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AUGUSTO ROA BASTOS (+)

  VOCES QUE NO SE APAGAN - AUGUSTO ROA BASTOS


VOCES QUE NO SE APAGAN - AUGUSTO ROA BASTOS

AUGUSTO ROA BASTOS - VOCES QUE NO SE APAGAN

CD 1
 
 
Entrevista realizada por VICTORIO SUÁREZ
 
Palabra viva de grandes escritores paraguayos
 

Poeta, narrador, periodista, ensayista, guionista cinematográfico y drama­turgo. Nació en Asunción, en 1917, vivió gran parte de su niñez en el pueblo de Iturbe, sitio cuyo recuerdo aparece recurrentemen­te a lo largo de su obra. Participó como voluntario en la guerra del Chaco (1932-1935). Viajó a Ingla­terra y Francia durante la Segunda Guerra Mundial, como corresponsal. Uno de los grandes maestros de-la narrativa contemporánea; ganador del Premio Cervantes 1989, y el escritor paraguayo de más renombre internacional, Roa Bastos ha vivido en el exterior (Argentina y Francia) durante más de cuarenta años. Miembro del grupo que inició la renovación poética en el Paraguay en la década del 40 -con Josefina Plá, Hérib Campos Cervera y otros creadores reunidos en el Denominado cenáculo  “Vy’araity”, luego de largos años de ausencia forzosa regresó al país a radicarse definitivamente, hacia 1996.

Su copiosa producción ha sido traducida a varias lenguas y distinguida con prestigiosos premios internacionales, a más del ya aludido "Nóbel de las letras españo­las", denominación que también recibe el Premio Cervantes. Entre sus libros de poemas están: "El ruiseñor de la aurora y otros poemas" (1942) y "El naranjal ardiente" (1960). Su producción narrativa que se genera casi exclusivamente en el exilio- gira en torno a la realidad problemática de su país. Ya en 1942, una novela suya, "Fulgencio Miranda", hasta ahora inédita, se hizo acreedora de una mención especial en un concurso literario patrocinado por el Ateneo Paraguayo. Su primer libro en el género reúne un con­junto de diecisiete relatos bajo el título de "El trueno entre las hojas" (1953). Seguirán luego otras an­tologías cuentísticas tales como "El baldío (1966); "Madera quemada" (1967); "Moriencia" (1969); "Cuerpo presente" (1971); "Antología personal" (1980), por citar los Cítalos más representativos.

En 1960 salió a luz su primera novela, "Hijo de hombre", ganadora. un año antes, del Concurso Internacional de Novelas propiciado por la editorial Losada de Buenos Aires. Argentina.

En 1974 apareció "Yo el Supremo"; novela que ha valido a su autor tres importantes v codiciados galardones: el premio de letras del Memorial de América Latina (Brasil, 1988), el Premio Cervan­tes (España,1989) y la condecoración de la Orden Nacional del Mérito (Pa­raguay,1990). En los últimos años publicó cuatro nuevas obras narrativas: "Vigilia del Almirante", "El Fiscal", "Contravida" y "Madame Sui", novela esta última que le valió el Premio Nacional de Letras de 1996, conferido por el Parlamento paraguayo. Además de un volumen de sus Poesías Reunidas y un libro titulado "Metafo­rismo" con textos breves, reflexivos extraídos de sus obras. En noviembre de 2003, el Gobierno argentino condecoró a Roa Bastos con la "Orden del Libertador San Martín" en el grado de Comendador, por su contribución a la unión de los dos pueblos. Murió en Asunción el 26 de abril de 2005.

 

 

 

 

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AUGUSTO ROA BASTOS

 

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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AUGUSTO ROA BASTOS (ASUNCIÓN, 1917-2005)

(12, 20, 27-II-94 - NOTICIAS). Entrevista por VICTORIO SUÁREZ

“HACE 50 AÑOS QUE PARAGUAY SUFRE LA CORRUPCIÓN Y PERVERSIÓN DE LAS COSTUMBRES”

( GENERACIÓN DEL 40 - LITERATURA PARAGUAYA )

 

Hablar con Augusto Roa Bastos resulta enriquecedor, porque siempre está dispuesto a compartir –con luminosa sencillez– la profundidad de su pensamiento. En esta entrevista he llegado a un acuerdo –peticionado por el escritor– de no hablar de sus obras, ya ampliamente abordadas por la crítica especializada y los medios de prensa. Sin embargo, conversamos acerca de la literatura en general, el hombre paraguayo y los grandes desafíos que emergen de nuestra realidad.

 

 —Solamente a modo de referencia, me gustaría tener una semblanza de la década del 40. Entiendo que fue un período muy importante, porque marcó la despedida del modernismo y la irrupción de aires renovadores en la literatura. Se puede decir, además, que la misma época estuvo signada por difíciles acontecimientos políticos. ¿De qué manera asumieron los de la Generación del ’40 todo aquello? 

—Te puedo dar al respecto sólo algunas líneas referenciales. No he seguido el proceso como historiador de la cultura, sino más bien como escritor que ha aportado su trabajo desde lejos. Mi labor como narrador, no como novelista, comenzó en el exilio. Anteriormente escribía poemas, un poco como ejercicio al que los jóvenes de la época se dedicaban con justa razón, porque el poeta tenía mayores posibilidades de movilidad con su material escrito. Uno podía andar con su libro inédito bajo el brazo para confrontar opiniones. Nuestro afán de escribir poesías era algo parecido al de la juglaría. Las publicaciones eran escasas y difíciles. Ni qué hablar de las obras en narrativa que por su extensión tenían menos acceso hacia la edición. En realidad, 1940 fue una década dura, de encrucijadas. Casi en los umbra les de otras épocas se desprendió un viraje total de nuestra política —la revolución del 47— que marcó un período de enfermiza violencia y llevó a millares de paraguayos al exilio. Se puede señalar también que a partir del ’47 se interrumpe toda una trayectoria y una producción cultural valiosa. La dictadura posrrevolucionaria de Morínigo —menos dura que la de Stroessner— produjo una lamentable persecución a las ideas y a todas las manifestaciones que no encuadraban en los parámetros oficiales. No olvidemos que con Morínigo comenzó el cercenamiento sistemático de los canales de comunicación cultural. El desenlace no se hizo esperar: derramamiento de sangre, exilio, tumulto político y otros acontecimientos funestos dieron la tónica a esos tiempos que ya pertenecen a la historia.

 

—En el 1947 se produce la dispersión de una gran cantidad de intelectuales, el ambiente posrrevolucionario produce cierta “desgana vital”. Ese fenómeno ¿incidió en los que quedaron? ¿Se puede decir que el exilio fue favorable para la producción literaria de los que salieron?

—Quedaron en el país prácticamente los que estaban comenzando, los más jóvenes; pero los que eran considerados nuestros maestros, como Hérib Campos Cervera y otros referentes importantes, fueron todos arrojados al exilio que indudablemente resultó una escuela donde juega lo físico y espiritual, es decir, la sobrevivencia de la obra y de uno mismo bajo los efectos de la presión y la lucha por la vida. Para mí el exilio fue productivo, creo que a los paraguayos nos falta salir. Mientras continuemos encerrados en el caparazón mediterráneo mirándonos el ombligo no vamos a ver la otra cara del mundo para sobresalir de alguna forma. Por otra parte, creo que el exilio no da dones de mayor inteligencia o de espíritu creativo, sino simplemente brinda la oportunidad de densificar las cualidades potenciales que tiene el escritor. El que no tiene dentro de sí mismo determinado tipo de semilla, de germinación, pasa por el exilio como una maleta con rótulo de ciudades, pero no como un ser humano que va en aras de esa nutrición cultural, espiritual y humana que implica el exilio. El exilio es una aventura de inmersión en busca del misterio humano. Generalmente, en el exilio se sobrelleva una gran soledad, porque la educación a una cultura extraña no es fácil. Viví 32 años en la Argentina, escribí todas mis obras literarias en Buenos Aires. Suelo decir que no soy un escritor profesional, soy un escritor surgido por la imposición del exilio. La literatura era para mí una vía de comunicación que me aproximaba a la ciudad perdida, a mi gente, al Paraguay, a los valores que siempre existieron en mí como fundamentales. La literatura cumplió un papel muy importante ante esa necesidad muy viva de mantener la comunicación con esos centros invisibles, actuantes en nuestro medio cultural. No olvides que yo soy un hombre de origen campesino que vivió en estrecho contacto con la gente común de nuestro pueblo.

 

—Entiendo que en ese largo desarraigo abandonaste la poesía para incursionar definitivamente en el género narrativo.

—Sí, se dio una ruptura con la poesía, pero con miras a otro tipo de poesía. Quería salir de ese folclorismo de superficie que nunca favoreció al crecimiento de nuestra literatura porque está hecho más de estereotipos que de elementos reales de nuestra cultura. A mí me interesó por sobre todo la búsqueda de mitos esenciales que tienen origen en nuestra cultura, sobre todo la cultura indígena. Son más incitantes y profundas que el folclore y el chauvinismo a ultranza que tanto daño nos hizo en esta suerte de encierro que vivimos.

 

— ¿Cómo se da la cuestión de identidad en una obra? ¿De qué manera se entiende ese complejo fenómeno en el contexto paraguayo?

—El trasfondo profundo de los elementos comunes de la colectividad es un hecho concreto y muy complejo para definir porque se mezclan muchas cosas: elementos físicos, culturales, metafísicos; la susceptibilidad de cada uno reelabora todo el magma en el cual estamos inmersos. La identidad de un país, de una colectividad no se puede definir de manera muy clara, muy nítida, porque está cambiando continuamente en el ambiente regional, en el contexto mundial que incide sobre nuestro mismo carácter, nuestra forma de relacionamiento. Es muy difícil definir lo que entendemos por el complejo fenómeno de la identidad nacional o individual, pues se tiene siempre un simplismo reduccionista. Se puede decir, nuestra comida, nuestra vestimenta, nuestro yopará, pero no son elementos suficientes para una definición. Vemos las grandes oscilaciones que se originan en el espacio cultural de la colectividad. El paraguayo oscila como un héroe arrojado, delirante y, al mismo tiempo, como un olvidadizo, un pusilánime, un cobarde. Ahí hay un arco muy grande que separa estos aspectos muy contradictorios de la personalidad paraguaya. Nuestra vida histórica nos hizo ambiguos. Hay aspectos positivos y negativos. No solamente las virtudes forman parte de nuestro carácter, sino las excrecencias, las deformaciones. El paraguayo está sometido a una serie de estigmas que vienen de lejos y nos ha hecho mucho daño al cultivo febril de ese egocéntrico nacionalismo paraguayo; la fe que tenemos en nuestro destino nacional es respetable, pero ese tipo de nacionalismo creó cierto adormecimiento en una vaga superioridad que nos ha ayudado a esa necesidad de luchar por el perfeccionamiento global del país. Ese nacionalismo ha sido utilizado por las sucesivas olas del poderío social de los regímenes autoritarios, de las revoluciones, en un afán permanente y obsesivo por el poder, el encubrimiento del “mbareté” (prepotencia) como el elemento principal de nuestra personalidad. Todas estas cosas son deformaciones del carácter de la colectividad que no viene por casualidad, sino porque estamos expuestos a las precisiones de los elementos sociales, políticos, culturales e históricos.

 

—En esa especie de estancamiento las generaciones jóvenes no encuentran líneas referenciales para ubicarse y nutrirse al mismo tiempo, incluso, para sobrepasar las dificultades.

—Es mi gran preocupación, por eso mi trabajo estuvo siempre cerca de los jóvenes a través de la docencia o mi propia necesidad de estar en contacto con ellos. De la gente adulta ya no espero nada porque han cumplido un ciclo y si hay limitaciones, éstas son insuperables. Están allí como una resaca del espíritu. Allí ellos, toda mi fe está hacia la gente joven. Además, no me pongo a analizar el problema gerontológico. Yo tengo un discurso crítico, creativo, no un discurso clínico. Trato de ver las posibilidades que brinda el hecho de la continuidad biológica de nuestra colectividad. Ya no hablemos de ese tópico estereotípico de la raza. Para mí eso está perimido.

 

—¿Hacia dónde caminamos en este mundo violento y cargado de degradación humana?

—El mundo, a la inversa de la expansión del universo, se ha achicado demasiado, ahora es una bola no de antimateria, sino de contramateria. La TV, los cables, el cine, las transmisiones de noticias por los medios modernos, con sus efectos nocivos de violencia son signos de nuestra época. Creo que la especie humana, contra todo vaticinio, entra en una etapa muy oscura de degradación, de destrucción. Esto plantea otra pregunta: ¿se pueden dar estos cuadros de escepticismo y pesimismo a los jóvenes? Creo que no, hay que tomar conciencia de la gravedad de esta situación que puede ser la última, inclusive, para el planeta. Deforestación, desastre ecológico, plagas, criminalidad, hambruna, contaminación, peste, virus del sida, corrupción, son algunos de los ingredientes apocalípticos que forman parte de la alarmante y corrosiva situación que se vive actualmente. Estimo que hay una moral social jaqueada constantemente por los vicios tremendos de la corrupción, del encumbramiento a través del dinero mal habido. Son represiones permanentes a la libertad humana. No hablo ya de la libertad política.

 

—Las flacas intenciones oficiales no han podido hallar respuestas a los graves problemas que se plantean en el país. ¿Cómo ves el panorama?

—Creo que hay un enorme contraste entre Asunción, que ha llegado a constituirse como el paradigma de todo el Paraguay, y el interior marginado justamente por las falencias de un orden político. El problema plantea la necesaria y urgente descentralización a fin de construir totalmente nuestra estructura social, política, cultural y económica. Son imperativos insoslayables. Los políticos no se preocupan demasiado de estos aspectos. No se les puede exigir mucho, pues no son sociólogos, y están destinados para la captura del poder, a veces a cualquier precio. El país vive un cuadro abigarrado y absurdo de conductas, de hechos que hacen pensar que seguimos viviendo en una etnia de barbarie política, social y cultural. ¿Quién nos puede salvar de la crisis tan larga? Las generaciones futuras, no solamente los jóvenes, que ni siquiera han tomado conciencia de su situación en el país, sino también aquellos niños que están llegando al mundo. En ese sentido, es más importante que cualquier otra cosa la educación que también implica salud y los medios económicos para mejorar el panorama social. Creo que nuestro deber está en colaborar para que estas prioridades funcionen.

 

—En este momento de crisis el productor cultural parece confundido. Si se le pidiera cierto protagonismo, ¿cuál sería la opción más acertada?

—El problema que ha sido planteado de manera teórica y con el lenguaje un poco absurdo de la literatura comprometida, para mí no es tal. Pienso que lo fundamental para el productor de los valores culturales es estar insertado en su realidad, en su tiempo, en su época. Si eso se produce, el productor de valores está comprometido con lo más importante que es su propia colectividad. Ahora, es diferente que no le importe su país, su gente, su medio. No puede hacerse escritor comprometido por simple voluntad. Esa es la teoría que yo he rebatido y he reprochado a teóricos como Sartre y otros que han escrito mucho sobre el tema. Ahora, hay un fundamental compromiso, y eso es estar insertado en la época, sin eludir los desafíos. La literatura no lleva precisamente al cambio revolucionario a través de su temática o del problema que toca. La literatura en general, como en el ejercicio de las artes, produce un lenguaje simbólico; a veces la realidad está captada por el lenguaje simbólico como el fenómeno del espejo, pero muchas veces se da a la inversa, entonces son innumerables los caminos que se pueden tomar. Recuerdo que antes del final de la Segunda Guerra Mundial, ante una literatura silenciada por la preocupación de la ocupación nazi, aparece en Francia la novela “El silencio del mar”, que explota ese vacío total. Era la primera impresión que producía. Sin embargo, era una obra cargada de valor revolucionario porque buscaba todos los caminos para rodear los males de la sociedad francesa, castigada por las fuerzas de Hitler. No creo que haya uno o dos caminos centrales para la práctica de la literatura, eso depende de cada autor, de cada artista. Hay caminos naturales por la obsesión del mundo que tiene tensiones para la obra artística.

 

—El sistema neoliberal impacta negativamente en los países atrasados como el nuestro. En ese sentido, me preocupa la pérdida del oficio cuestionador del intelectual, del escritor. Muchos aceptan con beneplácito y otros con impotencia al sistema que nos está haciendo perder la solidaridad porque nos ha individualizado, nos ha aislado. Aquí muchos danzan y muchos están moribundos.

—Hay una serie de problemas engranados en el auge de lo que se dio en llamar neoliberalismo, que tiene su raíz, a mi criterio, en el orden ideológico y en la ruptura de la hegemonía bipolar en el mundo entre el comunismo y el liberalismo —tipo imperial— encarnado por los EE.UU. Ese neoliberalismo invade todos los países desarrollados e industrializados, donde priman la teoría del libre mercado y todos aquellos elementos que llevan de nuevo a esa concepción ya perimida del liberalismo; antes el liberalismo estaba contrastado por su oponente, pero ahora ya no existe esa confrontación, hay una sola mirada unilineal en la que no caben los disentimientos, ni siquiera la crítica. Ante esta instancia, los que sienten la pasión creativa deben hacerlo a todo riesgo, no pueden eludirla. Estoy repitiendo siempre a los jóvenes que debemos manejar los tres principios:

1. Cultivar la memoria histórica, porque somos un pueblo muy olvidadizo, muy descuidado. De aquí al día siguiente, un hecho tremendo se olvida. Los antihéroes de la víspera se convierten en héroes aclamados por la multitud. El héroe en este caso es el que conquista mayores éxitos tanto en la carrera política como en la carrera de la corrupción económica. El Paraguay en los últimos 50 años está sufriendo la corrupción y la perversión de las costumbres. Me asombra ver signos de una riqueza todopoderosa. Hay mansiones de millones de dólares que muestran las contradicciones en un país atrasado como el nuestro. ¿Adónde iremos a parar con el empantanamiento en la corrupción? ¿Bastarán tres o cuatro generaciones para salir del pozo? Es un problema sumamente grave, alarmante, mientras tanto la vida no se detiene, busca abrirse paso entre deformaciones ecológicas y angustias económicas intensificadas por el problema del Pilcomayo, y contingentes de brasileños que han creado todo un Estado dentro de nuestras tierras fronterizas. Esto –ante la complacencia de los gobiernos– comenzó con Stroessner y sigue sin que hasta hoy haya despertado interés en los debates parlamentarios. Son temas que tienen relación con la vida misma de nuestro país. ¿Qué va a pasar con esa penetración que viene desde el este hacia el oeste? Sabemos muy bien lo que es Itamaraty y su capacidad secular de dirigir las políticas más audaces de penetración. Fue una de las responsables fundamentales de la Guerra del 70 y no tanto Mitre como se suele decir. ¿Qué nos espera con la tenaza que se está cerrando sobre el Paraguay? No se ha hecho nada. Me alarma ver la indiferencia o el descuido ante estos hechos. Por eso creo en la necesidad de cultivar la memoria histórica.

2. Hay que fomentar la conciencia crítica para no caer en constantes yerros. Se deben analizar los fenómenos que se producen para actuar como paragolpes de políticas suicidas que se dan desde los mandos altos, mandos medios, y desde los propios ciudadanos que no ven los riesgos no calculados que se producen en nuestro país.

3. A la conciencia crítica debe acompañar el cultivo de la libertad como una responsabilidad. Mientras no se tenga un compromiso concomitante y coherente, la libertad no va a existir. Van a predominar máscaras y disfraces de libertad. La libertad no es ese pequeño marco de concepciones que en cierta forma son reivindicaciones. La libertad como un hecho es contemplar al otro, al semejante. La libertad no debe ser confundida con la impunidad de la delincuencia, eso se da en Paraguay, en Europa, en los EE.UU., son signos de la época decadente. Pero debemos buscar fórmulas para superar el mal. Ahora, ¿cómo frenar el declive? Es la pregunta central. Creo que los grandes productores culturales —además del trabajo de producción artística— tienen que ir elaborando un proyecto nacional que pueda ser alternativo a los proyectos muy fragmentados de las nomenclaturas políticas, ya que la oposición política no cumple la función de oponerse a los malos actos del Gobierno y los malos actos en general; creo que tenemos que actuar como una alternativa no de poder sino de función. La cultura puede ser muy importante en este país, pero no puede ser hecha de manera irresponsable, incoherente. Debe formarse un proyecto nacional a mediano y largo plazo para las posibles salidas, sin descuidar el trabajo de análisis acerca de nuestra realidad.

 

—Augusto, ¿se puede mirar con cierto optimismo el difícil y largo proceso que estamos viviendo? ¿Qué se precisa para salir adelante?

—Se precisa una acción cultural, con sentido político, con orden y buen gobierno para la sociedad. Eso es lo que debe interesar para alcanzar las fuerzas positivas de las actividades culturales frente al campo político. Con la improvisación y el simple deseo eso no se logrará. Aquí hay que generar proyectos concretos que contemplen a fondo los problemas que atraviesa el país. Entonces podremos esperar que las cosas cambien. No soy pesimista, es más, creo que mi optimismo esencial radica en la creencia de que la vida misma tiene sus propias leyes de preservación de la continuidad en todos los órdenes. Uno de esos campos para lograr adelantos significativos es en el área de la cultura que está buscando su propia expresión. Lastimosamente en el ambiente cultural existen aún las lacras y las rencillas personales, a veces por la envidia, a veces por mezquindades de aldea. Entendamos de una vez por todas que ya no somos aldea, hemos salido de eso, nos queda a todos aceptar nuestra situación e ir mejorando nuestras relaciones en la sociedad.

 

— ¿Una anécdota para recordar?

—Tras haber ganado el Premio Cervantes regresé al país. En una de mis salidas me encontré con una vendedora de frutas, una mujer muy humilde y vivaz, que puso en mis brazos un cacho de bananas. Cuando le dije que le iba a pagar, me respondió que se trataba de un obsequio por traer al Paraguay la “Copa Cervantes”. Aquel gesto espontáneo y sincero me produjo una profunda emoción. Es realmente admirable la gran sensibilidad de la gente más pobre, ese tipo de gente me hace sentir más paraguayo.

 

—En una nota (1970) le habías dicho a José Luis Appleyard que te costaba mucho escribir. Sin embargo, los últimos libros aparecieron con mucha rapidez y contradice aquella vieja afirmación.

—En realidad me costaba escribir por el tiempo que disponía para hacerlo. Nunca tuve tiempo, aprovechaba los sábados, domingos y feriados. En un ciclo dedicado a mis obras en los EE.UU., un profesor norteamericano me preguntó por qué mi producción era tan escasa. En principio no supe responder, pero le dije: “Creo que soy un escritor de los sábados y domingos”. Mi interlocutor no entendió lo que yo quería decir y me hizo enseguida otra pregunta: “¿Eso me dice porque son los días que Ud. elige para escribir?”. Yo le respondí: “Los días me eligen a mí, porque no tengo otros días libres para dedicarme a la literatura”. En realidad, para mí escribir era una tarea difícil, conste que cuando tuve tiempo cambiaron las cosas. Hoy día puedo trabajar de ocho a diez horas diarias, ese ejercicio me facilita la escritura.

 
 
 
 
 
 
 

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