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CARLOS FEDERICO REYES (+)

  LOS PROBLEMAS POLÍTICOS y JUEGOS DE GUERRA - Narrativa de CARLOS FEDERICO REYES


LOS PROBLEMAS POLÍTICOS y JUEGOS DE GUERRA - Narrativa de CARLOS FEDERICO REYES
LOS PROBLEMAS POLITICOS y JUEGOS DE GUERRA
 
Narrativa de CARLOS FEDERICO REYES
 
 
 
 
LOS PROBLEMAS POLÍTICOS

En aquella época, recuerdo que había muchos que se apasionaban demasiado con la política; verdaderos fanáticos del partido al que pertenecían y en cuanto estaban con algo de alcohol en el cuerpo, se sentían verdaderos Sansones y salían a la calle, a provocar a los contrarios:

-"¡Piipu, piipu!, cheko kuimba’e ápe ha mamo aimehápe" (soy hombre de agallas, aquí y en cualquier parte).

Había dos partidos predominantes: pitãva ha hovyva (rojos y azules).

Generalmente, el seguidor del partido que estaba en el poder, se creía con derecho a provocar al contrario; cuando un colorado pasaba por frente al partido liberal y andaba borracho, se ponía a despotricar en contra de los azules (liberales) y viceversa; los liberales gritaban:
-"Mueran los mba’e piko peẽ colorado Pi’aju peẽko Colorado ñembyahyi (colorados cobardes; colorados hambrientos).
Los colorados gritaban:

-"Que mueran los liberales legionarios; ladrones".

Muchas veces, esos borrachos o no, provocadores, recibían sus buenas palizas de parte de los ofendidos; esto ocurría allá por 1918. Las mujeres no intervenían en política.

Recuerdo que en 1922, siendo Presidente de la República don Eusebio Ayala, el coronel Pedro Mendoza encabezó una revuelta, cuyas repercusiones se sintieron hasta en el campo.

Bejarano se llenó de soldados "saco pucu" y "saco mbyky" (saco largo y saco corto).

Recuerdo que una tarde estábamos todos en la chacra, limpiando las plantas de cebolla, y llegaron junto a nosotros tres soldados armados con fusiles. Sin decir media palabra, tomaron a papá y lo arrastraron hacia el camino. Una vez allí, el que comandaba el grupo, le dijo:

-Estamos en revolución señor; por orden de nuestro jefe, usted se va con nosotros.

Los niños comenzaron a llorar al ver cómo empujaban a nuestro padre, quien calmadamente habló con los soldados:

-Por favor, déjenme llevarme a los niños hasta la casa y después iré con ustedes.

Los soldados aceptaron y nos acompañaron hasta la casa; al llegar, papá les dio sandías y melones y mientras ellos comían, papá les dijo que iría a guardar su caballo al platanal.
Sin que los soldados se dieran cuenta, mi padre me hizo señas para que lo acompañara; así lo hice y por el camino, me dijo:

-Carlos, lleve inmediatamente a sus hermanitos a la casa del vecino Aranda y cuídelos muy bien; dígale al señor Aranda que a media noche iré a reunirme con ustedes.

Cuando los soldados se hartaron de frutas, preguntaron:

-¿Moopiko ollo ra’e pe karai (adónde sea ha ido ese señor)?
No nos molestaron a nosotros. Yo reuní a mis hermanitos y les dije que se fueran a casa del señor Aranda; que yo iría en seguida.

El soldado que comandaba el grupo, les dijo a sus compañeros:
-Vayan al platanal a buscar a ese señor y me lo traen como sea. Mis hermanitos pasaron a la casa de don Rosendo Aranda, que vivía frente a nuestra casa, en calle Olimpo.

Don Rosendo nos acogió muy bien; le dije que nuestro padre iría a vernos a media noche y no nos permitió que regresáramos solos a nuestra casa; nos dijo que pasáramos la noche con ellos.

La señora de don Rosendo nos sirvió comida y nos hizo dormir en la sala.
Como a la media noche, llegó papá, golpeando suavemente la puerta del fondo; don Rosendo lo hizo pasar y sin encender ninguna luz, conversaron un rato; mi padre lo agradeció sus atenciones para con nosotros y después de despedirnos nos llevó de regreso a casa.
Resultó que mi padre había pasado del platanal a la casa de otro vecino, el señor Velázquez, donde había dejado encargado a Maú.

Al día siguiente, muy temprano, se presentó ante el Comisario de la Seccional 7ª, que correspondía a nuestro domicilio y el propio Comisario le extendió un certificado que lo acreditaba como un hombre trabajador y buen vecino de la Seccional.

Como a los 15 días después de esto, aquellos soldados regresaron a la quinta y por milagro, mi padre alcanzó a verlos llegar y tuvo tiempo para esconderse entre los fardos de alfalfa.
Ese día, todos los niños habíamos ido a Bejarano, a ver a Rosenda; cuando regresamos, al día siguiente, papá nos contó que los soldados, al no encontrarlo, comenzaron a clavar aquí y allá con sus yataganes, en los fardos de algodón y de alfalfa que había en cantidad; pero que afortunadamente, no lograron tocarlo; que estuvo escuchando todos los ruidos que hacían los soldados; que se habían comido cuanto encontraron de comer en casa.

Por las conversaciones que les escuchó, mi padre comprendió que llevaban orden de capturarlo y que se quedaron varios soldados haciendo guardia en torno a la casa.

Al llegar la noche, los soldados que estaban en casa se prepararon mate cocido y como a la media noche, llegaron otros 50 soldados y que recién, al amanecer, se retiraron todos de la quinta y papá pudo salir del incómodo lugar en que había pasado la noche.

Mi padre encontró todos los melones y sandías que había cogido la tarde anterior destrozados; pero que afortunadamente, los soldados no causaron daño a la casa ni se llevaron nada. Dejaron, eso sí, todo sucio y desordenado.
Pobre papá; había pasado una noche espantosa; todo acalambrado, sin poder moverse.
 
De: Mis Memorias y mi Mundo de Mitã’i Churi
 
(Asunción: Editorial Ñandereko, 1990)
 

 
JUEGOS DE GUERRA

Mi primo Juan de la Cruz Vera (Lacú) era un excelente organizador de "guerrillas" contra los muchachos de otros barrios. Recuerdo que una vez planeó una contienda contra los muchachos de Arroyo Ferreira; Lacú siempre ocupaba el cargo de "general en jefe" de nuestras "tropas"; era muy jovial, dinámico y tenía un innato don de mando.

La guerrilla contra los de Arroyo Ferreira se llevaría a efecto al día siguiente en la Quinta Cabriza, que comenzaba en la calle Ysaty esquina de Amambay. Para esa contienda, mi general Lacú me había ascendido a capitán.

Nuestro grupo se componía de un general, un capitán (yo), un cabo y 20 soldados. La tarde anterior acarreamos entre todos una gran cantidad de proyectiles, que eran los frutos de los piños, redonditos y muy jugosos, que manchaban mucho al reventar contra algo. Todos nuestros proyectiles los almacenamos en un sitio estratégico de la quinta. Las frutas de los pinos las arrancábamos lo más verdes posible, para que golpearan más fuerte.

Cuando llegó el día del enfrentamiento, estuvimos guerreando por un espacio de tres horas bajo el intenso calor del verano. Los de Arroyo Ferreira nos hicieron retroceder casi hasta la calle Fernando de la Mora (hoy Próceres de Mayo); pero los "enemigos" habían acabado con sus municiones y se vieron obligados a retroceder hasta donde hubieran piños para reabastecerse. Nosotros los estábamos atacando ferozmente, por lo que ambos ejércitos estábamos muy cansados y nuestro general envió al cabo Lecachi y a un soldado a parlamentar con el enemigo, a fin de concertar un "alto al fuego" de unos 30 minutos, para ir a descansar. Durante la tregua, nos fuimos con los enemigos a comprar mba’e jhe’e manduvi (dulce de maní y miel de caña) y para calmar la sed, pedimos agua en las casas cercanas.

El comienzo de la segunda parte de la batalla se anunció con fuertes silbidos que daban los enemigos soplando fuertemente una botella vacía, lo que producía un gran sonido.

El general Juan Vera me ordenó que fuera con seis soldados a atacar a los enemigos por la retaguardia, por lo que mis "hombres" y yo nos deslizamos por patios ajenos, esquivando perros, hasta que logramos salir por la parte de atrás de las filas enemigas. Mi general me había ordenado conseguir algún prisionero para hacerlo hablar y así poder saber con cuánta munición contaban y dónde la escondían. Divisamos a un grupo de enemigos y en voz baja le di a mis compañeros la orden de atacar sorpresivamente y al grito de:

- "Entréguense".

Nos echamos sobre ellos; allí sostuvimos una fuerte balacera que terminó con un cabo enemigo en nuestro poder y dos de nuestros soldados en poder del enemigo.

En ese momento sentimos las voces de ataque que daba nuestro general y las del general contrario; parece que los enemigos tenían aún bastantes municiones, pues por momentos llovían grandes cantidades de frutos de piño en ambas direcciones.

Nuestras tropas lucharon valientemente, pero no debemos desmerecer a los de Arroyo Ferreira. En la refriega fui varias veces alcanzado por proyectiles enemigos. Al rato después se nos acabaron las municiones y los contrarios tampoco disparaban, por lo que dimos por terminada la guerra en empate, pero eso sí, con hartos machucados en ambos regimientos. Por suerte, cuando regresamos a casa ni mi madre ni mi hermana se dieron cuenta de los moretones que tenía en todo el cuerpo, como resultado de la contienda en la Quinta Cabriza.

Mi primo Lacú ya murió y recuerdo con nostalgia el último ascenso que me otorgó: el de capitán. En la guerra del Chaco ambos luchamos, yo como músico y él como soldado; alcanzó el grado de cabo 1°. En su vida de adulto se ganaba la vida como podía; trabajó como albañil y en los fines de semana se dedicaba a la peluquería, para finalmente instalarse en un local propio, además de trabajar como peluquero del Cuerpo de Policía. Cuando falleció, la Asociación de Mutilados de Guerra y los miembros del Partido Colorado le dieron una emotiva despedida.
 
De: Mis Memorias y mi Mundo de Mitã’i Churi.
Segunda Parte: Mitã Kuimba’e
(Asunción, 1996. Recopilación de Mercedes Ulloa de Reyes)
 
 
 
 
Fuente: NARRATIVA PARAGUAYA DE AYER Y DE HOY TOMO II (M-Z)
Autora: TERESA MÉNDEZ-FAITH ,
Intercontinental Editora, Asunción-Paraguay 1999.
De la página 441 a la 847.
Ilustraciones: CATITA ZELAYA EL-MASRI
Enlace a:
NARRATIVA PARAGUAYA DE AYER Y DE HOY - TOMO I (A-L)
 
 
 
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