PROYECTO DE POEMA y PANCHA GARMENDIA INTUYE SU DESTINO
Poesías de HUGO RODRÍGUEZ-ALCALÁ
PROYECTO DE POEMA
Un poème c’est bien peu
de chose...
R. Queneau
Tema:
. madre en la casona vieja,
entre las cuatro y cinco de la tarde.
Que se la pueda ver a sus ochenta
y tantos años, pulcra y sosegada,
leyendo en su sillón del corredor.
Que el corredor se haga imaginable:
largo, con sus baldosas coloradas
y las que han sido más o menos blancas.
Que, como fondo, el patio sea intuible
con las palmas, la parra, el jazminero,
y el aljibe en el centro.
No abusar de detalles:
lo esencial es la dueña de la casa
leyendo en su sillón.
Rostro moreno,
hermoso todavía,
capaz
de la alegría más vivaz
como de la tristeza
más discreta.
El cabello rizado, todo blanco.
El aire de la patria, dulce y ácido,
ha de sentirse en torno a su figura.
Y no olvidar:
que a pocos pasos de ella
brinquen y píen cuatro o cinco audaces
gorriones, reclamando
las migajas rituales de la tarde.
Si pudieras pintar ese retrato
con las palabras justas,
estarías allí, en la vieja casa,
vencedor de tu exilio y, para siempre,
con tu tiempo mejor recuperado.
Mayo-junio, 1970
PANCHA GARMENDIA INTUYE SU DESTINO
…Caminaba con mucha dificultad
por la larga permanencia en el cepo…
La Pancha no pudo ocultar la
sorpresa que le causó la inesperada
presencia del Mariscal, pues se detuvo
y retrocedió al verlo; López avanzó
hacia ella, le extendió fríamente
la mano…
P. Fidel Maíz
Encontré al Mariscal de pie en el
corredor cerca de uno de los últimos
horcones o pilares de madera labrada.
Le manifesté el objeto que me
llevaba ante él. En seguida en un
pedazo de papel blanco escribió a
lápiz contra el horcón los nombres
de la Pancha Garmendia y de las
hermanas de Barrios y me lo entregó
con la orden de mandarlas ejecutar.
Juan Crisóstomo Centurión
Entre cuatro sayones, desgreñada,
marchita su hermosura incomparable,
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Pancha Garmendia, muy penosamente
camina por el bosque. Los harapos
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dejan ver, en su cuerpo ayer de nieve
las huellas aún sangrientas del suplicio.
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Es la Doncella, orgullo en otro tiempo
de su raza; tan bella y deslumbrante
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que a su paso la gente enmudecía
y los ojos no osaban contemplarla.
* * * *
El sendero del bosque desemboca
en el improvisado campamento.
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Por doquiera hay lanceros de la Guardia
que reposan sus lanzas en la tierra
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y las sujetan, rígidos, formando
grupos de estatuas de perfil broncíneo.
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Pancha Garmendia mira a todos lados.
–¿Adónde me conducen?– se pregunta.
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Los Acã Carayá le infunden miedo.
¡Aún puede sentir miedo! Esos soldados
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de terrible semblante; este silencio
ominoso, le advierten la presencia
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–que habrá de ser muy próxima– del hombre
cuyo ceño iracundo la persigue
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en sus insomnios y en sus pesadillas
y en las horas atroces del tormento.
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De pronto, la doncella, con espanto,
ve aproximarse al Mariscal. Los ojos
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de él, los siente encendidos como llamas
que hacen arder sus llagas y congelan
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el flujo de su sangre. Los sayones
se detienen, clavados en la tierra
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con pávida atención. El hombre llega.
Los sayones se apartan como autómatas.
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El hombre fríamente la saluda
con ronca voz, tendiéndole la mano.
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Pancha Garmendia, en su estupor, no atina
a estrechar esa mano poderosa
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que se le acerca, dura, imperativa.
Retrocede unos pasos, aterrada.
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Un diamante chispea en esa mano.
Detrás del hombre, en lo alto, al viento cálido
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flamea una bandera. La voz ronca
le ordena penetrar en el recinto
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del Poder Absoluto. Ella obedece.
Una mujer de claros ojos, rubia,
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la sale a recibir. Tiembla Panchita
porque sabe muy bien quién la recibe
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tendiéndole esas manos enjoyadas.
Más miedo siente ante esta hermosa hembra
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que ante el caudillo inexorable. El rostro
de la mujer sonriente disimula
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el ya viejo rencor que se ha enconado.
La fingida bondad, el agasajo
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la cohíben aún más y la trastornan.
A los ruegos corteses toma asiento.
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Al hacerlo, dolores agudísimos
le acalambran las piernas laceradas,
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le apuñalan el pecho y le acribillan
la espalda en rojas llagas encendida.
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Le ofrecen ahora dulces y bizcochos.
Famélica, con ansia en mano torpe
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de uñas rotas, manchadas de su sangre,
Pancha acepta un bizcocho. Aunque las lágrimas
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la ciegan, se domina. Vagamente
sonríe y va afirmando su persona
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en los finos modales de su estirpe:
aunque envuelta en harapos, la doncella
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lleva en sí un invencible señorío.
Y ya, por un milagro de su orgullo,
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sus ojos vuelven a brillar, hermosos,
con un fulgor de retenidas lágrimas.
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El busto se le yergue cual ceñido
en preciosos encajes. La pareja
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la observa con asombro. El hombre le habla
en tono ya distinto, bondadoso.
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Él, el duro señor, en homenaje
al señorío invicto en la desgracia,
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se muestra lo que es; cae la máscara
que las grandes angustias de la guerra
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fijaron en su rostro ayer sereno.
Pancha Garmendia advierte en la mirada
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del férreo Mariscal un noble brillo,
un fulgor compasivo y generoso.
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Y sorprende, en los ojos de la Inglesa,
un súbito relámpago de ira.
* * * *
Cuando Pancha Garmendia se despide,
junto a la puerta esperan los sayones.
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Entre cuatro fusiles, cuatro sables,
Pancha Garmendia vuelve a su tugurio.
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Ya ha adivinado ella su destino:
ya sabe que va a ser alanceada.
Setiembre de 1982
(De: Terror bajo la luna
[Sobre gestas de dos siglos], 1985)
De: "ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA PARAGUAYA"/ 3ra. Edición
Editorial EL LECTOR, Asunción-Paraguay 2004.
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