JOSEFINA PLÁ, ESPAÑOLA DE AMÉRICA Y LA POESÍA
Ensayo de HUGO RODRIGUEZ ALCALA
SOBRETIRO DE
CUADERNOS AMERICANOS
Julio-Agosto de 1968
INTRODUCCIÓN
Es difícil que haya en América un escritor de los merecimientos de Josefina Plá tan poco conocido, ni una obra tan rica y valiosa como la de ella menos estudiada y menos comentada fuera del ámbito en que vio la luz.1 No es el suyo el aso el de un escritor novel, pero talentoso, cuyos libros, por lo recientes, no han llegado aún a las manos de los críticos que confieren el espaldarazo continental; es la de esta poetisa una obra excelente, aunque de interés mas local que universal. Hace más de treinta años que apareció el primer libro de versos de nuestra autora, y hace más de cuarenta que ejerce ella un papel rector en la cultura del país en que realiza su múltiple, extraordinaria labor intelectual y artística. De otra parte su poesía, como la de todo creador verdadero, profundiza con vigorosa originalidad temas universales a los que rebueva con apasionada intuición metafísica. Tampoco es suyo el caso de un escritor bien dotado y fecundo pero cuya inspiración no coincide con las corrientes intelectuales y artísticas de nuestro tiempo. Si, así fuera, se justificaría un retardó más o menos largo en la -estimación de su obra, como ha ocurrido muchas veces en diversos países: el intelectual o el artista, o por demasiado avanzado en el sentido de su mensaje, parece ir a redopelo de su época, siendo en realidad precursor de futuras vigencias intelectuales; o, a la inversa, por no militar bajo banderas prestigiosas de todos respetadas y atenerse a ideas o preferencias estéticas que hoy se consideran del todo extemporáneas, queda excluido del entusiasmo de las generaciones que deciden acerca de las reputaciones intelectuales o artísticas de una sazón histórica cualquiera.
Con Josefina Plá acontece precisamente lo opuesto a esto último: no sólo está, para usar una expresión favorecida por Ortega, a la altura de los tiempos, sino que a ella se debe en gran parte el que el medio intelectual en que vive haya logrado una cabal modernidad, por decirlo así, de la noche a la mañana, sin los vacilantes tanteos previos que suelen producirse en momentos de transición de una actitud estéril ya por lo extemporal, a una actitud fecunda y creadora dentro de la inspiración general de una época.
En este artículo, por consiguiente, será menester descubrir a la escritora, esto es, hablar de lo que a la altura de una obra coma la suya suele excluirse de los estudios por ser de todos conocidos y, por tanto, superfluo.
Este artículo, pues, contendrá un poco de biografía; hará luego hincapié en la obra de apostolado intelectual y artístico de la escritora y, finalmente, tras determinar los temas fundamentales de su obra, comentará algunos de sus poemas representativas. Habrá en él una proliferación de citas, casi todas de textos de la poetisa misma porque de esta manera el lector oirá a ella misma tomar la palabra y revelarse más directa y cabalmente. Sea, pues, su voz, en esta empresa de descubrimiento literario, la que mejor contribuya al propósito que informa nuestro trabajo.
De las Islas Afortunadas
al "Paraíso de Mahoma"
JOSEFINA Plá la mayor poetisa del Paraguay, y una de las más intensas de nuestro idioma, nació en una isla del archipiélago canario "un día tormentoso de noviembre de 1909".2 Sólo a los dieciocho años, a esta hija de las que los antiguos llamaron "Islas Afortunadas", le fue dado conocer la que sería su verdadera patria, el Paraguay. Porque á su nacimiento isleño, le esperaba un destino mediterráneo en el corazón de América. De este destino debió de tener una temprana, una oscura intuición en su niñez. El padre de la poetisa era hombre culto. Poseía una biblioteca abundante en "obras serias" aunque escasa en libros de entretenimiento, de ficción y de poesía. Acostumbraba el padre a leer en voz alta durante las largas veladas de San Sebastián, ciudad en que hacía unos años vivía la familia canaria. Una de estas veladas iba a resultar inolvidable para la futura escritora: el señor Plá leyó, en la sala de estar, un apasionante relato de las Misiones Jesuíticas del Paraguay. Era una historia edificante de conquista espiritual, de cristianismo activo y creador, en remotas selvas tropicales. Muchos años después, Josefina Plá, radicada para siempre en el país de aquellas selvas, ferviente misionera de la cultura en su patria de adopción, iba a consagrar muchas veladas a escribir luminosas páginas sobre el arte a un tiempo refinado y primitivo de los evangelizadores y evangelizados de las famosas Misiones.
Muy precozmente se le reveló la vocación literaria. A los ocho años había leído con gran placer los poemas homéricos y el Quijote, amén de Rousseau, Balzac, Flaubert y su compatriota Galdós. No había mucha literatura en verso en la biblioteca paterna, excepto el Romancero español, en que aprendió la música del octosílabo. "Luego unas amigas" -cuenta Josefina- me prestaron otros versos. . . "3 Esto, en cuanto a lecturas. Su iniciación literaria misma aconteció del siguiente modo: "Tenía yo seis años cuando, tomando un lápiz, escribí unos versos, los primeros. A los veinte años, recordándolos, reía; hoy se me humedecen los ojos evocando los premiosos latidos del corazón de aquella niña inclinada sobre un pedazo de sobre gris. Desde entonces he escrito mucho, quizá demasiado. Pero nunca ha dejado de urgirme hasta el quebranto la pregunta: ¿Por qué escribir poesía precisamente? ¿Por qué decir en verso esta tristeza, este desamparo, aquella esperanza? ¿No pudiera decirlo igualmente en prosa?... Y nunca, ni una sola vez, he dejado dé contestarme: No. No sería posible. En esa convicción encuentro ya el primero, el más indecible de los misterios poéticos"4
A los catorce años publicó sus primeros poemas bajo pseudónimo. Verse en letras de molde le dio valor y por ello publicó enseguida, bajo su nombre verdadero, en una revista de San Sebastián, otros poemas. La revista fue Donostia, y el ilustrador un dibujante cuyo nombre la poetisa no puede recordar y eso que parece él haber gozada de cierto prestigio artístico en España.
El mérito de los poemas, acaso puesto en mayor relieve por las dotes del ilustrador, no pasó inadvertido: "A los pocos días" -evoca Josefina- "aparecieron por casa unos señores muy desenvueltos portando unas cámaras fotográficas. Venían a ver a la poetisa prodigio. Me preguntaron si había leído a Rubén y Amado Nervo; les contesté que no; les pregunté a mi vez si habían leído a Baudelaire y Mallarmé, y me dijeron que no. Se fueron descontentos de ambas cosas supongo, porque no publicaron nada. Y yo tuve que soportar los rezongos de mi padre que había asistido a la irrupción con estupor. Pobre de mí; en adelante toda flaqueza en el estudio fue acreditada a la cuenta del maldito reportaje. . . "5
Por aquel tiempo estudiaba en España el pintor y grabador paraguayo Andrés Campos Cervera. Hacia 1920 había descubierto en Valencia su verdadera vocación artística: la cerámica. Pronto fue un maestro del arte del fuego, y tuvo discípulos. Fue en aquel tiempo cuando el artista conoció a Josefina Plá. Dejemos a ella misma evocar lo que pasó a poco del primer encuentro: "...Me enamoré" -dice Josefina-. "La casa retumbó de truenos premonitores. El novio, sin embargo, tras seis días de cortejo se ausentó para el Paraguay, y mi padre sin ablandarse por el prodigio de las Misiones Jesuíticas, predijo el receso y desaparición del malhadado doncel. Sin embargo cuando veinte meses más tarde llegó la petición de mano, aquello fue trágico. No sé cómo mis padres consintieron. Supongo que llegaron a la conclusión de que el hombre que había sido capaz de permanecer fiel rodeado de todos los hechizos tropicales, era capaz de todo"6
Andrés Campos Cervera y Josefina Plá se casaron por poder; ella vino sola al Paraguay en 1927.
¿Adivinaba ella que con este viaje al Paraguay se cumplía un destino vagamente presentido en los días de su niñez, en aquella velada de la casa paterna en que escuchó por vez primera la historia de las Misiones Jesuíticas? Ahora navegaba ella hacia aquel país tropical que en tiempos coloniales llamó Barco de Centenera "Paraíso de Mahoma" y de cuya hermosura tanto había oído hablar el artista que ahora era su marido. No se sabe qué pensaba entonces la poetisa recién casada y casi adolescente, pero lo cierto es que viajaba hacia la tierra en que le esperaba su destino: viajaba hacia su patria verdadera. Algunos años después (1934-1938) se encontraría ella de regreso en España con su marido. La guerra civil estallaría durante su estancia. Allí quedaría viuda entre la violencia atroz del odio fratricida. Perdido el esposo podría ella considerarse desvinculada del Paraguay y emigrar a México o a la Argentina o a otro país americano, si lo quería. Pero ella sabía ya muy bien entonces que el Paraguay era su patria. Y al Paraguay iba a volver sola, ahora, pero con un espíritu de misión y una oscura convicción de que su patria de adopción la esperaba, la necesitaba.
Mas no nos anticipemos. Volvamos al año 1927, -que es el del arribo de Josefina Plá al mítico país de las antiguas Misiones jesuíticas.
El matrimonio se instala en una casita de la calle Estados Unidos, en un barrio entonces apartado, de Asunción. Andrés Campos Cervera -después sería mejor conocido por su pseudónimo, Julián de la Herrería- es un hombre suave, parco de palabras y ademanes, muy modesto y afable. Una calvicie prematura lo hace parecer viejo, y la calma y lentitud de sus discursos acentúan su apariencia de vejez. Usa unos quevedos negros, con una patilla que el artista ha reparado con una sustancia plástica irreconocible. Detrás de los lentes le brillan unos ojos serenos acostumbrados a mirar atentamente las cosas. Bajo la nariz recta, bien dibujada, unos labios finos sostienen siempre una colilla apagada. Su semblante es sonrosado, plácido, imperturbable.
Josefina, entonces; apenas tiene dieciocho años. Es delgada, esbelta, tímida. En su fino rostro mate, los ojos verde azules arden de inteligencia.
La casita, construida por el mismo Julián, es de dos pisos. Al entrar en ella, el visitante sufre una impresión desconcertante, porque en su interior hay un contraste dramático de lujo y sordidez, de esplendor y de pobreza. La casita apenas tiene muebles; las ventanas -los ventanucos- no tienen maderas ni cortinas. Pero en las paredes sin revocar, en los rincones penumbrosos, sobre los pisos desnudos, se despliega una verdadera orgía de color, un estupendo tesoro de belleza: cuadros, estatuillas, platos enormes de cerámica, todo esto en una fiesta caótica de brillantes figuraciones mitológicas. Aquello parece el desván de un museo o una cueva en que se han escondida los tesoros robados de un museo.
Afuera, el pequeño patio: algunas plantas y árboles tropicales que nadie cuida. Y en un claro entre lo verde, el horno del ceramista.
Se advierte que el aspecto material de la vida no interesa en absoluto a la pareja. El horno es lo único que importa. Se diría que la casa estuviese allí para solamente proteger los productos de ese horno y nada más. ¿Macetas con flores, rosales del Paraguay, claveles de España? No, no hay tiempo para nada que no sea la belleza que no se marchita, la belleza a que el fuego confiere el brillo que no se opaca nunca.
¡Y cómo trabajan Julián y Josefina! El, con un sosiego imperturbable y sin descanso, imprime sobre la arcilla blanda la impronta de sus múltiples utensilios hasta que el plato, la estatuilla o la vasija, están listos para recibir los tintes que ha de transustanciar el fuego; ella, nerviosa y veloz, lo ayuda en todo. Ella es también ceramista, y a ella, continuamente, Julián consulta sobre este cacique que ha de tener una vincha de este o aquel juego de colores, o sobre este gran plato de motivo indígena.
- Mimí... ¿qué te parece esto?...
El está siempre, en el patizuelo, junto al horno. Pero Josefina tiene que abandonar la casa todos los días: ella es escritora, es periodista de vocación y destino. Y lo es también por necesidad, porque no sólo de arte vive el artista y mucho menos en el Paraguay. Josefina colabora en El Orden, La Tribuna, y La Nación. En el primero de estos diarios crea una sección bibliográfica de carácter fijo en que reseña libros de poesía. (Es la primera vez que esto se hace en el país). En 1928 la nombran corresponsal en el Paraguay de la gran revista argentina Orientación.
En estos primeros años de vida en común, sin embargo, aunque muy activa en el periodismo, la ex discípula de Julián de la Herrería sabe que ayudar a su marido como colaboradora y colega es su deber primordial. Sin su entusiasmo, su estímulo y su fe en el gran ceramista, la obra de éste acaso no hubiese nunca alcanzado la plenitud lograda en diez años de compartidos afanes.
En los meses de junio y julio de 1929 ayuda a Julián a realizar una impresionante exposición de cerámica en el Gimnasio Paraguayo. La exposición es un gran éxito. Con el importe de las ventas el matrimonio podrá después viajar a Europa y quedar alla más de dos años. Josefina halla tiempo para también trabajar como locutora en la primera estación de radio que hacia fines de 1928 se funda en el Paraguay. La suya fue la primera voz femenina que oyeron los radioescuchas de aquel país.
De 1930 a 1932 la pareja de artistas vivió en Europa. En Valencia, Julián de la Herrería llevó a la arcilla figuras de mitos guaraníes. En diciembre de 1931 el ceramista y su esposa realizaron una gran exposición en el Ateneo de Madrid. Josefina exhibió treinta y cuatro piezas.
De regreso al Paraguay en 1932, Josefina Plá es nombrada Secretaria de Redacción en El Liberal. Reinicia entonces su actividad literaria suspendida casi por completo durante su estancia en Europa. Con el actor y dramaturgo Roque Centurión Miranda emprende una campaña para la fundación de un teatro nacional y en noviembre estrena con él la pieza "Episodios chaqueños"7
Son estos años de intensa labor. La poetisa se multiplica para llevar sobre si casi toda la responsabilidad editorial de El Liberal y para ayudar a su marido, el cual va a tener los mayores éxitos de su carrera en América. En efecto, en 1933 Julián de la Herrería, Holdenjara, Delgado Rodas, Pablo Alborno y Juan Samudio hacen en Buenos Aires una exposición conjunta. El éxito es enorme para el ceramista, al punto de oscurecer el de sus compatriotas, todos pintores de mérito. Josefina ha trabajado incansablemente junto a Julián de la Herrería para asegurar el triunfo. Ha logrado, además, terminar una pieza teatral en colaboración de Centurión Miranda, titulada "Desheredado", y está corrigiendo el manuscrito de un libro de poemas que en 1934 aparecerá en la editorial de El Liberal. El libro se titulará El precio de los sueños y constituirá un hito en la evolución de la lírica paraguaya. Sin embargo pasa inadvertido porque la guerra del Chaco (1932-1935) absorbe la atención del país, el cual hace gigantescos esfuerzos entonces para asegurar la victoria final.
En 1935 Julián y Josefina parten para Europa por segunda vez. Julián va a Valencia y allí continúa sus experimentos artísticos en cerámica. Cuando a mediados del año siguiente el matrimonio se dispone a regresar al Paraguay, estalla la guerra civil en España. Una huelga general les impide llegar a tiempo para tomar el barco. En vano Julián intenta una y otra vez conseguir pasaje en otro buque. Mientras espera el momento deseado del retorno, inicia una nueva etapa en su carrera con una serie de cerámica en que estiliza motivos populares paraguayos. Es su culminación de artista del fuego. Y es precisamente entonces cuando la muerte le sorprende en julio de 1937 tras breve enfermedad.
Al fin, tras infinitos trabajos, su viuda puede regresar al Paraguay en abril de 1938. Está física y espiritualmente agotada; pero se repone pronto. Y es entonces cuando sola ya, va a realizar su inmensa obra de renovación literaria y artista en su patria de adopción. Da a conocer en Asunción a los poetas de vanguardia y a figuras de la literatura mundial el eco de cuyos nombres apenas llega por entonces al Paraguay; organiza una audición radial que lleva el nombre de Proal; da conferencias, escribe piezas de teatro con Centurión Miranda, piezas que en 1942 serán premiadas en el concurso organizado por el Ateneo Paraguayo.
Seria largo enumerar todos los múltiples aspectos de su actividad literaria y artística a partir de los años cuarenta. Baste decir que para el verano de 1946, Josefina Pla, que ha creado una escuela de cerámica, tiene cerca de cincuenta discípulos y que en el mismo año es nombrada secretaria de la Escuela Municipal de Arte Escénico, escuela en que también es catedrática de historia del teatro.8
APOSTOLADO INTELECTUAL Y ARTÍSTICO.
EL "AGGIORNAMENLO" POÉTICO.
PARALELAMENTE, con su sobrino político el poeta Hérib Campos Cervera y el hoy famoso novelista Augusto Roa Bastos, encabeza un movimiento de renovación poética en el Paraguay de enorme influencia en el país. A ella y a sus dos colaboradores -especialmente a ella- se debe el auge de la lírica en el Paraguay durante los años cincuenta y los que van de la sexta década.
Desde el periódico, desde la radio, desde la cátedra, en los corrillos de amigos, Josefina explica el sentido del arte nuevo. En cerámica, en dramaturgia, en poesía y ensayo, con verdadera pasión apostólica, incita a la juventud a ponerse a la altura de los tiempos en todas las formas de apreciación y de creación estética. Pero su apostolado artístico e intelectual es más que exhortación porque es ejemplo, ya que en su múltiple labor creadora va plasmando los valores estéticos e intelectuales cuya vigencia en el mundo exige sean animadores de la obra de la nueva generación.
El apostolado artístico de Josefina Plá ha sido más eficaz que el del malogrado Hérib Campos Cervera (1905-1953) aunque este gran poeta encarne hoy un símbolo del aggiornamento poético del Paraguay. Campos Cervera, en efecto, dueño de una fuerte personalidad cuyo magnetismo atraía a sí discípulos y admiradores a los prestaba libros y con quienes discurría con fervor que entusiasmaba y emocionaba, se resistía en sus conferencias y diálogos con amigas a precisar los problemas estéticos en forma conceptual. Josefina ofrecía además de la emoción la claridad de los conceptos. Pugnaba ella por esclarecer al máximum las aspectos irracionales del arte merced a un poderoso don de intelectualización que siempre ha manifestado en su prosa concisa y ágil. No se contentaba con impresionantes definiciones de un orgulloso esoterismo. Abordaba todos los problemas estéticos desde un punto de vista histórico y filosófico, sin desdeñar ningún momento de la evolución cultural cuyo análisis coadyuvara a elucidar el sentido histórico y la significación estética del arte nuevo en la historia de la cultura.
"Ciencia y técnica -decía- "que han derrotado el dogma representativo de la poesía clásica y romántica, han nutrido a su vez el germen de la nueva poesía, han ampliado el campo de la visión poética, abriendo al pensamiento zonas desconocidas o prohibidas. ¿Será menester recordar que el poeta, cuanto más personal, más expresa a su tiempo? El es suma y resultado de las fuerzas subterráneas que confluyen hacia la transformación social.... El es producto tan lógico de su tiempo como otra cualquiera manifestación social o científica. Admitido esto, se comprenderá el significado que para la moderna poesía hayan ejercido conquistas como las sociológicas y económicas, y, principalmente, el psicoanálisis. He dicho significado y no influencia; al menos entendida ésta como elemento psíquico consciente. La poesía moderna no es un derivado de tal o cual doctrina o teoría: ninguna poesía lo es. Pero paraleliza el desarrolla intelectual y social: la flor es producto del árbol, pero a la vez suma y compendio de lo que el árbol es y de lo que la especie del árbol será. Y así, la moderna poesía tiene por campo propio, zona de sus elaboraciones, esa zona psíquica, porción del mundo espiritual, cenicienta, cuando no ignorada, hasta ahora, de las disciplinas intelectuales: el subconsciente: aquello que Sócrates, hace dos mil cuatrocientos años, llamó 'su Daimón'".9
El Paraguay había salido vencedor de la guerra del Chaco el año 1935, pero las consecuencias de la guerra fueron muy penosas. No bien callaron los cañones cuando se deshizo la "unión sagrada" de los partidos políticos para defender a la patria, y comenzaron crueles luchas entre hermanos. El presidente de la victoria, coma se llamó al doctor Eusebio Ayala fue derrocado del poder, y él y el general vencedor, José Félix Estigarribia amén de multitud de sus partidarios fueron desterrados, confinados o encarcelados por una revolución triunfante a pocos meses del armisticio en el Chaco. A esta revolución siguió otra que derrocó al nuevo gobierno, y la vida espiritual del país amenazó bajar al nivel de atonía de los años del Dictador Francia. Quedó el país sin parlamento, sin prensa libre y con la universidad continuamente sacudida por huelgas violentas y por los furores de una demagogia desenfrenada.
A nadie podía interesar, en el caos en qué consistía la vida colectiva, nada que no se refiriese directamente a los angustiosos problemas de cada día. La incertidumbre era atroz. El fin o la continuidad de los gobiernos dependía del capricho de los militares. Las Fuerzas Armadas estaban en permanente rebeldía, latente o activa, y nadie se despertaba nunca a un nuevo día con la seguridad de que la Marina, o la Caballería o algún regimiento del Chaco se había sublevado o si se incubaba un golpe de Estado en el seno de alguna de las banderías en pugna.
Fue entonces cuando Josefina Plá, reincorporada ya a la existencia nacional, y haciendo caso omiso a la reinante anarquía y al consecuente desdén por las cosas del espíritu, comenzó la etapa más eficaz y decisiva de su apostolado artístico. Acaso supo intuir que un pueblo durante casi tres lustros consagrado solamente a cuestiones políticas de orden nacional o internacional, no podía menos de ansiar un cambio de afanes. Y Josefina, en una época de odios políticos, de intrigas y traiciones, alzó la voz para hablar de poesía. No predicaba la pacificación de los espíritus, la necesidad de una concordia fundada sobre ideales compartidos por todos. Ella no podía hablar como un político más porque no lo era ni lo es. Como poetisa y como artista sólo podía hablar de poesía y de arte.
Lo asombroso es que se la escuchó y que las semillas sembradas durante la tormenta fructificaron en pocos años con un vigor sin precedentes en la historia de la poesía y del arte nacionales.
Copio más abajo párrafos de una alocución de Josefina Plá mecanografiada, por curiosa ironía, nada menos que en papel oficial del Ministerio del Interior, el perteneciente a la Dirección General de Asuntos Políticos y Sociales de ese Ministerio. ¡Qué prodigiosa incongruencia! Porque aquel Ministerio era el lugar menos propicio del mundo para que en papel con su sello y membrete se dijera:
"Los poetas modernos parten, en su reivindicación de un nuevo contenido, del simple argumento de la evolución. Todo, bajo la mirada de Venus Urania, evoluciona: y la lírica no puede ser excepción; máxime cuando su gráfico histórico obedeció hasta ahora a la ley progresiva. Quedamos, pues, en que la poesía está sujeta a evolución: pero es más: los nuevos líricos afirman que la actual época es aquella en la cual la poesía tiene carga de arte representativo".
"Sabemos que la evolución, si es inflexible, no es omnilateral y simultánea: las artes no evolucionan paralelamente todas, a pesar de sus biológicas interdependencias, o quizá a causa de éstas mismas. Cada arte tiene su época climatérica, y mientras el ciclo no se completa, no le llega nuevamente su hora. Porque cada edad, cada civilización, poseen su ritmo espiritual, y las artes son las formas diferenciales de ese ritmo: si Grecia cuaja sus excelencias estéticas en la escultura, el Renacimiento lo hace más bien en la pintura, y el ochocientos en la literatura. La arquitectura llena el dilatado medioevo, porque la arquitectura es el arte de las épocas de espiritual cohesión; de ideal colectivo, o de organización social férrea. La música florece al decaer las artes plásticas y como acompañamiento a la sorda marejada espiritual de la que, agotado ha rato el magnífico impulso renacentista, se prepara a surgir la Enciclopedia. La poesía recibe nuevo empuje en las grandes crisis espirituales de la civilización, cuando el individuo, en el derrumbe de todas las estructuras éticas y sociales, se ve enfrentando de nuevo al cosmos y abocado a reconquistarlo, a recrearlo, renovándose en una acción fáustica. No es, de extrañar, pues, que la literatura sea, desde hace dos siglos, y en `tempo' constantemente acelerado, el arte de elección. La literatura, de todas las artes la más inmediata al cauce primordial de expresión, el lenguaje; que es el mismo lenguaje en culminante valor oracular. ¿Acaso el hondón humano, turbado y removido como nunca, no ofrece hoy una de las más terribles crisis que la humanidad pueda recordar?"10
Como se ve, la poetisa que postula la renovación de la poesía, lejos de contentarse con exaltar los valores estéticos actuales y declarar extemporánea la etapa poética superada, plantea el problema del arte moderno a la luz de un riguroso esquema histórico-filosófico y con argumentos fácilmente accesibles al público que la escucha o que la lee. De este modo convierte en problema grávido de incitaciones intelectuales la necesidad de estar al día en estética y despierta, en quienes han de meditar sus palabras, un sentimiento de amor propio que no ha de admitir el bochorno de que el país vaya a la zaga de lo que impera en el mundo de la cultura. Evita la poetisa crear un contraproducente antagonismo hacia la nueva estética precisamente porque no ataca a la estética anterior sino que la sitúa en la historia, en el momento histórico en que satisfizo las demandas de la sensibilidad contemporánea. Con sagacidad dialéctica, sí, hace hincapié en el hecho de que el tiempo nuevo, por inexorable ley histórica, exige un arte nuevo. Y esta exigencia ella la hace comprensible con un esfuerzo conceptual en que hay respeto por la inteligencia a que es dirigido. Quien sea dueño, en efecto, de una cultura general más o menos amplia, se sentirá respetuosamente invitado a considerar unas ideas sobre estética que tienen relación íntima con ideas de carácter histórico cultural que le son familiares a través de lecturas no directamente vinculadas con los problemas del arte.
"Desde la Enciclopedia" -anota la poetisa- "primera manifestación organizada de la enorme crisis, sensibilidad e intelecto han puesto a prueba multivaria su resistencia, sus resortes. El dolor, ese signo del querer, que es signo de vivir, se profundiza; opera en una humanidad cansada, sin centros de gravedad espirituales, y sedienta cómo nunca de paz y de justicia. Las conquistas de la ciencia crecen, y la cultura se distribuye y extiende como nunca. La libertad psíquica, como cualquiera otra libertad, plantea un problema: problema de transformación de energías, que la masa humana resuelve en destrucción, y que el individuo hiper-sensibilizado y aislado, el artista, resuelve en el clamor, aún inarticulado, del arte moderna, de la poesía moderna. . ."11
Vale la pena transcribir estas ideas de Josefina Plá con que, entre la tercera y la cuarta década del siglo, despertó la conciencia artística de un pueblo, hoy que las cosas han cambiado tanto, hoy que aquéllas se han incorporado fecundamente a la concepción estética de generaciones nuevas y lúcidas, capaces ya de orientarse a sí mismas con seguro instinto creador. Oigamos, pues, esa voz de ayer que, predicando en el caos supo suscitar núcleos de espiritualidad fervorosa y alerta:
"El objeto de la poesía no es trasuntar la realidad, sino acrecer sus fronteras. No es un espejo: es una antorcha. La poesía empieza donde lo real termina; y su misión es crear nuevas realidades. Harto se concibe que, para el poeta moderno, lo irreal no es lo que no tiene existencia absoluta, sino sencillamente, lo que no la tiene todavía: lo no -real poético es lo real- lo no emergido, la realidad en camino de ser... La poesía adquiere rango de liberadora: su misión es ‘abrir la puerta a las nuevas almas’: hacer conciencia lo subconsciente. De aquí que los poetas modernos reclamen para su poesía materia inagotable; poesía vieja y moderna se hallan, en relación dimensional con sus respectivas zonas de dominio en el yo: consciente y subconsciente. Lo subconsciente, en el océano interior, representa el inexplorado fondo abismal; lo consciente, los picos isleños, aislados aquí y allá en la inmensidad del mar, solitarios pero entroncados en la formidable continuidad de las cordilleras submarinas. Las palabras de Platón, 'saber es recordar', podrían ser divisa moderna. Por otra parte, el subconsciente es el territorio humano en que hombre y cosmos toman contacto, y en el cual es dado, en sumos momentos entrañables --vale decir, poéticos-- percibir, auscultar el enorme latido placentario. Cada individuo es un archivo viviente de humanidad; la historia de ésta yace en esa zona psicocósmica, maravillosamente dilatada y rica de secretos. Dé aquí que el arte en general y la poesía en particular, puedan considerarse como la solución, en plano psicocósmico, de las cuestiones que plantean de continuo ciencia, filosofía y religión: y su procedimiento psíquico -que es su vehículo a la vez- la imagen, vendría a ser según Pablo de Rokha, 'la captación intuitiva del arquetipo individual y colectivo'".12
Tocante a la forma misma, Josefina Pla se afana en explicar el sentido de la nueva poesía: "Para el poeta actual, la forma no es un molde previo: es función del fondo. Si el estilo es el ritmo creador, su virtualidad está, congénita, en el mismo élan de la creación personal: es como su dinámica.
"Imposible, pues, verter la nueva poesía en los moldes -palabras, giros, imágenes- de la poesía de ayer. Esta es concepto: la nueva es intuición. El ‘tiempo’ estético de los frisos helenos no serviría para traducir la lucha, el ritmo sicofísico del trabajo moderno en minas, fábricas y trincheras. Se impone la renovación de la materia poética, el lenguaje... Poeta de novación y poeta de novedad son cosas distintas. Y los distingue el signo tan simple como el apriorismo. Apriorismo es concepto, y concepto e intuición son hechos opuestos por el vértice: la ordenación consciente no produce poesía, como no se obtienen vástagos de ojos azules ingiriendo añil...".
En otro párrafo en que postula una radical renovación del lenguaje poético, agrega: "Es la forma la que desconcierta al público trotero de la rutina: la ausencia de ritmo pegadizo, de rimas vita licias, de los símiles repetidos a lo largo de lustros, como si poseyeran un empleo fijo a sueldo de las musas. ‘¡Es una revolución!’ dicen. Sí, una revolución, si así os parece..."13
Esta revolución preconizada por Josefina Plá no tardó mucho tiempo en triunfar a orillas del río Paraguay. Los primeros adeptos fueron, como era de esperarse, los mejor dotados. Augusto Roa Bastos, el más entusiasta de los discípulos y pronto colaborador de la poetisa, se unió en seguida al movimiento renovador y en un memorable ensayo titulado "Sobre el sentido ascético de la poesía nueva", inició su apostolado intelectual. En los primeros párrafos de este ensayo, rindió homenaje a su maestra en palabras que deben aquí copiarse: "Débole a Josefina Plá... el acceso a una espiritual convicción de lo que el arte nuevo encierra coma actitud o estilo fundamentalmente innovados... Mi gratitud proviene... de haberme sabido enseñar ella con el ejemplo de su obra literaria ese género de humildad que va engendrando, en lenta y progresiva iniciación, una acuciosa apetencia de sinceridad...".14
"TEMOR A LA POESÍA".
CREACIÓN POÉTICA COMO MUERTE Y RESURRECCIÓN.
Más de veinte años después, el mismo Roa Bastos publicó en la Revista Hispánica Moderna un trabajo (ya aludido en la nota Nº 1) titulado "La poesía de Josefina Plá", del que vamos a subrayar una idea importante. Se refiere a la actitud de la escritora ante su propia creación, o, mejor dicho, a su "temor a la poesía". Para explicar ese temor, Roa comenta un poema que Josefina Plá no ha recogido en sus libros, fechado en 1948, y titulado "... Y temerás al poema", el cual comienza así:
... Y temerás al poema, a tu poema,
que te late en las venas tu mudanza,
como se teme al hijo cuyo latir preanuncia
total desgarramiento de la entraña...
Para Roa en estos cuatro versos está el credo poético de su maestra y, además, su credo humano. "Esto es" -agrega- "temor y sufrimiento de la pasión moral para asumir la creación poética -al igual que la biológica- en toda la plenitud de un acto que siendo de libre elección es a la vez irremediable e irrevocable. Temor y sufrimiento en el sentido de la angustia existencial ante la inminencia de toda transformación: "…Gemelo del terror a la agonía será el temor al poema en tu sustancia... ". Temor y sufrimiento, en suma, derivado del agónico conflicto entre el instinto de la vida y el instinto de la muerte que engendra toda metamorfosis carnal o espiritual; entre el primario sentimiento de culpa que lacera oscuramente al ser consciente por el hecho de haber nacido y la ansiedad de retornar y disolverse en la nada para eludir esa culpa originaria –estigma de nuestra condición mortal- que sólo puede rescatarse dando vida a un nuevo ser- poema o hijo- a expensas de la propia negación y anonadamiento"15
Roa Bastos ha elegido con acierto el poema aludido para indicar la profunda seriedad que informa la poesía de Josefina Plá, gracias a un texto en que advierte la coincidencia de un credo, poético, y de un credo humano.
Esta seriedad que arraiga en obsesiones metafísicas debe ser ilustrada con dos declaraciones de la poetisa misma. Según la primera, "Crear más intensamente es sólo una forma de más intensamente morir. La poesía es la forma más agudamente visible de la muerte". Muchos años después la autora de Invención de la muerte, iba a completar esta definición confiriéndole un nuevo sentido, pues sin renunciar a la idea de la necesidad de morir que involucra , el crear, afirmaría que poesía es, si, muerte, pero que es, también, resurrección. En efecto, en 1964 publicó en Buenos Aires una breve confesión literaria -llamémoslo así- bajo el título de "Visión de la poesía" en cuyo último párrafo afirmaba:
Poesía es huir de sí mismo restituyéndose al propio tiempo a la más profunda dimensión, enajenarse y por ello reintegrarse a plenitud del ser; desangrarse hasta la última gota para poder resucitar. Quizá sea esta última aproximación la que más me seduce. Resucitar. Resurrección lleva consigo una victoria. Y una fuga. Una victoria irreversible para este perenne derrotado. Una evasión para este perenne prisionero que es el hombre.16
LA OBRA POÉTICA
Josefina Plá ha publicado hasta la fecha un libro y cuatro cuadernos de poesía, cuyos títulos, respectivamente son: El precio de los sueños (1934), La raíz y la aurora (1960), Rostros en el agua (1963), Invención de la muerte (1965) y Satélites oscuros (1966). Lo publicado, sin embargo, es una parte mínima de una ingente obra todavía inédita que constantemente crece y evoluciona.
Algunos críticos han subrayado la significación de su primer poemario, El precio de los sueños. En este libro ven un hito importantísimo en la historia de la lírica paraguaya. Aparecido un año antes de la terminación de la guerra del Chaco, no pudo interesar en aquel tiempo a un pueblo absorto en las vicisitudes de la gloriosa campaña. Pero más tarde fue leído y estudiado por dos generaciones de escritores hasta el punto que algunos de los poemas son sabidos de memoria de innumerables lectores. Aconteció no hace mucho, en Asunción, que al final de una conferencia cuyo tema fue precisamente la poesía de Josefina Plá, alguien elogió El precio de los sueños en un corrillo formado en torno a la poetisa, y entonces, simultáneamente, como si se hubieran puesto de acuerdo, varios de los presentes recitaron el comienzo de "Novio de mis quince años", cuyas dos primeras estrofas dicen:
Novio de mis quince años: el del rizo rebelde
sobre la frente hermosa de osadía:
¿Qué se hizo de los sueños de aquel verano alegre?
¿Qué se hizo de tu vida que pudo ser la mía?
Las penas que acunaste, la alegría
que fue luz en tu frente, ¿en qué labios vertiste?
¿A qué otra virgen de anchas pupilas ofreciste
la copa de tus ansias que era mía ?...17
Se sonrojó la poetisa al oír en labios ajenos estos versos de su primera juventud, manifestando asombro sincero de que precisamente ese poema fuese el más conocido, pues otras veces lo había ya advertido y ahora volvía a verificarlo en el día mismo en que se rendía tributo a toda su obra, la de la juventud y la de la madurez. Lo que ha popularizada este poema de El precio de los sueños, pese a las protestas de su autora, es precisamente una calidad espiritual que puede atribuirse a todo el libro de 1934: una profunda sinceridad que se expresa con un desgarramiento íntimo. El tema amoroso, así, se hace conmovedor y el poema interpreta una manera universal de sentir un viejo dolor cargado de nostalgia hondamente vivida, genuina. Y, en efecto, el libro de 1934, aunque obra juvenil, representa en la lírica paraguaya el ahondamiento de la expresión emotiva, la "sincerización'' de temas que antes solían ser solamente temas y que ahora eran poesía.
A veces, pero no muchas veces, la poetisa joven parece solazarse en la música de las palabras, en el deleite de la rima:
Un ensueño materno me hizo azul la pupila.
Me hizo amar el misterio una noche tranquila... 18
Si no es esto pura delectación en los valores musicales de la palabra, es sí narcisismo femenino. De esto se desprenderá pronto la lírica atormentada de Josefina para hallar en lo más hondo de su ser la palabra justa portadora de entrañables sentires. No obstante, ya en El precio de los sueños están poetizados con precocidad admirable los temas constantes de toda una vida de creación: Amor, Dolor, Muerte y Anhelo Imposible. Así, el poema de que acabamos de citar los dos primeros versos, constituye algo coma un programa de poetización de obsesiones. Se titula el poema "Los dones". Los ha recibido ella, primero, de la madre; luego, del mar; luego de un innominado Daimón de la infancia y, finalmente, de un estío remoto. Dice el poema en sus lacónicos pareados:
La visión del mar libre me alargó la mirada;
mi alma, de sus salmueras quedóse traspasada.
Una voz, en la infancia, me dictó el verso, y dijo:
"¡Sabe que cada verso del dolor será hijo!"
Un estío me trajo amor, rojo presente;
¡y amor me da dolor, inagotablemente! 19
El mar, que le alargó la mirada, le ofreció el don del anhelo; la voz, la profecía de que el verso será hijo, del dolor, será dolor, sin más (como ella mucho después lo afirmará en lenguaje más patético) ; y un estío le trajo el don rojo del amor, el cual a su vez le habrá de dar dolor "inagotablemente". Hace casi cuarenta años -o acaso más- que Josefina escribió estos versos. Son muy inferiores a los de su madurez, pero con lucidez profética, insistamos, anuncian los temas de toda su futura poesía. Sólo ésta, en apariencia ausente, el tema de la muerte. Pero solo en apariencia porque para la autora de Invención de la muerte poesía y muerte se confunden.
Ahora bien, el tema mismo de la muerte -la muerte propia anticipada, o la que llamará más tarde la muerte inventada- está en El precio de los sueños desarrollado en forma madura y elocuente. "Un día" -dice la poetisa en el poema así llamado:
Un día, en el camino familiar
la huella de mis pasos cesará
de imprimirse. La luna seguirá
su ronda melancólica en el cielo,
y el pasto fino como el terciopelo
crecerá en el sendero. El blando vuelo
de la azul mariposa, fingirá
pétalo errante; el álamo será
como un rumor de lluvia. Pero ya
el nuevo amanecer no ha de mirarme,
¡y entre la niebla en que he de disiparme,
toda la luz del sol no me hallará!
¡Qué hermosos estos dos últimos, versos tan expresivos del ineluctable fin de la vida, en que idea y sonido verbal coinciden maravillosamente en figurarnos la volatización de nuestro ser entre la misteriosa niebla del presentido morir!:
¡y entre la niebla en que he de disiparme,
toda la luz del sol no me hallará!
¡Sí, ni lo más poderoso y abarcador de nuestro universo -toda la misma luz solar- no ha de hallar el ser volatilizado de la mujer hoy veinteañera intuidora de su propia aniquilación!
Un ejemplo conmovedor del entrelazamiento de los temas del amor, el dolor y la muerte, es el poema "Dame... Y", escrito en diciembre de 1937, es decir a pocos meses del fallecimiento de Julián de la Herrería. La joven viuda le pide a su muerto:
Dame, mi ausente, el signo de tu ceniza. En ella
agrisaré mi pelo, amargaré los labios.
Mi cabello, que aun sabe del amor de las brisas;
mis labios, que aun recuerdan el sabor de los besos.
Dame, mi muerto, nieblas de tu última mirada.
Con ellas velaré las pupilas audaces,
extinguiré los brillos de los domingos nuevos
que como girasoles florecerán mañana.
Dame, tú que te has ido, los fríos de tu boca.
Con ellos, de mis sienes aplacaré la fiebre.
Quien sobre un pecho en hielo durmió una noche entera,
sabe ya de la vida terrible de la piedra.
Dame, voz adorada, tu más largo silencio.
Dámelo. Haré con él la venda de mi herida,
la almohada de mi angustia. Haré el vestido
con que han de amortajar á mi esperanza.
. . . Y me darás tus huesos. Con ellos en los míos,
agotaré los astros de la noche más nuestra.
Por el camino blanco de las eternidades
mi polvo, con tu polvo, se irá tras las violetas.21
¿Hay algo de "Los sonetos de la muerte" de la Mistral en este triste poema? En la dedicatoria de La raíz y la aurora, escribe Josefina: "A Gabriela, la augusta. . . ". Pero aquí no interesan fuentes ni influencias. El poema es de los más auténticamente expresivos del sentimiento trágico que informa la obra de Josefina Plá. No desgarra Josefina, como los antiguos, sus vestiduras en el dolor de la viudez, ni se lastima el rostro. Ella, sí, pide la muerte de su muerto. Quiere llenar su vida con la muerte de quien la dejó sola. Por eso pide la ceniza de él que ha de agrisar su cabellera. Pide las frías nieblas de la mirada muerta para velar con ellas el brillo de la suya y cegarse a la gloria de los mejores días por venir. Y quiere el frío de la boca muerta, quiere el silencio de la voz difunta, quiere los huesos del amado yerto. En suma, la elegía no es en rigor un canto fúnebre sino una dolorida imploración a la muerte hecha a través de un muerto, por intercesión de un muerto a quien ansía unirse para marchar con él.
"por el camino blanco de las eternidades..."
Muchos son los poemas de Josefina en que se oye cómo de un oscuro cauce por el que ruedan tormentosas aguas el rumor acezante de una desgarradora voluntad de muerte: son los poemas a Julián, "varón de su deseo, criatura de sus besos". Pero hay otros poemas suyos, no elegiacos, en que resuena una pareja voluntad de muerte. Y ésta se debe acaso a una fascinación por el misterio, a un prurito de descorrer el último velo. O acaso a un "morir porque no se muere" que traduce un ansia paradójica de más vida en espíritu para quien la muerte promete ser suprema forma de plenitud. Ahora leamos otra composición, ésta también inspirada por "el ausente", en que Amor, Dolor y pregusto de Muerte son temas fundidos en una sola, desconsolada y desolada lamentación:
TUS MANOS
De las más hondas raíces se me alargan tus manos,
y ascienden por mis venas como cegadas lunas
a desangrar mis sienes hacia el blancor postrero
y tejer en mis ojos su ramazón desnuda.
En mi carne de estío, como en hamaca lenta,
ellas la adolescente de tu placer columpian.
-Tus manos, que no son. Mis años, que ya han sido.
Y un sueño de rodillas tras la palabra muda-.
... Dedos sabios de ritmo, unánimes de gracia.
Cantaban silenciosos la gloria de la curva:
cadera de mujer o contorno de vaso.
Diez espinas de beso que arañan mi garganta,
untadas de agonía las diez pálidas uñas,
yo los llevo en el pecho como ramos de llanto.22
Este soneto asonantado -si así puede llamarse esta composición-, escrito en 1939, esto es, a dos años de la muerte del esposo, asombra por su mezcla de fúnebre obsesión y de pungente erotismo.
En efecto: la poetisa ve alargarse las manos de su muerto y desgarrar su ser a través del flujo de sus venas hasta llenarla de la muerte ajena. En el segundo cuarteto, las mismas manos columpian -dice- a la adolescente del abolido placer. Esto es, a la adolescente que ella fue, la poetisa, en los rojos días del amor. De modo que al trágico hoy se une el feliz ayer; al duelo de hoy y la obsesión de unas manos muertas, se funde el recuerdo del gozoso ayer. Porque hoy, esas manos ya no son. Y la juventud de la amada, ya no es más que la trágica ilusión unida al sueño fúnebre.
El primer terceto refuerza poderosamente la emoción del poema: las manos del muerto van a ser identificadas con las calidades que le fueron más propias: esas manos muertas han sido manos de artista. Aquellos dedos tenían la ciencia del ritmo y de la gracia
Y eran por ello más eficaces en el amor por su sabiduría de la belleza y del placer estético. De aquí que
Cantaran silenciosos la gloria de la curva:
cadera de mujer o contorno de vaso.
El tema del dolor estalla en el segundo terceto: aquellos sabios dedos son hoy "diez espinas de beso que arañan su garganta" y son "ramos de llanto" que lleva sobre el pecho.
Este enamorado vivir en el dolor por un muerto inolvidable, con el alma absorta en la memoria de ese muerto, obsediada por la presencia ubicua y física de ese muerto, va familiarizando a la poetisa con la muerte como si la losa de un sepulcro fuese puerta de piedra que se le hubiese abierto a intuiciones del gran misterio que es nuestro común destino ineluctable.
Y esta familiaridad con el horror de lo desconocido inspirará más tarde poemas como "De noche" y "Nadie le bese", de Invención de la muerte. El primero de ellos, comienza así:
Pasos
De noche. En una noche cualquiera. Bajo la noche.
Pasos
que tendrán la misma medida de tu pulso.
Una ráfaga leve pasará presurosa
alertando a las hojas para un color distinto...
Y hacia el final del poema:
Pasos que sonarán como reloj que se despierta
de su sueño enmohecido
señalando una hora que ya no es de este tiempo.
Los pasos desde un sótano que nunca hemos abierto.
Pisadas por las cuales pasan
de largo todas las visitas que aún se esperan.
Pasos que volverán. De noche. Cualquier noche.
Bajo la noche... Pasos23
Así, misteriosamente, formula la poetisa esta ensoñada anticipación de la hora "que no ha de ser de este tiempo", es decir, no del tiempo nuestro sino de la eternidad. Ninguna línea del poema nombra a quien ha de dar esos pasos. Y acaso por eso misma, esos terribles pasos que resuenan desde el principio hasta el fin asumen su calidad de obsesión largamente sufrida, su resonancia familiar de pesadilla que se repite en negra sucesión de noches de vigilia y duermevela.
Esta poetisa de la muerte que, según Roberto Juarroz, para "crearnos la muerte... ha debido previamente realizar la gran paradoja: crear antes la vida",24 es como tantos poetas de inspiración afín, una enamorada de la vida y de los mayores anhelos que en ésta se dan: los anhelos imposibles. Ya habíamos anticipado este aserto al determinar sus temas.
Veamos ahora un poema representativo de su temática del amor, y, en seguida, de la de los anhelos impasibles.
Pero antes dejemos constancia de que para Josefina Plá, el amor que se hace poesía se confunde con un anhelo imposible. Si tal no acontece, podrá haber amor en el poeta que canta su canción, pero en ésta no habrá a menudo verdadera poesía. Fundo este aserto en una carta personal de Josefina, fechada en Asunción el 12 de septiembre de 1949, en cuya segunda página se lee: "La poesía paraguaya canta demasiado el amor que se tiene: de ahí su sabor, casi siempre caduco. Cuando se comienza a cantar el amor que no se tiene... cuando éste es irrealizable, entonces comienza la poesía a contagiarse de trascendencia, a hacerse vital, a mi ver...".
La declaración es interesante porque revela el enlace, o, si se quiere, la correlatividad del tema del amor por una parte y del anhelo imposible, por otra. Y este tipo de amor -el irrealizable- que se da en la vida, y este tipo de anhelo -el imposible-, que también se da en la vida, revelan a su vez en la poetisa a una gran amadora de la vida. En efecto, el ansia de más y más vida -no sólo la que se vive sino la que se quiere vivir-, hace que ella cante las máximas tensiones que se dan en su vivir, y cuyo secreto último acaso se encuentre en el reino de la muerte.
Lo que ahora nos interesa es mostrar que en la poetización del amor lo que ella se propone expresar es la trascendencia del hecho mismo de amar.
Leamos, por eso, el poema titulado "Concepción". Es un poema inspirado por la experiencia del amor, del amor físico, en que la referencia al acto sexual tiene pareja "castidad esencial" á la hallada en Carmen Conde por Dámaso Alonso. Dice:
Me tendrás a tu lado. Me besarás. Y luego,
como al moreno cántaro que espera al fin del surco,
a mi sumiso cuerpo se alargarán tus brazos.
Se saciará tu sed: la exigua sed de un hombre.
De mi lecho después, en largas madrugadas
hacer creerás el blanco camino del olvido.
Y sin embargo, ciego piloto de mi entraña,
conmigo habrás llegado por una noche sola,
a la encantada playa donde no está tu muerte.
Por el nocturno río caliente de mi sangre
irán tus ojos lejos, para jamás volverse,
tu voz prenderá en roca para perennes ecos.
Tu no lo sabes, hombre, tú no lo piensas, ciego.
Esta noche mi cuerpo será, ¡ah antiguo nauta!
el puerto de que zarpen las naves de otra aurora.
No nos detengamos a considerar la belleza de estos versos sino a subrayar su sentido. Nada digamos, por ejemplo, de este pensamiento poético asombrosamente expresivo de la urgencia amorosa:
Y luego,
como al moreno cántaro que espera al fin del surco,
a mi sumiso cuerpo se alargarán tus brazos...
Consideremos, sí, la significación trascendente de este breve canto erótico. ¿Qué es el amor, en su última cifra, según la poetisa? La respuesta es bien clara: el amor, en ella, es ansia, hambre de eternidad. El amante, gracias al acto, ha de llegar
a la encantada playa donde no está su muerte;
es decir, el hombre, ciego, no sabe que por el amor se librará de su aniquilación; que el cuerpo de la mujer que posea será una fuente de nueva vida en que ha de perpetuarse la vida de él, y, claro está, la de ella.
En verdad, esta mujer estoica y ascética se diría que se hace eco de aquella célebre sentencia de Epicteto, en que el filósofo reprende a los hombres, ciegos como el del poema, ignorantes de la trascendencia del acto a que se entregan.
El amor, hambre de eternidad, asegura a la pareja amorosa la perduración de su carne en el ancho río vital que ha de brotar del pasional abrazo. La poetisa lo asevera así, en metáfora también fluvial: el ser del amante, tras navegar en el caliente río nocturno de la sangre de la amada, sabrá que en la noche de amor, el cuerpo de ella será:
el puerto de que zarpen las naves de otra aurora
¡Cómo ha poetizado Josefina la trascendencia del abrazo erótico en lo que mira a la perduración del ser de los amantes en criaturas que se les asemejarán y repetirán el prodigioso milagro de la vida! La poetisa no alude con énfasis a su propia salvación del total anonadamiento sino a la salvación del amante, esto es "del ciego piloto de su entraña". En efecto: sólo en un verso le dice al amante
conmigo habrás llegado por una noche sola
a una playa sin muerte para él. Arribará a esta playa encantada, sí, con ella. Pero lo que es más claro en el poema todo es el sentido de generosa dación del "sumiso cuerpo" de la mujer. Porque por la sangre de este cuerpo, por el caliente rio de la sangre de este cuerpo, los ojos del amado harán el viaje de su perduración y, la voz del amado, la misma voz cuyo acento será luego repetido, "ha de prender en roca para perennes ecos".
EL TEMA DEL ANHELO IMPOSIBLE
"Imposible ausente" se llama un poema de La raíz y la aurora, fechado en 1945. Confieso que la primera vez que lo leí, recién recibido el libro, no llegué a entenderlo bien. El estilo de Josefina, sobrio, conciso, bordea el laconismo. De aquí que a menudo parezca una escritora hermética. ¿Quién es esa imposible ausente? -se pregunta el despistado lector. Una nueva lectura le convence de que está en presencia de una poesía diáfanamente clara y comprende que "las clarificaciones", omitidas por la poetisa, dan precisamente mucho de la gracia austera que embellece la composición. No es la madre tempranamente fallecida de la poetisa la ausente imposible; tampoco lo es la hermana, compañera de juegos de la niñez, ni lo es tampoco una vieja amiga, difunta ya o perdida en las encrucijadas de la existencia. Esta imposible ausente es la poetisa misma. Mejor dicho, la juventud primera de la poetisa; la muchacha ingenua y pura que ella fue y cuyo recuerdo perdura nostálgicamente en la mujer madura. Sí, el poema canta la vieja nostalgia, la inevitable melancolía de nuestro otoño evocador de la primavera:
¡Juventud, divino tesoro,
ya te vas para no volver!
Pero Josefina comienza su poema no declarando -como Darío- a quién echa de menos. Nos expresa, sí, desde la primera estrofa, que el anhelo que la entristece es imposible. Es decir, nos deja a nosotros lectores, el goce del descubrimiento; quiere que nosotros identifiquemos a la ausente imposible; acucia de este modo nuestro interés:
... Cómo acercarme a ella.
Cómo alejarla, a esa imposible, ausente
que me quita la vida
con su imposible muerte...
Está y no está ausente; le quita a ella la vida y, sin embargo, la muerte de la ausente-presente, es también imposible. Pero sigamos con la primera estrofa del poema:
Cómo alejarla, si su muerte misma
es el camino que hasta mí le quede.
Cómo acercarme a ella,
sin perderla y perderme.
¿No es esto un discreteo algo confuso? No la puede alejar de sí ni la puede acercar a sí: si la aleja, la mata, y su muerte sería el único camino que para el reencuentro ha de quedar; y no puede acercarse a ella porque la perderá y se perderá a sí misma. Esta ausente extraña es todo un sistema de posibilidades negativas. Echándola de menos la poetisa, ni puede vivir en sí ni muere porque no vive... Pero el misterio se va desvaneciendo poco a poco a medida que se avanza por el poema:
Y sin embargo, la amo, y lloraría
el dolor que la espera y que aun no tiene.
Por sus ojos, más jóvenes y puros.
Por su dote más larga de fe, de amor y muerte...
Saltemos una estrofa que nos describe con ternura esta extraña ausente, y atengámonos a la expresión misma del anhelo imposible de la poetisa:
¡Oh mi antigua imposible y rediviva
Omnipresente ausente!
Cómo alejarte, si tu muerte misma
es el camino que hasta mí te quede...
Sigue pues, caminando
junto a mí, lejos siempre,
tú que has sido mi vida, tú de quien yo fui el sueño.
Y fuera mi consuelo y mi venganza verte
caer al par de mí sobre mi sombra,
si no supiese, oh mi imposible ausente,
que al fin hemos de ser otra vez una sola,
y ha de ser una sola nuestra muerte.29
¡Qué espléndido final el del poema! Ese último verso
y ha de ser una sola nuestra muerte
parece, por lo henchido de pensamiento y de sentimiento sintetizador, el decimocuarto verso de un soneto perfecto. Pera hay más, mucho más, en los citados versos con que finaliza el canto de la amargura de este anhelo imposible. Porque la poetisa nos revela todo el enigma con derroche de su don expresivo. Nos revela, al final, que hay dos mujeres en su poema (y en su vida que son una sola: una muchacha pura e inocente y sin saber alguno de la vida ni de la muerte; y una mujer madura, que sabe ya mucho de todo eso, la primera, la joven, soñó a la segunda; la segunda, en rigor, es el sueño de la primera hecho hoy realidad; pero a su vez, la primera se ha convertido ahora en sueño y obsesión de la segunda. Se han cambiado, pues, los papeles: la soñadora del realizado sueño, es hoy el sueño de su antiguo sueño... Sin embargo, las dos son igualmente reales, aunque el asiento del ser de la una se haya trasladado a la otra. Sólo la muerte identificará la realidad de las dos en un solo ser unificado tal como la poetisa declara:
que al fin hemos de ser otra vez una sola
y ha de ser una sola nuestra muerte.
¿Es este poema una indagación en el ser del hombre cuya sustancia es tiempo? No contestemos a esta pregunta; quede para otro estudio más amplio su respuesta. Lo que sí podemos -ahora -afirmar es que el tema del anhelo imposible tal como lo desarrolla este poema, revela en esta poetisa de la muerte un inmenso afán de vida, de más vida, merced a una integración y salvación del ser que dura en el tiempo y en él se transforma. "Imposible ausente", pues, expresa ese anhelo de unidad y continuidad indefinida de la persona a despecho del poder implacablemente destructor del tiempo. Y esto resulta dramáticamente claro en el poema porque ¡cómo le duele a ella ver el espectro de su juventud, lleno de futuro e ilusión, al que le espera el ineluctable apagamiento de su ardor y sus quimeras! En versos de la cuarta estrofa -que no han sido copiados todavía porque su transcripción estaba para ahora reservada-, Josefina nos transmite este dolor:
Yo la miro, encendida dueña de mil auroras;
por cada una, en mis ojos un crepúsculo duele.
Miro sus ansias bravas de tremolar hogueras,
y en mi mano un puñado de sus cenizas duerme...30
En el "Cancionero apócrifo" de Abel Martín, Antonio Machado canta también al espectro de sus años mozos, y revive visiones "del huerto de ciprés y limonero" de sus años sevillanos en el Palacio de las Dueñas:
Hoy, con la primavera,
soñé que un fino galgo me seguía
cual dócil sombra. Era
mi cuerpo juvenil, el que subía
de tres en tres peldaños la escalera...
Pero ésta es sólo una coincidencia de dos poetas a quienes atormenta una misma angustia, la angustia universal del Tiempo fugitivo. Josefina Plá ha hecho suyo el eterno tema y lo ha hecho con la potencia de originalidad cuya impronta inconfundible estremece cada uno de los versos de "Imposible ausente".
CONCLUSIÓN
Acaso el propósito de este trabajo haya sido demasiado ambicioso dentro de las limitaciones de espacio y enfoque predeterminadas a su redacción. Querer resumir una biografía tan intensa como la de Josefina Plá, intentar ofrecer una idea de un apostolado intelectual con la trascendencia del suyo, y pretender la presentación de una obra poética de quilates tales, requería mucho más espacio, más tiempo y una multiplicidad de enfoques sobre aspectos diversos de una biografía personal, sobre las vicisitudes de la vida entera de un país á lo largo de cuatro décadas y sobre la evolución de una obra poética en el curso de igual número de años.
Sirvan estas páginas, sin embargo, de introducción a un estudio más extenso y complejo, en el que habrá de elucidarse desde perspectiva histórica más distanciada, el sentido y alcance de su apostolado intelectual y estético, de una parte; y el puesto que a la escritora le ha de corresponder en las letras americanas, de otra. Una tarea tal es todavía prematura, insistamos, porque el impacto de aquel apostolado no puede aún determinarse con justeza, pues, a más de veinte años de su iniciación, sigue fructificando todavía.
Además, gran parte de la obra poética de Josefina continúa inédita de una parte y de otra no es siquiera posible predecir hacia qué rumbos prosiga su obra evolucionando desde la plenitud de la madurez creadora a que ha llegado la artista.
NOTAS
1El mejor estudio "monográfico" sobre la poesía de Josefina Plá -y él más extenso- es un artículo breve de AUGUSTO ROA BASTOS, titulado “La poesía de Josefina Plá" y aparecido en la Revista Hispánica Moderna, Año XXXII. (enero-julio, 1966), pp. 57-62. STEFAN BACRU es autor de trabajo titulado Josefina Plá, mulher de sete instrumentos, que no he podido conseguir. Sobre Josefina Plá, pero no como poetisa sino como ceramista, hay un reportaje copiosamente ilustrado, con el título de “De barro es la materia de los sueños”, debido a DARCY TRIGO, y publicado en O Cruzeiro, Rio de Janeiro, Año VII, Nº 6, del 16 de marzo de 1963. Un artículo en que se analiza su papel renovador en la poesía del Paraguay, por HUGO RODRÍGUEZ ALCALÁ, “Sobre la poesía paraguaya de los últimos veinte años”, apareció en la Revista Hispánica Moderna, Año XXII (julio-octubre, 1957), Nos. 3-4. MIGUEL ÁNGEL FERNANDEZ también hace hincapié en la labor renovadora de la poetisa en su ensayo “Literatura paraguaya contemporánea”, La Gaceta, Nº 82, junio de 1961. WALTE WEY, en su libro La poesía paraguaya. Historia de una incógnita, Montevideo, Biblioteca Alfar, 1951, dedica a la poetisa menos de dos páginas y apenas se refiere a su primer libro de poemas, sin estudiar ningún poema posterior a 1934.
2"Nací en Furteventura" -dice la poetisa en una esquela trazada a toda prisa- "la Canaria del destierro de Unamuno... Me bautizaron a lomo de camello... Cuarenta camellos formaron la comitiva. (¿Vale esto para una biografía?...)". La esquela no lleva fecha, pero es de enero de 1968. Los demás datos autobiográficos anotados en el texto fueron extraídos de una "Auto semblanza escrita a pedido de un crítico extranjero", cuyo manuscrito fue cedido al autor de este trabajo.
3De la "Auto semblanza" referida en nota anterior.
4Ibíd.
5Ibíd.
6Ver sobre el ceramista paraguayo, el trabajo de JOSEFINA PLÁ, Julián de la Herrería. Recuento de arte, Asunción, Diálogo, Cuadernos de la Piririta, 1957, con siete grabados y una "Explicación" de la autora.
7Sobre Roque Centurión Miranda, ver MANUEL E. B. ARGUELLO, "Ética y estética de Roque Centurión Miranda", La Tribuna, Asunción, domingo 29 de enero de 1967.
8El crítica Francisco Pérez-Maricevich prepara un estudio completo acerca de la labor múltiple de Josefina Plá, con amplia lisia de publicaciones en diversos géneros. Esta lista ha de ocupar varias páginas.
9La cita fue extraída del trabajo "Poetas y poesía moderna", obra de que el autor de este trabajo tiene una copia mecanografiada en papel con el escudo nacional del Paraguay y el membrete que sigue: "Dirección General de Asuntos Políticos y Sociales del Ministerio del Interior".
10. Ver el trabajo "Poetas y poesía moderna", referido en la nota No. 9.
11Ibíd.
12Ibíd.
13Ibíd.
14Del trabajo "Sobre el sentida ascético de la poesía nueva", de Augusto Roa Bastos. (Copia mecanografiada en poder del autor de este estudio).
15Del trabajo de Roa Bastos referido en el texto y citado en la nota No. 1.
16Ver Josefina Plá; "Visión de la poesía", en la revista Poesía = Poesía. Buenos Aires, No. 17, abril de 1964.
17El precio de los sueños, Asunción, 1934, P. 73.
18Ibíd., p. 32.
19Ibíd.
20Ibíd., P. 100.
21Poema no recogido en libro.
22La raíz y la aurora, P. 9.
23Invención de la muerte, p. 11.
24Ver el prólogo de Roberto Juarroz a Invención de la muerte.
25La raíz y la aurora, p. 11.
26Ibid, p. 12.
27Ibid.
28Ibid.
29Ibíd., p. 13.
30Ibíd.
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DE JOSEFINA PLÁ en la GALERÍA DE LETRAS
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