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GUIDO RODRÍGUEZ ALCALÁ
  ANTIGONA - Cuento de GUIDO RODRÍGUEZ ALCALÁ - Junio 2013


ANTIGONA - Cuento de GUIDO RODRÍGUEZ ALCALÁ - Junio 2013

ANTIGONA


Cuento de GUIDO RODRÍGUEZ ALCALÁ


Avanza flanqueada por dos hombres.

El uno, un bisoño con algo de poeta, mira de reojo a la mujer, tratando de hallar motivos detrás de su exterior impenetrable. ¿Cómo ha de comprender un mozo sus lealtades ancestrales, viejas como los dioses cuyas estatuas rotas dan testimonio de un mundo desaparecido y presente?

El otro, el veterano, ha conocido las incertidumbres del joven antes de perder el hábito de hacerse preguntas. Con sus muchos viajes, conoce gentes y lugares hasta donde puede conocerlos un hombre de su oficio. ¿Justicia? La experiencia lo ha llevado a descreer. Con todo, detesta el sufrimiento innecesario y por eso detesta a la mujer. Inmóviles, los pasantes murmuran maldiciones. ¡Cómo si él quisiera estar ahí! ¡Cómo si quisiera cargar, bajo un sol de fuego, tanto metal sobre el peso de los años! Le sobra edad para retirarse, y continúa sólo por decisión del superior. A él debieran dirigir los puños crispados.

El golpe de la piedra sobre el hombro le hace volverse. El joven lo mira sobresaltado. ¿Irán a lapidarlos por llevarse a la mujer? El viejo contesta señalando al culpable, que ha ganado ya con increíble agilidad el refugio de los callejones laberínticos de la ciudad antigua como Tebas.

Un niño. Nada deben temer de los demás, de los hombres, aunque irritados meros espectadores prudentes de la intervención, impopular como todas las intervenciones de ese género. La experiencia del viejo aparta los temores del joven.

Los antecedentes del procedimiento favorecen los miedos del muchacho. Minutos antes ha tronado una tempestad de polvo y humo, sacudiendo la tierra como un terremoto mayor. Pasado el peligro de las explosiones, han encontrado a la mujer en una situación equívoca. El joven propuso seguir de largo; el compañero se apegó a la disciplina. Escoltando a la extraña, el joven admira su altivez real buscando razones para comprenderla. Tarea tan sencilla como adivinar los pensamientos de una cariátide. Después del primer arrebato, esa mujer es una estatua que marcha, una imagen llevada en una procesión. Los dos soldados se sienten ridículos escoltándola.

El joven se alistó alentando sueños de honor y gloria. La paga le resultaba necesaria como la certeza de servir una causa noble. Unas semanas le bastaron para ver sus convicciones trituradas como el pavimento del templo (no puede recordar el extraño nombre) bajo los carros y las máquinas de la destrucción. Con desánimo presencia a cada paso la efusión de una violencia propicia a revivir las figuras amenazantes de la demonología asiría. La guerra, celebrada todavía en el hogar lejano del muchacho, en el territorio sometido suscita sólo malos espíritus.

El viejo, de haber tenido un techo y una mesa provista, no hubiera recorrido el mundo hostilizando pueblos extranjeros para hacerse acreedor de una venganza evitada con suerte pero no sin secuelas. Se considera un hombre digno de compasión por eso, por una enfermedad inexplicable contraída en la campaña del desierto, y por su absoluta desposesión. Quiere volver a casa, los usureros se la han quitado. Quiere su mujer, la ha perdido hace tiempo; la quiere de cualquier manera y la mera idea de su compañía le hace insoportable la presencia de la infractora. ¿Qué malos vientos la han puesto en su camino?

Rumiando esos pensamientos llegan a la presencia del general, a quien sus mismos enemigos llaman rey, para marcar el alcance desmesurado de su poder y su origen espurio. El rey o general ha triunfado y está dispuesto a conservar el mando. Débil por la insuficiencia de la fuerza, gobierna con decretos severos. Ha decidido negarles número, nombre y tumba a los vencidos. ¿Podrá exiliarlos así de las memorias, cuando la contienda ha comprometido clanes y naciones? Sin permitir consejos ni compasiones, manda a sus hombres armados entre las multitudes hostiles. Ellos le obedecen de mala gana, sabiendo cuánto ha costado la victoria. A sus desgracias de siempre, los del país deben sumar la desgracia adicional de cosechas perdidas, pozos contaminados, ganado muerto, enteras ciudades destruidas. ¡Cuándo llegará la paz deseada por civiles y soldados!

El joven cree comprender el propósito del general. Negando honores a los caídos, aquél no ha pretendido desconocer los deberes básicos de la piedad fraterna, sino evitar sediciones, pues los duelos se prestan a fomentar propósitos muy ajenos al amor familiar. Pero, ¿de qué sería culpable aquella joven arrogante? Las mujeres tienen todas un corazón de más para los suyos, ella sólo obedeció a la naturaleza dando rienda suelta a su dolor. (Trabajo les costó separarla del cuerpo inanimado.) El joven se cree en posesión del valor necesario para exponer sus razones al comandante y juez.

¿Cuál es la verdad? La mujer llorando por su deudo podía ser una de las tantas cuya culpa no iba más allá de que el caído hubiera empuñado las armas, cosa cada vez más frecuente en una guerra cuyo final no ven los mismos estrategas. El viejo comprende los motivos del adversario, cuya resistencia pretende sólo hacerle deponer las armas (¿quién es el enemigo entonces?) que el general le obliga a sostener. Por cierto, la mujer podría ser culpable de auxiliar al rebelde con víveres, información o incluso más; podría ser de las jóvenes ricas transformadas en furias por la prolongación de los combates. En tal caso, el viejo no le reprocha tanto su rebeldía como el haberlo puesto en la necesidad odiosa de entregarla a sus verdugos.

Algo de niño tiene el veterano, pero lo comprendió desde el primer momento: si las lágrimas ablandan a los mismos jueces del infierno, aquella no ha de suplicar a sus jueces. Antes increpará a los soldados; desafiará al general; se ufanará de su presencia junto al cuerpo ensangrentado; despreciará la ley invocando un mandato del Todopoderoso. Al prenderla, y pese a toda su rudeza, el veterano ya la vio marchar por el largo pasillo hacia la puerta, amenazadora como la boca abierta de una bestia; detrás la espera la rutina infame de la infame prisión de Abu Grahib.

Retribuyo



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REVISTA DEL PEN CLUB DEL PARAGUAY

IV ÉPOCA – N° 24 JUNIO 2013

Editorial SERVILIBRO

Asunción – Paraguay. Junio 2013 (150 páginas)


 

 

 

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