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  POEMAS DE ASUNCIÓN - Poesías de HUGO RODRÍGUEZ ALCALÁ


POEMAS DE ASUNCIÓN - Poesías de HUGO RODRÍGUEZ ALCALÁ

POEMAS DE ASUNCIÓN

LA CASA DE LA MONTAÑA

Poemario de HUGO RODRÍGUEZ ALCALÁ

Prólogo de Emilio Barón

Edición digital basada en la de

Asunción (Paraguay), Arandurã, 1996.

 



Índice del poemario LA CASA DE LA MONTAÑA (Enlace externo)

HUGO RODRÍGUEZ ALCALÁ: EXILIADO DEL TIEMPO

 

- I - LA CASA EN LA MONTAÑA

A una casa en el sur de California/ Al pie de la montaña/ Proyecto de poema/ Entre usted en la casa.../ La casa/ La casa de los duendes/ Los cantos de la casa/ Jacaranda en California

- II - MORADORES DE LA MONTAÑA

Zorros plateados/ La virgen de oro o el regreso de Atalanta/ Esperando a los zorros plateados/ Mañanas de la llanura, mañanas de la montaña/ Amores en la montaña/ Apostasía en la montaña/ La musa terrible/ Las dos gigantas

- III - SOBRE QUIENES YA SE HAN IDO

El padre y el hijo: una instantánea/ La larga espera/ Abuelos victorianos/ Cuando los muertos no parecen muertos.../ Lo inalcanzable/ La visitante/ La durmiente

- IV - ÚLTIMO AMOR Y OTROS AMORES

Último amor/ La rosa escarlata/ A una mujer muy blanca/ Tanto gentile e tanto onesta.../ El fuego/ Sueños/ Majita desnuda

- V - UN PUEBLO Y OTROS PUEBLOS

Lázaro Montiel regresa al pueblo/ Dijo el Juez de Paz Lázaro Montiel/ El pueblo/ Areguá/ La casa del cielo/ Génesis del poema/ Alquimia del verso/ Mes de junio en California/ Primer recuerdo/ El pueblo y su arroyo/ Berro de Areguá/ La reina de Villa Rica

- VI - POEMAS DE ASUNCIÓN

Despertar en primavera/ En agosto de mil novecientos.../ Crepúsculos de antaño/ Asunción, 1908/ El triciclo en el patio/ Verso a verso el pasado y el presente/ La lluvia y el lago/ El tajamar del parque/ Iglesia y plaza de San Roque/ El árbol de oro/ San Roque en la iglesia de San Roque.

 

 

- VI -

POEMAS DE ASUNCIÓN


 


DESPERTAR EN PRIMAVERA

 

A Gisela

 

 

Entran, primaverales, mil reflejos

   
 

de unas luces verdísimas del patio,

   
 

hasta los vidrios que, aquí dentro,

   
 

      recubren los retratos.

   
 

 

 

En la muda penumbra de la sala

 

 
 

los retratos hundíanse en sus sueños:

   
 

soñaban con sus vidas terminadas

   
 

      como sueñan los muertos.

   
 

 

 

El fulgurar del patio los despierta,

   
 

y ellos -abuelos, padres, tíos-

 

 
 

vuelven a estar alerta.

   
 
 

 


 


EN AGOSTO DE MIL NOVECIENTOS...

 

A Marganta Prieto Yegros

 

 

Brilla la aurora ya en el cielo oscuro

   
 

y se oye en el silencio el canto de oro

   
 

 

 

de un gallo, de diez gallos, de mil gallos.

   
 

Asunción amanece poco a poco.

   
 

 

 

Si no cantaran gallos, tantos gallos,

 

 
 

seguiría durmiendo.

   
 

(Este 15 de agosto,

   
 

 

 

15 de agosto del flamante siglo

   
 

cumple Asunción un nuevo aniversario

   
 

 

 

desde que la fundó don Juan de Salazar).

   
 

Pero Asunción está desmemoriada.

 

 
 

 

 

Los siglos que ha vivido se le olvidan.

   
 

Lo que en ella era antiguo, lo más viejo.

   
 

 

 

-El Fuerte, el templo, las humildes casas

   
 

de los conquistadores y sus mujeres indias-

   
 
     

 

 

las lluvias torrenciales socavaron

 

 
 

y bajo las tormentas sucumbieron.

   
 

 

 

Lo único que Asunción no olvida nunca

   
 

y evoca día a día, melancólica.

   
 

 

 

es el dolor atónito del éxodo

   
 

de ancianos, de mujeres y de niños

 

 
 

 

 

que la dejaron silenciosa, muda,

   
 

como una aldea muerta, junto al río.

   
 
 

 

 


CREPÚSCULOS DE ANTAÑO

 

A Soledad

 

 

Calles calladas de Asunción de antaño

   
 

por donde rara vez pasaban coches.

   
 

 

 

Calles tan silenciosas como calles

   
 

aldeanas, de viejos caserones.

   
 

 

 

Hacia el oscurecer, en un silencio

 

 
 

que se hacía más grave con la noche,

   
 

 

 

caía la ciudad en trance místico

   
 

bajo un cielo de rojos resplandores.

   
 

 

 

Cantaban las cigarras y sus cánticos

   
 

eran en el silencio desgarrones

 

 
 

 

 

en el cristal del aire atardecido.

   
 

¡Torva melancolía en los balcones

   
 

 

 

a los que se asomaban suspirantes,

   
 

esperando el amor, muchachas jóvenes!

   
 

 

 

De vez en cuando un carro de altas ruedas

 

 
 

y mulas cabizbajas, lastimadas,

   
 
     

 

 

pasaba, y el carrero, hombre de látigo

   
 

y chiripá, las riendas agitaba.

   
 

 

 

Ya la lenta agonía del crepúsculo

   
 

se disolvía en sombras azuladas.

 

 
 

 

 

Y entonces terminaba la tristeza.

   
 

Volvían al silencio las cigarras.

   
 

 

 

Luces municipales se encendían

   
 

y arriba, el cielo todo se enjoyaba.

   
 
 

 

Mayo 6, 1985.

 


ASUNCIÓN, 1908

 

 

El Oratorio, sin revoque entonces,

   
 

la lluvia de septiembre ha vuelto rojo.

   
 

 

 

Ciudad toda de casas coloniales

   
 

ha visto levantarse este Oratorio

   
 

 

 

por sobre la chatura de los techos

 

 
 

para que fuera un corazón sonoro

   
 

 

 

de campanas loadoras de la Virgen.

   
 

Pero el templo quedó inconcluso y solo

   
 

 

 

y vacío y sombrío sin su Dueña.

   
 

Ahora la lluvia ha enrojecido el domo

 

 
 

 

 

y enverdecido en él los jaramagos.

   
 

Las calles este día son arroyos

   
 

 

 

cuyas aguas caminan hacia el río

   
 

sobre anchas piedras y con pies de lodo.

   
 

 

 

¿Qué pasa en el Palacio del Gobierno

 

 
 

en esta tarde gris del año Ocho?

   
 
     

 

 

¿Conspiran los cuarteles? ¿Hay alarma?

   
 

¿Dormita la ambición y duerme el odio?

   
 

¡Hoy sueña la ciudad bajo la lluvia!

   
 

Al crepúsculo escampa. Un cielo de oro

 

 
 

se va haciendo turquí. Sube la luna

   
 

por el cielo estrellado, suntuoso.

   
 
 

 

Octubre 30, 1985.

 


EL TRICICLO EN EL PATIO

 

A Cecilia

 

 

El año es el año mil

   
 

novecientos veinticinco.

   
 

La casa una casa de

   
 

la calle llamada Wilson

   
 

 

 

Por el patio de esta casa

 

 
 

anda veloz un triciclo,

   
 

entre perlas y corales,

   
 

entre diamelas y lirios.

   
 

 

 

A un lado limita al patio

   
 

un murallón de ladrillo.

 

 
 

Al otro lado se ven

   
 

habitaciones: son cinco.

   
 

 

 

Mi cuarto es el cuarto verde.

   
 

Mi cama bronce amarillo.

   
 

(Los hermanos somos cuatro.

 

 
 

Me tocó ser el más chico).

   
 

 

 

Sobre el patio, angosto, el cielo,

   
 

es muy azul y benigno.

   
 

Es un cielo recortado

   
 

como al tajo de un cuchillo.

 

 
 
     

 

 

¡Qué diamelas, qué jazmines,

   
 

florecen en este abismo!

   
 

(Si es visto desde un terrado

   
 

el patio parece hondísimo).

   
 

 

 

Al atardecer se escucha

 

 
 

un concierto en que mil grillos

   
 

y cien cigarras compiten

   
 

en aturdir los oídos.

   
 

 

 

Anochece. Yo conduzco

   
 

entre plantas mi triciclo.

 

 
 

El patio huele a jazmín,

   
 

huele a diamelas y lirios.

   
 

 

 

(El año es el año mil

   
 

novecientos veinticinco.

   
 

La casa una casa de

 

 
 

la calle llamada Wilson).

   
 
 

 

Mayo, 1995.


 


VERSO A VERSO EL PASADO Y EL PRESENTE

 

 

¡Ay, si pudiera recobrar mi nido!

   
 

tras la tormenta el pájaro gemía.

   
 

Y yo, tras tanta ruina y tanto olvido

   
 

de igual manera me lamentaría.

   
 

 

 

A la memoria ciega en vano pido

 

 
 

una clara visión de lo que había

   
 

en el barrio y el pueblo en que vivía

   
 

en delicioso ámbito hoy perdido.

   
 

 

 

En vano espero un luminoso sueño

   
 

para en él recobrar lo que me empeño

 

 
 

en dar color en un poema mío:

   
 

 

 

el poema más mío y más urgente,

   
 

y así poder unir a mi albedrío

   
 

verso a verso el pasado y el presente.

   
 
 

 

Junio, 1989.

 


LA LLUVIA Y EL LAGO

 

 

Mansa es la lluvia. Las calles

   
 

de tierno césped y charcos

   
 

tienen senderos en marcha

   
 

convertidos en regatos.

   
 

 

 

Senderos de roja tierra

 

 
 

y minúsculos guijarros

   
 

ahora van corriendo, frescos,

   
 

ansiosos de huir al campo.

   
 

 

 

El pueblo se ha adormecido

   
 

sumido en arrobo plácido:

 

 
 

los senderos aprovechan

   
 

para escapar desbandados.

   
 

 

 

Unos huyen hacia el monte,

   
 

otros corren hacia el lago,

   
 

y otros van hacia la plaza

 

 
 

rumbeando cuesta abajo.

   
 

¿Golondrinas? Hoy no vuelan.

   
 

Están quietas en lo alto

   
 

posadas en negros cables

   
 
     

 

 

que cruzan un ancho espacio.

 

 
 

¡Ah golondrinas! ¡Quién sabe

   
 

qué sueños están soñando!

   
 

Nosotros que somos chicos

   
 

-hace de esto muchos años-

   
 

 

 

marchamos bajo esta lluvia

 

 
 

de inolvidable verano.

   
 

¡Cómo olvidar aquel día

   
 

bajo un cielo azul y blanco!

   
 

 

 

Somos cuatro. Delantero

   
 

marcha el mayor de los cuatro.

 

 
 

Cuatro hermanos. Tres han muerto

   
 

y el menor de pelo cano,

   
 

hoy marcha bajo la misma,

   
 

la misma lluvia de antaño.

   
 

Marcha con pies aún pequeños

 

 
 

y se aproxima al barranco.

   
 

 

 

Abajo la playa suena

   
 

entre macizos peñascos.

   
 

El oleaje Incesante

   
 

murmura augurios del lago.

 

 
 
 

 

Julio, 1995.


 


EL TAJAMAR DEL PARQUE

 

 

Entra la tarde en la noche

   
 

y el tajamar se ennegrece.

   
 

Tristes sauces sobre el agua

   
 

sollozan calladamente.

   
 

 

 

Un ronco croar de ranas

 

 
 

todo el paisaje estremece.

   
 

El cielo de oscuras nubes

   
 

tiene presagios de muerte.

   
 

 

 

Un muro resbaladizo

   
 

cubierto de musgo verde,

 

 
 

represa el agua profunda

   
 

que ningún hálito mueve.

   
 

 

 

El muro cierra un extremo

   
 

del tajamar. Agua aleve.

   
 

Traicionera en su apacible

 

 
 

masa líquida sin peces.

   
 

 

 

Ese muro que separa

   
 

un césped del otro césped,

   
 

es frecuentado, de noche,

   
 

por negros trasgos, por duendes.

 

 
 
     

 

 

Yo lo sé. Pero me atrevo

   
 

a pasar por ese puente.

   
 

Y yo resbalo y me caigo

   
 

y el agua me hunde y sumerge.

   
 

 

 

Y me traga. No hago fondo.

 

 
 

Me deja asomar tres veces,

   
 

pero yo ya estoy perdido

   
 

y ya me ahogo. Es la muerte.

   
 

 

 

¿Quién con manos poderosas

   
 

me arrebata de repente

 

 
 

e iza mi cuerpo a la orilla,

   
 

mi cuerpo ya casi inerte?

   
 

 

 

No lo sé. Pero alguien, mudo,

   
 

sin adiós, desaparece.

   
 

Yo en tanto vuelvo a la vida

 

 
 

tiritando sobre el césped.

   
 

 

 

El parque, lleno de noche,

   
 

es noche llena de duendes.

   
 

De esto hoy hace muchos años

   
 

y mis años eran siete.

 

 
 
 

 

Mayo, 1995.


 


IGLESIA Y PLAZA DE SAN ROQUE

 

(1930)

 

A Montserrat

 

 

Esta plaza tiene iglesia

   
 

y su iglesia tiene plaza.

   
 

En el barrio silencioso,

   
 

silenciosas se acompañan.

   
 

 

 

En armonioso concierto,

 

 
 

la una verde, la otra blanca,

   
 

son destinos diferentes:

   
 

la una es baja, la otra es alta,

   
 

 

 

pero de alguna manera

   
 

son las dos buenas hermanas:

 

 
 

la plaza la necesita

   
 

porque la iglesia la ampara;

   
 

 

 

la iglesia la necesita,

   
 

según dicen las campanas...

   
 

La plaza no tiene césped,

 

 
 

sólo tierra apisonada;

   
 

pero sus árboles lucen

   
 

un verdor, una elegancia,

   
 

que hacen de ella paraíso

   
 

de palomas y calandrias.

 

 
 

 

   

 

 

Abundan las flores de oro

   
 

y las flores escarlata,

   
 

en árboles que celebran

   
 

primaveras embriagadas.

   
 

La iglesia tiene un San Roque,

 

 
 

un santo de hermosa talla,

   
 

con su perro que lo cuida

   
 

y que gruñe, aunque no ladra.

   
 

 

 

El escudo nacional

   
 

decora la alta fachada

 

 
 

con su león melenudo

   
 

entre la oliva y la palma.

   
 

 

 

De arriba, del campanario,

   
 

caen graves campanadas

   
 

que, como frutas de música

 

 
 

se refugian en las ramas.

   
 

 

 

Allí se quedan muy quietas,

   
 

redondas, pulimentadas,

   
 

hasta que el Viento del Sur

   
 

zumbando las arrebata:

 

 
 

el Viento del Sur las roba

   
 

creyendo que son manzanas.

   
 
 

 

Mayo, 1995.

 


EL ÁRBOL DE ORO

 

A Marina

 

 

En el centro del patio cavé un hoyo

   
 

que al césped hurta un círculo bien hondo.

   
 

Y allí planté yo un árbol de hojas de oro

   
 

y tronco de oro y flores de oro y sombra

   
 

 

 

de oro, y ésta más áurea que su tronco.

 

 
 

Es el árbol la cosa

   
 

 

 

más melodiosa y más maravillosa:

   
 

me hizo un jardín de un patio indiferente.

   
 

 

 

Y aún hoy magnánimo, me dora

   
 

con radiante fulgor la casa toda.

 

 
 

 

 

Le di al árbol el nombre de Marina

   
 

una noche de abril en que fulgía

   
 

 

 

como un ascua. Gustole al árbol de oro

   
 

este nombre tan dulce y tan sonoro

   
 

de verde mar y de olas rumorosas:

 

 
 
     

 

 

Y por eso ha silbado desde entonces

   
 

apenas brilla el alba:

   
 

me silba una dorada melodía

   
 

que sólo cesa cuando es blanco el día.

   
 
 

 

Abril, 1988.

 


 

SAN ROQUE EN LA IGLESIA DE SAN ROQUE

 

(Saint Rochefut découvert par un chien...)

 

 

I

 

 

San Roque junto a su perro

   
 

tiene en la diestra un cayado.

   
 

Seis siglos hace que juntos

   
 

están el perro y el santo.

   
 

 

 

Cuando entra gente en la iglesia

 

 
 

él cuida el lugar sagrado:

   
 

prohibido hablar en voz alta

   
 

prohibidos gestos profanos.

   
 

 

 

Dicen que si las muchachas

   
 

llevan vestido escotado,

 

 
 

San Roque frunce las cejas,

   
 

y el perro se pone bravo.

   
 

 

 

Nunca lo oyeron ladrar,

   
 

sólo gruñir al escándalo:

   
 

San Roque lo hace callar

 

 
 

con un toque de cayado.

   
 
 

 

 

II

 

 

Hoy es fiesta patronal.

   
 

Gran gentío llena el atrio.

   
 

Mujeres viejas y jóvenes

   

 

 

caminan hacia el sagrario.

 

 
 

 

 

De pronto una meretriz,

   
 

la que es Reina del Pecado,

   
 

cruza el umbral de la iglesia

   
 

toda vestida de blanco.

   
 

 

 

¡San Roque, cierra los ojos

 

 
 

o mira hacia el otro lado!

   
 

¡San Roque no la golpees,

   
 

San Roque no le hagas daño!

   
 

 

 

(Siete angelitos obscenos

   
 

que sin duda envía el Diablo,

 

 
 

forman cortejo invisible

   
 

hediendo a tufo malsano).

   
 

 

 

¿Qué hará San Roque? San Roque

   
 

con un silencioso rayo

   
 

fulmina a la meretriz

 

 
 

y su séquito satánico,

   
 

mientras el perro, en dos patas,

   
 

aúlla todo erizado.

   
 

 

 

Espantada huye la Reina

   
 

con un pecho en cada mano

 

 
 

y oliendo a azufre su séquito

   
 

huye detrás blasfemando.

   
 
 
 

 

1995.

 


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LA CASA DE LA MONTAÑA. Poemario de HUGO RODRÍGUEZ ALCALÁ

Prólogo de Emilio Barón

Edición digital: Alicante : Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2001

N. sobre edición original:

Edición digital basada en la de  Asunción (Paraguay), Arandurã, 1996.



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