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GUIDO RODRÍGUEZ ALCALÁ
  ARTE POÉTICA y COMO SE BUSCA EL FUEGO - Poesías de GUIDO RODRÍGUEZ-ALCALÁ - Año 2004


ARTE POÉTICA y COMO SE BUSCA EL FUEGO - Poesías de GUIDO RODRÍGUEZ-ALCALÁ - Año 2004

ARTE POÉTICA (VII) y COMO SE BUSCA EL FUEGO  (POESÍAS)

CLARA Y EL FANTASMA (CUENTO)

Obras de GUIDO RODRÍGUEZ-ALCALÁ




ARTE POÉTICA


VII

Yo soy como la voz

de muchas voces

como el canto de muchos

patria, callada perra

pobre vieja

que se muere de sueño.

Yo, rencoroso Edipo,

insatisfecho, terco,

soy poeta.

Digo lo que no dicen

lo que nunca dijeron

Fulano, Juan Zutano,

yo canto sus rencores,

yo vengo a sus silencios

(y quizá no lo saben

y quizá canto mal).


No me quieras pedir

historias lindas;

todos estamos mal.





COMO SE BUSCA EL FUEGO


Como se busca el fuego

en las cenizas frías

de la hoguera extinguida

he buscado el calor

en vano en la desierta

geografía, en los símbolos,

gastados de tu historia

en todos los hermanos

(quiero decir aquellos

que son tus hijos todos)

pobre, callada, sola,

discreta madre patria.


(De: Labor cotidiana, 1979)





CLARA Y EL FANTASMA


Clara no acostumbraba hacer esas cosas pero aquella noche se dijo que había trabajado todo el día y que todos los días trabajaba todo el día, así que era cuestión de cambiar de rutina. Sin embargo, no fue a la boite para estar acompañada, fue porque fue. Así se lo repetía para sus adentros y, cuando vio llegar al hombre, estuvo a punto de rechazarlo. ¿Piensa que una viene para eso? Era la frase que tenía en la punta de los labios cuando el hombre la invitó a bailar pero, medio segundo antes de despacharlo, decidió aceptar su invitación. El hombre parecía cortés. No daba por sabido que una mujer sola en una boite necesitaba un hombre.

Y así se hicieron amigos, porque tomaron la costumbre de verse en la misma boite y hablar horas enteras, pero sin hacerse demasiadas preguntas. Había una comprensión tácita entre los dos, algo que no podía comprender la del segundo piso.

Y es que Clara vivía en un cuarto piso y el edificio no tenía ascensor. Las escaleras de madera crujían y, al pasar por el segundo, era seguro que la pareja encontraría la puerta de la vecina entornada, como por casualidad, cuando no sentía la llave moviéndose en la cerradura.

¿Era malicia, curiosidad, infantilismo? Clara no podía saberlo pero le divertía pensar lo que pensaba la vecina que la veía montar las escaleras acompañada y descenderlas sola. Quizás la curiosa, mientras Clara trabajaba en un banco, contando billetes interminables y ajenos, había llegado furtivamente hasta el cuarto piso y mirado por el ojo de la cerradura. ¡Qué decepción! Contando y recontando plata, Clara podía imaginar el asombro de la fisgona, que ya estaría imaginándose una historia de fantasmas. Sólo que las historias de fantasmas no pueden contarse y a la vecina le gustaba contarlo todo y no podía arriesgar su reputación contando que la del cuarto piso dormía con un hombre inexistente.

No. Era preciso dar el nombre, la descripción; de ser posible, señalarlo y decir es aquél. Pero el potencial aquél se evaporaba y la relación que para Clara resultaba de más en más placentera, para la curiosa se volvía torturante. ¿Dónde estaba? ¿Quién era? ¿Qué hacía?

Tanto la torturaban esas cuestiones que, finalmente, decidió verificar la identidad del fantasma en forma bastante impertinente. Y así, cuando Clara llegaba al segundo piso, se abría bruscamente la puerta de la vecina, que salía y se ponía en jarras, como censurando. El fantasma trató de ser cortés; trató de intercambiar con ella algunas palabras cuando se cruzaban pero la vecina, de más en más desagradable, terminó con una crisis de nervios que la llevó a una internación siquiátrica prolongada.

Fue un castigo justo, pensó Clara, aunque ella se ocupaba mayormente de lo suyo y no tenía tiempo para incomodarse a causa de los demás. Justo, por haberse preguntado más de lo que uno debe preguntarse acerca de los otros, a quienes debe respetarse en su intimidad. La misma Clara, al fin y al cabo, tampoco sabía mucho pero había tenido el buen tino de ser discreta. La primera noche que trajo al hombre a su casa no lo sintió al amanecer pero, como en el próximo encuentro lo encontró muy sincero, comprendió que él no tenía la culpa de ser quien era.

No creer en fantasmas no es tan sencillo como creer lo que se dice de los fantasmas. ¿Cuál es la verdad? Los dos se entendían bien y ella ni siquiera tenía necesidad de levantarse temprano para prepararle el café. Sigamos así, le dijo ella cuando él se disculpó de su primera desaparición con un ramo de flores blancas que se esfumaron con él en el segundo encuentro. Pero ella no se lo echó en cara y nunca más volvieron a tener disgustos porque ninguno de los dos hacía demasiadas preguntas.


(De: archivos del autor, agosto de 2004)



Fuente: "ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA PARAGUAYA"/ 3ra. Edición

Autora: TERESA MENDEZ-FAITH *

Editorial EL LECTOR, Asunción-Paraguay 2004 







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