HUGO RODRÍGUEZ ALCALÁ (ASUNCIÓN, 1917 - BS. AS. 2007)
(11-X-92 - ABC). Entrevista por VICTORIO SUÁREZ
“PARAGUAY, EL PAÍS DE LA FRUSTRACIÓN INDIVIDUAL Y COLECTIVA”
( GENERACIÓN DEL 40 - LITERATURA PARAGUAYA )
Para ir desmenuzando el tema de la literatura paraguaya y sus contornos, Hugo Rodríguez Alcalá delineó aspectos importantísimos referentes al tema que nos ocupa. Cabe destacar que nuestro entrevistado es un conocido crítico, narrador y poeta. Durante muchos años ejerció en varios países la enseñanza universitaria. Como catedrático se jubiló en los EE.UU., donde vivió más de tres décadas.
—Varios factores influyeron para resaltar nuestra poca información del panorama literario. ¿De dónde partimos para mirar el problema de arrinconamiento?
—Nuestro país arrastra desde su misma fundación una sistemática problematización cultural. Hay un factor de desactualización permanente. No hemos bebido a profundidad las corrientes. Para entender las cosas vale la pena retroceder y mirar nuestra historia. Tuvimos una conflagración bélica cuya culminación, en 1870, prácticamente deja aniquilada nuestra nación. Sobre el punto yo había hablado someramente en mi libro: “La incógnita del Paraguay y otros ensayos”. El tema es pavoroso: Doscientos mil sobrevivientes, en su mayoría mujeres, niños y ancianos, quedaron como saldo de aquella tragedia nacional. Fue un panorama desolador y los vencedores habían impuesto la siguiente interpretación: una guerra contra el tirano y no contra el pueblo paraguayo. Aquella historia se consideraba desde todo punto de vista vergonzosa y pasaron nada menos que treinta años para la aparición de cierto revisionismo. Tres escritores extranjeros fueron en los comienzos del siglo XX los que descollaron con una actividad creadora importante: Martín Goycochea Menéndez, José Rodríguez Alcalá y Rafael Barrett. Los exponentes nacionalistas de la nueva corriente son: Juan E. O’Leary y Manuel Domínguez, quienes dan una versión diferente de la historia escrita por los vencedores. El carácter panfletario de aquella realidad no se puede soslayar. Ese mismo fenómeno llama la atención de doña Josefina Plá, quien señaló a la historia como “devoradora de la literatura”. Sin lugar a dudas, se había dado un paso interesante y a pesar de todo había elementos modernistas para condicionar una nueva visión estética.
—Ahondando un poco más en el tema del modernismo en nuestro país, ¿qué se puede agregar al respecto?
—Si el modernismo lo recibíamos con hondura hubiera sido parte de nuestra cultura en forma absoluta. Pero Guanes era un modernista acabado a pesar de ser un gran poeta. No se trata de lograr una identidad en virtud de un divorcio; el modernismo fue una forma literaria mundial que perteneció a todos. Conste que éramos menos en ese sentido. Imagínese que los uruguayos, por ejemplo, en 1900 publican “Ariel”, de Rodó. Se trata de una verdadera biblia del modernismo. El siglo tiene apertura con un pensamiento uruguayo que es del maestro de la estética modernista. Repito, si hubiera habido cultura de verdad en el Paraguay, el modernismo hubiera sido parte de nuestra cultura autóctona. No estábamos preparados para eso, el modernismo era una forma literaria llena de cultura. Cuando Ortiz Guerrero trata de ser modernista, da muestra de enormes deficiencias como consecuencia de esa falta de cultura. Detrás del modernismo, debo insistir, hay una enorme tradición y cultura literaria.
—Las convulsiones políticas crearon un escenario dramático y perjudicaron considerablemente el desarrollo de la literatura paraguaya. A modo de síntesis, ¿qué sucede en aquellos largos años de incertidumbre cultural?
—Yo había apuntado recientemente en un prólogo acerca de La Babosa, lo siguiente: “Treinta años después de la derrota, ¿había logrado el Paraguay una estabilidad política?”. En efecto, vamos a mirar sucintamente el horizonte. En 1902 el general Caballero depone al presidente Emilio Aceval, ambos pertenecen al mismo partido en el poder. Asume el coronel Escurra y en 1904 el Partido Liberal derroca a éste. Toma el mando presidencial Juan Bautista Gaona, depuesto luego por un sector de su mismo partido. Sube entonces el afamado publicista Cecilio Báez, en 1905. En 1906 es elegido presidente constitucional el general Benigno Ferreira, quien no termina su mandato pues fue cesado en 1908 por Albino Jara, y asume el mandato Emilio González Navero. En esa serie de situaciones conflictivas, en 1910 le sucede constitucionalmente el humanista Manuel Gondra, quien ejerce solo dos meses, lo derroca el rebelde e impenitente Albino Jara, que ocupa de manera corta la presidencia en el año 1911, hasta que fue sucedido por don Liberato M. Rojas. Entre 1912/16 gobierna el presidente Eduardo Schaerer, quien completó cuatro años de mandato; fue el primer presidente civil capaz de tal hazaña. Pocos años Schaerer será rebelde dentro de su propio partido. En 1920, siendo presidente Manuel Gondra, se ve obligado a renunciar y sube primeramente Félix Paiva, luego Eusebio Ayala, quien dirige el país en horas difíciles. Tras la revolución de 1922/23, lo sustituye Eligio Ayala, hombre excepcional, que logra por un tiempo la pacificación del país. Asimismo, sanea las finanzas y prepara silenciosamente a la nación durante cuatro años de su mandato para la confrontación con Bolivia. En 1928, al término de la presidencia de Eligio Ayala y comienzo del mandato de José P. Guggiari, Paraguay cuenta con una población de 800.000 habitantes, el 95% analfabeto, ni la misma capital del país tiene agua corriente, conste que estaba al borde del cuarto centenario de su fundación. Paraguay todavía vivía bajo la obsesión del pasado que se retrataba en la catástrofe de 1870. ¿Adónde iba la nación? Hombres ilustres como Cecilio Báez y Manuel Gondra ¿qué podían trazar en tan deprimente y ajetreada situación de conmoción permanente? Había una vida caótica. Y no era para menos, el Paraguay era el país de la frustración individual y colectiva. Así fue nuestro panorama, luego vienen otros ingredientes que enmudecieron aún más nuestra pobre expresión.
—En la literatura paraguaya se percibe un estancamiento o una notoria incomunicación. ¿Cuál es tu idea sobre esta realidad?
—En materia de poesía hay una confusión muy grande a escala mundial. En Paraguay me preocupa que muchos libros se publiquen irresponsablemente. Es una época que invita a eso. Entonces, cómo no se va a imitar a la ignorancia si la literatura es una tradición y para conocerla hay que saber por lo menos de dónde se partió. Aquí no se entiende que para llegar a lo nuevo hay que aprender lo viejo. Muchos supuestos innovadores solo imitan y la poesía sale como de tercera o cuarta mano. El escritor paraguayo es ignorante y poco informado, salvo gloriosas excepciones. Cuando es muy culto ya no se anima a escribir.
— ¿Estás hablando como un iconoclasta?
—Sólo estoy pensando en los poetas, en los pobres poetas que deben entender que la poesía atraviesa un tiempo muy difícil. Recuerdo que en Madrid, cuando estábamos en el Ministerio de Cultura, ante 50 escritores candidatos al Premio Cervantes, no se habló de un solo poeta. Claro, ese año salió ganando el preciado galardón un narrador: Francisco Ayala. Si hubiéramos estado en 1905, es muy probable que el premio se hubiera dado a un poeta. Pero en Madrid ni siquiera se habló de los poetas, como si no existieran. Los prosistas acapararon la atención. LA POESÍA ESTÁ DE CAPA CAÍDA, no está en vigencia. Campos Cervera solía decir que se respeta al poeta a un nivel popular. Como ya señalé, se vivió y se vive absorto en la política, y esta situación sigue causando enormes dificultades para el trabajo creativo.
—Tu trabajo crítico se orienta hacia la narrativa y la poesía, ¿cuál es el campo que más te interesa?
—Cuando empecé a escribir crítica ya había pasado la época de los poetas, el predominio estaba en manos de los narradores. Eso que en los años treinta aparecen tres poetas que fascinan a las masas de habla hispana: Lorca, Alberti y Neruda. Pero, como dije, había comenzado una mayor valorización de las obras en narrativa, aunque en nuestro país no había crítica literaria. Por otra parte, debo decir que en toda América emergió una impresionante cantidad de buenos escritores. De todos modos, debo aclarar, en Paraguay no había mucho que decir acerca de la poesía. Sin embargo, creo que en el ’60 aparecen escritores bien informados que manejan con sistematicidad la crítica literaria, entre éstos quiero nombrar a Roque Vallejos y Francisco Pérez Maricevich.