PERDURABLE TERTULIA y EL MARISCAL FRANCISCO SOLANO LOPEZ
Poesías de: HUGO RODRÍGUEZ-ALCALÁ
PERDURABLE TERTULIA
Una dama, dos graves caballeros
y un mozo adolescente, en sus butacas
de claro mimbre o de madera oscura
aquel remoto día platicaban.
Lo testimonia una fotografía
que alguien sacó con una antigua cámara.
Frente al zaguán de la casona prócer
están, sobre la acera sombreada
por un árbol frondoso. Las imágenes
se van desvaneciendo. La mañana
de aquel día de Sol más se adivina
que se la siente con su lumbre clara.
Yace a los pies del grupo un can oscuro
adormilado sobre la calzada.
Hay un enigma en la fotografía
que es el del niño que, junto a la dama,
en traje marinero, desdibuja
en la sombra, los rasgos de su cara.
¿Quién sería? ¿Yo mismo? ¿Algún pariente?
Es su perfil una confusa mancha.
Mas la hora perdura todavía
con fijeza tenaz en la instantánea.
El grupo sigue hablando, misterioso,
y entre los caballeros y la dama
vibrar parece aún el aire quedo
con un temblor de voces y de almas.
Sólo el adolescente hoy sobrevive
y acaso viva el niño cuya vaga figura,
con su traje marinero
su identidad esconde a la mirada.
¡Oh, qué hermoso si en sueños visionarios
a aquel día remoto regresara
y, después de saludos y de abrazos
le viera al niño aquel la faz velada
y despertando al can adormecido
todo un mundo abolido restaurara!
5 de marzo, 1981
(De: El portón invisible, 1983)
EL MARISCAL FRANCISCO SOLANO LOPEZ
.
Orribil furon li peccati miei...
Purgatorio, III, 121
.
My conscience hath a thousand several tongues,
And every tongue brings in a several tale...
Richard III, V. iii
Aun desde el mismo reino de la muerte
nos intimida su mirar sombrío,
nos arrebata su pasión, nos quema
la llamarada de su verbo ardiente.
Otros guerreros célebres crecieron
agigantándose de triunfo en triunfo:
el éxito los hizo como dioses.
El creció en la derrota, en la desgracia,
y tras cada desastre, su alma invicta
templó en el fuego del dolor su acero,
se agigantó en la adversidad del sino.
La gloria misma, al coronar su frente,
se la ciñó en laurel bañado en sangre
y erizado de espinas. Su diadema,
para ser inmortal, radiante y única,
cristalizó en bermeja pedrería,
en el rojo color de la bandera
cuyos jirones fueron su mortaja.
*
Su vida militar ofrece fases
para acusarlo de cobarde. Empero
si se creyó abrumarlo con el mote
de cobarde, su muerte es muerte heroica,
como su vida toda es esforzada.
No se puede juzgarlo con criterios
de humanidad común, porque este hombre
trasciende todas las categorías.
Nuestra mente se ofusca y se confunde
o se extravía en mil contradicciones.
Si él hiela en nuestros labios la alabanza,
la detracción no alcanza su estatura.
La vara del juicio se deshace
ardiendo al rojo bronce de su talla.
En vano es condenarlo y maldecirlo.
Los dicterios se estrellan en la mole
de su grandeza trágica y su gloria...
Mariscal sin estudios ni batallas,
General en su ardiente adolescencia,
arropóse en lujosos uniformes,
lució medallas y entorchados de oro;
pero del arte y ciencia de la guerra
no llegó a dominar los rudimentos.
Lanzó, no obstante, al pueblo a la pelea
con armas obsoletas, con cañones
antiguos, en campañas sin concierto,
haciendo combatir barcos de palo
contra buques de acero. Y con su inepcia
militar, su imprudencia, su soberbia,
sacrificó legiones tras legiones
porque las huestes iban al combate
cual naves sin timón, precipitadas
a la furia del mar en la tormenta.
Fue su patria para él un patrimonio:
hacienda y honra y vida de las gentes
dilapidólas como bienes propios;
y tres veces mil leguas del terruño,
por pública escritura, sin escrúpulos,
donólas a su amante, la extranjera.
¿Qué caudillo, qué jefe era este jefe
a quien comparan con los grandes genios
de la guerra, y exaltan sobre todos
los héroes más ilustres de su patria?
¿Por qué rehuía el frente del combate?
¿Por qué no estuvo en la trinchera heroica
que hizo inmortal a Díaz? ¿No era acaso
más honroso su puesto a la cabeza
de sus tropas? ¿No vieron los ejércitos
en medio del tumulto de las armas
a sus emperadores y a sus reyes?
¿Luis XIV, el Rey Sol, no se exponía
al fuego más atroz, imperturbable?
¿No eran preciosas vidas las de un César,
un Alejandro, un Napoleón, e innúmeros
adalides en quienes se ha encarnado
el sino de un imperio o de una causa?
¿Por qué mandaba pelear a otros
y, lejos de la lucha, juez severo,
castigaba al vencido, fusilando,
degradando, vejando, torturando,
a quien según despótico dictamen
no cumpliera sus órdenes lejanas,
sin ser testigo él de los caprichos
del azar, en los trances de la guerra?
* .
Pero nadie que sepa de su muerte
podrá jamás tacharlo de cobarde;
ni quien sepa del cruce del gran río
desafiando una escuadra que lo asedia,
podrá tacharlo de cobarde. Siempre
nuestra razón se estrella como un dardo
contra el muro de hierro de su enigma.
Lo claro, lo evidente, es su grandiosa
energía en defensa de la patria;
su voluntad de muerte si la muerte
era el forzoso fin de la epopeya.
Porque si en él había claridades
así como hubo abismos de tinieblas,
sus claridades fueron refulgentes:
su ¡Muero con mi patria! nos revela
su grandeza terrible a luz tan vívida
como la de un relámpago sin término
en el ámbito adusto de su alma:
¡su alma que fue el alma de la patria,
cuya gloria ascendió hasta las estrellas!
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Setiembre de 1982
(De: Terror bajo la luna
[Sobre gestas de dos siglos], 1985)
.
Autora: TERESA MÉNDEZ-FAITH
Intercontinental Editora, 1995
Asunción-Paraguay, 362 páginas
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