andrés.

Da. Dolores: - Dile que ninguna, pero que espero Dios permita las tenga estos días.

(Entra DEJESÚS, entrega el tarro a ANTONIA y vuelve a salir)

Antonia: - Ya me voy, doña Dolores, y muchas gracias.

Da. Dolores: - Dile a tu mamá que me molestará saber que no recurre a nosotros en cuanto le podamos ser útil.

Antonia: - Le hizo decir también que me ocupe en todas cosas que podría hacer.

Da. Antonia: - Bueno, Antonia; dale recuerdos a tu mamá y que se les restablezca muy pronto Liborio.

Antonia: - Así se lo voy a decir. Adiós.

Da. Dolores: - Adiós, mi hija.

(Sale ANTONIA)

 

 

ESCENA III

Da. DOLORES, Da. RITA, don JUAN y MARÍA PABLA.

 

María Pabla: (Entra trayendo una herramienta en la mano, que deja en un sitio) - Voy un rato a verla a mamita. (A Da. RITA). ¿Cómo le va, doña Rita?

Da. Rita: - En las manos de Dios, María Pabla.

Don Juan: (Que mira cariñosamente a María Pabla, en quien ve al hijo ausente) - Antes ven a sentarte un rato. (Le hace sitio a su lado). Eres muy guapa, es verdad, pero de todos modos debes estar bastante cansada.

M. Pabla: - No, mayormente, padrino. (A Da. DOLORES). Pero qué lindo está el sembrado, madrina; da gusto mirar sus verdes brotes en toda la extensión.

Da. Dolores: - Es, sin duda, que Dios nos mira y bendice, María Pabla.

M. Pabla: - Qué contento se pondrá Juan Andrés cuando venga y se encuentre con las tierras llenas de plantaciones florecientes.

Don Juan: - No querrá creer de quién ha sido semejante trabajo.

M. Pabla: - Acaso no le conoce, padrino.

Don Juan: - No, no he sido yo, mi hija linda y queridísima. ¡Tus manos de bendición son las que lo han hecho todo!

M. Pabla: - Van a terminar por convencerme de merecimientos que no tengo. Qué bueno fuera que Juan Andrés supiera de su existencia y los creyera.

Da. Dolores: - Lo sabrá y lo creerá.

Don Juan: - Él que sabe lo que es trabajar la tierra, en cuanto vea las nuestras comprenderá lo que has hecho y te querrá más.

M. Pabla: - Cuánta felicidad fuera que él viera las cosas como las ven Vds. A través del cariño que me tienen y tuviera en él, hacia mí, las consecuencias que deducen.

Don Juan: - Y así, ha de ser, M. Pabla. Te querrá más, y no será, precisamente, para utilizarte en semejante actividad y descansar en ti, no: pues tú, tanto como nosotros, sabes qué clase de hombre es Juan Andrés.

M. Pabla: - Lo sé, Padrino.

Don Juan: - Tú serás, María Pabla, quién suceda a tu madrina, y por haber visto cuanto vales es que te digo esto delante de ella.

M. Pabla: - Mi madrina no tendrá reemplazante, padrino. Cuando ya no pueda consigo misma aún seguirá conduciendo esta casa como ahora.

Da. Dolores: - Nada te falta, muchacha; eres linda, eres guapa y eres agradable. Cómo no has de conseguir que todos te quieran.

Da. Rita: - Y, por sobre todo, buena y limpia de corazón.

M. Pabla: - Bueno, me voy, porque advierto que todos se han complotado en contra mía. (Levantándose)


 

ESCENA IV

Los mismos y COMISARIO.

 

Comisario: (Entrando) - Buen día ¿Cómo están Vds.?

Todos:  - Buen día.

Comisario: - (Sentándose) - ¿Qué tal por aquí Don Juan?

Don Juan: - Se lucha, mi amigo, hasta que Dios lo disponga. ¿Qué órdenes me trae su visita?

Comisario: - La junta desea saber si ya ha entregado todo lo que tenía entregar.

Don Juan: - 3 por 10 me dijeron y ya he entregado almidón, mandioca, tabaco y alfalfa. ¿Qué más?

Comisario: - Se dice que tiene miel y que hace queso frecuentemente.

Don Juan: - Pero, ¿quién lo ha dicho? La poca miel que tenía se la llevó, al comienzo, aquel que vino a revisar nuestras casas para levantar la estadística. En cuanto a lo del queso debe decirle que no nos sobra ni una gota de leche para hacerlo, tanto es la cantidad de gente pobre y enferma por nuestros alrededores.

M. Pabla: - Bueno, me voy un rato.

Comisario: - ¿Porque yo he llegado?

M. Pabla: - No, señor: estaba por irme cuando Vd. Llegó.

Comisario: - ¿Y no podría quedarse un rato más para darme el placer de contemplarla todavía? (A Don JUAN). ¿Es de su familia, don Juan, esta muchacha tan bonita?

Don Juan: - Es mi ahijada y la novia de mi hijo Juan Andrés.

Comisario: - ¡Ahh!... Así es cuando a uno se le ocurre desearle mal a un semejante.

Da. Dolores: - ¡Por Dios, señor; ni en broma, le ruego no diga Vd. tal cosa!

Comisario: - Perdóname, señora.

M. Pabla: - Bueno, me voy un rato. (Saliendo)

Don Juan: - Y está bien, mi hija.

Da. Dolores: - Mira que te esperamos a comer, María Pabla, y no te olvides de mandar el chico para que le lleve a comadre un poco de caldo.

M. Pabla: - Sí, madrina.

Comisario: (A María Pabla) - Ahí está mi montado si quiere utilizarlo, estoy yo si quiere ocuparme.

M. Pabla: - Muchas gracias; es tan cerca a donde voy que en saliendo ya he llegado.

(Sale MARÍA PABLA)

 

 

ESCENA V

Los mismos, menos MARÍA PABLA.

 

Comisario: - Qué linda es, don Juan, la novia de Juan Andrés.

Don Juan: - Y más que linda es cuánto vale por guapa y por buena.

Comisario: - ¿Y qué noticias tienen de Juan Andrés?

Don Juan: - La verdad que hace bastante que no sabemos nada de él. Hace como un mes que recibimos su última carta.

Da. Dolores: - Mañana cumplirá un mes que la recibimos, y hoy hace un mes y veintidós días que la escribió.

Da. Rita: - De veras que ya hace mucho.

Da. Dolores: - Nosotras solamente sabemos cuánto es eso, Rita.

Comisario: - ¿Está por Casado?

Da. Dolores: - No, señor. Es un poquito más lejos que está.

Don Juan: - Al otro lado del "Parapití", en el 2° Cuerpo, con el Coronel Franco.

Comisario: - ¿Es una indirecta, señora?

Da. Rita: - ¿Por qué lo dice, señor Comisario?

Comisario: - Y ustedes, los que tienen sus parientes en el Chaco, quieren hablar desdeñosamente de los que han quedado a prestar servicio por aquí, en la retaguardia. Es necesario que sepa, señora, que yo reiteradamente he pedido mi traslado al "frente" y no me lo han querido dar, de lo cual no tengo la culpa, y, finalmente, es necesario que sepan que son, también muy importantes los servicios que nosotros prestamos.

Don Juan: - Y así ha de ser, si Vd. lo dice.

Da. Rosa: - ¿Y cómo no ha de ser importante el servicio prestado en recoger el fruto del trabajo de las mujeres para dar de comer a los hombres que luchan en el "frente"?

Da. Dolores: - Y tengo entendido que son muchos los que están allá.

Don Juan: - Y, además, deben comer también los que prestan servicios en la retaguardia.

Da. Rita: - Y sus familias. Lo malo es que hay algunos que tienen un apetito insaciable y comen, y comen, sin cansarse de comer.

Don Juan: - Y han de haber también; de todas clases habemos en el mundo.

Da. Dolores: - "Hay de todo en las viñas del Señor", como dice el señor Cura.

Comisario: - Los entiendo muy bien. En nuestra tierra, como alguien ha dicho, el único sonso es el que cree que los demás lo son. Y el camino es largo todavía...

Don Juan: - Parece que Vd. nos amenazara, y entiendo que no ha habido motivos para ello.

Da. Dolores: - Esperemos que no sea así.

Da. Rita: (Levantándose) - Mire, señor Comisario. Yo no soy de esta casa; soy nada más que una vecina. No sé si Vd. tiene madre todavía, pero sí la tiene ella podrá comprender lo que le voy a decir. Yo, señor Comisario, después que lo llevaron a la guerra a mi hijo, a mi único hijo, que era toda mi familia, ya no hay nada que me resulta grande ni que me causa miedo; no tengo ganas de nada; no quiero comer, ni dormir, ni trabajar, ni estar ociosa, nada: lo único que hago es pensar, pensar en mi hijo ausente, y me dan ganas de estrujar, morder, matar cuando pienso que pudo haberle ocurrido algo malo. Me entiende Vd.?

Agente: (Entrando) - Con permiso, mi Comisario.

Comisario: - ¿Qué hay?

Agente: - Ya hemos terminado.

Comisario: - ¿Los encontraron a todos?

Agente: - Ya están todos en camino, mi Comisario.

Comisario: - ¿Y José Domingo?

Agente: - No quiso mostrarnos diciendo que tenía miedo de que lo rompiéramos; ya lo mostraré -dijo- a quien deba hacerlo.

Comisario: - Bueno, váyanse, y si se hacen los retobados, mátenlos en el calabozo.

Agente: - A la orden, mi Comisario.

(AGENTE gira e inicia el mutis)

Da. Rita: (Aparte a Da. DOLORES) - El rigor implacable del "emboscado".

Da. Dolores: (Ídem a Da. RITA) - ¡No perdona a los otros su mayor hombría!... (Levantándose, alto a Doña RITA) - Venga, Rita, vamos adentro.

(Salen Da. DOLORES y Da. RITA)

Comisario: (Llamando a AGENTE) - Sinforiano.

Agente: (Volviendo) - A la orden, mi Comisario.

Comisario: (Aparte todo el diálogo con AGENTE) - ¿No conoces a una muchacha, de nombre María Pabla, de estos alrededores?

Agente: - La conozco, mi Comisario. Es la hija de doña Casimira, novia de Juan Andrés.

Comisario: - Precisamente. ¿No tiene algún pariente en el Chaco?

Agente: - Tiene un hermano, que andaba por la Capital.

Comisario: - Bueno; escucha bien. Vete y llega a la casa de María Pabla, con cualquier excusa, y cuéntales que unos reservistas recién llegados han dicho que su hermano estaba bastante enfermo o mal herido, y que traían carta para ella. ¿Has entendido?

Agente: - Sí, mi Comisario.

Comisario: - Bueno, vete.

 

 

ESCENA VI

Don JUAN, COMISARIO, Luego Da. RITA.

 

Don Juan: - Y qué cuenta, señor Comisario. Se dice, con bastante insistencia, de que es probable que termine la guerra.

Comisario: - Qué va a terminar. Esto lleva para rato todavía. Ni aproximadamente se puede hablar de su terminación.

Don Juan: - Mire que, sin embargo, ya han recibido muchos y frecuentes golpes los enemigos y han retrocedido considerablemente. Pienso que ya tan lejos se encuentra nuestra gente.

(Entra Da. RITA)

Comisario: - Es cierto, y eso es ya, precisamente, lo malo: estamos demasiado lejos.

Da. Rita: (Aparte)  -Cómo "estamos". Lo que somos nosotros nos encontramos bastante cerca. (Alto) - Me voy un rato, don Juan. Ahorita nomás he de venir llegando otra vez. No encuentro sitio a gusto en ninguna parte.

Don Juan: - Como le guste, Rita. Ya sabe que ésta es también su casa.

Da. Rita: - ¡Ah, don Juan! Siempre el mismo: pronto para dar, tan distinto de otros que solo viven para recibir. (Saliendo) - Hasta luego, don Juan.

Don Juan: - Hasta luego, Rita.

(Salen Da. RITA)

Comisario: - Le da por ser agresiva a la señora. Hay que tener paciencia para sobrellevarla.

Don Juan: - Lo merece el dolor que sufre la pobre. Su único hijo, que es toda su familia, el único objeto de su vida, es el que se encuentra en el Chaco y hace ya demasiado tiempo que no tiene ninguna noticia del él y eso la tiene fuera de sí. La pobrecita se pasa el día así, yendo y viniendo, sin más motivo que cambiar de sitio, que aturdirse....

 

 

ESCENA VIII

Don JUAN, COMISARIO Y MARÍA PABLA.

 

María Pabla: (Entrando) - Sabe, padrino, que voy un momento hasta el pueblo.

Don Juan: - ¿Y qué es lo que te lleva, así, de improviso?

M. Pabla: - Dicen que unos reservistas, que acaban de llegar del Chaco, nos traen noticias de mi hermano.

Don Juan: - ¿De qué viene, acaso?

M. Pabla: - Desgraciadamente no muy buenas: de que está herido o enfermo de cuidado.

Don Juan: - ¿Y quién es el que les ha llegado con semejante noticia?

M. Pabla: - Y Sinforiano, el agente del señor Comisario, llegó a casa a tomar un poco de agua y nos contó que lo había oído en el pueblo.

Don Juan: - Pero para eso me voy yo en una escapada.

Comisario: - Yo ya estoy, desde el luego, por volver al pueblo, déjame que me informe y le haré avisar, enseguida, lo que haya.

M. Pabla: - Imposible conseguir con mamá que se conforme con eso. No poco trabajo me costó ya conseguir que desistiera de acompañarme, y eso que casi no puede caminar. Bueno, me voy, padrino. ¿No necesita nada del pueblo?

Don Juan: - ¿Cómo te vas a ir?

M. Pabla: - A pie.

Don Juan: - ¿Y por qué no vas a caballo?

M. Pabla: - Y el caballo?

Don Juan: - ¡Caramba!... Y uno de los de casa.

M. Pabla: - Su montado está rengo, padrino.

Don Juan: - Y el ruano.

M. Pabla: - Lo llevó esta mañana don José para ir a buscar un médico para su mujer, que no se alivia.

Don Juan: - Lleva mi montado, ya está suficientemente bien.

M. Pabla: - No, padrino. Voy a estropearlo inútilmente y voy a ir menos ligero. Hasta luego, entonces. (Saliendo) - De paso voy a verla a madrina, por si quiere algo.

Don Juan: - Cuidado que no te tome la noche en el camino.

Comisario: - Por qué no me permite llevarla, aunque más no sea una parte del camino.

M. Pabla: - No, muchas gracias, señor Comisario.

Comisario: - Y yo también voy a retirarme, Don Juan.

Don Juan: - Como le parezca. No le digo que se quede a comer con nosotros, porque la vieja ya no le presta mayor atención a la cocina.

Comisario: - Le agradezco, don Juan. No puedo alejarme por mucho rato de la Comisaría. Llegan constantemente licenciados del Chaco y quieren ser un tanto abusivos. Adiós, don Juan.

Don Juan: - Adiós, señor Comisario.

(Sale COMISARIO)

 

 

ESCENA VIII

Don JUAN, Doña DOLORES y Da. RITA.

 

Da. Dolores: (Entrando y mientras va a sentarse para continuar haciendo cigarros) - ¡La verdad que es bastante antipático el hombrecito ese!

Don Juan: - Antipático y atrevido.

Da. Dolores: - Se sentía obligado a dar la sensación de que "manda".

Don Juan: - Y de gusto delicado su apetito: quería miel y queso, el mozo.

Da. Dolores: - ¡Pero qué cara rota son estos sinvergüenza! Y mientras tanto, quién sabe si no padece hambre mi hijo querido, tan bueno y tan hombre.

Da. Rita: (Llegando) - Ya vengo llegando, otra vez.

Don Juan: - Y está bien, Rita; así se hacen compañía con Dolores.

Da. Dolores: - Y tanto. Siéntese, Rita.

(Da. RITA se sienta y observa la tarea de Da. DOLORES)

 

 

ESCENA IX

Los mismos y MOVILIZADOS 1, 2 Y 3.

 

Movilizado 1: (En la entrada, con sus compañeros) - Con permiso de Vds.

Don Juan: (Levantándose) - Adelante; llegan a su casa, amigos míos.

Da. Dolores: - Y tomen asiento.

Movilizado 2: - Estamos de paso.

Movilizado 3: - Solo queríamos tomar un poco de agua.

Don Juan: - Pero siéntense aunque sea un momento; y ya se les va a traer agua enseguida.

(Da. RITA, al sentarse los MOVILIZADOS, cediendo sitio, queda un tanto aislada y hacia un costado del grupo)

Da. Dolores: (Llamando) - Dejesús.

Dejesús: (Dentro) - Mamita.

Da. Dolores: - Saquen agua fresca del pozo y tráiganla aquí a estos mozos.

Dejesús: (Dentro) - Enseguida, mamita.

Don Juan: (A los MOVILIZADOS) - Y, ¿un "traguito" les hará mal?

Movilizado 1: - Sospecho que no, señor.

Movilizado 2: - A mí, desde luego, me lo tiene recetado el médico para que el agua no me haga daño.

Movilizado 3: - Yo, señor, voy a callarme, pero le ruego que comience la rueda de mí, para que tenga la seguridad de que me alcance.

Don Juan: - Ya les traigo enseguida.

(Sale don JUAN)

Da. Dolores: - ¿De muy lejos vienen, ahora?

Movilizado 1: - De muy lejos, señora.

Movilizado 2: - Seis días de viaje en camión, sin descansar mayormente, para llegar a Casado.

Movilizado 3: - Y allá los caminos son caminos y no esa sucesión de zanjas conocidas aquí con ese nombre.

Don Juan: (Entra con una botella y vaso) - Ya vengo, y el agua viene enseguida.

(Entra DEJESÚS con el agua)

Movilizado 1: (Después de beber la caña) - Cómo reanima esta gracia de Dios.

Movilizado 2: (ídem) - Será muy rica la bebida de los gringos, que creo se llama whisky, pero lo que soy yo, me quedo con lo de nuestra tierra. ¡Ah, caña rica!

Movilizado 3: - Sobre todo si es de Ruff & Acosta.

Movilizado 1: - Esa hasta a los "bolí" les gusta.

Movilizado 2: - Pero también esa es de aquellas que nacen "vieja".

Don Juan: - Creo que en el Chaco no es muy fácil ni frecuente el "trago".

Movilizado 1: - Apenas para soñar que existe la felicidad de verla.

Movilizado 2: - Para recordar que en nuestra tierra existe una planta que "sangra" esa delicia.

Movilizado 3: - Que si los "boli" la conocieran vendrían por ella y no por el agua.

(Esta parte de la escena debe ser risueña)

Da. Dolores: - ¡Increíble que conserven está sana alegría!

Movilizado 2: - No se imagina, señora, el contento que significa venir de aquel infierno a visitar nuestra casa, nuestro valle, aunque más no sea por algunos días.

Da. Dolores: - Así ha de ser, mi hijo.

Don Juan: - ¿Y de dónde es que vienen ahora?

Movilizado 1: - Del Pilcomayo venimos nosotros dos, del Tercer Cuerpo.

Don Juan: - ¿Y del Segundo Cuerpo no ha venido alguno entre ustedes?

Movilizado 2: - Han venido, también, varios, pero se han ido quedando por el camino. ¿Tienen Vds. algún pariente en el 2° Cuerpo?

Da. Dolores: - Mi hijo, y ya hace bastante tiempo que nada sé de él.

Movilizado 1: - No debe haberle pasado nada malo, señora, porque las malas noticias no corren sino que vuelan.

Don Juan: - ¿Y de José Tomás Espínola, del Tercer Cuerpo, no pueden darnos algunas noticias?

Movilizado 2: - ¡José Tomás Espínola, bravo entre los bravos!

Movilizado 1: - ¡Cómo no hemos de saber de él!

(Doña RITA, toda oídos, se ha puesto de pie y anhelante, se ha ido acercando)

Movilizado 2: - Cuando atacamos "Ybybobo" para tomarla...

Movilizado 1: - ...él, solo, adelante, corría, corría...

Movilizado 2: - ...sin contenerle la voz de los jefes...

Movilizado 2: - ...ni las ametralladoras del adversario...

Movilizado l: - ...y al llegar al borde de las trincheras...

Movilizado 2: - ...al gritar "Viva el Paraguay"...

Movilizado l: - ...cayó gravemente herido...

Don Juan: - ¿Pero lo recuperaron Vds.?

Movilizado 2: - Desde luego, todos llegamos tras él...

Movilizado 1: - ...y al darse cuenta el enemigo de que estaban rodeados...

Movilizado 2: - ...se entregaron, arrojando sus armas...

Don Juan: - ¿Y lo salvaron a José Tomás?

Movilizado 1: - Ya llegamos tarde...

Movilizado 2: - ...Solo recogimos su cadáver...

Da. Rita: (En violenta desesperación) - ¡Mentira!... ¡Mentira!... ¡Mentira!... ¡Mentira!... (TODOS quedan inmóviles alcanzados por el dolor de Da. RITA, quien después de haber hecho la increpación, se dirige hacia lateral para salir, como herida de muerte, pero sin apoyarse, y dice, a medida que va saliendo) - ¡Señor!... ¡Señor!... ¡Mi hijo querido!... (Y en el momento de salir, se vuelve hacia el grupo para increpar de nuevo)  - ¡Mentira!... ¡Mentira!... (Luego, alcanzada por la angustia de esa verdad posible, cobija su última esperanza en el regazo de su fe) - ¡Verdad que es mentira, Señora de los Milagros!...

(Sale Da. RITA y TODOS los demás inclinan la cabeza mientras cae el...

 

TELÓN

 

 

ACTO TERCERO

 

         El mismo decorado de los actos anteriores. Es de noche aún. A la distancia se oye música y el bullicio de una fiesta. Entra JUAN ANDRÉS, paralítico de ambos brazos, en mangas de camisa, como desahuciado, y se sienta pesadamente en un banco. Breve silencio.

 

ESCENA 1

JUAN ANDRÉS, Don JUAN Y Da. DOLORES.

 

Don Juan: (Entrando) - ¿Qué te pasa mi hijo, para levantarte tan temprano?

J. Andrés: - Ya no podía dormir, papá.

Don Juan: - La verdad es que el bullicio de la fiesta era como para despertarnos.

J. Andrés: - Lo oí todo.

Don Juan: - Se están divirtiendo en grande los muchachos.

J. Andrés: - Y tienen motivos para hacerlo, papá. No es poca cosa haber estado "allá" y sentirse entre los suyos, en su comarca, en su casa, haber vuelto íntegro y sin mutilaciones, y saber que el regreso es ya definitivo.

Don Juan: - Sin duda, hijo mío; tienen sobrados motivos para estar contentos, y también nosotros para estarlo: ha terminado la guerra, Juan Andrés.

J. Andrés: - Es verdad, papá: ha terminado la guerra... y es más que suficiente para estar contento.

Da. Dolores: (Entra) - Para pasar la noche sin dormir, habría sido mejor que se hubieran ido a la fiesta.

J. Andrés: - ¡Ah, mi mamita! ¡Qué gran madre me ha dado mi Dios!

Da. Dolores: - Ya he puesto agua al fuego. Dentro de un ratito estará pronto el mate.

J. Andrés: - ¡Pero mamita! ¿Por qué te has levantado? Y más que anoche no dormiste nada; te escuché moverte toda la noche.

Da. Dolores: - ¿De dónde sales con eso? No; dormí muy bien y si en verdad me viste moverme, habrá sido entre sueños, porque ni cuenta me di de ello.

Don Juan: - En lo mejor habrá sido porque yo dormía en la hamaca.

J. Andrés: - ¡Y quién sabe, papá...

Da. Dolores: - Seguramente... ¡Vaya! Al contrario, gracias a eso me dormí holgada y frescamente. Bueno, voy a verles si está el agua, porque se están poniendo fastidiosos con la madrugada. (Se levanta e inicia el mutis)

J. Andrés: - No, pues, mamita, no se vaya.

Da. Dolores: - No, déjame.

(Sale Da. DOLORES)

J. Andrés: (Queda abstraído y luego de una pausa) - ¡No sé qué hacer de mí...!

Don Juan: - Y por qué no sales un poco más, que te pasas todo el día en la casa. Vamos con nosotros a la chacra, al campo, al pueblo.

J. Andrés: - ¿A buscar qué?

Don Juan: - A pasarlo con nosotros, chacoteando con los muchachos, cantando alegremente con M. Pabla.

J. Andrés: - ¡María Pabla...! Qué será que tiene en el fondo del alma... Algunas veces la sorprendo que me está mirando y sus ojos parecen llenarse de lágrimas, y si me vuelvo a mirarla, desvía el rostro y se aleja... ¿Será que me compadece tanto?

Don Juan: - ¿Pero por qué habría de ser así, Juan Andrés?

J. Andrés: - ¡Pero papá! Tengo entendido que Gregorio quería casarse con ella; me han dicho que ha vuelto y Gregorio es un buen muchacho, papá. ¿Qué dirá a eso María Pabla?

Don Juan: - Yo no quiero casarme, dice ella, y si le insistimos al respecto, contesta: estoy tan contenta entre ustedes, y para eso, hay tiempo, si es que no les estorbo demasiado.

J. Andrés: - ¿Esperará, tal vez, que sea yo quien le hable, por aquello del compromiso que había entre nosotros?

Don Juan: - ¿Y en qué ha quedado eso, Juan Andrés?

J. Andrés: - ¿Y en qué crees que ha quedado, papá? (Mirando sus brazos paralíticos) -Eso está terminado, y completamente terminado.

Don Juan: - ¿Y si ella se animara, Juan Andrés?

J. Andrés: - ¡No! ¡No! ¡No me tiente, papá...! Vamos a pagarle, acaso, su trabajo, su buena voluntad, ese cariño grande y abnegado que nos tiene, vamos a pagarle de semejante manera? ¡Generoso pago! ¡Casarla a ella, una mujer tan completa, con un residuo de hombre...!

Don Juan: - No hables así, Juan Andrés.

J. Andrés: - No lo haga Vd. como lo hizo, papá.

Da. Dolores: (Entra con pava y mate. Se sienta al lado JUAN ANDRÉS y luego de cebar el mate le acerca la de bombilla a los labios de Juan Andrés) - Pruébalo a ver cómo está.

J. Andrés: (Rechazándolo con un movimiento) - A papá primero, mamita.

Da. Dolores: (Alcanzando el mate a Don Juan) - Y te vas a ir también con las carretas?

Don Juan: - Precisamente le estaba invitando a Juan Andrés a que nos acompañara.

Da. Dolores: - Y que estaría muy bien que lo haga.

J. Andrés: - Para salir a ofrecerme a la compasión de los demás.

Don Juan: - ¿Por qué dices eso, Juan Andrés? ¡Tú eres un sargento de guerra!

J. Andrés: - Al terminar la guerra, papá, terminaron, a la vez, los que la hicieron... Pasaron ya los jefes y qué decir de la tropa... Yo era un héroe en los primeros tiempos de mi desgracia y a poco de llegado; ahora me dicen todavía sargento, pero dentro de poco quedaré reducido, seguramente, a "brazo duro", "Juan inútil" o algo por el estilo.

Da. Dolores: - ¡No te tortures así, magnificando tu desgracia, Juan Andrés!

J. Andrés: - ¿Para qué engañar y engañarme? ¿Para qué?

Don Juan: - Es que las cosas no son como las ves y presentas. Lamentamos y medimos toda tu desgracia, pero ¡gracias a Dios!, nos has sido devuelto con vida.

J. Andrés: (Con amargura) - ¡Gracias a Dios!

Da. Dolores: - ¡Y sí, mi hijo, gracias a Dios por ello!

J. Andrés: - Mayor gracia fuera que hubieras vestido luto por mí. A la fecha ya te habrías habituado y día tras día se te hubiera ido haciendo más llevadero... Y en cuanto a mí, ni qué decir cuánto hubiera ganado con que eso sido!...

Da. Dolores: - Andando, andando, Juan Andrés, ya verás cómo, también, te resulta más soportable.

J. Andrés: - Acaso tengas razón, mamita... cuentan que hay personas que ya no quieren dejar la cárcel después de haber estado en ella muchos años.

 

 

ESCENA II

Los mismos y MARÍA PABLA.

 

M. Pabla: (Entra) - La bendición, padrino.

Don Juan: - Dios te bendiga, mi hija.

M. Pabla: - La bendición, madrina.

Da. Dolores: - Padre, Hijo, Espíritu Santo.

M. Pabla: - ¿Qué tal, Juan Andrés?

J. Andrés: - Sigo viviendo, María Pabla.

M. Pabla: - ¿Y te parece poco volver con eso de dónde has estado?... Lo malo es que tú, ahora, extremas demasiado el lado negro de las cosas... Anoche oí que no dormiste un sueño.

J. Andrés: - ¿Y tú?

M. Pabla: - ¿Yo? Dormí admirablemente bien: toda la noche de un tirón.

J. Andrés: - ¿Y cómo pudiste oír que yo lo pasaba en vela?

M. Pabla: (Cortada) - Y... Cada vez que me despertaba... te oía.

J. Andrés: - ¡Ajáa!...

M. Pabla: (Cambiando de tema) - Ya envié a buscar los bueyes, padrino.

Don Juan: - Y muy bien, ya está amaneciendo.

Da. Dolores: (Llamando) - Dejesús.

Dejesús: (Dentro) - Mamita.

Da. Dolores: - Levántate y despierta a tus hermanitos.

Dejesús: - Ya me estoy levantando, mamita.

Da. Dolores: - Llámamela a Desideria.

Dejesús: (Siempre dentro) - Acaba de irse al corral.

María Pabla: (Levantándose) - Y yo también ya me voy.

Da. Dolores: - Espérate y toma unos mates más.

María Pabla: - Ya vuelvo enseguida, madrina.

(Sale MARÍA PABLA)

Don Juan: - Parece no cansarse nunca esta mujer de Dios.

Da. Dolores: - Sabes que he advertido que anda medio desganada; no come bien. Quién sabe si no se siente enferma y lo calla por no aparecer gravosa.

J. Andrés: - Verdad, papá, que es María Pabla una mujer completísima.

Don Juan: - Una mujeraza, Juan Andrés; de esas que, llegado el caso, sustituye a los hombres sin que se advierta mayormente el cambio.

Da. Dolores: - Tiene tiempo para todo...

Don Juan: - Y todo lo sabe hacer... Se puede, sin temor, descansar en sus hombros el peso de una casa.

J. Andrés: - Se ve cuánto ha hecho. Qué ayuda tan grande es la que los presta.

Don Juan: - La que nos presta, no; en todo caso nosotros somos quienes ayudamos, ella es la que lo hace.

Da. Dolores: - ¡Qué gran madre ha de salir de ella!

Don Juan: - Y, me he casado podrá decir aquel a quien le toque semejante compañera.

Juan Andrés: - Como Vd., papá.

Don Juan: - Como yo, Juan Andrés.

Da. Dolores: - Teníamos motivos para ver, como una bendición de Dios, el casamiento de ustedes.

(Silencio. Circula el mate)

 

 

Escena III

Los mismos, menos MARÍA PABLA y GREGORIO.

 

Gregorio: (Llegando) - Ya vengo entrando.

Don Juan: - Y así debe ser, Gregorio.

Gregorio: - Y creo que a buen tiempo, Da. Dolores.

Da. Dolores: - Justo a tiempo, Gregorio; acabo de renovar la yerba (Alcanzándole el mate).

Gregorio: - ¿Y, cómo le va, mi Sargento?

Juan Andrés: - Gozando con Vds., desde la distancia, de la alegre fiesta.

Gregorio: - Y ninguno de Vds. se dejaron ver. A Marcos, solamente, lo he visto. Ya dentro de un momento, dijo, que vendría.

J. Andrés: - Al pobre Pedro le tocó quedarse definitivamente por allá... aunque para volver como algunos es preferible quedarse como ha quedado...

Gregorio: - ¿Y a qué se debe que María Pabla no ande ya trajinando?

Da. Dolores: - ¡Qué!... Ya está metida en los corrales.

Gregorio: - Y no se le ocurrió dejarse ver en la fiesta, tan cerca que le quedaba.

Don Juan: - Y eso que nos empeñamos en que se fuera; hasta le dije que yo quería ir; pero ni con eso.

Da. Dolores: - Se excusó diciendo que le dolía la cabeza. Qué será lo que tiene. Hay como una tristona, extraña en ella, en su modo de ser de ahora.

Don Juan: - No hay que olvidar que la ha perdido a la madre.

J. Andrés: - Ha descansado la pobre.

Gregorio: - Aunque así sea, nuestro cariño quiere que sigan viviendo, sin consultarles si preferirían descansar, dejándonos.

J. Andrés: - Dicen bien, Gregorio: sin consultarles qué prefieren.

Dejesús: (Dentro) - Papá.

Don Juan: - Mi hija.

Dejesús: (Dentro) - Acaba de llegar Liborio con los bueyes.

Don Juan: (Levantándose) - Ya voy.

(Sale Don JUAN)

Da. Dolores: - Ya está fría el agua, Gregorio, voy a calentar y vuelvo.

Gregorio: - Por mí no se moleste, doña Dolores.

Da. Dolores: - No lo sería, Gregorio; pero, desde luego, yo apenas he comenzado a tomarlo. (Saliendo) - Espero que no se apure y le acompañe un rato más a Juan Andrés.

Gregorio: - Tengo, desde luego, que conversar con él.

Da. Dolores: - Pues ahí queda a su disposición.

(Sale Da. DOLORES)

 

 

ESCENA IV

GREGORIO Y JUAN ANDRÉS.

 

J. Andrés: (Después de un embarazoso silencio) - ¿De qué se trata, Gregorio?

Gregorio: - Tú me conoces bien, Juan Andrés.

J. Andrés: - Te conozco Gregorio, y nada desfavorable hay que pueda decirse de ti.

Gregorio: - También conoces a mi familia.

J. Andrés: - También, amigo de mis padres son los tuyos.

Gregorio: - Maria Pabla ha sido siempre como de tu familia, y después de la muerte de la madre, con mayor razón todavía.

J. Andrés: - Cierto, Gregorio. (Pausa) - ¿Y después?

Gregorio:  - Ni en "Boyuibé", cuando fuimos violenta y sorpresivamente acometidos, no sufrí la impresión de este momento, que ni puedo hablar.

J. Andrés: - Habla, Gregorio, estamos de hombre a hombre.

Gregorio: - Es que pienso que voy a lastimarte, Juan Andrés.

J. Andrés: - Cuanto se puede sufrir ya lo he sufrido. Dime, sin recelos, lo que tienes que decirme, amigo mío.

Gregorio: - Y bien, pero perdóname si te hago daño: ¿Hay algo todavía entre tú y María Pabla?

J. Andrés: - Qué quieres ya que haya, Gregorio.

Gregorio: - Voy a decirte, entonces, lo que tengo en el alma. Hace mucho que yo la quiero a María Pabla, ahora es huérfana, si bien cuenta con Vds. que son como su propia familia, yo ya he vivido mi juventud, y, si Vds. y ella están conformes, quiero casarme con ella.

J. Andrés: - Y está muy bien, Gregorio. ¿Ya se lo has dicho a ella?

Gregorio: - No creo que le sea antipático, pero no me da oportunidad para hablarle ampliamente... Acaso sea, sin embargo, por aquello que le ha pasado, pero ella no tiene la culpa y yo la quiero lo mismo.

J. Andrés: (Sobresaltado) - ¿Y qué es lo que le ha pasado, que tú sabes?

Gregorio: - Y lo del "Comisario Rebenque".

J. Andrés: - Lo del "Comisario Rebenque". ¿Y qué ha sido?

Gregorio: - Que la riñó en el camino...

J. Andrés: - ¿Qué la ha reñido?

Gregorio: - Sí, así se dijo.

J. Andrés: - ¡Qué miserable!... ¡Y a mí no me dijeron nada! También para qué!... Pero qué miserable había sido el bandido ese!... Como si hubiera sabido cómo había yo de volver!... (Pausa) - ¿Qué grande y buen corazón tienes, hombre de Dios!... ¡La mereces!... Y está bien, Gregorio: ¡De no ser yo, que lo seas tú! ... ¿En qué puedo servirte, amigo mío? Estoy a tu disposición, ordéname.

Gregorio: - Ya te he dicho lo que deseo.

J. Andrés: - Pues, déjalo a mi cargo, Gregorio.

Gregorio: (En un impulso, instintivamente, tendiéndole la mano) - ¡Eres un hombre!

J. Andrés: - Si hubiera podido estrecharte tu noble mano amiga no me hubiera sido posible servirte, Gregorio.

Gregorio: (Recogiendo su mano que quedó tendida) - Perdóname, mi Sargento!

 

 

ESCENA V

Los mismos, Da. DOLORES y MARÍA PABLA.

 

Da. Dolores: (Entra con la pava y el mate) - Ahora sí está mi mate como para satisfacer al más exigente: agua bien caliente y yerba nueva. (Sirve y circula el mate durante la escena)

Gregorio: - Siempre Vd. doña Dolores, tan guapa y tan señora.

Da. Dolores: - ¿Y su mamá y don Pastor, Gregorio, cómo andan?

Gregorio: - Felizmente sanos y levantados, doña Dolores.

Da. Dolores: - Gracias a Dios.

María Pabla: (Dentro) - Sí, los caballos también hay que traerlos.

Da. Dolores: (Llamando) - María Pabla.

M. Pabla: (Dentro) - Señora.

Da. Dolores: - Ven a tomar un poco más de mate.

María Pabla: (Dentro) - Ya voy, madrina... Apúrense, Liborio, para que podamos salir al amanecer... (Entrando, a GREGORIO, al verlo) - ¡Eh!... Había estado Vd. Gregorio.

Gregorio: (Levantándose) - ¿Cómo le va, María Pabla? (Tendiéndole la mano)

M. Pabla: - Muy bien. ¿Y Vd., don Gregorio?.

Gregorio: (Al estrecharle la mano) - Hoy voy a tener un buen día: antes de ponerse el lucero se me hace visible el sol.

María Pabla: - Siempre Gregorio tan amable.

Da. Dolores: - Es la buena crianza de su casa.

Don Juan: (Dentro) - ¿Aún no ha llegado Marcos?

Juan Andrés: - Todavía no, papá.

Gregorio: - Ya no ha de tardar, don Juan. Se disponía a venir conmigo cuando lo llamaron unos compañeros. No sé qué es lo que están fraguando.

Da. Dolores: - No ha de ser nada malo. Marcos es hombre de toda mi confianza.

Gregorio: - Qué buenos modos tiene ese mozo; en nada se extralimita.

M. Pabla: - Y trabajador como pocos y de buen corazón como el que más.

J. Andrés: - ¡Y qué admirable compañero!... A mí, de los cabellos y arrastrándose, me arrancó de entre los dientes del enemigo.

Gregorio: - Y mirándolo, parece que no prometiera mayor cosa.

 

 

ESCENA VI

Los mismos y Doña RITA.

 

Da. Rita: (Entra. Es una sobra. Camina unos pasos en el silencio circunstante, luego mira recelosa en torno suyo y, de pronto, parece escuchar algo a la distancia, presta atención y en sus labios asoma y se va acentuando una sonrisa) - Ahora... sí... Ahora... Lo oyen Vds.?... En ese viene... Mi hijo querido!... ¡Y qué chusco y hermoso ha de venir!... Oyeron el silbato del tren?... ya debe estar viniendo a todo correr... Me voy, me voy, no vaya a ser que llegue en mi ausencia... Qué contenta... Qué contenta estoy... ¡Gracias mi dios!... (De pronto mira atentamente, uno a uno, a todos los presentes) -¡Eh!... ¿Qué les pasa?... ¿Por qué están todos tan serios? ... ¡Ah!... ¡Ya me explico!... Vds. ya no esperan nada... nada.... ¡Nada! (Sale lentamente por donde entrara)

 

 

 

ESCENA VII

Los mismos, menos Da. RITA.

 

Don Juan: (Dentro) - Dolores.

Da. Dolores: - Ya voy.

Don Juan: - No es necesario. Basta con que te deje una bolsa de almidón? (Don JUAN habla siempre desde adentro)

Da. Dolores: - Creo que será suficiente hasta que tengamos el nuevo, pero déjame la más grande.

Don Juan: - ¿Y de poroto?

Da. Dolores: - Deja dos bolsas.

Gregorio: - Voy a pasar yo, doña Dolores. Vds. ya van a estar ocupados y yo quiero amanecer en el pueblo.

Da. Dolores: - Como quiera, Gregorio, pero por nosotros no se preocupe.

Gregorio: - Es bueno que me vaya, pues pienso llegar de paso por casa. Muchas gracias, Da. Dolores, por su riquísimo mate.

Da. Dolores: - ¿Ya terminaron de hablar con Juan Andrés?

Gregorio: - Sí, doña Dolores, hemos terminado. (A MARÍA PABLA) - Sabe que he nombrado mi abogado, María Pabla.

María Pabla: - ¿Y para qué?

Gregorio: - Para que me ayude a ganarte el pleito.

María Pabla: - Si Vd. lo ha escogido debe ser en quien tiene fe.

Gregorio: - Tanto, que si él no puede vencer ya no hay otro que podrá hacerlo.

María Pabla: - Entonces va a estar muy bien atendido, y si es que no lo ganan, Gregorio, solo ha de ser porque es pleito que no puede ganarse.

Gregorio: - Bueno, adiós Juan Andrés, y una vez más, muchas gracias.

Juan Andrés: - Adiós, Gregorio. Déjame a mí tranquilo.

Da. Dolores: - Adiós Gregorio; y saludos por su casa.

Gregorio: - Muchas gracias; adiós.

(Sale GREGORIO)

 

 

ESCENA VIII

Los mismos y DEJESÚS, menos GREGORIO.

 

J. Andrés: (Después de una pausa) - ¿Qué piensa Vd. de Gregorio, mamita?

Da. Dolores: - Es un gran muchacho: buen hijo, serio y medido hasta en sus diversiones.

J. Andrés: - ¿Y tú, María Pabla?

M. Pabla: - Nunca he oído una mala recordación de él?

Dejesús: (En la puerta) - Mamita, dice Desideria si vas a ir a ver la leche antes del reparto.

Da. Dolores: (Levantándose) - Ya voy.

(Sale DEJESUS y detrás doña DOLORES. El mate queda en manos de M. PABLA, que lo estaban tomando. Terminado JUAN ANDRÉS y MARÍA PABLA, ambos en silencio, miran ansiosamente hacia la puerta por la que saliera Da. DOLORES, esperando su reaparición. Al no producirse, M. PABLA se decide, ceba el mate para JUAN ANDRÉS y sentándose a su lado, se lo ofrece)

J. Andrés: (Sin mirarla) - Ya he tomado mucho; es suficiente, María Pabla.

M. Pabla: - ¿O es que no quieres tomar de mis manos, Juan Andrés?

J. Andrés: - Siquiera a ti no quisiera cargarte con el peso de este residuo de vida.

M. Pabla: - Pero por qué dices eso Juan Andrés, pareciera que nos conociéramos de ayer.

J. Andrés: - Es que ni tú, ni mamá, María Pabla, pueden comprenderme. Esto que a mí me pasa no cabe en el corazón de una mujer; aún mi padre ya está viejo para comprenderlo en toda su extensión.

M. Pabla: - Bueno; toma tu mate, antes de que se enfríe y vamos a hablar. (Le acerca la bombilla y J. ANDRÉS, tras un titubeo, la acepta y chupa. Al hacerlo, MARÍA PABLA, involuntariamente maternal) - ¿Está bien caliente o preferirías que calentara más el agua?

J. Andrés: (Tras un gesto significativo) - ¿Adviertes, M. Pabla, que me hablas ya como lo hace mamita?

M. Pabla: - Pero cuantas cosas se te ocurren, ahora.

J. Andrés: - Bueno, dejemos eso, que no tiene importancia. ¿Sabes que tengo un encargo que me han hecho para ti?

M. Pabla: - Y dime de ti, ¿Ya no tienes nada que decirme?

J. Andrés: (Eludiendo la cuestión) - Gregorio te quiere, María Pabla, como mereces ser querida; es un buen mozo, ha recibido alguna instrucción, viene de gente conocida y está trabajando bien: como hombre no le hace falta nada para hacer feliz a una mujer, y quiere casarse contigo M. Pabla. (Pausa) - ¿Qué contestas?

M. Pabla: - Ya le he dado mi palabra a otro, Juan Andrés, y lo que he dado, ya lo he dado, del todo, definitivamente; ya es ajeno y no vuelve a ser mío aunque su dueño lo arroje en la mitad del camino porque ya no lo quiere o no le sirve más.

J. Andrés: - ¿Qué es lo que quieres decirme, María Pabla?

M. Pabla: - No es que quiera decirte, Juan Andrés; te lo he dicho.

J. Andrés: - Pero yo no puedo después de lo que...

M. Pabla: - ...Después de lo que me ha pasado... Es verdad, quién va a quererme más.

J. Andrés: - No digas eso; ¿qué culpa puedes tener de que al salir de la misa te salga una víbora en el camino y te muerda? ¡Quién va quererte más...! Y no lo ves a Gregorio, y no es por cierto porque lo ignoré.

M. Pabla: - Cuánto se lo agradezco... ¿Y tú, qué es lo que siendo el dueño y señor?

Juan Andrés: - ¡María Pabla...!

M. Pabla: - ¡Juan Andrés...!

Juan Andrés: - ¡Qué buena eres...! Sólo Dios sabe cuánto te lo agradezco... ¡No!, ¡no! ¿Desviarte del camino de tu felicidad para recoger qué a mi lado?

M. Pabla: - Déjame ir a elección de mi camino.

Juan Andrés: - Eso debe ser; pero nosotros, los que hacemos las veces de tu familia, no podemos, no debemos empujarte a que caigas al pozo aunque quieras arrojarte a él; nuestra obligación es detenerte.

M. Pabla: - No es el caso, Juan Andrés.

Juan Andrés: - Sí, lo es. Escucha, María Pabla: tú eres bella, eres joven, eres sana; delante de ti se tiende la vida amplia, limpia, larga, así como esos nuestros caminos del chaco que siguen y siguen en los campos, suben en las lomas, descienden en los valles, y siguen y siguen... Yo, en cambio, ya estoy para siempre detenido en un olvidado desvío del camino.

M. Pabla: - ¿Pero qué es lo que te falta tanto, teniéndonos a nosotros?

Juan Andrés: - ¡Qué me falta...! ¡No adviertes que yo ya no puedo hacer nada que haga grande y digna a la vida: yo no puedo agarrar la azada, no puedo pedir la bendición, no puedo abrazar a mi bien amada, no puedo defender mi nombre ni mi casa...! ¡No...! ¡No...! ¡Yo ya soy solo un residuo y la vida me ha dejado sin ración...! No, no, María Pabla.

(Inclina la cabeza y llora silenciosamente)

Don Juan: (Dentro) - María Pabla.

M. Pabla: (Levantándose) - Ya voy, padrino. (Luego rápidamente toma la cabeza de JUAN ANDRÉS, la inclina y le besa en los ojos, y sale huyendo. J. ANDRÉS queda silencioso, iluminado el rostro por una sonrisa triste.

 

 

ESCENA IX

 

         Se oye un tumulto de personas en movimiento y, a poco, aparecen MARCOS, Cabo LEÓN, DESMOVILIZADOS 1 y 2, quienes traen sujeto de ambos a "COMISARIO REBENQUE".

        

JUAN ANDRÉS, Cabo LEÓN, DESMOVILIZADOS 1 y 2, MARCOS, COMISARIO REBENQUE, y Diego, Don JUAN, Doña DOLORES Y MARÍA PABLA.

Cabo León: - Aquí está, mi Sargento, el bandido; aquí se lo traemos para que Vd. dicte su sentencia, que nosotros cumpliremos, sea lo que sea.

J. Andrés: (Que se ha puesto de pié, nerviosamente, adivinando la realidad) - ¿Quién es este?

Cabo León: - ¿Cómo es que no lo reconoce, mi sargento?

J. Andrés: - En el hervor de mi sangre, creo irle reconociendo. ¿Quién es, Cabo?

Cabo León: - "Comisario Rebenque", mi Sargento.

J. Andrés: (Saltando hacia "COMISARIO") - ¿Eres tú, bandido…? (Se detiene y es sacudido por un estremecimiento que, poco a poco, es vida con sus brazos paralíticos. Mirando y enseñando el prodigio) - ¡Gracias Dios mío...!

¡Y cuán a tiempo señor...! (Arranca de la cintura de uno de los presentes un facón. Blande, seguro y viril, la punzante y afilada arma, y luego a "COMISARIO REBENQUE") - ¡Vamos, defiéndete de un hombre, tú, bandido, asaltador de mujeres...! ("COMISARIO REBENQUE" saca de la cintura su facón y se traba la riña. Atraídos por el barullo se han asomado Don JUAN, Da. DOLORES, MARÍA PABLA, y demás, quienes miran, maravillados, el encuentro. Al cabo de un rato de lucha JUAN ANDRÉS ha desarmado a "COMISARIO", que queda inerme a la disposición de aquél que, con todas sus potencias, se dispone a darle el puntazo que ha de atravesarle de parte a parte. Ha tomado la actitud y ha iniciado el movimiento lentamente, como quien prolonga la duración de un hecho que le causa extraordinaria satisfacción, cuando inesperadamente se detiene, sacude negativamente la cabeza y dice) - ¡No...! ¡No...! Ya he manchado demasiado mis manos con sangre humana...! Bien es verdad que allá matábamos para defender nuestra patria, nuestra casa, nuestra familia...! ¡No...! Y ahora, aún más, ensuciarla con la hedionda sangre de esto bandido...! ¡No...! ¡No...! (A Cabo LEÓN) y otro que habían vuelto a sujetar a "COMISARIO REBENQUE" de los brazos cuando fueron desarmado) - Lárguelo que se vaya a perderse en los montes, entre sus semejantes, las fieras, siempre mejores que él... (Nadie se mueve, como resintiéndose a cumplir la indicación, por lo que al cabo de un rato, la impone de forma de un orden)     - Lárguenlo.

Cabo León: (Largando a COMISARIO REBENQUE) - A la orden, mi Sargento. (Los demás que rodean a COMISARIO se abren para darle camino a "COMISARIO REBENQUE" y sale pesadamente.

Juan Andrés: (Después que "COMISARIO" ha desaparecido, se vuelve a buscar, con los ojos, a los suyos en la felicidad infinita, pero reposada, de todo lo ocurrido; al encontrarlos los nombra en un grito que es casi un alarido de felicidad y los abraza, uno a uno) - ¡Mamita... ! ¡Papá...! ¡Mi María Pabla...! (Luego de abrazarla, al desasirse, pero conservándola en ceñida del talle con un brazo, mira el facón que tiene en la mano, como sorprendido de tenerlo) - ¡Me repugnan y me revuelven el estómago estas armas que matan...! Ya quiero sentir en las manos esas que nos limpian el alma: arado, machete, hacha, picana... (Arroja el facón, luego mira cariñosamente a cada uno de los presentes en la escena, comenzando en María Pabla el recorrido visual) - Ahora sí...¡ A la chacra...! ¡Al campo...! ¡Al monte...! ¡A vivir...! ¡A trabajar...! ¡A gozar...!

Liborio: (Dentro) - Ya estamos pronto, Don Juan.

Juan Andrés: (Mirando a todos) - Y nosotros también.

Marcos: - El pobre Pedro es lo único que falta.

Cabo León: - Voy a quedarme a reemplazarle a su lado, mi sargento.

Desmovilizado 1: - Y si tenemos sitio...

Desmovilizado 2: - ...Nosotros también...

Juan Andrés: - ¡Muy bien...! ¡Como en el Chaco, todos juntos y adelante...! Vamos...

Don Juan: - ¿Así te vas a ir, Juan Andrés?

Juan Andrés: - (Mostrando sus brazos restablecidos) - ¡Qué más quieres, padre mío...!

Don Juan: - Cierto, Juan Andrés... ¡A las carretas...!

Juan Andrés: - (A MARÍA PABLA, a quien siempre toma de ambas manos y mira en los ojos, con orgullo y cariño) - Y tú, ¡estupenda mujer de mi tierra!, gracias por todo cuanto hiciste mientras yo no podía hacerlo; pero, ahora, ya estoy de nuevo en mi puesto y te devuelvo a tu sitio: al lado de mamita... (A los DEMÁS) - Vamos...

 

(Salen TODOS, menos MARÍA PABLA y Da. DOLORES, quienes van a arrodillarse ante la imagen de la Virgen de los Milagros y comienzan a rezar, entre cuyos murmullos se oye, la voz sana, rotunda y viril de JUAN ANDRÉS, que canta).

 

Juan Andrés: (Dentro) - La ración completa

Me ofrece la vida

Después de tenerme

a agua y a pan.

Tengo el alma sana;

Tengo el cuerpo fuerte;

La ración de otrora

No me basta ya.

 

- Abre esa tranquera, Liborio... ¡Adelante...! ¡Jhosco...! ¡Ciervo...!

(Y cae lentamente el...

 

 

TELÓN 




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